Crónica del 28 de enero de 1884. La Patria Argentina
Los que acostumbramos consultar antiguos periódicos argentinos, encontramos muchas veces notas curiosas sobre diversos temas y entre ellas no podían faltar las dedicadas a nuestra ciudad, sus costumbres y sus habitantes. Artículos periodísticos de circunstancias, conservan sin embargo la frescura de su espontaneidad y son testimonios valiosos de nuestro pasado. En esta nota, aparecida en el diario porteño La Patria Argentina del 28 de enero de 1884, comprobamos que muchas costumbres actuales ya existían en el antiguo Buenos Aires, en una palabra: “que nada hay nuevo bajo el sol”. Pero dejemos al ignoto cronista que nos cuente su experiencia nocturna en el Paseo de Julio, hoy avenida Leandro N. Alem, hace unos 120 años atrás.
Anoche acosados por el calor, no sabíamos adonde ocurrir para aspirar unas bocanadas de aire fresco. Se nos ocurrió entonces que podríamos darnos una vuelta por el Paseo de Julio, sitio necesariamente fresco, donde se respira el aire puro del río.
No sabemos por que razón ha quedado en tanto abandono este hermoso paseo. No nos referimos a su cuidado pues es el paseo mejor atendido de Buenos Aires, sino a que si uno va por allí de noche, sólo encuentra gente de cierta clase y en número bastante crecido. La buena concurrencia no se digna aportar por allí, lo que hubiera podido explicarse antes a causa del pésimo empedrado de esa calle, que hoy ha sido adoquinada en un trayecto de 10 a 12 cuadras.
Nos encaminamos pues al Paseo de Julio buscando las brisas frescas de nuestro mar dulce. No fueron decepcionadas nuestras esperanzas. Al franquear la baranda que guarnece la línea del ferrocarril, sentimos ya el aire húmedo y fresco del río. El gran muelle perfectamente iluminado en toda su extensión, parecía invitarnos a hacer un paseo que luego emprendimos hasta su extremidad.
Aquello es hermoso y constituye un placer desconocido para la mayor parte de los habitantes de Buenos Aires. Desde la punta del muelle se ven las luces centellantes de los buques, que oscilan, haciendo un contraste extraño con la oscuridad de las aguas. Hacia lo largo de la ribera se extienden las luces de la ciudad distribuidas sobre el mismo plano, brilla la gran farola de la Aduana, las esferas luminosas del reloj del Cabildo y se distingue una especie de claridad crepuscular pálida y tenue, producida por la reverberación del gas.
El muelle de por si es un lindo paseo, y al menos se puede gozar allí en verano de un fresco agradabilísimo, difícil de encontrar en otra parte, ni aún en Palermo. El Paseo de la Recoleta sería un sitio delicioso en esta estación, si no fuese por su proximidad al cementerio y su distancia del centro de la población.
Pero volvamos a nuestro Paseo de Julio. Al abandonar el muelle dimos vuelta hacia la derecha pasando por entre las dos estatuas de mármol colocadas a la entrada del jardín. Una gran calle central con un piso magníficamente cimentado, limitada por árboles frondosos a cuya sombra se han colocado numerosos bancos, conduce directamente hasta la gran estatua de Mazzini, que se ostenta alta a lo lejos como blanco fantasma.
Además de esta calle central, hay otras dos laterales, una mira hacia la ciudad y la otra hacia el río. Estas dos calles no están tan bien iluminadas, pero se tiene allí una media luz misteriosa y poética que le da un encanto particular. El rumor de las olas que se estrellan contra la muralla, el vago gemido del viento contra las hojas de los árboles, el silencio que rodea todo aquello, le da un carácter especial de tristeza y de dulce melancolía. Es un paraje a propósito para los enamorados que ocurren allí en las primeras horas del atardecer entre la espesura de la arboleda y el silencio de la noche.
No necesitamos describir el Paseo de Julio porque ¿quien no lo ha visto? Baste decir que está ahora mas hermoso y mas bien cuidado. Los parquecitos ingleses y las obras de jardinería están perfectamente atendidas, hay allí una limpieza y esmero especial, lo que no es muy común en nuestras plazas y paseos. Antes los bancos del Paseo de Julio eran los sitios predilectos de los “atorrantes” y a fe que bien se puede pasar allí una buena noche en verano entre el susurro de los vientos y el suave aroma de las flores. Los atorrantes tenían razón, pero ahora no se les permite permanecer allí.
Halagados por la frescura de sitio tan delicioso, nos sentamos en uno de los bancos para observar lo que ocurría. No tardó un individuo de cierto buen aspecto en sentarse a nuestro lado, y al poco rato otro pidió permiso para instalarse en el mismo banco. Por una desconfianza muy justificada, porque en el Paseo de Julio no hay policía, miramos de reojo a los recién llegados y con un movimiento instintivo, echamos mano al reloj y a la cartera, para asegurarnos de su permanencia en nuestros bolsillos. Pensamos al principio que podrían ser cacos, pero al fin desechamos esa idea, tomándolos por enamorados que habían ido allí a reflexionar sobre las veleidades de alguna hermosa ingrata.
Uno de estos caballeros se puso a suspirar como si su alma estuviera profundamente acongojada. Tomaba actitudes interesantes y románticas, al extremo de hacernos pensar que estábamos en presencia de alguna mujer disfrazada de hombre y creímos poder tomar el hilo de alguna aventura amorosa.
Fijamos nuestras miradas en aquel sujeto y pudimos descubrir entonces que estaba armado… de dos grandes bigotazos y de unas formidables patillas. No había duda, pues, que era un ejemplar híbrido del sexo masculino, pues parecía participar también de ciertas cualidades de las hijas de Eva.
Dispuestos a abandonar una compañía que consideramos poco conveniente, abandonamos el asiento para seguir nuestro paseo, cayéndosenos casualmente el pañuelo y el otro individuo sentado en el mismo banco, con una galantería inusitada, tratándose de hombres entre sí, nos alcanzó el pañuelo antes que tuviéramos tiempo de apercibirnos de su falta, acompañando la entrega con expresiones del mayor comedimiento. Aquella explosión de galantería insólita, nos dejó confundidos. El caballero del pañuelo se brindó además para acompañarnos y hacernos conocer los sitios más hermosos del paseo.
Nos retiramos pensando sobre los que nos acababa de ocurrir. Decididamente, esta gente que viene al Paseo de Julio de noche es muy atenta y no sería malo que la Policía interviniese, porque esta expresiva solicitud y galantería puede fastidiar a muchas personas aunque sea el agrado de los menos. Hemos sabido después, que el Paseo de Julio es bastante concurrido por estos especimenes, que por desgracia abundan en esta población.
Seguimos solos nuestro interrumpido paseo. En los bancos, acá y allá, pero siempre en los sitios mas reservados, se veían alguna parejas -matrimonios seguramente- que habían ido allí a pasar un rato bajo la fresca sombra de los árboles y en el misterio de la oscuridad.
A eso de las 9 1/2 la mayor parte de los bancos estaban ocupados por parejas, notando entonces al examinarlas de paso, que aquellos matrimonios parecían mostrarse en condiciones muy desiguales. Muchos de los hombres vestían bien, algunos de ellos de sombrero de copa alta y varita. El aspecto de ellas no eran tan high-life, y parecían pertenecer a la clase del pueblo. Pensamos que probablemente eran matrimonios nuevos que habían ido allí a pasar una de las tantas noches de la luna de miel. Muy pronto desechamos esta idea por cuanto algunas llevaban consigo niños de corta edad, lo que demostraba evidentemente que ya hacía varios años que habían recibido la bendición nupcial, a menos que fueran niñeras, cosa que entonces no se nos ocurrió.
De 10 a 10 1/2 empezó a deslizarse silenciosamente la concurrencia. Por más que había bastante gente a esa hora, no se percibía casi rumor alguno. Todo el mundo parecía hablar en voz tan baja que no era posible oír nada a unos cuantos pasos. No hemos podido darnos cuenta de este misterio que lo atribuimos a la influencia de aquel solitario paraje.
A las 11 de la noche quedaban ya muy pocas personas en el Paseo, así que resolvimos retirarnos, intrigados por las cosas extrañas de que habíamos sido testigos. Es preciso poner a la moda el Paseo de Julio, que es el más agradable en estas noches de calor. La acción de la Policía bastaría para que en pocas noches aquello no fuese lo que es, y se convirtiese en lo que debe ser: el sitio más hermoso y concurrido bajo la temperatura actual de 30 grados.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año VII – N° 41 – junio de 2007
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: diarios y revistas, Cosas que ya no están
Palabras claves: La Patria Argentina, articulo, paseo de julio
Año de referencia del artículo: 1884
Historias de la Ciudad. Año 7 Nro41