El proceso de incorporación del país al mercado mundial despliega las contradicciones entre las nacientes inquietudes de los trabajadores y las modalidades del trabajo entre 1880 y las primeras décadas del siglo XX.
Los tiempos de la Argentina moderna
Hacia 1880, una vez concluida la llamada “conquista del desierto” y resuelta la cuestión indígena; vencida la sublevación de Carlos Tejedor en Buenos Aires y solucionado —con el beneplácito de los ganaderos porteños— el problema de la federalización de Buenos Aires, la Argentina organiza estructuras políticas de alcances nacionales y conforma el Partido Autonomista Nacional (PAN) sobre la base de la Liga de Gobernadores que naciera en Córdoba durante 1877. Julio Argentino Roca, “el zorro”, triunfador del desierto y siempre alineado tras la defensa de los intereses nacionales por sobre los provinciales, es el hombre del momento, el que dará origen a un movimiento, un estilo político y una época: el roquismo.
La República Argentina deja atrás su fisonomía pastoril, criolla, de gran aldea y se convierte, por entonces, en un país agropecuario, moderno, aluvional —al decir de José Luis Romero—, receptor del capital externo y de la inmigración masiva que proporciona la mano de obra abundante y barata para emprender el cambio. El país conforma su mercado nacional a partir de una sólida alianza entre los importadores, exportadores y ganaderos porteños y las oligarquías provinciales; al tiempo que se inserta en el ámbito internacional como proveedor de materias primas agropecuarias. Se consolida el “positivismo en acción”, del que nos habla Alejandro Korn, y que ejecuta esta generación de liberales en lo económico y conservadores en lo político, como la definiera con mucho acierto a mediados de los años de 1960, el historiador Thomas Mc Gann.
En medio de la “paz y administración” propuesta por el Presidente Julio A. Roca, “el progreso” positivista es visto por los dirigentes del ´80 como posible e infinito. En este país de gran extensión, la tierra afirma su concentración en pocas manos, se presenta como un símbolo de prestigio social, base del poder político y sustento de la producción agropecuaria. Es un factor indiscutible del “progreso”. Su valor intrínseco se suma al de los otros factores estructurales: la inmigración, que ante la imposibilidad de convertirse en propietaria rural alimenta un rápido proceso de urbanización, el capital externo (esencialmente británico y orientado a ferrocarriles y frigoríficos), el comercio internacional (estrechamente vinculado a Inglaterra), la consolidación del poder político que organiza entonces estructuras de alcances nacionales, respaldado por el ejército y el Congreso y en medio de la decadencia de las autonomías provinciales, que se enlazan a la conformación del mercado nacional.1 Estos son los rasgos sobresalientes de la fisonomía de la Argentina Moderna, conducida por una elite oligárquica, con capacidad de control económico, vinculada al quehacer mercantil y agrario, con espíritu de cuerpo y conciencia de tal, que se integra a partir de un tipo de hombre público específico, al que Natalio Botana denomina “el notable”. En la cúpula de esta “alianza de notables”, Bartolomé Mitre, Julio A. Roca y Carlos Pellegrini conforman ya en las postrimerías del siglo XIX, el triunvirato político que dirige los destinos nacionales hasta los umbrales del siglo XX, como una expresión concreta del predominio de la tendencia más conservadora de la oligarquía en los planos de conducción.2
Hacia 1890 y durante la gestión del Presidente Miguel Juárez Celman —líder del unicato— se produce el “apogeo y crisis del liberalismo”. Los elementos de conflicto se encuentran dentro y fuera del partido gobernante. El desplazamiento de “los notables” de la conducción política, la grave situación económico-financiera que vive el país en relación con el desorden en las concesiones territoriales y ferroviarias, la expansión del crédito, el aumento extraordinario de la deuda pública entre 1886-1890 y la vigencia de la ley de bancos garantidos de 1887, se suman a los efectos del crack financiero de la casa inglesa Baring Brothers, y desatan en la Argentina la crisis política, monetaria y fiscal, que deja como saldo la devaluación del peso, la quiebra y moratoria bancaria y la renuncia del Presidente Juárez Celman el 6 de agosto de 1890. El Vicepresidente Carlos Pellegrini ocupa la titularidad del Ejecutivo Nacional hasta completar el mandato, procurando poner orden en las finanzas nacionales. La elite dirigente pierde cohesión pero sus bases económicas están intactas. De todos modos “la cuestión social” producto de las inestables e inadecuadas condiciones laborales de los obreros urbanos comienza a convertirse en un elemento de preocupación para la dirigencia nacional, que rehuye el tema pero no deja de apreciar los efectos perniciosos del malestar.
En 1910, en medio de los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo —cuando nuestro país muestra ya un marcado desequilibrio interregional— la “cuestión social” urbana y rural, es un tema que preocupa al Estado y a los sectores más altos de la producción. Ambos descubren entonces los efectos no deseados de la inmigración masiva y acusan al extranjero venido al país para radicarse y trabajar, de las huelgas y manifestaciones que denuncian el malestar de los sectores populares. La ley de Defensa Social (que reconoce un antecedente en la ley de Residencia de 1902) intenta contenerla, contrarrestar los efectos de la reacción de obreros urbanos, peones y arrendatarios rurales, pero sin mucho éxito. De todos modos la situación indica que existe otra cara de esa Argentina del “progreso indefinido”; una cara menos impactante pero tan real como aquélla, la del conflicto, la postergación y la dependencia.3
La autocrítica emprendida por el sector dirigente que da cabida a las inquietudes de “los liberales reformistas”, a través de la reforma electoral (1902) y del proyecto de Código de Trabajo (1904), por ejemplo, da muestras de la seriedad del asunto. El fin de la expansión horizontal agrícola está próximo, la agricultura extensiva está jaqueada y con él los vaivenes en el accionar de la dirigencia argentina en su conjunto, que no pueden superar en el largo plazo los desajustes coyunturales que presenta el modelo agroexportador implementado desde 1880.
“Cuestión social” y trabajo urbano
El millón setecientos treinta y seis mil novecientos veintitrés habitantes que el Censo nacional de 1869 registra para todo el país, se incrementa en 1895 a 3.954.939 habitantes. El 63,5% se radica en el litoral, en medio de un proceso de urbanización creciente que eleva la población citadina al 57,2%, correspondiendo a Buenos Aires el 39,3% de esa población urbana. Vinculada con esta concentración poblacional en los centros urbanos, la población económicamente activa se acrecienta en las actividades secundarias y terciarias. La inmigración crece a ritmo sostenido y representa a mediados de la década del 90 un 25,4 % del total de la población radicada en el país. La sociedad argentina se transformaba a un ritmo vertiginoso y las grandes ciudades como Buenos Aires y Rosario eran claros exponentes de ese cambio.4
La desvalorización del salario real, el aumento constante en el costo de los artículos de primera necesidad, prolongadas jornadas de trabajo, imposición laboral, indiferencia del Estado frente a estas cuestiones, no tardan en provocar la reacción de los trabajadores. En este complejo mundo del trabajo algunos obreros procedentes de la inmigración masiva arribada a la Argentina aportan la experiencia traída de sus países de origen en materia de organización laboral.
En 1878 se funda la Unión Tipográfica, que al año siguiente se fusiona con la Tipográfica Bonaerense, con características de un “moderno sindicato obrero”, dice Sebastián Marotta. En este año declaran su primera huelga y obtienen un aumento en los jornales y una reducción en la jornada laboral (de 10 horas en invierno y 12 en verano). En 1885 se forma la Internacional de carpinteros ebanistas y anexos; al año siguiente se organizan los panaderos; en 1887 La Fraternidad agrupa a maquinistas y foguistas de los ferrocarriles. El Club Socialista Worwärts es el que propone una organización más amplia de la clase obrera del país hacia 1889 y en enero de 1891 se constituye la Federación Obrera con el propósito de “realizar la unión de todos los obreros de la República con el fin de defender sus intereses materiales y morales”.5 En 1895 son 25 las sociedades gremiales constituidas. Junto con el aumento en el número de agrupaciones gremiales crecen las huelgas: 1 en 1878, 4 en 1890, 9 en 1894, 19 en 1895 (comprende a 21.978 obreros), 26 en 1896 y siguen multiplicándose en los años siguientes. Los reclamos son casi siempre los mismos: aumento de salarios y reducción de la jornada laboral.6 Mientras los socialistas dominan en la central obrera, en las sociedades de resistencia se destacan los anarquistas. La ciudad de Buenos Aires ve cómo se complejiza su mundo laboral.
Mientras las huelgas crecen en número, los trabajadores no dejan de peticionar ante los poderes públicos para obtener leyes protectoras para la clase obrera. La limitación de la jornada de trabajo a 8 horas para los adultos; la prohibición del trabajo para menores de 14 años y la reducción de la jornada laboral para los comprendidos entre 14 y 18 años; la abolición del trabajo nocturno para mujeres y menores; el descanso de 36 horas ininterrumpidas; la prohibición del trabajo a destajo; la inspección sanitaria de talleres y fábricas; el seguro obligatorio contra accidentes y la creación de tribunales especiales para arbitrar en los conflictos entre patrones y obreros, figuran entre los reclamos más frecuentes de la clase obrera de entonces.7
En enero de 1902 los conflictos se agudizan. Estalla una huelga general en Rosario y en la Capital Federal, que paraliza las operaciones de carga y descarga portuaria. En abril, 4000 cocheros van a la huelga oponiéndose a la libreta de control que les exige la comuna. En julio son unos 7000 panaderos los que declaran la huelga. Es sólo el comienzo de sucesivos conflictos que explican la sanción de la Ley de Residencia en ese año, por la cual se expulsa a los extranjeros a los que se estime responsables de perturbar el orden público.8 Son los liberales reformistas quienes atentos al cariz que toma la protesta obrera, proponen una descompresión de la álgida situación social propiciando proyectos ante el Congreso Nacional, como el de Código Nacional de Trabajo presentado en mayo de 1904 por el Ministro del Interior Joaquín V. González,9 para reglamentar las condiciones laborales evitando abusos patronales y propiciando contratos colectivos de trabajo, a partir de un ajustado diagnóstico de la realidad por la que atraviesan los obreros en el territorio argentino.
Las medidas reclamadas por los trabajadores se demoran. El descanso dominical se sanciona recién en 1905, mientras la ley protectora del trabajo de mujeres y niños se promulga en 1907. Son años prolíficos en movimientos huelguísticos que anticipan la larga huelga general de mayo de 1909. Mientras tanto el movimiento obrero aparece sectorizado conforme a su filiación política. La Federación Obrera Regional Argentina (FORA) adopta una categórica adhesión a los principios económicos y filosóficos del comunismo anárquico, en tanto la Unión General de Trabajadores (UGT) que “hace una clara definición de la huelga como medio de lucha”,10 agrupa a socialistas y sindicalistas. Las protestas no ceden. El Departamento Nacional de Trabajo contabiliza 231 huelgas para 1907 que se elevan a 298 para 1910, en medio del balance del Centenario de la Revolución de Mayo. Son estos sucesos los que impulsan la sanción de la Ley de Defensa Social que prohibe la entrada al país a los anarquistas y demás personas que preconizaran por medio de la fuerza contra el gobierno instaurando incluso la pena de muerte para los mayores de 18 años que perturbaran el orden público (art. 30).11
A partir de 1916, con el radicalismo al frente del gobierno nacional, el papel arbitral del Estado es la característica distintiva en la relación gubernamental con el movimiento obrero. A la huelga de la Federación Obrera Marítima (FOM) en 1916, le suceden las grandes huelgas del riel en 1917 y 1918, que vuelven a poner en guardia a la dirigencia argentina. Desde la Cámara de Diputados se impulsa la anulación del derecho de asociación y se forman la Asociación Nacional del Trabajo (1918) presidida por José de Anchorena y la Liga Patriótica Argentina (1919) liderada por Manuel Carlés y producto de los tristes sucesos de la semana trágica que tuviera como protagonista a los obreros de los talleres metalúrgicos Vasena. Ambas corporaciones postulan un activo control social y ejercen acción directa sobre quienes impulsan y participan de las agitaciones obreras alentando la “cuestión social”, que rápidamente invade la ciudad de Buenos Aires.
Testimonios de las condiciones laborales en la ciudad de Buenos Aires
Varios documentos guardan registro de las difíciles condiciones laborales de los obreros que trabajan en la ciudad de Buenos Aires a fines del siglo XIX y en los primeros años de la centuria siguiente.
En 1891 es un dependiente de comercio el que describe las condiciones de trabajo a las que se ajusta su gremio:
“Un dependiente de almacén de primera clase gana 60 pesos m/n al mes, lo que hoy apenas equivale a 75 francos. Para este salario o sueldo tiene que trabajar 16 horas al día, con asueto en dos domingos al mes.
Este pago por 448 horas al mes equivale pues a 13 centavos m/n por hora, lo que hoy no son más que 3 centavos oro. Los dependientes en Londres, ganan 6 centavos y los dochers se declararon en huelga porque no se les pagaba más que 12 centavos.
Y nosotros tenemos que nutrirnos y vestirnos con la librea de nuestra esclavitud con este dinero. […]
Los patrones nuestros son tanto más brutos cuanto más enriquecen.
Y lo de adulterar y falsificar las mercaderías no pueden hacerse más descaradamente que aquí en Buenos Aires. Mi patrón p.e. hace guardar la yerba, el té y tabaco en una pieza muy húmeda donde aumentan en 30 de un peso. En la quinta compra de los vecinos la semilla de aguaribay y la echa a la pimienta, en proporción de más de las tres cuartas partes. Será nunca de concluir si quisiese contar todos los modos de defraudar a los marchantes que se usan en el comercio de Buenos Aires. Nosotros tenemos que hacerlo, si no el patrón nos echa a la calle.” […]
“El Obrero”, Buenos Aires, junio 20 de 1891, núm. 25, p. 2.
Pero no sólo los interesados refieren la injusta situación laboral que padecen. Los dependientes de comercio -unos 85.000- son objeto de una tesis presentada en la Universidad de Buenos Aires en 1909. Se denuncia aquí la celebración de contratos mensuales, la explotación a que lo someten las agencias de colocaciones para conseguir empleo, la condición de buena presencia que debe tener el candidato al empleo, sin familia en la localidad y hasta con restricciones para formar una familia si quiere conseguir y mantener el trabajo. Los sueldos que perciben son bajos y en muchas casas el dependiente no sabe lo que va a ganar y sólo se le abre una cuenta corriente para sus gastos. Los que tienen algún tiempo en el empleo trabajan a un porcentaje de las ventas además de un sueldo mínimo. No tienen horario fijo para comer. Si tienen alojamiento en el lugar de trabajo, suelen estar ubicados en sótanos húmedos, galpones o altillos, con poca ventilación, falta de agua para la higiene personal. La comida es mala y el dependiente suele estar obligado a tomar pensión en un restaurante propiedad de un cliente de la casa; el horario de descanso lo establece el patrón conforme a sus necesidades y la jornada laboral alcanza hasta 18 horas diarias, sin distinción de sexo o edad, y suelen estar sujetos a severos reglamentos que deben cumplir sin excepción.12
El Departamento Nacional del Trabajo también se hace eco de varias infracciones a la ley que reglamenta el trabajo de mujeres y niños. Es el caso —por ejemplo— del herrero León Cantón domiciliado en la Capital Federal, que en 1909 toma en calidad de peón a un niño analfabeto de 12 años que fuera colocado por su madre a razón de 7 pesos mensuales. Un accidente laboral sufrido por el niño en el trabajo de herrería con una máquina perforadora, obliga a dar intervención a la policía y a la justicia; dejando al descubierto la irregularidad en la contratación laboral, debiendo el empleador pagar una multa de 100 pesos y las costas procesales. 13
El reglamento de un taller de carpintería mecánica y aserradero en Buenos Aires, vigente en 1892, da mayores precisiones acerca de las condiciones de trabajo de los obreros industriales porteños:
Reglamento de la carpintería mecánica y aserradero de A. Z.
“Artículo 1º.- Deberá levantar cada uno su medalla antes de penetrar al establecimiento y presentarla con la tarjeta todas las veces que se los exija.
Art. 2º.- Pasado diez minutos de la hora fijada perderán un cuarto de día.
Art. 3º.- Todo aquel que no depositase su medalla al salir, ya sea al mediodía o a la tarde perderá un cuarto de día.
Art. 4º.- Todo aquel por perder la medalla o tarjeta será multado por primera vez con 1 peso.
Art. 5º.- Aquel que se fuese antes de la hora prescripta deberá presentar su medalla en el escritorio y aquel que no lo hiciera le será detenida un día.
Art. 6º.- Es rigurosamente prohibido fumar bajo multa de 1 peso por la primera vez.
Art. 7º.- A cada oficial o peón que cortase madera sin haber avisado antes en el escritorio será multado con pesos por la primera vez.
Art. 8º.- Es absolutamente prohibido hacer trabajos ajenos sin previo permiso.
Art. 9º.- No puede ningún oficial, trabaje al día o por pieza, abandonar su trabajo, sin haberlo concluido.
Art. 10.- Todo aquel que faltara al contenido del art. 9º será detenido el valor de una quincena, o será expulsado.
Art. 11.- Todo aquel que hiciera mal su trabajo, ya sea por error u otro defecto, deberá pagar la madera y los daños que ocasione.
Art. 12.- Quien promoviese escándalo en el establecimiento será inmediatamente expulsado.
Art. 13.- Es absolutamente prohibido quedarse en el establecimiento durante las horas de descanso.
Art. 14.- Es absolutamente prohibido de recibir visitas en el establecimiento sin previo permiso.
Art. 15.- Todo aquel que no respetase este reglamento será rigurosamente penado con una multa establecida por la dirección.
Las horas de trabajo son: Entrada 5,55 a.m.
Descanso de 8 a 8.10 a.m.
Salida 11 a.m.
En la tarde: Entrada 12,30 p. m.
Descanso de 3 a 3,10 p.m.
Salida a las 6,5 p.m.
“El Obrero”, Buenos Aires, marzo 5 de 1892, núm. 59, p. 2.
Los albores del siglo XX no traen consigo mejores condiciones laborales para el trabajador urbano. El reglamento de los talleres de la sección industrias metalúrgicas de la Unión Industrial Argentina da acabada cuenta de la estricta normativa que rige en estos establecimientos fabriles, donde se trabaja término medio 9 horas diarias y no se consideran horas extraordinarias las que se dediquen a la limpieza o reparación de las máquinas del taller. Los pagos son quincenales y no se otorgan adelantos de sueldo bajo ninguna circunstancia. Todo operario, sin excepción, debe dejar como depósito y garantía por las herramientas que se le entreguen para realizar su labor, el importe de 20 horas de trabajo, que quedaría depositado mientras trabaje en el establecimiento; él es el único responsable por la pérdida de sus herramientas, así como de su mantenimiento. Son causas reglamentarias de despido: la falta de trabajo, la mala conducta, la falta de honradez, la insubordinación, la falta de competencia, el abandono del trabajo y cometer desorden.14
Reglamento de un taller en Buenos Aires-1906
“Para ser admitidos en cualquiera de los talleres en que rige el presente reglamento, los obreros tendrán que presentar los certificados de las casas en que hubieren trabajado anteriormente, y firmarán además una declaración en que conste, su nombre y apellido, nacionalidad, localidad del nacimiento, estado, número de hijos si tuviere, edad, profesión y domicilio.
Queda prohibido en los talleres:
Las conversaciones entre los obreros.
Recibir visitas.
La lectura de diarios y otros impresos.
Hacer observaciones sobre los trabajos ejecutados por otros obreros.
Hacer colectas o suscripciones sin previa autorización del director.
Molestar en cualquier forma a los demás compañeros del taller.
Introducir bebidas alcohólicas.
Además del respeto mutuo y cultura que se exige dentro del taller, quedan notificados que no les es permitido molestar a sus compañeros tanto dentro como fuera de él con amenazas o exigencias, para el fomento de huelgas o sociedades de resistencia, puesto que al ser despedido por este motivo, o por observar mala conducta, no serán admitidos en ninguno de los talleres de la Unión de Propietarios de Talabarterías.”
“La Protesta”, Buenos Aires, febrero 2 de 1906, núm. 650, pp. 1 y 2.
Las sociedades de resistencia redoblan sus esfuerzos para activar la “cuestión social” y convertirse en personeras de los reclamos obreros, frente a la férrea oposición de los patrones que procuran —sin mucho éxito— un acercamiento con los trabajadores de la rama industrial correspondiente. Así lo hacen en 1904 los patrones de la industria del curtido, quienes disponen la suspensión de las tareas en todas las fábricas hasta tanto los obreros no retornen a sus puestos de trabajo; reglamentando las bases del acuerdo obrero-patronal: mantener los salarios sin rebaja alguna, abolir el trabajo dominical, fijar un horario laboral de 9 horas todo el año, nombrar al jefe de policía como único árbitro en las diferencias entre patrones y obreros, crear cajas de socorros mutuos y emprender la construcción de casas habitaciones para obreros de las curtidurías.15 En 1905 la actitud es imitada por la Federación Metalúrgica que se da su propio Estatuto con la intención de reunir y asociar a todos los obreros del ramo metalúrgico, sin distinción de nacionalidad y para “procurar el mejoramiento de las condiciones del trabajo y anular en lo posible las arbitrariedades del capitalismo”.16
Ya a principios del siglo XX la ciudad de Buenos Aires muestra un multifacético mundo del trabajo. A pesar del “progreso”, la ciudad cobija a varios sectores que son expresión de una pobreza marginal que tiene límites imprecisos pero que no deja de preocupar, de modos diferentes, a la elite. Las condiciones del habitat y del trabajo que realizan son características que muestran una diversidad de sectores marginales que se mezclan con el vagabundaje.17 Vendedores ambulantes (de verduras, gallinas, masitas, fainá, lustrabotas) dan muestras de la presencia de una desocupación disimulada pero real, que no es ajena al malestar social y a las deficientes condiciones de trabajo que se viven en la ciudad de Buenos Aires. “Existen actualmente en esta capital no menos de 20.000 obreros sin trabajo […] Donde más se nota la falta de jornales es en los gremios de albañiles, carpinteros, yeseros, herreros y en general en todos aquellos que se ocupan en los diversos trabajos de las construcciones. Esto en cuanto a los verdaderos obreros que tienen oficio. Vienen luego más de 6.500 peones que vagan a la pesca de un jornal en la Boca y Barracas o en los alrededores de las calles donde se levantan edificios. Los peones no tienen ocupación preferida, tanto se ofrecen para cargar maderas o hierros en la ribera del Riachuelo como para ayudar a los oficiales albañiles para cualquier otra ocupación”, dice La Prensa en 1901.18
Carta al Vicepresidente de la Nación de un obrero ferroviario despedido-1914
“Buenos Aires, Julio 31 de 1914.
Al Excelentísimo Señor Vicepresidente de la Nación Argentina, Doctor D.Victorino de la Plaza.
Presente.
Juan Ojeda, argentino, de 25 años de edad, ante el Excelentísimo Señor Vicepresidente de la Nación, con todo respeto se presenta y expone:
Que a raíz del conflicto ferroviario de Enero-Febrero de 1912, quedó sin trabajo, no habiendo sido aun readmitido por la empresa del F.C. Pacífico, que era donde prestaba sus servicios.
Que la falta de trabajo, producido hace ya dos años y medio, le ha traído a una situación sumamente crítica, con la que sufre en primer término, su anciana madre.
Que dadas las circunstancias expuestas y después de una larga y accidentada peregrinación en busca de trabajo, hoy se ve obligado a dirigirse a V.S., como último recurso, para encarecerle se interese por su situación, proporcionándole trabajo en cualquier parte y de cualquier calidad que fuera.
Excelentísimo Señor Vicepresidente: Nunca se ha implorado en vano, a los hombres que como V.S. dirigen en forma tan plausible y justa los destinos del país. Sea por lo tanto, mi petitorio, digno de la atención de V.S., a la que ofrezco mis más respetuosos saludos
D.G./a V.S.
Fdo. Juan Ojeda
Fuente: ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN. Archivo del Dr. Victorino de la Plaza. Correspondencia y documentos particulares. Sección documentación donada. S 7-C 5-A 3-N5, doc. 413, Julio 1914.
A los obreros, vendedores ambulantes, desocupados y mendigos se suma un prototipo del Buenos Aires de entonces y de otros tiempos posteriores: el atorrante. Un personaje que la revista PBT de 1905 caracterizaba como “rondador de todos los banquetes, testigo de todos los holgorios, mudo y mortificante como una sombra de nuestra conciencia que se hiciera de pronto ser tangible y perseguidor”; vale decir -y siguiendo la reflexión de la revista- un “producto genuino de la metrópoli”.19
Desocupación y trabajo se presentan como dos caras de una misma moneda, en el Buenos Aires de comienzo del siglo XX. De todos modos, si bien no abundan, cada tanto el trabajador también recibe algunas satisfacciones. Es que Buenos Aires es una gran ciudad donde su gente, de amplia base inmigratoria, cree en la prepotencia del trabajo, en la importancia de la educación y en la cultura del esfuerzo, como instrumentos para el ascenso social, para afincar raíces y para defender sus derechos sociales y políticos.
Participación de los empleados en los beneficios de la empresa Gath y Chaves- 1909
“1. Que en 1903 los señores Gath y Chaves, formaron una Caja de Ahorros a favor de los empleados, depositando en ella un 5 % sobre los sueldos de todos aquellos que hubieran prestado un año de servicios a la casa. Esas cantidades, capitalizadas a fin de año, concurrirían con el capital social en las subdivisiones de las ganancias del ejercicio.
2. A principios de 1908, en que se constituía la casa Gath y Chaves en sociedad anónima, se encontró que la Caja de Ahorros de los empleados disponía de un saldo de 250.000 pesos oro. Cambiada la forma del capital, el directorio resolvió incorporar aquella suma al fondo social, emitiéndose en cambio acciones por valor de 1.800.000 pesos oro.
3. Más de 1.700 de estas acciones han sido distribuidas ya, según la categoría, antigüedad y méritos del empleado en la proporción de una a mil acciones ($ 100.000 oro a 100 oro).
4. Los empleados más modestos tienen también un beneficio del 5 por ciento sobre la utilidad de las ventas por ellos realizadas.
5. El total de los beneficios por esta resolución del directorio, incluyendo hombres y mujeres, alcanza en la fecha a 766, todos los cuales tienen el compromiso de servir a la sociedad hasta fines de 1912.
6. En caso de fallecimiento, los herederos legales del empleado tienen derecho a percibir el importe escrito de las acciones acordadas al fallecido, más los beneficios devengados por las mismas.”
Boletín del Departamento. Nacional del Trabajo, diciembre 31 de 1909, núm. 11, p. 559.
Notas
1.- GIRBAL-BLACHA, Noemí M., Ayer y hoy de la Argentina rural. Gritos y susurros del poder económico (1880-1997), Buenos Aires, REUN/Página 12, 1998, cap. 1.
2.- BOTANA, Natalio, El orden conservador. La política argentina entre 1880 y 1916, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1977.
3.- ZIMMERMANN, Eduardo A., Los liberales reformistas. La cuestión social en la Argentina 1890-1916, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1995.
4.- PANETTIERI, José, Los trabajadores en tiempos de la inmigración masiva en Argentina 1870-1910, La Plata, Universidad Nacional de La Plata, 1966, cap. I. James R. SCOBIE, Buenos Aires. Del centro a los barrios 1870-1910, Buenos Aires, Solar/Hachette, 1977, pp. 267-320.
5.- PANETTIERI, José, Los trabajadores… op. cit., pp. 124-125. SENEN GONZALEZ, Santiago, Breve historia del sindicalismo argentino, Buenos Aires, Alzamor Editores, 1974, cap. I.
6.- ODDONE, Jacinto, Gremialismo proletario argentino, Buenos Aires, 1949.
7.- PANETTIERI, José, Los trabajadores… op. cit., p. 124.
8.- Ibídem, p. 155.
9.- SENEN GONZALEZ, Santiago, Breve historia…, op. cit., pp. 21-22.
10.- SENEN GONZALEZ,Santiago, Breve historia…, op. cit., p. 17.
11.- Ibídem, pp. 162-163. SPALDING, Hobart, La clase trabajadora argentina (Documentos para su historia-1890/1912), Buenos Aires, Ediciones Galerna, 1970, introducción.
12.- STORNI, Pablo, La industria y la situación de las clases obreras en la Capital de la República, tesis presentada para optar al grado de doctor en Jurisprudencia y Ciencias Sociales en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1909, pp.46-49.
13,- SPALDING, Hobart, La clase trabajadora… op. cit., pp. 213-214. DEPARTAMENTO NACIONAL DE TRABAJO, Boletín 8, Buenos Aires, marzo 31 de 1909, pp. 54-55.
14.- UNION INDUSTRIAL ARGENTINA, Boletín 429, Buenos Aires, 1º de setiembre de 1904, pp. 28-30.
15.- El Tiempo, Buenos Aires, noviembre 2 de 1904, núm. 3162, p. 1. SPALDING, Hobart, La clase trabajadora… op. cit., p. 227.
16.- La Protesta, Buenos Aires, agosto 26 de 1905, núm. 611, p. 2.
17.- GUTIERREZ, Leandro y GONZALEZ, Ricardo, “Pobreza marginal en Buenos Aires, 1880-1910”, en Sectores populares y vida urbana, Buenos Aires, CLACSO, 1984, pp. 233-249.
18.- Diario La Prensa, Buenos Aires, 21 de agosto de 1901, p. 3.
19.- Los desocupados. Una tipología de la pobreza en la literatura argentina. Selección, prólogo y notas de Pedro Orgambide, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1999, pp.43-44.
Noemí M. Girbal-Blacha
Investigadora del CONICET
Docente de las Universidades Nacionales de Quilmes y La Plata. Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de la Historia.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año III – N° 11 – Septiembre de 2001
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Industria, fábricas y talleres, Mujer, Varón, Partidos, agrupaciones, Actividad-Acción, Asociacionismo, Política
Palabras claves: obrero, reclamos, socialismo, abusos, huelga,
Año de referencia del artículo: 1907
Historias de la Ciudad. Año 3 Nro11