En 1906, bajo la presidencia de Figueroa Alcorta, apareció un personaje de fuertes perfiles en la dirección del cuerpo policial. El coronel Ramón L. Falcón, militar y diputado entre 1898 y 1902, asumió el cargo de Jefe de la policía de la capital.
“El perro”, como le llamaban algunos, aparecía en un momento justo y no titubearía en intentar poner orden a una situación social que se hacía cada vez más violenta.
Entre otras iniciativas organizó un cuerpo de investigaciones encargado de seguirle la pista a peligrosos anarquistas.
Representaba el poder, la autoridad, la opresión tan odiada por los grupos anarquistas más extremos. “Se la tenían jurada”, y el mismo coronel sabía que una bomba era para él, como paradójicamente lo vino anunciando hasta casi el mismo día de su muerte.
En la sociedad de las últimas décadas del siglo XIX y comienzos del siglo XX se reflejó un alud de crecimiento y prosperidad; era la Argentina de “Paz y Administración”, como pregonaba Julio A. Roca al asumir su primera presidencia en 1880.
La economía liberal floreció acompañando un lento proceso de industrialización y el ingreso de capitales extranjeros, sobre todo ingleses, que desparramaban sus trenes por todo el territorio. Creció la agroexportación y se generó una idea de país próspero y de puertas abiertas.
En lo cultural se destacó la generación del ‘80, grupo de intelectuales que alternaban en muchos casos sus tareas de gobierno, diplomacia y cargos públicos con la de escritores de distintos géneros literarios. Se respiraba un aire positivista y Europa era un modelo a seguir.
Buenos Aires crecía y se embellecía; atrás iba quedando aquella rústica ciudad con casas de techos bajos y el cambio daba lugar a refinadas construcciones de estilo europeo. Una nueva y rica sociedad porteña abría las puertas de estos palacetes para mostrar sus gustos más exquisitos, lindando en algunos casos con la ostentación de un país en pleno crecimiento.
Pero al mismo tiempo se sucedían los aluviones inmigratorios, cada vez más numerosos, tentados por un país que ofrecía posibilidades de progreso y sobre todo trabajo, techo y esperanza. Y con ellos se gestaba otra realidad muy distinta, contradictoria y opuesta.
Así, en contraste con los palacetes aparecen los conventillos. El progreso y el3 crecimiento económico se sustentaban en una clase trabajadora que iba formando sus organizaciones obreras, influenciadas por las nuevas ideologías que traían consigo muchos inmigrantes desde Europa.
Sus reclamos se reprodujeron en numerosos periódicos, y se concretaron en huelgas, acompañadas, en algunos casos, de atentados y violencia.
Aparecían, en una misma época, en un mismo escenario, dos caras, un país abierto, en crecimiento y la organización de los sectores obreros que representaban a los trabajadores, a la marginación y la pobreza.
En este contexto, aparecieron dos personajes opuestos y contradictorios; un joven idealista y un hombre que había sido colocado estratégicamente para poner orden.
Cada uno representaba una realidad distinta, pero ¿quién era el héroe o el mártir?, ¿cuál era el verdadero país, el de los palacetes o el de los conventillos?
Extranjeros, anarquistas, socialistas, la inmigración venía incrementándose, en nuestro país desde 1870.
Bajo la presidencia de Avellaneda, electo en 1874, se sancionó la ley de inmigración y colonización, el 19 de octubre de 1876, dando motivo a la creación del departamento general de inmigración y la oficina de tierras y colonias. Esta última, se encargaba de registrar los nombres, lugar de origen y otros datos de los recién llegados, controlar el transporte y las condiciones sanitarias y mensurar y subdividir las tierras que serían otorgadas a los colonos.
En un principio se daban terrenos fiscales de manera gratuita para su explotación agropecuaria, pero luego, por diversos motivos e intereses económicos, las mejores tierras fueron elevando su cotización, en tanto se otorgaba a los inmigrantes otras menos fértiles y más aisladas.
Las primeras oleadas inmigratorias se dirigían generalmente a las zonas más rurales. En 1857, se creó el Hotel de Inmigrantes, que facilitaba sus instalaciones a los recién llegados durante 5 días. En caso de exceder su capacidad se los ubicaba en iglesias o conventos.
Políticos e ideólogos, como Sarmiento y Alberdi, impulsaron con fervor la aplicación práctica de los preceptos constitucionales de 1853, garantizando a todo el que quisiera llegar y poblar estas tierras, el ejercicio de los derechos civiles.
Así, el art. 20 de nuestra Carta Magna definía: “Los extranjeros gozan en el territorio de la nación de todos los derechos civiles del ciudadano, pueden ejercer su industria, comercio y profesión. Poseer bienes raíces, comprarlos y enajenarlos, navegar los ríos y costas, ejercer libremente su culto, testar y casarse conforme a las leyes.
No están obligados a admitir la ciudadanía ni a pagar contribuciones forzosas extraordinarias. Obtener nacionalización residiendo dos años continuos en la nación, pero la autoridad puede acortar este término a favor del que lo solicite, alegando y probando servicios a la República.”
Ambos políticos pregonaban la idea de la inmigración y la colonización como sinónimo de progreso, transformación y civilización.
Claro está que la política inmigratoria no era un hecho nuevo. Esta idea ya se había impulsado desde los primeros años de la Revolución de Mayo.
El año 1880 fue determinante para muchas cuestiones de índole nacional, marcando un antes y un después en lo que compete a lo socioeconómico.
Los barcos rebalsaban de inmigrantes que traían consigo la esperanza de prosperar en un país nuevo, huyendo de la pobreza, las guerras, el hambre y la desprotección. Perteneciendo a las clases sociales más bajas, venían soportando las recurrentes y duras crisis económicas europeas. Otros habían sido expulsados o huían por persecuciones políticas, religiosas o sindicales.
Ellos se hacinaban en conventillos, pagando alquiler por incómodas y antihigiénicas habitaciones, que compartían turcos, gallegos, rusos, italianos, etc., dando forma a esta “melange” de costumbres, culturas e idiomas que integra la idiosincracia de los porteños. Afloran ideas políticas y sociales que no tenían antecedentes nacionales. Aprovechando este campo fértil, esta nueva sociedad influye sobre todo en la formación política de la clase obrera.
Entre estas ideologías se destacaban las de los anarquistas y las socialistas, con una vasta experiencia en sus países de origen para organizar e influir a los trabajadores.
La situación obrera
Con el crecimiento económico e industrial del país aparecen diversos problemas sociales y una nueva mano de obra. En las fábricas y talleres convivían obreros argentinos y extranjeros que comenzaron a formar sus organizaciones, agrupados por gremios, siendo la primera, creada en 1877, la Unión Tipográfica.
En 1881 apareció la Sociedad de Obreros Molineros; en 1882 la Unión de Oficiales Yeseros; en 1883 la Sociedad de Resistencia de Obreros Marmoleros; en 1885 la Sociedad Internacional de Carpinteros, ebanistas y anexos; en 1887 la Fraternidad de Maquinistas y fogoneros ferroviarios y la Sociedad de Resistencia de Obreros Panaderos, y en 1890 la Unión de Obreros Albañiles.
Todas estas organizaciones comenzaron a exigir sus derechos; reclamaban aumentos salariales, mejores condiciones de trabajo, reducción de la extensa jornada laboral, etc.
Dentro de ellas convivían las distintas ideologías y sus militantes : “A impulsos socialistas y anarquistas comenzaban los trabajadores a gravitar en la política argentina”, escribe Félix Weinberg. Estaban bastante definidas en nuestro país de finales del siglo XIX, las que influían en las clases trabajadoras. Por las calles las autoridades del gobierno se enfrentaban con nuevos problemas.
Respondieron a estas con represión, tomando medidas de control, investigación y seguimiento de activistas dentro de estas agrupaciones obreras, en muchos casos encarcelando a los dirigentes sindicales y clausurando sus locales de reunión.
Un cuerpo especial de investigaciones se encargaba de perseguir a los sospechosos de actividades que pudieran generar revueltas entre los trabajadores, mientras iban surgiendo, con el correr de los años, y las nuevas instalaciones industriales, nuevas agrupaciones obreras y sindicatos. Los centros y organizaciones anarquistas y socialistas proliferaban.
En 1872, se creó en Buenos Aires, por acción de veteranos comuneros, una Sección Francesa, filial de la Asociación Internacional de los Trabajadores; luego se fundarían una Sección Italiana y otra Española.
En 1884 se fundó el Círculo Comunista Anarquista y en 1885 el Círculo de Estudios Sociales, ambos gestados por el anarquista Enrico Malatesta. En los años siguientes se constituyeron nuevos centros obreros de tendencia socialista. Trabajadores de distintas nacionalidades, entre ellos argentinos, dieron origen a una agrupación socialista, que luego cambió su nombre por Centro Socialista Obrero, en 1894. Conformaron el Partido Socialista Obrero Internacional, que se convirtió más tarde en el Partido Socialista Obrero Argentino.
Los distintos grupos de trabajadores fueron realizando intentos de organizar sus fuerzas agrupándose en la Federación de Trabajadores de la Región Argentina, que fue integrada en el comienzo por cinco sindicatos.
En 1901 nació una nueva federación obrera en la cual convivieron anarquistas y socialistas, pero un año después los socialistas se apartaron y crearon la Unión General de Trabajadores, bajo la dirigencia de los sindicalistas.
En 1909 se formó la Confederación Obrera Regional Argentina y, en 1914, se consolidó la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), que fue la sucesora de la Federación Obrera Argentina, en 1901.
Pero ante estos datos significativos de la conformación de los sindicatos obreros, había surgido a lo largo de casi treinta años una realidad completamente diferente de aquella en que prosperaban las ideas de un país próspero, rico y abierto al mundo.
Las convulsiones sociales cada vez eran más difíciles de controlar; además, entre los mismos anarquistas y socialistas aparecían muchas divergencias de ideas y prácticas.
Era entre los anarquistas o ácratas, o como también se les llamaba, individualistas o anti-organizadores, donde se veía al atentado violento como una herramienta apta para llevar adelante sus ideas. No concordaban con la forma organizada de defensa de los trabajadores, sino que aplicaban métodos más violentos, que justificaban a través de su prensa y sus difusores.
Diferencias, métodos y prácticas
Para los individualistas el hecho de pertenecer a una organización, significaba la anulación del individuo, por ello no se ponían de acuerdo en la formación de los sindicatos obreros. Transplantadas las ideologías aparecidas en Europa después de la revolución industrial, se trasladaban a estas tierras las divergencias entre socialistas y anarquistas europeos, que ya habían dado lugar a enfrentamientos.
El anarquismo apelaba sólo al individuo, en tanto el sindicalismo lo hacía también a la clase. El primero perseguía la emancipación integral del individuo, el último la emancipación integral del obrero.
Difirieron del socialismo en el fin y en los métodos. Este tenía como fin el control de los medios de producción por la comunidad. El objetivo del sindicalismo era el control de la producción por parte de los sindicatos autónomos.
Se vislumbraba una dicotomía entre el concepto de lograr su objetivo, —la defensa de los trabajadores—, por intermedio de las organizaciones sindicales, operar de manera individual o infiltrarse en los sindicatos.
Los principales ideólogos anarquistas que llegaron a la Argentina fueron, entre otros, Enrico Malatesta, José Prat, Antonio Pellicer Paraire y Pietro Gori.
Malatesta tenía un contacto en Buenos Aires, Ettore Mattei, arribado hacia 1870 con un grupo de camaradas internacionalistas: Franco Pezzi, su esposa Luisa Minguzzi, Galileo Palla, Césare Agostinelli y otros más. Mattei estaba conectado con obreros italianos emigrados.
Malatesta fundó en la calle Bartolomé Mitre 1375, el “Círculo de Estudios Sociales”, y publicó en 1885, el periódico “La Questione Sociale”, (homónimo del realizado en Florencia allá por 1884) con vigencia hasta 1886.
Este italiano recorrió todo el territorio argentino, residiendo durante meses en el sur, y se contactó con camaradas de distintas nacionalidades: españoles, rusos, etc., que también pregonaban sus ideas a través de conferencias, organizaciones obreras y periódicos.
Otro intelectual importante fue Pietro Gori, abogado, que llegó el 21 de junio de 1898. Se dedicó, entre otras cosas, a dar largas conferencias, incluso a los estudiantes de la Facultad de Derecho, donde lo invitaron a dar un curso de criminología moderna, que fue titulado por Gori “Evolución de la Sociología Criminológica”. Las autoridades de la Universidad al observar su tendencia política no le cedieron sus aulas, lo que provocó la protesta de los estudiantes, que lograron un cambio de actitud.
Gori era una figura de mucho peso entre los anarquistas; el que demostraba de manera más “racional” el ideal anarco-socialista, lo que favorecía la creación de más grupos de esa tendencia. Personaje casi romántico, gozó de la admiración del público femenino. En sus discursos remarcaba la explotación de las mujeres, tanto por parte de los patrones como de los hombres en general. La actividad de este anarquista en la Argentina se propagó hasta 1902.
Entre los grupos de inmigrantes no sólo habían llegado campesinos, artesanos y hombres de oficio, sino también enérgicos intelectuales que provocaron un vuelco en la historia social de la Argentina.
El país ya no era el ideal que se pretendía en la asunción de Roca; había variado en demasía, las huelgas, como método de protesta obrera, se habían intensificado a partir de 1888.
En enero de ese año los panaderos realizaron una huelga, debido al atropello policial ocurrido en una asamblea para lograr mejoras salariales. Duró diez días y los patrones decidieron aceptar las peticiones del gremio. Las autoridades del gobierno comenzaron a sentir la presión de estos grupos obreros, que no se contentaban con discutir ideas en sus reuniones.
El 1° de mayo la gota rebalsó el vaso de la pugna entre los representantes del poder y las organizaciones obreras.
Se realizaban ese día dos actos obreros, uno organizado por la U.G.T. (socialistas) citado a las tres de la tarde, en donde hablarían Angel Mantecón y Alfredo L. Palacios.
El otro era de la F.O.R.A. anarquista, una concentración en la plaza Lorea, para marchar luego por avenida de Mayo, Florida hasta plaza San Martín y de allí por el Paseo de Julio hasta la plaza Mazzini.
“Enseguida después del mediodía la plaza Lorea comienza a poblarse de gente extraña al centro; mucho bigotudo, con gorra, pañuelo al cuello, pantalones parchados, mucho rubio, algunos pecosos, mucho italiano, mucho ruso y bastantes catalanes. Son los anarquistas, llegan las primeras banderas rojas, “¡mueran los burgueses!”, “¡¡Guerra a la burguesía!!”, son los primeros gritos escuchados. Llegan estandartes rojos preferentemente con letras doradas. Son las distintas asociaciones anarquistas. A las dos de la tarde la plaza ya está bien poblada, hay entusiasmo, se oyen gritos, vivas, cantos y murmullos que van creciendo como una ola.
El momento culminante lo constituye la llegada de la asociación anarquista”Luz al soldado”, parece ser la más belicosa, han llegado por la calle Entre Ríos y, según los partes policiales, a su paso han roto vidrieras de panaderías que no cerraron sus puertas en adhesión al Día del Trabajo; han bajado a garrotazos a guardas y motoristas de tranvías y han destrozado coches de plaza y soltado caballos. Pero falta la otra piedra del yesquero para que se origine la chispa.
En avenida de Mayo y Salta se detiene de improvisto un coche. Es el coronel Ramón Falcón, jefe de policía. La masa lo reconoce y ruge: “¡abajo el Coronel Falcón!”, “¡mueran los cosacos!”, “¡guerra a los burgueses!”
Tal es la cita textual que hace Osvaldo Bayer en su ensayo sobre Simón Radowisky.
Las consecuencias de este primero de mayo fue un saldo importante de muertos, heridos y detenciones policiales; se había rebalsado el vaso…
Fueron detenidos varios anarquistas y se organiza un paro general hasta que Falcón no presentara su renuncia.
Algunos de los líderes de estos grupos anárquicos, habían tenido antecedentes de serios problemas en sus países de origen. Falcón y el grupo de investigaciones policiales venían tras la pista de un joven ruso de tan sólo 25 años; su nombre: Pablo Karaschini. Se empleaba en una empresa de limpieza ubicada en la calle Junín 971, llamada “La Española”, y se suponía, era el jefe de un grupo de actividades terroristas.
El día anterior al atentado contra el coronel Falcón, domingo 13 de noviembre de 1909, se frustró un intento de atentado que iba a llevar a cabo Karaschini a la capilla del Carmen, ubicada en el barrio de la Recoleta, también escenario del asesinato de Falcón.
“Caras y Caretas”, expresaba lo siguiente: “Debemos admitir que el terrorismo ha echado verdaderas raíces en Buenos Aires, el atentado del domingo parece que lo confirma y en su presencia el público y los periódicos lo consideran así. Empieza a creerse que el divertido episodio de la Boca, a pesar de sus caracteres burlescos, algo significaba en el fondo: que la explosión producida en el convoy de obreros de la línea del Sud, no era un simple caso excepcional y que la bomba de la calle Corrientes era algo más que la consecuencia de los sucesos del primero de mayo.
No se admite que la tentativa contra la capilla del Carmen sea un mero último colapso del asunto Ferrer como muy bien podrían indicarlo algunos antecedentes del asunto. Tan sólo la máquina infernal arrojada al Presidente de la República permanece desprovista de trascendencia…” y continúa el artículo: “Su joven portador se entregó sin resistencia y fue conducido preso al departamento central de policía, donde declaró llamarse Pablo Karaschini. En cuanto al paquete contenía una bomba cuyo poder bastaba para reducir a escombros la popular capilla”.
No eran mera casualidad estos atentados, que cada vez se incrementaban más.
El “modus operandi” era el mismo, un individuo con un paquete en la mano, caminando hacia el lugar determinado, de pronto arrojaba una bomba.
¿Qué justificaba esta violencia?, ¿la situación social que el país vivía en ese momento?, ¿un complot armado vaya a saber por quién, para sembrar el terror y crear desorden?, ¿o un grupo de idealistas importados que cumplían sus ideales lejos de su tierra natal?
Las respuestas pueden ser todas. Cierto es que llamaban la atención la crudeza y la frialdad de estos individualistas, y sobre todo también la poca edad que tenían.
El 14 de Noviembre de 1909 estallaría otra bomba…
El atentado a Falcón fue como un balde de agua fría para el gobierno, el presidente y muchos gremialistas.
Las consecuencias: la muerte de Falcón y su joven ayudante Alberto Lartigau, de veinte años.
Tras la bomba, las heridas fueron de extrema gravedad, el coronel presentaba una herida desgarrada con fractura de la rodilla izquierda y otra herida en el tercio medio de la pierna derecha, varias en el pecho, y una en la frente.
El joven Lartigau tenía heridas en la pierna derecha, con fractura de los huesos de la pierna izquierda, y el cochero que los conducía, un italiano de nombre Ferrari, presentaba contusiones en la espalda.
Los heridos fueron operados inmediatamente, debiendo amputarse la pierna izquierda del jefe de policía, quién falleció a las 2:15 P.M. El deceso de Lartigau se produjo unas horas más tarde.
Cuando se les dieron los primeros auxilios, Falcón pedía que ayudaran a los otros heridos. Seis meses antes de este hecho, el comisario don José Vieyra ordenó con toda reserva que un agente de investigaciones siguiera disimuladamente al coronel quien, enterado unos días después, prohibió que se distrajera personal para el cuidado de su persona. La vigilancia cesó.
La noche anterior a su muerte había recibido dos cartas anónimas en su despacho. El mismo día que entregaba al ministro del interior un informe sobre actividades anarquistas en el que constaba la indagación realizada a Karaschini, logrando prevenir el atentado a la iglesia del Carmen.
Cuando recibió los anónimos, expresó a sus colaboradores que “los anarquistas me tienen dedicada siempre la famosa bomba”.
Evidentemente no era un personaje querido por estos grupos extremistas. Ante la insistencia de muchos (no sólo sus enemigos jurados, los anarquistas) por obtener su renuncia a la jefatura de policía, el presidente Figueroa Alcorta se expidió: “Falcón va a renunciar el día en que yo termine mi período presidencial.”
Tanto el 14 como el 15 de noviembre, los diarios detallaban todos los pormenores del incidente. Daban el lugar exacto del atentado: “El coche partió por la Av. Quintana hacia el este, llevaba la capota baja, por la acera había bastante concurrencia y el coronel y el secretario saludaron a gente conocida.”
Al llegar el coche a la esquina de Callao, según la declaración de un testigo que iba detrás del milord que fue violentado, un individuo que se hallaba casi en el centro de la calzada alzó las manos y arrojó la bomba que cayó en el piso del coche.
Las consecuencias fueron muchas luego del atentado. Inmediatamente se estableció el estado de sitio. A las 23:15 de esa misma noche el documento quedó listo y fue firmado por el presidente Figueroa Alcorta.
Las autoridades plantearon la necesidad de introducir reformas en el código penal para castigar los actos criminales del anarquismo.
En cuanto a la expulsión de individuos peligrosos, se aplicaría a rajatabla la ley 4144 de residencia, que había sido sancionada en 1902 basándose en un proyecto realizado en 1889 por Miguel Cané. Esta ley consta de dos artículos:
Art. 1: “El poder ejecutivo podrá ordenar la salida del territorio de la Nación Argentina a todo extranjero por crímenes o delitos de derecho común”.
Art. 2: Dispone la expulsión de todo extranjero cuya conducta comprometa la seguridad nacional y el orden público.”
Se realizaron muchas declaraciones en repudio de estos atentados, no solamente por parte de las autoridades del gobierno, sino también entre algunos grupos sindicales que en algún momento habían compartido y trabajado con los anarquistas en el logro de sus ideales en defensa de la clase obrera.
Alfredo Palacios declaró en el diario “La Nación” del 15 de noviembre: “Repruebo enérgicamente el atentado por convicción y por sentimiento, y porque soy el primero en deplorar sus dolorosas consecuencias. La violencia personal, que cuando no es la explosión de instintos criminales, es la expresión de la pasión fanática, no constituye un proceso normal en la transformación social. El atentado es contraproducente, pues la sociedad dado su carácter, hace imposibles las modificaciones repentinas, el autor de él es fatalmente un hombre incapaz de actividades superiores y esteriliza sus energías porque tiene un falso concepto de los hechos sociales. Si es un fanático y dice obrar en nombre de principios es el primero en ofenderlos, pues realizando el acto antisocial desprecia la vida y la solidaridad humana. Los males de la sociedad no derivan de la voluntad de los hombres, sino del sistema, de ahí que sea absurdo y brutal el odio a los individuos que determinan atentados personales. Repudio el acto instintivo, salvaje. Frente a él es menester proclamar la oposición razonada, serena y reflexiva.”
También se manifestaron otros grupos sindicales ante la declaración del estado de sitio. Así lo publicado en “Nuestra Defensa”, perteneciente a la F.O.R.A.:
“Compañeros: Reunidos los delegados de las sociedades obreras de la Capital, en su mayoría con asistencia de delegaciones de las sociedades en el Hipódromo, en vista de la gravedad de la situación en que se halla colocado el trabajador en esta región a raíz del atentado al jefe de la policía, coronel Ramón Falcón, hase acordado lo siguiente:
Considerando que el jefe de policía coronel Falcón, se había ganado antipatías y odios por el exceso de crueldad con el obrero, que llegó a conocer sus proyectos draconianos tendientes a favorecer bolsillos de los capitalistas en detrimento del productor ametrallado cobardemente en la vía pública, ocasionando numerosos muertos y heridos, y que es bien conocida su actuación brutal contra el pueblo que protestó contra los altos alquileres, es muy lógico que surgiese un hombre no dejando impune esos delitos.
Considerando así que el estado de sitio por dos meses, concebible solo a raíz del estallido de una revolución, fue impuesto por los zánganos del gobierno para arrasar, atropellar e incendiar los diarios obreros “La Protesta” y “La Vanguardia”.
El autor del atentado
Se solicitó a los periodistas que no se dieran detalles ni se hicieran comentarios de la persona que había realizado el hecho. Aparecían frases tales como “loco sin nombre y sin patria”, como el mismo se había encargado de establecerlo en sus primeras declaraciones ante la autoridad.
El autor del atentado resultó ser un joven anarquista de sólo dieciocho años, quien se sospechaba pertenecía al grupo de Karaschini. Su nombre era Simón Radowisky y fue detenido inmediatamente después de que arrojara la bomba. Él mismo se había herido con su revolver en el pecho y había intentado escapar.
Mucho se escribió sobre Radowisky. Hasta el día de hoy es un personaje al que algunos consideran mártir y héroe, especialmente los integrantes de grupos anárquicos que aún existen o por lo menos así se proclaman.
El joven ruso no pudo ser fusilado, ya que días después de su detención un familiar suyo presentó la partida de nacimiento, que permitía comprobar que era menor de edad y por lo tanto debió ser encarcelado, evitando un seguro fusilamiento.
Antes de ser enviado a la penitenciaria nacional fue interrogado varias veces.
Sus señas particulares eran: piel blanca, pequeño bigote rojizo, medio lampiño, facciones huesudas, mandíbula de boxeador y orejas grandes. En el momento de la detención vestía saco azul marino, pantalón negro, botines de becerro, sombrero de chambergo negro, y corbata verde con cuello volcado de camisa de color.
Tras su identificación, se supo que se domiciliaba en un conventillo ubicado en la calle Andes 194, y que había llegado al país en 1908.
Se estableció en Campana como obrero mecánico en los talleres del Ferrocarril Central Argentino, y luego en Buenos Aires, como herrero y mecánico.
A pesar de su corta edad tenía un frondoso prontuario. Un antecedente presentado por el Dr. Ernesto Bosch, ministro argentino en París, daba cuenta que Radowisky había participado en disturbios en Kiev, Rusia, en 1905, y debido a estos hechos estaba condenado a seis meses de prisión.
Pertenecía al grupo ácrata dirigido por el intelectual Petroff, juntamente con Karaschini y otros temidos y buscados anarquistas.
A la penitenciaría habían ido a parar pesados personajes a los cuales se les había frustrado el intento de homicidio a los presidentes Quintana y Figueroa Alcorta.
Estos eran Francisco Solano Regis y Salvador Planas Virella. Ambos fueron noticia el 6 de enero de 1911 porque escaparon de la penitenciaria. Radowisky no había podido participar de esa ocasión junto a sus compañeros.
Después de la fuga, se decide enviar a Radowisky al famoso “infierno blanco”, como se llamaba vulgarmente a la cárcel de Ushuaia, lugar donde iban destinados los peores criminales o reincidentes, sin olvidar perseguidos políticos de otras características.
Resulta interesante lo que declara Simón Radowisky a un periodista que llega hasta allí y lo entrevista:
“Maté porque el 1° de Mayo de 1909 el coronel Falcón, al frente de los cosacos americanos, dirigió la masacre de la Av. de Mayo contra los trabajadores y mi indignación llegó al paroxismo cuando sufrí la vergüenza de comprobar que los representantes del pueblo en las cámaras aplaudían esa actitud del citado jefe de la policía.”
“Soy hijo del pueblo trabajador, hermano de los que cayeron en la lucha contra la burguesía y como la de todos, mi alma sufrió por el suplicio de los que murieron esa tarde, solamente por creer en el advenimiento de un porvenir más justo, más libre y más bueno para la humanidad.”
El 7 de noviembre de 1918 Radowisky ayudado desde afuera por un grupo de anarquistas, se fugó del penal, pero fue encontrado 7 horas después en Aguas Frías, a 12 kilómetros de Punta Arenas, Chile. Tras este intento permaneció hasta enero de 1921 en una celda aislada, sin luz y con media ración de alimento.
Al asumir Hipólito Yrigoyen su segunda presidencia se bosquejó la idea de indultar a Radowisky. El día 13 de abril de 1930, en el cine Moderno, situado en la calle Boedo 932, se realizó un acto “por la liberación de Simón Radowisky”.
El mismo fue organizado por la F.O.R.A. y la Federación Obrera Local Bonaerense, organizaciones que venían ejerciendo presión hacia el presidente Yrigoyen, para lograr el indulto de su compañero anarquista.
El lunes 14 el presidente tomó la determinación de indultarlo, haciendo la salvedad de que, a la vez, era desterrado del país. Radowisky fue puesto en libertad y llevado al buque “Ciudad de Buenos Aires”.
En Uruguay comenzó una nueva vida; sus compañeros le buscaron trabajo, y en tiempos sucesivos realizó varios viajes al Brasil. En 1933 se dictó en el Uruguay una ley contra los extranjeros indeseables y volvió a ser detenido en la cárcel de la isla de Flores, recuperando la libertad el 21 de marzo de 1936.
Ese mismo año viajó a España, y en Madrid se vinculó con el comando anarco-sindicalista, hasta que en el año 1939, una vez finalizada la guerra civil, tras pasar a Francia escapando de los fusilamientos, regresó a América y residió en México con el nombre de José Gómez.
Murió a los 65 años de un ataque cardíaco. Así finalizó su vida la otra de las caras de esta historia.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año II – N° 8 – Marzo de 2001
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Grupos, Partidos, agrupaciones, TRABAJO, Actividad-Acción, Asociacionismo
Palabras claves: Ramón Falcón, militar, diputado, obrero, anarquismo
Año de referencia del artículo: 1898
Historias de la Ciudad. Año 2 Nro8