A lo largo de su existencia —falleció a los 72 años, a pesar de su precaria salud—, San Martín vino siete veces a Buenos Aires. La primera , poco antes de marcharse a España, llevado por sus padres. La última en 1880, después de treinta años de su muerte, cuando sus restos fueron traídos a esta ciudad para dar cumplimiento a su voluntad testamentaria.
I. La misionera Yapeyú
A fines de 1783, Juan de San Martín y Gregoria Matorras ponían fin a su estancia en América al volver a la España natal, llevándose con ellos a los cinco hijos —una mujer y cuatro varones—, criollos todos.
Uno solo volvería a la tierra de su nacimiento. Fue José, el menor de los cinco, venido al mundo el 25 de febrero de 1778 en la ciudad ahora llamada simplemente Yapeyú y resurgida en jurisdicción de Corrientes a fines del siglo XIX. Había sido fundada por los jesuitas el 4 de febrero de 1627 con el nombre de Nuestra Señora de los Tres Reyes de Yapeyú. En esa población, tras la expulsión de los religiosos, fue teniente de gobernador el capitán Juan de San Martín, de guarnición en la región rioplatense desde 1765, esposo de Gregoria Matorras, llegada a Buenos Aires dos años después. Formalizado el matrimonio en 1770, tuvieron sus tres primeros hijos en la Banda Oriental, donde él administraba la vasta hacienda de Calera de las Vacas, confiscada por el gobierno real a los jesuitas. Los dos últimos nacerían en Yapeyú.
La familia en Buenos Aires
¿Cuándo vino José por primera vez a Buenos Aires? Quizá fue en 1779, cuando tenía poco más de un año de edad, traído por su madre, quien viajó a la capital virreinal para gestionar el cobro de haberes adeudados de su esposo. ¿O fue en torno de 1781, al trasladarse toda la familia desde Yapeyú, tras cesar don Juan en la tenencia?
Al poco tiempo de estar en Buenos Aires, don Juan testó por creer inminente su muerte, pero logró recuperar su salud. Poco después adquirió dos propiedades: una, “la casa grande”, situada en la actual calle Piedras, entre las de Moreno y Belgrano, por donde ahora pasa la Diagonal Sur. Se levantaba en la acera que mira al Oeste, en el barrio de San Juan, cerca del templo homónimo (Alsina y Piedras) y de su contiguo convento de Santa Clara, de las monjas capuchinas, trasladado años atrás al partido bonaerense de Moreno. Mientras allí vivió la familia San Martín, en la casa que estaba al fondo gateaba Juan Gregorio de Las Heras, nieto de sus dueños. La otra propiedad, “la casa chica”, se hallaba en el barrio de Monserrat, en la calle Venezuela entre las de Tacuarí y San Cosme y San Damián. Esta fue vendida en 1791.
Dice Ricardo Rojas en “El Santo de la Espada”, repitiendo y aún acrecentando lo dicho por otros, que en la ciudad porteña “el niño misionero vivió cuatro años (…) llegó a la edad de la razón (…), lo iniciaron en la doctrina cristiana, en la historia sagrada, en la gramática que enseñaban en las escuelas de esa época; aquí aprendió a leer y escribir”. Es posible que en esos años de Buenos Aires, doña Gregoria le haya enseñado las oraciones cristianas y narrado episodios bíblicos, amén de introducirlo en los rudimentos de la lectura, pero seguramente nada tuvo él que ver en ese tiempo ni con la gramática ni con una escuela. ¿Por qué? Porque según los usos y costumbres de la época no era lo propio de su edad. A los dichos de Rojas podrían agregarse otras fantasías, por ejemplo las de quienes insinúan o afirman que habría compartido el aula con Nicolás Rodríguez Peña —que tenía cinco años más que él— y con Gregorio (Goyo) Gómez Orcajo, cuya edad apenas pasaba de los tres años…
No habiendo logrado tener aquí el destino militar al que aspiraba y recibido orden de retornar a España, don Juan viajó con doña Gregoria y la prole a Montevideo para embarcarse a fines de noviembre o comienzos de diciembre de 1783 en la fragata Santa Balbina. En marzo del año siguiente estaban en Cádiz.
II
Mientras en el Buenos Aires de 1810 comenzaba el movimiento independentista del antiguo Virreinato del Río de la Plata, José de San Martín, en su condición de oficial del ejército real, combatía en España contra los invasores franceses. Recordemos sus dichos a Ramón Castilla, a la sazón presidente del Perú, en la carta que le envió el 11 de septiembre de 1848: “Como usted, yo serví en el ejército español, en la Península desde la edad de trece a treinta y cuatro años, hasta el grado de teniente coronel de caballería. Una reunión de americanos en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos acaecidos en Caracas, Buenos Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento, a fin de prestarle nuestros servicios en la lucha, pues calculábamos se había de empeñar”. Veinte años antes, en 1827 había dicho algo similar, pero más preciso por el lugar adónde había decidido regresar, a su antiguo subordinado Guillermo Miller: “El general San Martín no tuvo otro objeto en su ida a América que el de ofrecer sus servicios al gobierno de Buenos Aires…”.
El regreso al país nativo
Cumplió su propósito tras pedir su retiro del ejército real. Sucesivamente, pasó de España a Portugal y a Inglaterra, donde se embarcó en la fragata George Canning. Esta, en viaje directo, arribó a Buenos Aires el 9 de marzo de 1812. Mientras se preparaba el desembarco —del navío al lanchón y de éste a la carretilla—, San Martín y sus compañeros de viaje miraban con ojos escrutadores a Buenos Aires. El historiador Héctor Juan Piccinali lo imagina así: “… contemplaron desde el río el caserío chato de blancas casas bajas, donde emergían las bellas torres de sus iglesias, sonoros campanarios cuyos repiques acaso les sugirieron un saludo de bienvenida. Más allá del Fuerte, hacia el norte, divisaron las verdes barrancas del Retiro, anticipada primicia de las fértiles pampas infinitas, famosas por sus incontables ganados”.
El periódico oficial Gazeta de Buenos Ayres, en su edición del 13 de marzo, dio la noticia de la llegada de quienes “han venido a ofrecer sus servicios al gobierno”, entre ellos Carlos María de Alvear y Balbastro, de buena situación financiera. Piccinali cree que San Martín, invitado por aquél, se alojó inicialmente en la casa de los Balbastro, situada en la calle Sarmiento entre Reconquista y 25 de Mayo (por entonces Santa Lucía, San Martín —por el de Tours— y Santo Cristo, respectivamente). De no haber ocurrido así, acepta como posibilidad su hospedaje en la fonda de los Tres Reyes, en la calle del Santo Cristo entre las de Las Torres (Rivadavia) y Piedad (Bartolomé Mitre).
Los granaderos y la Logia Lautaro
A poco de llegar, San Martín se presentó al gobierno triunviro, del que era secretario Bernardino Rivadavia, desde entonces su constante enemigo político. A pesar de no faltar quienes lo acusaban de ser agente de los ingleses o de los franceses, —aún se llegó a sospechar que pudiera ser espía español—, el 16 de marzo se le reconoció su grado militar y se le encomendó organizar un escuadrón de granaderos a caballo. Comenzó a hacerlo en el cuartel de la Ranchería, en Alsina y Perú (entonces San Francisco y Del Correo), lado Sudoeste, para proseguir después en el del Retiro, situado aproximadamente en la intersección de las actuales calles Arenales y Maipú, dando espaldas al río, que al crecer llegaba hasta el pie de la barranca. Con ese primer escuadrón más otros dos que se formarían a lo largo del año, se creó en diciembre un regimiento, a cuyo frente continuó estando San Martín, ya ascendido a coronel.
Paralelamente con su actividad castrense, San Martín, acompañado por civiles y militares —Alvear en primer término—, se dio a la tarea de formar una sociedad secreta de estricta finalidad política para unificar esfuerzos y objetivos. A corto plazo, éstos eran dos: Independencia y Constitución. Los logistas debían actuar públicamente en concordancia con las decisiones tomadas en secreto por la sociedad. Esta recibió el nombre de Lautaro por el indígena araucano que sucumbió en la lucha contra los conquistadores españoles, denominación que también había sido dada a una preexistente en Europa. Según parece, la logia deliberaba, al menos en un comienzo, en una barraca de la actual calle Balcarce, muy cerca de Venezuela. Las decisiones sobre actividades políticas públicas por realizarse eran difundidas por su vocero exterior, la Sociedad Patriótica, dirigida por Bernardo de Monteagudo. Esta se reunía, a puertas abiertas, en el edificio del Real Consulado, sito en la actual calle San Martín entre las de Bartolomé Mitre y Tte. Gral. Juan D. Perón, donde hoy funciona la casa central del Banco de la Provincia de Buenos Aires.
Los sucesivos traspiés políticos del gobierno triunviro impulsaron a la Logia a lograr la deposición de sus miembros. Se lo consiguió el 8 de octubre de 1812, día en el que una concentración de vecinos reunidos en la plaza de la Victoria y acompañados por fuerzas militares, obtuvo del Cabildo que por elección popular se designara a tres nuevos triunviros, como así se hizo. En medio de las negociaciones, los jefes castrenses, entre ellos San Martín, manifestaron que la presencia de las tropas se debía solamente a la necesidad de proteger la libertad del pueblo para que éste pudiera hacer valer sus sentimientos y sus votos.
Casamiento con Remedios
Según Florencia Grosso de Andersen, excelente biógrafa de Remedios de Escalada, ésta le fue presentada a San Martín por Alvear, “el joven acaudalado, sociable y algo frívolo, relacionado con las principales familias porteñas”. ¿Dónde? Bien pudo haber sido en el Campo de Marte, junto al cuartel del Retiro, al que concurrían las familias principales —y la de los Escalada lo era— a presenciar las maniobras de aprendizaje que realizaban los granaderos, exigidos hasta el máximo por su jefe. O quizá fue en la Alameda, el paseo bordeado por ombúes —no por álamos— que se extendía a la vera del río, paralelo a la actual avenida Leando N. Alem, desde Rivadavia a Tucumán, cuyo último resto hoy es la plaza Roma.
El apuesto militar y la niña quinceañera, delgada, menuda y de aspecto frágil, se prometieron en mayo y se casaron el sábado 12 de septiembre de 1812 en la Catedral. El acta respectiva se conserva en la basílica de Nuestra Señora de la Merced, en la que fueron depositados los libros canónicos de la primera parroquia de la ciudad cuando ésta cesó en tal condición en 1830 para ser exclusivamente Catedral. Los flamantes esposos vivieron su luna de miel en una quinta de San Isidro, de la que eran propietarios José Demaría y su cónyuge, María Eugenia Escalada, hermana de Remedios. Todo parece indicar que después, y como era propio de la época, el matrimonio pasó a vivir en la señorial casa de don Antonio José de Escalada, el suegro de San Martín, sita en la intersección de las actuales calles San Martín y Tte. Gral. Juan D. Perón. Muchos años después, esta finca sería donada al Patronato de la Infancia por la nieta del Libertador, Josefa Balcarce y San Martín de Gutiérrez Estrada.
El Año XIII
1813 se inició auspiciosamente para San Martín y sus granaderos. Con 120 de éstos logró derrotar a 300 soldados enviados desde Montevideo —donde mandaban opositores a Buenos Aires— que habían penetrado por el río Paraná y desembarcado en San Lorenzo, muy cerca del convento franciscano de San Carlos. En el combate, librado el 3 de febrero, el flamante coronel estuvo a punto de perder la vida, siendo salvado por el soldado Juan Bautista Cabral —mulato y correntino—, al que la posteridad quiso sargento, grado que según parece le fue dado por el agradecimiento popular y no por autoridad alguna.
San Martín volvió maltrecho pero vencedor a Buenos Aires, donde acababa de iniciar sus deliberaciones la Asamblea General Constituyente, también reunida en el Consulado. Y fue a partir de entonces que comenzó a abrirse una brecha entre los dos antiguos camaradas y amigos: Alvear se mostró dispuesto a lograr el poder político a costa de dejar arrumbado el ideal sanmartiniano de Independencia y Constitución. Gran parte de los logistas dieron apoyo al ambicioso joven.
Casi al concluir el año, San Martín se despidió de su esposa, de sus pocos amigos y de la ciudad. El 18 de diciembre marchó al frente de una expedición auxiliadora del ejército que, al mando de Belgrano, abandonaba el Alto Perú, tras ser derrotado en Vilcapugio y Ayohuma.
El futuro Libertador dejaba por segunda vez a Buenos Aires.
III
Durante su estada en el Norte, sucedió a Belgrano en el mando, reorganizó el ejército, al que acantonó en Tucumán, encomendó la defensa de la quebrada de Humahuaca a Martín Miguel de Güemes y comprendió que se hacía necesario abrir un segundo frente de lucha en la costa peruana, a la que se llegaría desde Chile por vía marítima. Su salud quebrantada lo obligó a dejar el mando.
Después de Chacabuco
“O’Brien, mañana al amanecer marchamos a Buenos Aires”, dijo el reciente vencedor de Chacabuco mientras comía en la cocina del palacio santiaguino que habitaba. “¿A Buenos Aires?”, preguntó el sorprendido ayudante. La respuesta fue inmediata: “Sí, a Buenos Aires. Por Mendoza y mañana, al aclarar el día.” Comenzaba marzo de 1817.
Quedaban en el pasado la gobernación cuyana, la formación de un ejército, el casi increíble cruce de la cordillera andina, la victoria de Chacabuco el 12 de febrero de 1817 y la entrada en Santiago, donde ahora gobernaban otra vez los chilenos en la persona de Bernardo O’Higgins.
Juan Manuel Beruti, en sus “Memorias curiosas”, nos da noticia de su tercera llegada a la ciudad porteña: “El 30 de marzo de 1817. Entró en esta capital el excelentísimo señor don José de San Martín, general del ejército reconquitador de Chile, el que fue recibido por todas las autoridades y corporaciones, con el séquito y opulencia que merecía (n) su persona y glorias adquiridas, con salvas, las calles colgadas de ricos tapices, olivos que formaban calles y un inmenso pueblo que lo acompañaba, entre vivas y aclamaciones, habiéndose a la noche iluminado los balcones del Cabildo, con su correspondiente música y un famoso castillo de fuego puesto en medio de la plaza”.
Como permaneció aquí pocos días, apenas le habrá alcanzado el tiempo para considerar arduos temas políticos con el director supremo Pueyrredón y presenciar, junto a su esposa, los primeros pasos —cómo hacía pininos— que daba Mercedes, la hija nacida en Mendoza al mediar 1815.
Recurramos otra vez a Beruti: “El 19 de abril de 1817. Salió de esta capital, para la de Chile, el señor de San Martín, a quien, dos o tres días antes, se le dio por el excelentísimo Cabildo una comida, que tuvo de costo más de tres mil pesos”.
IV
Corridos cinco días de su gran triunfo en Maipú —que dejó casi en el olvido la derrota de Cancha Rayada—, San Martín cruzó una vez más la cordillera andina a pesar de que ya caían las primeras nieves y se dirigió, por cuarta oportunidad, a la Capital de las Provincias Unidas.
Otra vez en Buenos Aires
Tornemos a Beruti: “El 12 de mayo de 1818. Entró en esta capital de incógnito, como a las cuatro de la mañana, el invicto general defensor de Chile, el excelentísimo señor don José de San Martín, dejando burladas las prevenciones que estaban hechas, en la calle principal de la Victoria (Hipólito Yrigoyen desde 1946), de varios arcos triunfales, jardines, colgaduras, etcétera, que con anticipación se habían puesto, tanto por el supremo gobierno como por el excelentísimo Cabildo y vecindario, que lo querían recibir, y que su entrada fuera en triunfo, pues todo lo merecía la heroicidad de sus acciones militares”.
En esta ocasión, el Gran Capitán permaneció en Buenos Aires cuarenta días. El domingo 17 de mayo fue recibido en triunfo por el Congreso de las Provincias Unidas, también reunido en el edificio del Consulado, hasta donde, desde el Fuerte, llegó a pie acompañado por Pueyrredón, mientras resonaban las bandas militares y las aclamaciones de una multitud de compatriotas. Poco después se trasladó a San Isidro, donde se alojó por varios días en la quinta del director supremo, con quien analizó los planes que permitirían armar la flota necesaria para llegar al Perú.
“El 4 de julio de 1818. Se regresó de esta Capital para la de Chile el señor general don José de San Martín”, según anota Beruti en su Diario. Le faltó agregar que con él se marcharon Remedios y Mercedes, quien así volvía a Mendoza, la ciudad natal.
V
En 1820 partió desde Valparaíso la expedición libertadora del Perú; San Martín declaró su independencia un año después y al siguiente, 1822, renunció
al cargo de Protector, marchándose de Lima hacia Chile, donde debió soportar larga enfermedad. El 4 de febrero de 1823 arribó una vez más a Mendoza y se alojó en su chacra de Los Barriales. Hasta allí le llegaban informaciones sobre los asuntos políticos y militares que ocurrían en el Perú, como también noticias enviadas desde Buenos Aires, relativas a la salud de su esposa, acosada por la tisis. Un día aciago se enteró de su muerte, ocurrida el 3 de agosto.
Adiós a la tierra nativa
El 4 de diciembre de 1823 volvió el héroe por quinta vez a Buenos Aires. Lo anotó Beruti, aunque en esta ocasión no se limitó a la noticia, sino que trazó una amplia biografía, no siempre con datos exactos. Así dijo de Yapeyú que era un pueblo de las misiones del Paraguay; que se había marchado a España con sus padres a la edad de ocho años, y que “destinado a la carrera de las armas fue admitido en el Colegio de Nobles de Madrid”. Beruti, que sin duda lo admiraba, dejó constancia de que “en uno de estos días llegó a la ciudad de la de Mendoza quien se presentó al público como un mero ciudadano, el excelentísimo señor don José de San Martín”, tras lo que enumeró todos sus títulos y honores.
A poco de arribar y tras dejar sus maletas en la fonda de los Tres Reyes, se dirigió a la casa de los Escalada, donde ya no estaba su suegro don Antonio, fallecido en 1821. No encontró allí a su viuda, Tomasa de la Quintana, ni a su hija Mercedes. La proximidad del verano había determinado el traslado de la familia al quintón que por entonces era propiedad de Bernabé Antonio de Escalada, hijo primogénito de don Antonio y medio hermano de la esposa del Libertador, quien había muerto allí. Recordemos que el actual Parque Ameghino, en el barrio de Parque de los Patricios, fue construido en el predio que otrora había ocupado el mencionado quintón, cuya vivienda estaba próxima a la actual esquina de Caseros y Monasterio.
Dice Gastón Federico Tobal, en su libro Evocaciones porteñas, que “con las primeras luces del alba, al día siguiente, el tío Congo (esclavo de los Escalada) lo guía en su triste visita a la Recoleta y en el camino recogen a don Julio Estenard, el modesto artífice que en la lápida de mármol había de grabar el sencillo epitafio a la pobre niña que sacrificara por sus heroicas empresas en honor de la Patria”.
Acerca de esto, agrega Florencia Grosso de Andersen: “Desvalida y solitaria encuentra el Libertador la sepultura de Remedios en el descampado de la Recoleta. Temprana ocupante, aún no se alzan en su entorno tumbas patricias y es la suya un exiguo espacio de tierra removida. El le ofrendó la simple dignidad del mármol y un epitafio de austeridad sanmartiniana: “Aquí descansa Remedios de Escalada, esposa y amiga del general San Martín. 1823”. Fue en esta ocasión en la que el Libertador conoció el reciente cementerio público de la ciudad, inaugurado el año anterior, al que hará referencia en su testamento.
El 10 de febrero de 1824 se embarcó junto con su hija en el barco francés Le Bayonnais. Ya a bordo, escribió una carta a su compadre Federico Brandsen en la que le decía esto: “Dentro de una hora parto para Europa con el objeto de acompañar a mi hija para ponerla en un colegio en aquel país y regresaré a nuestra patria en todo el presente año, o antes, si los soberanos de Europa intentan disponer de nuestra suerte”.
VI
Tuvieron que pasar cinco años para que se decidiera a volver por sexta vez a Buenos Aires. Dejó a su hija en el colegio belga en que estaba pupila, al cuidado de su hermano Justo Rufino, y pasó a Gran Bretaña para visitar a Guillermo Miller, su antiguo subordinado. El 21 de noviembre de 1828 partió desde el puerto de Falmouth a bordo del Countess of Chichester, barco de vapor que por primera vez hacía su viaje al Río de la Plata. Acompañado por un criado, se anotó en el registro de a bordo con el nombre de José Matorras. Creía volver a un Buenos Aires donde la situación política se había estabilizado bajo el gobierno del coronel Manuel Dorrego, a quien conocía por haber formado parte del Ejército del Norte.
En las balizas exteriores
En su edición del 9 de febrero de 1829, el periódico porteño El Tiempo daba cuenta de que el barco inglés había fondeado en balizas exteriores y que a su bordo viajaba San Martín, “que volvía al seno de su patria a pasar sus días en el sosiego de la vida privada, después de cinco años de ausencia. Este general ha pedido desde su bordo su pasaporte para Montevideo, donde piensa pasar algún tiempo hasta que se arreglen nuestros negocios domésticos. Estamos informados de que gobierno le ha concedido pasaporte”.
No era exacto que el Libertador llegaba en esta ocasión para quedarse en su patria; en cambio sí lo era que no había desembarcado, que había decidido no hacerlo para no verse mezclado en la guerra civil provocada por la rebelión del general Juan Lavalle, azuzado por los antiguos unitarios primero para desalojar del mando a la autoridad legítima —la Legislatura y el gobernador Dorrego— y después para darle muerte a éste. San Martín tenía del militar sublevado un alto concepto como combatiente, pero consideraba que era un león enjaulado al que sólo había que abrirle la puerta al comenzar la lucha. Nunca llegó al extremo del juicio de Esteban Echeverría, que tiempo después lo consideraría “una espada sin cabeza”.
Curiosamente, esta vez nada anotó Beruti en su diario. Quizá porque no llegó a enterarse de que en la ocasión José de San Martín sólo pudo mirar a Buenos Aires desde balizas exteriores. Tampoco supo que el viajero permaneció unos tres meses en Montevideo, de donde partió el 6 de mayo rumbo a Falmouth, esta vez a bordo del buque Lady Wellington.
VII
El 17 de agosto de 1850, el Libertador murió en su residencia transitoria de Boulogne-sur-Mer. Pocos días después se conoció su parco testamento ológrafo, en cuya cuarta cláusula expresaba su deseo de que su corazón fuese depositado en el cementerio público de Buenos Aires. El 30 siguiente, su yerno y encargado de la legación de la Confederación Argentina en Francia, Mariano Balcarce, comunicó el deceso de su venerado suegro al gobernador porteño y encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación, don Juan Manuel de Rosas. También le informó que los restos quedaban depositados en la catedral boloñesa “hasta que puedan ser trasladados a esa capital, según sus deseos, para que reposen en el suelo de la patria querida”. El 1° de noviembre siguiente, el ministro de Relaciones Exteriores de Buenos Aires, don Felipe Arana, comunicó a Balcarce que el gobernador de Buenos Aires le prevenía por su intermedio que “luego (de) que sea posible proceda a verificar la traslación de los restos mortales del finado general a esta ciudad por cuenta del gobierno de la Confederación Argentina para que, a la par que reciba de este modo un testimonio elocuente del íntimo aprecio que su patriotismo lo hacía merecer de su gobierno y de su país, quede también cumplida su última voluntad”. No se efectuó en esta ocasión el traslado de los restos, como tampoco se dio cumplimiento a una ley nacional sancionada en 1864 para que el gobierno asegurase los fondos necesarios para la repatriación de los mismos.
Ahora sabemos, como lo he señalado en un estudio alusivo, que el cadáver del héroe quedó en Francia por decisión de su hija, quien manifestó que no se separaría en su vida de los restos de aquel a quien debía el ser. Mercedes falleció el 28 de febrero de 1875.
La llegada definitiva
A instancias del presidente Nicolás Avellaneda, en 1877 se puso en marcha el proceso para repatriar los restos del Libertador. Se constituyó una comisión nacional, encabezada por el vicepresidente Mariano Acosta, a cuyo cargo estuvo promover una colecta —a la que contribuyeron los habitantes del país y muchos argentinos residentes en el exterior—, organizar el traslado del cadáver y erigir un mausoleo en la Catedral de Buenos Aires.
Apenas faltaban pocos días para que se iniciara la lucha armada entre las fuerzas del gobierno nacional y las bonaerenses. En tan azarosas circunstancias, el 28 de mayo de 1880 ancló frente a la ciudad el transporte Villarino, que en su viaje inaugural trajo desde el puerto de El Havre el triple féretro que contenía un corazón, el del Libertador de América, para que con el cuerpo todo reposara en Buenos Aires.
Así, por séptima vez, llegó San Martín a la ciudad porteña. Llegó porque él deseó que así fuera, aunque corridos los años no faltarían proyectos peregrinos para, violentando su voluntad, trasladar los restos a otros lugares.
Pero están aquí, como cantó el poeta Francisco Luis Bernárdez, para que “hasta el fin haya un incendio bajo el silencio paternal de sus cenizas”.
Bibliografía
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OTERO, José Pacífico, Historia del Libertador don José de San Martín, Bruselas, 1932.
PICCINALI, Héctor Luis, Vida de San Martín en Buenos Aires, Buenos Aires, 1984.
ROJAS, Ricardo, El Santo de la Espada, Editorial Losada, Buenos Aires, 1940.
VILLEGAS, Alfredo, San Martín y su época (Tomo 1), Ediciones Depalma, Buenos Aires, 1975.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año I – N° 5 – 2da. reimpr. – Mayo de 2009
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: PERFIL PERSONAS, PERSONALIDADES, Políticos, legisladores, autoridades, Biografías
Palabras claves: San Martin, general
Año de referencia del artículo: 1820
Historias de la Ciudad. Año 1 Nro5