Hasta bien entrados los ‘40, casi podríamos decir hasta ya terminada la guerra, tanto los traslados como las excursiones escolares se hacían en tranvía. Personalmente recuerdo muy bien esta última época, que fue cuando hice la escuela primaria. Iba a la de la Av. Vernet casi Doblas en lo que era conocido como Caballito al Sur. El nudo principal del sistema tranviario por aquel lado era la esquina de la Avenida La Plata con Asamblea. Pasaban por allí las líneas 19, 23, 26, 27 y 44 que nos comunicaban con el Centro, Boedo, el Bajo, el Correo Central, Parque Chacabuco y la zona central de Caballito. Pero poca importancia tenía esto, por cuanto los tranvías que nos atañen eran especiales. La misma escuela se encargaba de procurarlos ante la Corporación de Transportes por intermedio del Consejo Escolar VIII al que pertenecíamos. Las excursiones más habituales eran: paseo al Parque Rivadavia, al Zoológico o al Botánico y por supuesto (como aún se hace) a Plaza de Mayo para el 25. Entre los años 44 y 46 se sumaron las visitas a las exposiciones que el gobierno militar, surgido de la “Revolución del 43”, hacía frecuentemente en los estacionamientos subterráneos de la Avenida 9 de Julio. Dicho sea de paso, en una de ellas fue donde vi por primera vez un televisor ( pero no me lo creí…).
La compañía enviaba al lugar convenido la cantidad de coches necesaria según el contingente, que llegaban en caravana ostentando su cartel “RESERVADO” al frente. Generalmente los íbamos a tomar a Vernet y Avenida La Plata, cuya ancha y seca plataforma central que no llegó a ser bulevard, servía de seguro andén a aquella bullanguera e inquieta “jauría”. La llegada de los tranvías era recibida con gritos de alegría, porque aquellos coches iban a ser enteramente ¡nuestros! Y así era. Aunque el ascenso se hacía ordenado y respetuoso a las indicaciones de los maestros, una vez adentro… ¡era el aquelarre! Sistemático, por no decir inevitable, lo primero que hacíamos era voltear los asientos para ponerlos enfrentados. Esto nos permitiría viajar como en los coches del ferrocarril. Ni que hablar que los más cotizados eran los que miraban hacia atrás. Algunas veces, muy raras, salía a relucir en estas ocasiones algún que otro acoplado que había arrumbado en la estación. Bueno… Poder viajar en él daba, al que lograba hacerlo, un status muy especial por el resto del año. Y allá íbamos. Era tal el griterío y el alboroto que el motorman no tenía necesidad de tocar la campana en las esquinas.
“El reservado”
Aparentemente este tranvía parece ser el mismo que el anterior. En parte sí, pero en parte no. Es más: considero que ha tenido características muy especiales y hasta me atrevo a decir que fue un tranvía con personalidad. En primer lugar, no era esporádico sino permanente. Corría todos los días de clase, a la misma hora y por la misma calle y con los mismos “actores”. Digo actores porque me refiero tanto a las de arriba como a los de abajo. Pero veamos de que se trata.
Era “EL RESERVADO” un tranvía que diariamente partía desde Liniers hacia Caballito y a todo lo largo de la Av. Rivadavia iba recogiendo a las chicas del Normal 4, vecino al Parque Rivadavia. Era exclusivo para ellas, ningún otro tipo de viajero podía abordarlo. Estas eran las de arriba”. “Los de abajo” eran los que componían el enjambre de babosos que esperaban a lo largo de la vía para verlas pasar o sacarles una cita en las paradas a través de la ventanilla. A mediodía se repetía el rito en sentido inverso. Cuántos muchachos salían corriendo del industrial Huergo a esperar ver pasar a sus “Julietas” tras las ventanillas de aquel tranvía.
Lo bueno del caso es que este servicio especial se mantuvo hasta casi el final de los tranvías, de modo que hoy hay madres, abuelas y hasta bisabuelas que recuerdan con nostalgia y por qué no con cariño, a aquel “Reservado” que tantos galanes les había puesto a sus pies.
Tranvía de la cancha
Todo domingo con partido, las líneas eran reforzadas en su rumbo a los estadios para dar cabida a las hinchadas, tanto la local como la visitante. Eso sí, siempre una en un coche y otra en otro. Vivía yo sobre la Avenida La Plata a cinco cuadras de la cancha de San Lorenzo de Almagro, por lo que tengo muy, pero muy presente el espectáculo que ofrecían aquellos tranvías cargados hasta el tope con buena parte de los hinchas en el techo, al viento las banderas y ensayando estribillos que luego cantarían en las tribunas alentando al equipo. Creo que la mejor “acuarela” de este tranvía es la del poeta de Buenos Aires, Baldomero Fernández Moreno.
Dice:
“El tranvía está alegre de muchachos
“que vienen de jugar.
“Una rama de acacia en los ojales
“y en los labios un cantar,
“y por las ventanillas
“un hálito invernal.
“Entrecierro los ojos
“y me pongo a soñar.
“El tranvía, sonoro y luminoso
“me parece una barca de fiesta
por el mar.
El tranvía de los muertos
No. No me refiero al servicio fúnebre de tranvías que una vez hubo en Buenos Aires. Es más. Alguna vez hablaremos de el; tiene su historia y vale la pena conocerla. Al que me refiero ahora es a los servicios que la Compañía de tranvías ponía a disposición de los porteños el 1 y 2 de noviembre, fechas en la que la concurrencia a los cementerios era grandísima.
En primer lugar tanto las líneas que terminaban en ellos como las que pasaban por delante, eran reforzadas. Pero, además, la empresa “creaba” para esos días servicios especiales con recorrido fijo y puntos de partida en lugares muy diversos. Con esta medida se facilitaba especialmente el acceso a la Chacarita, ya que el Cementerio de Flores tenía sus líneas exclusivas (83 y 49) debidamente reforzadas ese día y el de la Recoleta… no era de público de andar en tranvía… Estas líneas, como se dijo, partían de puntos desde los cuales no había líneas directas al cementerio. Yo recuerdo dos: una desde Parque de los Patricios y la otra (la nuestra) desde Avenida La Plata y Chiclana . Seguía la línea del 27 hasta cruzar Díaz Vélez y desde allí, siguiendo por la 94/95 entraba a Chacarita por Donato Álvarez, Trelles, Garmendia, bordeando todo el cementerio hasta el Peristilo. Era práctico, porque tocaba varias entradas.
Circulaban sólo esos dos días, y la verdad es que a no ser por su fúnebre destino, eran los tranvías más primaverales de la ciudad. Por sus ventanillas abiertas ante los primeros calores, grandes ramos de claveles, crisantemos, gladiolos y las infaltables calas, asomaban por ellas en una fastuosa muestra de color… Una florida exposición ambulante recorriendo la ciudad. La vuelta era distinta. Silencio, calor y cansancio envolvían la escena. Estos tranvías eran como esas mariposas de rutilantes colores pero de efímera vida, cuyo destino es la muerte.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año II – N° 9 – Mayo de 2001
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: CULTURA Y EDUCACION, TRANSPORTE, Tranvías, trenes y subte, VIDA SOCIAL, Cosas que ya no están
Palabras claves: salidas escolares
Año de referencia del artículo: 1943
Historias de la Ciudad. Año 2 Nro9