Primer Coliseo porteño, si conocidos resultan los avatares de su creación, algo menos lo son el desarrollo de su primera temporada y sus primeros artistas. Aquí intentaremos recordarlos, junto a las obras que comenzaron a llenar de hermosas historias esta sala tan querida.
Durante el siglo XIX, el teatro musical, por excelencia la ópera, ocupó uno de los primeros lugares entre los entretenimientos populares en el mundo influenciado por la cultura europea. No escaparía Buenos Aires a esa tendencia, y múltiples avatares fueron afirmando un camino que debía desembocar en la necesidad de contar con un edificio que reuniera características similares a las grandes salas del Viejo Mundo, para poder ofrecer a un público creciente espectáculos de la jerarquía pretendida para la “París de América”, conjugando por un lado el lujo y la facilitación del exhibicionismo y por otro los requerimientos técnicos y posibilidades espaciales para una representación de nivel. Además, no podemos soslayar el hecho que, de las dos corrientes mayoritarias de la inmigración, la italiana portaba consigo una larga tradición musical y teatral.
De la suma de todos estos factores nace el Teatro Colón. No vamos a historiar los avatares de la construcción de esta sala, tratados por el Arq. Néstor Echevarría en otro número de esta publicación. Sí podemos agregar que para el diario La Nación del 26 de mayo de aquel año, muchos fueron los inconvenientes que tuvieron los que arribaron con sus carruajes, ya que resultó lenta la circulación en el pasillo que hoy se utiliza para las boleterías.
Los párrafos que nos ofrece Annie Peck, una viajera norteamericana que recorre la ciudad a principios de la década del 19101, nos trasmiten la imagen que nuestro teatro representaba para un observador ajeno a nuestra realidad.
“En el lado opuesto de la plaza se encuentra un edificio que la hace todavía más atractiva, el Teatro Colón, sin igual en América y tal vez en el mundo. Ningún negocio desfigura su planta baja, ninguna de sus fachadas recuerda la de una prisión2. El exterior es de estilo arquitectónico jónico con uno Corintio por encima, y sobre la cúpula una especie de construcción mixta. La altura hasta la cúpula es de unos 80 pies. Desde la entrada principal, que está sobre la plaza, un vestíbulo lleva a un hall de 45 por 90 pies y 80 pies de altura con una escalera de 45 pies de ancho y adornada con 16 grandes estatuas que conduce al nivel de las plateas de la sala, una de las más grandes del mundo, donde pueden acomodarse 3570 espectadores. La planta de plateas, de 90 por 70, tiene 900 localidades. La longitud entera de los palcos es de casi 250 pies, diez más que San Carlos en Nápoles. El espacio de la sala, de 90 pies por 70, tiene 900 sillas en 7 niveles. El escenario tiene 60 por 65 pies de amplitud, siendo su altura, desde su base hasta el arco, de 150 pies.
El edificio es a prueba de incendios, con excelentes propiedades acústicas y lo mejor en luz, ventilación y calefacción. El costo fue cercano a los dos millones de dólares. El teatro es un edificio gubernamental donde se ofrecen óperas con los mejores artistas europeos, con Mascagni y otros dirigiendo. Se ha dicho que los argentinos son excelentes “descubridores” de grandes cantantes que luego van a Nueva York.
Las entradas son más caras que en el Metropolitan y el público es brillante, sin comparación con ninguno a nivel mundial. Las funciones comienzan usualmente a las 8.30, y a veces a las 9.00. Para la ópera, es “de rigeur” la etiqueta y las mujeres deben concurrir vestidas de noche. Y el espectáculo en un día patrio como el 25 de Mayo o el 9 de Julio, no debería ser dejado de lado por ningún turista”.
Para el funcionamiento de esta sala, la Municipalidad de Buenos Aires había recurrido al sistema de concesión, cediendo la responsabilidad de la explotación del complejo a empresarios particulares que organizaban la temporada y contrataban las compañías.3
Aún cuando funcionara de esa manera, existía una Comisión Administradora municipal, que para el año 1908 estaba a cargo del intendente Manuel Güiraldes, e integrada por Rafael Peró, Julio Dormal (el arquitecto que finalizó la obra del teatro), Julio Peña y Luis Ortíz Basualdo. El Colón desarrollaba sus actividades como un teatro “di stagione” (de estación) y las temporadas no duraban mucho más de cuatro o cinco meses.
El largo proceso de la construcción del nuevo coliseo culminó en la noche del 25 de mayo de 1908, hace noventa y cinco años, cuando su telón se abre para la representación de “Aída”, de Giuseppe Verdi, primera de una larga serie de 17 títulos diferentes, que reunieran en sus elencos figuras de singular trascendencia en el mundo de la lírica de esos tiempos.
Trataremos en este artículo de efectuar una breve síntesis de la trayectoria algunos de los artistas que participaron y de las obras que se ofrecieron en esa temporada inicial.
Al momento de la inauguración y para ese año, había obtenido la concesión del teatro el empresario Cesare Ciacchi, estando la parte artística a cargo de la denominada “Gran Compañía Lírica Italiana” de la que era Maestro Concertador el Commendatore Luigi Mancinelli.
Eran directores de orquesta el mencionado Mancinelli, Arturo Vigna y Héctor Panizza, siendo maestros sustitutos Roberto Asanti, Julio Falconi y Alfredo Martino.
Responsable de los asuntos escenográficos resultó Cesare Ferri, mientras que de los coros era director el maestro Aristide Venturi. Las coreografías respondían a la inspiración de Cesare Coppini.
Es bueno recordar que no sólo los cantantes venían contratados del extranjero, sino también los integrantes de la orquesta, los bailarines y los coreutas, escenógrafos, coreógrafos, etc. Llegaban y se establecían en nuestra ciudad durante el período que duraba la temporada, aprovechando a veces los lapsos entre una y otra presentación para visitar las principales salas del interior (La Plata, Córdoba, Rosario, Tucumán), Chile y Uruguay. Poco a poco fueron incorporándose elementos nacionales de valía, aunque generalmente los roles principales siguieron reservados para las “estrellas” de nivel internacional, básicamente italianos, españoles, alemanes y franceses. Con el tiempo fueron creándose las distintas escuelas que hoy conforman el Instituto Superior de Arte del teatro, uno de los más importantes del mundo en la materia.
Para la función inaugural del 25 de Mayo de 19084, se anunciaba en el programa la presencia del Presidente de la República, que lo era en ese momento José Figueroa Alcorta, acompañado de sus ministros y del cuerpo diplomático. Se interpretaría el Himno Nacional Argentino y luego la ópera.
Las óperas
Resultará interesante detallar cuáles completaron esa primera temporada; quiénes fueron sus protagonistas, sus trayectorias, su presencia en Buenos Aires y en el corazón de su público, así como alguna información referida a algunos de los sucesores de estos pioneros, aún corriendo el riesgo de olvidar a alguien o de hacer pesar en la selección nuestra opinión subjetiva.
Se realizaron en 1908 setenta y seis funciones, de acuerdo al siguiente detalle:
“Aída” de Giuseppe Verdi. Se presentó en tres ocasiones, los días 25, 26 y 28 de mayo. Amedeo Bassi encarnó a Radamés, Lucía Crestani fue Aída, María Verger interpretó a Amneris, Vittorio Arimondi a Ramfis y Berardo Berardi fue el Rey, bajo la dirección del maestro Luigi Mancinelli. Según los comentarios de la época que reproduce el libro de Ernesto de la Guardia, “los intérpretes de aquella “Aída” elegida para tan memorable noche, se hallaban algo cohibidos por la emoción. Es lógico que así fuese, pero al ir avanzando la representación, más dueños de si mismos, fueron imponiendo sus cualidades”, que, agregamos nosotros, eran muchas, como lo demuestran las grabaciones que nos quedan de ellos, al menos de los que cubrieron los papeles principales. A partir de allí, “Aída” se presentó en más de treinta y cinco temporadas, destacándose en el rol protagónico sopranos como Eugenia Burzio (1909), Cecilia Gagliardi (1912 y 14); Rosa Raisa (en 1915 junto a Caruso, 1916, 18 y 29); Claudia Muzio (1919, 20, 21, y del 23 al 26, junto a Giovanni Martinelli, Aureliano Pertile, Francesco Merli y Giacomo Lauri Volpi entre otros); María Caniglia en 1937; Elizabeth Rethberg en 1938; Gina Cigna en 1932 y 1939; Zinka Milanov en 1942; la argentina Delia Rigal, gran cantante y estupenda docente, en 1947 junto a Beniamino Gigli, en su única presentación en el papel de Radamés en Buenos Aires, ya en el final de su carrera; María Callas junto a Mario del Mónaco en 1949, Renata Tebaldi y Carlo Bergonzi en 1953; Antonieta Stella y Pier Miranda-Ferraro para el cincuentenario; Martina Arroyo con Bergonzi en 1968. 5
“Hamlet” de Ambroise Thomas se representó seis veces, a partir del 30 de mayo, con el gran barítono Titta Ruffo, Francisco Nicoletti y Esperanza Clasenti entre otros, bajo la dirección de Mancinelli. Este rol era el “caballito de batalla” de Titta Ruffo. Por lo demás, entre muchas incongruencias, el argumento culmina con el ascenso triunfal de Hamlet al trono de Dinamarca, tergiversando sobremanera el drama shakespereano. Casi podríamos asegurar que con la desaparición de Ruffo, poco volvió a cantarse, al menos en los principales teatros del mundo. Repetirá el gran barítono este rol en 1909, 1910, 1915, 1916, 1926, 1928 y 1931. Acotemos que la última representación de esta ópera en nuestro teatro (y la única, fuera de las protagonizadas por Ruffo) fue en 1937, cuando la cantó el francés Martial Singer. 6
“Madama Butterfly” de Giacomo Puccini: cinco funciones, a partir del 4 de junio, con María Farnetti en el rol protagónico, Amedeo Bassi como Pinkerton y Manuel Sarmiento como Sharpless, con la dirección de Arturo Vigna. Especialista en las óperas del verismo, la Farnetti fue sin dudas una intérprete destacada de este repertorio. La ópera había sido presentada en Buenos Aires en 1904, en el Teatro de la Ópera, pocos meses luego de su fracasado estreno en Milán y con la misma soprano, Rosina Storchio, que años después visitaría el Colón aunque en su escenario no interpretó este rol. En el Colón se representó más de ciento cincuenta veces en veintisiete temporadas, mereciendo recordarse, entre tantas protagonistas, a la valenciana Lucrezia Bori (1911 y 1914), Roseta Pampanini (1926); Gilda dalla Rizza (1929 y 1930), la argentina Isabel Marengo (1938, 39 y 49), la catalana Victoria de los Ángeles (1952) y Renata Scotto (1964).
“Tristán e Isolda” de Richard Wagner. Un total de seis funciones, los días 10, 12 y 20 de junio, 2 y 7 de julio y 8 de agosto, contaron con Giuseppe Borgatti como Tristán, Amelia Pinto como Isolda, Vittorio Arimondi como el Rey Marke y Elisa Ferraris como Brangania. La obra, como ocurría en esos años en muchos teatros del mundo, se cantaba en el idioma original de los artistas que la interpretaban. En este caso, fue en italiano. Recién en la temporada 1923 se la comenzó a representar en alemán.
Entre los pasados protagonistas recordamos a Edoardo Ferrari-Fontana, con Lina Pasini-Vitale en 1911, con Lucy Weidt en 1912 y con Elena Rakowska en 1920; a Walter Kirchhoff y Else Bland en 1923; Lauritz Melchior, con Frida Leider en 1931, Anny Konetzni en 1933 y con Helen Traubel en 1943; Gotthelf Pistor y Ella de Nemethy en el 34; Max Lorenz con Anny Konetzni en 1938; Set Svanholm con Kirsten Flagstad en 1948; a Birgit Nilsson en 1955 y 1971 y a Ute Vinzing en 1977.
“Rigoletto” de Giuseppe Verdi. Se ofrecieron cinco funciones a partir del 14 de junio, con Amedeo Bassi y Manfredi Polverosi alternándose en el rol del duque, Titta Ruffo como Rigoletto y Lucia Crestani como Gilda, con la dirección de Arturo Vigna. Esta era (y es) una de las óperas preferidas del público porteño.
Verdi se inspiró en “Le roi s´amuse” de Victor Hugo para musicar esta obra maestra. Se había estrenado en 1853 y fue presentada en Buenos Aires en junio de 1855. Los más grandes cantantes del mundo la habían ofrecido desde entonces en la Ópera, el Coliseo y el viejo Colón de la Plaza de Mayo.
Rigoletto subió al escenario del Colón en treinta y cuatro temporadas, protagonizado por los mayores representantes de cada cuerda a nivel mundial. De entre los barítonos, fueron los primeros además de Ruffo, Giuseppe De Luca, Riccardo Stracciari, Carlo Galeffi, Luigi Montesanto en el rol principal; los tenores Alessandro Bonci, Giuseppe Anselmi, Florencio Constantino, Hipólito Lázaro, Dino Borgioli, Giacomo Lauri Volpi, Miguel Fleta y Galiano Massini en el rol del duque de Mantua, así como las sopranos Graziela Pareto, María Barrientos, Lucrezia Bori, Amelita Galli-Curci, Mercedes Capsir, Ángeles Ottein, Elvira de Hidalgo, Toti dal Monte, Bidú Sayao y Lily Pons se lucieron en el papel de Gilda durante la primera mitad del siglo XX.
“Tosca” de Giacomo Puccini: tres funciones a partir del 16 de junio, con Amelia Pinto y Lucía Crestani alternando en el protagónico, Bassi como Mario Cavaradossi y Titta Ruffo y Francisco Nicoletti alternando en el rol del Barón Scarpia, dirigidos por Arturo Vigna. Fue llevada a escena en Buenos Aires por vez primera el 16 de junio de 1900, en el Teatro de la Opera, muy poco tiempo después de la inicial representación en el mundo en el Costanzi de Roma, el 14 de enero de ese mismo año y su texto está basado en una obra teatral de Victorien Sardou, con el mismo título, que hiciera famosa Sarah Bernard. Pasada esta temporada, fueron de las primeras heroínas la Darclèe en 1909 junto a Florencio Constantino; Cecilia Gagliardi y Rinaldo Grassi en el 12; Tina Poli-Randaccio con el Cavaradossi de Enrico Caruso en el 15, hasta culminar con la “divina” Claudia Muzio, “l´unica”, (como también se conoció a esta cantante en el mundo) en 1919, 21, 23, 25, 26, 28 y 33, secundada por tenores de la talla de Gigli, Miguel Fleta o Lauri Volpi entre otros. De los últimos años, recordamos a Regine Crespin junto a Gianni Raimondi y el argentino Carlos Cossuta alternando en el rol del pintor en 1962. También fue la protagonista en 1965, donde tuvo lugar la única presentación del tenor Giuseppe Distefano en Buenos Aires, que terminó en escándalo, siendo reemplazado por Cossuta. En ambos casos el Scarpia fue Giuseppe Taddei, en el 65 alternando con Cornell McNeill. En 1982 Plácido Domingo interpretó esta ópera junto a Eva Marton. Esta obra estuvo presente en treinta y ocho temporadas, entre 1908 y el presente año 2003.
“La Gioconda” de Amilcare Ponchielli: cinco funciones a partir del 24 de junio. Fue función de gala el 9 de Julio. Las representaciones estuvieron a cargo de la Pinto en el protagónico, Elisa Ferraris como Laura, Vittorio Arimondi como Alvise, Manfredi Polverosi como Enzo Grimaldo y Ruffo como Bárnaba, con la dirección de Arturo Vigna. Esta obra se presentó en ocho temporadas, pudiendo recordarse en el protagónico a Eugenia Burzio en 1909; Esther Mazzoleni en 1910, junto a Hipólito Lázaro y en 1919 con Gigli, y Giannina Arangi-Lombardi en el 26. Se cantó por última vez en 1966, con la greco-argentina Elena Suliotis y los norteamericanos Richard Tucker (tenor) y Cornell McNeill (barítono), dirigidos por Bruno Bartoletti.
“Paolo y Francesca” de Luigi Mancinelli, los días 4 y 5 de julio, y 1 de agosto, con la Farnetti, Ruffo, Bassi y Bonfanti, dirigidos por el autor. Se había estrenado en el Teatro Comunale de Bologna el año anterior. Si importantes fueron sus intérpretes, poco fue el éxito obtenido por esta ópera, que no volvió a representarse en nuestro teatro.
“Mefistófeles”, con libreto y música de Arrigo Boito (1842-1918), se vio en seis funciones, desde el 12 de julio, con Feodor Chaliapin en el protagónico, Bassi como Fausto, la Farnetti como Margarita y Elena, y la Ferraris como Pantasilea y Marta, con dirección de Mancinelli. Estrenada en la Scala en 1868 sin éxito, entre otras cosas por su inusitada extensión (más de cinco horas), fue reeelaborada por Boito y vuelta a presentar, ya más reducida, en el Comunale de Bologna en 1875. En el Colón se ha repetido esta ópera en quince temporadas, un total de setenta y nueve oportunidades, contando con bajos de fuste en el rol protagónico.
Adam Didur en 1910, Nazareno de Angelis en 1911 y 1912, Angelo Massini en el 19,Pavel Ludikar en el 48, Nicola Rossi-Lemeni en el 51, Jerome Hines en el 54, Nikolai Ghiuselev en 1983 y Samuel Ramey en 1999 se lucieron, con algunos altibajos, en este papel de complicada composición teatral y grandes dificultades vocales. Adelina Agostinelli (1910 y 1911), Lucrezia Bori (1912), Claudia Muzio (1919) asumieron el rol de Margarita, en tanto impresionarion en el papel de Fausto las voces de Beniamino Gigli o de Georges Thill. Arturo Toscanini la dirigió en el Colón en la temporada de 1912.
“Otello” la penúltima ópera de Giuseppe Verdi con libreto de Arrigo Boito basado en la obra de Shakespeare, se representó los días 18, 23 y 26 de julio y el 21 de agosto, con Antonio Paoli en el protagónico, la Farnetti como Desdémona y Ruffo como Yago, dirigidos por Mancinelli. No fue una obra muy representada en el Colón, ya que no son muchos los tenores capaces de enfrentarse al rol del Moro que por encargo personal de Verdi creara Francesco Tamagno (1851-1905) en la Scala de Milán el 5 de febrero de 1887.
Recordamos en este rol al argentino Pedro Mirassou, que lo interpretó en varias oportunidades; a Mario del Mónaco en 1950, al chileno Ramón Vinay en 1958, John Vickers en 1963, Plácido Domingo en 1981 y el argentino José Cura en el 99.
“El Barbero de Sevilla” de Gioachino Rossini, se presentó en cinco funciones, el 28 y 30 de julio, y 16, 23 y 30 de agosto, con Esperanza Clasenti como Rosina, Manfredi Polverosi como el Conde Almaviva, Chaliapin como Don Basilio, Antonio Pini Corsi como Don Bartolo y Ruffo como Figaro, dirigidos por Mancinelli. El 27 de septiembre de 1825 se estrenó esta ópera en Buenos Aires, en el denominado “Coliseo Provisional” que se encontraba en la esquina de Perón y Reconquista por la compañía de Pablo Rosquellas, pocos años después de su estreno en el teatro Torre Argentina de Roma en 1816.
Esta obra tuvo, en las sucesivas reposiciones, en el rol de Rosina artistas del nivel de las españolas Graziela Pareto (1909, 1910 y 1926), María Barrientos (1911, 13, 16, 17 y 21), Elvira de Hidalgo, la maestra de María Callas, en 1922, sin olvidarnos tampoco de las excelentes Victoria de los Ángeles (1962) y la mezzo soprano Teresa Berganza (1969); Amelita Galli Curci en 1915; la brasileña Bidú Sayao (1928, 29 y 40), o la maravillosa soprano ligera francesa Lily Pons (1931, 32, 24 y 38). Especialmente lucidos fueron los “Fígaros” de Titta Ruffo (1908, 9, 10, 11, 15 y 16), Riccardo Stracciari (1913), Carlo Galeffi (1921, 30, 31, 37 y 38), el uruguayo Víctor Damiani (1932, 34, 37, 38, 40 y 41), Sesto Bruscantini (1962 y 1969), a los que podemos agregar el argentino Renato Cesari. Tito Schipa como el Conde de Almaviva y Salvatore Baccaloni en el corrupto Don Bartolo fueron figuras muy aplaudidas en su época.
“I Pagliacci” de Ruggiero Leoncavallo subió a escena cuatro veces, los días 5, 11 y 25 de agosto y el 11 de septiembre, con Bassi como Canio, Ruffo como Tonio, Emilia Reussi como Nedda y Manuel Sarmiento como Silvio, dirigidos por Vigna. Esta obra se había estrenado en el Teatro Dal Verme, de Milán, el 21 de mayo de 1892, dirigida por Arturo Toscanini. Ésta es una de las óperas mejor logradas del verismo. Retrato de la vida de una miserable compañía de cómicos transhumantes en los villorrios del primitivo mundo de la Calabria de fines del siglo XIX, sus protagonistas aparecen signados por un destino adverso, humillados y oprimidos por una realidad donde las pasiones desatadas solo encuentran como límite la muerte. En el Colón se dio en más de ochenta oportunidades, en veinticuatro temporadas, y desde 1915 en general acompañando en programa conjunto a la “Cavalleria Rusticana” de Pietro Mascagni..
De las antiguas reposiciones en nuestro teatro, podemos recordar las de 1915, con Caruso junto a Mario Sanmarco (Ya habían actuado juntos en la Ópera en 1901) y las de Aureliano Pertile, en 1918 con Luigi Montesanto y Ninón Vallin, y 1926 con Titta Ruffo y Rosetta Pampanini. También merecen recordarse las interpretaciones del tenor argentino Pedro Mirassou, en 1937, 1939 y 1943. Entre las más recientes, la del canadiense John Vickers en 1968, en una espectacular muestra en la que se conjugaron lo actoral con lo vocal dando como resultado memorables veladas, junto al barítono norteamericano Cornell Mc Neill.
“Il Trovatore” de Giuseppe Verdi se presentó el 6 de agosto, repitiéndose el 9, 14, 16 y 23 de agosto y el 6 de septiembre, con Giuseppe Bellantoni como el Conde de Luna, la Crestani como Leonora, María Verger como Azucena y Paoli como Manrico, con la conducción de Vigna. La interpretación, a juzgar por la calidad de los artistas, ha de haber sido sin duda excelente. Estrenada en Roma en 1853, con un libreto derivado de la obra del romántico español García Gutiérrez, esta tragedia casi absurda ennoblecida por la música de Verdi se conoció en Buenos Aires el 4 de enero de 1855, transformándose en una de las obras preferidas del melómano porteño de ayer y de hoy.
Merecen recordarse los Manricos de tenores como Giovanni Martinelli en 1921; Pértile en el 25; Giacomo Lauri Volpi en 1927, 28, 30 y 37; Beniamino Gigli en 1948 y Mario del Mónaco en 1950. El rol del Conde de Luna encontró excelentes intérpretes en los barítonos Carlo Galeffi (1921, 1923, 1937 y 1952); Benvenuto Franci (1925, 27 y 28), así como las Leonoras de Claudia Muzio (1921, 23, 25 y 27), la polaca Rosa Raisa (1929), la yugoslava Zinka Milanov en 1941, María Caniglia en 1937 y 1948. La temporada 1969 exhibió un reparto de alta calidad y muy homogéneo, que incluía a Carlo Bergonzi, Leontyne Price, Piero Capuccilli y Fiorenza Cossotto con la dirección de Oliviero de Fabritiis.
“Cendrillon” de Jules Massenet se vio en tres funciones, a partir del 13 de agosto, dirigida por Arturo Vigna, contando entre su elenco con la Clasenti, la Farnetti y la Santarelli en el protagónico. Nunca se repitió en Buenos Aires, sin duda por el relativo nivel de la obra, según transmiten los comentarios de De La Guardia.
“Don Giovanni” de Wolfgang Amadeus Mozart se presentó tres veces, los días 18, 20 y 27 de agosto, con Ruffo en el protagónico, Chaliapin como Leporello, la Pinto como Donn´Anna, la Farnetti como Donna Elvira, la Clasenti como Zerlina y Polverosi como Don Ottavio, dirigidos por Mancinelli. Si bien todos los intérpretes que participaron de estas funciones tenían sobrados méritos, casi ninguno cumplía con las exigencias de estilo que requiere el repertorio mozartiano, detalle que no escapó a los críticos de la época.
Se representó en doce temporadas, la última en 1993. Sin duda, los mejores intérpretes del “Don Juan” podemos ubicarlos entonces en la segunda mitad del siglo XX. De ellos, rescatamos entre otros a Hans Hotter, George London o Eberhard Waechter en el protagónico; a Erich Kunz, Karl Doench, Geraint Evans, Sesto Bruscantini o Wladimiro Ganzarolli como Leporellos; a Hilde Konetzni, Elizabeth Grümmer, Vilma Lipp, Teresa Stich-Randall, Renate Holm, Emmy Loose, o Lisa della Casa en los roles femeninos. Algunos de estos artistas han sido intérpretes del máximo nivel internacional posible en el repertorio lírico mozartiano.
“Sigfrido” de Richard Wagner se presentó cuatro veces, dirigida por Luigi Mancinelli, el 29 y 30 de agosto, 3 y 7 de septiembre, con Giuseppe Borgatti, la Pinto como Brunilda y Bellantoni como Wotan. También, como el Tristán, fue interpretada en italiano. Según De la Guardia, esta obra fue “una novedad de gran importancia … que obtuvo excelente interpretación.” Recién en 1922, en la recordada temporada alemana dirigida por Félix von Weingartner con la presencia de la Orquesta Filarmónica de Viena, esta obra comenzó a cantarse en su idioma original. Sigfridos de la talla de Walter Kirchoff, Lauritz Melchior, Max Lorenz, Set Svanholm, Hans Hopf o Wolfgang Windgassen tuvieron a su lado protagonistas femeninas como Frida Leider, Anny Helm-Sbisà, Astrid Varnay, Birgitt Nilsson o Ute Vinzig. La obra, tercera parte de la Tetralogía wagneriana, se llevó a escena en doce temporadas, junto al resto de los títulos que la integran o como en la temporada que analizamos, individualmente.
“Aurora” de Héctor Panizza, con libreto de Héctor Quesada y Luigi Illica, fue encargada especialmente para la ocasión por el gobierno argentino. Illica era uno de los libretistas preferidos de los compositores veristas italianos de la época, como Puccini, Mascagni, Giordano y otros menos conocidos. La ópera subió a escena cinco veces, los días 5, 6, 8, 9 y 11 de septiembre, con la Farnetti en el protagónico, Bassi como Mariano, la Clasenti como Chiquita y Ruffo como Don Ignacio, con la dirección del autor y escenografía del gran artista plástico Pío Collivadino. Se dice que en la noche del estreno el entusiasmo del público obligó al tenor Bassi a repetir el aria “La canción a la Bandera”.
Se cantó en italiano, idioma en que estaba escrito el libreto. Recién para 1945 Josué Quesada, hijo de uno de los libretistas, junto con Ángel Petitta, se encargaron de traducir los versos al castellano, estrenándose esta “nueva” versión en la función del 9 de Julio de 1945, con la presencia de las autoridades encabezadas por el presidente Farrell. Por decreto del Poder Ejecutivo se incluyó “La canción a la Bandera” o bien “Aurora”, ya que se la conoce de las dos maneras, en el repertorio de canciones patrias, siendo desde esa época entonada en los actos escolares, al izar y arriar nuestra enseña, convirtiéndose en una de las piezas más representativas de ese repertorio.
Creemos que la primera grabación de tan conocida canción fue la registrada en italiano por el tenor Florencio Constantino en 1910, (Disco Columbia H 1066-M30461). 8
Comentarios de la época juzgan que “Aurora” era considerada “más italiana que criolla, faltando en consecuencia el ambiente argentino, la nota verdaderamente nacional. Por otra parte se hicieron objeciones al libreto.” Detalles que suelen escapar de nuestra percepción: la acción transcurre en la Córdoba de 1810 ¡mientras que la bandera recién fue creada por Belgrano en 1812 en tanto que cuando concluye la obra, se entremezclan con los acordes del final, algunos pasajes del Himno Nacional (1813)!9
En el Colón “Aurora” se llevó a escena en nueve temporadas, la última en 1999, con el tenor Darío Volonté, sobreviviente del hundimiento del “General Belgrano” durante la guerra por las Malvinas.
Los tenores
Amedeo Bassi fue el tenor de la primera ópera representada en el Colón, el Radamés de “Aída” de Verdi. Florentino, había nacido en 1872 falleciendo en su tierra natal en enero de 1949. Las grabaciones existentes, con las limitaciones propias del tiempo en que fueron realizadas, muestran una voz cálida, de características veristas, con dicción nítida y perfecto control del “fiato”. Había aparecido por vez primera en escena en 1897 en “Ruy Blas”. En 1900 había debutado en Génova con “Tosca”; en 1901 participó del estreno de “Le Maschere” en Roma; en 1907 se presentó en el Covent Garden de Londres (“I Pagliacci”), para llegar con “I Vespri Siciliani” de Verdi y “Manón Lescaut” de Puccini a La Scala de Milán en 1909. Durante su primera temporada en el Colón participó además en “Madama Butterfly”, “Rigoletto”, “Tosca”, “Paolo y Francesca”, “Mefistófeles”, “I Pagliacci” y en el estreno mundial de “Aurora”, de Héctor Panizza. Bassi retornó en 1912, cantando nuevamente “Aída”, y agregando además las hoy olvidadas “Germania” de Franchetti, e “Hijos de Rey” de Engelbert Humperdinck (1854-1921). Una vez retirado de la escena, Bassi se dedicó a la enseñanza, siendo su alumno más conocido el tenor Ferruccio Tagliavini, otro visitante asiduo del Colón en las décadas de 1940/50.
Giuseppe Borgatti fue el principal tenor wagneriano de origen italiano de su época. Nacido en Ferrara en marzo de 1871, su infancia estuvo signada por una extrema pobreza, por lo que con gran esfuerzo llevó adelante sus estudios en el Conservatorio de Bolonia. Debutó en 1893 con “Fausto”, logrando sucesivos éxitos que culminaron al ser elegido para crear en La Scala de Milán el personaje de “Andrea Chenier” en el estreno de esta ópera, el 28 de marzo de 1896. Cósima Wagner – la hija de Franz Lizt viuda ya en ese entonces de Richard Wagner -, luego de admirarlo en ese teatro, lo definió como el mejor “Sigfrido”. Su presencia en ese rol, que cantara dirigido por Arturo Toscanini el 26 de diciembre de 1899, le abrió las puertas de los grandes teatros del mundo, y ese mismo año debutaba en el Teatro de la Ópera de Buenos Aires, con “Lohengrin” y “Los Maestros Cantores de Nuremberg” también de Wagner. En 1901 Toscanini lo dirigió, en esa misma sala, en “Tristán e Isolda”. En 1904 fue el primer tenor de lengua no alemana en cantar en Bayreuth, el templo wagneriano por excelencia. Borgatti representó en el Colón de 1908 los protagónicos de “Tristán e Isolda” y “Sigfrido”, naturalmente en su lengua natal, siendo éstas sus únicas presentaciones en el este teatro. Hacia 1920, una enfermedad de la visión lo fue llevando hacia la ceguera completa, debiendo en consecuencia abandonar definitivamente los escenarios. Falleció en Milán en octubre de 1950.
En el papel protagónico del “Otello” verdiano aparece en el escenario de nuestro Colón el 18 de julio de 1908 el tenor Antonio Paoli. Abandonó la carrera militar para dedicarse al canto. Considerado como el sucesor de los legendarios Otellos de Francesco Tamagno y Giovanni Battista De Negri, Paoli poseía una voz oscura, incisiva y potente. Fue un caracterizado Raúl en “Los Hugonotes” de Meyerbeer, Radamés en “Aída”, Vasco da Gama en “La Africana” de Meyerbeer y Sansón en “Sansón y Dalila” de Saint Saëns, suscitando el entusiasmo de Ruggiero Leoncavallo cuando lo escuchó en el papel de Canio en “I Pagliacci”.
Debutó en Valencia en 1897 y su primera representación de “Otello” tuvo lugar en Madrid en 1905. Sólo tuvimos ocasión de verlo en nuestro teatro en la temporada de 1908, cuando representó, como dijimos, ese rol en cuatro funciones con la Farnetti y Ruffo, y seis funciones con el Manrico de “Il Trovatore”, junto a la Crestani y a Bellantoni.
Paoli había nacido en San Juan de Puerto Rico en 1871 y falleció en la misma ciudad en agosto de 1946.
Los barítonos
El barítono Antonio Pini-Corsi había nacido en Zara en 1858, falleciendo en Milán en abril de 1918. Realizó una importante carrera internacional, en el curso de la cual estrenó –entre otros– los papeles de Ford en “Falstaff” (La Scala, 1893) y de Schaunard en “La Boheme” (Regio di Torino, 1896), invitado por Verdi y Puccini respectivamente. Fue un artista de importante personalidad, de voz vibrante, extensa y plena de vivacidad, que le permitía interpretar desde el dramatismo del Rigoletto verdiano hasta los roles bufos de Rossini y Donizetti. Sus hermanos Gaetano (tenor) y Clorinda (soprano), también fueron cantantes de fuste en esos años, como sus primos Achille y Emilia Corsi. Participó en “Tosca” y “El Barbero de Sevilla”, retornando al Colón para las temporadas de 1909 y 1912.
La presentación de “Hamlet” de Ambroise Thomas, una ópera que parecía hecha a su medida y de la cual fue, prácticamente, el único intérprete en esos años, permite llegar al nuevo escenario porteño a Titta Ruffo, (cuyo verdadero nombre era Ruffo Cafiero Titta), tal vez
el más grande barítono de la historia. Buenos Aires lo conocía desde el 21 de mayo de 1902, cuando debutara en el Amonasro de la “Aída” verdiana, en el Teatro de la Ópera. Nacido en Pisa (1876 o 77, según distintos autores), inició su carrera en 1898 en el teatro Costanzi de Roma. Fue un éxito desde el principio.
Londres, San Petersburgo, París, Lisboa, Montecarlo, Madrid, La Scala de Milán, América Latina y los EEUU gozaron de su sensacional, pastosa, extensa y vibrante voz, que ofreciera por el mundo durante más de treinta años de carrera. Sin embargo, hacia mediados de la década del 20 esa voz comenzó a declinar, producto tal vez de la espontaneidad de un canto que no fue acompañado de un estudio regular y metódico. En tiempos en los que el desempeño actoral de los cantantes era más que limitado en la generalidad de los casos, sus dotes escénicas no fueron desdeñables, aún cuando en determinados roles, el paso de los años se hiciera notar.
Asiduo visitante de Buenos Aires, Ruffo cantó en gran cantidad de obras en las temporadas subsiguientes, representando los papeles de su cuerda en “El barbero de Sevilla” y “Rigoletto” en 1908, 1909, 1910, 1911, 1915 y 1916; “I Pagliacci” en 1908, 1909, 1910, 1916 y 1926; “Tosca” en 1908, 1926 y 1931; “La Gioconda” en 1908, 1909 y 1910; “Aurora” en 1908 y 1909; “Otello” en 1908 y 1928; “Andrea Chenier”, “Falstaff” y “Boris Godunov” solo en 1916; “Carmen” y “L´Africana” en 1915; “Cristóbal Colón” en 1910; “Don Carlos”, “La fanciulla del West”, “Lucia di Lamermoor”, “Eugenio Oneguin”, “Thaïs” y “Tristán e Isolda” únicamente en 1911; “Don Giovanni” y “Paolo y Francesca” solo en 1908; “El demonio” en 1909 y “La Boheme” en 1926. Los más grandes cantantes de la época le acompañaron en los distintos roles de estas óperas: Giovanni Martinelli, Beniamino Gigli, Aureliano Pertile, Marcel Journet, María Barrientos, Amelita Gall-Curci, Feodor Chaliapin y muchos más.
Hacia el final de su vida y a pesar de vivir con muchas limitaciones económicas, no quiso dedicarse a la enseñanza, ya que, consciente de las limitaciones de su formación, decía que no tenía derecho a capitalizar su fama y su reputación “tratando de enseñar lo que nunca aprendí a hacer yo mismo”. Publicó en 1937 un libro autobiográfico, “La mia parabola”. Titta Ruffo falleció en Florencia el 6 de julio de 1953.
El barítono Giuseppe Bellantoni (1880-1946), de voz cálida, emitida con extraordinaria dulzura, demostrativa con un canto de gran nobleza, con fáciles agudos y fraseo elocuente, participó en esta temporada en los roles de Amonasro en “Aída”, el conde de Luna en “Il Trovatore”, Kurwenal en “Tristán e Isolda” y Wotan en “Sigfrido”. Si bien representó en su carrera numerosos roles wagnerianos, abarcaba también los más importantes del repertorio italiano de su cuerda: el rey Alfonso en “La Favorita” de Donizetti, Carlos de Vargas en “La Forza del Destino”, “Nabucco”, “Rigoletto”, Germont en “La Traviata”, etc. Tuvo una extensa actuación en numerosas salas de Italia, Francia y España. No realizó demasiadas grabaciones, pero las existentes permiten apreciar la calidad de su canto.
Los bajos
Acaso el más importante actor cantante del siglo XX, el bajo ruso Feodor Chaliapin había nacido en Kazán el 15 de febrero de 1873. Surgido de un medio de extrema pobreza, a los 19 años comenzó a estudiar canto integrándose en compañías de bajo nivel donde además cumplía otras funciones. En 1894 pasó a formar parte del elenco del Teatro Imperial de San Petersburgo. En 1899 cantaba en la Ópera Imperial de Moscú y ya en 1901 aparecía dirigido por Toscanini en La Scala de Milán, en el rol de “Mefistófeles”, junto al Fausto de Enrico Caruso. Con esta ópera debutó el 20 de noviembre de 1907 en el Metropolitan de Nueva York, impresionando al público con su voz de hermoso timbre, su alta y esbelta figura y una interpretación admirable. Su representación demoníca, incluyendo la desnudez de cintura para arriba, hizo que se le viera como excéntrico y exagerado para la época. Beniamino Gigli decía de él que era “igualmente grande cantando que actuando. Su voz tenía una hermosa textura, era emitida a la perfección, emocionaba por su alcance e intensidad; su vocalización equivalía a una demostración maravillosa de dominio de la respiración, la producción tonal y el fraseo.”10
Su personificación del zar en “Boris Godunov” que no cantó en su debut porteño, aunque sí 22 años más tarde, durante la temporada 1930, es un clásico de antología reflejado en las numerosas grabaciones que realizó a partir de 1911. La más importante (al menos para nosotros) es la tomada en vivo desde el escenario del Covent Garden de Londres el 4 de julio de 1928, donde la dramaticidad de su interpretación quedó plasmada para la posteridad. Ese es el singular valor de las tomas en vivo, en las que no existe (o al menos en esos tiempos, era muy limitada) la posibilidad de realizar correcciones o mejoras. Lo representó por vez primera fuera de Rusia en París en 1908 con una Compañía de Ópera de ese origen y en Londres en 1913.
Por cierto, destacó en todos los roles que tuvo a su alcance, a los que agregó numerosas canciones, ya fueran las tradicionales rusas, como las del repertorio de cámara. Grabó casi doscientos discos, registrando los primeros en Moscú en 1901 y los últimos hacia 1936.
Durante la temporada 1908 los porteños lo vieron a partir del 12 de julio en las funciones del “Mefistófeles” de Arrigo Boito. Dicen los recuerdos de estas funciones que Chaliapin se impuso por su “… formidable figura y su magnífico estado vocal … imaginación y grandeza interpretativa. La obra de Boito quedó signada por su nombre y su recuerdo, una presencia que debieron vencer los cantantes que le sucedieron en el rol…”.11
Interpretó al Don Basilio en seis funciones de “El Barbero de Sevilla”, con Ruffo, Pini-Corsi, Esperanza Clasenti y Manfredi Polverosi y participó del “Don Giovanni” mozartiano en el rol de Leporello, junto a Ruffo, Amelia Pinto, Polverosi, la Farnetti y la Clasenti.
Feodor Chaliapin falleció en París, donde vivía exiliado desde 1922, el 12 de abril de 1938.
Vittorio Arimondi fue un bajo nacido en Saluzzo en 1861 y fallecido en Chicago en abril de 1928. Había debutado en Varese cantando “Il Guarany”, de Carlos Gomes en el año 1883. De allí pasó a La Scala y al Costanzi de Roma, donde se consagró por sus brillantes aptitudes. Como Mefistófeles, en la ópera “Fausto” de Gounod, se lució en franco contraste con los cantantes franceses que hacían de ese papel un juego de inflexiones melifluas e insinuantes. Su voz, profunda y solemne, como podemos apreciar aún hoy en su grabación del aria de Fiesco del “Simón Boccanegra” verdiano, estaba apoyada en la presencia imponente que le daba una estatura poco común. Creó el personaje de Pistola en el “Falstaff” verdiano. Su presencia se hizo notar representando los roles de su cuerda en óperas como la citada “Simón Boccanegra”, “Rigoletto”, “Mefistófeles”, “Tanhauser”, etc., en importantes teatros de Europa y América. Previa su presencia en el Colón, en 1904 había actuado en los teatros Coliseo y Politeama. En la temporada inicial de nuestro teatro cantó los personajes de Ramfis en “Aída”, “Tristán e Isolda” de Wagner y “La Gioconda” de Ponchielli.
Las sopranos
Lucía Crestani, la soprano que inaugurara con el rol protagónico de “Aída” nuestro teatro, había visitado Buenos Aires años antes, cantando en el Teatro Coliseo. La leyenda dice que, abandonada de todos y con la razón perdida, murió en la más absoluta pobreza en un hospicio de Río de Janeiro hacia fines de la década del 40. En la temporada 1908 esta distinguida artista italiana cantó además los roles de Gilda en “Rigoletto”; “Tosca”; la Leonora de “Il Trovatore”; en “Cendrillon” de Jules Massenet y por fin cuatro funciones de “Sigfrido”, donde fuera de la escena, como corresponde a este breve papel, interpretó la Voz del Pájaro del Bosque, que guía al protagonista en su camino por la foresta.
Esperanza Clasenti fue un soprano ligera que se presentó en el Colón en la temporada inicial, participando en “Hamlet”, “Rigoletto”, “El Barbero de Sevilla”, “Cendrillon”, “Aurora” y “Don Giovanni”. Varios años después, en 1916, retornó para participar en “Loreley” de Alfredo Catalani y “Los Hugonotes” de Meyerbeer.
La siciliana Amelia Pinto fue otra cantante especialista en Wagner. Nacida en Palermo en enero de 1876 y fallecida en la misma ciudad en junio de 1946, estudió en la Academia Santa Cecilia de Roma, y sus rápidos progresos le facilitaron debutar en diciembre de 1899 en el teatro Grande de Brescia con “La Gioconda” de Ponchielli. Al año siguiente la Scala de Milán la vio triunfar en “Mefistófeles”, “Tosca” y “Tristán e Isolda”. Cantó en Chile, Estados Unidos, España, Rusia y Egipto.
Había estrenado el papel de Isolda en la Scala de Milán en 1901, bajo la batuta de Arturo Toscanini, y en esa sala creó el rol principal de “Germania” de Franchetti junto a Enrico Caruso y Jeanne Bathorï, en 1902, dirigidos por el mismo maestro.
Durante la temporada 1908 la Pinto interpretó el rol de Isolda en seis funciones junto al Tristán de Borgatti; participó además en tres funciones de la Doña Anna en el “Don Giovanni” de Mozart, con Ruffo y Chaliapin; funciones de “Tosca” con Bassi y Ruffo; de Gioconda en la ópera homónima, junto a Polverosi y Ruffo, para finalizar sus actuaciones con cuatro funciones de la Brunilda de “Sigfrido”, nuevamente con Borgatti.
Había actuado en el viejo Teatro de la Ópera de Buenos Aires en “Tanhauser”, “La Regina di Saba” y “Otello”.
Se retiró tempranamente de su carrera al casarse, como lo hicieran otras grandes sopranos, entre las que recordamos a Regina Pacini y María Barrientos.
María Farnetti (Forlì, 1877 – 1955) había debutado en 1898 como Desdémona en el “Otello” verdiano en el Reggio de Turín, revelando tan excepcionales condiciones artísticas, que le valieron un contrato por cinco años en el citado teatro. Puso su voz de rara musicalidad, fresca y vibrante, al servicio del verismo de Puccini y de Mascagni. Con éste realizó una larga gira por Estados Unidos, culminada con gran éxito. Se distinguió como intérprete de los roles puccinianos de “Tosca” y “Manón Lescaut”.
El público de la primera temporada del Colón la aplaudió en “Madama Butterfly”; “Paolo y Francesca”; “Mefistófeles”, “Otello”, “Don Giovanni” y “Aurora”. No volvió a cantar en esta sala, aunque su presencia en nuestra ciudad fue reiterada en otros escenarios, antes y después de 1908. En el Teatro Coliseo de Buenos Aires la Farnetti estrenó el rol principal de “Isabeau” de Mascagni en 1911.
Su primera presentación ante el público porteño se había concretado en el Teatro de la Ópera en 1903, donde cantara, en “Iris” de Mascagni, el papel que estrenara el 22 de noviembre de 1898 en el Constanzi de Roma la rumana Hericlea Darclèe, otra cantante finisecular de prestigio que gozara de especial predicamento entre el público porteño.
Los directores de orquesta
El maestro concertador de la temporada y director de orquesta que tuvo a su cargo la función inicial fue Luigi Mancinelli, nacido en Orvieto en 1848 y fallecido en Roma en 1921. Su fama como conductor era transcendente en el mundo de la música. Dirigió la orquesta de varios teatros de su país, y la fama adquirida le proporcionó ventajosas contrataciones en el extranjero.
Se presentó ante el público de París en los conciertos del Trocadero, con motivo de la Exposición Universal de 1878. Durante algún tiempo estuvo al frente, como director, del Liceo Musical de Bolonia, y por entonces (1881) era maestro de capilla de la famosa basílica de San Petronio. Dirigió también el Teatro Comunale de esa ciudad, actuando además en Roma, Nápoles, Milán, Londres, Madrid, Viena, Hamburgo, Nueva York y muchos otros prestigiosos escenarios.
Desde 1886 hasta 1888 fue director de orquesta del teatro Drury Lane, de Londres, y en ese último año se trasladó como director del Teatro Real a Madrid. Tanto en dicha sala como en el Liceu de Barcelona, cosechó muchos aplausos dirigiendo óperas de Wagner y las suyas propias.
Entre sus producciones cabe citar las oberturas e intermezze para los dramas “Messalina” y “Cleopatra”, de Piero Cossa; las óperas “Isadora di Provenza” (estrenada en Bolonia, 1884), “Hero y Leandro” (se presentó en Norwich, 1897), etc., cuatro óperas en total; los oratorios “Santa Agnese” e “Isaia”, varias melodías para canto y piano, cantatas, composiciones corales, música de escena y orquestales.
Una de sus óperas, “Paolo y Francesca”, figuró en la temporada de 1908. No tuvo demasiado éxito y salvo las funciones de ese año, no se volvió a reponer en el teatro.
Volvió al Colón en 1909 y 1913. Su tarea de concertador de óperas no lo hizo abandonar la dirección de conciertos, realizando notables versiones de las sinfonías de Mozart y Beethoven. Se dice que Richard Wagner lo distinguía con su respeto y sus elogios, llamándole “el Garibaldi de los directores de orquesta”.
Tenía un hermano, Marino Mancinelli, también músico, nacido en 1844, que en 1894 se suicidara en Río de Janeiro, después de fracasar en el intento de asumir la dirección del teatro Lírico de esa capital.
Compartió la responsabilidad con el maestro Mancinelli el director Arturo Vigna, nacido en Turín en 1863, realizando allí sus estudios. Inició su carrera en Montecarlo en 1896, continuando durante varios años dirigiendo óperas y conciertos.
Muy estimado por Giacomo Puccini, éste lo eligió para que dirigiera la primera función de “La Boheme” en Madrid durante 1898. Fallecido Verdi en enero de 1901, Vigna fue llamado a Berlín y Praga para dirigir una serie de obras del gran maestro. Con motivo de inaugurarse en Berlín un monumento a Wagner en 1903, representó a Italia en un concierto internacional allí celebrado. Luego de la temporada inaugural, retornó por única vez al Colón en 1919. Dirigió ópera en Viena, Budapest, Varsovia, Estocolmo y otras capitales europeas, así como en Nueva York, Chicago y varias ciudades de los Estados Unidos.
Héctor Panizza fue un compositor y director de orquesta de ascendencia italiana que inició su formación junto a su padre, un notable músico radicado en Buenos Aires el mismo año en que naciera su hijo, 1875, prosiguiéndolos luego con el alemán Conrado Herzfeld. Héctor completó sus estudios en el Conservatorio de Milán, donde estudió con los maestros Galli, Ferroni, Saladino y Frugatta. Compuso música instrumental, presentando en 1887 su primera obra, el álbum denominado “Flores primaverales”, que reunía siete piezas para piano. En 1892 obtuvo el primer premio de la Sociedad Sinfónica de Buenos Aires, con la suite sinfónica “Bodas campestres”. En 1895 regresa a Milán recibiendo en 1898 los primeros premio de composición y de piano. Inicia allí su triunfal carrera como director de orquesta, reemplazando a Mascheroni en el Costanzi de Roma, dirigiendo luego en los principales teatros del mundo, desde la Scala de Milán al San Carlo de Nápoles, de la Deustche Opera de Berlín a la Ópera del Estado de Viena, el Covent Garden de Londres, Liceo de Barcelona, Real de Madrid, Municipal de Río de Janeiro, hasta el Metropolitan Opera House de Nueva York y muchos más.
Se recuerdan, de su autoría, una sonata para violoncelo y piano (premiada en Milán), “Tema con variazione” (premiado en Bolonia) en 1918, “Il re e la foresta” (1924) para solos, coros y orquesta, Cuarteto para arcos, “Il fidanzato del mare” (ensayo musical en un acto), etc. Es importante su arreglo, con ejemplos antiguos y modernos, del “Método de Instrumentación” de Héctor Berlioz. Escribió también las óperas “Medioevo latino”, que presentara en la Ópera de Buenos Aires, en 1901, bajo la dirección del maestro Arturo Toscanini; “Aurora” (1908) y “Bizancio” (1939).
Durante su larga existencia Panizza compartió su actividad con generaciones de músicos de las que formaron parte desde Alberto Williams, gran sinfonista y adaptador de la guitarrística pampeana al lenguaje culto, Julián Aguirre y Carlos López Buchardo que entretejieron lo autóctono con lo universal creando con técnicas modernas, un folklore muy especializado, hasta Floro Ugarte, Manuel Gómez Carrillo, Constantino Gaito, Luis Gianneo, Carlos Guastavino, José María y Juan José Castro, Felipe Boero, Alberto Ginastera, etc.
Nacido en Buenos Aires el 12 de agosto de 1875, Héctor Panizza fallece en Milán el 28 de noviembre de 1967.
Conclusión
Limitada muestra de lo que vendría con los años, esta primera temporada del teatro Colón lo ubicó inmediatamente entre los primeros del mundo, si bien como plaza artística Buenos Aires ya figuraba desde tiempo atrás en un sitio de preferencia. Pensemos que sólo meses después de estrenarse en las principales salas de Europa, Buenos Aires conocía obras tan famosas como el “Otello” verdiano, “La Boheme” y “Madama Butterfly” de Puccini, la “Cavalleria Rusticana” de Mascagni (que se llegó a representar en simultáneo en cinco salas) y muchas piezas más.
Por cierto, a ello contribuyó la importante inmigración italiana, en cuya cultura la presencia de la ópera y de la música en general tenían no solo relación directa sino una fuerte carga identitaria.
Tampoco debemos dejar de lado el “uso social” del teatro – y en especial del teatro de ópera – como espacio para verse y ser visto. Esos nuevos comportamientos sociales generaron la necesidad de construir estos lujosos palacios a los que muchas veces sólo la presencia de los verdaderos interesados en el arte, generalmente ubicados en las localidades altas y más preocupados por la calidad de lo que se les ofrece desde el escenario y el foso, que por la calidad o el lujo de sus vestidos o sus joyas, le dieron con justicia el contexto cultural imprescindibles hoy en una sala de estas características.
Meta para los consagrados y para los que desean consagrarse, fueron pocas las grandes figuras que estuvieron ausentes de su sala, aún teniendo en cuenta cuán a “contramano” queda Buenos Aires de los grandes centros de la lírica mundial. Si bien desde hace años los tiempos de viaje se han reducido, en la época de los traslados en vapor la lentitud no reducía el interés de los grandes artistas por presentarse en su escenario. Nuestra urbe convocaba, contra el pago de sumas exorbitantes para esos tiempos en muchos casos, a los artistas de máximo nivel internacional de la época.
No todos llegaron en la plenitud de su carrera; no todos nos visitaron con la asiduidad con que los amantes del género hubiéramos deseado, pero “nuestro” Colón mantiene para quienes lo frecuentamos por amor a sus manifestaciones artísticas, el atractivo de sorprendernos siempre con la calidad de sus espectáculos y con la carga sentimental del recuerdo de los que viéramos en años anteriores, o de aquellos que nos relataron, o mejor aún, de los que imaginamos, vinculando la lectura de los viejos programas y los elencos de los años de oro de la lírica con las viejas grabaciones de las voces muchos de esos protagonistas.
Que no es posible conformar a todos lo podemos ver en las viejas y nuevas críticas, en los comentarios de pasillo, donde figuras que unos consideran grandes, son para otros meros imitadores o tristes deshechos… Pero con todas esas cargas de subjetividades y pasiones desatadas, que un género como la ópera traslada desde el escenario a sus espectadores, la memoria del pasado de uno de sus principales escenarios nos une en el recuerdo de los valores que lo hicieron grande.
Y como “colaborando” con nuestra expresión de afecto hacia el teatro, elegimos algunas palabras de Margarita Wallmann, la gran coreógrafa y directora de escena, refiriéndose a su primer viaje a la Argentina.
Contratada para la temporada oficial 1937 por el entonces director artístico del Colón, maestro Floro Ugarte, se embarca en el “Conte Grande”. Agotada por una travesía que duró veintiún días “…Secretamente me juré que sería el último viaje a Buenos Aires. Me engañaba: hasta el momento (1978) he cruzado el océano treinta y siete veces en barco o avión, y siempre con la misma sensación: volver a la Argentina (léase al Colón) es como volver a casa… En la actualidad es difícil imaginar la gigantesca organización del Teatro Colón… Hasta el propio Toscanini me confesó no haber visto jamás en el mundo una organización teatral tan impresionante ¡y yo no he visto nunca un teatro donde se trabaje tanto!” Y dice refiriéndose al público, ese del que formamos parte, como decía más arriba: “En cambio el público no ha cambiado nunca. Hoy como siempre su entusiasmo intacto por la ópera lo impulsa a llenar el Colón y hasta a seguir el espectáculo de pie… Yo, que trabajo de éste y del otro lado del Atlántico, puedo asegurar que si debiera hacerse una comparación, ella sería más bien en honor de Buenos Aires.” g
Notas
1.- Agradecemos la colaboración en la traducción del Lic. Leandro Cafferana.
2.- Creemos que la autora hace una comparación con el exterior del viejo Metropolitan de Nueva York, edificio carente de todo atractivo y que, a juzgar por las fotografías, parecía realmente una cárcel.
3.- Este modo de trabajar se suprimió definitivamente recién en 1931, cuando la sala pasó a integrarse como un nuevo organismo de la administración de la ciudad, a cargo de una comisión que para ese año presidiera el intendente José Guerrico e integrara Magdalena Bengolea de Sánchez Elía, Manuel Güiraldes, Ricardo Bosch y Ricardo Rodríguez.
4.- Una reproducción del interior del programa puede verse en el N° 16 de esta revista, mientras que la tapa de ese número reproduce la cubierta del mismo.
5.- La grabación de seis de sus principales escenas, incluyendo un dúo con la famosa soprano ligera María Galvany, que realizara en el pináculo de su carrera, nos demuestran por un lado la calidad única de la voz de este barítono y, por otra, las razones de la desapación de esta obra del repertorio de los grandes teatros. Nada justificaría su inclusión en la actualidad. Sólo podría salvarla la voz de un cantante de esas características, como se puede apreciar en el “Brindis”, que Ruffo grabara no menos de dos veces, una de ellas con el coro del Teatro Alla Scala de Milán.
6 – Francesco Tamagno (1851-1905) representó este rol en el teatro de la Ópera de Buenos Aires en 1890. Había actuado también en el viejo Colón y volvió a nuestra ciudad en 1896 y 1898. Preservados en escasas grabaciones y teniendo en cuenta la precariedad de los sistemas técnicos de la época, resultan impresionantes sus medios vocales.-
7 – Las grabaciones que algunos de ellos nos han dejado de fragmentos de esta obra (como Ruffo en el “Finch´han dal vino”, la “Serenata” o en el dúo del protagonista con Zerlina, en esta grabación la soprano Graziella Pareto), son demostrativas de este comentario. Nada más alejado del estilo que esa voces poderosas, adaptadas sin duda admirablemente para el canto verdiano y verista pero no para el del genial compositor de Salzburgo.
8 – Florencio Constantino (Bilbao 1869-México 1919) interpretó el rol de Mariano en la temporada 1909, con la soprano Hericlea Darclèe y Ruffo. Llegado a Buenos Aires hacia 1882, al terminar su servicio militar Constantino vivió y trabajó en faenas rurales en Bragado. Estudió canto ayudado por el Club Español realizando luego una carrera internacional. En el Colón solo cantó en 1909 y 1911.
9 – Ver “Sobre el Himno Nacional” por Arnaldo Miranda, en “HISTORIAS DE LA CIUDAD – Una revista de Buenos Aires”, Año III, Nro. 11, Septiembre de 2001.
10- – GIGLI, Beniamino “Memorias”, Editorial Troquel S.A., Buenos Aires, 1962.
11 – ARÁOZ BADÍ, Jorge, “Cuando el diablo mete la cola”, en “TEATRO COLÓN”, Año 8, Nº 56/57, página 49, Agosto de 1999.
Material consultado
* AA VV, “EL LIBRO VICTROLA DE LA ÓPERA ”, editado por la Victor Talking Machine Company, Camdem, New Jersey, Estados Unidos, 1925.
* AA VV, “IL CARLO FELICE DI GENOVA – Un secolo di grandi voci”, colección de ocho CD, editados por Nuova Era Records, Italia, 1996. Contiene sucintas biografías de los cantantes que actuaron en ese teatro.
* AA.VV, TEATRO COLÓN, (Revista) números varios.
* DE LA GUARDIA, Ernesto y HERRERA, Roberto, “EL ARTE LÍRICO EN EL TEATRO COLÓN” (1908 – 1933), Buenos Aires, mayo de 1933.
* ECHEVARRÍA, Néstor, “EL ARTE LÍRICO EN LA ARGENTINA”, Imprima Editores, Buenos Aires, 1979.
* ECHEVARRÍA, Néstor, “EL ARTE LÍRICO EN BUENOS AIRES, UNA TRAYECTORIA DE 175 AÑOS”, en “HISTORIAS DE LA CIUDAD – Una Revista de Buenos Aires”, año II, Nro. 7, Diciembre de 2000.
* ECHEVARRÍA, Arq. Néstor, “EL TEATRO COLÓN DE BUENOS AIRES – SIMBIOSIS ENTRE ARQUITECTURA Y MÚSICA”, en “HISTORIAS DE LA CIUDAD – Una Revista de Buenos Aires”, año III, Nro. 16, Julio de 2002.
* GIGLI, Beniamino, “MEMORIAS”, Editorial Troquel S.A., Buenos Aires, 1962.
* NEWMAN, Ernest, “NOCHES DE ÓPERA”, Eudeba, Editorial Universitaria de Buenos Aires, julio de 1965.
* PECK, Annie S., “THE SOUTH AMERICAN TOUR”, George H. Doran Company, New York, 1913.
* REVISTA DEL TEATRO COLÓN, números varios.
* TEATRO COLÓN, Programas varios, colección del autor.
* WALLMANN, Margarita, “BALCONES DEL CIELO”, Emecé Editores S.A., Buenos Aires, 1979.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año IV N° 21 – Junio de 2003
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Categorías: Edificios destacados, Palacios, Quintas, Casas, CULTURA Y EDUCACION, Artistas escénicos, Teatro,
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Año de referencia del artículo: 1930
Historias de la Ciudad. Año 4 Nro21