El lunfardo, en sencilla definición, no es más que un repertorio de voces, muchas de las cuales fueron traídas por la inmigración, para comenzar, después, a desarrollar una existencia paralela al habla común y terminar, en no pocos casos, siendo asimiladas por nuestro lenguaje familiar y coloquial.
El 21 de diciembre de 1962, cuando nos estábamos despidiendo del tranvía, unos hombres amantes del estudio de esas voces y expresiones populares resolvieron seguir siéndolo, pero de un modo más enfático y aplicado: fundaron la Academia Porteña del Lunfardo.
Sabiendo que adaptar a nuestra manera de ser y de sentir no pocos de los vocablos de nuestra “parla madre” (que es el castellano), y el ir sumando voces a los entresijos del idioma es una tarea de la que siempre se ha ocupado el pueblo, la Academia adoptó entonces como emblema un farol de alumbrado público, circundado por un lema que encierra esta elocuente definición: “El pueblo agranda el idioma”.
En la imagen adjunta se ve a los miembros de la Academia Porteña del Lunfardo posando en plena calle, frente a la que fue la segunda sede de la Institución (Lavalle 1537). La fotografía fue tomada por Norberto Mosteirín, fotógrafo del diario La Nación, el sábado 8 de diciembre de 1973 y publicada en la revista cultural de dicho diario, el 27 de enero de 1974.
Ad testificandum
Luis Alposta
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Palabras claves: lunfardo,
Año de referencia del artículo: 1974