En julio de 1921 Alfredo L. Palacios instaló en los Talleres Metalúrgicos del Estado un laboratorio experimental.
Los resultados allí obtenidos le permitirían determinar, científicamente, el nivel de agotamiento que produce en los obreros el trabajo industrial.
Ese invierno los obreros del barrio de la Boca volvieron a ver transitar por las calles de su puerto al dirigente socialista Alfredo Palacios. Su presencia no resultaba novedosa ni a los trabajadores ni a sus familias.
Ya había participado activamente junto a ellos, desde principios del siglo XX, en diversas jornadas de protesta y movilización obrera, así como en actos políticos para la campaña electoral de 1904. Con su apoyo pudo consagrarse diputado nacional por el Partido Socialista y —como se ha señalado reiteradamente— convertirse en el primer diputado socialista de América.
Si no se trataba entonces de una presencia nueva, las circunstancias por las cuales Palacios volvía a la Boca diecisiete años más tarde, resultaban muy diferentes a las de 1904, ya que ahora lo hacía en su condición de profesor universitario, más precisamente de la cátedra de Legislación Industrial de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires y con el objetivo de estudiar las consecuencias que, en la salud física y psíquica de los trabajadores, producía el desenvolvimiento de la jornada laboral en el régimen capitalista industrial.
Los riesgos y secuelas que para la salud de los trabajadores generaban las condiciones del trabajo industrial (las mutilaciones físicas, el saturnismo, la tuberculosis, el enfisema pulmonar, la neumonía), ya fuera en los pequeños talleres de carácter artesanal o en las grandes fábricas, fueron reiteradamente denunciados desde fines del siglo XIX por los médicos higienistas, los intelectuales comprometidos y especialmente por los socialistas, quienes construyeron sobre la cuestión de la salud obrera un discurso ampliamente difundido a través de la prensa, la conferencia y la acción parlamentaria.
Entre esas voces se encontraban las más tempranas de José Ingenieros, Juan B. Justo, Adrián Patroni, Enrique Del Valle Iberlucea y la del mismo Palacios. Este último fue uno de los políticos-intelectuales argentinos que desde su banca de diputado nacional y desde la cátedra, promovió tesoneramente el ideal de una democracia que contemplara la realización de las reivindicaciones de los derechos de los trabajadores, mejorara sus condiciones de trabajo y garantizara su salud a través de una legislación social que las hiciera efectiva.
En su fe política por construir una democracia social, Palacios no se encontraba solo. Antes y después que él, otros intelectuales habían ya proclamado la necesidad de realizar la justicia social en el país, como Manuel Ugarte y Alejandro Korn y los ya citados José Ingenieros y Juan B. Justo. A ellos se les unió, en el contexto mundial del surgimiento de la Revolución bolchevique en Rusia, la promoción que hicieron los estudiantes reformistas del ‘18, quienes proclamaron, en ese clima político que se anunciaba entonces como la aurora de un nuevo mundo, la solidaridad estudiantil con la luchas proletarias.
La cátedra y la ciencia para la defensa de la salud obrera
Egresado como abogado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires en 1900, Alfredo Palacios fue —de todos los dirigentes socialistas de la primeras décadas del siglo XX— quien realizó la más extensa y prolífica carrera universitaria, llegando a ser decano de las Facultades de Derecho de las Universidades de La Plata (entre 1922 y 1925) y de Buenos Aires (en 1930) y finalmente Rector de la primera casa de estudios entre 1941 y 1943.
Su carrera docente comenzó con su designación en 1910 como profesor suplente de Filosofía del Derecho en la facultad de Derecho de Buenos Aires, siendo nombrado posteriormente en las cátedras de Legislación Industrial (1915) y en la de Legislación del Trabajo (1919) en las Facultades de Ciencias Económicas y de Derecho respectivamente.
La investigación de Palacios en la Boca en 1921 fue otra de las batallas por la defensa de los derechos de los trabajadores y se convirtió en una de las primeras vinculaciones entre mundo universitario y mundo del trabajo, en la que la universidad formuló y aplicó un nuevo plan de investigación científico de carácter experimental para evaluar el agotamiento que, en el organismo de los obreros, producía el trabajo industrial, así como el estudio de los problemas sociales del país. Ello se diferenciaba claramente de los que sobre esta misma problemática se habían iniciado en años anteriores, como los promovidos por Joaquín V. González en la Universidad de La Plata o los que desarrollaba el Estado a través de los Departamentos Nacionales de Higiene y de Trabajo.
Promovida por la Oficina Internacional del Trabajo [OIT] con sede en Ginebra (Suiza) y contando con el apoyo del Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Económicas y de su decano, el doctor Eleodoro Lobos, Alfredo Palacios llevó adelante entre los obreros de los Talleres metalúrgicos del Estado ubicados en la Boca, una serie de experiencias y ensayos científicos para registrar las consecuencias psicofísicas que producía en los organismos de los obreros, la jornada laboral de 8 horas en la fábrica y fundamentalmente los efectos que causaba su prolongación.
Esos estudios resultaban en realidad un capítulo específico en la vida pública de Palacios, en su constante prédica política en defensa de los derechos de la clase trabajadora, que se trasladaba ahora desde la banca de la Cámara de Diputados hacia la cátedra y el gabinete de investigación científica.
Palacios daría cuenta en su libro La Fatiga y sus proyecciones sociales, publicado en 1922 por la Facultad de Ciencias Económicas y que recibiría ese mismo año el Premio Nacional a la Producción Científica, de los resultados de su experiencia científica pionera en La Boca.
Pero este breve acontecimiento que en una primera impresión aparece como un episodio de la vida académica de la Facultad de Ciencias Económicas, revelaba sin embargo una densa trama histórica en la que interactuaban, a la vez que una coyuntura universitaria determinada por la reformulación de las funciones educativas y científicas de la universidad argentina promovidas por la Reforma Universitaria de 1918, una coyuntura social y política condicionada por las huelgas y protestas obreras que se intensificaron luego de 1917. El desarrollo de un proceso de democratización política del país hacía factible la satisfacción de parte de esas demandas, pero generaría también la reacción política de los sectores dominantes de la burguesía argentina, como respuesta a ese doble proceso de protesta social y desarrollo democrático del país.
Sería en esos años marcados por la presencia del fantasma de la revolución social que se proyectaba desde Europa —y que en Buenos Aires los sectores oligárquicos y la jerarquía eclesiástica habían visto materializarse en las movilizaciones obreras y en la huelga general de enero de 1919—, que Palacios promovería desde sus cátedras de la Facultad de Ciencias Económicas y de Derecho de Buenos Aires, el estudio de las relaciones entre capital y trabajo, de las condiciones de trabajo y los derechos obreros en la Argentina y la reflexión sobre las propuestas de una nueva jurisprudencia que ya emergían en la Europa de la primera posguerra, promovidas por la revolución bolchevique rusa de 1917, la socialdemocracia alemana y por las luchas del sindicalismo europeo y que mostraban como nuevo signo de los tiempos, el avance del proletariado en la organización y defensa de sus intereses de clase, cuestionando el derecho burgués que regulaba las relaciones de producción en el capitalismo.
La investigación de Palacios nacía en realidad de una iniciativa promovida en 1920 en el seno de la OIT por el industrial italiano Pirelli, representante patronal en su Consejo de Administración, de realizar estudios sobre los problemas de la producción industrial luego de la guerra.
La propuesta de Pirelli era una estrategia de los sectores industriales europeos para cuestionar desde la OIT la implantación de la jornada laboral de ocho horas en las fábricas, uno de los reclamos centrales del movimiento obrero en la posguerra y que había sido proclamado por los representantes sindicales en el Congreso del Trabajo de Washington, de 1920. Las demandas obreras por sus derechos se afirmaban en los nuevos ideales proclamados por el presidente norteamericano Wilson, sancionados en el Tratado de Paz de Versailles, pero más aún en la experiencia que, en la construcción de la sociedad socialista, realizaban los bolcheviques en Rusia desde octubre de 1917.
Las organizaciones obreras europeas se movilizaron luego de 1918 contra la intensificación de las horas de trabajo y de la implementación del taylorismo en sus industrias. Esta realidad social que se debatía cotidianamente en la prensa, en el sistema político, en los organismos estatales vinculados al trabajo y en los congresos sindicales y que expresaba la lucha entre capital y trabajo, sería llevada a la universidad por Palacios, para que allí fuera objeto de estudio de la ciencia experimental.
La OIT aprobó el 9 de junio de 1920, realizar una “Encuesta sobre la producción”, que era todo un programa de estudios sobre las condiciones y los problemas de la producción industrial en el mundo, en su relación con las condiciones de trabajo y la factibilidad de implantar la jornada de ocho horas. El director de la OIT Albert Thomas (ex ministro del gobierno francés durante la guerra) remitió a Palacios en mayo de 1921, el programa que esa oficina promovía y éste lo presentó a la Facultad de Ciencias Económicas, que aprobó su realización a través de una comisión conformada por los profesores Emilio Lahitte, Alejandro Unsain, Javier Padilla, Pedro Marotta, Eusebio García, Mario Rébora, E. M. Gonella y el mismo Palacios.
Mientras los miembros de la comisión se encargarían de investigar los aspectos del programa referidos a la producción, Palacios realizaría el estudio de la evolución de la fatiga psicofísica que se producía en los obreros durante la jornada de labor, llevándolos adelante en el mismo lugar de producción.
La realización de esta investigación le demandó vivir durante todo el mes julio de 1921 en la embarcación El Pampero, amarrada en uno de los muelles del Riachuelo y brindó a los socialistas los argumentos para confrontar con las demandas empresariales de extensión de la jornada laboral y se convirtió también en la primera crítica de una de las nuevas formas de organización de la producción surgidas a fines del siglo XIX que buscaba lograr el aumento de la productividad del trabajo y la reducción de costos: el taylorismo.
El laboratorio de psicofisiología en la fábrica
A comienzos de julio de 1921 Palacios instaló en los Talleres metalúrgicos del Estado ubicados en La Boca, un laboratorio de psicología experimental que le había sido facilitado por la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires. Para la ejecución de las distintas experiencias, contó con la colaboración del profesor y psicólogo José L. Alberti, quien se encontraba a cargo del mismo.
Los talleres metalúrgicos en los cuales se desarrollarían las experiencias dependían del Ministerio de Obras Públicas de la Nación y en ellos los obreros realizaban trabajos de tornería, armado y fundición para las construcciones sanitarias de la zona del Riachuelo. Palacios argumentó que su investigación se realizaba en esos talleres, porque reunían las condiciones de dirección y laborales que evitaban la intervención de factores que perturbaran los resultados, ya que eran administradas por el Estado. Regía en ellos la jornada laboral de 8 horas diarias y 48 semanales, los lugares de trabajo eran higiénicos y seguros y los salarios eran superiores a los que se ofrecían en las empresas privadas. Los resultados allí obtenidos, según Palacios, permitirían conocer científicamente el agotamiento producido en los obreros por el trabajo industrial.
Para llevar a término esta investigación, Palacios organizó un plan de trabajo interdisciplinario, que se fundó en las experiencias, los conceptos y los dispositivos técnicos desarrollados por los psicólogos experimentales y médicos fisiólogos de la universidades europeas. Palacios tomó de estos fundamentalmente su concepto de fatiga y los principios que la regían, aplicados al trabajo industrial, de lo que resultaba el grado de agotamiento que sobre las funciones físico-musculares del organismo de los obreros, producía el trabajo industrial a lo largo de la jornada laboral, así como las alteraciones que se producían en la circulación, la respiración y en las funciones psíquicas y mentales.
Utilizó para ello los aparatos que estos mismos científicos desarrollaron o adaptaron, para registrar gráfica y cuantitativamente los efectos que la fatiga producía en el rendimiento muscular, a lo largo de la jornada de ocho horas; sobre el grado de atención y el tiempo de reacción a estímulos visuales, táctiles y auditivos y en el ritmo respiratorio y cardíaco del grupo de obreros seleccionados.
El laboratorio experimental de psicofisiología era el resultado del desarrollo de una serie de aparatos y dispositivos de medición y registro gráficos y otros eléctricos diseñados en el campo de la fisiología humana y la psicología experimental o adaptados directamente a ellas en el último cuarto del siglo XIX y que habían permitido llevar adelante importantes investigaciones sobre las funciones y actividad de los músculos, el sistema nervioso y los aparatos respiratorios y circulatorios. La electricidad, los electrodos, la batería de acumuladores, el galvanómetro, la fotografía, las lámparas eléctricas y los instrumentos de medición diseñados durante la segunda revolución industrial, habían permitido el desarrollo de aparatos de registro gráficos de precisión para el estudio de las funciones fisiológicas y psíquicas de los seres humanos, como el miógrafo, el ergógrafo, el estensiómetro, el cardiograma, el esfigmógrafo y el pneumograma.
El plan de experiencias diseñado por Palacios y Alberti incluía tomar muestras de orina y sangre de los obreros seleccionados, realizar mediciones de fuerza muscular a través de ergogramas y de dinamometrías a la presión y tracción en ambas manos, mediciones que se completaban con la realización de dinamogramas de mano izquierda y derecha. Las experiencias se completaban con estudios sobre la sensibilidad táctil obtenidas a través de la realización de estensiometrías en ambas manos y de observación del ritmo cardíaco y respiratorio de los obreros, por medio de cardiogramas y pneumogramas.
Todas estas experiencias se realizaban antes de que los obreros comenzaran su horario de trabajo (7 de la mañana) y se repetían al finalizar las tareas de la mañana (a las 11 horas), cuando reingresaban a la fábrica luego del almuerzo (13 horas) y después de finalizado el horario laboral de ocho horas (17 horas).
El laboratorio experimental contaba con los dispositivos de medición y registro gráfico de la fisiología humana y la psicología experimental referidos anteriormente: un dinamómetro con el cual se medía la fuerza muscular, un ergógrafo diseñado por el fisiólogo italiano Angelo Mosso, aparato que, conectado a las manos de los obreros seleccionados, le permitió a Palacios medir el rendimiento de la fuerza muscular del trabajador a lo largo de la jornada laboral. Ella se registraba en un cilindro diseñado por el fisiólogo francés Jules Marey, sobre el cual se disponía una planilla y cuyo movimiento de oscilación permitía registrar gráficamente —por medio de una pluma inscriptora móvil superpuesta al cilindro— ese rendimiento.
Mientras que los dedos anulares e índices quedaban inmovilizados en los tubos de cobre del aparato, el ergógrafo se conectaba a los dedos medios de ambas manos del obrero que quedaban libres y a partir de un movimiento de flexión de los mismos —por el cual debía elevar un peso de tres kilográmos— se registraba en las planillas la altura producida por el movimiento y a partir de ella se calculaba el rendimiento de su fuerza muscular y con ello la fatiga que el trabajo producía en los diferentes horarios de la jornada de trabajo.
Los tiempos de flexión de los dedos eran medidos a través de un metrónomo, aparato que completaba al ergógrafo. Así describe Palacios esta experiencia, realizada con el obrero italiano José Montemuro, que se desempeñaba como mecánico tornero: “Colocamos su mano derecha en el asiento, soporte del ergógrafo, en condiciones de inmovilidad adecuada. Le pedimos que siguiendo el compás de un metrónomo, cuyo ritmo es de dos segundos, realice un trabajo de tracción para levantar por la flexión de la segunda falange sobre la tercera del dedo medio, un peso de tres kilogramos. La mano y el brazo no se mueven, sujetándose por medio de una prensa la articulación carpometacarpiana (muñeca). Las articulaciones de los dedos índice y anular se suprimen por medio de dos dedos de guante metálicos, agregados expresamente al primitivo ergógrafo de Mosso. El estudio de la fuerza muscular se completó con una serie de experiencias de presión y tracción realizadas por los dedos de ambas manos de los obreros, de modo horizontal y vertical y que permitían hacer intervenir a todos sus músculos flexores extensores, las cuales se registraban por medio del dinamómetro.”
Con esas mediciones Palacios confeccionó una serie de cuadros estadísticos que le permitieron construir la curva de la fatiga física producida por la jornada de trabajo en los obreros, en los que registró y comparó su fuerza muscular momentos previos de iniciar el trabajo, a las cuatro horas de transcurrido el mismo y al finalizar la jornada de trabajo, deduciendo a partir de ellos la pérdida de fuerza muscular en relación a la fuerza inicial.
Pero el interés central estuvo en medir el rendimiento del trabajo realizado en la novena hora, en la que Palacios comprobaba que la pérdida de fuerza muscular con respecto a la fuerza inicial (la que el trabajador disponía al inicio del día de trabajo) superaba a los porcentajes registrados en el horario de las 8 horas. Según su explicación, ello se debía a que los músculos y el organismo no podían reponer el gasto de energía realizado durante la prolongación de la jornada de trabajo.
El laboratorio contaba además con un cardiógrafo y un pneumógrafo para registrar las funciones cardíacas y respiratorias durante la realización de su trabajo. Estos estudios permitieron a Palacios verificar que los esfuerzos musculares prolongados, repetitivos y el ritmo intenso al que la producción fabril sometía al trabajador, provocaban trastornos en los ritmos respiratorio y cardíaco, lo que en las extensas jornadas sin intervalos de descanso, afectaban al corazón y a los pulmones, que debían compensar con un funcionamiento excesivo el agotamiento y la falta de oxígeno del organismo.
Los cardiogramas y pneumogramas registraron un aumento de la actividad cardíaca en las cuatro mediciones realizadas a lo largo de la jornada laboral, lo que para Palacios expresaba precisamente tanto el aumento de los movimientos del corazón como de la circulación sanguínea y del ritmo respiratorio y que eran la respuesta a la fatiga, que se hacía más intensa en el obrero con el avance de la jornada laboral, pudiendo provocar ese agotamiento físico en el corazón y en los pulmones, el fenómeno de essouflement, de sofocación. “El essouflement —explicaba Palacios— es la manifestación sintomática de la fatiga del corazón y de los pulmones. Cuando pasa un cierto grado de intensidad, representa la forma más grave de la fatiga física, y puede causar la muerte por asfixia, si el sujeto persiste en sus ejercicios rápidos, despreciando la advertencia que implica la molestia en el respirar.” […] “La sofocación es el síntoma por el cual se traduce el esfuerzo que hacen el corazón y los pulmones para satisfacer la necesidad de respirar con rapidez exagerada.”
Completaba el laboratorio una serie de aparatos eléctricos que fueron utilizados para medir la evolución de la atención y los tiempos de reacción de los obreros a estímulos visuales, táctiles, motores y sonoros y las consecuencias que la fatiga laboral producía sobre la misma.
Esas experiencias permitieron a Palacios seguir la evolución de la atención y construir con esas mediciones, gráficas psicométricas de la atención o también denominadas prosexigramas y que habían sido diseñadas por el fisiólogo italiano Mariano Patrizzi. Palacios deducía a partir de las gráficas, que el grado de atención y la reacción a los estímulos —lo que denominaba curva de la atención provocada por la fatiga—, se hacía cada vez más lenta en las horas finales de la jornada laboral, y que ello era provocado por la acción de la fatiga sobre el organismo del obrero.
Así por ejemplo, las transformaciones producidas en la atención del obrero José Montemuro y registradas en su prosexigrama, llevaba a Palacios a concluir que “…después de ocho horas de labor, en este sujeto, la atención se exteriorizó por medio de una curva, que corrientemente y con más o menos diferencia se encuentra en los niños, o bien en los enfermos atacados de parálisis general progresiva.” Esa conclusión era extendida a las curvas de atención obtenidas en el resto de los obreros sujetos a estudio.
Se sumaba a esas experiencias el estudio de la “sensibilidad táctil espacial”, que consistió en tocar, con las dos puntas de un aparato similar a un compás, la superficie de la piel del dorso de ambas manos, comprobando que la pérdida de sensibilidad al tacto era ínfima; y su causa provenía, según Palacios, de que los obreros sujetos a experiencia realizaban trabajo manual y no intelectual.
Completaba esta investigación una serie de análisis de orina, muestras tomadas antes del inicio del trabajo y al momento de finalizar el mismo y que permitieron comprobar la presencia de toxinas.
La cuestión de la productividad y las consecuencias que producía la fatiga, llevó a Palacios a realizar ensayos de observación y medición del rendimiento del trabajo, con obreros metalúrgicos dependientes también del Ministerio de Obras Públicas, que debían realizar jornadas de 10 horas bajo el régimen de producción por piezas.
Seleccionó para ello ocho obreros que debían construir cajas de hierro fundido para llaves maestras y piezas metálicas, registrando y comparando la cantidad producida por cada uno en las primeras ocho horas (divididas por el horario de almuerzo y descanso en dos segmentos) y luego en las novena y décima, durante siete días.
Comprobó que mientras el número de piezas se mantenía constante a lo largo de las primeras ocho horas, en las dos finales caía abruptamente, a pesar de regularse el salario por la producción a destajo. La baja productividad que se registraba en las horas finales se acompañaba de un incremento de los accidentes laborales y eran causados, para Palacios, por la fatiga de los obreros, que según sus experiencias se acrecentaba en las horas finales, debido a la falta de descanso que les permitiera restituir la fuerza y energía consumidas, perjudicando su rendimiento. “De todo esto se deduce —concluía Palacios— que las últimas horas representan menos del 50 % con relación a las primeras. El trabajo, durante ellas, se realiza con dificultad y afecta al organismo, aun efectuado por obreros jóvenes y fuertes y en las mejores condiciones de ambiente. Y no representan ni el 50 % aun en este caso excepcional en que se trabaja a destajo y en que, por lo tanto, el obrero intensifica su esfuerzo para obtener mayor salario.”
Así finalizaron las experiencias de laboratorio de Palacios en los Talleres metalúrgicos del Estado, que fueron expuestas en su libro La Fatiga y sus proyecciones sociales, todo un alegato de crítica del capitalismo y de defensa de la salud de los trabajadores.
Marx, la psicología experimental y la crítica del taylorismo
Las mediciones ergográficas y las psíquicas obtenidas con los prosexigramas, los cardiogramas y pneumogramas, los estudios sobre la sensibilidad táctil, los análisis de orina y la medición del rendimiento del trabajo a destajo durante jornadas de más de ocho horas, permitieron a Palacios reconstruir el recorrido o curva de la fatiga física y cerebral de los obreros a lo largo de la jornada de labor. A partir de ellas, formular un conjunto de proposiciones con el fin de mostrar las consecuencias sociales que sobre la salud de los trabajadores y sus familias tenía el agotamiento producido por el trabajo.
En su libro, Palacios retomaba las críticas de Karl Marx sobre la organización de la producción en el capitalismo industrial y especialmente de las consecuencias negativas que el trabajo producía en la salud de los obreros, que aquel había expuesto en El Capital.
En efecto, La Fatiga revalorizaba las observaciones y argumentos del principal teórico del socialismo científico del siglo XIX, pero lo hacía a la luz de la autoridad que le brindaba la fisiología y la psicología experimental del 900, que le permitieron (y esto es en lo que enfatiza constantemente el libro de Palacios) comprobar científicamente el desgaste físico y psíquico producido en la salud de los trabajadores por el régimen laboral en la fábrica y la “destrucción” de su organismo en pocos años.
Pero también el libro resultó ser la más temprana crítica proveniente del campo socialista argentino respecto del taylorismo, que se propuso como el primer sistema de “organización científica del trabajo” en la producción fabril.
Surgido a fines del siglo XIX en los Estados Unidos, debía su desarrollo al ingeniero norteamericano Frederick W. Taylor, quien lo llevó a la práctica en la organización de la producción de la acería Bethlehem Steel Co. y lo difundió en su libro The Principles of Scientific Management, de 1911.
Esta forma de organizar la producción fabril tenía como finalidad aumentar la productividad. Para ello cambiaba radicalmente las condiciones del trabajo de los obreros, ya que los separaba de la organización y la planificación del proceso productivo, que quedaba a cargo de la dirección de la fábrica. Descomponía el trabajo en operaciones elementales y sencillas, determinando su tiempo de realización por cronómetro, estableciéndose luego un standard, esto es, las operaciones productivas que debían ser realizadas por cada obrero para la fabricación de un producto determinado; finalmente introdujo el salario según la cantidad de piezas producidas.
En La Fatiga, Palacios emprendió una sistemática “demolición” de esta forma de organización fabril, en primer lugar por su desconocimiento de los principios fisiológicos que regían el trabajo de los obreros y de las leyes de la fatiga, demostrando que sólo atendía a la obtención de mayor producción y señalaba correctamente, que este sistema transformaba al obrero en apéndice de la máquina, ya que debía seguir el ritmo productivo que esta le imponía, rompía la solidaridad entre los obreros al introducir el pago de salarios por productividad, conduciendo todo ello “a la ruina fisiológica del productor”.
También la prolongación de la jornada laboral por encima del umbral de las ocho horas violentaba las posibilidades del organismo de restablecer su capacidad físico-muscular y psíquica para continuar con el trabajo. En las horas suplementarias el rendimiento productivo decaía y los accidentes se multiplicaban.
Así resumía Palacios las características y las consecuencias del taylorismo para la salud de los trabajadores: “Se trata, pues, de un sistema en que el productor es sometido a una organización minuciosa y hábil, pero perjudicial. El cronometraje, la selección, los salarios a primas, la organización interior, la incitación por todos los medios, hasta por el estímulo que mueve la propia voluntad del trabajador, son elementos de este sistema, que tiende a la mayor producción, sin parar mientes en la fatiga, que no se localiza en el solo órgano que trabaja, sino que perturba la actividad de todo el organismo. Es indudable, pues, que porque Taylor ha ignorado los datos de la fisiología y de la psicología, considerando al motor humano como una simple prolongación del motor mecánico, regidos en su funcionamiento por las mismas leyes, su sistema es inadmisible.”
La producción en gran escala esclavizaba a los obreros, estableciendo un sistema mecanizado, monótono y repetitivo que menospreciaba su capacidad e iniciativa individual, destruía su salud y rompía la solidaridad entre los trabajadores, transformando el trabajo en un infierno de alineación.
Palacios criticaba las tendencias de racionalización productiva del capitalismo que como el taylorismo y el fordismo, recién comenzaban a desarrollarse en Estados Unidos y Europa y que generarían los sistemas de producción en masa dominantes en el capitalismo mundial a lo largo del siglo XX.
De lo que se trataba entonces era de poner el interés de la sociedad por sobre el afán de lucro capitalista sin límites, generando un sistema productivo regulado que produjera en beneficio de la sociedad toda.
Culminaba su libro con la demanda de leyes que garantizaran los derechos de la clase obrera, regularan las condiciones laborales y garantizaran la salud del pueblo, fundamentales para construir una sociedad con justicia social. Como puede comprobarse por la investigación de Palacios en el barrio obrero de La Boca, no es poco lo que de la tradición de crítica social y de las propuestas políticas del socialismo democrático, puede rescatarse para construir una sociedad en la que, como él mismo afirmaba, “nuestra relativa felicidad sea la consecuencia de la felicidad de todos”. rrr
Fuentes y Bibliografía
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Palacios, Alfredo, El Nuevo Derecho, Buenos Aires, Claridad, 1934 [publicado originalmente en 1920].
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Lobato, Mirta Zaida (editora), Política, médicos y enfermedades. Lecturas de Historia de la Salud en la Argentina, Buenos Aires, Biblos, 1996.
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Rock, David, El radicalismo argentino, 1890-1930, Buenos Aires, Amorrortu, 1975.
Osvaldo Fabián Graciano
Profesor de Historia Argentina
Universidad Nacional de La Plata
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año III – N° 14 – Marzo de 2002
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Industria, fábricas y talleres, Oficios, PERFIL PERSONAS, Varón, Personal de la salud, TEMA SOCIAL, Vida cívica,
Palabras claves: Alfredo Palacios, trabajo industrial, Obrero, estudio, fisico, fatiga,
Año de referencia del artículo: 1921
Historias de la Ciudad. Año 3 Nro14