“Seudónimo del periodista italiano José Ceppi, en muchos de sus trabajos, publicados en “La Nación”, Aníbal Latino se ocupa extensamente de la ciudad, sus habitantes y costumbres, en una pluma amena y colorida. Autor de libros, ensayos y artículos, Ceppi ocupó, entre otros cargos, el de primer director de la Biblioteca del Congreso”.
En 1886 se editó en Buenos Aires un libro que tendría larga vida. Llevaba por título Tipos y costumbres bonaerenses y en su tapa lucía como nombre del autor el de Aníbal Latino, que en realidad no era tal sino el seudónimo de José Ceppi, llegado desde España a la Argentina a comienzos de 1884.
El italiano José Ceppi
Había nacido el 20 de octubre de 1853 en Génova, que por entonces formaba parte del Reino del Piamonte, primogénito de Antonio Ceppi, destinado allí al servicio de las armas, y de Rosa Gambulati, esposos y padres de diez hijos. Contaba 18 años de edad cuando, por la muerte de don Antonio, debió interrumpir los estudios literarios y jurídicos que realizaba exitosamente en Milán, para iniciar una larga peregrinación en pos de un empleo que no logró obtener en esa ciudad, donde por entonces vivía con su madre y sus hermanos, ni en ninguna otra población de su patria. Para no ser una carga más en el hogar común, de recursos limitados, tomó la decisión de emigrar de Italia.
Lo hizo frisando los veinte años de edad y se marchó a España para intentar forjarse allí un porvenir, sin saber –como lo dejó señalado en unas notas biográficas que hemos consultado– en qué punto fijo lo haría, ni lo que buscaba, ni adónde se detendría, ni en qué forma resolvería el problema de su vida, como le ocurre –son sus palabras– a la mayor parte de los que abandonan sin rumbo fijo la tierra natal. Partió a bordo de un convoy ferroviario, pero como en el trayecto unos bandidos le robaron el dinero que llevaba, debió continuar a pie.
Llegó a España en momentos en que el país transitaba del reinado de Isabel II de Borbón al de Amadeo I de Saboya, para después dar lugar a la efímera Primera República y tras la misma a la restauración dinástica en la persona de Alfonso XII, hijo de aquélla. Ceppi se instaló en Cataluña, una de las regiones del país en las que se sentían vivamente las consecuencias de un nuevo levantamiento del llamado tradicionalismo carlista.
Quizá llevado por sus ideas liberales, decidió incorporarse al bando gubernista, haciéndolo primero en una fuerza miliciana de voluntarios para pasar enseguida al ejército regular, como oficial de los Lanceros de Numancia, un regimiento de caballería.
Su actuación bélica fue intensa, siendo en una ocasión gravemente herido, y ya concluida la contienda siguió prestando servicios por varios años, hasta que pidió y obtuvo la baja absoluta del ejército. Lo hizo porque, por una parte, el escalafón profesional estaba casi clausurado por exceso de oficiales en servicio, y por la otra, sentía el afán de labrarse un nombre y una posición que no se conjugaban con la vida ociosa del cuartel.
Iniciación en el periodismo
Retirado del servicio castrense, se decidió por tentar suerte en el periodismo, para el que se sentía habilitado por los estudios superiores hechos en su patria y, porque es de presumir, había alcanzado el dominio del castellano escrito, favorecido esto –como él lo dejó dicho– por su lectura y estudio de los clásicos españoles en las muchas horas disponibles que había tenido.
Se incorporó como redactor a El País, periódico de la ciudad de Lérida, cuya administración asumió poco después. Este diario, que subsistió hasta el siglo XX, tenía un tamaño similar al que conocemos por tabloid, agregando una vez por semana un suplemento literario. Ceppi conservó en su archivo particular una treintena de ejemplares de este diario, correspondiendo el primero al sábado 20 de marzo de 1880, quizá el día en que comenzó a desempeñarse en él. Tanto en el cuerpo del diario como en el suplemento abundan sus colaboraciones, fácilmente reconocibles porque llevan como firma José Ceppi, J. Ceppi, J. C. y también Aníbal, su seudónimo por este tiempo. En esta etapa de su vida no limitó su actuación al periodismo, sino que también llevaba contabilidades comerciales y daba lecciones privadas de italiano y francés.
En medio de tanto trajín, se dio tiempo para contraer matrimonio en 1881 con Dolores Castillo, hija de una distinguida familia leridense. Poco después nació el primogénito, que fallecería en su infancia, cuando la familia ya había pasado a América. Tan triste suceso se vio compensado con los sucesivos nacimientos de otros cuatro vástagos.
Sin estar descontento de su situación en España, Ceppi tenía puestos sus ojos desde tiempo atrás más allá del Atlántico, con más precisión, en la Argentina.
Llegado a Buenos Aires en diciembre de 1883, lo hizo trayendo unas cartas de presentación de Héctor Varela (recordado por su seudónimo periodístico de Orión) dirigidas a Victorino de la Plaza y Francisco Seeber. Esto le posibilitó incorporarse prontamente al periódico La Libertad. Seis meses después, en julio de 1884, ingresó en La Nación, el diario fundado por Bartolomé Mitre en 1870. Allí, a lo largo de dos décadas, fue reportero, cronista, corresponsal viajero, traductor, encargado de la sección telegráfica y de los asuntos europeos, culminando su labor profesional como secretario general, subdirector y director interino cuando el titular, el ingeniero Emilio Mitre, se hallaba enfermo o viajaba a Europa buscando mejorar su salud. El 1° de enero de 1906 –muy poco antes de la muerte del fundador– Ceppi dejó la subdirección de La Nación, siendo en adelante colaborador libre rentado.
Cabe destacar dos testimonios de su labor profesional en La Nación. Así, en 1899, Bartolomé Mitre y Vedia, por entonces director, recordó una carta que le dirigió cuando “nos vimos por primera vez en la sala de mi casa y quedó arreglada su incorporación al personal de La Nación. No he olvidado su contestación al disculparme yo por no poder ofrecer por el momento sino una situación muy modesta: No importa; sé trabajar y creo que les seré útil. Lo demás lo hará el tiempo. Y supo usted trabajar y fue útil en grado sumo, y llegó usted por sus cabales al más alto puesto de la jerarquía periodística. Y esto que habría sido obra de varón hasta para un argentino especialmente preparado, lo realizó en su caso un extranjero, llegado al país sin nociones de nuestras cosas, obligado a escribir en un idioma que no era el suyo. Si esto no es, a su vez, obra de varón y medio, que venga Sarmiento y lo diga”. Cuarenta años después, La Nación al evocarlo dijo de él: “Se lo conocía y se lo estimaba por su ponderación espiritual, por su severa costumbre de la verdad. Meticuloso, mesurado, metódico, con una disciplina minuciosa en su conducta personal y mental, exacto como un cronómetro, se lo admiraba por su infatigable laboriosidad, que jamás se extremaba hasta el espasmo ni caía en una pausa de apatía”. Y no debe omitirse recordar que, con el acuerdo de Emilio Mitre, sostuvo en su oportunidad una campaña a favor de la implantación en el país del servicio militar obligatorio, con lo que apoyó la política del ministro de Guerra, general Riccheri. Quizá la experiencia de lo ocurrido en su tierra, en tiempos de la lucha por la unidad nacional, y lo conocido por él como antiguo militar en España lo afirmó en la idea de que era necesario contar, en un ejército permanente, con ciudadanos preparados para la defensa nacional.
En la Biblioteca del Congreso
Llevaba Ceppi más de cuarenta años de labor periodística cuando se le propuso ser el primer director de la Biblioteca del Congreso, cargo recientemente creado. Lo asumió el 2 de enero de 1906 y lo ejerció hasta 1911, en que renunció para acogerse al beneficio jubilatorio. Cabe señalar que durante su gestión el repositorio mejoró grandemente su hasta entonces incipiente organización, como también que durante su gestión se dispuso por ley adquirir la colección particular de Juan María Gutiérrez y su valioso archivo epistolar, cuyo catálogo se publicó tres años después de su retiro.
Otras actividades
Paralelamente con su acción en La Nación, Ceppi publicó artículos y ensayos en periódicos de la Argentina, Italia y España. Así, en 1891 dio a la estampa “El pueblo argentino del porvenir”, incluido en El Año Literario (número único), dirigido por Alberto Ghiraldo con el seudónimo de Marco Nereo. En 1893 creó un hebdomadario al que puso por título La Nueva Revista el que, pasados ocho meses, dejó en manos de Roberto J. Payró. Al despedirse de los lectores expresó que había creído tarea fácil atender una publicación mensual en forma paralela con sus otras actividades, pero hecha la “prueba y el cansancio de que me siento poseído, si no en mis fuerzas físicas, en mis fuerzas intelectuales, han sobrado para probarme que estaba equivocado”. Honesta confesión de un hombre responsable.
De esas otras actividades de las que habla Ceppi en su autobiografía inédita, cabe señalar que entre 1885 y 1893 fue, por breves períodos, traductor en el Consejo Nacional de Educación y jefe de contralor de alcoholes en la Administración de Impuestos Internos. En 1890 figuró como docente en el Instituto Nacional, fundado por los hermanos Pablo, Juan y Carlos Pizzurno, con carácter privado y, tiempo después, se desempeñó como secretario del Centro Azucarero, cuya revista La Industria Argentina dirigió.
En el final del siglo XIX, Carlos Pellegrini le propuso asumir la dirección de El País, diario de próxima aparición para sostener sus ideas políticas y económicas. El ofrecimiento constituía un reconocimiento a su capacidad profesional, pero Ceppi lo declinó y prefirió mantenerse en La Nación.
Seudónimos, viajes y honores
En España, Ceppi había firmado, como antes se dijo, numerosos artículos periodísticos con el seudónimo de Aníbal. Apenas llegado a la Argentina, lo transformó en Aníbal Latino y lo usó tanto para su labor en La Nación como para el primero de sus libros y los siguientes. En algunas ocasiones firmó sus trabajos con otro de sus seudónimos, Cantaclaro, haciéndolo especialmente en La Nueva Revista.
Radicado definitivamente en Buenos Aires, recorrió gran parte del país como periodista, acción que inició en 1885 como enviado especial a la exposición internacional realizada en Mendoza. Mas no se limitó a nuestra patria, sino que también viajó en veintitrés oportunidades a Europa, no dejando en ningún caso de pasar por España y volver a su tierra natal, donde visitaba a sus parientes, instalados en Lecci, a orillas del lago de Como. En 1889 asistió en París a la exposición internacional realizada al cumplirse el centenario de la Revolución Francesa, lo que le dio ocasión de escribir varias notas para La Nación. La obra que realizó Ceppi a favor de los inmigrantes italianos, ya sea por medio del periodismo o del libro, mereció el reconocimiento del gobierno definitivamente instalado en Roma. Así, el rey Víctor Manuel III lo distinguió en 1911 con el título de Caballero de la Orden de la Corona de Italia.
Once libros en cuatro décadas
A poco de llegar a la Argentina Ceppi dio a la imprenta el primero de los once libros que publicaría a lo largo de cuarenta años: Tipos y costumbres bonaerenses, que lo ha sobrevivido largamente, al punto de merecer reediciones hasta nuestros días y de ser de mención inomitible en toda bibliografía sobre la ciudad porteña.
Los otros volúmenes en algunos casos reúnen crónicas, narraciones literarias o ensayos publicados en su mayoría en La Nación, siendo en ocasiones especialmente compuestos y en otras recogiendo parte de su pensamiento expuesto en diversas oportunidades.
La bibliografía de Ceppi se completa así: “Cuadros Sud-americanos” (1888); “Guía del inmigrante a la República Argentina”, edición bilingüe en tres volúmenes (1898); “Gentes y paisajes de Italia” (1901); “Lejos del terruño”, narraciones cortas publicadas en La Nación (1905); “La heroína del Sud” y “Remedio radical”, dos novelas breves a las que se agregan otros tantos novelines: “La bella criollita” y “Un drama marplatense” (1909); “Los factores del progreso de la República Argentina” (1910), ampliación del trabajo que publicó, con el título “La inmigración y su influencia en los destinos de la República Argentina”, en el número especial de La Nación del 25 de mayo de 1910; “Problemas y lecturas”, recopilación de artículos periodísticos (1912); “El concepto de la nacionalidad y de la patria” (1914), volumen de 518 páginas, impreso en Barcelona, en el que estudia el origen de las naciones europeas modernas y de las americanas, los factores que contribuyen a enaltecer el concepto de patria y nacionalidad, los peligros que tienden a minarlo y las estructuras militares en los tiempos modernos; “La nueva literatura” (1922) y “Viajes ideales” (1925), postrer libro en el que da consejos sobre itinerarios y lugares a quienes deseen viajar por el mundo en breve tiempo y con pocos gastos.
Aníbal Latino mira a Buenos Aires
En el primer capítulo de su memorable libro, Aníbal Latino da una visión general sobre la ciudad y los que viven en ella. Reproduciremos algunos párrafos significativos.
Así, nos dice que “Elevada apenas algunos metros sobre el nivel de las aguas, en un terreno perfectamente llano, Buenos Aires no presenta, a los que vienen a pedirle hospitalidad, el encanto y atractivo de agradables e imponentes panoramas. Resaltan, es verdad, algún tanto, a medida que el vaporcito se acerca al muelle de pasajeros, el verdor de los árboles del Paseo de Julio, a la orilla del río, los edificios de la Aduana y de la Casa de Gobierno y la masa compacta de casas, que se extienden a lo largo de dicho paseo, pareciendo de lejos que se levantan de entre las aguas”. Ya en tierra se comienza a recorrerla: “La ciudad en el centro está regularmente empedrada, considerándose como centro las calles que se extienden hasta unas quince cuadras al frente, a la derecha e izquierda de la espaciosa plaza Victoria, inmediata al muelle de pasajeros, plaza de donde irradia el extraordinario movimiento de la ciudad, y que desempeña en la vida bonaerense el mismo papel que la Puerta del Sol de Madrid y la plaza del Duomo de Milán”.
Ofrece interés esta visión de la ciudad al comenzar el día: “Amanece. La gran capital argentina se despierta temprano. Apenas clarea, una extraordinaria actividad invade las calles y plazas. Numerosos coches de las compañías de tranvías, millares de carruajes de alquiler y un aluvión de carros de transporte y de mudanza empiezan a rodar ruidosamente sobre los adoquines de las calles, despertando a los dormilones. Por los barrios extremos, en donde el número de las fábricas que se establecen aumenta cada día, van desfilando cordones de obreros; en el centro pelotones de niños se dirigen a la escuela con la alegría de la inocencia pintada en el rostro, o grupos de estudiantes se encaminan a los colegios con la severa tranquilidad que infunde en el alma una misión que se cumple. Se ven empleados modestos de casa de comercio u oficinas particulares (las públicas nunca se abren hasta las once o las doce); artesanos, jornaleros, peones, sirvientes, y sobre todo, y esto llama la atención desde luego, un sinnúmero de lecheros a caballo”.
Ahora el periodista nos habla de las personas: “La vida aristocrática no ha alcanzado todavía en Buenos Aires el esplendor de la corrupción y de la vanidad que blasonan, como su mejor timbre, las aristocracias de París y otras capitales, ni ha logrado aún abrillantarse, como allende los mares, por sus vicios, sus crímenes y su cinismo. Aún no se ha llegado a convertir la noche en día, y si no puede decirse que los ricos madrugan, porque en cuanto a pereza por allá se andan todos los de la tierra, tampoco sería justo afirmar que se pasan las noches en claro y que el sol ha llegado al meridiano cuando abren los ojos al día”.
Y siguiendo con las personas que habitan en la ciudad, el nativo de Génova se refiere a sus compatriotas que como inmigrantes se han radicado en ella: “Constituyen la tercera parte de la población de Buenos Aires y explotan casi todo el comercio al menudeo, especialmente en el ramo de comestibles y bebidas. Activos, laboriosos, resistentes a las fatigas más duras, se los encuentra en todas las casas, en todas las tiendas, en todos los establecimientos, en todas las fábricas, de jornaleros, de peones, de sirvientes, de empleados, de socios, de patrones”. Más adelante agrega que “…sea a que verdaderamente no tengan los italianos, como se ha dicho por algunos, el espíritu de las grandes empresas, ello es que monopolizando el comercio al menudeo, siendo, después de los argentinos, el elemento más poderoso del país, no han acometido ninguna de las grandes obras que aquí se han emprendido y realizado”.
Una visita a La Boca
En otro de sus libros, “Cuadros Sud-Americanos”, Aníbal Latino tornó a referirse a la ciudad, pero en este caso lo hizo con uno de sus lugares realmente singulares, tanto por sus habitantes como por sus características edilicias.
La transcripción es algo extensa, pero su contenido lo justifica: “Al sud de Buenos Aires, a seis o siete kilómetros del centro de la ciudad, a lo largo de la orilla de un pequeño río, canalizado en cierta extensión y que se llama Riachuelo, extiéndese La Boca, un barrio o mejor dicho un suburbio de vastísima población. Está separado de la ciudad sólo por una extensa faja de terreno poblada por algunas casas esparcidas: la comunicación es cómoda, fácil, rápida, continua por tranway y por ferrocarril; y, sin embargo, tiene un carácter tan diferente, tan especial, que parece estar a cincuenta millas de distancia. Muchos, hasta en Buenos Aires, hablan de La Boca como si hablasen de otra ciudad, no de un barrio que está a dos pasos de la gran plaza Victoria.
“El contraste procede de la diferente arquitectura de las casas, y más todavía de la naturaleza, del carácter y de las costumbres de los habitantes. Las casas son casi todas de madera, de un solo piso, construidas sobre estacas, como en Amsterdan, entre otras razones porque La Boca se encuentra en un terreno algunos metros más bajo que el resto de la ciudad, dos o tres solamente sobre el nivel de las aguas del Plata, y el desborde del Riachuelo la ha inundado varias veces y tal vez la habría destruido en parte sin aquella especial construcción de las casas.
“Además, los habitantes, en número de más de veinte mil con los de los pueblos contiguos a Barracas, son casi todos italianos, predominando entre ellos los genoveses, lo que no es extraño si se tiene en cuenta que La Boca es ahora el barrio marinero, el verdadero puerto de Buenos Aires”.
Gringos y gallegos
El uso entre nosotros de las palabras gringo y gallego no fue novedad para el recién llegado José Ceppi, como surge de la lectura de un capítulo de “Cuadros Sud-Americanos”.
Lo interesante es conocer, o recordar, sus opiniones sobre el asunto: “Tanto han manoseado los escritores y la prensa en Europa la cuestión de gringos y gallegos, dando a estas palabras un valor y un alcance que no tienen, tanto se ha explotado y hablado del odio a los extranjeros en América, que pondremos una pica en Flandes si logramos demostrar con toda evidencia que en esto hace mucho papel la exageración, y a veces la mala fe, probando al mismo tiempo que el fenómeno es naturalísimo y que, con tener motivos fundados para manifestarse aquí con caracteres más graves, ni siquiera reviste la importancia con que se produce, no sólo en cada nación de Europa, sino en cada provincia de una misma nación”.
Y agrega más adelante: “Poco a poco esos calificativos caerán en desuso hasta olvidarse por completo. En España apenas se pronuncia ya la palabra gavacho, que se aplicó a los franceses durante la guerra de la independencia española y que estuvo en boga muchos años. Aquí, por otra parte, y esto prueba más que todo nuestros asertos, no es raro oír a los mismos extranjeros de larga fecha residentes en el país calificar de gringos a sus compatriotas”.
Una vida fecunda
José Ceppi vivió sus últimos años retirado de toda actividad profesional o pública, aunque, siempre nostalgioso de la tierra de su nacimiento, la visitó por última vez en 1933. Si bien por entonces parecía allí inconmovible el régimen monárquico, el anciano habrá recordado una vez más lo sostenido por él en el libro que en 1901 dedicó a su patria: “Italia está llamada a ser más pronto o más tarde una república con organismos más o menos autónomos en el norte, en el centro y en el mediodía. Lo indican su historia, su configuración, el carácter de sus habitantes”. Hoy en día sus palabras, miradas a la distancia de más de un siglo, asumen el valor de la profecía cumplida.
Falleció en Buenos Aires, en una casa de la calle Rivadavia 1815, el 7 de julio de 1939, poco antes de iniciarse un nuevo conflicto bélico mundial. Su partida de defunción dice que tenía 85 años de edad y que era italiano y periodista, ambas realidades que él siempre sintió hondamente.
Al despedir sus restos, en el cementerio de La Recoleta, Alberto Gerchunoff le dedicó estas precisas y bellas palabras: “Compendiaba Ceppi en sus múltiples cualidades la elasticidad del espíritu italiano y la diversidad de aptitudes del argentino de ese período de transformación y de empresa, y esa doble fuerza de su capacidad se reflejó en su labor en la mesa de redacción y en sus actividades de publicista, en las páginas y en los libros de ‘Aníbal Latino’, su armonioso seudónimo, con el cual parecía sugerirnos la filiación clásica de su mentalidad o su origen insigne y nunca olvidado, ciertamente, en la patria adoptada por su corazón y por su inteligencia”.
Nota: las informaciones sobre José Ceppi las obtuvo el autor de la documentación felizmente conservada por sus descendientes y del archivo del diario La Nación.
Enrique Mario Mayochi la Academia de Historia de la Ciudad de Buenos Aires
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires.
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año IV N° 20 – Abril de 2003
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: ACONTECIMIENTOS Y EFEMERIDES, CULTURA Y EDUCACION, Riachuelo, Biografías, Historia, Inmigración
Palabras claves: Revistas, cronista, Militar, Periodista, Escritor, Director, Biblioteca del Congreso de la Nación, La Nacion
Año de referencia del artículo: 1886
Historias de la ciudad. Año 4 Nro20