Seleccionamos para esta octava edición de Historias de la Ciudad tres fragmentos que nos acercan particulares visiones de nuestro Buenos Aires y uno de sus protagonistas más señalados.
Del capítulo II de Viaje prohibido, de Blas Matamoro, Editorial Sudamericana, marzo de 1978, entrañable novela que relata las vivencias juveniles de esos años, extraemos una imagen de la avenida Rivadavia a la altura de Floresta, hacia fines de 1940:
“Rivadavia era la calle más larga del mundo, la que llevaba del barrio al centro, al puerto, a los barcos que zarpan hacia Europa. Era la calle de la que venían los padres de familia, diciendo “cuánta gente hay en la calle”, o “qué frío hace en la calle”, o también “qué pesada está la calle”. En las casas, las madres y los chicos recibían noticias acerca del estado callejero por medio de los hombres adultos que venían de la calle Rivadavia. Era la calle para ir a la cual la gente se vestía de calle, quitándose las zapatillas y los delantales y toda forma de intimidad que podía conservarse por las incursiones barriales. Era el lugar en que se hacían los depósitos en los Bancos, se iba a mandar telegramas de lujo para los casamientos, se compraban masitas en los días de fiesta, se encaminaban las señoras y los viejos, abandonando accidentalmente el eterno lugar doméstico para hacer eso misterioso que se llamaba “salir para hacer una diligencia”. Era la calle donde se encontraban las estudiantes con el noviecito que les habían prohibido, los muchachos con las sirvientitas de los domingos, las señoras que tenían amantes para embarcarse con ellos hacia las amuebladas del Once o de Palermo, la calle en la que se habían perdido los pocos, poquísimos aborígenes del barrio que se mudaron para no volver más, esos abogados que se instalaron en el centro o esas chicas que se casaron con un ingeniero o un capitán de barco y se decidieron a languidecer de nostalgia en un departamento de la calle Callao.”
Del último libro de Ricardo Ostuni, Viaje al corazón del tango, Editorial Lumiere, Bs. As., agosto de 2000, escritor, poeta, ensayista, amante y conocedor como pocos de Buenos Aires, nuestro tango y el lunfardo, hemos seleccionado, fragmentos de una síntesis biográfica de Héctor Pedro Blomberg, en el mes de su nacimiento, el recordado autor de “La pulpera de Santa Lucía” y tantas otras canciones con el sabor de una ciudad que fue.
“Héctor Pedro Blomberg nació en la ciudad de Buenos Aires, en la casa de la calle Santiago del Estero 236, el 18 de marzo de 1889… (Erróneamente muchos de sus biógrafos ubican el nacimiento en 1890).
Su padre fue el ingeniero argentino don Pedro Blomberg; su madre, la dama paraguaya doña Ercilia López, notable escritora y traductora, hija de Venancio López, nieta del presidente Carlos Antonio López y, por lo tanto, sobrina del mariscal Francisco Solano López. Seguramente, doña Ercilia influyó de manera decisiva en las vocaciones de su hijo.
Por la rama paterna, era nieto del marino noruego don Juan Blomberg quien, a su vez, descendía de otras varias generaciones de hombres del mar cuyos orígenes se pierden en los brumosos relatos de las sagas nórdicas.
Los dos éramos una nostalgia de cien años:
tú el vikingo taciturno que no fue capitán
de goletas errantes, porque naciste tarde,
yo el nieto de los hombres románticos del mar
(El padre)
Hizo sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de Buenos Aires donde se recibió de bachiller. Luego ingresó a la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, la que habría de abandonar llevado por su vocación de poeta andariego.
En 1906 obtuvo su primer galardón en las letras ganado la medalla de oro de la Asociación Patriótica Española por la Oda a España. En 1921 recibió el Primer Premio Municipal de Poesía por su libro A la Deriva – Canciones de los puertos, de las tierras y de los mares (el segundo le correspondió a Alfonsina Storni); seis años después obtendría el Premio de la Institución Mitre.
Poeta y viajero, su ensueño lo llevó a peregrinar por todos los mares del mundo.
A través de los mares yo te envié una plegaria
Una dulce plegaria de añoranza y de amor .
(La gaviota perdida)
Vicente Martínez Cuitiño, cronista impar de la imborrable bohemia del café “Los Inmortales” así lo vio en sus recuerdos:
Apenas ingresado a la Facultad de Derecho, buscó entre el alumnado el sector con “duende” como decía García Lorca. Y naturalmente lo encontró: Absalón, Bianchi, Alberini, Jorge Cabral… Ya tenía presto su paquebote en la imaginación y sus claros ojos anticipaban marinas futuras, puertos, antros con luces de dolor y de amor… En Los Inmortales recitaba en inglés y en español cada vez que fue menester… Un día voló al Pacífico, otro día al Brasil, otro atravesó el Atlántico en busca de los paisajes que había soñado. Recorrió Europa y Africa del Norte: las ciudades, los jardines, el desierto. Mojó su pluma en todas las latitudes, “sangró su nostalgia” como se lo dijo a María Kempenfeldt en los bellos alejandrinos de El Pastor de Estrellas:
Ich liebe Dich, María … ¿En qué brumoso puerto,
en que tierra lejana dejaste el corazón
que gimió en estas páginas, en este libro abierto
Y olvidado en un barco, su ensueño y su pasión?
Su obra literaria —en verso y en prosa— fue intensa, como lo fue su labor periodística. Comenzó a publicar en 1912 y desde entonces se sucedieron los títulos: La Canción Lejana (versos), Las puertas de Babel (novela), A la deriva (poesías), Gaviotas perdidas (poesías), Bajo la Cruz del Sur (poesías), Canciones de Rusia y Baladas de Ukrania, La otra pasión (novelas), Los habitantes del horizonte (novela), Los soñadores del bajo fondo (novela), Los peregrinos de las espumas (novela), Las islas de la inquietud (poesías), Los pájaros que lloran (cuentos de gloria y agonía de la guerra del Paraguay), El Pastor de Estrellas (poesías), Lázara Montiel (novela), Cantos navales argentinos, Las lágrimas de Eva (novela), Naves (cuentos del mar), Mujeres de la historia americana, La pulpera de Santa Lucía (novela histórica) y muchísimos más. como las traducciones de obras de Heine, Byron, Longfellow, Zangwill, Spire, reunidas bajo el título de Melodías hebraicas.
Escribió en La Razón, La Nación, El Hogar, Fray Mocho, Caras y Caretas y otras publicacione. También como autor teatral supo de reiterados éxitos: Pancha Garmendia (poema trágico); Barcos amarrados , en colaboración con Pablo Suero, La mulata del restaurador, con Carlos Max Viale y Vicente G. Retta y, de modo especial La sangre de las guitarras que, con música del maestro Constantino Gaito, se representó en el Teatro Colón, son algunos de sus títulos más relevantes.
Fue autor de muchos trabajos dedicados a la educación de la niñez. Alguna vez El sembrador, El surco, Mundo americano, Vendimia y Pensamientos, fueron libros de lectura en las escuelas argentinas.
Su obra literaria, plena de lirismo, aparece sugestionada por la vida y los ambientes marineros, el tránsito errante por mares y puertos exóticos, recuerdos que huelen a tabernas y fumaderos, nostalgias de nombres, ciudades y muelles de viejas lejanías:
Ciudades, cielos, mares, ondas, soles y ríos;
El alma siempre en viaje y la eterna inquietud.
(A una errante de A la deriva)
Inspirado en episodios de nuestra historia, revivió con singular maestría los años de la divisa punzó en poemas que fueron llevados después al cancionero popular. Tal vez sea lícito decir que, con estas obras que recrean toda la mitología del rosismo menor —oficiales, bailes, candombes y cuchilleros—, Blomberg inauguró el género de la canción histórica:
Duerme la calle de Santa Clara
Una ventana por fin se abrió
Y una voz ronca cantó a lo lejos:
¡Viva la Santa Federación!
(La Serenata del unitario)
Temas como La pulpera de Santa Lucía, La mazorquera de Montserrat, La hija del mazorquero, la Canción de Amalia, Los jazmines de San Ignacio … —historias de amor y muerte en las noches rojas del Restaurador— ya habían aparecido en El Pastor de Estrellas, editado en 1924. Muchos de estos relatos llenaron las infaltables tardes de los radioteatros porteños. Baste recordar —como dato anecdótico— que por los micrófonos de Radio Mitre, hacia 1938 se difundía Los jazmines del ochenta por la Compañía de Teatro del Aire que encabezaban Pascual Pelliciotta y Evita Duarte.
Sus Cantos navales argentinos recrean, con acento popular, los admirables relatos de las Campañas navales de don Angel Justiniano Carranza. Son cantos con aire de leyendas nacionales:
Sombras de Brown, de Espora y de Rosales
Sombras de las fragatas argentinas
Y de los capitanes inmortales,
Montad bajo los cánticos australes
La guardia en las Malvinas.
(La Guardia en Las Malvinas)
El libro exalta las odiseas marítimas de Brown, Bouchard, Azopardo, Espora, Rosales, White, Chayter y tantos marinos anónimos que dieron su sangre y su valor por nuestra independencia. En bellísimas décimas le canta también a las noches de vigilia en el silencio del río:
Blanda brisa de estribor
Acaricia las goletas
La luna en las aguas quietas
Alarga su resplandor:
La voz varonil de un cantor
Desde el sollado sombrío
Resuena en cada navío
Que duerme entre sus amarras,
Hay un rumor de guitarras
En el silencio del río.
Pero insólitamente la obra de Blomberg permanece aún desatendida por la crítica. José Gobello (Tango & Lunfardo n° 54) ensaya una explicación: Sin Blomberg la poesía de Buenos Aires aparecería como mutilada (pero) no veo su nombre ni sus versos en las antologías de quienes cantaron a la ciudad… Quizás se lo ha confundido con un letrista de tangos y de valses; quizás no se advirtió que fue un poeta que llevó su poesía a los tangos y a los valses y que a él sí pudo aplicarse aquello que Manzi escribió al cumplir sus treinta años “Dejé perder la gloria de mi destino grande”.
No en vano había merecido alguna línea elogiosa de Lugones y un juicio laudatorio de Manuel Gálvez: Además de un poeta hondo e interesantísimo, Buenos Aires ya tiene en Blomberg lo que no tenía hasta que sus libros aparecieron: un narrador artista de sus barrios extraños.
En próximos números transcribiremos más noticias brindadas por Ricardo Ostuni en su libro, sobre este escritor porteño como pocos, siempre presente en sus canciones.
Juan José Sebreli recrea en Las señales de la memoria, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1987, los cines del barrio de Constitución, expresando con sus palabras una realidad también ubicada hacia 1940/1950, que se repetía con ligeras variantes en todos los barrios del Buenos Aires de entonces:
“Ahora son lugares de paso, con la impersonalidad de un taxi o de un aeropuerto, entonces eran sitios donde se estaba como en un club o en un café. Las salas tenían personalidad propia, se distinguían por barrio, y aún dentro de cada barrio, por estratos bien definidos: cines lujosos, medianos y las ‘piojeras’, donde no iban las familias decentes. También se dividían por otras características: había salas, o, mejor dicho, días para mujeres solas; salas frecuentadas por parejas, que iban para masturbarse; otras por homosexuales, por lúmpenes. Había algunas exclusivas de la calle alta en la calle Santa Fe, y estaban los cines que tenían días especiales para una élite cultural. Mi iniciación en el culto se realizó, como era de suponer, en el barrio natal, en los dos cines de la calle Bernardo de Irigoyen: el ‘Solís’, pretencioso teatro de 1926, con tallas de estuco dorado y grandes arañas, transformado luego en cine, y el ‘Select Buen Orden’, un largo corralón con techo corredizo, que se abría en las noches de verano dejando ver el cielo estrellado. Las dos salas se repartían el público: en tanto que el ‘Solís’ sólo daba películas norteamericanas y a él asistía preferentemente la clase media, el ‘Select Buen Orden’ pasaba cine argentino y su público era de carácter más popular.”
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año II – N° 8 – Marzo de 2001
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Vida cívica, Costumbres, Tango
Palabras claves: calle, vida urbana, lunfardo, Ricardo Ostuni, popular
Año de referencia del artículo: 1940
Historias de la Ciudad. Año 2 Nro8