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Belgrano

Belgrano como proyecto de la modernización

Rodolfo Giunta

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“Belgrano, el pueblo improvisado que surgió al impulso progresista de la época, y es hoy un Edén, un punto de reunión donde la belleza, la elegancia y la moda tienen sus atractivos” [José María Cantilo, Correo del Domingo]

Para José María Cantilo, el pueblo de Belgrano contó rápidamente con atributos de un espacio sociocultural de la modernidad y dicha impronta era propia del paradigma urbano enunciado por Sarmiento en el Facundo, donde definió a las ciudades como “el centro de la civilización”. Para fundamentar este argumento hizo un inventario de factores existentes en ellas: “los talleres de las artes, las tiendas del comercio, las escuelas y colegios, los juzgados, todo lo que caracteriza, en fin, a los pueblos cultos. La elegancia en los modales, las comodidades del lujo, los vestidos europeos, el frac y la levita tienen allí su teatro y su lugar conveniente”.
Las ciudades se contraponían así a los desiertos, que eran sinónimo de naturaleza salvaje, de allí la diferencia que, a su entender, existía entre el hombre de la ciudad que “viste el traje europeo, vive de la vida civilizada tal como la conocemos en todas partes: allí están las leyes, las ideas de progreso, los medios de instrucción, alguna organización municipal, el gobierno regular” y el hombre de campo que “lleva otro traje, que llamaré americano por ser común a todos los pueblos; sus hábitos de vida son diversos, sus necesidades peculiares y limitadas”. En su criterio se trataba de dos sociedades, no solo diferentes, sino contrapuestas.
Armando Silva, en el artículo “La ciudad como Arte” propuso estudiar la ciudad “como lugar del acontecimiento cultural y como escenario de un efecto imaginario”. En ese sentido, el pueblo de Belgrano puede verse como la condensación y expresión del anhelo modernizador de un número cada vez más representativo de habitantes de la ciudad de Buenos Aires.
En los documentos, su creación como escisión del Partido de San José de Flores, fue fundamentada por un conjunto de vecinos por las distancias que debían cubrir aquellos que vivían muy lejos del centro de población, ya sea por “la dificultad de transportes” como por los “rigores de la estación”, lo cual provocaba todo tipo de inconvenientes, tales como el hecho de verse –en algunas ocasiones– imposibilitados de “asistir a los oficios divinos”.
El concepto de progreso –propio del siglo XIX– pudo generar espacios urbanos donde se vertieron los nuevos paradigmas y, en el imaginario social, Belgrano trascendió la simpleza del trazado en cuadrícula efectuado por el Departamento Topográfico en 1855.
Cuadrícula que, como reseñó Fernando Aliata, desde la etapa rivadaviana había sufrido una resemantización respecto a la colonial hasta transformarse en “una cuadrícula capaz de asumir múltiples significados, que ha sido despojada de todo valor ideal como modelo físico de la regularidad política y aparece ahora como un módulo neutro de organización territorial que asegura una ordenada expansión sobre la campaña”. Este fue un criterio que se impuso como modelo para los nuevos asentamientos urbanos porque, como señalan Ramón Gutiérrez y Alberto Nicolini, “La cuadrícula como símbolo de lo urbano se impondrá fuertemente en el pensamiento decimonónico y la geometrización del espacio geográfico será una de sus consecuencias más directas, sobre todo en la segunda mitad del siglo”.
Las fluctuaciones demográficas que se advierten en los registros estadísticos de sus primeros años, por ejemplo, entre 1859 (1.753 habitantes) y el Primer Censo Nacional de 1869 (2.760 habitantes), evidencian una tendencia de crecimiento cercana al 50 %; como en todo centro de “veraneo” debemos tener en cuenta la elasticidad en las cifras que se produce al integrar o no, residentes y visitantes ocasionales. En tanto Belgrano se convirtió en uno de los destinos privilegiados, no es un dato menor la presencia de veraneantes por la cantidad de familias que buscaban “casas para pasar el verano lejos de la ciudad” (Correo del Domingo, 16 de octubre de 1864).
Precisamente, para los hermanos Mulhall, en la edición del Handbook of the River Plate de 1863, cuando el pueblo de Belgrano todavía contaba con pocos atractivos, como una pequeña capilla, la estación de ferrocarril “Alsina” y un café chantant, lo que más se destacaba, e incluso ya identificaba al pueblo, era una “serie de bellas residencias, en la barranca”.
Uno de los fenómenos propios de la modernización se vincula con un incremento inusitado en la velocidad de cambio. “Al toque de los rieles”, era la expresión que se utilizaba para rendir cuenta del impacto que causaba el ferrocarril como factor que posibilitaba a un pueblo ponerse “a la moderna”. Belgrano en tan solo siete años fue alcanzado por el Ferrocarril del Norte, en su proyección hacia San Fernando, lo cual reformuló, desde la perspectiva de los habitantes de la ciudad de Buenos Aires, hasta la articulación entre lo rural y lo urbano. José María Cantilo advirtió que, si bien se mantenía la expresión de “irse al campo” cuando se iba a Flores, Belgrano o San Fernando, en última instancia era como “no salir de Buenos Aires. En esos pueblitos etiqueteros se vive como aquí, con las mismísimas exigencias que tanto incomodan en verano. Eso pues no es irse al campo. A lo más es mudar de barrio” (Correo del Domingo, 27 de noviembre de 1864). Se preanunciaba lo que se cumpliría en algo más de veinte años, cuando los Partidos de Flores y Belgrano fueran efectivamente incorporados al territorio de la Capital Federal. La velocidad de cambio en la estructuración del espacio que operaba el ferrocarril, en la dirección norte, comenzó a desplazar el contacto con la “naturaleza” hasta las localidades de Tigre o Las Conchas.
El tranvía fue el complemento más efectivo en la articulación entre la ciudad de Buenos Aires y Belgrano. La concesión a Mariano Billinghurst y Cía. del servicio a caballo (1887) y luego la implementación del servicio eléctrico (1900), intensificaron notablemente el flujo e intercambio entre ambas localidades. A su vez, por el arraigo local, se destacó el servicio del denominado “El tranguaicito”, que circulaba sobre el eje transversal a la actual avenida Cabildo, por Juramento, entre los bordes del pueblo: la Barranca de Belgrano y la actual avenida Crámer.
Al ser la primera localidad de la provincia de Buenos Aires que celebró un contrato para la provisión de iluminación a gas (1874) y equiparar a la ciudad de Buenos Aires en la instalación de teléfonos (1881), contamos con referentes que nos ilustran de la apuesta modernizadora de un pueblo que en menos de veinticinco años adquiriría la categoría de ciudad. Entre los fundamentos reseñados por el juez de Paz y Presidente de la Comisión Municipal, Rafael Hernández, figuraban la cantidad de establecimientos educativos existentes, el grado de conectividad logrado por dos ramales de ferrocarriles y dos servicios tranviarios, la existencia de importantes sucursales bancarias y de entidades y clubes sociales, entre los que destacaron el Tiro Suizo y el Hipódromo Argentino.
Precisamente, los primeros atractivos que presentó Belgrano fueron sus hipódromos, con el denominado “Circo de las Carreras” (en las actuales intersecciones de Crámer, La Pampa, Melián y Mendoza), y luego el “Hipódromo Nacional” (en las actuales avenida del Libertador entre Monroe y Congreso). Domingo Faustino Sarmiento en sus Viajes enfatizó que el “el hipódromo sería en América una diversión popular y una alta escuela de cultura”. A esa “creación nueva del espíritu parisiense”, le confirió una alta adaptabilidad en el territorio americano, dada “por la destreza y la posesión popular del caballo”. Posiblemente la ventaja del hipódromo estaba dada por su capacidad de articulación de ambas sociedades y esa fue la razón por la cual fue oportuno que estuviese en un ámbito límite entre el campo y la ciudad; por ser un dispositivo civilizador, donde las aptitudes y destrezas locales con los caballos podrían canalizarse positivamente para suplir carencias locales como la falta de arte “esto es, el arte antiguo, las posiciones nobles de la estatuaria, el estudio de las fuerzas, y la gracia y gentileza de las clases cultas”.
Desde lo formal, Sarmiento consideró que el hipódromo podía asimilarse por el número de espectadores a las plazas de toros, y que compartía con ellas el gusto del pueblo por “la luz del sol, el espacio y la libertad de hablar en voz alta”. Dichas características le conferían al público una mayor libertad de acción y en los modales, que la que podía desarrollar en los teatros. ¿Podría conformar entonces un ámbito propicio para cierta “adaptación” del hombre de campo?
Para Sarmiento la resistencia por todo cuanto era considerado “civilizado” era muy grande, en tanto “El hombre de la campaña, lejos de aspirar a semejarse al de la ciudad, rechaza con desdén su lujo y sus modales corteses; y el vestido del ciudadano, el frac, la silla, la capa, ningún signo europeo puede presentarse impunemente en la campaña. Todo lo que hay de civilizado en la ciudad está bloqueado allí, proscrito afuera; y el que osara mostrarse con levita, por ejemplo, y montado en silla inglesa, atraería sobre sí las burlas y las agresiones brutales de los campesinos”.
La modernidad debía contar con espacios de representación que satisficieran determinadas expectativas socioculturales. Una de las primeras improntas fue el Club Social (1857), cuya sede originalmente se hallaba en las actuales Cabildo y Olazábal. Con el tiempo se fueron sumando al pueblo de Belgrano, funciones tales como la de ser el ámbito elegido por los habitantes de Buenos Aires para pasar la luna de miel:
“El pueblo de Belgrano se está convirtiendo en la mansión de los desposados; es el pueblo elegido para pasar la luna de miel. En estos días se han traslado allá los matrimonios de última data, y poco antes habían sido precedidos por una pareja que aún está bajo la influencia de la misma luna dulce. Debe ser encantador el pasar ese período de los gratos recuerdos en la agradable soledad del campo, en medio del canto de las aves, en una atmósfera perfumada, mudos testigos de juramentos renovados, lejos de la curiosidad de los indiferentes. Por ahí se asegura que dentro de poco Belgrano recibirá nuevos huéspedes bienaventurados, y que una de las joyerías de la calle de la Florida ha dado su contingente brillante, galante preparativo de un impaciente novio. Belgrano será pues desde esta primavera la mansión de los novios que llegan á puerto después de la navegación llena de incidentes que hay que hacer para poner el pié en esas riberas que tantas esperanzas realizan, pero donde también no escasean decepciones. Niñas, no dejéis de pensar en el pueblo de Belgrano” (Correo del Domingo, 30 de octubre de 1864).
Sin duda las dos postales, todavía vigentes, de aquella temprana modernidad fueron el Palacio Municipal, actual Museo Histórico Domingo Faustino Sarmiento, y la Iglesia de la Inmaculada Concepción, popularmente conocida por su planta como “La Redonda”. La primera es obra del ingeniero arquitecto Juan Antonio Buschiazzo, uno de los más representativos del proyecto modernizador de la Generación del Ochenta e íntimamente ligado a la gestión de Torcuato de Alvear. La segunda, de los arquitectos ingenieros José y Nicolás Canale, fue concluida por Buschiazzo.
Las sucesivas modernizaciones fueron ocultando aquello, que en la memoria de los vecinos, pasaron a ser tradiciones. Si recurrimos al registro fotográfico, nos pueden llamar la atención obras tan singulares como el denominado Castillo de los Leones que, a principios del siglo XX se levantó en la esquina de Luis María Campos y José Hernández, pero que junto a un gran número de mansiones, no pudo resistir los criterios inmobiliarios posteriores. En la actualidad, el barrio de Belgrano, en su irresistible inercia hacia la modernidad, también debe debatir acerca de cuales son sus “referentes de la memoria”, en términos de Carlos Moreno, para que la comunidad pueda apropiarse de su identidad.

“Una tarde de primavera, mi tío, que ya había comenzado a sentir el peso profundo de la tristeza, me invitó a que lo acompañara en carruaje hasta Belgrano. Mi aceptación llenó de gusto al pobre viejo. La tarde era bella y tibia; el río estaba claro y sereno como un cristal, y cuando los caballos comenzaron a trotar por el camino de Palermo, mi compañero comenzó a reanimarse con el aire puro del campo y la tranquilidad de la tarde. El camino de la costa tiene cierto encanto poético de reminiscencias que los viejos no olvidan fácilmente. En el camino de los Olivos al Tigre están enterradas sus primaveras. Aquellas caravanas ecuestres de otros tiempos que comenzaban por la madrugada en el Retiro y que terminaban en San Isidro o San Fernando a mediodía, y con bailes y pascanas a media noche, tienen una larga historia en la vida galante de otra edad. Mi tío comenzó a recordarlas con cierta melancolía.”
Lucio Vicente López, La gran aldea

“A pesar de la inmensidad de nuestros dominios, teníamos pleitos con todos los vecinos, sin contar el famoso proceso con la Municipalidad de Belgrano, especie de Jarndyce versus Jarndyce, del que habíamos oído hablar como de una tradición vetusta, cuyo origen se perdía en la noche de los tiempos, proceso cuyos antecedentes ignorábamos en absoluto, lo que no nos impedía declarar con toda tranquilidad que el Municipio de Belgrano era representado por una compañía de ladrones, neta y claramente clasificados. Este viejo pleito tenía para nosotros, sin embargo, algunas ventajas. Cuando cruzábamos frente al juzgado de paz de Belgrano, a galope tendido, algunos honorables miembros de la partida de policía, viendo la traza arcaica de nuestros corceles (fuera de funciones en esos momentos, por cuanto su profesión habitual era arrastrar carradas de leña o sacar agua), abandonaban el noble juego de la taba en que estaban absorbidos, y cabalgando a su vez, emprendían animosos nuestra persecución.”
Miguel Cané, Juvenilia

Bibliografía
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SARMIENTO, Domingo Faustino “Arquitectura doméstica”, en Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas, Anales Nº 11, Buenos Aires, Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires, 1958.

Información adicional

HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año VIII – N° 44 – diciembre de 2007
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991

Categorías: Edificios destacados, Comercios, VIDA SOCIAL, Arte, Costumbres
Palabras claves: modernidad,

Año de referencia del artículo: 1860

Historias de la Ciudad. Año 8 Nro44

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