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Villa Urquiza

Borges y Villa Urquiza

Luis Alposta

, 2011.

En 1922, y en años posteriores, Jorge Luis Borges, que vivía entonces en Palermo, en la Calle Bulnes, tomaba periódicamente el tranvía 7, y se bajaba en Triunvirato y Pampa. Desde allí se dirigía luego hacia la casa de su prima Nora Lange, la que estaba ubicada en Tronador y Pampa (Tronador 1746).

Borges, hombre muy estricto en la geografía urbana de Buenos Aires, solía recordarme que aquel barrio se llamaba Villa Mazzini. Y era lo cierto. Pues Villa Urquiza, en Pampa, terminaba en la vereda de los números impares, que es la de enfrente.

Nora Lange, ya a los quince años, había publicado un libro que se titulaba La calle de la tarde, que llevaba prólogo de Borges:

“… la casa de Norah está en la misma hondura de la tarde, junto a las calles del oeste; con ellas el sol es piadoso; el enladrillado rojizo de las veredas trasunta el poniente.”

Recordemos ahora cómo vio a Villa Urquiza desde la parada del tranvía, al promediar la segunda década del siglo:

“Yo no he sentido el liviano tiempo en Granda, a la sombra de torres cientos de veces más antiguas que las higueras, y sí en Pampa y Triunvirato: insípido lugar de tejas anglizantes ahora, de hornos humosos de ladrillos hace tres años, de potreros caóticos hace cinco.” (De Evaristo Carriego, 1930) .

En  la  primera  edición  de  su  libro  Fervor  de  Buenos  Aires  (¡trescientos  ejemplares!),  publicado  en  1923,  Borges  incluyó  este  poema:

Villa Urquiza

Atendido  de  amor  y  rica  esperanza,
¡cuántas  veces  he  visto  morir  sus  calles
agrestes
en  el  Juicio  Final  de  cada  tarde!
La  frecuente  asistencia  de  un  encanto
acuña  en  mi  recuerdo  con  predilecta  eficacia
ese  arrabal  cansado,
y  es  habitual  evocación  de  mis  horas
la  vista  de  sus  calles;
el  horizonte  que  se  acurruca  a  lo  lejos;
las  quintas  que  interrumpen  el  cielo  baldío;
la  calle  Pampa,  larga  como  un  beso;
las  alambradas  que  son  afrentas  del  campo,
y  la  dichosa  resignación  de  unos  sauces.
Paraje  que  arraigó  una  tradición  de  amor
en  el  alma,
no  ha  menester  vanaglorioso  renombre;
ayer  fue  campo,  hoy  es  incertidumbre
de  la  ciudad  que  del  despoblado  se  adueña:
bástale,  para  conseguir  las  laudes  del  verso,
ser  el  sitio  implorado  de  una  pena.

Hace un par de años me visitaron unos alumnos del colegio “Sagrada Familia”, que estaban estudiando literatura argentina, para pedirme que les consiguiese una entrevista con Borges.

Lo hice y la tan ansiada entrevista no se hizo esperar. Borges los recibió en su casa poco después. Fue el 28 de junio de 1979.

Aquella mañana les habló de Carriego, de Echeverría, de Macedonio Fernández, del lunfardo, de Buenos Aires de principios de siglo. (En este punto, entre otras cosas, dijo que la nuestra era una ciudad que tenía tan sólo tres puntos cardinales. Y es cierto. Cuando los porteños hablamos de Buenos Aires, casi nunca nos referimos al Este).

Y también se habló de Villa Urquiza. Dijo que éste era un barrio que él conocía muy poco, y pasó inmediatamente a recordar sus visitas a la casa de su prima.

Después se acordó de La Siberia como de un barrio bravo, para terminar preguntando si en Villa Urquiza todavía existían quintas.

 

Información adicional

“Villa Urquiza – Sus orígenes” – Luis Alposta: Colección Cuadernos del Aguila, vol.5. Ed. Fundación Banco de Boston, Buenos Aires, 1989.

Categorías: Escritores y periodistas,
Palabras claves:

Año de referencia del artículo: 1922

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