En 1922, y en años posteriores, Jorge Luis Borges, que vivía entonces en Palermo, en la Calle Bulnes, tomaba periódicamente el tranvía 7, y se bajaba en Triunvirato y Pampa. Desde allí se dirigía luego hacia la casa de su prima Nora Lange, la que estaba ubicada en Tronador y Pampa (Tronador 1746).
Borges, hombre muy estricto en la geografía urbana de Buenos Aires, solía recordarme que aquel barrio se llamaba Villa Mazzini. Y era lo cierto. Pues Villa Urquiza, en Pampa, terminaba en la vereda de los números impares, que es la de enfrente.
Nora Lange, ya a los quince años, había publicado un libro que se titulaba La calle de la tarde, que llevaba prólogo de Borges:
“… la casa de Norah está en la misma hondura de la tarde, junto a las calles del oeste; con ellas el sol es piadoso; el enladrillado rojizo de las veredas trasunta el poniente.”
Recordemos ahora cómo vio a Villa Urquiza desde la parada del tranvía, al promediar la segunda década del siglo:
“Yo no he sentido el liviano tiempo en Granda, a la sombra de torres cientos de veces más antiguas que las higueras, y sí en Pampa y Triunvirato: insípido lugar de tejas anglizantes ahora, de hornos humosos de ladrillos hace tres años, de potreros caóticos hace cinco.” (De Evaristo Carriego, 1930) .
En la primera edición de su libro Fervor de Buenos Aires (¡trescientos ejemplares!), publicado en 1923, Borges incluyó este poema:
Villa Urquiza
Atendido de amor y rica esperanza,
¡cuántas veces he visto morir sus calles
agrestes
en el Juicio Final de cada tarde!
La frecuente asistencia de un encanto
acuña en mi recuerdo con predilecta eficacia
ese arrabal cansado,
y es habitual evocación de mis horas
la vista de sus calles;
el horizonte que se acurruca a lo lejos;
las quintas que interrumpen el cielo baldío;
la calle Pampa, larga como un beso;
las alambradas que son afrentas del campo,
y la dichosa resignación de unos sauces.
Paraje que arraigó una tradición de amor
en el alma,
no ha menester vanaglorioso renombre;
ayer fue campo, hoy es incertidumbre
de la ciudad que del despoblado se adueña:
bástale, para conseguir las laudes del verso,
ser el sitio implorado de una pena.
Hace un par de años me visitaron unos alumnos del colegio “Sagrada Familia”, que estaban estudiando literatura argentina, para pedirme que les consiguiese una entrevista con Borges.
Lo hice y la tan ansiada entrevista no se hizo esperar. Borges los recibió en su casa poco después. Fue el 28 de junio de 1979.
Aquella mañana les habló de Carriego, de Echeverría, de Macedonio Fernández, del lunfardo, de Buenos Aires de principios de siglo. (En este punto, entre otras cosas, dijo que la nuestra era una ciudad que tenía tan sólo tres puntos cardinales. Y es cierto. Cuando los porteños hablamos de Buenos Aires, casi nunca nos referimos al Este).
Y también se habló de Villa Urquiza. Dijo que éste era un barrio que él conocía muy poco, y pasó inmediatamente a recordar sus visitas a la casa de su prima.
Después se acordó de La Siberia como de un barrio bravo, para terminar preguntando si en Villa Urquiza todavía existían quintas.
Información adicional
“Villa Urquiza – Sus orígenes” – Luis Alposta: Colección Cuadernos del Aguila, vol.5. Ed. Fundación Banco de Boston, Buenos Aires, 1989.
Categorías: Escritores y periodistas,
Palabras claves:
Año de referencia del artículo: 1922