Las próximas líneas y fotografías surgen a partir de una investigación sobre las primeras fotógrafas en América Latina y las primitivas imágenes de aquellas mujeres que lucharon por quebrar el pasivo destino que, por tradición, tenían asignado y que fueron publicadas en distintos medios.
El propósito de este relevamiento es ahondar sobre cómo la fotografía, desde su aparición, acompañó los procesos de constitución de las naciones latinoamericanas y cómo las mujeres tuvieron una amplia y activa contribución en esa construcción.
La fotografía acompaña los procesos históricos por ser una forma de conocimiento y, a su vez, una categoría de pensamiento, que construye y atraviesa el imaginario de una persona, de una sociedad y, en este caso, también de un género. La fotografía permite visualizar la estructuración de estas naciones, elaborada conjuntamente por hombres y mujeres.
Justamente es en esos momentos, cuando se forman algunas imágenes espejadas: la mujer fotógrafa/la mujer fotografiada que reflejan el comienzo de la escritura de nuestra propia historia y el inicio de la historia de la mujer latinoamericana.
La fotografía ha permitido vislumbrar la vida cotidiana, las mentalidades y las discusiones en torno a diversos problemas de cada sitio y, durante los procesos mencionados, dio lugar a muestras de la dinámica histórica que revelan la realidad latinoamericana entendida como utopía de progreso.
Ellas se basan en la corriente del positivismo cuyos lineamientos filosóficos provenían de Comte y Spencer y que tuvieron además gran influencia en la organización política y social de los países. Es más, el nacimiento de la fotografía el 19 de agosto de 1839 se encuentra signado por el pensamiento positivista de Auguste Comte.
Florencio Varela escribió desde Montevideo, en El Correo acerca del daguerrotipo, el 4 de marzo de 1840: “el misterioso aparato vino a satisfacer la curiosidad ansiosa de los que tienen fe en los progresos del espíritu humano”.
Catalina E. Lago comenta sobre el panorama artístico de Buenos Aires hacia 1858 que “la fotografía coloreada daba al público todo lo que entonces pedía del arte: realidad”.
Un aspecto muy importante a tener en cuenta, es que el retrato es el género que atraviesa todo el anecdotario encontrado. Al navegar entre las esferas pública y privada, su función en los distintos países latinoamericanos conforma una historia colectiva e individual. El significado de cada retrato era una forma de autorreconocimiento y pertenencia. La vida de un pueblo, de una ciudad, además de sus atributos urbanos y geográficos, es la suma de las relaciones personales y del entramado social que lo vincula con el mundo. Cada uno de los retratos otorgaba, en conjunto, un retrato comunal y es, por otra parte, un lugar de enunciación donde se pone de manifiesto la subjetividad propia de cada lugar.
El fenómeno de individuación significa un cambio de la relación del individuo con el grupo y de las relaciones de los grupos entre sí.
Por otra parte, la necesidad de retratarse existe desde la antigüedad, sin embargo, es en el siglo XIX cuando surge una fuerte necesidad de singularidad, de contemplarse a sí mismo y que los hijos puedan conservar esa imagen para siempre.
Como otras representaciones visuales que integran un modo cognitivo, estas fotografías utilizaban, en buena medida, recursos que conformaban el imaginario artístico de su época: composición, proporción, ritmo y colocación de elementos iconográficos.
En la búsqueda de delegación conformada por el hecho de irse a retratar a un estudio, encontramos un escenario particularmente montado, que daba origen a una escenificación ficcional donde se decidían las posturas, la vestimenta, el encuadre y la iluminación. Estos aspectos estaban absolutamente vinculados a los supuestos culturales del momento.
A menudo los retratos recogían una cierta “ilusión social”, lo cual proporcionaba un testimonio sobre las modificaciones que se iban produciendo en el imaginario de las distintas épocas. Eran asimismo, una forma de solemnizar la cotidianeidad.
La fotografía como oficio
A continuación brindamos información sobre algunas mujeres fotógrafas que se destacaron en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires:
Antonia Brunet de Annat es considerada la primer mujer daguerrotipista de la Argentina. Hija del pintor francés Juan Manuel Brunet, quien se desempeñaba a su llegada a Buenos Aires como profesor de dibujo y pintura, Antonia nació en Francia y en 1825 y se casó con el decorador Claudio Annat. Se especializó en el retrato y la miniatura sobre papel y marfil. Varios autores la destacan en esta técnica. Ofreció sus servicios de retratista en las distintas guías de la Capital Federal, con las siguientes direcciones: Belgrano 74, Potosí 62, Plata 161, Victoria 35, Cuyo 126 y Suipacha 141. Entre 1854 y 1862 incorporó el daguerrotipo a su labor de retratista.
Los daguerrotipos con su enmarcado, la seda fotográfica sensible y las fotominiaturas (en anillos, porcelanas, guardapelos, medallones, alhajeros) conformaban un producto elegante y conmovedor, que apuntaba directamente a un uso privado vinculado al recuerdo y al sentimiento.
De acuerdo con el Código Civil Argentino de 1870, a la mujer le estaba vedado contratar, adquirir o enajenar bienes, ejercer públicamente alguna profesión o industria sin autorización del marido. Quizás sea por esto, que encontramos a tantas señoras que acompañaban activamente a sus maridos en su labor.
Es el caso por ejemplo, de la Sra. de Monzón. Francisco Monzón instaló un comercio de fotografía en la calle Cuyo 154 primero, y hacia 1870 se trasladó a la calle de las Artes 148 y 224 con el nombre de “Fotografía Universal”, siempre en la ciudad de Buenos Aires. En el diario La Pampa, en el año 1874 encontramos su aviso indicando la calle Artes 148 como el domicilio de ese momento. En todos los avisos hallados, la activa participación de la señora resulta un sólido argumento publicitario. Los anuncios ofrecen también fotografías pintadas al óleo. Ese mismo aviso no solamente fue publicado en el diario La Nación de la ciudad de Buenos Aires y en el Buenos Aires Herald de 1876, por ejemplo, sino que lo encontramos también en 1877 en el periódico La Opinión de Chivilcoy y en La Reforma de Chivilcoy y Mercedes, invitando así a retratarse durante un posible paseo por la Capital.
En 1877 promocionaban un nuevo sistema que garantizaba que los retratos no sufrirían la menor alteración, conservando siempre su primitivo color y belleza, así como también ofrecían copias abrillantadas, imitación porcelana.
Por su parte, Eugenia C. de Pozzi, colaboró desde el principio con su esposo Luis en el local de la calle Cangallo 302 llamado El palacio de los niños al que sucedió, a partir de 1886, otro presumiblemente ubicado en Cangallo 832 con la denominación Fotografía del Fuego. Hay registros de su actividad hasta 1902.
Este fenómeno de involucramiento familiar lo apreciamos también con otros grados de parentesco, como ser padre/hija, hermanos, madres/hijos, en distintas ciudades de nuestro país y en otros países de Latinoamérica, como es el caso por ejemplo, de Julia Chambí, la hija de Martín Chambí. Estas situaciones se reiteran incluso en Europa y en Estados Unidos.
En 1883 se registra en la calle Esmeralda de la ciudad de Buenos Aires, el estudio del fotógrafo Antonio Aldanondo. Hay indicios de que Antonia Tijeria se instaló allí a partir de 1886, bajo su dirección.
La hija de Eugenio Py, importante figura de la fotografía y de los comienzos del cine argentino, llamada Elizabeth Py comenzó a los 19 años a dictar clases de fotografía y cine.
Elizabeth nació en Francia a fines de 1882; su padre le puso el nombre de su tía, quien lo crió ya que había quedado huérfano muy joven. Elizabeth entró a formar parte del personal de la casa Lepage que se encontraba en Bolívar 375, donde su padre se desempeñaba hacía tiempo. En esta casa se afianzaba la fotografía en Buenos Aires y nacía la cinematografía de la mano de Eugenio Py, Lepage y Max Glücksman.
Si observamos un aviso de la casa Lepage promocionando la cámara “El fotógrafo” que al ser tan sencilla “todo el mundo sin estudio alguno puede llegar a obtener en poco tiempo, pruebas de retratos y paisajes muy satisfactorias…”, encontramos que el dibujo nos muestra a una mujer fotógrafa y a una niña al ser retratada. Esto resulta un importante antecedente de la publicidad orientada a que la mujer se convierta en una aficionada. Es así como Elizabeth asesoraba a las damas de sociedad y las familiarizaba con los aspectos técnicos. Se dedicaba también a revisar y despachar las primeras películas que se enviaban a los exhibidores. Permaneció en esa tarea durante diez años hasta que contrajo enlace a los 29 años.
La historia de la inmigración en nuestro país registra el 21 de enero de 1885, procedente de Génova, la llegada de Vicente Beccarini y con él, una familia dedicada a la fotografía, la pintura y la música.
Dos de sus hijas María Luisa y Matilde Dolores Beccarini se sumaron a la práctica. María Luisa nació en 1894, aprendió de su padre fotografía y pintura. Cuando Vicente murió, quedó a cargo del estudio de Río Cuarto, Córdoba junto a sus hermanos, asumiendo la responsabilidad del mismo y de los retratos al lápiz. Su hermano Agustín realizaba retratos fuera del estudio, en el campo.
El estudio contaba con todo tipo de telones pintados, sillones y taburetes para una completa y variada escenografía. Se prestaba especial atención a la ropa y la iluminación.
Entre 1925 y 1927, la familia decidió trasladarse a Buenos Aires. María Luisa trabajó inicialmente en el estudio de Max Glucksman de la calle Florida.
Debido a sus grandes condiciones de fotógrafa y retratista decidió comprar las instalaciones de un fotógrafo alemán en la calle Federico Lacroze 2559 (entre Ciudad de la Paz y Amenábar) y allí trabajó junto a su hermana Matilde Dolores. Se casó en 1938 y dejó el estudio a cargo de su hermano Rodolfo. Falleció en 1975.
Matilde Dolores nació en 1889 y también se dedicó a la fotografía y a la pintura. Colaboró con sus hermanos en el estudio de Río Cuarto. Más tarde, ya en Buenos Aires, quiso participar de una de esas orquestas de señoritas que aparentaban tocar un instrumento, pero sus hermanos se lo prohibieron. Comenzó entonces a desempeñarse en el estudio de Federico Lacroze junto a ellos pero sólo en tareas de retoque, especialmente con lápiz. Al casarse abandonó la fotografía, dedicándose a pintar esporádicamente. Murió en 1983.
Olga Nanjari fue la esposa de Rodolfo Becarini, hermano de las Beccarini mencionadas anteriormente. Nació en 1914 y aprendió la profesión del marido ayudándolo esporádicamente pero adentrándose en ella, al enfermarse él en 1958. Magdalena, su hija, cuenta que Rodolfo le iba indicando desde su lecho de enfermo todos los secretos del estudio. Cuando Rodolfo falleció, se dedicó principalmente a la realización de fotos carnet para documentos, perdiendo así la fama de fotografías artísticas que tenía el comercio, pero adquiriendo a su vez renombre en las fotos para documentos.
En el año 1951, ante la primera experiencia de voto femenino, el estudio recibió un aluvión de mujeres que necesitaban actualizar su documento. Magdalena recuerda que en esa ocasión ayudaban su tío Agustín y todos los niños de la familia. Olga traía las bateas con las fotos secas y las colocaba sobre una larga mesa donde los chicos debían separarlas por “caritas”.
Las mismas eran delicadamente retocadas por su hija Magdalena Beccarini, hoy pintora. El estudio se cerró en 1976 ante un nuevo matrimonio de Olga.
Rita Branger, inmigrante también, estableció su estudio en el barrio de Belgrano, y allí Annemarie Heinrich realizó sus primeros aprendizajes de laboratorio.
Melitta Lang, oriunda de Austria, llegó a Buenos Aires el 24 de noviembre de 1919 a bordo del buque Frisia. Melitta instaló su estudio en Pampa y Av. Cabildo, en la década de 1920. Ese estudio fue visitado por una gran cantidad de personas que eran inmigrantes alemanes y austríacos. Trabajaba con negativos de 18 x 24 cm, los que copiaba por contacto. Durante 1927 tuvo como alumna a Annemarie Heinrich. Incursionó en el bromóleo. Con seis trabajos realizados con esa técnica se presentó en el Primer Salón Internacional de Fotografía en 1930. Aproximadamente a los 45/50 años de edad se radicó en Villa General Belgrano, provincia de Córdoba, instalando un negocio de regalos y en esa localidad murió.
Una reportera gráfica llegó desde Alemania en los albores de la Segunda Guerra Mundial. Ilse Mayer trabajó como en forma independiente para distintos medios y se han visto de ella, entre otros, trabajos sobre Eva Perón y su entierro. Aproximadamente en 1952 retornó a Alemania. Integró junto a Annemarie Heinrich, Anatole Sadermann y otros fotógrafos el grupo “La Carpeta de los Diez”.
Liesl Steiner es una fotógrafa que se destacó alrededor de la década del ’50. Realizó fotorreportajes para distintos medios, entre otros para la revista Life en Español. Integró el Grupo Forum junto a Sameer Makarius, Max Jacoby y Humberto Rivas. Este grupo realizó una exposición en el Museo Eduardo Sívori en 1956. En 1980 el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires organizó una retrospectiva de las fotografías de Liesl.
Una vez resueltas la especial manipulación y los conocimientos químicos que el daguerrotipo requería y al incorporarse la posibilidad de utilizar el papel como soporte, pudieron integrarse nuevas etapas para llegar al producto final, inscriptas, de algún modo, en esas formas de producción en cadena que justamente aparecieron en el campo laboral por esa época.
Surgen así mujeres cumpliendo distintos roles como iluminadoras y encargadas del retoque. En muchos casos, las caras eran cuidadosamente alisadas, borrando arrugas e imperfecciones. El coloreado era otra práctica muy corriente. En los retratos de las señoras y las niñas, las mejillas se pintaban con rojo carmesí suave y las joyas se cubrían con aceite dorado.
Una de las vistas de la Plaza de la Victoria que se encuentra en el Archivo Histórico Nacional fue retocada al óleo aproximadamente en 1882 por Augusta Mencke.
En este recorrido es imperioso recordar a dos fotógrafas inmigrantes alemanas que configuran los grandes nombres que habitan en la historia de estos textos visuales y que tuvieron muchísima incidencia en las generaciones futuras: Grete Stern y Annemarie Heinrich. Su envergadura merece un artículo aparte.
Tampoco debemos soslayar, la actividad amateur que comenzó a expandirse en los primeros años del siglo XX. Nació en las clases medias altas hasta llegar a las clases medias. Incluso la publicidad de cámaras portátiles inducía a las mujeres a sumarse a esta práctica.
El 29 de abril de 1889 se formó la Sociedad Fotográfica Argentina de Fotógrafos Aficionados. Participaron de ella: María Teresa Bermúdez de Gnecco, Victoria Aguirre y Giselle Shaw.
En el diario La Nación del 26 de junio de 1917, en su página 6, aparece la siguiente noticia, comentándola como “simpática iniciativa”: “…siendo considerable el número de señoras y señoritas que se dedican a la fotografía, la comisión directiva que preside el señor Lahargou, ha resuelto celebrar un concurso exclusivamente para damas que se efectuará el 29 de agosto…”.
Interesante es observar que establecen tres premios en diversas categorías, entre las que están incluidas las fotografías esteroscópicas, formato al que muchas aficionadas habían adherido. Los temas propuestos eran: marinas, paisajes, efectos de noche, efectos de lluvia y composiciones artísticas.
Un largo camino
Si consideramos los primeros censos de la población argentina como auténticas manifestaciones que testimonian sobre esas épocas y realizan propuestas hacia el futuro, es interesante observar que estos fueron los primeros en denunciar la necesidad de una activa participación de la mujer en la vida del país.
El censo de 1869, en su apartado XXIII dice textualmente: “la mitad de la población mujeril adulta espera con incertidumbre el sustento de jornal, muchas veces difícil y precario”.
Realiza, además, un detallado análisis sobre la importación versus la manufactura en el país de uniformes militares y policiales, alertando directamente al “fisco” sobre la conveniencia de esta última modalidad tanto, desde el punto de vista económico, como para las mujeres, al exponer que: “Persiguiendo una quimera, el más importante de los estados argentinos, para el uso de tropas policiales encarga sus vestuarios fuera del país.
En esta evolución el ahorro es aparente, haciéndose en el fondo, como verdades incontestables, males positivos a las industrias propias, y a esa clase trabajadora femenil que no tiene voto ni eco, para hacer sentir sus necesidades y sus dolores.”
Luego de puntualizar sobre los aspectos económicos, insiste sobre la mujer: “La moral china, tiene a este respecto un proverbio tan viejo como sabio: El trabajo es la salvaguardia de la inocencia de las mujeres”.
Destacando la importancia de la educación, opina lo siguiente:“En vista de estas consideraciones, escapadas de prisa, en interés de la moral pública, puede asegurarse que, donde existan autoridades que persigan la prostitución, a la vez que quitan trabajo a las masas, y descuidan y no entienden bien de su educación, allí todavía resta mucho que estudiar y que aprender.”
En el censo de 1895, se encuentran palabras de avanzada: “En la población masculina la proporción de personas que tienen arte, oficio u ocupación propia se eleva al 866 por mil, pero en cambio en la femenina disminuye casi a la mitad pues que solo llega al 445. Esto demuestra que entre nosotros todavía no se ha sabido dar una dirección útil y directamente remuneradora al trabajo de la mujer, que destituida de medios de subsistencia propios tiene que confiarse a la protección del hombre.”
Y esta frase cuyo pensamiento central es recogido luego por las primeras voces femeninas que se unen y luchan, a través de los medios, por el trabajo de la mujer: “Esto explica en parte, la causa por la cual es tan corta la nupcialidad: el matrimonio es un problema económico que se hace cada vez más difícil de resolver satisfactoriamente, y es probable lo continúe siendo mientras la mujer constituya un elemento pasivo en el orden económico del país.”
En el censo de 1914 y bajo el rubro 13, Bellas Artes encontramos: 20 fotógrafas argentinas, de los 619 profesionales registrados en total, y 33 extranjeras sobre 1.172 censados. Esto da un total general de 1.791 personas ligadas a la profesión, de las cuales 53 eran mujeres.
Entrelazamientos
Como ya lo señalara a largo de toda la investigación, se reiteran algunos aspectos en distintas latitudes de la Argentina, en Latinoamérica e incluso más allá. Estos son:
Desde que comencé esta pesquisa, el fenómeno de la inmigración apareció recurrentemente, atravesando las vidas y anécdotas de casi todas las historias relevadas.
Todas portan emociones dilemáticas tales como desilusiones/ilusiones, tristezas/esperanzas, proyectos abandonados/proyectos futuros.
También a lo largo de todo el recorrido, se reitera el siguiente suceso propiciado, de algún modo, por distintos factores históricos, económicos, geográficos y muchos otros. Se trata de un fenómeno de desplazamiento: mujeres que, por razones de viudez, se hacen cargo de los estudios de los maridos. Hijas que repiten esta estructura y aceptan el legado del estudio paterno.
Clorinda Matto de Turner, editora de la revista Búcaro Americano, cuando enumera las ventajas del trabajo femenino indica: “no sólo para ellas, sino también para el varón con el que se casan, en caso de que éste pierda el trabajo o de viudez”.
Imagen reflejada
Michel Foucault cuenta que la creación más osada está siempre inserta en una estructura epocal, no sobrepasa lo que la episteme, la imaginería de la época determina como posibilidad. Es muy interesante, observar por eso, la tensión que se crea ante la aparición de figuras femeninas que tratan de romper con el imaginario correspondiente al rol que debían representar en esos años. La fotografía da cuenta de ello ya que, desde sus inicios, acompaña la vida cotidiana y resulta un medio óptimo para desplazar las preocupaciones esenciales del hombre tanto individual como colectivamente. Es además, un medio articulador y generador de significados de procesos históricos.
Junto a los grabados, la fotografía extendió formidablemente el alcance de la cultura visual en los distintos medios de comunicación que fueron apareciendo desde mediados del Siglo XIX. Revistas como Caras y Caretas o como El Hogar, entre otras, propiciaron la construcción de nuevas identidades visuales.
Por ejemplo, en el N° 160 del 26 de octubre de 1901 aparecen publicadas las fotografías de las primeras doctoras en letras, Elvira V. López y su hermana Ernestina, quienes pertenecieron a la primera promoción de la facultad de Filosofía y Letras. Se graduaron en total 29 alumnos. Ambas recibieron el título el 20 de octubre de 1901. Hijas del pintor Cándido López, la tesis de doctorado de Elvira se tituló “El movimiento feminista” y la de Ernestina “¿Existe una literatura propiamente americana?” Junto a su hermana Virginia, actuaron en diversos campos, preocupadas por la realidad social circundante.
Encontramos interesantes pasajes en la tesis de Elvira que muestran la evolución del pensamiento en torno a la mujer desde los dichos de los dos primeros censos: “Hoy que todos aspiran a vivir como ciudadanos libres y que la sociedad necesita de la cooperación de todas las fuerzas sociales, la mujer necesita también extender su esfera de acción”. “La mujer debe ser educada de manera que pueda intervenir más eficazmente en beneficio de la sociedad”. En el discurso que pronunció Ernestina para la inauguración del Congreso Femenino Internacional, que se realizó del 18 al 23 de mayo de 1910, contaba que las mujeres: “iban abrazando todas las ocupaciones y penetrando en todas las profesiones, aún en aquellas que reclaman una concentración de que se las había creído incapaces”.
Por otra parte, también aparecen revistas especialmente dirigidas al público femenino como la ya mencionada Búcaro Americano y unos años después la revista Nuestra causa, una de las primeras en bregar por un nuevo sistema de relaciones. Su vida editorial se extendió desde mayo de 1919 hasta octubre de 1921.
Imagen espejada
Es por eso que, podemos inferir que es de este modo como se formó la imagen espejada en la cual se refleja el comienzo de la escritura de nuestra propia historia y el comienzo de la historia de la mujer latinoamericana. No debemos olvidar que se trataba de décadas fundacionales de la sociedad moderna, en las cuales la huella luminosa de la fotografía dejó sus trazas.
Esta misma imagen espejada es también el resultado de una historia atravesada por la voluntad. Una voluntad que se presenta en dos sentidos: por un lado, atreverse a construirse uno mismo como sujeto actuante y acompañante en la escritura de la historia de las naciones latinoamericanas y, por otro, atreverse a construirse profesionalmente.
Información adicional
Año VII – N° 39 – diciembre de 2006
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
CULTURA Y EDUCACION, Mujer, VIDA SOCIAL, Arte, Historia / Mujeres, feminismo, fotografía, desigualdad, protagonismo femenino
1900 /
Historias de la Ciudad – Año VI Nro 39
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