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Ciudad de Buenos Aires

Buenos Aires 1880. Demografía histórica y política migratoria en la Capital Federal de la República Argentina

Rodrigo Leonel Salinas

Plano del Ensanche de la Capital Federal. Departamento de Ingenieros de la Nación., 1888. Fuente: Difieri, Horacio (director): “Atlas de Buenos Aires”. Municipalidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1981.

“Buenos Aires ha sido teatro de muchas manifestaciones entusiastas pero ésta es insólita”[1]

El 21 de septiembre de 1880, a poco menos de un mes de dejar el cargo el Presidente de la Nación Nicolás Avellaneda y de asumir el General Julio Argentino Roca como nuevo Jefe de Estado, la ciudad de Buenos Aires se convirtió en la Capital Federal de la República Argentina a través de la sanción de la Ley Nº 1.029, incorporándose ocho años más tarde las jurisdicciones de los pueblos y partidos de Belgrano, hacia el norte, y de San José de Flores, hacia el oeste. Ambos pueblos- devenidos posteriormente en barrios porteños- fueron anexados entre 1887 y 1888 a la jurisdicción que correspondía al antiguo Municipio porteño. Según el periodista e historiador Ricardo Figueira, se trataba de pequeños núcleos de edificios separados del centro por áreas despobladas o escasamente pobladas formadas por grandes zonas de terrenos baldíos, chacras, quintas o tierras de cultivo y pastoreo, atravesadas por algunos caminos de tierra que se dirigían a los pueblos del Interior,  pero que a fines del sigo XIX ya habían incorporado otras actividades subsidiarias de la ciudad, como la fabricación de ladrillos para una demanda incesante y creciente de materiales de construcción. Finalmente, y gracias al acceso por el ferrocarril, dichos barrios concentraron a una población más próspera formada por obreros y empleados en ascenso, profesionales y comerciales, que se agregaron a los viejos vecinos instalados desde el éxodo poblacional producido por el brote de fiebre amarilla de 1871.

Así, quedó definida una extensa área de 18.869 hectáreas que en su mayor parte comprendía terrenos de usos rurales y baldíos o viejas estancias. El área que ocupaba la ciudad hasta entonces estaba limitada hacia el sur por el Riachuelo, que la separaba del entonces partido de Barracas al Sur; hacia el este y noreste por el Río de la Plata; hacia el norte y noroeste por los partidos bonaerenses de San Isidro y San Martín (donde se asentaron las principales industrias textiles); y hacia el oeste y sudoeste por el partido de La Matanza, arrojando una población estimada, según el Censo Municipal de 1887, de 433.375 habitantes[2]. Este hecho generó una “explosión demográfica” inusitada en la ciudad, acentuada al mismo tiempo por el impacto de la inmigración masiva europea finisecular y la expansión económica estimulada por la demanda europea de carnes, cueros, lana y cereales, convirtiéndose, en la transición del siglo XIX al siglo XX, en la aglomeración urbana más grande del país y con mayor densidad de población de América Latina[3 y 4].

 

EL AUGE DE LA ECONOMÍA DE EXPORTACIÓN

Uno de los factores que contribuyó exponencialmente al reacondicionamiento de la infraestructura porteña fueron los grandes ingresos derivados del auge de la economía de exportación hacia las potencias de ultramar- como Francia, Alemania, Bélgica y los Estados unidos – verificada a partir de la década de 1870. Otro de los fenómenos relevantes del periodo fue la apertura de sucursales de grandes bancos internacionales y de instituciones inversoras del mundo, quienes se encargaban de manejar los ingresos y egresos de divisas al país. Por su parte, los precios de la tierra de la Pampa Húmeda (especialmente para el cultivo de cereales) y la ganadería ovina se elevaron espectacularmente, haciendo millonarios a los terratenientes de la Provincia de Buenos Aires y lanzándose a una posición de definida superioridad respecto a los comerciantes porteños, contra los cuales habían competido por tanto tiempo. Esto les permitió poder construir suntuosas mansiones en el tan renombrado “Barrio Norte” (ubicado en una franja que ocupan los actuales barrios de Retiro y La Recoleta) y recorrer regularmente Europa, haciéndose eco de las tendencias arquitectónicas de moda del otro lado del Atlántico.

 

LA EXPANSIÓN FÍSICA DE LA ZONA CENTRO

A fines del siglo XIX, la imagen física de la ciudad de Buenos Aires se transformó radicalmente y estaba en camino a convertirse en un digno par de las mejores ciudades capitales europeas. Aquella “Gran Aldea”– tan bien descripta por el escritor uruguayo Lucio Vicente López en su renombrada novela homónima publicada en forma de folletín en el periódico “La Sudamericana” en 1882 y editada luego en forma de libro en 1884- fue perdiendo sus rasgos coloniales con la incorporación de nuevos edificios gubernamentales y privados, que seguían los modelos estilísticos europeos. La mayor parte de las nuevas construcciones fue de inspiración italiana, luego francesa y más adelante ecléctica (o historicista), dejando atrás los estilos neoclásicos tan característicos de la primera mitad del siglo XIX. Es importante destacar que con la llegada de Torcuato Antonio de Alvear a la Intendencia Municipal en 1883, la Capital Federal comenzó a adquirir las características de una urbe cosmopolita de carácter europeizante que pareció “invadirlo todo”, participando como protagonista principal de la ola de modernización del país y como anfitriona de la organización de los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo en 1910.

La ciudad, que hasta hacía tres siglos atrás difería sólo ligeramente de la “ciudad patricia[5]– como la denominó el recordado historiador José Luis Romero en su célebre libro “Latinoamérica. Las ciudades y las ideas” (1976)- abierta con la Revolución de Mayo y el proceso emancipatorio de 1810, se prolongaba por el oeste hasta la Plaza de las Carretas- actual Plaza Miserere- y hacia el sur, donde se encontraban los barrios de Barracas y La Boca, y tenía una población estimada de 187.346 habitantes[6], según los datos arrojados por el Primer Censo Nacional de Población realizado durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento en 1869, lo que venía a representar el 10,2 % del total de la población nacional.

Por aquel entonces, la zona del Centro seguía siendo pequeña y concentrada en el área delimitada y trazada por el lugarteniente español Juan de Garay en el damero original de 1580; la mayoría de las calles eran muy estrechas (pues no debían pasar los 15 o 20 metros de ancho), carecían de pavimento y tenían mal drenaje; los edificios, que no debían superar los dos pisos de altura, eran en su mayoría de estilo colonial y sobrevivían, en esencia, inalterados desde el periodo hispánico[7]. Sin embargo, en las ultimas décadas del siglo XIX, Buenos Aires comenzó a experimentar algunos cambios en sus características urbanísticas, determinados en parte por la ubicación de las estaciones del ferrocarril y del puerto, ubicado en frente a la tradicional Plaza de Mayo, la cual mantenía incólume su prestigio comercial, administrativo, religioso y cultural desde las últimas décadas  del siglo XVI.

Es importante destacar, en este sentido, que el rápido crecimiento físico de la Capital Federal en la segunda mitad del siglo XIX se orientó hacia el norte y el oeste, a lo largo de caminos cuyos trazados se remontaban al período colonial. Se trataba de una ciudad chata, bastante compacta y densa en el Centro, con un trazado de calles regulares cortado por algunas plazas públicas que sólo excepcionalmente exhibían una parquización atractiva. El estado lastimoso y la suciedad de las calles (pues la ciudad no tenía un adecuado sistema de desagües y sólo un limitado servicio de agua potable) contrastaban con algunos edificios públicos y privados que adoptaron un estilo mas italianizante y, posteriormente, de raigambre borbónica- francesa, el cual comenzó a adoptarse en la ciudad de París durante el llamado “Segundo Imperio” de Luis Napoleón Bonaparte[8]. De apariencia pomposa y espectacular, a la vez que rico en volúmenes y pretencioso, el estilo importado de la capital francesa a fines del siglo XIX se componía de motivos tomados básicamente del manierismo italiano y fue utilizado de un modo muy libre y anticlásico. Así, por ejemplo, se emplearon con frecuencia el soporte antropomorfo y los sillares, a los que luego se les agregó abundantes toques del Renacimiento Italiano, con remates de mansardas, cuerpos salientes en el centro y sus correspondientes ventanas, chimeneas y guirnaldas. Todo ello recibió un tratamiento muy movido, especialmente por medio de cuerpos o alas que avanzaban y retrocedían y fuertes contrastes de llenos y vacíos.

 

LA EXTENSIÓN DE LA RED FERROTRANVIARIA ARGENTINA

Mientras las provincias del Noroeste Argentino se hundían cada vez más en la competencia económica, las inversiones directas de capitales extranjeros o de empréstitos provenientes en su mayoría de Gran Bretaña[9] permitieron la expansión y el afianzamiento de una vasta red ferrotranviaria (con sus estaciones y talleres propios) a lo largo y ancho del territorio nacional, la cual apareció por primera vez en la década de 1870, cuyo punto de partida se encontraba en las estaciones cabeceras de las líneas de trenes de Buenos Aires, ubicadas en los barrios porteños de Balvanera (Once), Retiro[10], Constitución y, posteriormente, en Chacarita (donde se construyó la estación Federico Lacroze de la Línea Urquiza).

El ferrocarril fue el medio de transporte que tuvo mayor impacto en el crecimiento físico de la ciudad al atravesarla en dirección a las dársenas y depósitos del puerto de Buenos Aires que fue, al mismo tiempo, la llave del comercio de exportación e importación de la Región Pampeana. De este modo, hacia fines de la década de 1880, la Capital Federal quedó unida, a través de los caminos de hierro, con las principales ciudades del Interior como La Plata, Mendoza, San Luis, Rosario, Santa Fe y Córdoba, entre otras. Al mismo tiempo, la extensión de la red tranviaria de la ciudad permitió a la población de la ciudad dirigirse diariamente al trabajo a un bajo costo e instalarse en espacios menos densamente poblados que los del Centro (como en los barrios de La Boca, Barracas, Almagro y Parque de los Patricios), gracias a la venta a plazos de tierras de escaso valor, los cuales fueron tomando su imagen edilicia actual.

Se calcula que hacia 1888, la red de tranvías de la Capital Federal alcanzaba unos 176.3 kilómetros repartidos entre las seis empresas prestadoras del servicio[11]. Según los datos aportados por los arquitectos Jorge Enrique Hardoy (1926-1993) y Margarita Gutman aseveran que el número de pasajeros transportados por año registró un aumento sorprendente: 13.617 en 1880, en una ciudad con 270.000 habitantes (50 viajes anuales por pasajero o un cada 7,3 días), y 3.277.659 en 1887, en una ciudad con 433.000 habitantes (es decir, 83 viajes anuales por pasajero o uno cada 4,4 días)[12]. El tranvía se convirtió, de esta forma, en el medio que permitió evitar una excesiva concentración de población al facilitar, con una eficacia que ningún otro medio masivo de transporte tuvo antes, el desplazamiento de 100.000 personas todos los días de la semana, es decir, uno de cada cuatro habitantes residentes en la ciudad.

 

EL ESCRITOR ESPAÑOL VICENTE BLASCO IBÁÑEZ Y LA “PARIS DE SUDAMÉRICA”

Entre 1880 y 1914, la Capital Federal se constituyó en uno de los grandes centros metropolitanos del mundo- pues según el Censo Nacional de 1914 la población de la Argentina era de 1.575.814 habitantes, cuadriplicando la cifra de 1887- y en primera ciudad en categoría de América del Sur a principios del siglo XX, lo que llevó al escritor y novelista Español Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) a catalogarla como “La Paris de Sudamérica” en su viaje inaugural a la Argentina en 1909. Este republicano era un embajador representante de la España moderna, liberal y progresista, y vino al país a pronunciar una serie de conferencias en las cuales trazó un panorama amplio de la cultura de su patria, abogando por la desaparición de la “leyenda negra” que pesaba sobre su terruño[13], lo que le valió ser objeto de continuos homenajes por parte de sus connacionales. El fervor y los elogios que concitó en el ámbito de los centros culturales encargados de organizar la recepción reunió a los principales miembros de la colectividad española en un comité especial, entre quienes se destacaban los hermanos Rafael y Fermín Calzada, Carlos Malagarriga, Juan Balmaceda, José Horta, Alejandro San Pedro y Francisco Cobos. Al descender del vapor que lo trajo en su viaje desde Europa hacia la Argentina, este prestigioso ensayista fue objeto de singulares muestras de simpatía por una concurrencia de cerca de 10.000 personas, que lo siguió desde el puerto de Buenos Aires hasta su alojamiento en el anexo del “Gran Hotel España”, emplazado en la Avenida de Mayo al 900.

 

LA “EXPLOSIÓN DEMOGRÁFICA” DEL ÁREA URBANA (1870-1914)

En lo que respecta particularmente a la ciudad de Buenos Aires, aquí el impacto demográfico de la inmigración europea fue mucho más fuerte con respecto a otras regiones del Interior, absorbiendo casi un tercio del total de los extranjeros arribados al país entre 1871 y 1887. En el Plano Topográfico levantado por la Oficina de Obras Públicas de 1895, se puede observar que dentro de los límites administrativos de la ciudad sólo estaban densamente edificados y poblados las manzanas del distrito central y los barrios adyacentes. El área más densamente edificada terminaba hacia el oeste en las calles Jujuy y Centro América (hoy Avenida Pueyrredón). Más allá de la edificación se hacía menos densa y hacia el oeste de la Avenida La Plata solo existía una hilera de tres o cuatro manzanas edificadas sobre la actual Avenida Rivadavia. Las vías del Ferrocarril del Oeste, que corrían por Centro América uniendo Plaza Once con Retiro, y luego con Plaza de Mayo, definían el límite norte de la edificación. Hacia el sur de Rivadavia, la extensión de la superficie edificada era menor y la zona más densamente construida terminaba cerca de la calle Garay, en las inmediaciones de Plaza Constitución y la Avenida Caseros[14].

Los distritos con mayor porcentaje de extranjeros eran los céntricos, como San Nicolás (65.17%) y Montserrat (62.43%). La mayor proporción de italianos y españoles se encontraban en el barrio de La Boca (San Juan Evangelista), constituyendo el 29.16% de la población de esa sección y en Balvanera Sur[15]. Así, entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, la proporción de extranjeros en la ciudad fue mucho mayor que la proporción de extranjeros en el país y se mantuvo cerca del 50% hasta 1914. Hacia 1895, los italianos constituían el 27% del total de la población porteña, mientras que los españoles llegaban al 12.1%. Hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, los inmigrantes italianos y españoles constituían por partes iguales cerca del 90% de los extranjeros y cerca del 40% del total de la población de la ciudad[16].

 

LA INSTAURACIÓN DEL SERVICIO MILITAR OBLIGATORIO

Las ideas desarrolladas por el sanjuanino Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) sobre la inmigración en la Argentina a mediados del siglo XIX eran compartidas por muchos miembros de la elite dirigente. Aquí podríamos citar a Lucio V. Mansilla (1831-1913) y Estanislao Zeballos (1854-1923), quienes propusieron entre sus posibles soluciones la nacionalización política de los contingentes de inmigrantes que llegaban al país hacia 1880, es decir, nacionalizar compulsivamente a los inmigrantes europeos para trasformar el sistema político y así resolver jurídicamente, por un lado, la tensión que generaba el problema de la lealtad de unos inmigrantes divididos entre la sociedad de origen ( el “ius sanguinis”) y la sociedad de recepción (el “ ius soli”) y, por otro lado, la idea de ciudadanía derivada del origen étnico de los ancestros y aquella otra contrapuesta derivada del territorio donde nacían.

Para llevar a cabo dicho objetivo, los gobiernos pusieron el acento en el desarrollo de tres ejes temáticos: el servicio militar obligatorio, la educación y la política. La “gente decente”, siguiendo la categoría de análisis del historiador James Scobie en su libro “Buenos Aires. Del centro a los barrios (1870-1910)”, buscó exaltar de esta manera el “espíritu patriótico” de la Nación, e incorporó a los sectores sociales obreros dentro del esquema de la educación pública a través de la sanción de la Ley 1.420 de Instrucción Básica y el servicio militar obligatorio. Una de las manifestaciones del fervor patriótico que se vivía por aquellos años se vio reflejado, por ejemplo, a través de la organización de los batallones escolares, que desfilaron por las calles del Centro de la ciudad de Buenos Aires en ocasión de los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo en 1910, cuando la ciudad recibió a los contingentes de políticos extranjeros que llegaban a la Argentina en ocasión de la “Gran Fiesta Patria” para admirar las transformaciones de la primera metrópolis de Latinoamérica a principios del siglo XX.  El servicio militar obligatorio también resultó de gran importancia, ya que se consideraba que a través de la educación militar, un hombre adulto se convertía en ciudadano responsable y virtuoso capaz de defender a la nación del peligro de un conflicto con un  país vecino o del exterior.

Los tres instrumentos eran reunidos por el Presidente de la Nación en una sola formula cuyo nombre se reunió bajo la frase: “el perfeccionamiento obligatorio” y estaban destinados a resolver el problema de la nacionalidad a través de la integración de los hijos de los inmigrantes. Los defensores del proyecto sobre el servicio militar insistieron acerca de la necesidad de construir a los ciudadanos, tratando de “refundir en una sola a todas las razas que representan a los individuos que vienen a sentarse al hogar del pueblo argentino”. Esa tarea de formación cívica atribuida a las fuerzas armadas, que proyectaba su influencia sobre la sociedad civil, tendría una larga perdurabilidad en la autopercepción del rol que ellas tenían.

La reforma militar se complementaba con la reforma política (la que simbólicamente utilizaría el padrón militar como instrumento confiable de registro político). Esto se vio plasmado en la sanción de la Ley Electoral (8.871) y la instauración del voto obligatorio promovida por Roque Sáenz Peña (1851-1914) en 1912. Éste era visto en una única secuencia argumental con la educación publica que “argentiniza” y el servicio militar que forma “el amor a la bandera” como una escuela de ciudadanía. Los tres instrumentos eran reunidos por el Presidente de la Nación en una sola formula cuyo nombre se reunió bajo la frase: “el perfeccionamiento obligatorio”.

 

EL DESARROLLO DEL SISTEMA EDUCATIVO MODERNO

La educación, por su parte, era el “alma mater” para combatir el cosmopolitismo e imponer una cierta visión del mundo que sirviera para legitimar el orden social vigente. Cuando se piensa en reforma pedagógica en relación con el problema inmigratorio y la identidad nacional, surge el nombre del médico higienista e historiador José María Ramos Mejía (1849-1914), quien en el año 1908 lanzó una sistemática campaña de educación patriótica desde su presidencia en el Consejo Nacional de Educación. Desde ella, Ramos Mejia se propuso crear una liturgia pedagógica que acompañara masivamente a los actos escolares, asentado no sólo en el canto del himno, el culto a la bandera y la promoción de las fiestas cívicas, sino también a los contenidos específicos que debían ser enseñados por el personal docente en las escuelas. En este caso, se trataba de imponer más horas de instrucción cívica, castellano, historia y geografía argentinas en el curriculum. Con todo, es claro que ello requería la construcción de un relato que sirviera como molde intelectual en el cual se construiría a los argentinos. Un papel central le correspondía pues a la lectura del pasado nacional, encargado de proveer un espacio de autoidentificación común a los hijos de los inmigrantes. Cualquier recuperación del pasado nacional implicaba ahora, inevitablemente, una revalorización de la cultura hispánica, de la indígena o de la criolla, o de las tres en una clave de contraposición a la idea del papel civilizatorio preeminente de los inmigrantes europeos.

 

LA PARTICIPACIÓN DE LOS INMIGRANTES EN LA POLITÍCA ARGENTINA

El historiador Fernando Devoto sostiene la idea de que la participación de los inmigrantes en la política argentina del periodo masivo, sea por vías formales o informales,  fue limitada o episódica (un ejemplo de ellos fueron las revoluciones en Buenos Aires en 1874, 1880 y 1890 donde había muchos extranjeros involucrados). De acuerdo a su análisis, los inmigrantes tenían un notable desinterés por inmiscuirse en la esfera de la política nacional. El problema que se presentaba era que los inmigrantes no se nacionalizaban salvo en muy pequeños porcentajes y ello los segregaba del sistema político. Esta exclusión a veces derivaba de la complejidad de los trámites, a veces por cálculos de los grupos en el poder que temían que una masiva nacionalización de los extranjeros alterase el equilibrio político. A pesar de ello, las elites políticas argentinas estaban a favor de integrar a los inmigrantes y eran más bien las elites comunitarias y los mismos inmigrantes los que se oponían. Ello era una indicación de su poca voluntad de integración. La situación de los inmigrantes en la Argentina era demasiado cómoda como para necesitar involucrarse como tales en la política argentina y, además, a riesgo de perder el tácito apoyo de su red diplomática y de la red institucional étnica (como fue el caso de la prensa comunitaria), las cuales actuaban como un eficaz instrumento de presión para defenderlos de las arbitrariedades del Estado o de los otros grupos nativos o extranjeros.

 

LA INMIGRACIÓN MASIVA Y EL MUNDO DEL TRABAJO

La pirámide poblacional de la Capital Federal sufrió una mutación radical con la llegada de los inmigrantes europeos en las últimas décadas del siglo XIX, los cuales eran varones en su mayoría. De acuerdo a la historiadora Sandra Gayol, si bien en la ciudad siempre hubo un predominio masculino, este sector tendió a crecer hasta 1895. Rápidamente incorporados a la actividad económica, los jóvenes extranjeros se unían también con los jóvenes nativos- tanto hombres como mujeres- para dar la tonalidad a un mundo laboral integrado por personas que en un 70% no superaban los 40 años. Desembarcados en una ciudad hostil, desconocida, que negaba la presencia física de la familia y que probablemente fuera el escenario de un exilio indefinido; los connacionales fueron en muchos casos una pista de aterrizaje y un muro de contención[17]. Una carta de un amigo o de un pariente podían servir de base para encontrar un empleo. Quien llegaba al país se ponía en contacto con su compatriota y si estos habían tenido éxito en una actividad lo instruían en los conocimientos técnicos necesarios para que él también hiciera su intento, aunque ello no excluía sin embargo las iniciaciones laborales fruto de encuentros libres y espontáneos que se daban en ciertos espacios nuevos de sociabilidad, como fueron los cafés y bares porteños que abrieron sus puertas al público en los alrededores de Plaza de Mayo[18].

De acuerdo al Censo Municipal de 1887, la población extranjera residente en la ciudad de Buenos Aires a fines del siglo XIX era de 228.641 habitantes, los cuales representaban el 52.8% de la población total de la Capital Federal. Entre estos predominan los italianos (31.1%), los españoles (9%) y los franceses (4,6%), mientras que el restante 8,1% tenía como nacionalidades más representativas a los ingleses, alemanes, suizos y austriacos[19], la mayoría de los cuales encontraron trabajo rápidamente en la construcción (especialmente en el arreglo de las calles y los puentes, el tendido de la red ferroviaria, la remodelación de los edificios públicos y las obras de salubridad como cloacas y aguas corrientes) o como jornaleros en el puerto[20], en los almacenes mayoristas de las inmediaciones, la Aduana y el muelle de pasajeros. Mientras otros declaraban ser agricultores (76.2%), otros dijeron ser jornaleros (5%), artesanos  o artistas (2,6%)  o comerciantes (1.9%) y no faltaban los que declaraban no tener profesión (7.8%) o desempeñar oficios varios, los cuales requerían escasa o nula especialización[21]. En 1895, este sector representaba el 21% de la mano de obra total de la Capital Federal y estaba compuesto fundamentalmente por hombres extranjeros y con preponderancia de nacionalidad italiana, quienes desempeñaban actividades muy diversas siendo la escasa o nula especialización uno de sus rasgos definitorios[22]. Las demandas de la construcción de las obras públicas y de infraestructura en el ámbito metropolitano, tales como los ferrocarriles suburbanos, los diques del puerto, las líneas de tranvías, las cloacas y las aguas corrientes, la pavimentación, la construcción de escuelas y hospitales, los grandes edificios públicos y privados y la más modesta construcción de viviendas en los barrios utilizaron mano inmigrante en gran escala. El funcionamiento cotidiano de la ciudad también requería numerosos comerciantes y empleados de servicio. Asímismo, la industria alimentaria, los frigoríficos y los textiles (que se desarrollaron entre 1890 y 1930) constituyeron un importante mercado de trabajo para los extranjeros[23].

Algo más de un  tercio del total de la población que en 1895 estaba ocupada en la Capital Federal (34%) trabajaba en la industria y en actividades manuales. El 24% trabajaba en servicios personales o era jornaleros o peones, y otro tanto estaba empleado en el comercio (como propietarios, empleados u obreros) y en la administración pública. Una pequeña proporción, el 7.6% se ocupaba del transporte y el 11.8% en actividades varias, como agricultura, defensa, religión, deportes, profesionales liberales y otros[24]. Un dato importante a tener en cuenta es que hacia 1910 había más hombres que mujeres en la ciudad de Buenos Aires, registrándose el máximo índice de masculinidad entre 1905 y 1915. Los inmigrantes europeos eran mayoritariamente varones solteros, en edad de trabajar, en especial adultos jóvenes; el 71% de los inmigrantes eran varones y alrededor del 65% eran adultos entre veinte y sesenta años[25].

 

LA LLEGADA DE  LOS INMIGRANTES ITALIANOS A LA CAPITAL

Según el historiador Fernando Devoto, la inmigración masiva comenzó con una primera oleada hacia 1880. Fueron estos los años en que emigró el mayor número de familias extranjeras hacia la Argentina, especialmente de origen italiano, quienes comprendían el 70% del total de los arribados al país. De acuerdo a este autor, a fines del siglo XIX se suscitó un debate sobre la inmigración entre los miembros de las elites gobernantes. El problema era que los italianos nunca habían sido los inmigrantes preferidos, no solo por cuestiones económicas sino también por cuestiones culturales, pues se consideraba civilizadores solo a los migrantes del norte de Europa y se estimaba menos a los que procedían del Mediterráneo.

Las críticas hacia los italianos eran variables. Existían dentro de ellos los subgrupos regionales considerados mucho más positivamente, como los genoveses y los piamonteses. Los italianos eran una amenaza dado su número, su poca disposición a integrarse, la fortaleza de sus instituciones étnicas y su presencia publica organizada en manifestaciones y mítines para celebrar a sus héroes, como Mazzoni y Garibaldi. Las desconfianzas hacia los italianos se acentuaban también ante el temor de que existiese una política imperialista de Italia hacia sus “colonias” libres. Esto estaba presente en las retóricas de algunos políticos e intelectuales peninsulares que defendían una de las dos líneas contrapuestas de su diplomacia: la que buscaba fortalecer sus vínculos con las “colonias” de América del Sur, antes que perseguir aventuras expansionistas africanas. Sin embargo, aunque esa política exterior italiana se haría mucho más activa a partir de la llegada al poder de la izquierda parlamentaria en 1887, los eventuales planes nunca pasaron de palabras.

 

“HABITAR LA CIUDAD”- LA CONSTRUCCIÓN DE CONVENTILLOS Y CASAS DE INQUILINATO

Los conventillos constituyeron la respuesta del sector privado a la demanda de vivienda de los sectores con bajos ingresos. Estos se ubicaban en todas las secciones que formaban la zona céntrica del antiguo Municipio porteño- especialmente en las proximidades de Plaza de Mayo- y en los barrios aledaños de la ciudad (como San Cristóbal, Balvanera y El Socorro, en rápida expansión urbana debido al desarrollo de la red de tranvías) y en barrios un poco más alejados (como La Boca[26], Barracas, Flores y Belgrano), cuyas construcciones eran bastante precarias y a menudo resultaban ser focos de irradiación de enfermedades epidémicas.

De acuerdo al Censo Municipal de 1887, existían en el Centro de la ciudad 2.853 conventillos que representaban el 9.35% de las 30.313 casas ubicadas en él. En esos conventillos vivían 116.197 personas que representaban el 28.7% de la población, es decir, cerca de 41 personas por conventillo. Hasta la década de 1890, la proporción de habitantes que vivían en conventillos se mantuvo en cerca del 20%. Más adelante, esta proporción fue disminuyendo sensiblemente: en 1904, bajó al 14.1% y, quince años mas tarde, bajaron a tan solo el 8.9% de la población total[27]

Muchos de los intelectuales de la época enunciaron o atacaron duramente las condiciones de vida que se desarrollaban en estos lugares. A modo de ejemplo, el Doctor Eduardo Wilde- quien obtuvo los cargos de Ministro de Instrucción Publica (entre 1882 y 1885) y luego el de Ministro del Interior durante la presidencia de Miguel Juárez Celman (1886-1890), los describió detalladamente, cuando el autor alegaba que: “Un cuarto de conventillo, como se llaman esas casas ómnibus que albergan desde el pordiosero al pequeño industrial, tiene una puerta al patio y una ventana, cuando mas; es una pieza cuadrada de cuatro metros por costado, y sirve para todo lo siguiente: es la alcoba del marido, de la mujer y de la cría; es comedor, cocina, despensa, patio para que jueguen los niños, sitio donde depositar los excrementos, a lo menos temporalmente, depósito de basura, almacén de ropa sucia y limpia si la hay; morada del perro y del gato, depósito de agua, almacén de comestibles; sitio donde arde a la noche un candil, una vela o una lámpara; en fin, cada cuarto de estos es un “pandemónium” donde respiran, contra las prescripciones de organismo mismo, cuatro, cinco o más personas. De manera que si hubiera algo hecho con el propósito de contrariar todos los preceptos higiénicos, al hacer un conventillo no se hubiera acertado mejor (…)”[28].

La ventaja que poseían estos espacios era su cercanía con los lugares de trabajo y la posibilidad de disponer, aún en los precarios baños, piletas y cocinas, servicio de agua corriente y cloacas, así como las veredas y pavimentos, escuelas, atención médica y comercios. Sin embargo, en el centro muchos trabajadores vivían en condiciones menos ventajosas. En el mejor de los casos, estos ocupaban casas de pensión o casas de familias que alquilaban cuartos- los cuales eran utilizados al mismo tiempo como lugares de trabajo- o piezas subarrendadas por el inquilino principal, o en departamentos pequeños o estrechas casas de dos o más pisos que albergaban como inquilinos a varias familias[29].

 

BREVE DEBATE HISTORIOGRÁFICO SOBRE LOS CONVENTILLOS

En el texto “Los conventillos de Buenos Aires. La Casa Mínima. Un estudio arqueológico” (2005), el arqueólogo Daniel Schavelzon retoma las ideas del arquitecto Mario Sabugo y describe al conventillo a partir de la significación que le han dado diversos autores desde distintos campos del conocimiento, quienes van desde la historia social y la historia urbana y arquitectónica, pasando por las políticas higienistas de fines del siglo XIX, hasta las letras de los tangos, la poesía y la narrativa de su época. Según Schavelzon, la idea de conventillo (en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires) se en­tiende como la denominación de un determinado tipo arquitectónico y resi­dencial generada por convergencia de un conjunto de elementos discursivos. Desde el punto de vista de las acepcio­nes lexicográficas, conventillo se define como “casa de vecindad ’’ y es considerado un americanismo. En sus trabajos acerca del lunfardo, el escritor, poeta y ensayista José Gobello (1919-2013) incluyó el término “conventillo” dentro de la categoría de lenguaje general, definiéndolo como “casa de vecindad, de aspecto pobre y con muchas habitaciones, en cada una de las cuales viven uno o varios individuos o una familia”.

En las letras de numerosos tangos también se hace mención a la palabra conventillo en sus diversas acepciones. En general aquí aparecen elementos en común como los pisos de ladrillo y la carencia de puertas y de revoques, con un patio viejo con aljibe y parral.

La acepción que brindó hace unos años atrás (1992) el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) para una de sus categorías censales también describe lo que se considera un conventillo o casa de inquilinato con las siguientes palabras: “Vivienda con salida independiente al ex­terior, construida o remodelada deliberadamente para que tenga va­rios cuartos con salida a uno o más espacios de uso común”. Desde las crónicas urbanas y periodísticas, Roberto Gaché dice al respecto (1899, cit. Yujnovsky): “Cualquiera que haya penetra­do una vez en alguno de estos antros de miseria que en Buenos Aires se llama conventillo se llevará una impresión tan dolorosa que no podrá olvidar jamás. Estas pequeñas piezas, sin aire ni luz, llenas de objetos viejos y fétidos, de platos con restos de comida, de cacerolas, de escupideras, de ropa sucia (…) en medio de gatos, perros, gallinas y loros, en una promis­cuidad que da horror (…). El espectáculo de estas casas habitadas por nume­rosas familias venidas de los países más lejanos, hablando idiomas dife­rentes, hace pensar en una pequeña Babel transportada entre nosotros (…)”.

Otra acepción de la palabra conventillo es “casa ómnibus” y se la debemos, en parte, a los aportes de la Historia Social, los cuales aseveraban que estos complejos habitacionales  “albergan desde el pordiosero al pequeño indus­trial, tiene una puerta al patio y una ventana, cuando más; es una pieza cuadrada de cuatro metros por costado, y sirve para todo lo si­guiente: es la alcoba del marido, de la mujer y de la cría, como dicen ellos en su lenguaje expresivo; la cría son 5 o 6 chicos debidamente sucios; es comedor, cocina, despensa, patio para que jueguen los niños, sitio donde se depositan los excrementos, a lo menos temporalmente, depósitos de basura, almacén de ropa sucia y limpia si la hay, morada del perro y del gato, depósito de agua, almacén de comestibles; sitio donde arde a la noche un candil, una vela o una lámpara; en fin cada cuarto es un pandemónium donde respiran contra las prescripciones higiénicas, contra las leyes del sentido común y el buen gusto y hasta contra las exigencias del organismo mismo, cuatro, cinco o más perso­nas”.

En los últimos años, autores como Luis Alberto Romero, Juan Suriano, Diego Armus y Jorge Enrique Hardoy han propuesto nuevas formas de comprender lo que han sido los conventillos. En líneas generales, estos últimos autores han llegado a compartir la idea de que el conventillo “consistía en una serie de cuartos de alquiler, por lo general alineados frente a un patio de uso compartido, con servicios comunes precarios o casi inexistentes, y una única puerta como medio de comunicación con el exterior (…). Nunca llegó a albergar a más del 30% de la población total… Se comprueba la limitada importancia del conventillo en los modos de habitar popular… a pesar de las infundidas imágenes literarias… que encontraron en él un paradigma del alojamiento de los pobres urbanos del novecientos (…)”

 

LA HUELGA DE INQUILINOS DE 1907

La llamada “Huelga de Inquilinos” ocurrió entre septiembre y diciembre de 1907. Se inició en el conventillo “Los 4 Diques”, ubicado en la calle Ituzaingo 279, en el barrio porteño de Barracas. Esta huelga se dio en el marco de las protestas contra el pago de alquileres impuesto por el gobierno del Presidente de la Nación José Figueroa Alcorta (1860-1931). Se calcula que aproximadamente 500 inquilinatos se sumaron a la huelga, los cuales se negaron a realizar aquellos pagos, firmando petitorios, exigiendo mejoras sanitarias en ambientes donde prevalecía el hacinamiento  y la eliminación de los tres meses de depósito para el ingreso a los conventillos.

Por su parte, los propietarios de dichos establecimientos, entre los que se contaban a los jueces de paz, dueños de muchas casas de alquiler, confeccionaban listas para identificar a quienes participaban de la huelga, iniciando numerosos juicios por desalojos, quienes en su mayoría fueron expulsados por la fuerza pública. Miguel Pepe- un joven anarquista de 15 años de edad- alentó a sus vecinos del barrio de San Telmo a resistir la represión policial, comandada por el ex Jefe de la Policía Ramón Lorenzo Falcón (1855-1909). Como resultado de esta represión, el joven anarquista murió de un balazo ejecutado por las fuerzas de seguridad, y otros tres compañeros cayeron heridos. Unos 120.000 huelguistas, en su mayoría inmigrantes, resistieron los desalojos y otros 20.000, procedentes en su mayoría del Interior del país, se replegaron a la huelga. Es así que el conflicto se extendió hacia otras importantes localidades de Conurbano Bonaerense, como  Avellaneda y Lomas de Zamora, y también en algunas ciudades más alejadas de la Capital Federal, como Rosario, Bahía Blanca, La Plata, Mar del plata, Córdoba y Mendoza.

Al mismo tiempo, en el barrio de La Boca, se inició la “Marcha de las Escobas”, donde los niños se levantaban a escobazos contra los caseros de los conventillos. El conventillo “De las 14 Provincias”, ubicado en la intersección de las actuales calles Cochabamba y Juan de Garay, comenzó la protesta. Falcón pretendió realizar los desalojos pertinentes, pero se vió imposibilitado de llevarlos a cabo debido a los escobazos y los baldazos de agua caliente que les arrojaban los huelguistas a las fuerzas de seguridad. Frente a este hecho, tanto los anarquistas como los socialistas decidieron aunar esfuerzos y apoyar la protesta de los inquilinos. Uno de los hechos mas relevantes de esta huelga fue una fuerte represión que se ejecutó en la Plaza San Martín, ubicada en el barrio de Retiro, donde también se produjeron numerosos desalojos. Unos 100 policías que conformaban la tropa de a pie y la montada, respondieron con una fuerte represión. Así, a mediados de diciembre de 1907, el movimiento llegó a su fin, lo que les valdría a muchos inmigrantes europeos la expulsión del país como consecuencia de la aplicación de leyes anti-obreras que se promulgarían en las primeras décadas del siglo XX.

 


*BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA:

[1] La frase fue extraída de “Blasco Ibáñez. Su llegada. Entusiasta recepción. Los discursos”. En “La Nación”. 7 de junio de 1909.

[2, ] Hardoy, Jorge Enrique y Gutman, Margarita,  ídem, pp. 163-164.

/3 y 4] Hardoy, Jorge Enrique y Gutman, Margarita,  ídem, pp. 163-164.

[5] Romero, José Luis;  “Latinoamérica. Las ciudades y las ideas”, 2º ed., Siglo XXI editores Argentina, Buenos Aires, 2005.

[6] En 1869, vivían en las secciones 1 a 6, 87.460 personas que representaban el 49.51% de la población de la ciudad; mientras que en 1887, los 108. 326 residentes de esas secciones pasaron a representar tan solo el 25.01% de la población. En Hardoy y Gutman, ídem, p. 100.

[7] Cuando se hablaba de la ciudad, se la identificaba todavía con una superficie que no se extendía mucho más allá del ejido diseñado por Juan de Garay, de 25 cuadras de frente y 1 legua de fondo, que abarcaba las actuales calles Arenales al norte, San Juan al sur, la Avenida La Plata al oeste y el Río de la Plata. En Hardoy y Gutman, ídem, p. 141.

[8] Gutman, Margarita y Hardoy, Jorge Enrique; ídem, p. 81.

[9] Se estima que las inversiones de capitales ingleses en la Argentina pasaron de 20.338.709 Libras Esterlinas a fines de 1880 a 156.978.788 a fines de de la década de 1890.

[10] El edificio del actual Ferrocarril Mitre fue proyectado por Eustace Lauristone Conder, Sydney Follet y Francis Farner (ingleses). Las cubiertas metálicas de sus andenes, que por sus dimensiones y tecnología fueron de las más avanzadas de la época, están precedidas por un gran edificio que adoptó los modelos académicos imperantes.  Más al este y de menores dimensiones, la terminal del actual Ferrocarril Belgrano fue proyectada por Louis Faurri Dujarric (c. 1912), para el entonces Ferrocarril Central Córdoba. En Ortiz, Federico, “La arquitectura del liberalismo en la Argentina”,  Editorial Sudamericana, 1988, pp. 324-329.

[11] A pesar de que en 1872 se había creado la Dirección Nacional de Ferrocarriles para supervisar la conservación de las vías y la seguridad y velocidad de los trenes, el control estatal sobre los mismos fue bastante laxo. Recién en 1891 el Congreso Nacional estableció la Dirección General de Ferrocarriles y se hizo el primer esfuerzo por imponer el controlar estatal y regular la ampliación del sistema ferroviario. En scobie, James; ídem, pp. 126-127.

[12] Gutman, Margarita y Hardoy, Jorge Enrique; ídem,  p. 115.

[13] Blasco Ibáñez, Vicente. Discursos y conferencias dadas en Buenos Aires por el eminente escritor y novelista español. Impr. y Casa Editora A. Grau. s/f.

[14] Hardoy, Jorge Enrique y Gutman, Margarita, ídem, pp.158-159.

[15] Balvanera era un barrio que contaba con aprovisionamiento de agua corriente, cloacas, recolección de residuos e iluminación a gas. Sus calles parejas estaban asfaltadas y muchas veredas arboladas. Tenían un excelente servicio de tranvías que en 30 minutos llegaban a Plaza de Mayo.  Hardoy, Jorge Enrique y Gutman, Margarita, ídem, p. 138 y 161.

[16] Bourde, Guy; “Buenos Aires: Urbanización e inmigración”. Huemul, Buenos Aires, 1977, pp. 156-157.

[17] Los diferentes grupos étnicos, pero muy especialmente los italianos y españoles, crearon sociedades de ayuda mutua que empezaron a proliferar en la segunda mitad del siglo XIX. Baily, Samuel; “Las sociedades de ayuda mutua y el desarrollo de una comunidad italiana en Buenos Aires, 1858-1918”. En Desarrollo Económico, Vol. 21, nº 84, enero, febrero, 1982.

[18] Gayol, Sandra, “Sociabilidad en Buenos aires. Hombres, honor y cafés (1862-1910)”, Editorial Del Signo, Buenos Aires, 2000,  p. 27.

[19] Hardoy, Jorge Enrique y Gutman, Margarita,  ídem, p. 83.

[20] En este escenario se realizaba el almacenamiento de los productos, su distribución, y la carga y descarga de mercancías, tareas que involucraban a miles de peones. Entre ellos se distinguían transportistas, troperos, marineros y estibadores de distintas nacionalidades. Algunos tenían residencia permanente, otros habitaban transitoriamente en alguna posada de la zona mientras duraba la descarga de los productos o culminaban otra tarea. Otros vivían en los buques y “bajaban a tierra” en los días libres. Son ellos quienes diseñaban la heterogeneidad y la fluidez que se encontraban en los espacios emplazados en el Paseo de Julio. Gayol, Sandra; ídem, p. 118 y 120.

[21] La mayoría de las personas que componían este sector incluía zapateros, sastres, carpinteros, herreros, pintores, panaderos y carniceros, en el caso de los hombres; y costureras, modistas, lavanderas y planchadoras, en el caso de las mujeres, atraídos por las demandas de una ciudad en construcción. Hardoy, Jorge Enrique y Gutman, Margarita,  p. 84-85.

[22] Gayol, Sandra, ídem, p. 121.

[23] Hardoy, Jorge Enrique y Gutman, Margarita, ídem, pp. 128-129.

[24] Baily, Samuel; ídem,  p. 507.

[25] Recchini de Lattes, Zulma; “La población de Buenos Aires”. Editorial del Instituto, Buenos Aires, 1971, cuadro 5, p. 590.

[26] Según el Censo Municipal de 1887, el 40% de la población del barrio de La Boca vivía en conventillos, los cuales no respetaban las exigencias en materia de higiene y mantenimiento. En Suriano, Juan; “Vivir y sobrevivir en la gran ciudad”. Habitat popular en la ciudad de Buenos Aires a comienzos del siglo”, Estudios Sociales, segundo semestre, 1994, p. 53.

[27] Yujnovsky, Oscar; “Políticas de vivienda en la ciudad de Buenos Aires, 1880-1914”. En Desarrollo Económico, Nº 54, Vol. 14. Buenos Aires, julio/septiembre 1974., p. 357.

[28] Wilde, Eduardo; “Curso de Higiene Pública”, en Obras Completas, tomo III, Talleres Peuser, Buenos Aires, 1923, pp. 29-30.

[29] Scobie, James; “Buenos Aires: Del centro a los barrios”. Ediciones Solar, Buenos Aires, 1977, p. 187.

Información adicional

Demografía histórica, política migratoria, Capital Federal, economía de exportación, expansión física, zona centro, red ferrotranviaria, Vicente Blasco Ibañez, "Paris de Sudamérica", explosión demográfica, servicio militar obligatorio, sistema educativo moderno, política argentina, inmigración masiva, mundo del trabajo, inmigrantes italianos, conventillos, casas de inquilinato, Huelga de Inquilinos.
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