En 1949, poco después de su prematura desaparición a los 50 años de edad, los amigos de “Manolo” Castro recopilaron una serie de artículos sobre temas de nuestra ciudad que este simpático periodista publicara en diversos medios entre 1936 y 1947. Fue José Luis Lanuza el encargado de realizar una semblanza del autor que, si bien nunca había publicado un libro, escribió, sin embargo,
centenares de artículos, notas bibliográficas, crónicas de teatro, evocaciones, reportajes, etc. Y “Buenos Aires de antes” fue el título elegido para el volumen en su homenaje, pues Castro conocía a fondo la ciudad y escribía con total independencia; sus artículos, dice Lanuza, escapan a esa producción de circunstancias, ejecutada a prisa para ser consumida del mismo modo, que es cosa habitual entre los periodistas. La gran pasión de Castro fue su ciudad natal y sus notas denotan un conocimiento profundo de hechos y personajes porteños. Escritas con tanta fluidez y amenidad que algunas de sus acotaciones hoy nos hacen, muchas veces, esbozar una sonrisa. El capítulo elegido se titula “Calles y estatuas de Buenos Aires” y fue publicado en junio de 1938, o sea hace más de setenta años, fecha que hay que tener en cuenta para valorar algunos conceptos que hoy han perdido vigencia.
Nuestro secretario de redacción sugirió la nota. Juan Díaz de Solís no tiene estatua en Buenos Aires, nos dijo. Cierto. El audaz lebrijano, compañero de Martín Yáñez Pinzón en el descubrimiento de las bocas del Amazonas y reemplazante de Américo Vespucio en el responsable cargo de piloto mayor; Juan Díaz de Solís que, a base de exploraciones y datos de Cristóbal de Haro y Nuño Manuel, reinvidicó para la Corona de Castilla y de León un pedazo de tierra americana “a espaldas de Castilla del oro”. El hombre que dio vida y alma para posesionarse del “Mar Dulce”, alma y vida de Buenos Aires, carece en ella de estatua.
Nuestra gratitud le debía una “estrellita roja para marcar el sitio en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron”. Acaso, ¿no fue “por ese río con trazas de quillango que vinieron las naos a fundarme la patria?”. Pero Juan Díaz de Solís era un predestinado al infortunio y la ingratitud.
La ambición, brújula de los conquistadores, lo despojó inconscientemente de “su” río. Alejo García, náufrago de una de sus carabelas, que fuese a pique frente a la isla de los Patos, desvió el rumbo de Sebastián Gaboto y de Diego García de Moguer con relato sobre fabulosas riquezas. Y los portugueses de las costas del Brasil comenzaron a llamar “Río de la Plata” al “Río de Solís”, que se transformó en probable sendero correntoso al Imperio del Rey Blanco y a la Sierra de la Plata.
En cambio, ironías del destino, a nadie se le ocurrió cambiar el nombre a la isla que sirvió de tumba a otro García: Martín García, despensero de los navegantes acaudillados por Solís…
“En 1807, –escribe Alfredo Taullard–, Liniers mandó que se cambiasen los nombres de los santos –se refiere a las calles– por los de los jefes y oficiales que más se habían distinguido en las Invasiones Inglesas; pero, habiendo resultado en este cambio de nomenclatura favorecidos únicamente españoles y europeos, después de la declaración de nuestra independencia, no pudiendo nuestros patriotas tolerar por más tiempo esta injusticia, por su cuenta y riesgo cambiaron en una sola noche los nombres de todas las calles de nuestra ciudad, clavando en las esquinas simples tablillas de madera en las que habían pintado a mano los nombres adoptados por ellos, como ser: Balcarce, Belgrano, 25 de Mayo, Chacabuco, Maipú, Salta y otros de jefes y hechos gloriosos relativos a nuestra emancipación.”
Con héroes y heroicidades recientes, los caldeados patriotas olvidaron a Solís. Recién el “Plano Topográfico del nombramiento de las principales calles de Buenos Aires y de los templos, plazas, edificios públicos y cuarteles”, dedicado en 1822 al “Señor don Bernardino Rivadavia, primer ministro de Estado de la Provincia”, registra el tardío homenaje a la memoria de Juan Díaz de Solís, con cuyo nombre se rebautiza la calle Somavilla, un camino lleno de polvo y de baches, interrumpido por los cercos de tunales y cinacina, que demilitaban las chácaras y quintas del arrabal, donde hoy está la plaza del Congreso… Un homenaje extraurbano, regateado, que el crecimiento vertiginoso de nuestra ciudad se encargó de valorizar y dignificar.
Cerca de un siglo tardamos en redoblar las muestras de reconocimiento, con una placita en La Boca. La estatua se erigirá algún día. No desesperemos…
Tener una calle, una plaza o una estatua en Buenos Aires es muy fácil. Y muy difícil… Aparte de ciertos “tabúes” históricos que se transmiten respetuosamente, depende del estado de ánimo y la erudición de nuestros concejales e intendentes. Y también, de rachas.
En la época de la colonia, ya lo hemos visto, se requeria conditio sine qua non, ser un santo. Luego, en tiempos de Liniers y en los primeros años de la libertad, se exigió que el candidato tuviera grado militar: general, coronel, por lo menos. Los sargentos Cabral y los tres de Tambo Nuevo entrañaron una máxima y excepcional concesión democrática. A Falucho, por soldado raso y “moreno motudo”, lo tenemos de la Ceca a la Meca, hasta que un día decidamos olvidar por completo su lealtad suicida en el Callao.
Pasado el período de exaltación heroica, nos dio por honrar a las grandes figuras civiles de los tres poderes; no a todas, entendámonos: varios presidentes, diversos legisladores, algunos magistrados. Fruto de esa fiebre fue la exótica calle “Juez Magnaud”, dedicada al “buen juez” de Dordogne (Francia) de quien han oído hablar cien porteños, a lo sumo. En esa hornada los caudillos políticos compitieron con los militares de nuestras guerras.
Últimamente, a los concejales les preocupó la literatura, la ciencia, la tradición, la botánica, la ornitología… Tenemos calles con títulos de libros: “Amalia”, “Facundo”; con apellidos de literatos y sabios, más citados que leídos: “Homero”, “Milton”, “Darwin”, “Linneo”. Los tradicionalistas recordaron lo criollo con puerilidad enternecedora. El domador, El chasque, El pulpero, El rastreador, El rancho, El lazo, El jagüel, La galera, El pampero… No olvidaron a los pájaros: El zorzal, El hornero, El chajá; ni a los árboles: El tala, El ceibo, El sauce…
Puestos en el disparadero, llegamos a lo absurdo. En Buenos Aires hubo –usamos el pretérito, pues no la encontramos en las guías de este año– una calle que se llamó “El importe”… ¿Creen nuestros lectores que se refiera a un olvidado y mínimo suceso histórico o social? Nada de eso. En “Plazas y calles de Buenos Aires”, editado en 1936, la Municipalidad define el trascendental significado que encerraba la conmemoración:
“El importe. Es el total o suma a que asciende una cuenta, el número o cantidad a que llega lo que se compra.”
¡Y pensar que no se les ocurrió consagrar una calle a la criollísima “yapa”…!
Ya ven si es fácil tener una calle en Buenos Aires. Lo difícil es conservarla, a despecho de criterios y modas cambiantes. Además, en Buenos Aires, las calles se “mudan” con una frecuencia desorientadora.
Tuvimos en pleno centro las calles “De las Artes” y “De Cuyo”. Murieron y resucitaron. Como no sean los vecinos y los carteros, escasos porteños saben que hoy están en el barrio Mitre y en la quema de las basuras, respectivamente. Por este último y desamparado lugar reapareció la calle Falucho, que antaño se entreveraba con Florida, San Martín, Maipú, Santa Fe y el Paseo de Julio (otro “mudado”).
Con Ombú pasó algo gracioso. A un concejal se le ocurrió que la calle era excesivo homenaje para un árbol criollo (sic) y la suprimió de la nomenclatura. Pero otro colega advirtió que la calle Ombú no aludía al gigantesco representante de la flora pampeana, sino al combate que argentinos y brasileños riñeron el 16 de febrero de 1827 y que influyó decisivamente en la terminación de la guerra. En consecuencia, se le dejó al Combate de Ombú un retacito de calle en Palermo Chico.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año VII – N° 40 – marzo de 2007
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Avenidas, calles y pasajes, Estatuas, monumentos y placas, Escritores y periodistas, diarios y revistas,
Palabras claves: castro, publicación, articulos
Año de referencia del artículo: 1938
Historias de la Ciudad. Año 7 Nro40