15 de julio de 1912. En la madrugada cantidad de nubarrones presagiaban lluvia sobre Buenos Aires. En uno de sus barrios, La Boca, estaba por ocurrir lo que el diario La Razón en su edición vespertina titulará “El incendio de esta madrugada” y que, al día siguiente, su colega La Nación va a llamar “El incendio de ayer”.
Si por ambos epígrafes parece ser que en su género este siniestro fue un acontecimiento policial de aquella jornada, con el tiempo quienes se interesaron por el pasado de ese barrio y en especial los investigadores sobre el desarrollo de la actividad fotográfica argentina, lamentan la pérdida de la colección de negativos de mayor importancia tomados en la zona a partir de 1875 y hasta el anochecer del 14 de julio de 1912.
En la madrugada del día siguiente el fuego consumió una colección de decenas de miles de negativos que pertenecieron al establecimiento de Arquímedes Imazio.
Entre las 3.40 y las 3.45 hs el soldado de imaginaria en el destacamento policial de La Boca, advirtió un incendio en la calle Almirante Brown, cercano a la boca del Riachuelo. Solicitados los auxilios al cuerpo de bomberos, no tardaron en llegar primero los del barrio, al mando del capitán Fossa, y luego los de la guardia del Cuartel Central, a las órdenes del comandante Alurralde y del mayor Serito.
El capitán Fossa con 22 hombres y la guardia de reserva en el cuartel de la calle Belgrano con el auto-bomba se prodigaron en esfuerzos. Los bravos bomberos voluntarios de la parroquia pusieron en marcha todos sus materiales, pero el empeño fue inútil.
Nada se pudo rescatar a pesar de haber contado con “la cooperación espontánea del cielo, que descargó un apreciable aguacero”, como acota una de las crónicas citadas. En menos de una hora el fuego destruyó “totalmente la casa y con ella las existencias de ambos negocios de los que no fue posible salvar cosa alguna”.
Se trataba de una construcción de madera, material ya entonces desestimado para dicho fin por su alta peligrosidad. Uno de los cronistas del siniestro dijo a los lectores que “hay todavía [en la calle Almirante Brown] un buen número de construcciones de madera. Y ya se sabe el peligro que supone para los casos de incendio”.
La casa de dos plantas estaba ubicada en el número 1373 de Almirante Brown, avenida entonces apodada por algunos periodistas el bulevar del Sud. En parte de la planta baja Pedro B. Cantel tenía establecido su negocio de despacho de bebidas, café y billares, y en el primer piso Arquímedes Imazio su taller fotográfico.
El despacho de bebidas —donde se originó el fuego— ocupaba un salón de 9 metros de frente por 12 de fondo; el taller fotográfico, en la parte alta, era un galpón que abarcaba la superficie total del terreno, o sea de 9 metros de frente por 25 de fondo. Sobre una superficie de 225 metros cuadrados, donde un tabique divisor separaba el negocio del laboratorio, se desenvolvía la cotidianeidad laboral de la casa fotográfica de Arquímedes Imazio.
Al cierre de su crónica, el periodista de La Razón pudo saber que “el negocio [de bebidas, café y billares] tenía un capital de 20.000 pesos, asegurado por 22 mil pesos, mitad en La Alianza y mitad en la Bahía Blanca”.
En cuanto al negocio de fotografía su capital —según la misma fuente— “era también de 20.000 pesos y parece que el seguro venció hace pocos días y no fue renovado”.
Al informar sobre este siniestro La Nación, que había colocado como subtítulo “35.000 $ de pérdida”, dice que “Los dueños del bar y los de la fotografía valúan en 20.000 y 15.000 pesos, respectivamente, los perjuicios que el fuego ha ocasionado en sus negocios, los que estaban asegurados en 20.000 y 11.000 pesos.”
Otro aspecto en el cual las fuentes periodísticas no muestran coincidencia es sobre quién era el dueño del inmueble, información que en esos casos se obtenía preguntando a los vecinos. Para La Razón “La casa es propiedad del citado Cantel”, en tanto La Nación cuando se refiere al dueño del taller fotográfico lo da como “hermano del dueño del edificio, don Pedro Bautista Imazzio.”
La comisaría interviniente, la 24ª, instruyó el sumario de práctica y dio aviso de lo ocurrido al doctor Llavallol entonces a cargo del juzgado de instrucción.
Esto es todo cuanto proporcionan esas noticias periodísticas aparecidas entonces sobre el incendio.
Pero la pérdida de un registro de documentación gráfica donde se almacenaban los negativos de la vida de un barrio, obtenidos durante 37 años de labor, sin ser el único no por ello debía quedar olvidado en las páginas del acontecer policial de los diarios.
Este siniestro no volvió a ser noticia pero si información en un tradicional matutino porteño despues de más de seis décadas. Desde las columnas del diario La Prensa en 1973 fue recordado en un extenso artículo de difusión sobre Arquímedes Imazio.
El autor del trabajo, Antonio Bucich, proporcionó su contribución al conocimiento de la actividad realizada por este fotógrafo, desde su llegada al país hasta su fallecimiento. En esta nota aprovechó para difundir las precisiones aportadas por el Correo Fotográfico Sudamericano, cuando en la década del ‘20 recordó a Imazio para su limitado círculo de lectores.
Procedente de su Italia natal, al llegar a la Argentina en 1862 la familia de este niño piamontés de diez años se radicó en la provincia de Santa Fe. Allí Arquímedes Imazio comenzó a familiarizarse con las técnicas de la fotografía. En Colonia Rafaela (Santa Fe) su tío político paterno, Pedro Tappa, lo inició en el aplicado del proceso al colodión, o fórmula llamada de placa húmeda cuando fue reemplazada por la de placa seca.
Pionero del daguerrotipo y la fotografía santafesina, Pedro Tappa después de su estada en la ciudad de Santa Fe iniciada en 1856, trabajó como itinerante en las localidades de Colonia Rafaela, La Esperanza, y otras más. En en 1862 recibió a su pequeño sobrino inmigrante quien permaneció en el taller de Tappa alrededor de seis años. En 1868 se trasladó a Buenos Aires y comenzó a trabajar en la casa de fotografía del portugués José Christiano da Freitas Henríquez, más conocido por Christiano Junior, ubicado en la calle Florida entre las hoy denominadas Sarmiento y Corrientes.
Allí Imazio recibió el aporte de este fotógrafo varias veces laureado por su singular producción, de la cual se conservan ejemplares y sobrevive parte de sus negativos.
Pasaron otros seis años, y fue entonces cuando Imazio decidió asumir los riesgos de la independencia laboral y dar curso a su legítima ambición de progreso profesional. Con la experiencia sumada al sortear las contrariedades de su niñez y los conocimientos técnicos adquiridos en su adolescencia, optó en 1874 por instalarse en la ribera boquense.
La zona de La Boca ya se caracterizaba por tener una población en la que predominaban los inmigrantes de procedencia itálica.
Es cierto que esos hombres se destacaban por su laboriosidad, pero no se debe ocultar que con frecuencia se debía lamentar los saldos de la intolerancia en las confrontaciones políticas y la violencia irreparable por el accionar de elementos marginales.
Facilitado por un incontrolado ingreso de varones al país, a partir de la década del ‘80 del siglo XIX, La Boca se hizo famosa con sus prostíbulos, chistaderos y los bares de la ribera, donde se practicaba el pasar adentro, todo esto en manos de canfinfleros criollos y rufianes europeos. En tanto, elementos tenebrosos, también de origen italiano, contribuyeron a dicha fama mediante sus actos de vendetta y la proclamación arrogante de sus prácticas intimidatorias.
Para instalar su casa de fotografía, Imazio optó por la calle ya entonces de mayor actividad comercial, la General Brown, el bulevar del Sud, y de ella escogió primero la casa identificada con el número 84 para luego optar por la del 126, según denominación y numeración de entonces; años después será formalmente publicitada en los reversos de los paspartús, sobre los cuales se montaban sus trabajos, como Fotografía Arquímedes A. Imazio, Casa establecida en 1875. Calle Alte. Brown 1373, aclarando a renglón seguido que se encontraba en la Boca del Riachuelo.
Por la hoy Avenida Almirante Brown, casi esquina Lamadrid, a la altura del 1373, y para bien orientar a una cuadra del Riachuelo —como dice su evocador periodístico Bucich— en la casa propiedad de Juan Tassara se inició la etapa de Imazio como fotógrafo independiente. Allí estableció su local para la recepción comercial y el taller, más un archivo de negativos; esto último parte esencial como testimonio para la verificación de su calidad profesional y como registro de hombres y de aquellas facetas gratas del acontecer cultural de la época en ese lugar.
Sorteando las dificultades de los primeros años, el producido de su trabajo le permitió constituir y sostener una familia compuesta por el matrimonio y diez hijos y, al parecer, adquirir las propiedades donde trabajaba y vivía. En 1886 se casó con Julia Teresa Fasce, connacional suya pero ligurina y en 1909 —según cuenta Bucich— compró a los herederos de Juan Tassara los inmuebles ubicados entre los números 1373 y 1383.
Es de lamentar que Bucich no aclarara si de esta compra se enteró consultando documentación fehaciente, por comentario de los descendientes del prolífico matrimonio, o utilizando cuanto vio y escuchó en sus años juveniles, habida cuenta que nació en La Boca por el año 1904. Lo cierto es que sin restar valor a sus palabras, estas no coinciden con las informaciones —también contradictorias entre sí— recogidas por el periodismo, cuando ocurrió el incendio de aquella casa de madera en la madrugada del 15 de julio de 1912.
Esto obliga, entonces, a dejar formulada una pregunta: ¿De quién era el inmueble? Según La Razón era propiedad del citado [Pedro B.] Cantel, dueño del negocio de bebidas, café y billares de la planta baja; para La Nación el fotógrafo Arquímedes era hermano del dueño del edificio, don Pedro Bautista Imazzio; y seis décadas después aparece Bucich afirmando, sin aludir a fuente documental alguna, que Arquímedes adquirió a los herederos de Tassara las propiedades que se alargaban hasta el 1383 de la numeración de la Avenida Brown en el año 1909.
La compra de un inmueble, al igual que cualquier otro elemento donde se evidencia prosperidad económica, cuenta aquí en tanto permite establecer una apreciación aproximada al entonces rédito pecuniario de un estudio fotográfico establecido en ese lugar.
También muestra Bucich no haber corroborado su información sobre el incendio con los diarios de entonces, ya que dice que tan calamitoso desastre ocurrió el 14 de julio de 1912, cuando la primera crónica periodística del suceso apareció en La Razón del lunes 15 de julio con el título “El incendio de esta madrugada” y, al día siguiente La Nación (del martes 16 de julio) se ocupó del tema con el título “El incendio de ayer”.
Otro detalle omitido por Bucich confirma que soslayó la consulta del material periodístico mencionado: se trata de la ubicación del taller fotográfico de Arquímedes Imazio. A los pocos meses de instalado en aquella calle General Brown 126, cuenta que Imazio sufrió las consecuencias de una fuerte tormenta que destruyó toda la vidriera de la galería fotográfica. Esto es todo cuanto ofrece el autor del trabajo. Si bien luego cuenta que aquel incendio de 1912 se originó en la planta baja del edificio, no dice en lugar alguno de su extenso artículo que el taller fotográfico se encontraba ubicado en la planta alta del mismo, por lo menos desde su instalación en 1875 hasta el 15 de julio de 1912, cuando ocurrió el siniestro, es decir durante treinta y siete años.
No podría decir con certeza que Imazio fue el primer fotógrafo que se instaló en La Boca, pero en cambio puedo suscribir lo afirmado por Bucich: es incuestionablemente el primer fotógrafo de significación y arraigo que se asentó en la zona.
En cuanto a su significación en el lugar esta la compartió posteriormente con A. Bezchinsky, su casi contemporáneo en la actividad, instalado también en la calle Almirante Brown 1445 a principios de 1907.
Además de contar con la calidad de su trabajo, Imazio debió procurar ser integrado en el medio social boquense; para ello aprovechó su origen italiano y sin demora cultivó simultáneamente las relaciones individuales y tomó parte activa en algunas asociaciones de carácter popular. De origen piamontés supo limar asperezas con sus connacionales, entonces en su mayoría de procedencia ligur.
A diferencia de lo que podía ocurrir en la zona céntrica de Buenos Aires, una casa de fotografía en La Boca reclutaba sus clientes entre los inmigrantes.
A la gente decente, de suficientes ingresos económicos, no le pasaba por la imaginación ir a La Boca a retratarse y ni pensar en la visita de una persona de abolengo (léase que vivía de sus abuelos ilustres) cuando con Casa Witcomb satisfacían todos sus deseos.
Para los inmigrantes el retrato era sinónimo de necesidad; con él proporcionaban la mejor información sobre cómo la estaban pasando, era de por sí un sacrificio exigido por sus familiares ausentes.
Esto lo reconocen todos los fotógrafos de La Boca y Barracas en una presentación conjunta efectuada en el Ministerio del Interior, datada el 1 de abril de 1907, para ser exceptuados de tener que cerrar sus negocios el día domingo después de las 12 horas, con lo cual se puede además saber la clase social y las actividades laborales de aquellos que conformaban sus clientelas permanentes, cuál era el día y horas de mayor actividad y por qué ocurría esto. La nota está suscripta, entre otros, por Julia Teresa Fasce, que lo hizo en nombre de su esposo Arquímedes Imazio.
La clientela del establecimiento fotográfico de Imazio la constituían los inmigrantes pero, como ocurrió con los fotógrafos de La Boca y Barracas, no solamente tenían en común el ser inmigrantes, además estaba formada exclusivamentes por obreros: los del puerto, estibadores carboneros, marineros y foguistas, carreros, peones del Mercado Central de Frutos y barracas, numerosos obreros de fábricas y talleres y de otros gremios. De ahí que consideraban a sus negocios modestas fotografías obreras.
Según lo manifestado en este documento de 1907, tanto en la casa de fotografía de Imazio como en las otras de La Boca y Barracas, el retrato podía hacerse sólo en las horas de sol, lo cual coincidía con las mismas horas de trabajo de los días hábiles. Retratarse uno de estos días, representaba pues para el obrero, la pérdida total del jornal, con lo cual el costo del retrato se incrementaba hasta hacerlo imposible.
Por eso los dueños de esas casas decían: “nuestros establecimientos como es público y notorio, solo trabajan los domingos; durante los seis días de la semana podríamos cerrar las puertas de nuestras casas, en la seguridad de no perder nada”. Esta situación está pintada con algún exceso, muy propio en el estilo de las peticiones, pero no exento de fundamento real. Para lograr el objetivo de trabajar los domingos de sol a sol, ofrecen como muestra que: “La mayor parte de los obreros —los foguistas y marineros por ejemplo— solo tienen libre la tarde del domingo que aprovechan para retratarse; no tienen en absoluto otras horas libres durante la semana”.
En esta presentación el exceso radicó en afirmar que el retrato puede sacarse tan solo en horas de sol, pero tenía fundamento real cuando se refería a la coincidencia en las horas de trabajo durante los días hábiles.
Por entonces, en 1907 los estudios fotográficos ya usaban la luz artificial para efectuar tomas en interiores. Es cierto que durante mucho tiempo se siguió conservando la galería de vidrio, por el significativo ahorro que representaba poder aprovechar las horas de luminosidad natural, pero la lámpara ya había sido incorporada aún en los más modestos estudios, lo cual equivale a no depender del buen día para trabajar, como les ocurría a los fotógrafos ambulantes de plazas y parques. Los estudios fotográficos podían trabajar todos los días y en cualquier horario, en cambio sus clientes sólo disponían del descanso semanal para tal fin. La jornada de trabajo para los varones adultos alcanzaba a 14 horas, las mujeres ocupaban la mayor parte del día en los talleres o trabajaban a destajo en sus domicilios, y los niños eran afectados a tareas cuando aún no habían cerrado la etapa de la niñez.
El retratarse fue una ceremonia con preparación previa. Salvo aquellas fotografías exigidas por el ejercicio de su oficio o las tomas de conjunto en algún lugar de trabajo, las otras (es decir los retratos) requerían una higienización no común, el peinarse y vestirse con las mejores ropas y accesorios, los de salir. A ese componerse se le llamó popularmente domingueo, la persona arreglada estaba endomingada y la salida al estudio fotográfico era uno de los posibles entretenimientos del día domingo, una forma de dominguear.
Entonces no era la necesidad de las horas de sol lo que en realidad defendían Arquímedes Imazio y los demás fotógrafos de La Boca, con los de Barracas, para poder trabajar. Se trataba simplemente de obtener una excepción a la ley de descanso semanal, promulgada el 6 de setiembre de 1905, que prohibía tanto en la Capital Federal como en los territorios nacionales el trabajo durante el domingo, por cuenta ajena y el que se efectuara con publicidad por cuenta propia.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año VI – N° 29 – Octubre de 2004
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Fotógrafos, Conventillos, Vida cívica,
Palabras claves: Incendio, La nacion, La boca, casa de fotografia
Año de referencia del artículo: 2020
Historias de la Ciudad. Año 6 Nro29