A principios del siglo XX las carencias sanitarias eran alarmantes. La población tenía pocos hospitales, y sólo contaba con el Muñiz para tratar las enfermedades infecciosas. Fue un 8 de octubre de hace cien años cuando abrió sus puertas el Hospital Tornú.
El Anuario Estadístico informaba que el grado de insalubridad de Buenos Aires abarcaba a un porcentaje de la población de entre un 47 y un 48% (período 1901-1904), el cual había fallecido víctima de tuberculosis, fiebre tifoidea, viruela, escarlatina, difteria, sarampión, infección puerperal y meningitis.
No todo lo que reluce…
En forma proporcional a la demanda de mano de obra aumentaba también la cantidad de abusos. La clase obrera vivía en general en condiciones penosas: piezas insalubres, mala o deficiente alimentación, falta de higiene, excesos en el trabajo físico y algunos en su vida privada. No eran sólo alarmantes los índices de alcoholismo y de propagación de enfermedades venéreas sino también la situación de mujeres y niños en talleres y fábricas.
Cumplían a destajo tareas que requerían un esfuerzo no propio para su contextura, con horarios sin descanso, sin feriados, en locales cerrados y mal iluminados.
Casi veinte años después de empezado el siglo Gabriela Laperrière de Coni denunciaba: “Los niños son los obreritos más desgraciados de las cristalerías. Empiezan su trabajo a las cinco de la mañana. Se habrán levantado a las cuatro, hora en que nosotros cobijamos a los nuestros por temor al frío de la mañana. Ellos lo desafían para acercarse a los hornos cuyo calor irradia los 70°C. Allí trabajan, presentan moldes que otros llenan de líquido candente; soplan en tubos de hierro para formar recipientes después de haber tomado en ellos la materia en fusión, cuando es sabido que este trabajo ocasiona al obrero adulto una enfermedad especial del pecho que lo inutiliza temprano. Cuando salen de esta hoguera tiemblan de frío bajo la lluvia o el helado pampero. Si estos no son víctimas predestinadas para la tuberculosis ¿quién lo será?, y se oye decir que los niños menores de catorce años deben trabajar porque su salario es indispensable para su familia.”1
Lo grave era que la enfermedad traía aparejada la falta de paga. La consulta médica llegaba con la real imposibilidad física de realizar un trabajo. La tragedia era el sustento de la familia en caso de aislamiento, única forma conocida para evitar el contagio.
Pero tampoco había suficientes camas ni hospitales y el hacinamiento en los conventillos, talleres y fábricas hacía imposible evitar que estos focos se extendieran.
La toma de conciencia
Fueron médicos los que por su misma profesión aportaron una posible solución, pero fueron además espíritus libres y combativos como para sacudir la indiferencia general.
En 1873 el Dr. Guillermo Rawson creó el primer Curso de Higiene en la Facultad de Medicina de la U.B.A.; continuó su labor el Dr. José Penna primero en su carácter de epidemiólogo y luego en el campo de la profilaxis y la medicina preventiva.
Pero fue el Dr. Samuel Gache2 el que dio la primera conferencia pública llamando la atención sobre la tuberculosis y propiciando una Liga contra esta enfermedad. Aunque no tuvo eco en ese momento, su trabajo junto al Dr. Emilio R. Coni3 y la activa acción de ambos, lo que propició la fundación de la Liga Argentina contra el desarrollo de la Tuberculosis el 11 de mayo de 1901 y que tendría sede propia por cesión de un terreno municipal en la esquina de Santa Fe y Uriarte.
Comenzó entonces una lucha titánica: conferencias públicas, solicitud de ordenanzas y leyes apropiadas ante la Intendencia Municipal y campañas masivas que fueron auspiciadas en su mayor parte por la Compañía General de Fósforos.
En aquel momento sus conclusiones, prácticamente empíricas, concordaron con las que después se emitirían en Congresos Internacionales: la tuberculosis es contagiosa, el agente es el bacilo contenido en las salivaciones del enfermo y en la carne o leche de animales infectados que, al desecarse, favorecen su diseminación.
Fueron iniciativas de la Liga la instalación de saliveras y fijación de carteles sobre la obligación de su uso en lugares públicos4 como así también las medidas higiénicas en buques, cuarteles, hoteles, trenes, tranvías y templos5.
Solicitaron el cumplimiento de la Ordenanza Municipal del 14 de junio de 1883 que ordenaba la denuncia de las enfermedades infecto-contagiosas (se agregó la tuberculosis pulmonar diez años más tarde); la obligatoriedad de desinfección de objetos y ropas usadas en venta pública (16 de enero de 1886); lo mismo para casas, ropas y muebles de fallecidos por esta causal (3 de septiembre de 1892).
El 21 de abril de 1902 se dictó la Ordenanza sobre el tratamiento a enfermos tuberculosos por la cual se prohibía su admisión en los hospitales del municipio, y sólo lo permitía en número reducido, en aquellas salas donde se dictaban los cursos de la Escuela de Medicina a modo de práctica.
Años más tarde crearon el Dispensario de lactantes (10 de noviembre de 1904); la “Gota de Leche” era proporcionada en los dispensarios “San Roque” y “Norte” (actual hospital Fernández) por medio de tambos propios de la localidad de San Vicente y era sometida a proceso de pasteurización.
Enrique Tornú
Nació en Buenos Aires el 1 de septiembre de 1865. Su padre, Elías Tornú, era un reconocido ingeniero civil de destacada actuación en Argentina, gran filántropo; desde las páginas de “El Nacional” de Salta bregó por la higienización de la ciudad, las casas y las escuelas para combatir el cólera, la disentería y el paludismo, sin imaginar los pasos que más tarde seguiría su hijo
Enrique Tornú se graduó de Bachiller en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Años más tarde, trabajó en la Secretaría del Instituto Geográfico mientras cursaba sus estudios en la Facultad de Medicina, carrera que debió abandonar al ser designado Segundo Secretario de la Legación Argentina en Francia, pero que concluyó en la Facultad de Ciencias Médicas de Burdeos.
Su tesis de graduación “Des operations qui se practiquent por la voie sacree” (1893) resultó laureada con el Prix Godard. Ese mismo año publicó “El sistema piloso en la tuberculosis local, como signo de diagnóstico”, que fue presentado ante la Societé d’Anatomie et Phisiologie.
Antes había escrito “Profilaxia de la tuberculosis” (1890); “Tratamiento de la peritonitis tuberculosa” (1891); “La craneotomía en la microcefalia” y “Anastomosis del cubital y del mediano (nervios de la mano)” (1892), éste último editado en Burdeos.
Al año siguiente revalidó su título en Buenos Aires y se estableció en el pueblo de Vaccareza (Bs. As.) donde ejerció como médico rural. Nuevamente en la capital se desempeñó como médico y practicante interno del Hospital Francés y llegó a alcanzar el cargo de Jefe de Clínica en el servicio de mujeres del Hospital San Roque; al mismo tiempo fue profesor del Colegio Nacional y de la Escuela Nacional de Comercio.
Incansable, continuó con la publicación de sus estudios, prácticas e investigaciones: “Miopatías progresivas”, “Administración de la creosota a los tuberculosos” y “El coriza agudo en los niños de pecho” (1894), “Cirugía del pulmón” (1896), “El raspado” y “El matrimonio y la sífilis” (1898).
Colaborador frecuente de los Anales del Círculo Médico Argentino y de los Boletines de Sanidad Militar, daba a conocer las correspondencias científicas que mantenía con Europa: “La cirugía en Bordeaux”, “La enfermedad reinante”, “Laringeotomía”, “Dos operaciones nuevas”, entre otras.
Fue designado Inspector Sanitario de ferrocarriles (cuando la gente dejó de escupir los pisos, las empresas dejaron de lavarlos) y se le confió la redacción de un reglamento.
A efectos de contribuir con los estudios para la confección de la geografía médica de la República, específicamente sobre el clima de las alturas con relación a la profilaxis y cura de la tuberculosis, el Director del Departamento Nacional de Higiene Dr. José María Ramos Mejía lo nombró en 1898 Delegado Honorario en Córdoba, iniciando una expedición que se extendió desde el 1 de julio de 1898 al 15 de abril de 1900.
Esta campaña fue ampliamente cubierta por los medios; el propio Tornú agradeció la influencia y publicidad brindada por “La Nación”, “La Prensa”, “El Nacional”, “El País”, “Tribuna”, “La Libertad”, “Los Principios”, “The Standard”, “Le Courrier de la La Plata” y otros; sus conclusiones las publicó en tres volúmenes: “Climatología especial”, “La cura de altitud en las Sierras de Córdoba” y “Apuntes sobre tuberculosis y sanatorios”.
Poco tiempo antes de morir había enviado al Concejo Deliberante una nota “…remitiendo varios ejemplares del libro sobre Climatología Médica, para ser repartido entre los Señores Concejales, y un proyecto referente a la Asistencia a los Tuberculosos en los Hospitales de la Capital”.
Víctima de la tuberculosis, se quitó la vida el 23 de agosto de 1901, un año después de la muerte de su padre. Estaba casado con Doña Martina Ojeda y tenía tres hijas: María Martina, María Celia y Enriqueta. Sus restos descansan en el Cementerio de la Recoleta.
El objetivo toma forma
El primer antecedente que se conoce para la creación de un hospital para tuberculosos data de 1889 cuando el Director de la Asistencia Pública, Dr. J.M. Astigueta, propuso como lugar para su construcción las Sierras de Córdoba. Años más tarde el Secretario de esa Institución, Dr. Samuel Gache, repitió la propuesta que fue estudiada por una Comisión de Higienistas que aconsejaron como lugar de edificación el Valle de Capilla del Monte (Córdoba) a 959 m de altura. El Congreso Nacional aprobó la suma de $200.000 m/n para su edificación. Terminó siendo un hospital oneroso de mantener, provocando enormes pérdidas y un verdadero escándalo.
Ante el fracaso se decidió una nueva construcción “cerca de Buenos Aires” en la que trabajaron el Ing. Buschiazzo junto con el entonces Director de la Asistencia Pública, Dr.Telémaco Susini. Desaprobada por una Comisión de Médicos, se abandonó la obra.
Tiempo después, estando a cargo de la Asistencia Pública el Dr. José Penna, se le confió al Dr. Coni la fundación y organización del sanatorio municipal a construirse “en una pequeña altura de los alrededores de Buenos Aires en Villa Ortúzar”.
En junio de 1902 la Comisión Municipal atendió ese proyecto, pero más de dos años después los Dres. Penna, Coni y Susini pidieron a la Intendencia que “fueran activadas las obras” ya que por falta de instalaciones adecuadas había sido imposible poner en vigencia la Ordenanza promulgada meses antes sobre la internación de este tipo de enfermos.
La respuesta fue inmediata, en primer lugar la Comisión de Higiene e Interpretación del Consejo Deliberante aprobó que se lo denominara “Hospital Manuel Augusto Montes de Oca” y exoneró a la Compañía Primitiva de Gas del impuesto de apertura de zanjas y colocación de cañerías en la prolongación desde la calle Triunvirato hasta el Hospital de Tuberculosos e Instituto Nacional de Agronomía. El 20 de septiembre de 1904 aprobaron una solicitud de la Liga Argentina contra la tuberculosis para que el hospital recibiera el nombre de “Enrique Tornú”. Días después, se le notificaba a la Comisión Municipal que los pabellones estarían terminados en breve.
Fue inaugurado oficialmente con la apertura de uno de los pabellones el 8 de octubre de 1904 por el Intendente Alberto Casares y habilitado al público en marzo de 1905 bajo la Intendencia de Carlos Rosetti, siendo el Primer Director (ad-honorem) el Dr. Coni.
El 25 de abril de 1905 la Comisión Municipal de la Ciudad de Buenos Aires archivaba un mensaje enviado por el Ejecutivo en el que informaba haber dado cumplimiento a la ordenanza sobre la creación del hospital y pedía se sustituyera el nombre de “Hospital” por el de “Sanatorio Dr. Enrique Tornú”, lo cual fue aprobado tres días después.
De todas formas las obras continuaron, en septiembre de 1906 el Consejo Deliberante aplazó la consideración de un despacho de la Comisión de Hacienda en el que solicitaban fueran votados los fondos necesarios para la construcción de las cocinas. Con mayor celeridad, el Ejecutivo Comunal informó en diciembre que las obras en cuestión estaban ya por terminarse por cuanto había sido de urgencia su realización y se encontraban comprendidas dentro del plan general de modificaciones de hospitales. Para evitar el mismo error, ese mes fue tratado sobre tablas un proyecto en el que se aprobó la formulación del presupuesto para su funcionamiento aclarando específicamente que las vacantes que se cubrirían serían las de imprescindible necesidad.
Mejor que en casa
En medio de las quintas, las chacras y los eucaliptos recién plantados, la blanca discreción del edificio cubría sobriamente todo el dolor que contenía. No sólo era curar, dentro de la austera pulcritud de las líneas, ciertos detalles de su construcción estaban a tono con el resto de los edificios que la activa Intendencia construía.
Las galerías de cura al sol estaban orientadas hacia el noroeste y sudeste terminando en un hall con cielorraso de yeso cerrado con vidrios fijos multicolores dando luz escenográfica a la ancha puerta que daba a los jardines a los que se llegaba por una escalera de mármol.
Las dos salas de cada pabellón, construidos sobre sótanos un metro arriba del suelo, aseguraban la aireación y prevención de la humedad; disponían cada una de 24 camas unidas por corredores cortados en cruz, limitando cuatro piezas independientes entre sí: lavatorios, baños, enfermería y cuarto calorífero a gas para mantener la temperatura conveniente y constante que también servía de sala de examen.
En el primer piso de la parte central se estableció la dirección y servicios anexos; en la planta baja se encontraban la administración, la sala de consulta externa, el dispensario (estación sanitaria local), el laboratorio, el comedor y las habitaciones del personal. En el subsuelo funcionaba la farmacia, la cocina, la despensa, la ropería y los cuartos del personal de servicio.
Las salas, con piso de mosaico veneciano, tenían enormes ventanas con banderolas simétricas y techos de forma oval con aberturas en la parte superior y media y paredes pintadas al aceite hasta los dos metros con tomas de aire graduadas.
Las ideas se concretan
El Presupuesto Municipal aprobado para 1906 le asignaba al Sanatorio E. Tornú y Estación Sanitaria de Villa Ortúzar (asistencia a domicilio) el siguiente personal:
1 Director, 2 Médicos Internos, 1 Administrador, 1 Oficial de 3° para mesa de entradas, 1 Farmaceútico, 1 Auxiliar, 1 Auxiliar de farmacia, 3 practicantes mayores, 1 capellán y director de la Escuela para enfermos, 2 Cabos de Sala, 8 Enfermeros, 1 Peón de Botica, 1 Portero, 1 Sereno, 1 Caballerizo, 1 Cocinero 1°, 1 Peón de Cocina, 1 Jardinero, 6 Peones, 1 Cochero, 1 Sastre, 1 Mecánico de desinfección, 1 Cocinero 2°, 1 Carpintero y 1 Barbero. Con un gasto mensual de $ 3.395 y Anual de $ 40.740.
Al año siguiente se agregaron: 2 Médicos de Sala (médico interno a domicilio), 1 Mecánico, 2 Cocheros, 1 Costurera y 1 Cocinero de 2°. Gasto mensual: $ 4.000. y Anual $ 48.000.
El mayor desafío era ordenar la vida interna. Al ingreso los enfermos eran examinados para la apertura de la historia clínica y notificados sobre las disposiciones del reglamento.
El control del peso se realizaba cada sábado y el de temperatura se hacía por la mañana y por la tarde, las salivaciones y orina se analizaban dos veces por mes.
La vida del enfermo se regía por normas muy estrictas: “7 y 30 a.m., levantarse, ventilación de las camas, cuidados de limpieza corporal. Limpieza del calzado: 8 a.m. Desayuno: leche con o sin café, pan, paseo o recreo, hacer las camas; 8 y 30 a.m. Cura de reposo. Visita del médico en la galería de cura o en la sala de visitas y en las salas de los enfermos obligados a guardar cama; 10 a.m. Lavado de las manos; 10 y 30 a.m. Almuerzo: sopa variadas, 2 platos (carnes, pescados y legumbres) leche, pan, huevos, etc.; 11 y 30 a.m. Paseo o recreo, correspondencia, lectura, juegos, etc.; 1 p.m. Cura de reposo; 2 y 30 p.m. Merienda: leche con o sin té y pan; 5 y 30 p.m. Comida: sopas variadas, 2 platos, leche, pan etc.; 6 y 30 p.m. Recreo, juego, música, etc.; 8 y 30 p.m. Un vaso de leche antes de acostarse o en el curso de la noche; 9 p.m. Silencio.” 6
Los días de visita eran los jueves y domingos desde el mediodía hasta las cinco de la tarde.
A pesar de la rigidez de la rutina, los enfermos disponían de comodidades que quizás no tenían en sus propias casas: iluminación a gas con picos incandescentes que se reemplazaron por luz eléctrica por fuerza motriz cuando se habilitó la estación de desinfección y el lavadero.
El agua potable provenía de la segunda napa traída a la superficie por medio de un molino de viento y después por una bomba a vapor con las mejores condiciones de potabilidad; el agua caliente se distribuía por una canalización, que desde la cocina, estaba proyectada se extendiera a un servicio completo de hidroterapia, las basuras eran quemadas a horno.
Luces y sombras
Aunque los lindantes eran quintas y chacras tuvieron que pasar muchos años antes que se superara el prejuicio de tener como vecino un hospital de tuberculosos.
Con una superficie de 72.000 m2 en un terreno de forma de polígono irregular rodeado por calles7 habían tenido especial cuidado en que los jardines con flores y eucaliptos mantuvieran la pureza de la atmósfera. Las materias fecales y las aguas residuales eran tratadas en una cámara séptica.
La limpieza, punto fundamental de la cura y profilaxis, se cumplía en forma absoluta; era falta grave escupir en el piso y fumar. Los enfermos recibían revisión dental semanal, gozaban de baños tibios periódicos —duchas y fricciones, sólo por orden médica— y debían tener cabello y barbas cortos; se les entregaba gratuitamente: toalla, jabón, peine, cepillo de dientes, frasco de agua dentífrica (con mentol y timol), un jarro de hierro esmaltado y también otros objetos de uso personal: servilleta de mesa con aro, cuchillo, tenedor, cucharas para sopa y café, vaso de hierro esmaltado y ropa de cama (tres frazadas y una manta).
El hospital funcionaba en toda su capacidad pero terminó siendo insuficiente y oneroso para el fin para el cual había sido concebido. Especialmente por la falta de mutuales y de seguro obligatorio para los obreros. Sólo por medio de la educación, profilaxis y supervisión médico domiciliaria se pudo evitar en forma más rápida y económica la propagación del bacilo.
La Liga administraba tres dispensarios: Tornú y Rawson (inaugurados en 1902), Fernández (1905) y hubo un cuarto: “Dr Samuel Gache” que tuvo corta duración por falta de recursos.
Tarea cumplida
Mientras tanto la labor de la Liga Argentina contra la Tuberculosis continuaba sin descanso. Dirigida por facultativos médicos e higienistas, estaba bajo el patrocinio del Ministerio del Interior el cual sostenía los dispensarios a los que acudían numerosos indigentes a los que se les daba ropa, alimentos, saliveras de bolsillo y, diariamente, 750 gramos de carne, medio kilo de pan y un litro de leche pasteurizada.
Además publicó una revista para la difusión de monografías y popularizaba las indicaciones sobre profilaxia y tratamiento de esta enfermedad
Casi todas las medidas adoptadas en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires y del resto del país fueron iniciativas de esta institución, incluyendo el “Hospital Tornú”.
“Todas estas medidas han dado, no solamente los resultados que se esperaban, sino que han permitido declarar al doctor Emilio R. Coni, delegado argentino al Congreso contra la Tuberculosis, reunido últimamente en París, que casi todos los desiderátums sancionados por los higienistas de más renombre de la Europa, eran ya realidades en nuestro país.”8
Notas
1.- Gabriela Laperrière de Coni. Escritora y militante socialista, esposa del Dr. Emilio Coni. Brindó numerosas charlas informativas entre las mujeres obreras denunciando en forma permanente sus condiciones laborales. CARRETERO, Andrés. Vida Cotidiana en Bs. As., Pág 190.
2.- Samuel Gache (1859 – 1907) Médico. Fundó la Cruz Roja Argentina, la primera Escuela de Enfermeros y la maternidad del Hospital Rawson. Fue presidente del Círculo Médico Argentino y Secretario del Comité de Lazaretos nacionales y de la Asistencia Pública. Escribió entre otras obras: La Tuberculose dans la République Argentine y Los alojamiento obreros en Buenos Aires.
3.- Emilio Ramón Coni (1855 – 1928) Médico. Fue Director de la Asistencia Pública y presidente de la Sociedad Médica Argentina, confeccionó las primeras estadísticas de Buenos Aires que publicó regularmente en francés en el primer Boletín Demográfico que hizo conocer nuestro país en el extranjero. Dirigió la Revista Médico-Quirúrgica y la Revista de Higiene Infantil. En 1884 ganó el Premio Rawson y la Medalla de plata de la Academia de Medicina de París por su trabajo sobre las “Causas de la morbilidad y mortalidad infantiles”.
4.- La ordenanza municipal “Prohibido escupir en el suelo”, aprobada en 1902, fue iniciativa del médico e higienista Marcos Augusto Luis Daniel Bunge (1877 – 1943).
5.- Adoptaron Reglamentos Sanitarios enviados por prelados italianos.
El Arzobispado de Buenos Aires envió las instrucciones correspondientes a sus Iglesias entre las que se destacaban: la apertura de puertas y ventanas de los templos durante los oficios religiosos y considerable afluencia de fieles.
Lavar los pisos, bancos, sillas, confesionarios y pilas de agua bendita con soluciones antisépticas.
La instalación de saliveras con soluciones de sublimado en esquinas, junto a las columnas y pilares y en la proximidad de los altares e impedir besar reliquias, imágenes y ornamentos.
6.- PENNA, José, La administración sanitaria,
pág 351.
7.- Bella Vista (Combatientes de Malvinas), Avalos y Lagos (Avalos), Chorroarín y Campillo.
8.- MCBA, Censo General de la Población 1906,
pág. 328.
Bibliografía
PENNA, José, La administración sanitaria y Asistencia Pública de la ciudad de Buenos Aires, Kraft, Bs.As., 1910.
ARAOZ ALFARO, Gregorio, Crónicas y estampas del pasado. El Ateneo, Bs.As., 1938.
RECALDE, Héctor, La salud de los trabajadores en Buenos Aires (1870-1910). GEU, Bs. As., 1997.
MCBA, Censo General de Población, edificación, comercio é industrias de la ciudad de Buenos Aires, Cía. Sud-Americana de Billetes de Banco, Bs. As., 1906.
MCBA, Policlínico Tornú Cincuentenario, Imprenta Coni, Bs. As., 1954.
Pbro. BUNGE, Alejandro W., Árbol Genealógico de la Familia Bunge, As., GenoPro, Bs. As., s/f.
PETRIELLA, Dionisio y SOSA MIATELLO, Sara, Diccionario Biográfico Italo-Argentino, Ed. Dante Alighieri, Bs. As., 2002.
CARRETERO, Andrés, Vida Cotidiana en Bs. As., Ed. Planeta, Bs. As., 2000.
Actas del Consejo Deliberante de la Ciudad de Bs. As.
Caras y Caretas.
La Prensa.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año VI – N° 28 – Octubre de 2004
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: ARQUITECTURA, Edificios destacados, SALUD, Hospital, Personal de la salud, TRABAJO, VIDA SOCIAL,
Palabras claves: Tornu, obrero, salubridad
Año de referencia del artículo: 1905
Historias de la Ciudad. Año 6 Nro28