“Los hombres que nos dieron libertad no llegaron a gastar más de veinte pesos en vinos y alimentos durante la semana de Mayo”, tal el título del artículo anónimo de la revista Caras y Caretas del 7 de julio de 1928, que consideramos interesante seleccionar en este número para información de nuestros lectores, coincidiendo con las extensas reuniones de diputados y senadores para aprobar el plan de austeridad impuestos por nuestros gobernantes.
Lejos está el lector de sospechar lo poco que a las arcas oficiales costó la revolución de Mayo. En este siglo de las magnificencias, del estrépito y también del encarnizamiento, resulta inconcebible el ínfimo costo de esta revolución que tuvo, para América toda el mismo significado, trascendencia e influencia que la francesa.
En cuanto a vidas, ya era cosa sabida: ninguna; que no fueron las calles porteñas teatro de ningún episodio sangriento, malgrado el poder militar de los españoles y pese a la inquietud y animosidad de los patriotas. En lo que a gastos generales concierne, ínfimos, deleznables, casi diríamos, como para avergonzar al ama de llaves de cualquier mediano mercader de la colonia.
En el Archivo General de la Nación se conserva esa modesta al par que gloriosa cuenta de gastos presentada por don Juan José Uzín, cuyo total asciende a la cantidad de quinientos veintiún pesos, cinco reales y tres cuartillos.
Se inicia la cuenta con la consignación del gasto demandado por las doce carretillas que condujeron al Cabildo los escaños de las iglesias Catedral, Santo Domingo, San Francisco y la Merced, los que debieron volverlos a sus respectivos lugares después de constituida la primera junta. Los 24 viajes, a 4 reales cada uno, importaron 12 pesos.
En velas para los faroles con que la noche del 22 se iluminaron los corredores, escaleras y demás habitaciones, se gastó un peso, agregándose dos reales para comprar los cordeles con que atar los citados faroles.
Desde el día 21 de mayo, los cabildantes debieron permanecer casi constantemente en la casa capitular. Se hizo así necesario que repusieran sus fuerzas, lo que no descuidaron las autoridades de la casa.
Figura con tal objeto una partida de diez botellas de vinos generosos a peso fuerte cada una, seis de málaga a cuatro reales, dos pesos invertidos en chocolate y trece libras de bizcochos a cuatro reales la libra. Todo esto fue lo que se consumió como el único refrigerio en circunstancias tan apuradas el crecido vecindario que concurrió en los días y noches del 21 al 27 de mayo “principalmente en el día 22, cuyo congreso duró desde las nueve de la mañana hasta pasado el medio día”. La suma gastada en este más que modesto refrigerio alcanzó a pesos veintiuno.
En obleas para la fijación de carteles y bandos publicados por el Cabildo, se gastó otro peso.
La inversión mayor correspondió a la adquisición de tres relojes de primera, con que el Cabildo obsequió al capitán, al teniente y al alférez de la compañía del Batallón N° 3°, que hizo la primera guardia de honor después de constituida la primera junta,. El precio de los relojes fue de doscientos pesos. A la tropa se le entregó, como gratificación ciento tres pesos. Tres onzas de oro se dieron, también, a los cincuenta hombres de la partida de celadores “por el extraordinario servicio que en estos días de turbulencias hicieron, y demás diligencias de repartir esquelas, fijar carteles, etc.”
Al fondero Andrés Berdeal, por las comidas que dio a los señores capitulares y “varios sujetos en los días 23 y 25, en que sólo pudieron tomar algún alimento”, se le abonaron setenta y tres pesos.
Tal el precio de esta revolución; tales los hombres probos y recatados que en defensa de la patria unos y del rey otros, se reunieron en las salas capitulares de Buenos Aires.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año III – N° 11 – Septiembre de 2001
I.S.S.N.: 1514-8793
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Palabras claves: Revolucion de mayo, financiamiento
Año de referencia del artículo: 1928
Historias de la Ciudad. Año 3 Nro11