Trabajar en pleno microcentro porteño no sería una rareza si se tratara de alguna actividad bancaria, pero hacerlo en una casona colonial, más precisamente en aquella que habitara la familia Mitre entre 1860 y 1906, sin duda es algo singular.
Gracias a su rápida conversión en Museo en 1907, en la calle San Martín 336 contamos con una impronta edilicia que desafía al paisaje contextual al evocar tiempos lejanos. Por cierto esta tensión trasciende los límites adyacentes, en tanto son muy escasas las oportunidades que tenemos en toda la ciudad de Buenos Aires de recorrer una auténtica casona colonial, cuyos orígenes constructivos se remonten, como en este caso, al año 1785.
Más cerca de formar parte de nuestro patrimonio intangible, estas viviendas coloniales están arraigadas en nuestro imaginario colectivo gracias al gran conjunto de descripciones y de estudios realizados. De anhelarse nuevas respuestas, la arqueología urbana tendrá un papel preponderante sobre todo en lo que atañe a la vida cotidiana. Sin duda uno de los mayores desafíos pasaría por tratar de recuperar las vivencias, aquellos usos y costumbres que estaban regulados por una organización espacial en torno de patios que generaba un criterio de circulación y disposición de las habitaciones muy diferentes al actual.
Hoy, que nos debatimos con conceptos tales como los “no lugares” de Marc Augé, se nos hace más difícil alcanzar a comprender la importancia de lo que en los planos de la ciudad, como en los de una vivienda, aparecen como “vacíos”: en el espacio público, la Plaza Mayor que era el espacio simbólico por excelencia, hacia el cual confluía toda la vida urbana generando una fuerte centralidad, no era otra cosa que una o dos manzanas sin construir; en el espacio privado, los patios también eran un vacío a partir del cual se organizaba toda la vida doméstica. Se trataba de los principales espacios de la sociabilidad, cuyos preceptos perduraron en el tiempo y sin los cuales, por ejemplo, sería muy difícil entender aquello que definía a los conventillos. Estos, más allá de tipologías, fueron los patios donde se gestó toda una cultura popular tan bien ilustrada en sainetes y letras de tangos.
La construcción de una identidad urbana
Los estudios sobre la vivienda colonial porteña adquirieron gran relevancia en las primeras décadas del siglo XX, gracias al esfuerzo de investigadores que se propusieron recopilar la documentación existente, clasificarla y sistematizarla. Sin duda aportaron toda una resignificación sobre un patrimonio material que había sido desacreditado sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX, por ser el remanente de un pasado que se pretendía ocultar y en lo posible reemplazar por manifestaciones de diversos “modernismos” de cuna europea. Se trató de un proceso de revalorización de lo colonial que desembocó inclusive en una suerte de “revival” con el estilo “neocolonial” del cual contamos con un número mucho mayor de obras que del propio estilo original.
Un trabajo pionero sobre la evolución de la vivienda en Buenos Aires, fue el que realizó Carlos María Morales, titulado “La Edificación”, para el Censo de la Capital Federal de 1904. En el mismo se destacó el hecho de haberse dado en nuestro actual territorio, un estilo colonial “puro” en tanto no existía una arquitectura local previa a la colonización castellana. Para el autor, la vivienda inicial fue el rancho con “paredes formadas con estructuras de ramas, cubiertas con una especie de reboque de arcilla y techo de paja”, de larga persistencia en tanto todavía aparecen características similares a mediados del siglo XVII, siendo todavía muy incipiente el uso de ladrillos y tejas:
“Las casas del pueblo son construidas de barro, porque hay poca piedra en todos estos países hasta llegar al Perú; estan techadas con cañas y paja y no tienen altos; todas las piezas son de un solo piso y muy espaciosas; tienen grandes patios, y detrás de las casas grandes huertas, llenas de naranjos, limoneros, higueras, manzanos, peros y otros árboles frutales, con legumbres en abundancia como coles, cebollas, ajos, lechuga, alberjas y habas; sus melones especialmente son excelentes pues la tierra es muy fertil y buena;/…/” 1
La lentitud en la evolución fue explicada por Mario J. Buschiazzo en el capítulo “La Arquitectura Colonial” de la Colección “Historia General del Arte en la Argentina”. A su entender había que partir de una realidad contundente: “Buenos Aires seguía siendo el extremo de aquel largo y azaroso camino que se iniciaba en Lima y venía a morir en un villorio, que otra cosa no fue hasta llegar al siglo XVIII”. Hay consenso entre los historiadores urbanos en señalar al siglo XVIII como el período en el cual se marcaron las diferencias más profundas respecto a los inicios: “Con la introducción del ladrillo en las construcciones, se fueron levantando casas más sólidas y de mayores dimensiones pero, casi sin excepción, con techos de teja, representando con su arquitectura el tipo de las casas españolas, con sus grandes patios plantados de naranjos y plantas de flores, rodeados por una amplia galería cubierta, prolongación del techo de las habitaciones, y sostenida por maderos verticales que hacían las veces de columnas. En el fondo de los terrenos había huertas con árboles frutales y legumbres”.2
Mediante estas transformaciones constructivas, que se insertaron en la refuncionalización del territorio hispanoamericano que introdujeron los Borbones, la ciudad de Buenos Aires pasó de una marginalidad funcional para el sistema de comercialización, por carecer de metales preciosos a la máxima jerarquización posible al ser declarada Capital del Virreinato del Río de la Plata en 1776. El crecimiento inusitado en la función comercial a partir del Reglamento de Libre Comercio (1778) que posibilitó el contacto directo con la metrópoli, trajo aparejado un crecimiento demográfico que marcó un salto inusitado respecto a la lenta evolución que se registraba desde los tiempos de Garay. Por el Censo que mandó efectuar el Virrey Vértiz (1778) la ciudad de Buenos Aires contaba con 24.205 habitantes y su campaña 12.925. La composición étnica de la jurisdicción indicaba 25.451 Blancos; 2.087 Naturales; 8.918 Negros y 674 Mestizos. Al final del período virreinal (1810) se calcula que la población de la ciudad prácticamente había alcanzado los 50.000 habitantes.
En 1774 una ordenanza obliga en Buenos Aires a trazar planos de lo que se va a construir, con el objetivo de “prevenir en lo sucesivo el notable desorden experimentado hasta hoy en la libertad arbitraria con que los vecinos emprenden la construcción de muchas casas y la ninguna uniformidad y daños recíprocos, que tanto al público como a ellos mismo resultan de faltarse en esta parte a las reglas y métodos fijos de policía”.3
Mediante un conjunto de ordenanzas se procuró terminar con el desarreglo de los frentes (5/8/1784); regular la construcción, aún en áreas periféricas, obedeciendo a los reglamentos vigentes poniéndose veredas y postes para que la gente transite con comodidad, y que las rejas, o ventanas guarden orden, sin que sobresalgan de la pared, (6/10/1788) y la obligación de cercar los predios despoblados y construir medianeras divisorias entre las propiedades (10/12/1802).
Más allá de las reglamentaciones que incidieron en la construcción de viviendas es importante tener en cuenta otro fenómeno: la cada vez mayor subdivisión parcelaria. Un sistema de loteo indicativo tanto del valor de la tierra como de la necesidad de responder al incremento demográfico, puede observarse en los avisos publicados en el Telégrafo Mercantil (1801-1802).
Por otro lado surgieron los cuartos de alquiler, tanto en viviendas tradicionales reacondicionadas como en las especialmente construidas para dicho fin. Un ejemplo de este último caso son los denominados “Altos”, generalmente conocidos por el apellido de su dueño (Escalada, Elorriaga, Riglos, etc.)
Otra innovación apareció a fines del siglo XVIII cuando el techo de “mojinete y teja” fue reemplazado por la azotea “con tirantes de palmas traídos del Paraguay”, y que ya está claramente caracterizada por Morales:
“Hasta mediados del siglo pasado, puede decirse que existía en esta ciudad un tipo único de edificio, la antigua casa española de un solo piso, con techo de azotea, pretil macizo de mampostería y ventanas con rejas”.4
Estas modificaciones posibilitaron que las viviendas más representativas contaran con un aljibe. Los techos de azotea funcionaban como colectores de agua de lluvia que luego por cañería de cerámica posibilitaban su almacenamiento en grandes cisternas a modo de sótanos, generalmente debajo del segundo patio. De esta forma se solucionaba el problema de alta salinidad del agua de las napas subterráneas.
Las rejas
Tradicionalmente en la bibliografía que se refiere a la vivienda “colonial” porteña, la reja fue considerada como uno de los componentes que indicaron un salto constructivo y de ornato respecto a las precarias viviendas con que contaba la ciudad hasta bien avanzado el siglo XVIII. El arquitecto Mario J. Buschiazzo5 sostuvo que “la aparición de rejas voladas hechas con barrotes cuadrados y planchuelas de hierro de Viscaya, elevó un poco el tono de la arquitectura civil”. En una línea de pensamiento similar el historiador José Torre Revello6 sostuvo que “las rejas voladas que ostentaron algunos edificios daban cierta gracia a la línea arquitectónica” . Incluso en versiones más recientes como la del arquitecto Ramón Gutiérrez en “Arquitectura y Urbanismo en Iberoamérica” se destacó la consagración de una tipología “…el tipo de casa azotea, que se introdujo en Buenos Aires en la segunda mitad del siglo XVIII, penetró rápidamente en el litoral a partir de la capitalidad virreinal de la ciudad-puerto. El lenguaje andaluz de los muros blancos y ventanas con rejas y guardapolvos se unificó con la tradicional tipología funcional de la casa mediterránea organizada alrededor de los patios”.
Hace unos años, con la licenciada María Rosa Gamondés7 analizamos aquellos relatos de viajeros que proveyeron a partir de la reja distintas imágenes, referidas, en algunos casos, a la vivienda y en otros a la ciudad.
Uno de los recursos utilizados en este tipo de relato fue la comparación y/o confrontación entre la cultura y paisaje urbano nativo de cada viajero con los locales. En ese sentido, la reja empezó siendo un argumento que rendía cuenta de la brecha tecnológica existente en la utilización de materiales. Samuel Haigh, por ejemplo, reseñó que “las ventanas rara vez tienen vidrios, pero están protegidas por rejas de hierro que producen un aspecto de cárcel”.8 Aquí vemos la contraposición de vivencias urbanas entre el uso de ventanas con vidrio y aquellas que tenían rejas, y una primera imagen a partir de su uso en la vivienda, que les otorgaría ese aspecto de prisión reseñado.
Esta imagen, vinculada a un aspecto formal, se instaló fuertemente en los relatos de viajeros, siendo utilizada profusamente. Otro tipo de mirada, vinculada en este caso a la ciudad, gestaron aquellos que deseaban explicar el fracaso de las invasiones inglesas, tal como lo explicita H. Brackenridge: “En todas las ventanas hay una ligera reja de hierro, que se proyecta como un pie; probablemente resto de los celos españoles. Lo compacto de la ciudad, lo plano de los techos, la incombustibilidad de las casas, los patios abiertos que semejan áreas de fuertes y las rejas de hierro, componen una fortificación completa, y no sé de situación peor en que puede hallarse un enemigo que en una de estas calles. No es de sorprender que una ciudad tan bien fortificada hubiese resistido con tanta eficacia a un ejército de doce mil hombres, al mando del General Whitelock”.9
En esta línea de argumentación, presentar a la ciudad como una fortificación en su conjunto, más que por la existencia de infranqueables fuertes o murallas, sería adecuado, porque estaría indicando las dificultades de ingreso a la misma desde el exterior. Ante lo cual la imagen de prisión, a la que aludíamos, en primera instancia, podría entenderse como una complementación de esta imagen de fortaleza. Sin embargo, consideramos que ambas imágenes rinden cuenta de fenómenos distintos. Sobre todo porque la idea de prisión, en sí misma, denota más bien una situación inversa que se vincula al hecho de no poder salir.
Respecto a las invasiones inglesas, la reja estaría separando un afuera, —el espacio público—, en el cual estaba inserto el enemigo, y un adentro, —el espacio privado—, desde el cual se defendieron los moradores. Resulta más compleja la diferenciación de planos respecto a la imagen de prisión. A nuestro entender no posee un referente explícito, más allá de lo formal, por lo cual consideramos muy probable que la imagen de prisión haya tenido otra connotación, porque se le está poniendo un límite a los moradores. Cabe preguntarse ¿Cuáles fueron los alcances del mismo? ¿Qué era lo que esta prisión no les permitía hacer?
Posiblemente el relato de John Miers sea adecuado al respecto: “…confundí las casas que enfrentaban la playa con cárceles ya que no tenían ventanas de vidrio, y los vanos abiertos estaban defendidos por rejas de hierro; pero entrando a la ciudad, encontré que todas las casas estaban construidas de la misma manera, en general de un solo piso; su apariencia desierta, y exterior descuidado sugería mas la apariencia de una cárcel que de viviendas de gente industriosa, civilizada y libre”.10 La primer reflexión que nos surgió es que más allá del aspecto de cárcel de las viviendas, bajo ningún concepto podía esgrimirse esta situación como argumento válido para señalar la imposibilidad de ser industrioso, civilizado y libre.
Habría que empezar por descartar el referente “vivienda” para esta imagen de “prisión” en tanto ya supera lo formal. Más bien estaríamos dispuestos a pensar que la prisión a la que se hace referencia, trasciende la vivienda para cuestionar el sistema colonial español en el cual la sociedad se haya inserta y, a su vez, propiciar un nuevo tipo de inserción mundial que garantizace el hecho de ser industrioso, civilizado y libre. Sería respecto a la inserción en el mercado mundial, que la reja funcionaría como una divisoria entre un afuera (libertad) signado por el nuevo orden comercial y un adentro (prisión) signado por las trabas del sistema colonial español. Situación esta que en el plano estrictamente formal no se revertiría por el mero reemplazo de las rejas por ventanas de vidrio.
Desde esta perspectiva ambas imágenes podrían complementarse en tanto el acecho británico tuvo un fracaso bélico ocasionado por la fortificación; pero el mismo se revertiría con la consolidación de un nuevo orden comercial que permitiría trascender los límites de la prisión del sistema colonial. Recurso implícito, además, para demostrarle a la sociedad local la contradicción existente en el hecho de vanagloriarse de haber salvaguardado su “libertad”, cuando el sistema vigente era en sí mismo una prisión.
La vida cotidiana de la ciudad de Buenos Aires ofrecía varios aspectos regulados por la reja. La imagen prevaleciente fue la de protección. Divisoria clara en este caso entre espacio público y privado pero que conlleva dos instancias diferentes: por un lado posibilita cierto tipo de interacción social y por otro brinda seguridad.
Con referencia a la interacción social, Skogman11 describió una situación muy común: “Si se acierta a pasar frente a la casa de una familia conocida y alguno de sus miembros se halla en la ventana, se entabla conversación a través de la reja.”
Ciertamente, quienes más disfrutaban de esta posibilidad eran las mujeres, que accedían en sus momentos de ocio y recreación a la distracción que les ofrecía la calle. Beaumont12 lo describió irónicamente: “En los antepechos de las ventanas, las damas de Buenos Aires se sientan y gozan del aire fresco, y de los saludos de los amigos que pasan, que son mantenidos a una distancia prudente por las envidiosas barras de hierro que aseguran cada ventana.”
El uso de rejas estaba directamente relacionado con la seguridad, al punto que Woodbine Parish13 aseveró: “Estoy convencido de su necesidad en el estado actual de la sociedad en esos países, sin mencionar la comodidad que significa poder dejar abierta una ventana en las calurosas noches de verano sin correr el riesgo de una intrusión.” En este caso, además, la reja también le sirvió para rendir cuenta de una sociedad muy convulsionada.
Por cierto las rejas no fueron siempre un obstáculo para la audacia y el ingenio. En este sentido se puede citar una anécdota ilustrativa:
“Existen, no obstante, ladrones ingeniosos en Buenos Aires, como en cualquier otro sitio, contra los cuales aún las barras de hierro carecen de utilidad; hubo casos en los que estos han logrado llevarse ropas de los moradores cuando estaban dormidos, pescando y extrayéndolas a través de las rejas de las ventanas que se conservaban abiertas en la noche, todo ello a través de un gancho encastrado a una de las largas cañas del país: de esta forma en un caso muy mentado, un inglés perdió un valioso reloj que fue extraído con un gancho del interior de su bolsillo a la altura de la cabecera de su cama, siendo despertado por su asustada esposa en el momento justo como para tener un último vistazo del objeto que parecía danzar hacia afuera de la ventana para siempre.”14
La anécdota integra el conjunto de representaciones que fueron sedimentando nuestro imaginario colectivo sobre las rejas, que a Ezequiel Martínez Estrada15 le posibilitó una reflexión singular: “A través de la ventana observo el frente de las casas más allá de la Plaza, con sus ventanas cerradas. No puedo evitar la idea pertinaz de que se trata de celdas, con aberturas por donde entran el aire y la luz; y sale, como la mía, la mirada del morador. Se trata de celdas y prisioneros. Me es fácil pensar que todos estamos presos, aunque el guardián haya desaparecido hace años o siglos. Nos encerró a todos y se fue, o se murió. Hizo la ciudad y nos metió dentro con la consigna de que no nos marchásemos hasta que volviese. Después se olvidó él de venir y nosotros de irnos.”
Rigidez para la protección de la propiedad y permeabilidad respecto a los mensajes y las imágenes, fueron las funciones que las rejas desempeñaron en un período prolongado, regulando la interacción entre espacio público y privado en la vida cotidiana de nuestra ciudad. En el proceso de consolidación urbana de mediados del siglo XVIII, conformó un elemento adecuado para regular tanto la atracción por gestar toda una interacción social en los límites del espacio público y privado, como la protección de un fenómeno consolidado gracias a una creciente inserción en el sistema capitalista: la propiedad privada.
Lo cierto es que más allá de ciertos cuestionamientos con relación a las “rejas voladas” como aparecen en el libro de José Antonio Wilde16 por un hombre que se lastimó el brazo, o el caso de una mujer que casi pierde un ojo, la reja formó parte del “paisaje” de la ciudad, provocando también todo un encanto; el mismo Parish llegó a decir que: “cuando están pintadas de verde, son bastante más vistosas que en otras ocasiones, particularmente cuando se les cuelgan guirnaldas de hermosas plantas aéreas del Paraguay que viven y florecen aún sobre el frío hierro; uno se siente reconfortado con ellas”.17
La casona como modelo de vivienda colonial
Otro tema interesante respecto de las casonas coloniales lo introdujo el arqueólogo y arquitecto Daniel Schavelzon18 al analizar los 80 planos existentes en el Archivo General de la Nación correspondientes al período virreinal (1784-1792), de los cuales sólo de un tercio se había efectuado su reproducción en alguna publicación. Pero sin duda lo más inquietante fue comprobar que de las denominadas “casonas” de 2 o 3 patios, que fueron presentadas como el “modelo” de vivienda colonial, sólo existen 8 planos.
Con la arquitecta Alicia Novick19 nos propusimos indagar sobre la gestación de dicho “modelo” de vivienda colonial para comprender por qué, de la gama de viviendas disponible, se focalizó el estudio en uno de los casos, otorgándole un grado de generalización tal que al lector desprevenido le haría pensar que se trataba de la tipología más difundida en la ciudad.
Torre Revello20 planteó el problema del origen, afirmando que la filiación andaluza era innegable, mostrando las semejanzas y diferencias con las casas porteñas de antaño: “Una de las características principales de la casa antigua sevillana es el primer patio sobre el cual convergen las puertas de las habitaciones principales y cuyos muros se contornean con graciosos zócalos de azulejos, llenos de vistosidad y color/…/ La casa porteña en el aspecto señalado fue más recatada por faltarle en sus patios precisamente el azulejo que tanto brillo y esplendor da a los similares de Andalucía y de otros distintos lugares del Nuevo Mundo donde se labraron”. Buschiazzo, abrió un poco más el espectro, reconociendo que hubo un fondo andaluz, sobre todo a partir de “la aparición de rejas voladas, hechas con barrotes cuadrados y planchuelas de hierro de Viscaya”, sobre el cual se adicionaron aportes lusobrasileños y altoperuanos.
Con Buschiazzo empezaba a delinearse la idea de un modelo: “…si bien hubo muchas variantes, la gran mayoría de las casas habían adoptado para esa época un tipo de planta o distribución cuyo uso se prolongaría hasta comienzos de nuestra época, y cuyo origen se encuentra indudablemente en las zonas mediterráneas, en las que el patio es el elemento espacial dominante. Es la conocida casa de patio, segundo patio y huerta, con acceso por un zaguán a veces acodado con respecto al pasaje que comunicaba ambos patios, para evitar las vistas directas desde la calle. Al frente, uno o dos locales para negocios; las habitaciones privadas, en enfilada una tras otra; el comedor separando los patios, y al fondo, la cocina y el lugar común.”
Manuel Augusto Domínguez21 se propuso realizar una tipología de la vivienda porteña del siglo XVIII, diferenciando cuatro grupos:
Al primero lo denominó domus al que caracterizó como “la casona principal de varios patios, netamente clásico, con entrada a fauces, zaguán, un patio anterior pequeño (recuerdo del atrio), el comedor puesto de través (tablino), y el o los andrones (zaguanes) que vinculan patios”.
El segundo era la pequeña domus definida como “la vivienda de menor jerarquía, pero dedicada al uso exclusivo de sus dueños y a lo sumo complicada por la conversión de una sala en cuarto para uso comercial. La entrada se opera en forma directa o a través de un zaguán lateral que abre a un patio pequeño donde ventilan los ambientes. El tipo nace de la parcelación de los grandes solares en lotes de pequeña anchura”.
El tercero devenía de una fusión de tipos que denominó domus-ínsula en el cual “al exterior ábrense los negocios con sus anexos de viviendas y al interior se conservan los núcleos básicos de la domus, de una relativa amplitud todavía”.
El cuarto grupo se presentó como ínsula y “constituye un tipo de exclusivos móviles comerciales y se complica desde los pequeños núcleos de dos unidades hasta la pluralidad extraordinaria para la época, que ofrecen los altos de Escalada. Agrupo en esta categoría no sólo a los cuartos con aposento sino a todas las combinaciones que hagan predominar el móvil de lucro en la construcción de viviendas”.
En esta clasificación evidentemente se pretendió destacar dos tipos bien definidos: domus e ínsula, de los cuales a su vez por pureza tipológica —que se hizo arrancar en tiempos remotos con la “casa pompeyana”— se destacaba la domus.
¿A qué se debió semejante esfuerzo teórico? Todo parece indicar que en las primeras décadas del siglo XX se generó un fuerte movimiento nacionalista que temía por la disolución de sus raíces frente al creciente cosmopolitismo que depararon las corrientes migratorias.
En ese momento el pasado de larga duración cobró un nuevo sentido: en el discurso historiográfico se pasó del criterio de “ruptura” con el orden colonial, vigente en las primeras construcciones intelectuales de nuestra identidad que tuvo su hito en las historias sobre San Martín y Belgrano de Bartolomé Mitre, al criterio de las “continuidades” que buscó las filiaciones más lejanas en nuestro escenario cultural, que en materia de vivienda se vinculaba con lo aportado por el sistema colonial. Búsqueda de raíces que demostró la heterogeneidad vigente, pero que en ese momento había que circunscribir a aquello de lo “colonial” que de alguna manera había perdurado en el tiempo pese a ciertas modificaciones.
En el filo de los siglos XIX y XX, dos tipos de viviendas muy difundidas en los sectores populares fueron la “casa-chorizo” y los “conventillos”. ¿Cómo obtener su filiación colonial?
Para explicar el surgimiento de la tipología de las “casa-chorizo” se recurrió como argumento a la partición al medio de una casona colonial de tres patios —la domus—, originando 6 unidades de viviendas (los actualmente llamados propiedad horizontal o simplemente “PH”), de allí que todavía se haga mención al “medio patio” como dando a entender que la “otra mitad” se haya en la vivienda lindante.
Paradójicamente la “casa-chorizo” tuvo su mayor difusión en los barrios que fue creando la expansión demográfica, donde nunca había llegado el trazado colonial, y a lo sumo era ámbito de casas quintas o cascos de chacras. A su vez el “conventillo” en tanto formación de unidades habitacionales múltiples y de reducidas dimensiones se lo hizo derivar del tipo ínsula, con sus diminutos “cuartos de alquiler”. De esta forma se dotaba a la vivienda porteña del período de una identidad más sólida al insertarla en una trama cultural sostenida en el tiempo.
La posibilidad de subdividir una casona colonial en varias unidades habitacionales fue una propuesta inmobiliaria concreta, que podemos apreciar en anuncios de la revista Caras y Caretas, pero sin duda fue una alternativa para contados casos, en tanto en el período colonial las mismas formaban parte de un escaso muestrario radicado en el centro de la ciudad.
Las “representaciones” o “imaginarios” urbanos nos invitan a trascender la materialidad física para internarnos en los complejos senderos de las construcciones simbólicas de una sociedad, esto es en su cultura más profunda. El contexto de las Invasiones Inglesas, en el caso de las argumentaciones respecto a las rejas, y el contexto de las grandes corrientes migratorias con relación a la conformación de todo un modelo de vivienda colonial, nos ilustran claramente de las operaciones intelectuales que contínuamente realizamos, en última instancia para lograr una mayor comprensión del momento que vivimos. 2
Bibliografía
1 ASCARATE DU BISCAY (1657) “Relación de los viajes de Monsieur Ascarate du Biscay al Río de la Plata, y desde aquí por tierra hasta el Perú, con observaciones sobre estos países”. Traducida por Daniel Maxwell en: NAVARRO VIOLA, Miguel; QUESADA, Vicente G. (Dir), “La Revista de Buenos Aires”, Buenos Aires, Imprenta de Mayo, 1867.
2 MORALES, Carlos María “La Edificación”, artículo inserto en la edición del Censo General de Población, Edificación, Comercio e Industrias de la Ciudad de Buenos Aires, correspondiente al año 1904, impreso en Buenos Aires en 1906 por la Compañía Sud-Americana de Billetes de Banco.
3 Disposición del Intendente De Paula Sanz del 23 de Noviembre de 1784.
4 MORALES, Carlos María, op. cit.
5 BUSCHIAZZO, Mario J., “La Arquitectura Colonial” en “Historia General del Arte en la Argentina” (pp. 185). Buenos Aires, Academia Nacional de Bellas Artes, 1982.
6 TORRE REVELLO, José, “La Casa en Hispano-América”, pág. 18.
7 GIUNTA, Rodolfo; GAMONDES, María Rosa, “La Reja – Funciones respecto al adentro y el afuera”. Ponencia presentada en el Encuentro Multidisciplinario “Imagen, Texto y Ciudad” organizado por la Facultad de Arquitectura, Montevideo, República Oriental del Uruguay, del 27 al 29 de Septiembre de 1991.
8 HAIGH, Samuel, “Sketches of Buenos Ayres, Chile and Peru”. London, Effingham Wilson, 1831. (Versión española de Carlos A. Aldao en edición de La Nación, Buenos Aires, 1920).
9 BRACKENRIDGE, H.H., “Voyage to South America”, performed by order of the American government in the years 1817 and 1818 in the Frigate Congress. London: John Miller, 1820. Versión española de Carlos A. Aldao en la edición de América Unida, (tomo I°, pp. 247), Buenos Aires, 1927.
10 MIERS, John, “Travels in Chile and la Plata”, including accounts respecting the Geography, Geology, Stadistics, Government, Finances, Agriculture, Manners and Customs, and the Mining Operations in Chile. Collected during a residence of several years in these countries, London, Baldwin, Cradock and Joy, 1826.
11 SKOGMAN, C. , “Viaje de la fragata sueca “Eugenia” 1851-1853”, (pp 61/71). Buenos Aires, Solar, 1942.
12 BEAUMONT, J.A.B., “Travels in Buenos Ayres, and the adjacent provinces of the Río de la Plata with obsevations, intended for the use of persons who contemplate emigrating to that country; or enbarking capital in its affairs”. London, James Ridway, 1828.
13 PARISH, Woodbine, “Buenos Ayres and the Provinces of the Rio de la Plata”, London, J. Murray, 1852.
14 PARISH, Woodbine, op. cit.
15 MARTÍNEZ ESTRADA, Ezequiel, “La Cabeza de Goliat”.
16 WILDE, José Antonio, “Buenos Aires desde setenta años atrás”, Buenos Aires, Imprenta de Mayo, 1881.
17 PARISH, Woodbine, op.cit., pp. 104.
18 SCHAVELZON, Daniel, “La casa colonial porteña. Notas preliminares sobre tipología y uso de la vivienda”. En “Medio Ambiente y Urbanización”, año 11, N° 46. Buenos Aires, IIED-AL, 1994
19 NOVICK, Alicia; GIUNTA, Rodolfo “La casa de patios y la legislación urbanística. Buenos Aires a fines del siglo XVIII”. En “Medio Ambiente y Urbanización”, Año 12, N° 47-48. Buenos Aires, IIED-AL, 1994.
20 TORRE REVELLO, José, op. cit.
21 DOMÍNGUEZ, Manuel Augusto, “La vivienda colonial porteña”, en “Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas”, N° 1.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año II – N° 6 – Octubre de 2000
I.S.S.N.: 1514-8793
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Categorías: ARQUITECTURA, Vivienda, Cosas que ya no están
Palabras claves: colonial, rejas, portones, estética, casona
Año de referencia del artículo: 1800
Historias de la Ciudad. Año 2 Nro6