¿Qué porteño puede manifestar que nunca comió pan dulce? Tal vez existan muchos que afirmen que no les agrada, pero para ello en algún momento tuvieron que probarlo. Durante once meses del año este elemento está alejado de todos los hogares para tener su pico de comercialización en las fiestas navideñas. Pero… ¿cómo llegó el pan dulce a Buenos Aires?
Antes de dilucidar esta pregunta es menester remontarnos a fines del siglo XV, cuando en Milán el poderoso duque Ludovico María Sforza quiso festejar una Nochebuena con una comida especial. Su cocinero de entonces llamado Antonio, “Toni” para sus más allegados, preparó para los postres una mezcla compuesta de huevos, pasas de uva, azúcar, fruta abrillantada, manteca y harina de trigo. No bien el duque probó esta “invención” de su cocinero quedó prendado, al igual que sus invitados, quienes aprobaron “el pane Toni”, denominación que a través del tiempo la deformación lingüística transformó como actualmente se conoce en toda Italia y por parte de todos los italianos que habitan la Tierra, en “il panettone”.
A esta parte de Sud América llegaron dos italianos de origen lombardo, que como todos los inmigrantes de la península, incorporarían sus conocimientos para engrandecer el país. Se trataba de Giuseppe Reibaldi y Angelo Gandini, quienes en el año 1875, instalaron una pequeña pastelería en el local de Corrientes 901, esquina Suipacha. A poco, sus productos merecieron la aprobación de sus clientes quienes llegaban desde los barrios más apartados hasta el centro, en busca de las deliciosas confituras.
Cuando Reibaldi y Gandini presentaron su “pan dulce” como un elemento comestible especial para las festividades de todo fin de año, el éxito fue tal que no daban abasto para su fabricación y expendio.
El feliz resultado del negocio, permitió a Reibaldi y Gandini concretar, a principios del siglo XX, la inauguración de un nuevo edificio en el mismo lugar, incorporando modernas máquinas y nuevos hornos. Con ello también ampliaron sus rubros, ya que en el primer piso, al cual se llegaba en ascensor, instalaron un coqueto lugar que promocionaron con la denominación “Modern Salon”. Estaba “destinado exclusivamente para el servicio de señoras y familias” en el que nuestras damas hallaron excelente y confortable sitio de descanso para después de sus excursiones de paseo o compras en la populosa metrópoli.
El alejamiento de la firma por parte de Gandini en el año 1917, permitió a don José incorporar a su hijo Juan como socio. A poco, Juan Reibaldi sin dejar la sociedad, fue designado intendente del partido de General San Martín, ocupando ese cargo en mayo de 1918.
Don José Reibaldi
A pesar de tener su confitería en pleno centro de la ciudad, don José Reibaldi residía en la ciudad de San Martín. El 24 de mayo de 1897 compró a don Eliseo Marenco una casa quinta que este había adquirido en 1883 a don Manuel Bilbao. Reibaldi realizó esta operación en condominio con doña Lorenza Garelli de Granilla, una cantante que fuera asidua concurrente de su pastelería.
En dicha quinta residió, invitado por Reibaldi, el gran poeta y escritor nicaragüense Rubén Darío, quien en su autobiografía manifiesta que “su llegada a San Martín fue para escaparle a unos amores”. Durante su estadía compuso allí su soneto “A Margarita”.
En 1903, Reibaldi vendió su parte a su socia y adquirió otra quinta ubicada en Coronel Mom 34, la que vendió en 1911 para trasladarse a la Av. 9 de Julio 25, siempre de San Martín.1
Don José amasó una gran fortuna, paralela a su pan dulce, y cuando la Municipalidad de San Martín debía proponer un nuevo impuesto, era menester de acuerdo con la Ley Orgánica de Municipalidades contar con la aprobación de los mayores contribuyentes del partido y es allí donde Reibaldi hacía valer su opinión.
Fin de la confitería
La prosperidad de la pastelería, mientras tanto, no decaía y el “Modern Salon” era el lugar de cita de lo más selecto de la sociedad porteña. Ello parecía que sería un hecho cotidiano, pero la llegada de la década del ‘30 encontró a los habitués de la calle Corrientes angosta con el hecho concreto de la modificación de la línea municipal que hacía desaparecer todos los frentes de los edificios construidos sobre la vereda de los números impares, desde Leandro N. Alem hasta Callao. Con ello, don José Reibaldi sabía que el edificio de su pastelería sería derribado y ello lo afectó tanto que no quiso ver desaparecer la obra a la que había dado todas sus energías y falleció el 12 de junio de 1933.
Había desaparecido de la escena porteña el introductor de nuestro tradicional pan dulce, origen de una gran industria, extendida luego a todo el país. A su muerte, Reibaldi dejó un legado de 50.000 pesos a beneficio del Hospital Municipal, que había sido su casa. Su viuda, Rosa Ferrante, llevó a los hechos su resolución disponiendo la construcción de una Sala de Maternidad y contribuyendo con 5.000 pesos más, para dotar a la misma de todos sus elementos: camas, mesas de luz, ropas, etc.
En dicha sala de maternidad, que lleva hoy el nombre del donante, existe su fotografía, aunque muy pocas personas saben de quién se trat y de la obra realizada y menos aún, que don José Reibaldi fue el verdadero introductor del pan dulce, ese imprescindible elemento básico de las fiestas navideñas.
Notas
1.- Por coincidencia, en la actualidad esos sitios públicos están ocupados respectivamente, por el Hospital Municipal Diego E. Thompson, el cementerio y la Comisaría 1° de la ciudad de San Martín.
Información adicional
Año VII – N° 37 – agosto de 2006
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: PERFIL PERSONAS, VIDA SOCIAL, Bares, Café, Costumbres
Palabras claves: Pan Dulce, Confitería, Centro, Cocina, Comidas, Navidad
Año de referencia del artículo: 1875
Historias de la Ciudad – Año VI Nro 37