El sistema de provisión de agua para consumo de la población antes de instalarse el servicio de aguas corrientes es bastante conocido y relatado en los textos escolares. Los aguateros se encargaban de esta tarea tomándola del río para distribuirla con sus carritos a caballo, legendarios vehículos que llevaban campanitas y leyendas humorísticas, como “sin mí no hay leche ni vino”. El río, muchas veces receptor de desperdicios y animales muertos, no ofrecía una materia prima muy saludable y para colmo de males, algunos de estos “aguadores” no se internaban lo suficiente para recogerla: lo hacían muy cerca de la costa donde se arremolinaban las basuras. Esto, sumado a su alto precio, daba como resultado un agua sucia y cara.
Otras fuentes de provisión eran los pozos y aljibes1, cuyos contenidos tampoco se salvaban de la contaminación. De los pozos de balde no se obtenía otra cosa que un líquido turbio y salobre, mientras el agua de lluvia era “capturada” en los aljibes, en cuyas profundidades se acostumbraba alojar un simpático huésped para que se encargara de mantenerlos limpios: una tortuga. Así las cosas pocos años después de la Revolución de Mayo, cuando la población porteña ascendía a 51.779 personas, según el censo de 1815 practicado por el Cabildo.2
Los intentos de Rivadavia
Las ideas progresistas de Rivadavia, como ministro del gobernador Martín Rodríguez, impulsaron la realización de una serie de obras con el propósito de mejorar el estado general de la ciudad, y garantizar su seguridad, poblando las fronteras. En dicho sentido, propició la gestión de un empréstito en Londres que fue concedido por la casa Baring Brothers en 1822 destinado al financiamiento de la construcción del puer- to de Buenos Aires, la fundación de pueblos en la frontera indígena del sur de la provincia y la instalación de un servicio público de aguas corrientes y desagües para la ciudad.
Luego de su asunción como Presidente en 1826, dichas obras parecían encaminarse hacia su realización. Más aún cuando, en ejercicio de su cargo, propició la contratación del Ingeniero Hidráulico Carlos Enrique Pellegrini, quien arribaría a nuestras costas dos años más tarde. A pesar de que Rivadavia ya no estaba en el gobierno, le fueron encargados varios proyectos y en agosto de 1829 presentó el que se refería al suministro de “agua clarificada a la ciudad de Buenos Aires”. Sin embargo, las urgentes necesidades de la guerra con el Brasil desviaron aquellos recursos y las obras para la provisión de agua y construcción de drenajes, quedaron en la nada.
Ante estos acontecimientos, Pellegrini debió acometer otros menesteres para sobrevivir. Había partido de Europa confiado en la fuerte inversión de capital que había hecho la Baring, pero las circunstancias políticas de un país en ebullición lo llevarían por otros caminos.
Creemos interesante reseñar sumariamente su proyecto. Consistía en realizar las obras indispensables para “purificar la misma agua del Plata, subirla mecánicamente encima del nivel de la ciudad, y después repartirla a los aguadores en distintos Cuarteles”. Su ejecución estaría a cargo de una sociedad de accionistas y la única base que sustentaba sus cálculos para determinar los capitales que se le pedirían a los inversionistas era, según sus propias palabras, “la certidumbre de que sus esperanzas no quedarán frustradas”. Así de arriesgado era el asunto.
Para levantar la casa de bombas, eligió la “entrada de la calle Balcarce” junto al Fuerte, lugar de fácil acceso al río; las aguas serían purificadas mediante “grandes aljibes o depósitos de asiento” formados por importantes filtros de capas superpuestas de arena pura de río, polvo de carbón y tablas cribadas. El área de distribución se limitaría, en un principio, al sector más poblado de la ciudad, más precisamente “a un solo cuartel o lugar, por ejemplo la Plaza 25 de Mayo y en la entrada de Balcarce, existiendo la posibilidad de que el Gobierno conviniese con la Compañía para alimentar una o dos fuentes públicas destinadas al riego y aseo de las calles y mercados, al mismo tiempo que serviría de adorno de la ciudad”. Estas obras fueron presupuestadas en 20 mil pesos fuertes.
Una Comisión nombrada por el gobierno para expedirse sobre el asunto, redactó un informe a fines de 1830, que en el aspecto técnico era favorable al proyecto, pero presentó algunos cuestionamientos de tipo económico y financiero, en el sentido de que los gastos deberían calcularse con mayor precisión.
¿Agua de río o de pozo?
Durante el trámite de este asunto, Pellegrini mantuvo una polémica con Prilidiano Pueyrredón que sustentaba la idea de recurrir a otra fuente de aprovisionamiento: el pozo artesiano hallado en Barracas al Norte. Su intención era construir un tanque elevado junto a ese pozo y desde allí comenzar la distribución a la población. Pellegrini, por su parte, insistía en el bombeo del agua desde el río. Sin embargo, contrariando su propio pensamiento se dio a la tarea de cavar un pozo en una isleta de tosca situada al sudeste de la ciudad. Al día siguiente de iniciados los trabajos, la excavación “dio un agua cristalina, fresca y abundante”, lo que fue observado con recelo por las lavanderas que ya se veían desalojadas del lugar. Estas mujeres comenzaron a quejarse alegando que “el agua alumbrada cortaba el jabón”, por lo que se resolvió enviar para su análisis una muestra al boticario, señor Ferrario, quien la declaró “potable a pesar de contener mayor cantidad de sulfato de cal que el agua superficial del río”.3 Aún cuando todo esto fue favorable a Pellegrini, el expediente durmió largo tiempo en los despachos para, finalmente, quedar olvidado en los archivos oficiales.
Con el trabajo perdido y en medio de las luchas y desencuentros políticos en que se debatía el país, Pellegrini para subsistir, debió echar mano a su habilidad como pintor y retratista, artes que practicaba como aficionado en sus ratos libres. Pero su innegable talento enseguida lo catapultó hacia los coquetos ambientes de Buenos Aires. Su popularidad en tal sentido fue muy pronto manifiesta a la par que se acrecentaron los encargos. Sus pinturas fueron muy bien apreciadas y lo son hoy, pues están íntimamente ligadas a la historia de nuestra ciudad.
Proyecto Molino de San Francisco
A pesar de estos contratiempos, Pellegrini no cejó en sus intentos de iniciar un servicio de agua potable para la ciudad, y en 1850, en pleno gobierno de Juan Manuel de Rosas, se asoció con Blumstein y La Roche, propietarios del Molino de San Francisco situado en la bajada de Santa Clara (hoy Alsina y Paseo Colón).4 Este establecimiento estaba dedicado a la molienda de cereales y su esbelta chimenea, que daba a la calle Balcarce, lo hacía el edificio más alto de la ciudad. Más adelante se construiría una torre de ladrillos para sostener un pequeño depósito de agua, todo debido a las ideas de Pellegrini, quien de esta forma volvió a su proyecto original de iniciar el bombeo de agua desde el río.
Blumstein y La Roche expu-sieron al gobierno los sacrificios y los enormes gastos que habían realizado durante un año y medio de trabajo, a los que se agregaron nuevos desembolsos, porque un temporal había socavado las bases de la construcción. Sin embargo —señalaban— por vía de ensayo, pudieron “levantar el agua a 110 pies de altura extrayéndola por conductos desde una cuadra adentro del río”. En realidad, ello no constituía una provisión de agua potable, sino su almacenamiento en el depósito para venderla allí a los aguateros. Éstos, en definitiva, la revendían en la ciudad y muy cara. Al final de la carta, tímidamente, Blumstein y La Roche ponían la empresa bajo el auspicio del gobierno de Rosas sin atreverse a pedir apoyo ni subvenciones.5
Nuevo proyecto Molino de San Francisco
Después de la batalla de Caseros, volvieron sobre lo mismo, esta vez con una extensa nota que llevaba también la firma de Pellegrini. La dirigieron al Presidente de la Honorable Sala de Representantes con la esperanza de que el cambio político habría de acoger positivamente sus ideas. El proyecto era, sin dudas, obra de Pellegrini y contenía cambios con respecto al elaborado en tiempos de Rivadavia. Ahora proponía utilizar máquinas de vapor para bombear el agua desde el río hasta el molino. Allí serían purificadas y conducidas por caños subterráneos desde pequeños depósitos. Como dichas máquinas debían traerse desde el exterior, solicitaban la exoneración de los derechos de importación, una garantía de exclusividad por quince años para la comercialización de esas aguas purificadas y la concesión de la porción de tosca y playa junto al río que enfrentaba a su molino. Ofrecían, por su parte, agua gratuita al Estado para casos de incendio.
Si bien este proyecto tampoco se vio concretado, por primera vez se mencionan cañerías para la distribución del agua y pequeños depósitos de reserva.6
A mediados de la década de 1850, los límites de la ciudad estaban dados por el Río de la Plata, el arroyo Maldonado, las calles Rivera (actual Córdoba), Medrano, Castro Barros, Boedo y el Riachuelo. Esto hacía una superficie de alrededor de 4.500 hectáreas habitadas por 90.076 personas, según el censo levantado el 17 de octubre de 1855.7
En 1856 quedó instalada la Municipalidad de Buenos Aires. Los antecedentes legislativos relacionados a su creación sólo mencionan tímidamente el tema del agua para consumo de la población. Apenas se hace referencia a la conservación y reparación de los surtidores de agua potable a cargo de la Comisión de Obras Públicas.8 Las sucesivas leyes que se dictaron con el correr de los años, salvaron dicha omisión, que-dando claramente establecido el carácter municipal de este servicio.9 Sin embargo, no será la Municipalidad la que tenga el honor de llevarlo adelante, como se verá después.
Estudios y proyectos
Ni bien la comuna porteña entró en funciones, comenzaron algunos intentos dentro de su ámbito para la obtención de la ansiada “agua clarificada”. Paralelamente, el Ing. Pellegrini y los señores Blumstein y La Roche volvieron a insistir con su idea. Pero lo hecho por ellos en el Molino de San Francisco despertó el interés de otros que vinieron a engrosar la fila de aspirantes a realizar la obra.
El 26 de febrero de 1857, después de anular un contrato que tenía firmado con la Sociedad Bragge y Cía., el gobierno provincial llamó a concurso y un buen número de personas se presentó con sus proyectos y carpetas, proponiendo surtir agua para consumo de la población tomándola del Río de la Plata, hacia el norte, filtrándola y distribuyéndola de forma tal que se asegurara una provisión constante, es decir manteniendo los caños llenos a toda hora. También fijaban una extensión de tiempo para la iniciación y gradual adelanto de las obras y el monopolio durante su ejecución. Ese lapso variaba, según las propuestas presentadas, entre diez y noventa y nueve años. Todos ofrecían, además, despachar agua gratis para uso público (fuentes, incendios, etc.) y ventajas menores expresadas en cada proyecto.10
Entre los proponentes se destacaba el inglés Guillermo Davies, que ya en 1853 había hecho su primera presentación ante el gobernador Pastor Obligado. Ofrecía traer el agua “a vapor” desde la confluencia de los ríos Paraná y Uruguay y llevarla hacia la ciudad a través de conductos subterráneos que recorrerían el subsuelo de las calles empedradas. Múltiples ramificaciones de cañerías la harían llegar a todas las casas, con lo que las mujeres no tendrían que ir al río a lavar, especulaba cándidamente. Según sus cálculos, los sectores hasta donde llegaban los empedrados estarían surtidos de agua potable en 10 años.11
A estas presentaciones se agregaría otra de naturaleza muy distinta. En efecto, en mayo de 1857, un grupo de ciudadanos y residentes extranjeros se dirigió al gobierno provincial sugiriendo que las obras para la provisión de aguas corrientes se pusieran a cargo de la Municipalidad de Buenos Aires. A su vez y siempre que fuera necesario, estaban dispuestos a encabezar una sociedad destinada al suministro de los fondos para ejecutarlas.
Reunidas todas las propuestas, la autoridad dispuso convocar a dos importantes profesionales para analizarlas y elaborar un dictamen. Eran el Dr. José Roque Pérez, nombrado asesor especial por el propio gobierno, y el ingeniero civil Juan Coghlan, que ya se venía desempeñando dentro del mismo ámbito. El primero elaboró su informe el 13 de noviembre de 1857 rechazándolas de plano. “Diré entonces francamente que ninguna de las proposiciones hechas llena su objeto, que todas, si bien tienden a obtener un privilegio, ninguna detalla la forma y modo de ejecución, ni garantiza los efectos de la obra que pretende emprender”, expresaba en uno de sus párrafos. ”Diré más, que ninguna de ellas está basada en los prolijos estudios que obra semejante requiere, y que la misma facilidad con que alguno se presenta prestándose al pago de grandes sumas a favor del erario, o de fuertes patentes, está mostrando que realmente no se intenta practicar obra tan grande, sino tener un privilegio para enajenar, hágase o no se haga la obra después”.
Con estos lúcidos y contundentes argumentos, desenmascaró a los especuladores que sólo miraban el beneficio propio, pero vio con buenos ojos que se encargara la ejecución de estas obras a aquellos ciudadanos y residentes extranjeros que se habían presentado ante el gobierno ofreciendo los capitales necesarios. “Lo que ellos indican y proponen es lo único admisible; y ni eso debería hacerse sin la concurrencia de la Municipalidad, como que se trata de cosas esencialmente municipales”, subrayó.
Finalmente, recomendó que se practicaran los estudios necesarios, se decidiera la mejor conveniencia entre el Estado o empresas particulares y se escuchara a la Municipalidad sobre su necesidad y urgencia.12
El ingeniero Coghlan, por su parte, si bien el 17 de mayo del año siguiente elevó un informe más extenso, donde hizo mención a lo que estaba ocurriendo en Inglaterra y los Estados Unidos y adhirió en general a los términos enunciados por el asesor especial. “Yo estoy enteramente de acuerdo con el espíritu de aquel informe” expresó.
Hizo una estimación del costo de los trabajos, que calculó en 75 mil libras esterlinas (algo así como nueve millones de pesos moneda corriente), y del precio del agua a proveer: 240 pesos anuales para el radio céntrico y 40 pesos para los barrios aledaños. Señaló las condiciones de salubridad que debían cuidarse en las ciudades: abundante provisión de agua, albañales que la atraviesen y viviendas sobre el nivel de sótanos y desaguaderos, la mayor parte como pequeños domicilios separados. Por último, creyó conveniente antes de concretar ningún contrato elaborar un proyecto técnico del estudio de niveles de la ciudad, como así también de las maquinarias, tipos y medidas de caños, receptáculos, filtros y otros elementos a emplear.13
Una Comisión Especial, creada por la Municipalidad para que se expidiera sobre el mismo asunto, elaboró su dictamen final el 17 de junio de 1859 e hizo suyas las conclusiones de Pérez y Coghlan. De este modo, se declaró relevada de “una ardua tarea”, puntualizando que: “Los informes que ellos presentaron son verdaderamente luminosos, bajo el punto de vista económico, y el del discernimiento de los medios preferibles de realizar una mejora de tan trascendente importancia”.
Las propuestas concretas fueron: que la Municipalidad pidiera al gobierno provincial acordar con el Ing. Coghlan la confección de los planos y presupuestos, y después de aprobados, una comisión de vecinos quedara encargada de supervisar la obra.14 A partir de entonces, Coghlan quedó ligado a los planes hidráulicos de la provincia. Este ingeniero nacido en Irlanda, había venido a Buenos Aires en 1857 para ocuparse de la construcción de ferrocarriles, pero anteriormente había pasado un tiempo en Francia trabajando en obras de desagües y cloacas. Allí lo contactó Baring Brothers y lo recomendó al Estado de Buenos Aires.
Cólera y nuevo intento
Durante el transcurso de 1867, año aciago para los porteños por la aparición del cólera, la Municipalidad se vio obligada a tomar una serie de medidas para controlar el flagelo. Una de ellas fue nombrar una nueva Comisión Especial para un proyecto provisorio de provisión de aguas corrientes hasta tanto se encarara una obra mayor. Aunque todavía se seguía debatiendo si debía estar en la órbita municipal o del Estado provincial. El Ingeniero Nicolás Canale fue incorporado a dicha Comisión el 1º de julio y se le encomendó conducir lo más pronto posible 2.500 pipas diarias de agua del río a las plazas principales para expenderla depurada y limpia a los aguadores.
¿En qué quedaría todo esto? Nos lo dice el propio Canale: “Cuando ya tenía mucho trabajo adelantado a este respecto, sobrevino la renuncia de esta Corporación luego del tumulto popular y la intervención de Alsina y sus ministros”.15 Se trataba de la irrupción de grupos adictos al Gobernador Alsina encabezados por su ministro Nicolás Avellaneda, que responsabilizaban a la Municipalidad por la falta de medidas higiénicas y denunciaban escándalos y supuestos fraudes de sus integrantes. La violencia de aquella manifestación provocó la renuncia de todos los miembros de la Municipalidad y su presidente, Juan B. Peña.
¡Agua clarificada al fin!
Buenos Aires sufría los embates del cólera y nada en concreto se había realizado para obtener la tan deseada agua filtrada. El 23 de diciembre de 1867, inmediatamente después de producida la renuncia de los municipales, el Gobierno de la Provincia creó una Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado, designando presidente a Coghlan. Ya se había instalado definitivamente la idea de que la comuna porteña no podía hacerse cargo de una obra de tamaña envergadura. Y no por su incapacidad; más bien por los continuos enfrentamientos con la autoridad provincial. Lo cierto era que la gestión municipal recibía enormes interferencias, muchas de índole política, de modo que se mezclaban los conflictos que generaba esta situación con los temas puramente municipales que necesitaban urgente solución.
El 11 de marzo de 1868, con Valentín Alsina todavía en la gobernación, se aprobó el programa propuesto por Coghlan que contemplaba la provisión de agua para 960 cuadras de la ciudad, más los distritos de La Boca y Barracas. Ello demandaría una inversión de 3.292.000 pesos fuertes repartidos en cinco años, tiempo estimado para la realización de los trabajos. Finalmente, el 7 de febrero de 1868 se autorizó el primer presupuesto que ascendió a 49.226 libras esterlinas, equivalentes a 6.030.485 pesos moneda corriente. El préstamo, provino del Ferrocarril del Oeste, principal interesado por su necesidad de agua limpia para las locomotoras. Hasta ese momento la obtenían de los pozos, que era salobre y las dañaba. Así fue como un tramo de las cañerías de distribución llegaría hasta el Parque de Artillería (hoy Plaza Lavalle), en cuyas inmediaciones se encontraba la Estación del Parque, lugar actualmente ocupado por el Teatro Colón. El agua extraída del río, sería decantada, filtrada y distribuida mediante surtidores públicos ubicados en lugares cercanos a hospitales, mercados, instituciones públicas, etc., generalmente plazas. Como puede apreciarse, el proyecto era muy reducido pues se limitaba a servir a una pequeña área del centro. La mayoría de la población, que en esos años rondaba las 180.000 almas, debía llevar sus recipientes hasta esos surtidores para proveerse.
Así se llegó al 4 de abril de 1869, día en que fue librado al público el primer servicio de aguas corrientes en Buenos Aires. La toma se ubicó en el bajo de La Recoleta, frente a la quinta de Samuel Hale. Dos caños de hierro fundido se internaban 600 metros en el río y traían el agua a tres depósitos de decantación de 20.000 metros cúbicos de capacidad. Tres filtros purificaban 5.400 metros cúbicos por día. Trabajaban dos bombas a vapor: una para extraerla del río y conducirla hasta los depósitos de decantación, y otra para llevarla ya tratada hasta el tanque elevado que se había instalado en la Plaza Lorea. Este último que era de hierro, tenía 43 metros de altura y 2.700 metros cúbicos de capacidad. Las cañerías de hierro fundido alcanzaban las 12,5 millas de longitud y en distintos tramos de su recorrido se encontraban los surtidores públicos.16 En el bajo de la Recoleta se habían instalado las maquinarias, los filtros y demás implementos y luego se construiría el edificio que, modificado por el Ing. Bustillo en 1933, ha llegado a nuestros días como sede del Museo Nacional de Bellas Artes.
Para finalizar, apuntemos que en 1870, a un año de iniciado el servicio, las cañerías de agua potable estaban conectadas a 1.200 casas. Y en 1871, la cantidad de viviendas servidas era de 1.450. Sin embargo, en este último año no pudo evitarse la terrible epidemia de fiebre amarilla que azotó a Buenos Aires durante cinco meses fatales. Pero esa es otra historia.
NOTAS:
1 El primer aljibe instalado en Buenos Aires, fue construido en 1759 en la casa de Domingo Basavilbaso, creador del correo en nuestro medio. Esta finca se ubicaba en las actuales Belgrano entre Balcarce y Paseo Colón. (ENRIQUE GERMÁN HERZ, “Historia del agua en Buenos Aires”, Cuaderno de Buenos Aires LIV, M.C.B.A., 1979.).
2 ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN, ”Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires”, Sesión del 5 de marzo de 1816.
3 OLGA BORDI DE RAGUCCI, “El Agua privada en Buenos Aires, 1856-1892”, Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1997.
ENRIQUE GERMÁN HERZ, Obra citada.
4 Blumstein y La Roche ya habían solicitado cinco años antes el privilegio para obtener agua filtrada por medio de una máquina de vapor. Si bien esto último significaba toda una novedad para la época, no obtuvieron ninguna respuesta del gobierno.
5 OLGA BORDI DE RAGUCCI, Obra citada.
ENRIQUE GERMÁN HERZ, Obra citada.
6 Ibidem.
7 NICOLÁS BESIO MORENO, “Buenos Aires. Puerto del Río de la Plata. Estudio crítico de su población. 1536-1936”, Buenos Aires, 1939.
8 EVOLUCION INSTITUCIONAL DEL MUNICIPIO DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES, Ediciones del H. Concejo Deliberante, Buenos Aires, 1963.
9 La Ley Orgánica de la Municipalidad de la Capital de la República Nº 1260 (texto ordenado), en su artículo 46, inciso 2º, dice que corresponde al Concejo “Proveer al establecimiento de aguas corrientes, usinas y servicios análogos, ya sea por cuenta del distrito o empresas particulares”.
10 Memoria Municipal 1859, “Dictamen del Ingeniero de Gobierno a su Excelencia el Sr. Ministro de Hacienda del Estado de Buenos Aires”.
11 OLGA BORDI DE RAGUCCI, Obra citada.
12 Memoria Municipal 1859, “Dictamen del Asesor Dr. D. José Roque Pérez”.
13 Memoria Municipal 1859, Informe del Ingeniero de Gobierno a Su Excelencia el Sr. Ministro de Hacienda del Estado de Buenos Aires.
14 Memoria Municipal 1859, “Dictamen de la Comisión Especial de la Municipalidad”.
15 OLGA BORDI DE RAGUCCI, Obra citada.
16 CONSEJO NACIONAL DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS Y TÉCNICAS, “El Palacio de las Aguas Corrientes”, Aguas Argentinas, Buenos Aires, 1996.
ENRIQUE GERMÁN HERZ, Obra citada.
OLGA BORDI DE RAGUCCI, Obra citada.
Información adicional
Categorías: Salud
Palabras claves: agua
Año de referencia del artículo: 2020
Historias de la Ciudad. Año I- N° 1 – agosto de 2007