En mayo de este año se cumplirá el bicentenario de la erección del curato de San José de Flores por el obispo don Benito de Lué y Riega y el visto bueno del virrey don Rafael de Sobremonte. Este acontecimiento y el inicio del loteo de las tierras dos años más tarde, dieron origen a la fundación de un pueblo que en 1810 se convirtió en cabecera de un importante partido de la provincia. Su jurisdicción era tan extensa que finalizaba por el oeste en la posta de Aguilera, actual estación Ciudadela y abarcaba media ciudad de Buenos Aires, incluyendo Belgrano, Núñez y Saavedra. El partido se extinguió en 1888, cuando fue incorporado a la capital y el pueblo de Flores, quedó reducido a simple barrio de la capital. Esta es la historia de las tierras de chacra que Hernandarias repartió en 1609, con los sucesivos propietarios hasta su fraccionamiento dos siglos después para convertirse en el pintoresco poblado de San José de Flores.
Introducción al tema
El documento en que Juan de Garay reparte las nuevas tierras vírgenes a los primeros habitantes de nuestra ciudad, un 24 de octubre de 1580, constituye el punto de partida de la propiedad urbana y rural de Buenos Aires y sus alrededores. Garay dividió la ciudad en cuadras. Cada cuadra, tenía generalmente 140 varas por lado y se dividía a su vez en cuatro cuartos de 35 varas de frente cada uno, u ocho solares de 17 1/2 varas, destinados a la edificación. Buenos Aires pasó así a tener la traza cuadriculada característica de las primeras fundaciones españolas de América.
Luego procedió a repartir las tierras linderas, que dividió en chacras para destinarlas a la agricultura, y estancias, para la ganadería. El fundador otorgó en esa oportunidad diversos tipos de mercedes, que así se llamaban las donaciones realizadas a favor de los nuevos pobladores.1 Como las tierras americanas pertenecían a la Corona, las mercedes eran concesiones reales en que los virreyes, gobernadores o sus tenientes, actuaban como delegados del rey. Se denominaban también suertes porque se otorgaban por sorteo sin elección ni preferencias individuales cuando se fundaba una nueva población. Los segundos repartos de tierras que estaban vacantes, en cambio, se hacían personales al concederse generalmente a pedido de nuevos interesados quienes invocaban para tal fin supuestos servicios prestados por ellos o sus ascendientes, por sus cargas de familia o simplemente por ser vecinos honrados y conocidos. Pero en muchos casos, la calidad de la persona era la determinante principal de las concesiones.2
Repartidas las cuadras y solares, Garay reservó, como estaba dispuesto, una extensa fracción para la futura expansión de la ciudad, “en tan competente cantidad, -decía el documento- que aunque la población vaya en mucho crecimiento, siempre quede bastante espacio adonde la gente pueda salir a recrear y salir los ganados sin que hagan daño”. Esta lonja de tierras de uso común, se denominaba ejido.
En el caso de Buenos Aires, nuestro ejido estaba limitado por las actuales avenida San Juan al sur; Arenales al norte y una legua hacia el oeste que cerraba el rectángulo así formado, con la avenida La Plata.
Dentro del actual territorio de la capital, Garay sólo concedió suertes de chacras. Así, las de la zona norte comenzaban en el Retiro y tenían un frente de 400 varas y un fondo de 6000, o sea una legua.3 Estas suertes se denominaban principales, pues tenían como punto de partida generalmente la ribera de los ríos, (de la Plata ó Riachuelo) mientras las tierras lindantes con los fondos, se llamaban de cabezadas. Estas últimas, por estar tierra adentro eran de menor valor y frecuentemente se otorgaban en donación a los propietarios de las chacras principales.
Las suertes de chacras o chácaras, terrenos laborables para cultivos, denominados también tierras de pan llevar se extendían a extramuros de la ciudad, al norte, sur y oeste del ejido y más allá, las estancias, fracciones más extensas y alejadas de los poblados, que se destinaban generalmente a la cría de ganados.
Hecha esta breve introducción, pasemos ahora a ocuparnos de las tierras que formaron la chacra y el futuro pueblo de San José de Flores y para ello tendremos que referirnos a la historia de los sucesivos propietarios de esta “suerte” repartida por Hernandarias en 1609.
El general Mateo Leal de Ayala
Era principios del siglo XVII, cuando un joven capitán español natural de Madrid, que había residido algún tiempo en Potosí, decidió establecerse en Buenos Aires trayendo del Alto Perú todo su capital, integrado entonces por unas 500 cabezas de ganado. Se llamaba Mateo Leal de Ayala.
Necesitando algunas tierras donde alojar sus vacunos y ovinos, tomó contacto con un viejo poblador, don Juan García de Tamborejo,4 propietario de una pequeña chacarilla a dos leguas de la ciudad que le había otorgado en merced el gobernador Torres de Vera y Aragón el 4 de junio de 1588.
Se trataba de una población, en el sentido de casa con arboleda, con una extensión de 300 varas de frente y legua y media de fondo, situada en el antiguo pago de la Matanza, que lindaba por la parte de la ciudad con una franja de tierras vacantes que se extendía hasta el ejido. En términos actuales, diremos que sus tierras estaban ubicadas al oeste de las avenidas Nazca-San Pedrito.
Este primer poblador, que fue el más antiguo propietario conocido de la zona, era un personaje interesante. Mientras otros avispados vecinos de la ciudad se dedicaban ventajosamente al contrabando de esclavos y mercancías que introducían violando expresas disposiciones reales, García de Tamborejo había preferido poblar una estancia a varias leguas de Buenos Aires con ganados “mayores y menores” y se ausentaba durante largas temporadas de la ciudad dejando a su esposa Teresa de Espíndola y a sus hijas para hacer frente solo a las frecuentes incursiones de los salvajes y a las inclemencias del tiempo.
Mateo Leal había “echado el ojo” a esta pequeña chacarilla que, bastante abandonada, estaba ubicada en el paraje denominado entonces la “Isla del Pozo”, y convino en que don Juan se la vendiera por 30 pesos de plata. La propiedad, con su frondosa arboleda era visible desde muy lejos, hacia el oeste del actual cementerio de Flores, en el sur de Floresta. Esta denominación de isla, se usaba entonces para señalar las formaciones boscosas rodeadas de tierras llanas y la “Isla del Pozo” fue la más antigua denominación que hemos encontrado para identificar entonces a la zona que estudiamos.
Al tiempo, cuando el viejo propietario “bajó” a la ciudad, extendieron escritura formal del predio ante escribano público, un 17 de febrero de 1609. Para entonces, ya Mateo Leal dedicado a sus turbios negocios, había obtenido en merced las tierras linderas hacia la ciudad, en el lugar donde dos siglos después se trazaría la planta del pueblo de San José de Flores.
Mientras Leal de Ayala se enriquecía, don Juan García de Tamborejo, que tuvo una larga vida, se encontró en sus últimos días viejo y achacoso y en la más absoluta indigencia. Así lo manifiesta en su testamento, donde rogaba que a su muerte, ocurrida en abril de 1646, por el “amor de Dios” le dijeran una misa de cuerpo presente rezada y lo enterraran en la Iglesia Catedral.5
Los repartos de tierras de 1609
Al comprar la chacarilla de García Tamborejo, Mateo Leal pasó a ser vecino de Francisco Pérez de Burgos y de Álvaro de Mercado, que eran los dueños de las propiedades que seguían hacia el oeste, en plena Isla del Pozo, aunque los predios no estaban bien delimitados y casi no existía población en los alrededores.
Fue por ello que a fines de 1608, llegaron hasta el lugar varios agrimensores nombrados por Hernandarias con el propósito de realizar un reconocimiento general de la zona. Ubicados sobre la chacra de Álvaro de Mercado, “donde comienza la Isla del Poso”, fueron midiendo desde allí los terrenos baldíos existentes hasta llegar al ejido de la capital.
Esta diligencia se hacía por decisión del gobernador criollo con el fin de terminar con todos los pleitos y pendencias que ocasionaban los vecinos por la incertidumbre sobre la verdadera ubicación y los rumbos con que debían medirse sus propiedades. El trabajo fue hecho en forma tan minuciosa y eficiente, que los mojones colocados en esta oportunidad fueron utilizados como referencia en siglos posteriores para todos los litigios sobre tierras.
Luego de mensurar y deslindar las tres chacras de Mercado, Pérez de Burgos y Mateo Leal, los amojonadores declararon que la “demás tierra que hubo hasta el exido, Su Señoría la declaró por libre para hazer merced della en nombre de Su Magestad”
Y así, en los primeros meses de 1609, Hernandarias procedió a repartirlas a pedido de diversos funcionarios y vecinos, correspondiendo el centro del actual barrio de Flores en una extensión frontal de 500 varas, a nuestro conocido, el capitán don Mateo Leal de Ayala. Desde Flores hasta el ejido se concedieron además, otras 500 varas a Felipe Navarro, 500 a Bernardo de León, 500 a Domingo Griveo, 300 a Juan de Vergara y 300 a Pedro Hurtado de Mendoza. Para dar una idea de su ubicación, señalaremos que sobre la actual avenida Rivadavia, estas suertes comprendían desde Flores hasta el corazón del barrio de Caballito. En el mismo reparto se entregaron también tierras vacantes desde Barracas hasta Pompeya, en el denominado “pago del Riachuelo” y cuya historia escapa al tema de este trabajo.
En cuánto a las tierras concedidas a Mateo Leal, su documento de merced, fechado el 9 de enero de 1609, menciona sus servicios, requisito indispensable para otorgar el gobernador la donación. En su caso no se fundaba ni en hechos gloriosos ni en hazañas memorables. Para Hernandarias, Mateo Leal era simplemente un “bueno y leal vassallo”, que servía al rey con sus armas y caballos y cuyo principal mérito consistía en haber traído desde el Alto Perú aquellas 500 cabezas de ganado con que ayudó “a la población y aumento desta ciudad”. Atento, dice el documento, a que no poseía tierras suficientes para trabajar, y “que las que teneys son compradas con vuestro dinero”, el gobernador le hacía merced en nombre de Su Magestad de 500 varas con frente a la barranca del Riachuelo, de “esta banda”, con legua y media de fondo: “que linda con chacara donde al presente estays poblado, que compraste de Joan García Tamborejo, desde la dicha linde hasta una cañada que está junto a la dicha vuestra chacara corriendo para esta de la ciudad, la qual dicha cañada os doy por mojón y linde y unas barranqueras que están sobre la dicha cañada…”6
Para entonces, ya Mateo Leal había comenzado su carrera política: era alguacil mayor de la ciudad y al año siguiente formó parte del Cabildo con voz y voto, desempeñándose con escrupulosa mesura y honradez, razones que pesaron años más tarde, para su nombramiento como teniente de gobernador. Fue entonces cuando demostró una desmedida ambición, aflorando una personalidad desconocida. Soberbio y prepotente, don Mateo destituyó a muchos funcionarios que no le eran obsecuentes, atrayéndose con sus arbitrariedades, el odio de buena parte de la población.
Se asoció Ayala con don Juan de Vergara, con el poderoso tesorero real Simón de Valdés y con un opulento comerciante judeo-portugués, don Diego de Vega y juntos practicaron el contrabando de negros y mercancías en tan grande escala que consiguieron rodearse de toda clase de lujos y comodidades, afianzando al mismo tiempo sus riquezas con la posesión de grandes extensiones de tierras cercanas a la ciudad.
El 17 de mayo de 1614, Mateo Leal compró 900 varas en la Isla del Pozo originadas en una merced de 1588 al poblador Gaspar Méndez que le vendió su propietario el escribano Francisco Pérez de Burgos y el 6 de junio le adquirió a Bernardo de León dos suertes de tierras “mirando hacia la ciudad” de 500 varas cada una, que habían sido mercedes de Hernandarias al propio León y al capitán Felipe Navarro. A fines de ese año, Ayala había logrando reunir una extensa heredad de 2700 varas de frente (2300 metros) y 9000 de fondo (7800 metros), es decir, casi 1800 hectáreas.
Para dar una somera idea de su ubicación, señalaremos que sobre la actual Avenida Rivadavia, estas tierras se extendían aproximadamente desde la calle Portela en Floresta, hasta Hortiguera en Caballito.
Los herederos del general
Ignoramos la fecha exacta en que falleció Mateo Leal, según parece en 1627 durante una gran epidemia de viruela; sólo sabemos que sus restos fueron enterrados en la iglesia Catedral y sus bienes pasaron a su esposa, doña Magdalena del Águila con la que había contraído enlace en Potosí y a sus hijos menores. Otra versión dice que purgó sus muchos delitos y al final de su vida fue procesado y conducido a Lima donde murió en prisión en fecha que tampoco se pudo precisar.
Lo cierto es que al correr de los años y fallecer su viuda, don Juan Cabral de Melo, esposo de su hija Inés, fue nombrado curador de los hijos menores y depositario de los bienes de la familia. Las valiosas propiedades quedaron indivisas hasta que en 1635, en vísperas de emprender viaje al Perú, Cabral de Melo reunió a sus cuñados con el fin de proceder al reparto de la herencia.
Leal de Ayala hijo, recibió el extremo oeste de la chacra donde estaban edificadas las casas con un perchel y una atahona y pacían un centenar y medio de cabezas de ganado. Casado con María de Barrientos, falleció dos años después en febrero de 1637, dejando una hija de pocos meses de edad y a su viuda en tan precaria situación económica, que la chacra semi abandonada, fue malvendida en 1645 a doña Beatriz de Lezcano, esposa de Tomás de Rojas y Acevedo.
Las restantes tierras quedaron en poder de las otras hijas y yernos de Ayala. Quinientas varas contiguas a las mencionadas hacia la ciudad fueron vendidas en 1642 por María de Aguilar y su esposo, Rodrigo Sánchez Bonilla, a Baltasar de Amorin Barbosa, primer esposo de Beatriz de Lezcano que pasaron, junto con la chacra anterior, a la poderosa familia Rojas y Acevedo.
Las 300 varas de García de Tamborejo fueron heredadas por una nieta, doña Francisca Cabral de Ayala y otorgadas en dote en mayo de 1693 a su sobrina Inés de Gadea que estaba por contraer enlace con el capitán Tomás de Quiñones. Ellos la vendieron al sargento Manuel Moreira en 1707 y pasaron luego a propiedad de doña Inés de Salazar.
Y con referencia a las 500 varas originarias en la merced de Hernandarias, que es la fracción que nos interesa, también fueron heredadas por doña Francisca, quien había casado con don Alonso Muñoz de Gadea, importante personaje de la colonia. Encontramos mencionado a su esposo en una “Información de Servicios” que dice así: “El Capitán Alonso Muñoz de Gadea, vecino de esta ciudad de Buenos Aires y nacido en la de Los Reyes, es persona principal y bien entendida; tuvo el puesto de capitán en el Reino de Chile y aquí ocupó el de Juez Oficial Real de vuestra Real Hacienda algún tiempo; ha sido alcalde ordinario y cuando residió en este puesto la Real Cancillería, vuestros Oidores le nombraron par acompañado para la determinación de muchos negocios por ser muy inteligente en ellos”.
Doña Francisca y su linajudo marido, aunque parece que dado sus actividades no prestaron mayor atención a esta chacra, la mantuvieron en su poder muchos años probablemente dedicada a la agricultura, pero al no tener descendencia, ella hizo testamento el 3 de julio de 1708 legando la propiedad a sus sobrinas Petrona, María, Paula y Ana Cabral de Ayala7 y a un ahijado, don Juan de Gadea.
Los Fernández de Agüero
Finalmente, doña Petrona Cabral de Ayala compró a sus hermanas las partes correspondientes de la chacra pasando así a ser la única propietaria de las tierras. Esta señora había casado el 13 de noviembre de 1696 con el capitán Amador Fernández de Agüero,8 naciendo de este matrimonio cuatro hijos, el doctor Juan Cayetano, que llegó a ser cura rector de la Iglesia Catedral, Juan Bautista, Sargento Mayor de Milicia, Ana, casada con don José de Mora, y Mariana Fernández de Agüero.
Pertenecientes a una familia principal, esta última casó con el acaudalado capitán don Andrés Dávila, nacido en la Villa de Valdemoros, cerca de Toledo, por ese entonces viudo con cinco hijos y a la vez, tuvieron otros cinco vástagos: Petrona, casada con Ramón de la Casa; Teresa, que desposó al famoso pintor Miguel Aucell; María Antonia, mujer de Santiago de Posadas y padres del Director Supremo Gervasio Antonio; Bernarda, esposa de Isidro José Balbastro y abuela del general Carlos María de Alvear y un varón póstumo llamado Francisco Antonio Dávila.
El 4 de febrero de 1728, ante el escribano José de Esquivel, los esposos Fernández de Agüero otorgaron título de propiedad a su yerno de la chacra de 500 varas “en el pago del río de la Matanza de esta ciudad y Riachuelo de los Navíos”, por la que Dávila abonó 500 pesos en monedas de plata.
Hasta entonces, los Fernández de Agüero habían tenido las tierras en un completo abandono, porque residían en la ciudad y “solamente en tiempos de epidemias retiraban la familia a los aires del campo”. La casa, cubierta de tejas con dos pozos de balde y un horno de hacer ladrillos, estaba “mui maltratada”.
La chacra lindaba por su frente con la barranca de los bañados que se extendían hasta el Riachuelo, por el oeste con los herederos de Inés de Salazar y por la parte de la ciudad, con el deán Domingo Rodríguez de Armas. Según la escritura, de la legua y media de fondo originaria: “La media poseen los Mui Reverendos Padres Jesuitas de el Colejio de esta Ziudad y si en algún tiempo se le quitaren y sacaren en limpio, se deva dicha media legua incluir en esta venta”.
Así, ya reducida a una legua, la chacra lindaba por su fondo con la Chacarita de la Compañía de Jesús, cuyos verdaderos límites no pudieron ser puestos hasta entonces perfectamente en claro.
El capitán Dávila con la ayuda de sus hijos, especialmente del primogénito Antonio José y de nueve negros esclavos, introdujo notables mejoras. Reedificó totalmente la casa principal; construyó una nueva, dos hornos, un galpón grande y varios cuartos de vivienda con techos de paja. Al mismo tiempo comenzó una activa fabricación de ladrillos y tejas que, al igual que sus vecinos los Berois, vendía ventajosamente en la ciudad. Dávila fue uno de los principales proveedores de “adoves quemados” para la construcción del Fuerte de Buenos Aires.
Poco antes de fallecer, extendió su testamento largo el 27 de agosto de 1741 señalando que durante su primer matrimonio había reunido un capital de 10.000 pesos que introdujo a la sociedad conyugal cuando contrajo segundo enlace con doña Mariana. Que sus bienes consistían en las casas de su morada y: “una chacra que compré de don Amador Fernández de Agüero por escriptura que paso ante el presente escribano en el pago de la Matanza con quinientas baras de frente y una legua de fondo poblada con casas buenas, dos ornos de coser matheriales con galpón de ocho tirantes y otros quartos de bibienda todo cubierto de texa, nueve negros varones esclavos nombrados los tres Pedro, Andrés, Lucas, Thomas, Joseph Anttonio y Antonio Joseph; cinco carretas usadas y algunas vien tratadas, herramientas y demas aperos. = Ittn es mi voluntad que si yo fallesiese, administre mi hijo Anttonio Joseph, el obraje de la chacra recogiendo los pessos que me deven según consta de mi libro de quentas y por su trabajo le señalo la quarta parte de lo que se hiciera en dicho obraje sin que ponga de su parte otra cosa que su persona hasta en interin que se asen las partisiones de dichos mis vienes entre mis herederos y la dicha Da. Ana Maria Fernández de Agüero, mi esposa.”9
Al tiempo de su fallecimiento, ocurrido pocos días después, sus herederos encontraron la chacra notablemente valorizada. Hechas las particiones de sus bienes, ella quedó en el haber de la viuda doña Mariana, quien el 4 de agosto de 1743 la vendió a don Alonso Pastor, comprendiendo las tierras y el obraje de hacer ladrillos y tejas en plena producción.
El licenciado don Alonso Pastor
Amigo de la familia, Pastor era uno de los albaceas designados por el capitán Dávila en su testamento y por esta razón, consiguió de doña Mariana numerosas facilidades de pago, entrando en posesión de la propiedad, que se había valuado en 2898 pesos, sin entregar dinero alguno y con el compromiso de abonar el capital con un interés del 5 % anual.
Casado con doña Teresa de Ureta, dama de origen chileno y viuda del licenciado Manuel de Arze y Sotomayor, Pastor era además, propietario de una estancia en Luján que había comprado a doña Gregoria de Rocha Lobo. Continuó con la explotación de la chacra de Matanza en la fabricación de ladrillos y tejas, empleando en esta tarea indios misioneros y negros esclavos y al año siguiente, cuando se hizo un relevamiento de la campaña de Buenos Aires, el censista señaló haber encontrado en la propiedad de Alonso Pastor:
“de capataz un mulato Pedro de Avila de 40 años, esclavo de dicho señor; un negro llamado Thomas, también esclavo de 45 años; Christóval, indio misionero de hedad de 40 años, casado con Josepha del mesmo pueblo de las Misiones, de 50 años, Bartolo de 55 años, casado con Isabel de 60 años, indios… Rosa, de hedad de 30 años, casada con un indio llamado Joseph de 32 años, todos estos son misioneros y están los barones conchavados con el dicho señor Dn. Alonso Pastor quien los mantiene”.10
En esta chacra recibió Pastor, en 1745, la visita de una delegación de monjas catalinas que venían en viaje desde Córdoba para fundar su convento de Buenos Aires y allí descansaron, ocupando la casa principal y atrayendo la curiosidad del vecindario.
No obstante su capacidad de trabajo, Pastor comenzó muy pronto a decaer económicamente, de forma tal que se le quitó la estancia de Luján que había comprado al fiado en 1738. Y con respecto a la chacra, si bien desplegaba una intensa actividad para superar su difícil situación económica, no alcanzó nunca a reunir el dinero necesario para concretar definitivamente la compra.
En un expediente judicial hemos encontrado algunas referencias a su labor: “el finado Pastor -expresaba uno de sus vecinos-, trabajó ladrillos en dicha chacara y los acarreaba al pueblo y del campo sacaba cardos y remitía carretas”. Los cardos secos se vendían como leña para hacer fuego. Durante varios años hizo este humilde trabajo; el doctor Fernández de Agüero lo recordaba por haberlo visto a menudo en esta tarea, conociendo “el carruage de Pastor por las calles y la boyada, como que intervino en la entrega de todo en lugar de dicha su hermana doña Mariana”, cuando se verificó la venta. Así fue entreteniendo don Alonso durante varios años a la propietaria con promesas de pago, hasta que finalmente debió entregar la chacra:
“quedando deviendo algunos millares de pesos dicho Pastor y sin esperanza de pagar porque quedó destituido, por cuia insolvencia no pudo tampoco cobrar Doña Mariana de Agüero ni los réditos ni fallas del principal” 11
La chacra volvió a su antigua propietaria “mui menos cavada” y en cuánto al destino final del licenciado Pastor, el cura rector de la Iglesia Catedral doctor Cayetano Fernández de Agüero (hermano de doña Mariana), nos ha dejado algunas interesantes noticias. En un interrogatorio judicial expresó que: “conoció al licenciado Dn. Alonso Pastor, que se casó en segundas nupcias con la dicha ya biuda doña Theresa Ureta, y que aunque él bibió casado bastante años con ella, tiene entendido que quando él falleció ya andava tan atrazado y pobre, al abrigo de algunos amigos a quienes save que pedía algunos socorros, que bino a morir tan destituido que, según se ha visto y leído en la partida de su entierro, no se halla haverse pagado derechos algunos.”12
Así murió por el año de 175813 el otrora ilustre abogado de las Reales Audiencias de Lima y Santiago de Chile y asesor del Cabildo de Buenos Aires, don Alonso Pastor, en pobreza tal que no hubo siquiera para abonar los escasos gastos del entierro.
La chacarita de Juan Diego Flores
El nombre de Flores, que ha perdurado en la toponimia porteña en el tradicional barrio del oeste, corresponde al apellido del estanciero que en 1776 adquirió a doña Mariana Fernández de Agüero la chacra que había poblado el licenciado Pastor. Nos referimos a Juan Diego Flores, quien como su antecesor, también tomó posesión de la misma sin abonar dinero alguno.14
Doña Mariana había fallecido el 19 de noviembre de 1776 y la deuda, que importaba 500 pesos fue cancelada por Flores en dos cuotas, una el 1° de agosto de 1777 y otra el 9 de julio de 1778, otorgando el Dr. Cayetano Fernández de Agüero el correspondiente recibo como albacea de su hermana. Estos documentos sirvieron de título ya que no se extendió escritura formal ante escribano público.
Juan Diego era porteño, hijo del capitán Gregorio Flores y de doña Antonia Rodríguez de la Torre y descendía por línea materna del capitán Francisco Rodríguez de Burgos y de Ana de la Torre, primeros pobladores del pago de Las Conchas. Habitaba en la ciudad en el barrio de la iglesia de San Juan, en un solar lindero con la propiedad de sus padres que había adquirido a su tío, Juan Rodríguez de la Torre en agosto de 1748.15 Hacía poco que había desposado a doña Antonia Fuentes y Montes de Oca, viuda de Gaspar Fernández y allí residió la pareja, edificando la casa de su morada, enfrente del escribano Francisco de Merlo, en la actual esquina noroeste de Hipólito Irigoyen y Piedras. Su esposa aportó al matrimonio un hijo, fray José Joaquín Fernández, religioso mercedario y ambos tuvieron una hija que falleció al año y medio de edad.16
Flores residía esporádicamente en la ciudad pues dedicaba todos sus esfuerzos a una estancia que poseía en Cañuelas en tierras realengas, que había poblado con abundante ganado vacuno y caballar. Al adquirir la chacra, continuó trabajando el obraje de hacer ladrillos y tejas pero muy pronto abandonó esta tarea y al final de su vida, la propiedad estaba arrendada al chacarero don Alberto Fontán.
Gran conocedor de la zona, que recorría frecuentemente a caballo, Flores aparece mencionado en algunos pleitos de tierras, pues su consulta era imprescindible en todas las mensuras y deslindes. Contaba con la amistad de algunos de sus vecinos: el escultor Isidro Lorea, la familia de Berois, dueña de 700 varas a inmediaciones de la actual Primera Junta y los Pesoa, aunque sus relaciones con estos últimos, en algunos momentos dejaron de ser cordiales.
Como antiguo poblador, le tocó a Flores asistir a una época de transición, en que las grandes extensiones de tierra que otrora rodeaban la ciudad, perdieron poco a poco su razón de ser. Nuevas fronteras habían extendido las estancias hacia el sur y oeste de la provincia y un activo comercio se exteriorizaba en las numerosas tropas de carretas y viajeros que transitaban la zona.
Ello hizo comprender a muchos propietarios la necesidad de fraccionar sus predios, pues la primitiva suerte o chacarita colonial de 300 o 500 varas de frente con legua o legua y media de fondo ya era antieconómica y cedía paso a pequeñas quintas con extensiones oscilantes entre una y veinte hectáreas, verdaderos minifundios que explotados activamente por grupos familiares de labradores, proveían de cereales y hortalizas a la ciudad.
Por ello, poco antes de morir, Flores separó cuatro hectáreas para su colaborador Antonio Millán y vendió una fracción de diez cuadras al arrendatario Fontán. Iniciaba así la parcelación de su chacra que continuada y acrecentada por su hijo Ramón Francisco Flores, daría nacimiento al nuevo poblado de San José de Flores.
Gravemente enfermo, el anciano otorgó su testamento ante el escribano Agrelo el 2 de enero de 1801, declarando herederos de sus bienes a su esposa Antonia Fuentes, a su hijo Ramón Francisco Flores y a su nuera Micaela Suárez de Hortiguera, quienes fueron los legatarios de la casa paterna con su mobiliario completo, la estancia de Cañuelas donde pastaban más de 600 vacunos y yeguarizos y la chacra de La Matanza, situada “al salir de esta ciudad por el Camino Real para el Puente de las Conchas.” 17
Era dueño, además, de una docena de carretas que anualmente enviaba a las Salinas Grandes en busca de sal y que ese año, “en el viaje inmediato a esta fecha, han conducido como ciento y treinta fanegas”, cifra demostrativa del floreciente estado de esta actividad. Continuaba su testamento dando libertad al negro esclavo José, a quien por su gran fidelidad se debía mantener de por vida y legaba dinero a sus sobrinos María Josefa Flores y Juan Pablo Navarro.
Confirmaba la venta a don Alberto Fontán de una fracción de sus tierras y las cuatro cuadras que Antonio Millán tenía zanjeadas y cercadas, cuya cesión “la ratifico por esta mi última voluntad” en atención a “lo mucho que me ha servido”.
Su testamento finalizaba con numerosas recomendaciones para misas y funerales por el eterno descanso de su alma. Falleció en esta ciudad el 5 de febrero de 1801, a los 83 años de edad.
La parroquia y el pueblo
Ramón Francisco Flores, niño huérfano a quien Juan Diego había recogido de tres días de edad en 1776 y adoptado como hijo propio “en atención a no haver sobrevivido descendientes ni ascendientes”, fue heredero junto con su madre adoptiva. Había casado con Micaela Suárez de Hortiguera,18 hija de Ana María Navarro, sobrina de Juan Diego y esta unión, que parece haber sido concertada por la familia, terminó en un completo fracaso, después de haber procreado el matrimonio cinco hijos: María Josefa, Tomasa, Saturnina Tomasa, Juan Antonio y el futuro general José María Flores.
El joven Ramón, que contaba unos 25 años de edad a la época del fallecimiento de su padre, luego de un arreglo con su madre entró en posesión de la chacra, decidiendo continuar su fraccionamiento. Doña Antonia, por su parte, quedó como única propietaria de la casa familiar19 y Ramón Francisco Flores, de la chacra.
Durante mucho tiempo estuvo muy arraigada la versión del agradecimiento filial del joven heredero a su bienhechor, que lo habría movido “a planear la fundación de un pueblo para perpetuar su nombre”.20 En realidad, el loteo de la chacra en pequeños solares obedecía al propósito de obtener una venta más lucrativa. El nombre mismo del pueblo surgió en forma natural y espontánea al hablarse de las tierras de los Flores, pues era costumbre en la época que, a falta de otras referencias, las estancias y chacras tomaran el nombre de sus propietarios y por extensión, los caminos y accidentes geográficos vecinos. Esta denominación tuvo consagración oficial al erigirse en 1806 el curato de San José, al que se agregó de Flores, por haberse aceptado para la iglesia el terreno donado por el propietario de las tierras.
En efecto, el obispo don Benito de Lué y Riega elevó el 16 de mayo de 1806 el proyecto de creación de una nueva parroquia al virrey Sobremonte, en base a la donación de una manzana que le había ofrecido Ramón Francisco Flores, interesado en concretar un pueblo sobre el Camino Real loteando el centro de la extensa chacra de su familia.
La idea surgió poco después de entrar el joven heredero en posesión de la propiedad. Frecuentaba don Ramón a un viejo amigo de su padre, don Antonio Millán, a quien denomina en algunos documentos “mi compadre”, quien se hallaba afincado desde muy antiguo en el lugar dedicándose con variada suerte a la agricultura y ganadería. Hombre mayor y de mucha experiencia, Millán se convirtió en un colaborador inestimable para el hijo de Flores. Así, en cumplimiento del plan proyectado, ambos donaron una manzana para plaza, otra para la erección de la iglesia y una tercera al Cabildo para los corrales de los futuros mataderos públicos. Con ello, a corto o largo plazo, sabían que la suerte del nuevo pueblo estaba asegurada.
Antonio Millán inició la venta de solares en 1808 y siguió en los años siguientes poniendo en posesión a los compradores y ocupándose del progreso del pueblo, del que siempre se consideró fundador. Lo hacía basado en un poder que Ramón Francisco Flores le había extendido el 12 de junio de 1811,21 documento tan amplio que prácticamente le permitía comprar, vender, donar, presentarse en juicio, cobrar deudas y contraerlas sin dar cuenta a nadie de sus actos. El detalle de las autorizaciones permitidas por don Ramón, ocupan tres carillas y permiten deducir que con ello, se desligaba completamente de todos sus problemas y en especial, en lo relativo a la erección del nuevo pueblo que llevaría su apellido.22
Flores había abandonado a su esposa e hijos pequeños hacia 1809,23 pero Millán ya en 1808 le había rendido cuenta del importe de las ventas. En 1823 hizo una nueva rendición a Melchor Gómez, uno de los yernos de don Ramón, esposo de su hija María Josefa, aunque al año siguiente realizó nuevas ventas y habiendo fallecido doña Micaela, copropietaria de la chacra, entregó los importes a su hermano Pedro Hortiguera, designado albacea por la difunta. No obstante, los descendientes de Flores no quedaron conformes con la rendición de cuentas e iniciaron juicio a los herederos de don Antonio.24
No conocemos cuál fue del destino final de Ramón Francisco Flores; sólo sabemos que sobrevivió a su esposa, pues Millán en su testamento de 1825 recomienda entregarle después de su muerte, todos los papeles relativos al nuevo pueblo que se encontrasen en su poder.
La parte sur de la chacra, lindera con el bañado y la norte colindante con la Chacarita, no entraron en la urbanización sino hasta bien avanzado el siglo XIX y fueron vendidas por Millán sin fraccionar, como simples quintas, a labradores interesados.
Los primeros vecinos del pueblo nuevo
La venta de lotes de la chacra de Flores comenzó en un año bisiesto, el 29 de febrero de 1808, día en que se escrituró la primera fracción ante el notario Inocencio Antonio Agrelo y que tendría que ser considerada como fecha fundacional del pueblo. Era un cuarto de manzana sobre el Camino Real, lindero con la iglesia por el oeste, que curiosamente adquirió una mujer llamada doña Isabel Enciso. Las últimas ventas realizadas por Antonio Millán son del año 1823. En orden cronológico, los primeros pobladores del nuevo pueblo de Flores fueron:
1808: Isabel Enciso, Josefa Millán, Marcos Arroyo, Enrique Islas y Antonio de Novas.
1809: Tomás Domínguez, Francisca Paula Gallardo, Francisco Moreno, Pbro. Juan José Ortiz, León Pereda de Saravia, Antonio Sánchez y Pbro. Juan Manuel Zabala.
1810: José Tomás de Aguiar, Juan Domingo Banegas, Juana Canal, Petrona Cainzo, Custodio José de Castro, Marcelina Cuello de la Higuera, Juan Pablo Cruz, Anastasia Díaz, Eugenio Esmilar, Francisco Ferreira, Juan Evangelista Gimeno, María Magdalena González, Guillermo Gorosito, Francisca Lezcano, Manuel Luque, Vicente Luque, Elena Martínez, Tránsito y Paula Martínez, Mariano Millán, Josefa Miranda, Tomás Pastoriza, Vicente Pelliza, Miguel Pascual Planes, María Josefa Ramírez, Francisco Ramos, José Ignacio Reybaud, Antonio Ricardo, Felipe Robles, Santiago Salas y Julián Tapia.
1811: Jerónimo Aréchaga, Juan Damián Fernández, Josefa Ocampo y Melchor Reina.
1812: José Almandos, Juan Bernardo Ibarra, Serafina López Camelo, Tadeo Muriñigo, Angela Ramos y Jacinta Velarde.
1813: Jaime Aldrech.
1814: Lorenzo Cufré.
1815: Domingo Rodríguez.
1817: Julián Domínguez y Miguel Poo.
1819: Manuel Álvarez, Hijos de Alberto Fontán, Luis Antonio Pardo, Agustín Pardo, José Santana Pardo y Marcos del Valle.
1820: Juan José Paso, Juan Pablo Quijano y Cipriano Villaroel.
1821: Dámaso Ramos, Manuel Rodríguez Mata y Francisco Santo Domingo.
1822: Julián Giles.
Esta nómina corresponde a ventas realizadas por Millán ante escribano público, pero existieron otros compradores cuya fecha no hemos podido establecer con seguridad por haberles otorgado recibo en un simple papel. Por otra parte, en el mismo período se afincaron en el pueblo nuevos vecinos que adquirieron a los primitivos propietarios, agregándose también pequeñas fracciones de la chacra lindera de Isidro Lorea. En justicia, correspondería incluir en la nómina de primeros pobladores de San José de Flores a:
Clemente y Felipe Acosta, Francisco Azpillaga, Gervasio Ballesteros, Joaquín Belgrano, Juan y Francisco Carrizo, Juan Pedro de Cerpa, José Cisneros, María del Rosario Chavaría, José Díaz, José Simón Farías, Plácido Fernández, coronel Feliciano Gallardo, Francisca Javiera (parda libre), Benito Loiza, Francisco Ezequiel Maderna, Felipe Maldonado, María del Carmen Mármol, Toribio Mier, Francisco Monterroso, presbítero Félix Montes, Francisco Montarcé, Carlos Naón, Jerónimo Pasquall, Gregorio Penelas, Manuel Antonio Picavea, Ana María del Pozo, presbítero Francisco Robles, Eusebio Rocha, Antonio Rodríguez, Pedro Nolasco Rolón, Isabel Romero, general José Rondeau, Miguel Remus, Carlos Ruano, Manuel Mateo Silva, Juan Suárez, Rosa Tallafixa, Miguel Uzal, Casiana y Mateo Visillac y al coronel Cornelio Zelaya.
Notas
1.- Con este nombre se entendían también a las donaciones, favores, premios o recompensas por los servicios prestados. Los repartos de indios se denominaban encomiendas, pero otras veces las mercedes consistían en cargos rentables, fracciones de tierras, minas, etcétera.
2.- Hubo numerosos casos en Buenos Aires de acumulación de mercedes y algunos capitanes poseían varias suertes de estancias y chacras. Uno de los más opulentos, don Juan de Vergara, llegó a tener al momento de su fallecimiento, alrededor de 35 estancias.
3.- La calle que limitaba su extensión, era la “del fondo de la legua”, denominación que en la zona norte del conurbano se ha conservado hasta nuestros días.
4.- No está claro en las escrituras este apellido. Hemos preferido Tamborejo a Taborejo o Tamorejo, pues así figura en las dos escrituras de merced.
5.- A.G.N. Sala 9. 48-4-5. Folio 509.
6.- La merced original fue donada por Lorenzo Barragán Guerra al Museo de la Casa Rosada, donde se conserva actualmente.
7.- En otros documentos figuran también con el apellido Cabral Bohorquez, pues eran hijas del capitán Juan Cabral de Ayala y de Juana Bohorquez.
8.- Era hijo del teniente General Ignacio Fernández de Aguero y de doña Mariana de Sanabria.
9.- A.G.N. Registro 3. 1741. Escribano José de Esquivel. Folio 562.
10.- A.G.N. Padrones de Buenos Aires. Sala 9. 1726-1779.
11.- A.G.N. Tribunales. Legajo P 13. Sala 9. 42-1-1.
12.- Ibidem.
13.- Dio poder para testar el 25 agosto 1758. A.G.N. Registro 3. 1758 Folio 566.
14.- En el testamento póstumo de Mariana Fernández de Agüero del 13 de marzo 1777 se menciona esta circunstancia: “iten nos comunicó la citada finada…que dn. Juan Diego Flores resta a los bienes de la nominada finada quinientos pesos de principal del valor de su chacra, con casas y obrajes que se le vendió”. A.G.N. Registro 4. 1776-77. Folio 182.
15.- En 1744, Flores aún vivía en casa de sus padres, pues en el censo de septiembre de ese año se lee: “casa de Dn. Gregorio Flores, de 67 años, casado con Antonia Rodríguez. Con dos hijos, Juan Diego de 26 años y Da. Josepha Ignazia, casada con Dn. Agustín Navarro, de 28 años con una hija Ana María. Con 9 esclavos”. En cuánto a su padre, don Gregorio, ya figuraba habitando el mismo solar en el censo de Buenos Aires de 1738.
16.- Testamento de Antonia Fuentes. A.G.N. Registro 6. 1810. Folio 114 y también Sucesión 5688.
17.- A.G.N. Registro 6. 1801. Folios l/3.
18.- Era hija del alférez Domingo Suárez de Hortiguera, asturiano natural de Navia en el obispado de Oviedo y de Ana María Navarro, con quien contrajo enlace en 1767. Esta última, a su vez, era hija del alférez Agustín Navarro y de Josefa Ignacia Flores, hermana de Juan Diego.
19.- En septiembre de 1808, dos años antes de morir, doña Antonia vendió parte de esta propiedad a don Andrés Trasmonte.
20.- Versión, a nuestro entender carente de fundamento, insinuada por primera vez por Rómulo D. Carbia en su libro de 1906 y recogida después por varios periodistas, entre ellos don Juan José de Soiza Reilly.
21.- A.G.N. Registro 6. 1811. Escribano Inocencio A. Agrelo. Folio 101. Parece que existió otro poder anterior que no conocemos, pues en 1808 al rendir cuentas Millán, expresa Flores que “ajustadas cuentas con mi compadre Antonio Millán el día 12 de Octubre de 1808 de los terrenos y demás bienes que el dicho mi compadre ha vendido con el poder que le tengo conferido…”
22.- Era tan amplio este poder, que incluso lo autorizaba a representarlo en el juicio de alimentos iniciado por su esposa.
23.- El 10 de junio de ese año había nacido su hijo Juan Antonio.
24.- Por su parte, Juan Antonio Flores, hijo de Ramón y hermano del general, nacido en 1809, que se dedicó a la agricultura comprando en 1853 una chacra en tierras del presbítero Lastra, tuvo al parecer escasa participación en la herencia. Diez años más tarde, en 1863, su hijo Ireneo dio un poder a Carlos Reynal “para continuar el pleito con la testamentaria de Antonio Millán”. (A.G.N. Registro 1. 1863. Folio 722). Ireneo Flores fue su vez padre de por lo menos dos varones, Pablo e Ireneo Genaro. Este último casó con Juana Rosas y fue padre de Ireneo Flores, nacido en 1868, quien casó en Las Flores en marzo de 1891 con Juana Faustina Leger. Juan Antonio Flores, por su parte, aún vivía en abril de 1879 cuando vendió su chacra a los hermanos Antonio y Juan Garavano.
Información adicional
Año VII – N° 36 – junio de 2006
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: ESPACIO URBANO, Mapa/Plano
Palabras claves: tierras, reparto, fundación, chacra, flores
Año de referencia del artículo: 1600
Historias de la Ciudad – Año VI Nro 36