La importancia de la celebración ciudadana de las Fiestas Patrias, en este caso las Fiestas Mayas, fue para las instituciones de gobierno una forma de conformar una trama de significado para la memoria individual y social, contribuyendo a dar forma a los procesos de construcción de identidades.
Marco teórico-metodológico
La Asamblea General Constituyente del año XIII institucionalizó los festejos que, desde 1811, conmemoraban la revolución en el Río de la Plata. Las llamadas “funciones mayas”2 adquirieron un carácter de “ciclo cívico y ciudadano”.3 Las celebraciones durarían desde la noche del 24, comenzando con las “luminarias” de la Plaza Victoria, hasta los “toros” el día 31, pasando por las “cañas” y las “cuadreras” en la Plaza del Retiro o el Bajo, todos estos, ámbitos de sociabilidad diferenciados.
A lo largo de varios días se alternaban actos de tipo ceremonial, como la procesión de las autoridades del Cabildo a la Catedral, con el desarrollo de espectáculos de índole musical y teatral, como recitados y cantos, bailes, comparsas o mascaradas, representación de comedias y actividades de divertimento y competencia popular como los juegos y sorteos de premios. Todos estos eventos se realizaban en una ambientación erigida a tal efecto. Se ejecutaban arquitecturas ficticias de carácter transitorio, ornamentos urbanos como arcos de triunfo, esculturas alegóricas efímeras, guirnaldas y luminarias y se colgaban carteles afichados con inscripciones alusivas en lugares significativos. Asimismo se ponían en circulación hojas, volantes y folletos que fueron el soporte de la primera literatura patriótica. A través de sus contenidos simbólicos la fiesta consolidaba determinados rasgos identitarios de la nación en ciernes.4 A través de sus componentes retóricos, la fiesta oscilaba entre una construcción racional de la idea de “patria” que acude al uso de símbolos emblemáticos y un arte de complacer, incluso de seducir, que apela, más bien, a las pasiones de la población.
La organización de estas fiestas implicaba una amplia participación de los distintos sectores urbanos: cada barrio o cuartel nombraba una comisión ad hoc para llevar a cabo los preparativos requeridos. Es de destacar la doble direccionalidad que poseían estos primeros festejos patrióticos, en las que se combinaban la autonomía popular con la gestión institucional.
A fines del siglo diecinueve, además de disminuir la duración del ciclo festivo (se reducía sólo al día veinticinco), este va perdiendo progresivamente el carácter lúdico primigenio para anquilosarse en una imagen rígida y vacía de toda carga emotiva y simbólica popular. La fiesta maya deja de ser una celebración y se convierte en mera conmemoración, al ser cooptada por el poder político de turno.5
Conceptualizaciones acerca del carácter lúdico y popular de la fiesta
Mediante sus componentes lúdicos, toda fiesta actúa como válvula de escape de las tensiones sociales, dado que genera un espacio utópico y un tiempo suspendido en el que las diferencias estamentales son aparentemente abolidas.
Allí los roles sociales, por lo común irreconciliables, se presentan temporariamente juntos, despreocupados de los designios del “deber ser”. Es este, entonces, un período de recreo y diversión, en el que los actores sociales se dan permiso para operar con lo habitualmente prohibido. Mediante este mecanismo, el colectivo reafirma el orden que vendrá.6 Así, el statu quo es reforzado una vez más hasta que un nuevo ciclo lo debilite y requiera ser ritualizado en otra fiesta. Luego de este “pasaje colectivo” se instaura un nuevo pacto de convivencia y se generan nuevas solidaridades. Como todos los ritos, a pesar de sus distintas versiones, la fiesta resulta siempre idéntica e igual a sí misma.7
Por otra parte, la serie de divertimentos populares y todas las manifestaciones culturales antes mencionadas, permiten situar a las fiestas mayas dentro del marco teórico del patrimonio intangible.8 Si bien han sido dejadas de lado por la historiografía tradicional, debido a su carácter inmaterial o efímero y a las dificultades en su registro, su importancia está confirmada por tratarse de prácticas sociales significativas para la comunidad. En la fiesta maya se recreaban valores y expresiones de naturaleza simbólica del mundo urbano y rural y no estaban ausentes pervivencias de las viejas tradiciones coloniales y europeas.9 Las celebraciones, conmemoraciones, festividades y rituales daban sentido a la vida cotidiana de Buenos Aires; conformaban una trama de significado para la memoria individual y social y contribuían a dar forma a los procesos de construcción de identidades.
Nociones de centralidad y periferia en la fiesta patria
En Buenos Aires, el único elemento urbano diferenciado (herencia de la ciudad cuadricular hispanoamericana) era la plaza central, denominada primeramente como Plaza Mayor y luego como Plaza de la Victoria.11 En este espacio de carácter multifuncional se concentraban los principales edificios civiles y religiosos que representaban en el orden simbólico los poderes establecidos.12 Además, la plaza era un importante articulador urbano, un ámbito de sociabilidad que permitía todo tipo de relaciones interpersonales. Este espacio constituía el centro a nivel político-administrativo y simbólico de la ciudad. La urbe a su vez centralizaba un territorio bajo su control.13 Más allá de la ciudad y su territorio, sólo estaba el “desierto”, un espacio desconocido y hasta cierto punto “peligroso” y temido.
El límite del mundo urbano se extendía por el borde de la traza y su ejido, más allá del cual estaba el mundo rural. Este se concebía como una otredad cultural a pesar de la interdependencia inequívoca entre la ciudad y su territorio. Más allá del límite físico mencionado, las actividades desarrolladas en el área de borde (mataderos, actividades portuarias, etc.) convertían a la misma en una zona de periferia no sólo topográficamente sino simbólicamente. En esta zona los mundos urbano y rural entraban en contacto ineludible.
Esta configuración sociocultural y espacial proveniente de la dominación hispánica pervive prácticamente sin modificaciones hasta mediados del siglo diecinueve y los espacios señalados continúan con su adscripción simbólica a las nociones de centralidad-periferia.
Durante la fiesta, los espacios públicos se convertían en ámbitos de sociabilidad donde se daba la conjunción de los dos mundos. En la ciudad criolla todos los estamentos sociales –urbanos y rurales– eran partícipes-espectadores de los diversos momentos de la fiesta popular, que trascurría en espacios simbólicos diferenciados, ya fueran centrales, como la Plaza de la Victoria, o periféricos como el Bajo o Retiro.
La plaza de la Victoria era “otra plaza” al engalanarse para la fiesta patria. Se producía, entonces, una cualificación temporaria del ámbito: era puesta de relieve, el lugar se señalaba y se circunscribía mediante el uso de arquitecturas ficticias. Allí la “gente decente” perteneciente a la ciudad se convertía en principal protagonista, mientras los sectores populares, tanto urbanos como rurales, participaban en los divertimentos o eran meros espectadores de los actos cívicos (de carácter más solemne) organizados por los primeros.
Paralelamente la periferia nucleaba las actividades festivas relacionadas con el mundo rural. Allí los pobladores del campo demostraban sus habilidades inherentes a su condición, corriendo carreras de caballos de parejas (llamadas cuadreras) y de sortija (denominadas cañas). La gente acomodada de la ciudad se trasladaba, entonces, a estas zonas periféricas para admirar las destrezas tradicionales de ese otro mundo.
Los relatos literarios y visuales como fuentes históricas
Mediante el estudio de distintos tipos de fuentes, no sólo los documentos escritos tradicionales, sino también textos poéticos, literarios, visuales y musicales, se pueden determinar ciertos hechos o procesos. Cada uno de estos textos en particular toma así un valor “testimonial” que puede y debe correlacionarse con otras fuentes de información. Por otra parte, estas nos permiten indagar ciertos aspectos de la vida cotidiana de los hombres del pasado y los imaginarios sociales que están fuertemente arraigados en la memoria colectiva.
En su conjunto, los diversos testimonios constituyen las muchas imágenes “construidas” de y por los habitantes en un contexto histórico determinado, y que no pueden ser sintetizadas en una mirada unívoca. Desde una perspectiva estrictamente histórica, el análisis del discurso narrativo implica el estudio de las relaciones entre el mismo y los acontecimientos que este relata y, a su vez, entre ese discurso y el actor que lo produce. Beatriz Sarlo afirma que dada la historicidad de los textos literarios, estos pueden ser abordados como fuentes históricas particulares, porque los mismos configuran una dimensión simbólica de la vida social.14
Entre la literatura que aborda el tema de Buenos Aires en el siglo diecinueve, una de las fuentes más numerosas son los relatos de viajeros. Escritos desde una cultura diferente, sus textos tienen la ventaja de advertir lo que, por obvio, la cultura local no se explica a sí misma. El extranjero, entonces, se enfrenta a una realidad que le es desconocida y realiza el esfuerzo de decodificarla desde su mirada y re-codificarla para hacerla comprensible a sus potenciales lectores. Así, el viajero se convierte en un detector de las características distintivas respecto de una Europa ilustrada que percibía a lo nuevo como un otro, y registra, entonces, la singularidad, lo que lo hacía diferente.15
Sus textos narrativos, que muchas veces tenían como objetivo final la publicación en forma de libro, necesitaban hacer atractiva la descripción a partir de la abundancia de detalles y, por ese motivo, estaban generalmente centrados en los hechos de la vida cotidiana. Estos componentes descriptivos, de carácter documental, son los que los hacen útiles para la historia sociocultural.
Por tratarse de un género literario, el relato de viajeros incluye una dosis de subjetividad que refleja lo que el autor quiso mostrar como “verdadero” en función de su propia situación contextual e intereses. Este es el componente que permite acceder, entonces, a las ideas que se tenían de los hechos en determinado momento.
En ese sentido, las cosas o costumbres vistas como “exóticas”, funcionan, por oposición, como un factor constitutivo de la propia identidad.16 Es por ello que las “extravagancias” de los festejos porteños y el espíritu lúdico de raíz hispánica ocupan un lugar destacado en los relatos (sobre todo sajones) y llenan numerosas páginas.17
Otro tipo de fuentes literarias relevantes para el período poscolonial fue la colección de poesías patrióticas compiladas en 1824 bajo el título La Lira Argentina18. El objetivo de la edición era superar los conflictos de la década del ‘20 y “alentar el espíritu público en el camino de las mejoras morales” 19 La función de estas prácticas discursivas se relaciona con el encargo oficial a grupos de intelectuales que actúan como instrumentos de la construcción de identidades colectivas y que crean ámbitos de propaganda político-ideológica, de educación cívica o de moral social.20 Toda la poesía en torno a las fiestas mayas presenta invocaciones patrióticas con matiz claramente celebratorio. Estas solían ubicarse en lugares públicos significativos, como por ejemplo el soneto de Fray Cayetano Rodríguez colocado en dos grandes tarjetas al frente de la Recova en 1812.21
De esta serie de obras recopiladas en La Lira (canciones, himnos, marchas, décimas, odas, loas, etc.) se destacan los cielitos, diálogos y relaciones de Bartolomé Hidalgo.22 Mientras que la mayoría de las poesías dedicadas al 25 de Mayo de autores como Juan Ramón Rojas, Esteban de Luca, Francisco Araucho, Vicente López y Planes y el mencionado Fray Cayetano Rodríguez, se alejan de “lo popular” por su fraseo expresivo y por el uso de ciertas metáforas, Bartolomé Hidalgo, en contrapartida, recupera este sentido al atribuirle su propio discurso a la voz de un gaucho.
En las posteriores compilaciones de fines del siglo diecinueve se verifica la intención de “agauchar” el texto en una búsqueda de asimilar fonética y gráficamente el texto a la lengua popular.23 Es necesario distinguir el lenguaje de la literatura o lenguaje gauchesco del lenguaje oral de los sectores populares rurales o lengua “gaucha”.24 En ese sentido, los intelectuales de la época mantenían una diferencia entre la lengua escrita y la que imitaba a la gauchesca. Dice Hidalgo “(…) considero bien fácil de inteligencia el idioma provincial que usan en las campañas nuestros paisanos”.25 La “construcción” del personaje del “gaucho” que hicieron los autores ilustrados de las ciudades se puede interpretar como la necesidad de diferenciarse de la literatura de origen europeo, con el implícito fin de afianzar su autonomía cultural y literaria.26 De allí que apelaran a la relación o diálogo que consiste en la apropiación de la tradición oral de las payadas populares.
Además de los textos anteriormente mencionados, puede tomarse como fuente histórica la iconografía decimonónica que fue, en su casi totalidad, obra de extranjeros. En efecto, luego de la emancipación nacional, muchos artistas y grabadores europeos viajaron y retrataron lo “exótico” para satisfacer el gusto establecido por un público lector romántico.27 La acuarela y litografía coloreada fueron, entonces, los medios de difusión preferidos.
Así, en los años 1816, 1817 y 1818, el británico Emeric Essex Vidal, pintó una serie de acuarelas, en las que representaba los rasgos característicos y pintorescos de la ciudad y que pueden ser consideradas las primeras imágenes de Buenos Aires. La litografía, a su vez, se inició en Buenos Aires en 1827, adquiriendo pronto un desarrollo extraordinario. Se puede considerar al ginebrino César Hipólito Bacle como su introductor definitivo, al fundar en 1828, la “Litografía del Estado” donde desarrolló durante diez años una considerable labor, dentro de la cual se encuentra la serie “Trajes y costumbres de Buenos Aires”. Carlos Enrique Pellegrini, francés que había practicado con Bacle, compró, a su vez, su propia prensa y fundó, en 1833, la “Litografía Argentina” y alrededor de 1838 la “Litografía de las Artes”.28
Si bien los trabajos iconográficos nos dan una acabada imagen de la ciudad de entonces, estos artistas traían la mirada del viajero, que, como se ha dicho, tenía componentes descriptivos pero también narrativos. En ese sentido, sus obras demuestran un respeto casi obsesivo por el modelo, pero no está ausente en ellas un grado de subjetividad, sensible a las tendencias románticas de su tiempo.
Las funciones mayas en los distintos relatos
En el presente trabajo se tomarán las dos litografías que Carlos Enrique Pellegrini dedicó a las funciones mayas: Fiesta Mayor y El Retiro, ambas de 1841.29 Estas son consideradas no por su calidad estética sin como fuentes para el abordaje de las costumbres y hábitos culturales como así también de las mentalidades o imaginarios sociales. De igual modo se realiza un correlato con la “Relación que hace el gaucho Ramón Contreras a Jacinto Chano, de todo lo que vio en las fiestas mayas en Buenos Aires, en el año 1822” del referido Bartolomé Hidalgo.30 A su vez dichos textos visuales y literarios se confrontan con las fuentes de viajeros (especialmente Cinco años en Buenos Aires de “Un inglés”; Cartas de Sud-América de los hermanos John y William Parish Robertson y Viaje a la Argentina, Uruguay y Brasil 1830-1834 de Arsène Isabelle).31
Lo primero que se deja entrever en todas las fuentes es el ambiente festivo, de “goce”, “embriaguez” y “excitación” que dominaba el espíritu general de las funciones mayas. En la relación, por ejemplo, el gaucho Contreras comienza su relato a su amigo Chano hablando de la alegría que le causan los festejos:
“…¡Ah, fiestas lindas, amigo!
No he visto en los otros años
funciones más mandadoras,
y mire que no lo engaño…”32
Por su parte “Un inglés” se refería a ellas en términos de “un festival que dura tres días” o como un “sueño vagamente rememorado”. De esta manera también hablaban los hermanos Robertson, quienes definían a las fiestas mayas como una celebración anual en la que los habitantes vestían sus trajes de fiesta; una especie de ritual que traía noticias propiciatorias produciendo entusiasmo y exaltación en todos sus participantes. En su relato comentaban que “era verdaderamente maravilloso ver el general regocijo que caracterizaba en todas partes a las Fiestas Mayas”.33
En las representaciones plásticas, también se pone el acento en lo festivo. Pellegrini situó a los personajes en un contexto de distensión, en el que se destacaban las actividades relacionadas con lo lúdico.
Todos los cronistas relevados no dejan de lado el carácter popular de los festejos. Es decir que, tanto los viajeros como Pellegrini, pusieron un claro énfasis en la concurrencia de muy diversos tipos sociales. Desde el hombre de poncho hasta el comerciante acaudalado; desde la china y la criada hasta las señoras “decentes”, pasando por los niños, los clérigos, los soldados, todos eran partícipes de los festejos. Los personajes del mundo urbano y el rural se hacían presentes en los distintos puntos de encuentro con una única e igual finalidad: entretenerse y con-memorar.[recordar con otros]. Ni siquiera los extranjeros estaban excluidos de los festejos en tanto se sumaran al clima general de la fiesta. Sin embargo, a los ojos de algunos de los viajeros, este encuentro indiferenciado de todos los grupos sociales no era de su agrado. Arsène Isabelle afirma:“Habiendo triunfado el campo sobre el partido de la ciudad, esta se ha visto inundada en un instante de gauchos, indios y milicianos de los suburbios, que la recorren en todas direcciones con la lanza, sable o carabina en mano, lanzando alaridos de salvajes, que hielan de espanto al extranjero recién llegado.”34
Por otra parte, no debe desconocerse que incluso las autoridades eran parte de esta gran fiesta. Los hermanos Robertson describían el acto ceremonial que suponían también las fiestas:
“Aparecían entonces las tropas con uniformes nuevos y formábase una gran procesión en que participaban las corporaciones públicas, el gobernador, sus ministros, el corps diplomatique y todos los oficiales de alta graduación, que se dirigían desde el Fuerte o Casa de Gobierno a la Catedral, donde era celebrada una misa cantada con Te Deum.”35
“Un inglés” se sorprendía al ser testigo de una secuencia como la que sigue:
“¿Quién hubiera soñado esto hace cuarenta o cincuenta años, un cónsul británico yendo en procesión con un cónsul de sus colonias hoy país independiente, a celebrar la independencia de otra parte del continente americano?”36
Bartolomé Hidalgo, en la voz del gaucho Contreras dedicó parte de la descripción de las fiestas al momento del acto cívico:
“Mas tarde, la soldadesca
a la plaza fue dentrando
y desde el Fuerte a la iglesia
todo ese tiro ocupando.
Salió el gobierno a las once
con escolta de a caballo,
con jefes y comendantes
y otros muchos convidados,
doctores, escribinistas,
las justicias a otro lado;
detrás, la oficialería
los latones culebreando.”37
A la mirada distante de los viajeros se oponía la visión empática del poeta y del litógrafo.38 En estas últimas fuentes, los autores dieron a su obra un carácter más vívido y participativo y no tan ajeno, como el de los extranjeros. Su punto de enunciación inclusivo daba cuenta de la fiesta como una experiencia colectiva vívida.
La fiesta popular: los juegos
El carácter festivo de las funciones mayas se apoya en la existencia de una serie de juegos que acompañaban su acontecer. Se podría decir incluso, que los mismos conformaron el verdadero leit motiv de las funciones mayas. Llama la atención la variedad y profusión de los juegos desarrollados, así como la diversidad de sus orígenes.
Estos divertimentos pertenecientes a las tradiciones urbana y rural no son novedosos en el Río de la Plata, ya que tienen una raigambre colonial-ibérica.39 En la Plaza de la Victoria se desarrollaban diversas actividades lúdicas tanto de participación primaria o competencia (palo enjabonado, rompe-cabezas, danzas, bailes y comparsas) como de espectación (luminarias y globos de fuego, volantines o barriletes, recitados, representaciones teatrales, sorteos, interpretaciones musicales, mascaradas y desfiles de carrozas). En el Retiro y otros lugares periféricos las actividades eran fundamentalmente de carácter rural. Allí se realizaban justas o carreras de caballos (cuadreras o de pareja y cañas o de sortija) y corridas de toros o capeas.
El palo “jabonado” y el “rompecabezas” en la Plaza de la Victoria
En la crónica de “Un inglés” están ampliamente descriptos varios de estos entretenimientos. El palo enjabonado con sus bolsas de premios, el “rompecabezas” (estaba colocado longitudinalmente sobre pivotes a los que se subía por una cuerda), jinetes que jugaban a ensartar una argolla mientras cabalgaban enmascarados, estos son algunos de los mencionados. En la obra de Pellegrini se ven dos palos enjabonados con sus jugadores respectivos, uno de los cuales se encuentra destacado en primer plano. En el otro extremo está representada una viga de madera sostenida por otras, probablemente el “rompecabezas” citado en las fuentes.
Detalle lateral izquierdo de “Fiesta Maya”
En la litografía “Fiesta Maya” el “palo enjabonado” que se encuentra en primer plano sobre el lateral izquierdo domina la composición y asume un rol protagónico. Su verticalidad y tamaño, como así también su posición relativa en la obra, marcan el inicio de un recorrido visual y un sentido de lectura que continúa con el resto de los elementos verticales de claro contenido simbólico (la pirámide conmemorativa, hito del nuevo poder político y la cúpula de la catedral, centro del poder eclesiástico).40 Dicho recorrido visual establece un orden de jerarquías en el que ocupa el primer lugar la actividad lúdica popular.
La pirámide ocupa el centro de la composición
En segundo lugar aparece el objeto más representativo del carácter cívico de la fiesta, cuya bandera es de menor tamaño que la izada en el primero. Pellegrini relega a la última instancia a la Catedral, el monumento mayor de una de las principales instituciones del régimen abolido.
Detalle del cuadrante inferior derecho de “Fiesta Maya”
Por otra parte, tanto la distribución y el movimiento dado a los personajes como sus actitudes, refuerzan este carácter protagónico del juego como elemento popular. De las actividades que se desarrollan en el ámbito de la plaza, los dos focos de atracción están constituidos por el palo enjabonado y el juego del “rompe-cabezas”, sugerido por el artista en el cuadrante inferior derecho.
El viajero inglés se detiene en su crónica para describir algunos de los juegos que llaman su atención. Primero relata su experiencia frente el palo enjabonado y afirma:
“Durante el día tienen lugar diversos festejos: se plantan varios palos enjabonados que tienen en su extremidad superior chales, relojes y bolsas con dinero. Quien logra trepar al palo obtiene cualquiera de esos premios.”41
Por su parte Bartolomé Hidalgo hacía relatar al gaucho Contreras su vivencia de lo acontecido en ocasión de las fiestas de 1822:
“Vine a la plaza: las danzas
seguían en el tablado;
y vi subir a un inglés,
en un palo jabonado
tan alto corno un ombú,
y allá en la punta colgando
una chuspa con pesetas,
una muestra y otros varios
premios para el que llegase.
El inglés era baqueano:
se le prendió al palo viejo,
y moviendo pies y manos
al galope llegó arriba,
y al grito, ya le echó mano
a la chuspa y se largó
de un pataplús hasta abajo.”42
Este relato toma como protagonista a un extranjero que participa de los juegos. Se puede suponer que se trata de un marinero, dada la facilidad con que realiza la prueba del “palo jabonado”. Resulta significativa la analogía de la que se vale el gaucho Contreras para referirse a la altura del palo, considerado “tan alto como un ombú”. El hecho de tomar a este árbol característico de la pampa como referente visual de comparación, acerca al lector-oyente al lugar del enunciatario.
A su vez el narrador se detiene a comentar el juego del “rompe-cabezas”. En este pasaje apela a la comicidad como recurso que genera empatía.
“Pero lo que me dio risa
fueron, amigo, otros palos
que había con unas guascas
para montar los muchachos,
por nombre rompe-cabezas;
y en frente, en el otro lado,
un premio para el que fuese
hecho rana hasta toparlo”43
En la “relación” de Bartolomé Hidalgo, la estructura discursiva se elabora en función de transmitir una vivencia de índole personal, que a su vez remite a una experiencia colectiva de los sectores populares.
El Retiro y el camino del Bajo, entre las “cañas” y los “toros”
Las carreras de sortija, típicos juegos de la campaña, llamaron la atención de los viajeros por tratarse de algo ajeno o extraño a su experiencia. Arsene Isabelle, por ejemplo, describió las cañas como “animados juegos y carreras de caballos [que] imitan los antiguos torneos de los sarracenos”.45 Con ello aludía a un “otro” tan lejano a su cultura como podría resultar el rioplatense. En su crónica se deja entrever un sesgo peyorativo hacia las costumbres de estos pueblos “incivilizados”.
En cambio, como contrapartida, “un inglés” intentó homologar a los participantes de los juegos de sortija a su propio horizonte cultural de origen. Se refirióa ellos en estos términos:
“Jinetes enmascarados cabalgaban por las calles vestidos como los “jockeys” de Astley. Se dirigieron a la Alameda y, colocando una argolla en el medio de una cuerda, trataban de ensartarla a todo galope.”46
En el caso de Carlos Pellegrini, la litografía titulada “Retiro” muestra el desarrollo del juego de las cañas durante las fiestas mayas. Domina la composición un arco de medio punto, de donde pende una soga con la sortija. Allí se genera un foco de atención dinámico, dado por la bandera argentina flameante sobre el arco y el jinete que se dispone a atravesarlo en su cabalgadura. Este clímax de acción, que se concentra en la actividad lúdica, se contrapone a la disposición estática de los espectadores. Allí se representa plásticamente la amplia participación de individuos provenientes del campo y la ciudad. La sucesión de arquerías del fondo, sugiere un ritmo de lectura análogo a la alineación de los personajes de los primeros planos. Dichas arquerías atraviesan longitudinalmente la composición.
Por otro lado, Bartolomé Hidalgo, también se refirió a estos juegos tradicionales. En la relación, el gaucho Contreras narra de manera pintoresca los avatares por los que atraviesa al trasladarse de un ámbito de la ciudad a otro. Es de destacar que el relato deja al descubierto estas nociones de “centralidad” y “periferia” en las fiestas mayas.
“y a la tarde me dijeron
que había sortija en el Bajo;
me fui de un hilo al paraje,
y cierto, no me engañaron.
En medio de la Alameda
había un arco muy pintado
con colores de la patria.
Gente, amigo, corno pasto.
Y una mozada lucida
en caballos aperados
con pretales y coscojas,
pero pingos tan livianos
que a la mas chica pregunta
no los sujetaba el diablo”47
Al finalizar su descripción, el narrador comenta, como al pasar, la presencia de corridas de toros en los festejos patrios:
“Por la plaza de Lorea,
otros también me contaron
que había habido toros lindos.
Yo estaba ya tan cansado.”48
Esta poca importancia relativa dada a los toros puede interpretarse como el menosprecio de Bartolomé Hidalgo hacia la pervivencia de ciertas costumbres ibéricas en el Río de la Plata ya que la capea o corrida de toros se identifica simbólicamente con el régimen español abolido. Lo mismo podría estar sucediendo con el resto de los textos. 49
Reflexiones finales
La fiesta cívica consolidaba la estructura sociopolítica de la época. Por otra parte, el orden simbólico jerárquico se transformaba durante el corto tiempo que duraba la fiesta: la participación popular cobraba entonces nueva significación al asumir un rol protagónico.
Los habitantes que participaban de las “funciones” de la Buenos Aires posrevolucionaria se convertían en actores del acontecimiento festivo. Es así que la comunidad en la fiesta, a través de sus actividades lúdicas, conformaba una unidad activa con anhelos de cohesión identitaria, no exenta de resabios del régimen colonial español supuestamente extinguido.
El juego, con su particular poder de persuasión y su amplia capacidad de convocatoria, permitía el encuentro de mundos culturalmente diferenciados y clases sociales diversas. Por un lapso de tiempo, todos los participantes estaban sujetos a las mismas reglas y se abolían las mencionadas diferencias. Por otra parte, cada uno de los divertimentos, tanto de origen urbano como rural, propiciaba el intercambio de experiencias entre ambos mundos.
Durante las fiestas mayas el ámbito urbano era modificado. Además de “engalanarse” a través de los diversos decorados y luminarias, la ciudad presentaba nuevos focos de atención en el plano sociocultural. Así, los lugares “periféricos” cobraban un protagonismo no habitual. Según el carácter del juego, se generaban desplazamientos de población citadina a sitios no frecuentados usualmente, en condición de espectadores. De la misma manera, los habitantes de la campaña concurrían a la Plaza de la Victoria, ya no como meros transeúntes, sino como partícipes activos del acontecimiento festivo.
A partir del análisis realizado en las fuentes se podría afirmar que, para el período inmediatamente posterior a la Revolución de Mayo, los componentes lúdicos y populares del ciclo festivo son ejes claves para comprender los procesos de construcción de la nueva “identidad nacional”.
Alberico Isola. 25 de Mayo de 184450
La obra 25 de Mayo de 1844 de Alberico Isola conserva algunos elementos de la tradición popular como la presencia de divertimentos y máquinas para fuegos de artificio. Sin embargo el clima general de la representación, así como el ordenamiento de la plaza, remiten a un orden estricto y militarizado. El pueblo, en esta nueva versión, pasa de actor a espectador de la “función”. Los protagonistas son, ahora, los gauchos federales de Rosas y la paleta vira al rojo como correlato simbólico de la vigencia de la divisa punzó. El litógrafo se sitúa en este caso por fuera del evento, convirtiéndose en un espectador más. El primer plano de la obra, antes ocupado por el palo enjabonado, símbolo del carácter lúdico y popular de la fiesta, ha sido reemplazado por los emblemas patrios de la nueva nacionalidad en la solemnidad de un acto conmemorativo, sujeto al poder político-militar. xxx
Bibliografía
Baczko, Bronislaw. Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas, Buenos Aires, Nueva Visión, 1991.
Barcia, Pedro Luis (ed.), La Lira Argentina o Colección de las piezas poéticas dadas a luz en Buenos Aires durante la guerra de su Independencia, Buenos Aires, Academia Argentina de Letras, 1982.
Bonet Correa, Antonio, “La fiesta barroca como práctica de poder”, en Fiesta, poder y arquitectura. Aproximaciones al barroco español, Madrid, Akal, 1990, 5-31.
Busaniche, José Luis, Estampas del Pasado, Lecturas de Historia Argentina, Buenos Aires, Hachette, 1959.
Del Carril, Bonifacio, Aguirre Saravia, Aníbal, Iconografía de Buenos Aires. La ciudad de Garay hasta 1852, Buenos Aires, Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1982.
Del Carril, Bonifacio, Monumenta Iconográfica, Buenos Aires, Emecé, 1964.
Difrieri, Horacio A., Atlas de Buenos Aires, tomo I y II. Buenos Aires, Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, Secretaría de Cultura, 1981.
Falcao Espalter, Mario, El poeta uruguayo Bartolomé Hidalgo. Su vida y sus obras. Madrid, Gráficas Reunidas, 1929
Garavaglia, Juan Carlos, “A la Nación por la fiesta: las fiestas mayas en el origen de la Nación en el Plata”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera Serie Nª 22, segundo semestre de 2000, págs. 73 a 100.
García, Juan Agustín, La ciudad indiana (Buenos Aires desde 1600 hasta mediados del siglo XVIII), Bs As, Talleres Gráficos Argentinos L. J. Rosso, 1933.
Gorosito Kramer, Ana María, “Identidad cultura y nacionalidad”, en Bayando, Rubens y Lacarrie, Mónica (comps.), Globalización e identidad cultural, Buenos Aires, Ciccus, 2003.
Gutierrez, Juan María “la literatura de Mayo”, en Revista del Río de La Plata, tomo II, N°8, Buenos Aires, 1871.
Isabelle, Arsène, Viaje a la Argentina, Uruguay y Brasil 1830-1834, Buenos Aires, Emecé Editores, 2000.
Ludmer, Josefina, El género gauchesco. Un tratado sobre la patria. Buenos Aires, Sudamericana, 1988.
Maffesoli, Michel. Genealogía de la cultura, Chihu, 1995.
Mercuri, Mónica, “El patrimonio cultural. Reflexiones epistemológicas”, en “El espacio cultural de los mitos, ritos, leyendas, celebraciones y devociones”, Temas de Patrimonio 7, Buenos Aires, Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, 2003.
Munilla Lacasa, María Lía “Siglo XIX: 1810-1870”, en Burucúa, José Emilio (dir.) Nueva Historia Argentina. Arte, sociedad y política. Vol. I. Buenos Aires, Sudamericana, 1999, págs. 105-160.
Nicolini, Alberto, Ciudad e historia urbana, Historia urbana de Iberoamérica, Buenos Aires, UBA, FADU, CEHCAU, 2001, mimeo.
Parish Robertson, John y William, Cartas de Sud-América [Letters on South America comprising travels on the banks of the Parana and Río de la Plata, Londres 1843]. Buenos Aires, Emecé, 1950.
Pinasco, Eduardo, El puerto de Buenos Aires en los relatos de veinte viajeros, Buenos Aires, Talleres Gráficos del Ejército de Salvación, 1947.
Prestigiacomo, Raquel y Uccello, Fabián, La pequeña aldea. Vida cotidiana en Buenos Aires 1800-1860, Buenos Aires, EUDEBA; 1999.
Rípodas Ardanaz, Daisy (ed.), Viajeros al Río de la Plata: [1701-1725], Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 2002.
Robertson Parish, John y William, Cartas de Sud-América [Londres 1843], Buenos Aires, Emecé, 1950.
Santos Gómez, Susana, Bibliografía de viajeros a la Argentina, 2 volúmenes, Buenos Aires, Fundación para la Educación, la Ciencia y la Cultura/Instituto de Antropología e Historia Hispanoamericana, 1983.
Sarlo, Beatriz, “Literatura e Historia”, en Boletín de Historia Social Europea, Nº 3, La Plata, U.N.L.P, 1991, págs. 25 a 36.
Torre Revello, José, Crónicas del Buenos Aires colonial, Buenos Aires, Taurus, 2004.
Trifilo, S. Samuel, La Argentina vista por viajeros ingleses, 1810-1859, Buenos Aires, Gure, 1959.
Un inglés, Cinco años en Buenos Aires (1820-1825), con prólogo de Alejo González Garaño, Buenos Aires, Solar-Hachette, 1942.
Wilde, José Antonio, Buenos Aires desde setenta años atrás (1810-1880), Buenos Aires, EUDEBA, 1960.
Notas
1. Del Carril, Bonifacio, Monumenta Iconográfica, Buenos Aires, Emecé, 1964.
2. Según los viajeros ingleses John y William Parish Robertson “las fiestas públicas de todo género en Sud América son designadas con el nombre genérico de “funciones”. Y así, hay funciones teatrales, funciones de iglesias (o procesiones), funciones de gobierno, (procesiones públicas también) y sobre todo las funciones mayas. Es decir, la celebración anual de la independencia, el 25 de Mayo” (Parish Robertson, John y William, Cartas de Sud-América [1843]. Buenos Aires: Emecé, 1950, pág. 74).
3. Juan Carlos Garavaglia sostiene dicha denominación en analogía simbólica con los otros dos ciclos tradicionales, uno sacro y otro profano, la Semana Santa y el Carnaval respectivamente. (Garavaglia, Juan Carlos, “A la Nación por la fiesta: las fiestas mayas en el origen de la Nación en el Plata”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera Serie N° 22, segundo semestre de 2000, Pág. 73 a 100).
4. Para ampliar el tema del proceso de construcción identitaria véase Garavaglia, Juan Carlos, Op.Cit.
5. Este carácter de las fiestas no persistió más allá de la década del ‘80, época que José Antonio Wilde recuerda con nostalgia (Wilde, José Antonio, Buenos Aires desde setenta años atrás (1810-1880), Buenos Aires: EUDEBA, 1960).
6. Michel Maffesoli habla de un “querer vivir” irreprimible que se mantiene a pesar de las imposiciones, un laissez-faire llevado por un impulso vital primitivo que actúa como liberador de la experiencia impuesta por la civilización. En ese sentido, la vivencia de la falta de tensión y diferencias produce paz (Maffesoli, Michel. Genealogía de la cultura, Chihu, 1995).
7. En este sentido, la fiesta porteña reiteraba sus formas año a año: reutilizaba los decorados, repetía sus declamaciones poéticas, entonaba canciones e himnos similares, organizaba el mismo tipo de juegos, etc. Las fuentes relevadas dan cuenta de esta reiteración permanente, a punto tal de no poder determinar a veces claramente de qué año se está hablando.
8. Las concepciones socio-antropológicas acerca del patrimonio tienen en cuenta no sólo la materialidad de la cultura, sino también las diversas formas de expresión simbólica tradicionales: lenguas y hablas, creencias, ritos, costumbres idiosincráticas, formas musicales, danzas, fiestas populares, entre otras manifestaciones culturales “intangibles” que confieren identidad a un pueblo. La identidad se concibe como “la cultura internalizada en sujetos, subjetivada, apropiada bajo la forma de una conciencia de sí en el contexto de un campo ilimitado de significaciones compartidas con otros (…) La identidad es el aspecto crucial en la constitución y reafirmación de las relaciones sociales, por cuanto confirma una relación de comunidad con conjuntos de variado alcance a los que liga una pertenencia” (Gorosito Kramer, Ana María, “Identidad cultura y nacionalidad”, en Bayando, Rubens y Lacarrie, Mónica (comps.), Globalización e identidad cultural, Buenos Aires, Ciccus, 2003). En la actual concepción de las ciencias sociales, la identidad no aparece como una esencia intemporal sino como una construcción social imaginaria (Mercuri, Mónica, “El patrimonio cultural. Reflexiones epistemológicas”, en “El espacio cultural de los mitos, ritos, leyendas, celebraciones y devociones”, Temas de Patrimonio 7, Buenos Aires, Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, 2003). Las identidades no son fijas ni inmutables, ni se definen por la pertenencia a un único rasgo; se construyen dialécticamente en el marco de relaciones entre diversas estructuras e instituciones.
9. Para ampliar la información acerca de las fiestas durante el Antiguo Régimen véase Bonet Correa, Antonio, “La fiesta barroca como práctica de poder”, en Fiesta, poder y arquitectura. Aproximaciones al barroco español, Madrid: Akal, 1990, págs. 5-31.
10. Aguatinta coloreada (Del Carril, Bonifacio, Aguirre Saravia, Anibal, Iconografía de Buenos Aires. La ciudad de Garay hasta 1852, Buenos Aires: Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1982, pág. 168).
11. Esta denominación aludía al triunfo obtenido sobre los ingleses en las invasiones de 1806-1807.
12. Este espacio central se constituía como una “plaza seca” sin ningún equipamiento, lo que permitía que en ella se desarrollaran todo tipo de actividades (económicas, políticas, religiosas y sociales).
13. En el caso particular de Buenos Aires, que por su localización cercana al río adopta el modelo urbano limeño, este centro no coincide con el centro topográfico o físico. Cfr. Nicolini, Alberto, “Ciudad e historia urbana”, “Historia urbana de Iberoamérica”, Buenos Aires: UBA, FADU, CEHCAU, 2001, mimeo.
14. Sarlo, Beatriz. “Literatura e Historia” en Boletín de Historia Social Europea N°3, La Plata, U.N.L.P, 1991.
15. Según Rípodas Ardanaz “un recurso común de los viajeros –sin excepción de nacionalidades–, a fin de facilitar la captación de sus noticias por parte de los lectores, es el de la aproximación de lo americano desconocido a lo europeo familiar. Mediante la comparación se establecen relaciones de distinto signo. Relaciones de igualdad o semejanza en múltiples materias […] Las ilustraciones, en cuanto complemento del soporte verbal, cumplen una función homóloga a las comparaciones en la medida en que coadyuvan a una mejor comprensión” (Rípodas Ardanaz, Daisy (ed.), Viajeros al Río de la Plata : [1701-1725], , Buenos Aires: Academia Nacional de la Historia, 2002, pág. 69).
16. Esta actitud se combina, en el siglo diecinueve, con la del romanticismo, afecta a las aventuras, contrastes y emociones propias del “subdesarrollo” periférico. Así, todas las impresiones están teñidas con una doble carga de admiración y exotismo que son propias de la fascinación por lo extraño y opuesto a su propia realidad.
17. Buenos Aires fue escenario de múltiples celebraciones desde el período colonial. Las mismas incluían festejos de tipo religioso, profano e institucional. Entre otras podemos mencionar: los ciclos de Semana Santa y Carnaval, la procesión de Corpus Christi, la festividad del Santo Patrono –San Martín de Tours–, la publicación de la Bula de la Santa Cruzada, el paseo del Real Estandarte, así como las exequias por el fallecimiento de los integrantes de la Corona o las celebraciones por la consiguiente proclamación de un nuevo Rey y los festejos con motivo de la asunción de los distintos virreyes. Para más información véanse: García, Juan Agustín, La ciudad indiana (Buenos Aires desde 1600 hasta mediados del siglo XVIII), Bs As, Talleres Gráficos Argentinos L. J. Rosso, 1933; Torre Revello, José, Crónicas del Buenos Aires colonial, Buenos Aires, Taurus, 2004.
18. Barcia, Pedro Luis, La Lira Argentina o Colección de las piezas poéticas dadas a luz en Buenos Aires durante la Guerra de su Independencia, Academia Nacional de Letras, Buenos Aires, 1982.
19. Gutiérrez, Juan María “la literatura de Mayo”, en Revista del Río de La Plata, tomo II, N°8, Buenos Aires, 1871.
20. Entre 1810 y 1827 se mantiene la misma corriente estético-literaria, sólo cambian los motivos líricos. Pedro Barcia plantea la existencia de dos estadios: la “generación del Himno” que corresponde a los llamados “poetas de la revolución” (1810-1815) y la “generación de Julio” que incluye los “poetas de la independencia” (1816-1827) Barcia, Pedro Luis “Las poesías de la Lira Argentina y sus motivos poéticos” Estudio Preliminar, en La Lira Argentina, Op cit.
21. Cabe destacar que la pirámide de Mayo también sirvió de soporte a diferentes leyendas, odas e inscripciones, que eran colocadas en sus caras de manera provisoria en cada celebración. En la obra de Pellegrini, Fiesta Mayor, se perciben en el basamento de la misma pequeños recuadros, tal vez en alusión a las inscripciones referidas.
22. Se han perdido los pliegos, hojas volantes y folletos originales en los que Hidalgo solía dar a publicidad sus creaciones.
23. Díaz, primer compilador de La Lira fue respetuoso de los textos originales publicados por Hidalgo. Cabe destacar que es Angel Justiniano Carranza quien en su obra de 1891, editada como Composiciones poéticas de la epopeya argentina en 1910, produce la modificación en el lenguaje.
24. Rona, José P. “La reproducción del lenguaje hablado en la literatura gauchesca”, en Revista Iberoamericana de Literatura N°4. Universidad de la República, 1962, citado en Barcia, Pedro Luis, Aspectos lingüísticos de los textos de La Lira Argentina. Apéndice, Op. Cit.
25. Barcia, Pedro Luis, Op. Cit., pág. 656.
26. Ludmer, Josefina. El género gauchesco. Un tratado sobre la patria. Buenos Aires, Sudamericana, 1988.
27. En la edición de La Lira de 1824, realizada en Francia, aparecen grabados ilustrativos cuyo autor es Du Rochail. En la Relación tomada se representa una escena en la que puede verse una granja de tipo europeo. Un “campesino” se apoya en un instrumento de labranza, mientras conversa con otro personaje a caballo. Un camino sube una colina hacia un edificio embanderado. Ni la topografía ni la vegetación sse refieren al Río de la Plata.
28. Se destacan entre sus producciones, los álbumes: “Recuerdos del Río de la Plata” (1841) de su autoría, los “Usos y costumbres del Río de la Plata” (1845) de Carlos Morel, el “Álbum Argentino” (1845) de Alberico Isola, entre infinidad de láminas de costumbres, planos y retratos.
29. Del Carril, Bonifacio, Op. Cit.
30. Barcia, Pedro Luis, Op. Cit., págs. 573-585.
31. Véanse Un inglés, Cinco años en Buenos Aires (1820-1825), Buenos Aires, Solar-Hachette, 1942; Robertson Parish, John y William, Op. Cit.; Isabelle, Arsène, Viaje a la Argentina, Uruguay y Brasil 1830-1834, Buenos Aires, Emecé Editores, 2000.
32. En este fragmento, el calificativo de “mandadoras” empleado por el gaucho Contreras alude a que las fiestas provocan admiración (Barcia, Pedro Luis, Op. Cit. pág. 576).
33. Op. Cit., pág. 78.
34. Op. Cit., pág. 78. En cambio, los hermanos Robertson sostienen que “por ese momento no se hacía diferencia de clases y era verdaderamente maravilloso ver el general regocijo que caracterizaba en todas partes a las Fiestas Mayas.”, Op. Cit. pág. 78,
35. Op. Cit., pág. 76-77.
36. Op. Cit, pág. 162.
37. Op. Cit., pág. 579.
38. Cabe recordar que para el año de producción de las obras Pellegrini ya no se puede considerar como un pintor viajero dado que se ha asimilado a la cultura rioplatense.
39. Cfr. Torre Revello José, Op. Cit.
40. En 1811 el Cabildo dispuso levantar en el medio de la Plaza de la Victoria una pirámide conmemorativa de los hechos de Mayo. Aunque inicialmente iba a ser efímera, se construyó un obelisco de ladrillos rematado por una esfera (véase Munilla Lacasa, María Lía. “Siglo XIX: 1810-1870”, en Burucúa, José Emilio, Nueva Historia Argentina. Arte, sociedad y política. Vol. I. Buenos Aires, Sudamericana, 1999).
41. Op. Cit., pág. 59 – 60.
42. Op. Cit., pág. 581.
43. Op. Cit., pág. 581.
44. Del Carril, Bonifacio, Op. Cit.
45. Op. Cit., pág. 77.
46. Op. Cit., pág. 160.
47. Op. Cit., pág. 580.
48. Op. Cit., pág. 584.
49. Las corridas de toros no se realizaron siempre en el mismo lugar. Las mismas están documentadas como ejecutadas en la Plaza Mayor para 1775 y, en una presentación de 1781, el virrey Vértiz mencionaba que son “inmemorial costumbre de esta ciudad”. Para esa fecha eran anunciadas por medio de “papelitos” y se corrían entre las cuatro y las siete y media de la tarde. Eran consideradas un espectáculo “moral” ya que evitaban que los artesanos anduvieran “vagando libremente causando quimeras y exponiéndose a otros lances tanto o más peligrosos que la diversión de toros”. En 1798 un carpintero llamado Raimundo Mariño, solicitó autorización para construir en la Plaza de Monserrat (que desde hacía mucho tiempo era el sitio del mercado de abasto del sur de la ciudad) un “circo estable y permanente para las corridas de toros”. Dicho edificio fue construido en 1791 con un contrato por cinco años y albergaba veintisiete corridas anuales para dos mil espectadores. Luego de idas y venidas, el circo fue demolido años más tarde. Con posterioridad se construyó una nueva plaza en el Retiro, cuyas obras estuvieron a cargo de Martín Boneo. Esta última era de ladrillos y tenía una galería superior con palcos para los espectadores más acomodados (incluido el público femenino). Si bien la misma fue demolida a fines de 1819, las corridas no fueron suprimidas (Cfr. Torre Revello, José, Op. Cit.).
50. Litografía Coloreada, 1844, Bonifacio del Carril, Op. Cit.
Información adicional
Año VI – N° 32 – agosto de 2005
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: ACONTECIMIENTOS Y EFEMERIDES, Fiestas populares, Historia, Hitos sociales
Palabras claves: Identidad, fiestas, tradición, juegos, memoria
Año de referencia del artículo: 1845
Historias de la Ciudad – Año VI Nro 32