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Ciudad de Buenos Aires

El maestro alarife Santos Sartorio

Carlos Fresco

Recova. Santos Sartorio hizo la mensura cuando la compró Nicolás Anchorena, pariente de Rosas, y realizó diversas inspecciones por su deterioro edilicio., .

De los tiempos de Rosas

De origen italiano, llegó a Buenos Aires en 1826. Era alarife y Rosas lo nombró arquitecto del Gobierno y maestro mayor de la Ciudad. Se ha dicho, equivocadamente, que fue uno de los constructores de la quinta de Palermo de San Benito; sí proyectó y construyó la iglesia de Balvanera y el teatro de la Victoria. Además, intervino en numerosos peritajes y mensuras. Supo amasar una importante fortuna, pero terminó sus días demente. Murió en su quinta, que estaba donde hoy se levantan el Plaza Hotel y el edificio Kavanagh.

El costumbrista Pastor Servando Obligado (1841-1924) dice que la quinta de Palermo de San Benito “fue levantada por el maestro mayor de obras Salvador Sartori y por Miguel Cabrera1 (1808- 9 después de 1882) de acuerdo con los planos’ del ingeniero Felipe Senillosa (1779-1858)”. Adolfo Saldías (1850-1914) sostiene, a su vez, que se hizo “bajo los planos y la dirección del maestro don Santos Sartorio”.
Otros historiadores y arquitectos, posteriores a los nombrados, repitieron esos apellidos teniendo más en cuenta lo que se había escrito, el carácter de la obra y los conocimientos del arte de la construcción que tenían los nombrados, que fundamentos hallados en documentos.
La planta del edificio y el ordenamiento de los espacios sugieren, aparentemente, que el proyectista debió ser una persona interiorizada en las grandes obras y diseños de los maestros italianos que habían construido en Europa, más precisamente quien hubiese tenido en sus manos los tratados de Andrea Di Pietro, llamado Palladio (1518-1580) y los de Sebastián Serlio (1475-1552). En el tiempo en que se construyó la casa quinta de Palermo de San Benito ­–se inició en 1842–, dos de las figuras que se encontraban en Buenos Aires y que respondían a esas características eran Santos Sartorio y Felipe Senillosa. Por otra parte, ambos estaban muy ligados al gobierno de Rosas.
Santos Sartorio –conocido como Santino–, que así se llamaba y no Salvador Sartori como lo bautizó Obligado, es el nombre que no fue dejado de lado por la gran mayoría de los escritores como artífice de la gran obra, ya sea acompañado por Senillosa o por Cabrera.
El general Isaías José García Enciso2 echa por tierra totalmente esas aseveraciones y dice, con certeza, que respecto de la construcción de la casa: “…la misma le fue confiada al maestro mayor de obras Cabrera”. En efecto, la obra la realizó Miguel Cabrera3, al igual que la ampliación de la casa de Rosas en la ciudad, en Moreno y Bolívar. Santos Sartorio nunca intervino en la construcción de Palermo de San Benito ni en la ampliación de la morada de Rosas en la ciudad.

Sus orígenes
Santos Sartorio era genovés; había nacido probablemente en Laigueglia, mandamiento de Alassio, provincia de Albenga, Italia, donde estaba radicada su familia. Sus padres -José Sartorio, que había sido maestro albañil, y Rosa Fantone- tuvieron 4 hijos: María, casada con Ángel Airoldi; Antonio; Catalina, que tenía un hijo, Juan Gallol, y estaba casada con Nicolás Valdora, y Santos (o Santino, como lo llamaba su madre).
Sartorio llegó a Buenos Aires en 1826, durante la presidencia de Rivadavia, por la misma época que el arquitecto Carlos Zucchi (1792-1856), quien realizó numerosas obras en Buenos Aires, donde fue nombrado ingeniero arquitecto, entre 1828 y 1835, y el periodista napolitano Pedro de Angelis (1784-1859), luego colaborador de Rosas y administrador de la Imprenta del Estado hasta 1852.
Los primeros trabajos de Sartorio fueron como albañil, en el pórtico de la Catedral, en 1827 y en abril de 1834 confeccionó el presupuesto de albañilería para reparar la Pirámide de Mayo. Los trabajos comprendieron: “16 varas lineales4 de recompostura del cimacio5, del pedestal y su blanqueo; 16 varas lineales del zócalo, 96 varas lineales6 de los cimacios y zócalos de los pedestales de la verja, rehacer los globos de la misma, refaccionar las gradas, el piso de la Pirámide y el zócalo exterior7”. Las obras finalizaron en diciembre. La factura que pasó Sartorio fue aprobada por Felipe Senillosa.

Arquitecto de la ciudad
En mayo de 1836, Rosas lo nombró arquitecto del Gobierno y maestro mayor de la Ciudad con la dotación que tenía el ingeniero de Provincia. En ese mes ya actuó como maestro mayor alarife de las obras del Estado,9 en sociedad con el maestro mayor Martín Pila, en la primera tasación que se hizo del patio interior del Colegio de Ciencias,10 comprado por Nicolás Anchorena para agregarlo como patio de las casas que tenía construidas en Bolívar y Moreno, esquina que mira al Sur y al Este. En una de esas casas, con frente al Sur, sobre Moreno, estuvo la Imprenta Buenos Aires, que fue sede del diario La Prensa cuando apareció, en 1869.
En julio de ese año Sartorio trabajó en la elaboración del presupuesto para la reparación y conservación de muchos edificios y obras, como los desagües de los techos de la Recova Vieja11 y la refacción de la casa que ocupaba el Tribunal de Comercio,12 que se encontraba en Perú entre Alsina y Moreno, a mitad de la cuadra que forma la Manzana de las Luces.

La mensura de la Recova
El 21 de septiembre de 1836, Nicolás Anchorena propuso al Estado comprar el edificio de la Recova con el terreno que ocupaba, no computándose “el que medía entre los dos cuerpos de la Recova bajo el arco principal que formaba calle de tránsito de la plaza del Veinticinco de Mayo a la de la Victoria”. La propuesta de Anchorena fue de 264.000 pesos en billetes de Tesorería, en tres pagos a seis meses cada uno. Rosas aceptó venderla pero le contestó “si se conforma con entregar al contado 240.000 pesos”. Era una rebaja de casi el 10 %. Y comisionó al maestro y encargado de las obras públicas del Gobierno Santos Sartorio, para que verificara la mensura del terreno que ocupaba la Recova.13 El 29 de septiembre de 1836 se le entregó la escritura a Nicolás Anchorena. A escasos tres meses, Nicolás se la vendió a su hermano14 Tomás Manuel a un precio más bajo: 234.000 pesos moneda corriente. A fines de 1837, ya en poder de este último, mandó reparar el edificio, que no se encontraba en buenas condiciones. Pero debido a una cláusula que figuraba en la escritura de compra de Nicolás Anchorena, éste se obligaba sólo “al aseo del arco principal, pero en caso de ruina, será del cargo del gobierno su reedificación, y si tuviera a bien demolerlo, también será a costa del gobierno, y a él pertenecerán los materiales y maderas que se sacaren”.
El gobierno encomendó a Santos Sartorio preparar un presupuesto para la demolición y reconstrucción del techo de la bóveda del arco que estaba muy deteriorado. Sartorio redactó un detallado informe de las obras por realizar y de los materiales necesarios. Comprendía su demolición y nueva construcción. Por todo concepto pasó un importe de 8.000 pesos moneda corriente, pero estos trabajos nunca se llevaron a cabo.
Sartorio intervino luego en innumerables obras menores, como la supervisión de la hechura de la estacada que realizó el maestro carpintero Agustín Facio15 en el Riachuelo de La Boca en junio de 1838. Un año y medio más tarde, detalló el presupuesto para reparar la claraboya de la sala de audiencia pública del Superior Tribunal de Justicia. Pedro Medrano, por ese entonces fiscal de Estado,16 señalaba al respecto en el pedido de reparación: “En los temporales del mes de diciembre último (1839) se ha deteriorado la claraboya de la sala de audiencia pública del Tribunal hasta lloverse a términos, que si no se repara deben necesariamente sufrir mucho los muebles que la adornan haciéndose además incómoda esta habitación…”.17
El 21 de julio de 1840, el mismo año en que realizó esta tarea, entre otras, Rosas declaró a Sartorio: “acreedor a dos leguas de tierras de propiedad pública […] en premio de sus servicios, y fidelidad al juramento santo de nuestra Independencia, a la sagrada Causa Nacional de nuestra Confederación, de nuestra libertad, de nuestro honor, de nuestra dignidad y de la América”.18

El teatro de la Victoria
Mientras fue funcionario realizó simultáneamente trabajos particulares relativos a su oficio. Así, intervino en la “construcción, planificación y dirección de cuanto se ha hecho en el precitado teatro [de la Victoria] para ponerlo en aptitud de servir en Buenos Ayres”.19 Este teatro se encontraba en la calle Victoria (Hipólito Yrigoyen) a mitad de cuadra entre las de Tacuarí y Buen Orden (Bernardo de Irigoyen), en la acera que mira al Norte, en parte del solar que hoy tiene por número el 952.
La construcción del teatro de la Victoria tuvo su origen en un conflicto que se produjo en 1836, en el Coliseo Provisional20 entre la empresa y los artistas de la compañía que allí actuaba, quienes fueron desalojados para dar cabida a otra compañía recién llegada de Europa.
Ante la falta de trabajo, los artistas, entre los que estaba Trinidad Guevara, formaron una cooperativa y, con el aporte de todos, fundaron la Sociedad Dramática. Recurrieron a un empresario teatral, don José Rodríguez, quien se encargó de comprar el terreno que pertenecía a unas menores de quienes era tutor José Rivero, amigo de Rodríguez.
Así, en noviembre de 1837, los actores Joaquín Culebras y Antonio González tramitaron ante el Superior Gobierno el permiso de construcción y los presupuestos y planos se los encargaron a Santos Sartorio. Por decreto del 28 de diciembre, el Gobierno concedió los permisos y pocos días después, el 21 de enero de 1838, se colocaba el primer ladrillo.
Ya próxima la inauguración del nuevo teatro, la Comisión Arquitectónica, formada por Felipe Senillosa y los maestros mayores de albañilería y carpintería Ignacio Fernández y Roque Niclizón, por invitación del jefe de Policía, inspeccionaron el estado de seguridad de la obra.
En su informe, entre varias comprobaciones relacionadas con la seguridad de la estructura edilicia, señalaron “…de que sin embargo de no haber sido construido con las pretensiones de permanente, tiene sobrada solidez para ser considerado como una obra pasajera […]. La forma es elegante y arreglada al gusto moderno, pero la situación del local ha ofrecido la dificultad de no poderle dar una entrada más cómoda, a lo menos mientras que con la adicción de alguna de las casitas inmediatas, no se le de una fachada más correspondiente al edificio”.
Sin terminar muchos detalles del revoque, la carpintería, la pintura y demás, se inauguró oficialmente el 24 de mayo 1838, a cinco meses de haberse comenzado la obra. Manuelita Rosas y el jefe de policía, Bernardo Victorica, que influyeron ante Rosas para que autorizara la construcción, fueron los padrinos.21 Se inició la velada con el Himno Nacional y la sinfonía Semíramis,22 luego se representó El arte de conspirar,23 tragedia en cinco actos.
El British Packet publicó una serie de notas24 sobre este teatro y si bien la primera es laudatoria, las que le siguen señalan con cierta ironía algunos defectos del edificio: “es sólido y bonito.25 Las columnas y barandas de madera, en los palcos, carecen de ornamentos. La cazuela o galería es deliciosa, esperando que también lo sea para las diosas que la han de ocupar. Tiene, además, palcos bandeja, palcos bajos (principales), primer piso de palcos y cazuela. El escenario es amplio y sobre el proscenio se lee esta inscripción: “Se reúne en este punto deleite y utilidad / Pugna la virtud y el vicio/ Se enseña moralidad.”
A los pocos días apareció una segunda nota,26 en la que se criticó la comodidad y el gusto: “Aunque el teatro tiene buenos corredores y tres pisos de palcos, por el mismo costo pudo haberse hecho más cómodo y elegante” y en la edición de la semana siguiente 27 se publicó una carta de un suscriptor, dirigida al editor, que acentuó aún más la crítica:
“La otra noche fui tentado a visitar el teatro de la Victoria con la plena convicción de ver una construcción digna de la capital de la República Argentina y de sus 100.000 habitantes. […] Después de bastantes dificultades, encontré la entrada a la platea y, habiendo localizado mi asiento, negligentemente me ubicaba, cuando mis rodillas chocaron con la butaca de adelante. Repuesto de esta introducción en el nuevo teatro, me acomodaba para mirar en torno mío, cuando un caballero me pidió permiso para llegar hasta su sitio. Para que esto tuviera lugar fue necesario que todos los sentados se parasen, uno de los cuales era, como yo, corpulento; entonces se entabló entrambos un serio forcejeo, y, a pesar de conducirnos con la mayor cortesía, por algún tiempo todo fue inútil, con el consiguiente regocijo de los testigos. ¡18 pulgadas28 entre los asientos es muy poco para sostener a un obeso…! Se deduce de esto que, entrada y salida, son operaciones dificultosas y sólo la natural urbanidad, educación e indulgencia del público de Buenos Aires evitan incidentes. […] la falta de proporción entre la altura y el fondo del edificio es demasiado evidente. […] El limitado espacio de que se ha dispuesto puede ser, en alguna manera, una justificación para estos defectos; aunque el arquitecto ha hecho más chico lo que ya era pequeño derrochando innecesariamente espacio en los corredores…”
El pobre Sartorio fue duramente criticado y ello parece haber opacado las pocas ponderaciones que se han hecho sobre esta construcción.

Y el plano no aparece
A casi dos meses de la inauguración del teatro de la Victoria, José Rodríguez y Santos Sartorio comparecieron ante el escribano Luis Castañaga y nombraron a Carlos Enrique Pellegrini, por la parte de Rodríguez, y a Pedro Benoit, por la de Sartorio, para dirimir sus diferencias respecto del honorario de este último por la dirección de la obra.29 Este era “de 4.850 pesos moneda corriente por única recompensa de la parte que ha tenido en la construcción, planificación y dirección de cuanto se ha hecho en el precitado teatro para ponerlo en aptitud de servir en Buenos Ayres”.
Finalmente se llegó a un acuerdo; se convino que Rodríguez pagaría la suma antedicha en seis cuotas, más el rédito de la deuda a razón del uno y medio por ciento mensual. La primera se abonaría el 28 de septiembre de 1838, cuatro meses después de la inauguración del teatro.
El pago de las cuotas “no sólo obligaba a José Rodríguez, su persona y sus bienes, sino especialmente el teatro de su propiedad, y la cantidad que le pasa la Compañía Dramática del teatro de la Victoria por el uso que hace de dicho teatro”. Los artistas “Antonio González y Joaquín Culebras se obligan a deducir de la cantidad mensual que entregarán al dicho Sr. Rodríguez la suma correspondiente a cada uno de los plazos prefijados […] constituyéndose responsables individualmente al cumplimiento de esta obligación”.
Los plazos acordados se vencieron y solamente se le abonó a Sartorio una parte, por lo que, en febrero de 1839, inició una demanda contra Rodríguez. Por otra parte, “Joaquín Culebras declaró que no se cumplió el compromiso del pago por haber rescindido el contrato de arrendamiento del teatro que la Sociedad Dramática tenía en el llamado de la Victoria a solicitud del mismo propietario Dn. José Rodríguez y por consiguiente no tenían ninguna cantidad que entregar a Rodríguez para descontar de ella lo prometido a Dn. Santos Sartorio”.
Por su parte, a los dos meses de la demanda, José Rodríguez dijo que había depositado en el banco la cantidad de 2.450 pesos moneda corriente y agregó: “Yo probaré la excepción que me ha obligado a retenerle la expresada suma cual es que él no me entrega el plano del teatro que quedó comprometido a entregarme para que yo le hiciera el pago.”
Así, Rodríguez presentó testigos, entre ellos, a algunos actores y a Pedro Benoit, quienes aseguraron que la construcción se hacía sin planos y que “muchas veces se le oyó decir en la obra, al mismo Sartorio, que tenía el plano y que a su debido tiempo lo entregaría, esto es público y notorio por haberlo oído varias personas”. Otro testigo afirmó que “Sartorio dijo varias veces que el croquis era bastante para seguir con la obra”.
Por su parte, el ingeniero Pedro Benoit contestó al juez: “…que es de uso que al concluir una obra el arquitecto entregue al propietario los planos y cortes de la obra”.
El juez intimó a Rodríguez el pago de lo adeudado, pero éste no pudo notificarse porque había muerto hacía dos días; corría el 19 de diciembre de 1839, un año después de que hubieran comenzado las obras del teatro. Así, Sartorio no cobró todo su dinero y el plano nunca apareció.30

La iglesia de Balvanera
En ese mismo año, 1839, Santos Sartorio emprendió la construcción de la iglesia de Balvanera, en Bartolomé Mitre y Azcuénaga. El templo quedó terminado, en gran parte, en 1842. Se lo denominó Nuestra Señora de Balvanera de la Encarnación, en homenaje a la difunta esposa de Rosas. El 7 de abril de 1842 fue bautizado allí Leandro N. Alem, quien más tarde sería el fundador de la Unión Cívica Radical.

Sartorio en el Coliseo Nuevo
El 19 de octubre de 184031 el administrador de la Imprenta del Estado, Pedro de Angelis, ante la imposibilidad de encontrar un edificio apropiado para instalarla, se decidió por la casa del señor Del Pino, con la esperanza de agregarle una parte del corral adyacente al Coliseo Nuevo,32 que era del Estado. Para no incomodar al inquilino que allí se encontraba, expresó que levantaría a su costa “una pared divisoria para separar las dos partes del corralón, dando un destino más útil a algunos materiales existentes y cuyo abandono los va deteriorando diariamente”.
El recaudador del Estado opinó que el arrendamiento era viable pero que para justipreciar el alquiler que debería abonarse “tengo que hacer presente que la parte de terreno que necesita el Sr. Angelis, sería bueno fuese reconocida por el maestro mayor de obras públicas…”.
De esta forma, el 10 de diciembre de 1840, Santos Sartorio, por orden de Rosas, debió inspeccionar el terreno:
“Exmo. Señor. El Arquitecto que suscribe pasó a reconocer a parte del corralón que se indica en la antedicha solicitud, y considerando los trabajos que en ella propone hacer el solicitante a su costa quedando estos a beneficio del Estado, y al mismo tiempo arreglándose en el alquiler del todo de la finca que se le deba señalar a dicha parte el alquiler de treinta y cinco pesos mensuales. Es cuanto cree justo y conveniente a ambas partes”. Firma: Santos Sartorio.
El 29 de marzo de 1841 se puso a Pedro de Angelis en posesión de este terreno con el alquiler indicado por Sartorio.

La quinta del Retiro
El 3 de agosto de 1839 -por ese tiempo ya estaba construido el Teatro de la Victoria y en plena edificación la iglesia de Balvanera-, Silvestre Antonio de Marchi33 compró al Estado un terreno de propiedad pública situado en la Plaza de Marte,34 cuartel Nº 1. Lindaba por su frente al Norte con la barranca de Retiro, por su fondo al Sur con la calle Charcas,35 por el costado del Este con el comprador y con Antonio Martínez. Por el Oeste lindaba con la dicha Plaza de Marte;36 no estaba allí la delimitación de la calle San Martín.37
El terreno lo pagó 2.500 pesos moneda corriente, “según todo así resulta de la respectiva escritura de venta que en la citada fecha le otorgó el Excelentísimo Señor Gobernador y Capitán General de la Provincia Brigadier Don Juan Manuel de Rosas por ante el Escribano Mayor de Gobierno don José Ramón de Basavilbaso”.
Enterado Eustaquio Ximenes, curador de Sartorio cuando ya éste estaba en estado de insania, que este bien era de su propiedad pero que no estaba a su nombre, le requirió a De Marchi que regularizara la escritura. Así, cuatro días antes de que muriera Sartorio, De Marchi declaró38 que “al poco tiempo de haber realizado la compra convino con Santos Sartorio en venderle el mismo terreno por la misma suma de dinero que él había pagado no habiéndole otorgado la conveniente escritura de venta por un natural descuido a causa de la íntima confianza que existía entre ambos; pero donde entonces quedó el Sr. Sartorio en posesión del citado terreno en el cual éste construyó el edificio existente”. Este terreno era anexo a otro que Sartorio había comprado a Joaquina López de Martínez39 el 6 de marzo de ese año de 1839. En esta fracción había una casa señalada con el número 338 de la calle de la Catedral.40
Sartorio tenía allí su quinta y un corralón de materiales de construcción. Cuando enloqueció, la familia lo trasladó a esa quinta, donde fue atendido por prestigiosos médicos de la época y donde finalmente murió. Hoy, en esas tierras se levantan el Plaza Hotel y el edificio Kavanagh.

La locura de Sartorio
A principios de 1846, su hermana Catalina Sartorio de Valdora presentó un escrito41 al comisario de la 2ª Sección por el que solicitaba que la autoridad tomara alguna medida ante el estado de demencia de Santos Sartorio, para evitar que destruyera los bienes, como de hecho lo estaba haciendo.
Su hermana estaba casada con Nicolás Valdora; al momento del episodio tenía 34 años y su marido, 39. Además, Sartorio tenía en Buenos Aires un hermano, Antonio, y un sobrino. A este hermano se lo ignoraba, tanto que en el informe sobre el estado de Sartorio que firma Juan Moreno, oficial primero del Departamento de Policía, dice que “no tiene en ésta más familia que una hermana y sobrino con quien se dice está en litis”. Esta podría ser la causa de la urgencia con que procedía la hermana para sacar rápidamente a Sartorio de su casa, tenerlo controlado y rematar sus bienes.
El 10 de febrero de ese año, el médico de policía, doctor Fernando María Cordero, informaba: “He reconocido al que se ordena, está demente pero considero que si se lo asiste pronto y como se requiere podrá curarse.” Ese mismo día, Juan Moreno elevó al juez nacional en lo Civil doctor Romualdo Gaete un informe en el que sólo se reconocía como parientes de Sartorio en esta ciudad a su hermana y a su sobrino, y agregó, además:
“Como por otra parte se le conoce una fortuna considerable la que a causa del estado en que se halla la está consumiendo sin ocuparse de su estado […] creo no estará demás, hacer presente que si se toma alguna medida violenta con Sartorio sería tal vez contribuir a reagravar su mal, lo que podría remediarse valiéndose de alguna medida suave que Vuestra Señoría no dejará de conciliar.”
Su madre viuda, doña Rosa Fantone de Sartorio, residía en Laigueglia, cerca de Génova, Italia. Su padre José, fallecido en 1834, había sido maestro albañil; era natural de Campagnano y había residido en Laigueglia, mandamiento de Alassio, provincia de Albenga.
El estado de salud de Sartorio hizo crisis a la una y media de la mañana del 1º de marzo de 1846, a los dos meses de la denuncia de su hermana. Francisco Antonio Maciel, comisario de la segunda sección, avisó “al ministro de Relaciones Exteriores doctor Felipe Arana que el ciudadano Don Santos Sartorio en estado furioso de demencia se hallaba encerrado en ese momento en el depósito de bebidas (allí tenía pulpería, depósito de materiales y vivienda) que alquilaba calle42 de Representantes Nº 151 y que habiendo incendiado dos días antes la cocina de su casa no era extraño fuese a suceder lo mismo con dicho depósito. Me apersoné en el acto encontrando al señor Ministro Arana con varios serenos que lograron hacerlo salir de donde estaba y había entrado en su casa donde continuaba con gritos descompasados; en este estado conseguí sacarlo con la protección de los ya indicados, y lo conduje al Departamento de Policía donde existe a disposición de Vuestra Excelencia habiendo después lacrado y puesto el sello de Policía en las principales puertas de su casa y depósito de bebidas asociando al Sr. Juez de Paz de la parroquia Dn. José María Velásquez y los vecinos Dn. Juan Gallol,43 Dn. Pedro Lara, Dn. Silvestre De Marchi44 y Dn. David Magín, donde existen cuantiosos efectos y aún se cree que también debe haber cantidad de enseres de uso y moneda corriente; se adjuntan cuatro llaves”.
Ante el agravamiento de la enfermedad, el comisario Maciel hizo salir de la casa a Tomasa Gines, que estaba a su servicio, antes de clausurar las puertas y conducir al enfermo al Departamento de Policía, edificio que se encontraba lindero por el Norte al Cabildo, que había sido residencia del obispo de la ciudad y Seminario Consular.

Imposible de contener
A los dos días de haberlo trasladado al Departamento de Policía, Juan Moreno envió un informe al juez Gaete sobre el estado de demencia en que se hallaba Sartorio. En él decía:
“En precaución de los desastres que pudiera causar en sus intereses se adoptó la medida de tenerlo en este Departamento, mas hoy, aún esto, ya es imposible por haber pasado al mayor grado de furia, pues ni los respetos que pudieran imponerle la fuerza armada es bastante a contenerlo y aún tiene momentos que contra estos acomete. En la madrugada de este día el dicho Sartorio ha hecho pedazos un plano de la ciudad de bastante valor, cuantos muebles y trastes había en el cuarto que se le destinó inclusos los cristales de la misma pieza y otra oficina todo lo ha hecho pedazos. En este estado el infrascripto se ve en la precisión de pedir a V.S. se sirva disponer del mencionado Santos Sartorio, o bien autorizarlo para hoy mismo remitirlo al Hospital General, pues imposible poderse conservar sin riesgo en este Departamento un hombre que se halla en el estado de él en razón de la cantidad de armas que puede hallar a la mano. En la noche anterior fue bastante trabajoso el despojarlo de un sable de que se apoderó y con el que estropeó algunos individuos, sin embargo no se ha tomado ninguna medida violenta por consideración a su estado…”

Inventario y remates apresurados
Ese mismo día, el juez Gaete decidió enviarlo al Hospital General de Hombres, pero inmediatamente se apersonaron su hermana y el defensor general de menores. Catalina Sartorio hizo presente la determinación que había tomado de trasladarlo a la casa quinta de Retiro, “donde le tenían preparadas todas las comodidades posibles a su estado, y considerando que allí estaría más cómodamente que en el hospital…”. El juez aceptó la propuesta y Sartorio fue llevado a su casa quinta, en la calle de la Catedral 305, frente a la Plaza de Marte.45
Con mucha premura, seis días más tarde, Catalina Sartorio solicitó al juez se nombrase a Eustaquio Ximenes46 como “curador del demente Santos Sartorio” e inmediatamente se hiciera “un inventario formal de todos los bienes […] en los términos que lo solicita el Ministerio General de Menores”. Una vez realizado el inventario se comenzaron a rematar los bienes de Sartorio, excepto los inmuebles que poseía.
Durante el mes de agosto hubo que internarlo unos días en el Hospital de Hombres. Finalmente, murió en su quinta de Retiro el 20 de septiembre de 1846. Hasta un día antes de su deceso se continuó con el remate de sus pertenencias.
Una vez instalado Sartorio en su quinta comenzaron los problemas familiares. Eustaquio Ximenes así lo explicitó en un documento posterior a la muerte de Sartorio. Decía: “… empezaron los disgustos de doña Catalina y de don Antonio por habérseles privado la visita del enfermo, después de haberlo recomendado los facultativos en razón de que su presencia lo inmutaba y le hacía perder la escasa mejoría que se conseguía con los medicamentos. Tan notable era esto que los sirvientes, a pesar de ser personas de la relación de Don Antonio y de Doña Catalina tuvieron que incomodarse con ellos, y dejar de servir uno, por evitar desagrado”.
El mismo Eustaquio declaró que “con motivo de que el plan de curación adoptado al principio de la enfermedad del finado Sartorio, bajo la dirección de los facultativos Pedro Martínez y Justiniano Díaz Vélez, no prometía al parecer un pronto restablecimiento, el infrascripto, de acuerdo con los deudos de Sartorio, convocó a una junta de cuatro profesores; en ella se acordó un nuevo sistema de asistencia y conforme a él se nombraron para dirigirla a los doctores Ventura Bosch y Alejandro Brown, quienes los han continuado hasta el fallecimiento de Sartorio”.

El carpintero que reclama su paga
Dos meses después de la muerte de Sartorio,47 José Canesa, maestro carpintero de origen italiano, presentó un escrito ante el juez para ser agregado al juicio sucesorio por el que declaraba:
“En el mes de octubre del año 1841 me conchavé para trabajar en mi oficio con el finado Dn. Santos Sartorio habiendo seguido mi trabajo nueve meses hasta julio del año de 1842, a razón de veinte pesos por día cuyos trabajos lo he hecho en el ramo de carpintería en la quinta del Eximo. Señor Gobernador en el bergantín que existe allí de guardián de otro buque y después cuando cayó el puente de Barracas, y en otras varias obras que el finado dirigía, y sólo en este periodo de tiempo recibí a cuenta de mi sueldo mil doscientos pesos, mas sucedió que mi desgracia de haberme enfermado y van para tres años que no tengo un solo día bueno; y en este intervalo, señor, de mi enfermedad innumerables diligencias hice hacer para poder cobrar, hasta mandar con mi mujer y éste al hablar con ella la despidió con el pretexto de no poder arreglar con señoras. Estos, señor, han sido los motivos por los cuales ha quedado impago de mi trabajo que tantos sudores me ha costado…”
La familia de Sartorio opuso resistencia a este pedido: argumentaron lo falaz que resultaba la demanda del carpintero, al reclamar una deuda de más de cinco años de antigüedad y después de la muerte del deudor. Finalmente, el albacea de la sucesión, Manuel Carreras, llegó a un arreglo y Canesa cobró mil cien pesos por todo concepto.

El epitafio de Pellegrini
El ingeniero Carlos E. Pellegrini, en su Revista del Plata,48 escribió sobre la suerte que corrieron los ingenieros, los arquitectos y los calificados artesanos “durante la época dictatorial” en un suelto titulado Consejo de Obras Públicas y fomento industrial. Allí, en el último párrafo, apuntaba: “Y ¡Sartorio…!, ¡vos, pobre y desgraciado albañil! Conociste un día los favores de la fortuna: de soldado raso un tirano te hizo general de arquitectura; pagaste la fineza con tu aplicación; con tu desinterés y… ¿y…? la suspicacia que devora a los nerones te manda al día siguiente a morir en un hospital, enloquecido y salteado.” d

Notas
1.- Fue bautizado como Miguel María Cabrera en la iglesia de San Nicolás.
2.- Historia del Colegio Militar de la Nación, Círculo Militar, Biblioteca del Oficial, enero-marzo 1870. Pág. 49.
3.- Sala X 43.2.8 AGN.
4.- 13,86 metros.
5.- Moldura formada por una doble curva, con la parte superior cóncava y la inferior convexa.
6.- 83,14 metros.
7.- Zabala, Rómulo, Historia de la Pirámide de Mayo, Academia Nacional de la Historia, 1962.
8.- Sala X 25.3.1ª. AGN.
9.- Sala X 27.5.1ª. AGN.
10.- Hoy Colegio Nacional de Buenos Aires.
11.- Ibídem. “Al Sr. Ministro de Hacienda. El Arquitecto de las Obras del Gobierno y Maestro Mayor de la Ciudad. Buenos Aires, julio 14 de 1836. En virtud del Superior Decreto de fecha 23 de junio pasé a reconocer los techos de la Recova, limitándome solamente a reparar la filtración de las aguas por cuyo motivo se pudren las cabezas de los tirantes, no considerando por ahora extremamente necesario el recorrer el techo en general mas observo ser sumamente necesario el reponer todos los caños y poner de nuevo diez que faltan, colocándolos mas bajo de lo que actualmente están a fin de que el curso de las aguas sea más libre y precipitado; refaccionar, por consiguiente, alrededor de todos ellos, no dejando, al mismo tiempo, de recorrer lo que se encuentre necesario sobre las paredes y techo: lo que si deseo advertir que es muy necesario mantener limpias las azoteas, pues que de otro modo toda reparación que se haga será inútil. Firma Santos Sartorio.”
12.- Sala X 25.4.2. AGN.
13.- Sala IX 23.9.2. AGN. Sartorio anotó: “El terreno se compone de dos paralelogramos, el uno al Sur y el otro al Norte del arco principal que sirve de tránsito público de la Plaza de la Victoria a la del Veinticinco de Mayo teniendo el primero 20 1/3 varas de frente al Sur y 62 los dos lados paralelos Este y Oeste. El segundo tiene 20 1/3 varas de frente al Norte y 64 varas los dos lados al mismo rumbo del primero, dejando entre ellos un espacio de 11 varas perteneciente al tránsito público que cubre el arco principal, lo que queda perteneciente al Estado”.
14.- Reg. 6 1836, Fj. 401v. AGN.
15.- Ibídem.
16.- A los pocos meses murió repentinamente, el 4 de noviembre de 1840. Buenos Aires lo recuerda en la avenida que lleva su nombre.
17.- Sala VII 2069. Comisión de recuperación del patrimonio histórico nacional 1840-1849. AGN.
18.- Ibídem. Esta donación estaba respaldada por la Ley 1429 bis, del 9 de noviembre de 1839; era para militares y se hacía extensiva en los mismos términos a los empleados civiles que permanecían fieles. El número de leguas que a cada uno se donaba estaban en proporción al grado militar a que correspondían los sueldos en la lista civil. A Sartorio se le otorgó el equivalente al grado de sargento mayor. Los que más recibían eran los generales o sus equivalentes, y eran 6 leguas.
19.- Legajo S Nº 28, años 1838-1839. Sartorio, Santos c/ Rodríguez, José s/ cobro de pesos. AGN.
20.- El Coliseo Provisional estaba en la esquina que mira al Sur y al Este de Reconquista y Cangallo, frente a la iglesia de La Merced. Este edificio se inauguró a principios del siglo XIX y se demolió en 1872. En sus comienzos se le dio el nombre de Casa de Comedias. A partir de 1838, cuando se inauguró el de la Victoria, se le cambió el nombre por el de Teatro Argentino.
21.- Raúl H. Castagnino, en su obra El teatro en Buenos Aires durante la época de Rosas (1830-1852), cita a Alfredo Taullard, que lo describe de la siguiente forma: “El frente del Teatro era de material, pero bien sencillo por cierto. Una gran portada en el centro que daba entrada al hall; a la derecha la puerta de acceso a los palcos; a la izquierda, la de la cazuela. En el primer piso alto una hilera de ventanitas cuadradas que correspondían a los camarines de los artistas; más arriba un largo balcón corrido, y en lo alto de la cornisa, las estatuas de Euterpe, Cleo, Terpsícore, Talía, rodeando al dios Apolo”.
Euterpe: musa de la poesía lírica y de la música. Se la relaciona con el arte de tocar la flauta.
Cleo: Clio, la musa de la historia y la poesía heroica.
Terpsícore: musa, su nombre alude a la danza acompañada de canto, que era una de las actividades favoritas de las musas.
Talía: una de las nueve musas, presidía la comedia y la poesía festiva. Uno de sus atributos es la máscara de la comedia.
Apolo: dios helénico por antonomasia, aquí en su faceta de músico, y presidía el coro de las nueve deidades, musas que habitaban en el Parnaso y protegían las artes liberales, especialmente la poesía.
22.- Reina de Nínive. Música de un fragmento -Semíramis- de La hija del aire, del dramaturgo español Pedro Calderón de la Barca.
23.- Obra en prosa, original en francés, del escritor romántico y periodista Mariano José de Larra (1809-1837). Firmaba con el seudónimo de Fígaro.
24.- Sus traducciones fueron publicadas en Contribución documental a la historia del teatro en Buenos Aires durante la época de Rosas (1830-1852), de Raúl H. Castagnino. Comisión Nacional de Cultura. Instituto Nacional de Estudios de Teatro. Buenos Aires. 1944.
25.- British Packet, Nº 613 del 19 de mayo de 1838.
26.- British Packet, Nº 615 del 2 de junio de 1838.
27.- British Packet, Nº 616 del 9 de junio de 1838.
28.- 45,78 centímetros.
29.- Legajo S Nº 28 – años 1838-1839. Sartorio, Santos c/ Rodríguez, José s/ cobro de pesos. AGN.
30.- En Nuestro antiguo Buenos Aires, Alfredo Taullard apuntó, en 1927, que este teatro más tarde se llamó “Principal, hasta que finalmente, lo contrató para depósito y almacén por mayor de comestibles, don Juan de Ayarragaray. Aún se conserva en parte como depósito, el galpón formado por la platea y el escenario, con las piernas de llave de madera dura del Paraguay, de 23 varas de largo. Hoy lo ocupa la pinturería de Monserrat”.
31.- Sala X 16.5.4. AGN.
32.- El Coliseo a que se refiere nunca fue terminado; se comenzó a construir en 1804 y se encontraba en el llamado Hueco de las ánimas, en la esquina de Rivadavia y Reconquista, donde hoy se levanta la casa matriz del Banco de la Nación. En su momento fue propietario del terreno Juan Almagro de la Torre, y el precario teatro donde se daban algunas representaciones lo regenteaba José Olaguer Feliú.
33.- Era canciller del consulado general de su majestad el rey de Cerdeña e intervino, cuando falleció Sartorio, para el envío de misivas a la madre de éste, radicada en Laigueglia, Génova.
34.- Hoy denominada plaza San Martín.
35.- Hoy Marcelo T. Alvear.
36.- Hay que tener en cuenta cómo era esa zona en el año 1836. Esto se ve muy bien en el plano de Bacle 1830-1836. La Plaza de Marte abarcaba la manzana delimitada por Esmeralda, Arenales, Maipú, Santa Fe, más las tierras que al Sur limitaban por Charcas y, por el Este, San Martín. Por el Norte se encontraban los cuarteles. Hoy lleva el nombre de Plaza de Marte la manzana encuadrada por Santa Fe, Esmeralda, Arenales y Maipú.
37.- El terreno “medía 26 varas de frente al Norte y 95 varas de fondo al Sur, teniendo en su fondo 4 varas más que su frente”.
38.- Reg. 1 1846. Fj. 596. AGN.
39.- Reg. 4 1839. AGN.
40.- Hoy calle San Martín. Cuando los hermanos de Santos Sartorio venden esta quinta (Reg. 1 1854 Fj. 1142v.) se declara en la escritura: “El terreno con edificio cercado de pared, con frente a la Plaza de Marte, compuesto de dos fracciones, la primera de 12 varas de frente al Norte, teniendo de fondo o frente a la dicha calle de la Catedral 50 varas que miran al Este, y por la dicha opuesta del Oeste (hoy Florida), en forma de diagonal 55 _ varas, terminando su fondo al Sud con una extensión de 39 varas. Y la segunda fracción que forma un trapecio tiene de frente al Norte 26 varas y 95 de fondo al S, donde termina con 4 varas más que aquél, es decir con 30 varas de frente al Sur calle de Charcas; todo lo cual linda por el Norte con la barranca que desciende al camino del Río de la Plata, por el fondo al Sur con la calle de Charcas; por el Este, una parte calle de San Martín en medio con la testamentaria de Manuel Laprida y el resto con Antonio Martínez y por el Oeste con la Plaza de Marte”.
41.- Testamentaria Nº 8165 año 1846. AGN.
42.- Perú entre Belgrano y Venezuela. A una cuadra de la casa que Rosas tenía en la ciudad.
43.- Hijo del primer matrimonio de su hermana Catalina
44.- Canciller, amigo personal de Sartorio que le vendió uno de los terrenos de Retiro.
45.- Calle San Martín y Charcas, frente a la plaza San Martín.
46.- Fue juez de Paz de la parroquia de Balvanera. Representante de la Legislatura de la Provincia. En febrero de 1834, el comisario de la 4ª sección, cuartel 52, pidió que José Rizo fuera removido del cargo de alcalde por su “poco celo y abandono”, y que en su lugar se nombrara a Eustaquio Ximénez “pues reúne las calidades necesarias al efecto”. El visto bueno de su nombramiento lo dio Lucio Mansilla.
47.- Testamentaria 8165. AGN.
48.- Revista del Plata, Nº 5, año 1854, página 67.
“Consejo de Obras Públicas y fomento industrial.
“Desde que fue escrito en el libro impenetrable de los destinos que la antorcha que alumbró por un corto tiempo la ribera derecha de Plata, sería apagada por un soplo de la Pampa, el departamento de ingenieros debió, como signo representativo de una civilización progresiva, sentir el primero los efectos de la reacción devastadora.
“La oficina hidráulica, suprimida el año 29, abre la marcha del retroceso: el inglés Bevans. El primer ingeniero que alumbró con gas nuestra plaza de la Victoria, en 1824, muere de pesar por haberse alejado de su patria confiando en una contrata, que, revestida del sello de la república, podía haberle garantido su porvenir.
“El francés Ponce, saludando tres veces a la puerta de su calabozo, y en la persona de un llavero, al altanero emir de un nuevo Sultán, huye despavorido de una tierra donde se degrada la ciencia por una supuesta falta de cortesía.
“Parchap, que fortificó nuestras fronteras, arrumbado en una angosta celda, sin más muebles que un teodolito y tres criaturas que le pidan pan, lleva a Argel en contra de los Beduinos el auxilio que nos quería prestar contra la barbarie.
“Mossotti, el sabio astrónomo a quien debemos el mejor método para trazar el mapa de la provincia, quejoso aunque humilde, necesitado aunque parco, se ve forzado a volver a sus bellas estrellas de Italia, reservando para un suelo menos ingrato la simiente de un alto saber.
“Pronto lo sigue en deshonrosa peregrinación el recto Zucchi, espía importuna del tráfico de fincas públicas. El hábil arquitecto, demasiado soberbio para aguantar una guerrilla de corte sale, y cierra sobre sí una puerta que desde entonces no se ha vuelto a abrir: la del departamento de ingenieros civiles.
“Y ¡Sartorio…!, ¡vos, pobre y desgraciado albañil! Conociste un día los favores de la fortuna: de soldado raso un tirano te hizo general de arquitectura; pagaste la fineza con tu aplicación; con tu desinterés y… ¿y…? la suspicacia que devora a los nerones te manda al día siguiente a morir en un hospital, enloquecido y salteado.
“Tal es en compendio la historia del trato que recibieron los ingenieros durante el período dictatorial. El que habla podría aún completar este martirologio hablando de sí mismo; pero nada dirá, porque nada supone.

Información adicional

HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año VII – N° 41 – junio de 2007
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991

Categorías: ARQUITECTURA, Edificios destacados, Iglesias y afines, PERFIL PERSONAS, PERSONALIDADES, Teatro, Biografías
Palabras claves: Rosas, arquitecto, iglesia de Balvanera, el teatro de la Victoria, Santos Sartorio

Año de referencia del artículo: 1827

Historias de la Ciudad. Año 7 Nro41

Pasaje por debajo del arco de la Recova que unía la plaza 25 de Mayo y la de la Victoria. La compra de Nicolás Anchorena no comprendía este terreno que media entre los dos cuerpos.

Foto y firma de Tomás Manuel de Anchorena, quien le compró a su hermano la Recova.

Firma de Santos Sartorio

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