“Montserrat es un barrio étnico en el cual se agrupan las tiendas, los hoteles y restaurantes de los españoles y donde tienen su sede la mayoría de las asociaciones que los representan (…)”[1].
A fines del siglo XIX, la élite política dirigente asumió como preocupación fundamental el problema de la nacionalización de su base poblacional promoviendo para ello la llegada masiva de inmigrantes europeos, los cuales provenían en su mayor número de países mediterráneos como Italia y España[2]y, en menor medida, desde Francia, Inglaterra y Alemania. De este modo, y basándose en los preceptos del positivismo, los constructores de la Nación argentina entendían que el aporte social europeo era fundamental en la historia de su “civilización”- sobre todo para una ciudad como Buenos Aires, la cual venía a sintetizar las virtudes del centralismo porteño- y que de allí habría de llegar la refundación del espíritu moderno y la edificación de su futuro.
Esta cuestión fue puesta de manifiesto por Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) cuando afirmaba en su libro “Conflictos y armonías de las razas en América” (1883), su convicción en la “mejora de la raza” que se estaba produciendo con el aumento “del número de individuos blancos” que aportaba “el fondo de la inmigración”[3]. Es decir que, para los hombres de la “Generación del ´80”, este proceso traería como resultado la constitución de una “raza argentina”, que hablara la misma lengua, que compartiera las mismas lealtades cívicas, una memoria unificada y más cercana a las costumbres que imperaban del otro lado del Atlántico.
En este sentido, la inmigración europea era la respuesta requerida por la dirigencia política del momento a su propósito de “poblar el desierto” y transformar el carácter social de la población- indígena, negra y gaucha- con el objetivo de promover el desarrollo de una Nación Moderna, al mismo tiempo que la Argentina se integraba al mercado internacional bajo el modelo agroexportador. La inmigración, por su parte, respondió también a la necesidad acuciante de la élite gobernante de trasladar desde Europa a nuestro país la fuerza de trabajo que respondiera a las necesidades resultantes del tendido de las nuevas líneas férreas, la realización de instalaciones sanitarias, la erección de edificios públicos y demás obras de servicios.
La impresionante masa de gente que arribó de forma casi ininterrumpida al país- por lo menos hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914- transformó a la Argentina en la Nación con la tasa más alta de inmigrantes del mundo ( lo que venía a representar un aumento del 4% anual aproximadamente[4]). Si a principios de la década de 1840 la población que habitaba el territorio argentino era de 1.000.000 de personas[5] aproximadamente, en 1869 había trepado a 1.740.000 habitantes, para llegar a los 7.850.000 en los inicios del conflicto bélico internacional[6]. De esta cifra el 12% de la población total era extranjera. Como jornaleros, arrendatarios y, en menor medida, como propietarios, la actividad agropecuaria en expansión fue una posibilidad para muchos, pero en virtud de la demanda estacional y cíclica del sector capitalista agroexportador[7], los centros urbanos como Rosario, Córdoba y La Plata fueron los principales lugares de residencia de los recién llagados.
EL ARRIBO DE LOS ESPAÑOLES A LA CAPITAL FEDERAL
La inmigración masiva europea finisecular hacia la Argentina y, especialmente, hacia la Capital Federal de la República Argentina, provocó una concentración humana no conocida hasta entonces, la cual se fue ampliando aun más en las primeras décadas del siglo XX. Además de la cultura de las clases tradicionales se fue gestando otra, que expresaba las nuevas formaciones sociales integradas por los extranjeros que mantuvieron vivas sus costumbres. Según el historiador José Luis Romero (1909-1977), la imagen de esta “Babel” donde las multitudes aspiraban a participar de la vida política y las nuevas clases populares deseaban integrarse a la vida cívica “volvió a simbolizar la confusión propia de las ciudades en crecimiento, con grupos externos incorporados y grupos internos integrados”[8].
Así, los españoles se volcaron hacia la Argentina por el ambiente animador de optimismo que el país presentaba ante el mundo. La posibilidad de elevación social por intermedio del trabajo, la similitud de tradiciones, las costumbres y el idioma en común eran algunos de los elementos más atractivos para establecerse en estas latitudes. Según el Censo Municipal de 1887, del 52,8% de la población extranjera residente en la Capital Federal, los españoles representaban el 9% de la población total, y se encontraban inmediatamente por debajo de los italianos, los cuales representaban el 31.1% de esa población extranjera. Más tarde, y tomando en cuenta los datos arrojados por el censo de 1909, en la primera década del siglo XX llegaron al país unos 170.000 españoles, la mayoría de los cuales se asentaron en los barrios aledaños a la Avenida de Mayo- como San Nicolás y Montserrat- en los cuales vivían el 58,4% de los peninsulares de toda la ciudad[9].
LOS ESPAÑOLES Y EL MUNDO DEL TRABAJO
La mayoría de los españoles que llegaron a nuestro país se dedicaban, en general, al comercio por cuenta propia. Los catalanes eran artesanos; los gallegos de clase baja se dedicaban al servicio doméstico y los vascos gozaban fama de buenos agricultores (especialmente como ganaderos y lecheros). Los elementos peninsulares proporcionaban el “interminable ejército de dependientes o vendedores de tiendas de la capital”[10]. En el lugar convivían patrones y empleados de los mismos establecimientos, muchas veces pertenecientes a la misma región de origen. Los grandes comerciantes o industriales que sostenían sus intereses económicos en el sector central tenían sus viviendas en barrios mas alejados. Los sectores medios y altos, por su parte, estaban conformados por grandes empresarios del comercio, la banca, los seguros y las actividades agropecuarias. Un buen número de profesionales de esta nacionalidad se convirtió en el principal referente de las actividades intelectuales y políticas del país. En cambio, la élite española, alcanzó en las primeras décadas del siglo XX un notorio espacio social, manteniendo fuertes vinculaciones con España, sus partidos políticos y sus asociaciones filantrópicas.
LA AVENIDA DE MAYO- UN “ASILO EN LA MULTITUD”
Las profundas transformaciones sociales derivadas del gran aluvión inmigratorio europeo finisecular modificaron el escenario porteño conocido hasta entonces y lo forzaron al encuentro de todas las clases sociales. La nueva sociedad en ascenso, teñida del cosmopolitismo de raíz inmigratoria, modificó la apropiación de este espacio público, que ahora presentaba imágenes fragmentarias de la realidad. Porteños e inmigrantes no tardaron en apoderarse del espacio original buscando, según términos del filósofo alemán Walter Benjamín (1892-1940), “un asilo en la multitud”[11]. De este modo, el individuo fue desapareciendo gradualmente del entorno cotidiano y, como consecuencia de ello, el saludo personalizado de vereda a vereda, último resabio de la “Gran Aldea”, tan bien descripta por el escritor uruguayo Lucio Vicente López (1848-1894) en su novela homónima publicada en formato de libro en 1884. Ahora el habitante era uno más entre todos. La muchedumbre dominará la nueva escena. Le tocará al habitante de la ciudad otorgar al ámbito creado por la calle la categoría de uso que le permita cierta identificación dentro de la ciudad masificada. Esto pudo verse reflejado en la aparición de numerosos despachos de bebidas en la zona céntrica de la ciudad en las últimas décadas del siglo XIX- especialmente en los alrededores de Plaza de Mayo[12]– en el florecimiento de nuevas tiendas comerciales y en la apertura de sedes de los principales diarios del país, los cuales dinamizaron y potenciaron las actividades del periodismo en la Argentina.
LA CREACIÓN DE SOCIEDADES MUTUALISTAS ESPAÑOLAS
Con la llegada de los inmigrantes europeos a la Argentina entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX surgió la idea de crear sociedades mutualistas mientras se afincaban en el nuevo terruño. Dichas sociedades estaban conformadas por una base heterogénea, cuya dispersión de esfuerzos fue provocada por la disgregación regionalista de origen, quedando su conducción en manos de una élite compacta.
La mayoría de los españoles arribados al país se concentraron principalmente en la Avenida de Mayo y sus alrededores y, posteriormente, se dispersaron hacia la periferia y las zonas suburbanas de la ciudad. Es decir que los españoles fueron quienes crearon el clima que pobló a la Avenida de Mayo con las “voces de la hispanidad”. Por medio de estos contactos, muchos españoles empezaron a crear lazos y a poner en marcha una frondosa red social de connacionales, la cual comenzó a vislumbrarse a partir de la fundación del “Centro Asturiano de Cultura”, ubicado en la Avenida de Mayo 1145.
LOS ORFEONES ESPAÑOLES
Los residentes españoles en la Argentina pusieron de manifiesto, a mediados del siglo XIX, su espíritu societario y mutualista. Así, por ejemplo, cobró importancia e indudable jerarquía el orfeón llamado “La Salamanca primitiva”, que desde su fundación en 1854, estaba compuesto por unas 300 personas que lucían elegantes trajes de estudiantes salamantinos.
El sentido de responsabilidad que animaba a sus directivos, lo evidenciaba el hecho de que el coro y la orquesta actuaban bajo las órdenes del maestro Francisco Payá, autor de las partituras de muchos de los sainetes líricos que fueron punta de lanza del teatro nacional. También se destacó “El Orfeón español”, integrado por mas de un centenar de asociados, en su mayor parte músicos y coristas dirigidos por Luis Reynoso. Vestían el tradicional traje de estudiante español del siglo XVI y exhibían banderas, estandartes y “gonfalones” delicadamente pintados sobre seda.
Completaban el núcleo de entidades peninsulares, junto a otras más pequeñas, pero no por ello menos afiatadas y queridas, las llamadas “Unión Obrera Española”, “Centro Catalá”, “Vascos de Guipúzcoa”, “Submarino Peral”, “Círculo Valenciano”, “Estudiantina Cervantes” y el “Orfeón Gallego”, cuyo coro, guiado por el maestro Paz Hermo, se destacaba en la interpretación de trozos de zarzuelas, pasacalles y habaneras. Desfilaban los “Marinos del Plata”, “Marinos Nacionales”, “Marinos Legales”, “Marino Infantil” y los “Turcos de Barracas”- considerada la sociedad carnavalesca mas grande del país- la cual se componía de banda, banda lisa y orquesta, y mas de cien miembros que marchaban a pie, junto a los cuerpos de “artillería” y “caballería”, todos escoltando una carroza lujosamente ataviada, que tiraban seis yuntas de caballos blancos. En ella se ubicaban el “sultán”, su “consorte predilecta” y el “sequito de odaliscas”.
LA FUNDACIÓN DE LA “ASOCIACIÓN PATRIÓTICA ESPAÑOLA”
La Asociación Patriótica Española fue fundada en enero de 1896 en la Avenida de Mayo 811 y surgió para brindarle apoyo desde el exterior a las fuerzas del Imperio Español durante la Guerra de Independencia Cubana (1895-1898), sobre todo a partir de la llegada de Arístides Agüero al país, un enviado especial de los cubanos para fomentar la propaganda revolucionaria en la Capital Federal. Frente a esto, ciertos simpatizantes de los guerrilleros cubanos recorrían las calles céntricas de la ciudad a los gritos de “¡Viva Martí! ¡Muera España!”. Aquellos incidentes, con sus deplorables resultados sangrientos, tuvieron como escenario principal el que ofrecía el primer boulevard porteño. Bajo aquel estado bélico-patriótico, un numeroso grupo de residentes españoles comenzaron a reunirse en torno a la bandera roja y gualda y de él surgió el llamado Club Patriótico Argentino, por cuyo manifiesto se invitaba a sus paisanos a suscribirse y ayudar, de ese modo, a las tropas y voluntarios españoles que combatían en la isla caribeña.
La comisión directiva de la Asociación Patriótica estaba formada por personalidades nacionales y extranjeras de todos los matices, iluminados por los brochazos de la cultura y la filantropía, quienes acordaron en su acta fundacional que el objeto de la sociedad era tener un haz de reserva por medio de cuotas mensuales de cincuenta centavos, para acudir inmediatamente al socorro de cualquier calamidad que ocurriera en España. Entre los españoles mas renombrados puede nombrarse a su Presidente Honorario, el excelentísimo Ministro Plenipotenciario del Reino de España, Juan Durán y Cuerbo; el Presidente del Club Español, Fernando López Benedicto y su vicepresidente, Modesto Rodríguez Freire.
Por su parte, la Asociación tuvo otros destacados representantes como Joaquín V. González, Luís María Campos, Rafael Calzada, Luis María Campos y el coronel Pablo Ricchieri. Y si bien sobresalió por intermedio de su revista “España”, en la que colaboraron verdaderos talentos, su mayor acción fincó en el esfuerzo de ayudar a sus compatriotas: primero con la adquisición del “Crucero Río de la Plata”, destinado a la marina de guerra española, y luego con el socorro en efectivo para los damnificados vecinos de los excéntricos barrios de Buenos Aires perjudicados por las inundaciones del año 1900.
EL “GÉNERO CHICO” EN EL TEATRO MAYO
La confraternidad entre Argentina y España se expresó también en el campo de la cultura popular urbana, sobre todo en las representaciones teatrales y musicales que brillaron en los escenarios más representativos de la cosmopolita Buenos Aires. La construcción de nuevas salas de teatro en el barrio porteño de Montserrat a fines del 1800 y los inicios del 1900- como el Teatro Mayo y el Teatro Avenida- congregaron a un público fervoroso y se dedicaron a la difusión del llamado “genero chico”[13], el cual tuvo la particularidad de haber otorgado sus formas al teatro criollo, transfiriendo al ambiente porteño los códigos de la zarzuela madrileña.
El Teatro Mayo era una pequeña sala, de esplendida acústica, inaugurada el 17 de noviembre de 1893 y edificada en la Avenida de Mayo al 1000, en un “callejón o lonja de terreno cuyos fondos daban sobre la calle Rivadavia”[14]. La nueva sala resultaba asombrosa por su disposición más propicia “para ir a escuchar a los actores, que a entretener la vista por los palcos y las tertulias, bastante ocultas para los concurrentes a las butacas”[15].
Entre las obras de pertenecientes a este género y reprensadas en “El Mayo” pueden mencionarse “Jugar con fuego”, de Francisco Asenjo Barbieri; “El anillo de hierro”, de Miguel Márquez y García (1878), “La tempestad”, de Ruperto Chapí (1882) “Jardín Zoológico”, de José Palmada y, finalmente, “La trilla y los Políticos” (1901), de Nemesio Trejo y música de los maestros García Lallane y Antonio Reynoso, quienes alcanzaron en este teatro su mayor repercusión.
Su elenco estaba compuesto por un variopinto elenco que incluía, entre sus principales miembros, a la joven actriz Matilde espinosa, Francisco García Ortega, y su mujer Dolores Ricart y, como galán, a Abelardo Lastra, quien más tarde se adaptaría con suma fidelidad a los papeles de típicas figuras del sainete porteño.
Bajo la dirección del empresario y productor José Soriano, el querido rincón histriónico de la flamante arteria recibió a las más notables “vedettes” de entonces: las hermanas Carlota y Lola Millanes, Matilde Pretel, Lola Montijo y Consuelo Mayendía; y los actores Pepe Moncayo, Emilio Carreras, José Ontiveros, Julio Ruiz, Emilio Orejón y Félix Mesa, entre otros. es de destacar que este teatro también dio luz a la famosa actriz Lola Membrives (1885-1969), que comenzó su carrera con el sainete lírico de costumbres andaluzas “La buena sombra” (1904), de los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero y música del maestro Apolinar Brull.
El día de la apertura del teatro se ofrecieron dos piezas célebres del teatro español: “El Caballo Blanco” (1896) y “El Enemigo” (1897), dirigidas por la compañía de Mariano Galé, un importante actor y comediante de gran carácter de la época, quien trajo a Buenos Aires el repertorio español coetáneo inmediatamente a su estreno en la Península. No ajeno al entonces incipiente teatro rioplatense, Galé se animó- pese a las reticencias del publico porteño- con una pieza del romántico poeta y dramaturgo Martín Coronado: “Un Soñador” (1893), y con la del uruguayo Samuel Blixen, “La Primavera”.
Otras obras representadas en El Mayo fueron, “La Dolores” (1881), ese fuerte drama baturro de José Feliú y Codina, estrenado tres años antes en España, y que serviría más tarde de libreto para la admirable ópera del músico salamantino Tomás Bretón (1850-1923). Entre 1896 y 1901, también se además cuatro piezas de gran resonancia: “Tierra Baja”, recia tragedia rural de Ángel Guimerá; “La Fiera”, de Benito Pérez Galdós, una de las mejores obras de dramaturgia, en la cual se retrataba el drama histórico entre absolutistas y liberales; “Electra” (1901), del mismo autor, la cual se convirtió en un éxito de taquilla; y, finalmente, “Amor Salvaje”, de José Echegaray.
EL TEATRO AVENIDA- LA “CATEDRAL DE LA ZARZUELA”
El Teatro Avenida fue inaugurado el 3 de octubre de 1908 en la Avenida de Mayo 1222, adquiriendo con el paso del tiempo el titulo de “Catedral de la Zarzuela” de Buenos Aires. Este edificio fue proyectado por los ingenieros Fernando Poblet y Alejandro Ortúzar en los terrenos que pertenecían a los empresarios Juan y Joaquín Cordeu. Durante sus primeros años, fue administrado por el artista lírico y empresario portugués Faustino Da Rosa.
El día de su inauguración se llevó a escena la obra “El castigo sin venganza””- compuesta por el dramaturgo madrileño Lope de Vega en 1631- e interpretada por la compañía de María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza, dos personalidades muy respetadas y queridas por el público porteño desde su llegada a Buenos Aires en 1897.
Resulta imposible enumerar todo lo que desfiló por el escenario del “Avenida” en drama, comedia, zarzuela o género chico, pues en tan solo una semana, luego de su inauguración, se representaron al menos cuatro obras completas, tales como “El genio alegre” (1906), de la dupla Álvarez Quintero y “María del Carmen” (1896), de Ángel Guimerá; y el 10 de octubre, representaron la obra tan esperada, que poco antes había tenido singular éxito en Madrid: “Amores y amoríos” (1908), de los hermanos Quintero.
CAFÉS CON “ACENTO” ESPAÑOL
Numerosos cafés y bares ocuparon sus veredas con hileras de mesitas, cuadra tras cuadra, entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, dotando a la Avenida de Mayo de un cierto “aire madrileño”, a tal punto que, según Ricardo Llanes “por momentos uno creía encontrarse en la calle Alcalá”[16]. En estos espacios de sociabilidad, los hombres conversaban sobre los queridos recuerdos familiares y las noticias de la vida peninsular, las penurias del trabajo, los afanes y quebrantos de los negocios; aunque también se entretenían oyendo noticias sobre toros y manolas y disfrutaban de presenciar hermosos shows de guitarristas y cantaores de flamenco. Ejemplo de ello fueron el “Bar Iberia”, que abrió sus puertas en 1897 en el solar Nº 1196 de la avenida. Parece ser que los mejores chocolates con churros se servían en el café “La Armonía”, fundado el 28 de febrero de 1899 por los hermanos Caneda y conocido también como el café de “Los Cómicos”, pues allí se hacían presentes muchos actores salidos de los teatros de la zona. Se encontraba ubicado en la Avenida de Mayo 1002, en la intersección con la calle Bernardo de Irigoyen y fue allí donde, además, se formaron las primeras peñas, una vez generalizado el hábito introducido por el precursor y mayor exponente de la corriente del “Modernismo Hispánico”[17], el escritor Rubén Darío (1867-1916) tras su llegada a la Argentina en 1893.
EL CASO DEL “CAFÉ MADRID”
En la primera década del siglo XX, abrió sus puertas el “Café Madrid”, que luego cambió su nombre por el de “Victoria”, ubicado en la esquina de Avenida de Mayo y Chacabuco, donde surgió la peña “Los Trogloditas”, ya que sus miembros se reunían en el sótano del mismo. Entre ellos se encontraba el eminente escritor y publicista Carlos Malagarriga, el poeta Honorio Lartigau Lespada- escribano y filósofo de fuste- autor de la novela “Nuevas Corazonadas” (1929); Hernando Bergalli- político intransigente, profesor y helenista de recursos elevados, cuya conversación, por rica de citas ilustradas, siempre contaba con un auditorio complaciente; Alberto García Hamilton, poeta uruguayo que aunaba a la excelencia de su verso la fluidez de una prosa clara y elegante; Santiago Maciel, el de la lírica pintura con imágenes terruñeras, el de los alejandrinos nativos y convencedores; Manuel Sumay, el castellanizado y un tanto “dartañesco” en su decir de la rima sonora de rendidas altiveces; y el sesudo periodista Edmundo Montagne.
UN HOTEL DE LUJO- EL “GRAN HOTEL ESPAÑA”
Este hermoso hotel fue creado por el arquitecto José Arnovot en 1897 para la razón social del empresario Javier Lorenz- fundador y “alma mater” de uno de los establecimientos más acreditados de la ciudad”[18]– ubicado en la Avenida de Mayo 916. Dicho hotel poseía 315 habitaciones, repartidas entre la avenida y su frente, sobre la actual calle Hipólito Yrigoyen. Además de contar con sus salas de visita, sus salas de lectura y su lujoso hall, el hotel tenía un restaurante donde se preparaban “comidas con arreglo a los más puros preceptos de todas las cocinas”, donde se servia la tradicional leche merengada, la horchata de chufas y el ajenjo que, por un tiempo, llegó a constituirse en el aperitivo obligado y cuyo expendio debió prohibirse por el excesivo consumo que se hacía de él.
Allí el huésped se sentía cómodo, bien atendido, “siendo objeto de ese servicio diligente y cortés que no se paga con nada”. Se trataba de una gran casa habilitada con todos los adelantos europeos de la época, donde se hospedaban “señores de campanillas y señoras de significación”[19], entre quienes se contaban las prestigiosas personalidades y
grandes empresarios españoles que llegaban a la Argentina movidos por la bonanza económica y el futuro prometedor que vivía el país a principios del siglo XX, y otras tantas eminencias extranjeras pertenecientes al mundo de las ciencias, las letras y las artes[20], entre quienes puede mencionarse al filosofo y ensayista español de amplia y sólida cultura: José Ortega y Gasset (1883-1955); y el admirable gallego de la lira multicorte, Ramón del Valle Inclán (1866-1936); además de ser el ateneo y el baluarte de renombrados dirigentes del radicalismo, como el joven Lendro N. Alem, fundador del partido de la Unión Cívica radical (UCR) en 1891.
Este hotel contó con la presencia de un destacado artífice y arquitecto de la repostería profesional europea de aquellos días, el chef y jefe de cocina de origen piamontés Carlos Spriano (director de la “verdadera escuela del arte de hacer bien de comer”, según Ricardo LLanes[21]). Ningún hotel ubicado sobre la Avenida de Mayo, y sin duda de todo Buenos Aires, contó con otro chef de tal calidad profesional. Fue lo que se dice “un pozo de sabiduría gastronómica y todo un consumadísimo artista batido en amor propio con pasta de antigua devoción”[22]. Este maestro del arte culinario fue quien inauguró la primera gran academia de gastronomía dentro del hotel, espacio desde el cual impartía también sus lecciones y conferencias. Su ilustrada versación de la cocina universal, sus acabados conocimientos en excelencias de combinaciones para los diferentes menús, hicieron del “Gran Hotel España” la mesa recurrida de abundantes comilonas, de las opulentas cenas y los resonantes banquetes. En ellos, Spriano solía decorar la mesa principal con alguna obra artística de su creación, lo que provocaba la consiguiente admiración por la belleza y perfectibilidad del objeto presentado. Uno de los banquetes que, por la celebridad del homenajeado, alcanzó resonante significación fue el que se ofreció a Giacomo Puccini- autor de la pieza dramática “Tosca”- quien se había hospedado en el hotel en uno de las habitaciones en 1903, donde el chef patissiere elaboró un delicioso bizcocho de almendra en forma de álbum musical abierto, relleno con mermelada de damasco, fundente blanco perfumado al marrasquino y una exquisita cobertura a base de caramelo estirado y chocolate. Al presentarlo en la mesa en el momento oportuno, el pastel fue colocado de frente al ilustre huésped, mientras en un salón contiguo la orquesta entonaba el vals “Mimí” perteneciente a la opera “Boheme”, estrenada en el Teatro Regio de Turín el 1º de febrero de 1896.
En la semana de de 1910, en el contexto de los festejos del Centenario y de la visita de la Infanta Isabel de Borbón, el chef Spriano elaboró una bellísima obra de repostería con la figura al natural de su tío, el rey Alfonso XIII de España, la cual estuvo expuesta detrás del vidrio, provocando la admiración del público por la notable fidelidad del parecido.
Sus recetas fueron compiladas posteriormente en el libro titulado “El Arte Culinario”, publicados en 1905 y reeditado por segunda vez en 1931. Se trata de un tratado de cocina universal compuesto por 1.606 páginas en su total, en el cual se incluyen más de 5.500 recetas que se convirtieron en el “Codex Alimentario” principal para la consulta de otros cocineros y camareros del mundo.
EL SURGIMIENTO DE LA PRENSA ESCRITA ESPAÑOLA
Con la caída del régimen de Juan Manuel de Rosas en los pagos de Monte Caseros en febrero de 1852 a manos del “Ejército Grande” liderado por el caudillo entrerriano Justo José de Urquiza, comenzaron a aparecer algunos signos favorables hacia los españoles a nivel oficial, pues estos dejaron de ser tratados como los antiguos enemigos de la contienda bélica de la Guerra de Independencia y empezaron a ser considerados como extranjeros. Precisamente, fue en la segunda mitad del siglo XIX cuando comenzó a consolidarse la prensa escrita por intelectuales españoles de gran relevancia como Benito Hortelano, Romero Jiménez y Manuel Mayo que publicaron en Buenos Aires sus diarios y revistas, tales como “El Correo Español”, “El Gallego” y “El Antón Perulero”, los cuales fueron concebidos como una empresa cultural de publicidad destinada a la formación de la opinión pública y con orientación hacia lo nacional y regional en todas las tendencias políticas. Así, la colectividad española en Buenos Aires pretendía alcanzar entre la élite local un sitio destacado que se contrapusiera a la prédica antihispánica de los intelectuales argentinos seguidores de los modelos ingleses y franceses.
La particularidad de estos diarios era que su publicación se daba a la par de las publicaciones de las grandes empresas periodísticas que tuvieron también su asiento sobre la Avenida de Mayo en el tránsito hacia el siglo XX. De este modo, dichas publicaciones supieron convivir con los grandes diarios de la época como el diario “La Prensa”; ““El Diario”- cuyo primer numero apareció el 29 de septiembre de 1881, bajo la dirección de Manuel Lainez- quien años mas tarde sería el impulsor de la llamada “Ley Lainez” (1905), de creación de escuelas públicas en el país; y “La Razón”, fundado el 1º de marzo de ese mismo año por los periodistas Emilio Morales y José Cortejarena.
*BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA:
[1] La frase fue extraída de Fernández, Alejandro; “Los Españoles de Buenos Aires y sus Asociaciones en la época de la inmigración masiva”. En “Inmigración española en la Argentina” (Seminario 1990). Compilador: Clementi, Hebe. Buenos Aires. Oficina Cultural de la Embajada de España, 1991. p. 69.
[2] Radovanovic, Elisa; “Buenos Aires. Avenida de Mayo”. Ediciones Turísticas Banchik, Buenos Aires, 2002, p. 141.
[3] Sarmiento, Domingo Faustino; “Conflictos y armonías de las razas en América”,1883 p. 308.
[4] El promedio anual de crecimiento de la ciudad de Buenos Aires entre 1869 y 1895 llegó al 44 por mil. Durante el siguiente periodo censal, de 1895 a 1914, el índice decreció ligeramente al 43 por mil. En Scobie, James; “Buenos Aires: Del centro a los barrios”. Ediciones Solar, Buenos Aires, 1977.
[5] Lattes, Alfredo; “Las migraciones en la Argentina entre mediados del siglo XIX y 1960”, A.A.V.V., Temas de población de la Argentina. Aspectos demográficos, Celade, Santiago, 1973, p. 64.
[6] Primer Censo de la República Argentina, verificado los días 15,16 y 17 de septiembre de 1869. Oficinas del Censo. Buenos Aires, 1872. Y Tercer Censo de la República Argentina. Oficinas del Censo, Buenos Aires, 1915.
[7] Sábato, Hilda y Romero, Luis Alberto; “Los trabajadores de Buenos Aires. La experiencia del mercado: 1850-1880”, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1992, p. 29.
[8] Romero, José Luis; “Latinoamérica. Las ciudades y las ideas”. Siglo XXI, Buenos Aires, 1976, p. 317.
[9] Yujnovsky, Oscar; “Políticas de vivienda en la ciudad de Buenos Aires, 1880-1914”. En Desarrollo Económico, Nº 54, Vol. 14. Buenos Aires, julio/septiembre 1974., p. 357.
[10] Latino, Aníbal; “La inmigración y su influencia en los destinos de la República Argentina”. En “La Nación”, 1810-1910, p.123.
[11] Benjamin, Walter; “Sobre el programa de la filosofía futura”. Caracas, Venezuela. Planeta- de Agostini. 1986 (Obras maestras del Pensamiento Contemporáneo), p.137.
[12] Gayol, Sandra; “Sociabilidad en Buenos Aires. Hombres, honor y cafés: 1862-1910”, Ediciones Del Signo, Buenos Aires, pp. 46-47.
[13] La actriz portorriqueña Ángeles Montilla fue la que transformó este teatro en la “Catedral del género chico”. En Berenguer Carisomo, Arturo, “Viejas salas de espectáculo”. En “La Avenida de Mayo. Su historia”. Fundación Banco Boston, Buenos Aires, 1º reimpresión, 1989, p. 55.
[14] Berenguer Carisomo, Arturo; ídem, p. 37.
[15] “Inauguración”. En “La Prensa”. 18 de noviembre de 1893.
[16] Llanes, Ricardo; “La Avenida de Mayo”, Editorial Guillermo Kraft Limitada, Buenos Aires, 1955, p.185.
[17] Llanes, Ricardo; ídem, p. 290.
[18] Llanes, Ricardo; ídem, p.173.
[19] Llanes, Ricardo; ídem, p. 166
[20] Llanes, Ricardo; ídem, p. 167.
[21] Llanes, Ricardo; ídem, p. 173.
[22] Llanes, Ricardo; ídem, p. 175.
Información adicional
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2023 /
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