En las condiciones socioculturales de la época, la existencia de los asilos fue la respuesta de las clases dirigentes de Buenos Aires para enfrentar la problemática generada por la presencia de menores abandonados, producto de familias desestructuradas por las crisis, la guerra del Paraguay y también por las recurrentes epidemias que asolaron la ciudad entre 1860 y fines de siglo.
Buenos Aires a fines de siglo XIX
El período comprendido entre la conquista del desierto y la celebración del centenario de la Revolución de Mayo (1880-1910) es uno de los más prolíficos y trascendentales de la Argentina. Nuestro país experimentó una prodigiosa transformación, no sólo por el progreso alcanzado, sino porque lo que quedaba de la vieja sociedad colonial desapareció bajo la llegada de la inmigración y la acumulación de riqueza pública y privada.
La República se asomó al mundo e intensificó sus relaciones comerciales, en concordancia con la expansión y la diversificación de las actividades para la exportación y el desarrollo de nuevas formas de vinculación a través de inversiones de capital.
La Argentina ocupó al final del período el séptimo lugar entre las potencias del mundo “y se proyectaba al primer lugar en Latinoamérica por su cultura y su poder económico”.1
Nuestra nación es ya una sociedad compleja. Por un lado encontramos una élite que vive su momento más floreciente, como lo demuestran los suntuosos palacios del centro y el boato que rodeaba todos los actos sociales de la misma. Por el otro, una masa cada vez más numerosa sirve de mano de obra de una agricultura en ascenso y se incorpora a los nuevos oficios que cubrían las necesidades cada vez más diversificadas, llenando los conventillos y arrabales. Al decir de Romero, “una sociedad nueva, tan peculiar que a los ojos de la èlite resultó extraña”.2
Gobierno de notables, liberales en lo económico, convencidos según Biagini, de ser “los hombres superiores por encima de la masa ignorante, marginada del sufragio”,3 que impusieron como forma de gobierno una democracia restringida.
Criterios predominantes en los sectores de gobierno propusieron un credo basado en lo agropecuario de la región pampeana y un esquema económico que relegó el desarrollo industrial autónomo en aras de la libre importación de manufacturas sin aranceles proteccionistas.
El clamor sobre la necesidad de desarrollar la industria nacional se manifestaba en el periódico vocero oficial4 del Club Industrial, antepasado de la Unión Industrial Argentina, encontrando por momentos eco en otros medios de comunicación y en las legislaturas, con suerte varia según la oportunidad.
Es la época de auge de los pensadores y la ideología positivistas que en sus diversas generaciones, (siguiendo la periodización realizada por Emilio Carrilla y Pro, que las ubica en 1880, 1896 y 1910) participaban de la idea del progreso del país, cada una pretendiendo reorientar la marcha para corregir los errores de la etapa anterior.
Hacia fines del siglo XIX algunos lúcidos exponentes de los sectores del poder criticaban el afán de riquezas inmediatas y la escasa visión histórica de muchos en el manejo de la política interna y externa, que no hallaba solución para los problemas profundos de la sociedad argentina. Todos sin embargo mantenían una fe profunda en los destinos del país, cuyo creciente desarrollo económico podía descontarse de antemano —y muchos pensaron que “per secula seculorum”—, para salvar todos los escollos.
En el marco de esta sociedad llena de contradicciones hubo una auténtica preocupación por el ordenamiento social que se manifestó con creces en el ejercicio de la beneficencia. Y con ese criterio, estas iniciativas se propusieron “rescatar” a los menores que hoy conoceríamos como “chicos de la calle”, de los peligros que supuestamente les esperaban si permanecían haciendo uso y abuso de una “libertad” sin los límites que les podía imponer una familia “normalmente constituida” y la escuela.
La opción es, entonces, encarar esta problemática con la creación de institutos de distintas características, desde la escuela agrícola al reformatorio, pasando por aquellos como el que describiremos someramente.
El barrio de Balvanera
“Atenas del Plata” para la élite sociocultural y económica de fines del siglo XIX, Buenos Aires era un mosaico representativo de la complejidad y las contradicciones a que nos referíamos.
Un centro que comenzó a parecerse a los de las grandes ciudades europeas, con magníficas construcciones de estilo francés o del renacimiento italiano y sustanciales innovaciones en la diagramación urbana; algunos incipientes barrios de clase media y unos extramuros donde pocas calles tenían empedrado, ocupados por tambos, quintas dispersas, hornos de ladrillos y humildes viviendas de familias inmigrantes, donde campeaban burdeles —que no faltaban tampoco en el centro— y compadritos.
El barrio de Balvanera constituía entonces uno de los bordes de la ciudad, plagado de calles angostas, muchas todavía en esos tiempos cortadas por quintas y quintones, y pantanos que dificultaban la circulación. En la plaza de Miserere, el Mercado Once de Septiembre era un espacio de concentración de carretas que trasportaban mercaderías desde distintos lugares, usando la calle Rivadavia —el viejo camino Real—, o la calle Jujuy, que en conexión con la de Estados Unidos, conectaban este mercado con el de Constitución y la zona de Barracas por medio de las carretas. Luego de la llegada del ferrocarril se pudieron vincular los dos ramales a través de empalmes hoy desaparecidos.
Para 1882, pese a instalarse allí una importante exposición, de las primeras realizadas por el Club Industrial, las calles aledañas se encontraban en tan precarias condiciones, que eran insistentes y persistentes las quejas sobre la necesidad de mejorarlas, ya que sin duda perjudicaban al comercio como lo revelan numerosas publicaciones y documentos de la época.
El asilo de huérfanos
En 1871, como consecuencia de la fiebre amarilla y para dar amparo a la gran cantidad de huérfanos abandonados, se constituyó un Asilo de Niñas en una escuela de la Sociedad de Beneficencia, ubicada en la calle Piedad (hoy Bartolomé Mitre) esquina de Ombú (hoy Pasteur), que luego fue trasladado a la residencia Bollini.
El gobierno de la provincia, bajo la administración del Dr. Emilio Castro, nombró un Comité de Caballeros5 para atender a los varones desamparados. Se arrendó la vieja residencia de Guido en las calles Alsina y Cevallos, donde improvisaron un asilo. En la misma época el gobierno comenzó la construcción de un edificio especial para los huérfanos en la calle Méjico.
Los dos asilos continuaron funcionando por separado durante dos años, hasta que el gobernador propuso a la Sociedad pagar la manutención de ambas casas con los fondos públicos, bajo las condiciones de que ésta terminara el edificio ya parcialmente construido con el saldo de las suscripciones públicas6 recibidas durante la epidemia y que la Sociedad de Beneficencia tenía en su poder. Esta puso como condición que solamente se recibieran varones menores de doce años y desde entonces se hizo cargo de los huérfanos de ambos sexos. Cuando se terminó el edificio el comité masculino fue disuelto y los internos de Guido y Bollini pasaron al Asilo de la calle Méjico.
El terreno elegido estaba en el barrio de Balvanera, ocupando la manzana comprendida por las calles Saavedra y Méjico y las avenidas Jujuy e Independencia, que perteneciera a Adolfo Van Praet, uno de los directores del primer ferrocarril y padre de una de las integrantes y presidenta de la Sociedad de Beneficencia.
En 1948, al desaparecer el asilo, comenzó a funcionar en el lugar una Escuela Fábrica, antecedente de las que luego se denominarían escuelas industriales.
En la actualidad el predio está ocupado por la Plaza José María Velazco Ibarra, quien fuera cuatro veces presidente constitucional del Ecuador, la Escuela Primaria, “Dr. Guillermo Correa”, y la Escuela Técnica N° 25, “Tte. 1° de Artillería Fray Luis Beltrán” dependientes del Gobierno de la Ciudad, y el Instituto Nacional de Educación Técnica (Ex CONET).
Como expresábamos antes, la zona era puro arrabal y descampado. Al decir de Meyer Arana: “… una pesada lluvia que había caído desde la noche previa (…) había obligado a la suspensión de muchos entretenimientos (…) no impidió a las inspectoras intentar el viaje hacia el orfanato, para llegar al cual debían cruzar calles casi impasables, enormes pantanos y verdaderas lagunas (…) Sin embargo Dolores Pacheco y la Sra. Lavalle salieron para entretener a los huérfanos de la fiebre amarilla. El viaje fue terrible y penoso, la buena voluntad y la habilidad del conductor no pudieron evitar atascarse en el barro y tuvo que pedir varias veces ayuda para desencajar la berlina. Al fin llegaron, y atrás de ellas dos carruajes más se detuvieron en el asilo, La familia Klein con su pequeño hijo traían juguetes para los huérfanos (…) sus padres lo estaban iniciando en el significado de la vida mediante un acto de caridad hacia los pobres (sic.) …” 7
Este Asilo de Huérfanos será una de las varias instituciones que dependían de la Sociedad de Beneficencia. Fue modelo en su género por la cantidad de internados, su organización, la eficiente formación en distintos oficios y la novedosa inclusión de una escuela para ciegos.
Hacia fines de la década de 1870 el Asilo albergaba niños y niñas huérfanos,8 y para 1889 se instalaron varios talleres. En 1891 don Raúl Videla Dorna pidió autorización para costear las instalaciones destinadas a alumnos ciegos que se hallaban bajo la protección de la entidad benéfica, en un sector del predio.9
En 1900 se hallaban en funcionamiento los siguientes talleres: Alumbrado, Teléfonos, Herrería y Mecánica, Carpintería, Zapatería, Imprenta, Galvanoplastía, Fotografía y Sastrería.
En el ala norte de la manzana se encontraban las instalaciones mismas del asilo, con aulas donde los pupilos recibían la instrucción primaria, cuya entrada se hallaba sobre la calle Méjico 2650. Se ingresaba al lugar atravesando un zaguán que conducía al patio octogonal, con galerías sostenidas por columnas en cuyo centro se descubría una fuente construida en mármol de Carrara.
De pie frente al patio, de espaldas a la calle Méjico, sobre la mano derecha estaba la capilla cuyo púlpito, tallado por finos ebanistas italianos, era una réplica exacta del que se encuentra en la Parroquia de San Cristóbal.
Atravesando el espacio octogonal, se sucedían habitaciones, patios y galerías desembocando en un predio abierto con una gruta, dedicada a la Inmaculada Concepción, muy cerca de la frondosa sombra de un sauce llorón.
En la intersección de las calles Méjico y Jujuy se hallaba el Hogar de Tránsito. Las habitaciones eran ocupadas por los jóvenes mayores de dieciséis años, a los que se les daba almuerzo y cena hasta que conseguían cierta estabilidad laboral y podían independizarse.
En el ala sur, con entrada por la calle Saavedra 749, existía una placa de bronce donde se mencionaba a las damas de la Sociedad de Beneficencia de la Capital.
Del análisis de la documentación y de las Memorias de la Sociedad, comprobamos que el Asilo resultó ser un micro universo, un espejo apto para confirmar las más importantes características del final decimonónico y de la ideología de la época.
El positivismo, ideología que atravesó a gobernantes, élite dominante y otros grupos sociales, generó instituciones que aseguraban el control social y la concreción de su idea de progreso. La beneficencia, más allá del prestigio social que significaba, era concebida como parte de la acción de gobierno, como una tarea ineludible encarada con eficiente organización.
El capitalismo eficiente y la idea empresaria buscaron el autofinanciamiento de las instituciones y la ubicación laboral plena de los sectores más carenciados de la sociedad.
Aparece en el concepto-base de la política de la Sociedad de Beneficencia, la idea de que es factible y necesario prever o inducir, esto es, direccionar la previsible evolución y prestar atención detallada a los pasos que se van dando para corregir de inmediato las posibles desviaciones. Juega en este caso un rol preponderante el ingrediente moral, movilizado a través de la religión, rol del que no podemos excluir la perspectiva de un análisis político vinculado con la aparición de las nuevas ideologías socialistas y anarquistas, de las últimas décadas del siglo XIX.
Varios datos nos muestran que la Sociedad de Beneficencia no era una institución más, sino un verdadero pilar en la construcción que se encaraba desde el gobierno:
– Las instituciones a su cargo eran públicas:10
CASA DE HUERFANAS 242
HOSPITAL NACIONAL DE ALIENADAS 1286
HOSPITAL RIVADAVIA 283
ASILO DE HUERFANOS 591
CASA DE EXPOSITOS 2890
HOSPITAL DE NIÑOS 168
CONSULTORIO OFTALMOLOGICO 7
TOTAL DE ASILADOS Y ENFERMOS ATENDIDOS 5467
– Se sostenía fundamentalmente con fondos estatales:11 y los recursos ordinarios recibidos por la Sociedad en los meses de enero a abril inclusive de 1900 fueron los siguientes:
RECIBIDO DEL SUPERIOR GOBIERNO $ 685.679,66
RECIBIDO RECURSOS EXTRAORDINARIOS $ 6.927,97
El balance de 1908 demuestra que el mayor ingreso proviene del Estado. Todos los años el 26 de mayo se celebraba la Fiesta Anual de la Sociedad, donde se informaba al público la labor desarrollada anualmente en todas las instituciones a su cargo. A estos actos asistían las más altas jerarquías sociales y de gobierno.
Un informe de la presidenta, Manuela Suárez de Figueroa, se refiere al Asilo de Huérfanos afirmando que “… en los talleres trabajan actualmente ciento veinte alumnos, y de los que han salido el año pasado muchos son ya el sostén de su familia”.12
El rector del Asilo, presbítero Dr. Bernabé Pedernera, afirmaba que a fines del siglo se habrán logrado avances científicos en todas las áreas, pero “…también en el orden moral se han obtenido verdaderos triunfos…”.13
Se levantan “…hasta en los últimos rincones de la tierra, miles de grandiosos establecimientos donde otras miles de almas impulsadas por el espíritu de la virtud teologal(…), la caridad, se consagran al cuidado y el consuelo del afligido, del doliente y del desgraciado. Y curando el cuerpo del uno, consolando al otro y formando el corazón y la inteligencia de todos, salvan a la humanidad de muchos seres que, a no ser por tales instituciones, se vería inundada por hordas mayores que las que sorprendieron a la Europa espantada a la sombra de Atila…”(…) “Del seno de esta casa han salido muchos cientos de niños que hoy son hombres que ocupan importantes puestos en la sociedad…”
Resultaría interesante objeto de otra investigación, verificar la veracidad de este último aserto, aún teniendo en cuenta las carencias de documentación fuera de las Memorias de la Sociedad.
Los roles femeninos
Los roles femeninos de participación social estaban básicamente limitados a la caridad y el cuidado de la moral y existió durante largos años una clara diferenciación con los del otro sexo.
Todas las Sociedades de Beneficencia poseían una característica común para la época que nos toca analizar. Estaban integradas, dirigidas, coordinadas y supervisadas en su desarrollo casi en exclusividad por mujeres. Muchos autores concuerdan al hacer notar que
“… el hacer beneficencia, dedicarse a tareas educativas, o militar en algún movimiento feminista, fueron las únicas posibilidades de participación en el campo social abiertas a la mujer en Argentina entre 1860 y 1926…”14
Desde 1880, médicos higienistas y criminólogos que adherían a la corriente positivista discreparon con respecto a las formas en las que se debía organizar un sistema de beneficencia moderno. Sin embargo, para todos ellos estaba claro que eran las mujeres las que debían velar por el funcionamiento cotidiano del sistema, su supervisión, desarrollo y reproducción.
La enorme dimensión que adquirió el sistema de beneficencia hizo que en la década del ochenta comenzara a ensancharse la base social de la conducción del sistema, incorporándose a esta misión las mujeres de la incipiente clase media y de las capas superiores de los sectores populares.
Las damas de beneficencia brindaban a sus asilados capacitación laboral y, en el caso de las mujeres en particular, las ayudaban a insertarse en el mercado laboral o bien se convertían en socias de la institución para trabajar en ella con los nuevos huérfanos.
Las Memorias de la Sociedad de Beneficencia nos muestran claramente las diferencias en la enseñanza práctica y las tareas que desarrollan los internos: los varones asistían a las clases en los talleres ya mencionados, de acuerdo con los avances tecnológicos de la época, en tanto las niñas recibían clases de religión, realizaban labores en el taller de costura y en la ropería, cosiendo, planchando y ordenando las prendas.15
En las primeras décadas del siglo la ciudad de Buenos Aires contaba, gracias a la participación de las mujeres, con uno de los sistemas de beneficencia más florecientes del mundo. Además de la prédica benéfica, la vida pública quedaba escindida en dos grandes esferas: la política y la moral. Si la primera era dominio de los hombres, la segunda lo era de las mujeres y si esa participación fue posible se debió a que la sociedad porteña se hallaba impregnada por una idea de progreso.
Existió una producción literaria con fines didácticos de ordenamiento social, de difusión de valores y de asignación de roles.
Dentro de este marco el tema de la beneficencia se convirtió en objeto de un género literario muy popular a principios de siglo. Comenzaron a aparecer folletines y novelas semanales de las que es un ejemplo la revista “La Semana”, órgano de prensa oficial de la Sociedad de Beneficencia, impresa en los talleres tipográficos del Asilo16 y que en 1909 publicó una serie titulada “Blanca de Selva”. La protagonista se hallaba dedicada a las buenas obras, prestando socorro a los más desamparados en una inmensa ciudad cargada de penurias y miserias.17
Continuando con su labor moralizadora, otorgaba una serie de premios a aquellos que se hubieran destacado por sus valores, dedicación, abnegación y otras virtudes dignas de resaltar como el amor al prójimo, al trabajo, el amor filial, el desinterés, etc. En todo caso, familias e individuos han sido seleccionados por su adaptabilidad a los parámetros ideales defendidos por la Sociedad de Beneficencia.
En la Memoria anual de 1908 se mencionaba la fiesta realizada en las instalaciones del Teatro Colón, cedidas por el intendente municipal Manuel Güiraldes con motivo del acto de entrega de los dieciseis premios instituidos en esa oportunidad, los que eran sostenidos por fondos aportados por el gobierno y por particulares, consistentes en el otorgamiento de una suma de dinero, útiles de trabajo, camas, colchones, ropa, calzado, etc.
La educación como motor del progreso
Se visualiza en todo el material analizado, el acento puesto en la educación como motor del progreso, siempre con los condicionamientos ideológicos a que hacemos referencia. La docencia tenía una responsabilidad transformadora y se destacaba su misión casi sacerdotal.
Dice Biagini que “… entre los rasgos asimilables del ochenta cabe destacar su insistencia en el conocimiento empírico y en la metodología científica, su confianza en la educación básica y en el mejoramiento histórico, su reivindicación de la técnica y de la industria, su promoción de la cultura occidental.”18
En el Asilo se impartían cinco grados de enseñanza elemental para niños y niñas por separado, los que rendían examen ante representantes del Consejo Escolar que eran detallados exhaustivamente en los informes. También se desarrollaban talleres muy actualizados para la época.
La Sra. Albina Van Praet de Sala, presidenta de la Sociedad en 1899 dice en un informe que “En el Asilo de Huérfanos se ha instalado el alumbrado eléctrico, por sus propios medios, y llevado a cabo por los alumnos que se dedican al estudio de la electricidad pudiendo ya en este ramo, demostrar sus competentes servicios fuera del establecimiento”. 19
La sociedad argentina incorporó rápidamente las novedades tecnológicas del exterior y necesitó proveer nuevos oficios para su instalación. Hay esperanzas, al menos en un grupo, de lograr un despegue industrial para el país y no sólo un destino agroexportador. Lo atestiguan en este caso los numerosos oficios que se enseñaban, así como los trabajos para requirentes externos y la producción interna, que en algunos rubros competía satisfactoriamente con actividades privadas, entre ellos los talleres gráficos. También la panadería proveía a las necesidades internas, produciendo un saldo que se comercializaba en todas las instituciones asistenciales oficiales.
La documentación gráfica fue otro producto del trabajo realizado por los alumnos del taller de fotografía, entre los que se deben destacar los de carácter científico realizados sobre preparados anatomopatológicos, intervenciones quirúrgicas, enfermedades, etc. por encargo de los hospitales públicos de la ciudad.20
En otro informe se sostiene que “la enseñanza profesional en los talleres es eminentemente práctica; los alumnos adelantados están en condiciones de ejecutar una obra completa de su ramo, los principiantes son auxiliares de los maestros y oficiales iniciándose con la observación y la práctica de trabajos sencillos.”21
Se encontraron algunos aspectos de la formación que llaman la atención, entre los que destacamos la importante educación musical que recibían. Tenían una banda integrada por cincuenta y dos alumnos que era invitada a participar en muchas celebraciones oficiales.
Por ejemplo, los aniversarios de Rivadavia, fundador de la Sociedad de Beneficencia, día en que marchaban al son de la música hasta la plaza de Miserere, distante siete cuadras del Asilo. También quedó consignada su participación en los actos de homenaje al presidente de Brasil Campos Salles, que visitó nuestro país en el año 1900 en reciprocidad a la visita realizada el año anterior por el general Julio A. Roca a ese país.
En 1874 se fundó el Batallón Maipú, integrado por los huérfanos. Había surgido como una posible solución al raquitismo y debilidad que se observaba en los muchachos. Su evolución revela parte de la historia argentina. Se cuenta que en los primeros años alguna dama les regaló a los niños escopetas diciéndoles que eran ” …para matar santiagueños…”22 como cierto sector de la sociedad porteña llamaba entonces a los provincianos.
Para fines de siglo recibían instrucción militar de un jefe del ejército, el teniente coronel Ratto. Se hacían maniobras y simulacros de combate en los terrenos descampados por entonces abundantes en las proximidades del Asilo.
Usaban uniformes de soldado confeccionados integralmente en la sastrería de la institución y actuaban como guardia de honor23 cuando se entregaban los premios a la virtud. En 1908 aún existía el batallón, pero había perdido importancia y era entrenado por los alumnos mayores.
Quienes informaban sobre el funcionamiento de este “cuerpo de soldados” decían que “…cumplía una función puramente educativa y no cuartelera”. Se justificaban en que ayudaba a lograr, “corrección y elegancia en el andar, buen porte y respetuoso despejo en presencia de sus superiores y personas extrañas.”24
Notable es también la atención que se les dispensaba a los niños y niñas ciegas, si bien a veces las autoridades del Asilo se quejaban de la falta de instrumentos especiales o los inspectores anotaban que la educación que se les impartía era poco práctica. Se ponía el acento en la música y en el canto coral, tal vez porque se veían estas actividades como una posible salida laboral. La enseñanza de las técnicas de Braille formaba parte de la preparación de estos menores, aunque es de hacerse notar que paralelamente se les enseñaba la escritura común, como lo demuestran algunos documentos obrantes en el archivo de las autoras.
Lo más asombroso sin embargo es encontrar entre las consideraciones generales de los regentes de cien años atrás, algunas afirmaciones que aún hoy son modernas: “Lo que el niño aprende en la escuela no es sino la solución de cuestiones o problemas de cosas que no sabe y que el maestro le propone y luego les dirige para que los resuelva”.
La disciplina escolar no debe ser militar, debe surgir “…por el respeto, por la cultura, por el ejemplo, por la familiaridad hasta cierto punto de alumnos y profesores, dejando aquellos cierta movilidad que no esté reñida con el orden.” Lograr hombres bien desenvueltos como dicen los ingleses en las tres haches (head, heart, hand) es decir la cabeza, el corazón y la mano.
Buenos Aires, modelo en beneficencia
Hacia fines de siglo, Buenos Aires fue considerada modelo en América Latina y reconocida mundialmente en la acabada organización de la beneficencia.
El regente Pedernera cita los buenos resultados obtenidos. Juan Ferreyra, secretario informante del Consejo Escolar dice que “… la marcha del Asilo de Huérfanos es altamente satisfactoria. Es uno de los internados modelo de orden, de disciplina, de moralidad e higiene y para honra de mi país, me permite declarar que puede equipararse a los mejores de Europa, estando por sobre todos los de su género en el país”.
En otro comentario se refiere que desde varios países latinoamericanos se ha solicitado lugar en el Asilo, pero que no se concedió. Sin embargo, podemos suponer que debieron existir internos de esos orígenes, como los hubo provenientes de los países europeos.
La medicina argentina del positivismo fue una de las más destacadas del mundo por su preocupación científica e higienista, ello puede vislumbrarse en los exhaustivos informes del personal médico relacionado con este asilo, en los temas relacionados con la enfermería, recomendaciones sobre recreación al aire libre, la práctica de gimnasia, deportes, enseñanza de natación, etc.25
El Estado supuestamente prescindente y la élite conservadora construyeron obras que perduraron. Demostrando preocupación por organizar la sociedad y cubrir sus necesidades, intentaron evitar la desocupación, las enfermedades y el hambre, siempre dentro de los cánones impuestos por la ideología que los orientaba.
No podemos abjurar de una posición crítica sobre esa ideología y las posturas sociales y económicas del momento, pero este trabajo es una descripción somera de la fe en el progreso y el lugar que —creían estos sectores— ocupaba la República Argentina en el mundo. En función de esa fe motorizaron la acción de instituciones que cubrieron, en alguna medida, las necesidades de una época.
Bibliografía consultada y citada
* ROMERO, Luis Alberto, “El desarrollo de las fuerzas productivas”.
* SCENNA, Miguel Angel, “El país de las vacas y de las mieses”, en Revista “Todo es Historia”, N° 163, Buenos Aires, 1980.
* BIAGINI, Helvio, “Cómo fue la generación del Ochenta”, Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1980.
* MEYER ARANA, Alberto, “Una Navidad Memorable”, en Benevolent and Charitable Institutions, incluíida en el Censo General de 1904.
* COMANTO, M.; ZUNTINI, L.; BATEMARCO, G.; y CHIAPE, R., “Un lugar, una historia”, Revista del Cincuentenario de la Escuela Técnica N° 25, Buenos Aires, 1998.
* MEMORIAS DE LA SOCIEDAD DE BENEFICENCIA DE LA CAPITAL, años varios.
* CIAFARDO, E., “Las damas de beneficencia y la participación social de la mujer en la ciudad de Buenos Aires 1880-1920”, en Actas de la I° Jornadas de Historia de las Mujeres, Universidad Nacional de Luján, 1991.
Notas
1- SCENNA, op. citada.
2- ROMERO, op. citada
3- BIAGINI, op. citada.
4- “EL INDUSTRIAL”.
5- Entre otros lo integraban el canónigo Eduardo O’Gorman, los Sres. Cayetano Cazón, E. Saravia y L. Frías.
6- A los valores actuales, la suma ascendería a 34.000 dólares.
7- MEYER ARANA, op. citada.
8- En el año 1900 los internados eran 600.
9- COMANTO, ZUNTINI y otros, op. citada.
10 -MEMORIAS, año 1900.
11- IDEM anterior.
12- IDEM anterior.
13- IDEM anterior.
14- CIAFARDO, op. citada.
15- MEMORIA año 1900.
16- MEMORIA año 1911, allí se informa que la tirada fue de 57.400 ejemplares.
17- CIAFARDO, op. citada.
18- BIAGINI, op. citada.
19- MEMORIA, año 1899.
20- MEMORIA, año 1911. En ella vemos que se solicita se abone la deuda que la Sociedad tiene con el asilo por trabajos fotográficos efectuados en el Hospital Rivadavia.
21- MEMORIA, año 1908.
22- MEMORIA, año 1899.
23- IDEM anterior.
24- MEMORIA, año 1908.
25- MEMORIAS de los años 1908 y 1911. En la de 1908 leemos que “… para ejercicios físicos fue habilitado un patio en el que hay instalado un gimnasio con dos pórticos para juegos de argollas, hamacas y paralelas.”. En tanto, en 1911 se inaugura la pileta de natación, para favorecer el desarrollo físico de los jóvenes.
Zuntini, Comanto y Tamer
Docentes secundarias y universitarias
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año II – N° 10 – Julio de 2001
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Categorías: Edificios Públicos, Niños/as, Partidos, agrupaciones, Pobreza, Vivienda, VIDA SOCIAL, Actividad-Acción, Cosas que ya no están, Derechos Humanos
Palabras claves: chicos de la calle, excluidos, Sociedad de Beneficencia, horfanatos
Año de referencia del artículo: 1880
Historias de la Ciudad. Año 2 Nro10