El título es en parte engañoso. El Bajo, según Ostuni, prolongación de la zona ribereña que bordea el Río de la Plata a lo largo de nuestra ciudad, más que un arrabal de Belgrano, es un modo de vida singular de muchos personajes que en esa zona baja y anegadiza, el “otro Belgrano”, se rescatan del olvido y desfilan en este trabajo pletórico de recuerdos y de historia.
El título es engañoso; el Bajo, más que una denominación geográfica, era una categorización social, refugio de gente sin ocupación fija u ocupada en menesteres lindantes con el mal vivir. El Bajo tuvo coloratura de pecado pero no fue, auténticamente, ni arrabal ni suburbio.
El suburbio (la sub-urbis) —zona marginal de la ciudad— era asiento de gente humilde pero de buenas costumbres, perfil que no aparece con nitidez en los bajos de Buenos Aires. En el suburbio vivían quienes tenían carencia de otro lugar mejor donde hacerlo; el Bajo, en cambio, era refugio del lumpen.
Arrabal (del hebreo rabah o del árabe arraba) significa extramuros, lo que esta fuera de la ciudad; de hecho, esta definición no se corresponde geográficamente con la ubicación del Bajo. Por otra parte, el arrabal, más que un territorio determinado, fue un modo de vida singular, un estado casi marginal del alma, un perfil moral antes que un estrato social. Arrabal —dice Borges— es la esquina última de Uriburu, con el paredón final de la Recoleta y los compadritos amargos en un portón y ese desvalido almacén y la blanqueda hilera de casas bajas…
El llamado Bajo Belgrano era la prolongación de la zona ribereña naciente en La Boca, junto al Riachuelo, que se continuaba por las márgenes del Paseo de Julio (hoy Leandro N. Alem), atravesaba el Retiro y la Recoleta (donde fueron famosas las romerías y las carpas tangueras) hasta diluirse en una zona anegadiza, cruzada por varios arroyos que servían sus aguas al Río de la Plata, más allá de las vías del ferrocarril.
En el Plano Topográfico levantado por Adolfo Sordeaux en 1850, el Camino del Bajo tiene su traza desde el arroyo Maldonado, pasando por el pie de la barranca en la zona de Belgrano hasta cortarse en el tajo del arroyo Vega. Diecisiete años después, Carlos Glade confeccionó otra cartografía, donde el trazado comienza en La Alameda (que sería después el Paseo de Julio), continúa por la bajada de la Recoleta (con vasos comunicantes con la Calle Larga, hoy Pte. Quintana), sigue por la actual Avenida del Libertador hasta los dominios de Rosas y desde allí, por el Camino de las Cañitas (Luis María Campos), se lanza en dirección de Belgrano.
Según investigaciones del Dr. Luqui Lagleyze, el Camino del Bajo fue la ruta de entrada seguida por los expedicionarios de Garay que vinieron por tierra, en la epopeya fundadora de 1580.
Al llegar a Belgrano, el camino se diluía en un bañado inservible para las faenas de cultivos o la crianza de animales. Por ello había sido marginado del régimen de propiedad privada en la asignación de suertes dispuesta por Garay y, tal como lo ordenaban las Leyes de Indias y Las Partidas, esas tierras anegadizas se declararon bienes realengos, de uso público, en las que se podía pescar libremente. De ahí que la población original del Bajo estuviera formada por pescadores y que la primera mensura de Belgrano, hecha en 1606, se hiciera a partir de la línea de la barranca y no desde la costa del río.
En 1806 el virrey marqués de Sobrenombre dispuso la venta de bienes reservados para la corona. Para entonces, las tierras del bañado ubicadas frente a La Calera —origen del pueblo de Belgrano— ya habían sido adjudicadas, mediante el pago de un precio que ingresaba a las arcas reales, por precedentes gobernadores y virreyes que se apoyaron en la Real Instrucción sobre Tierras del 15 de octubre de 1754. Gran parte de ellas, con el tiempo, llegaron a ser propiedad de Juan Manuel de Rosas, quien segó los bajíos transformándolos en sus famosos alfalfares. Después de Caseros esas tierras fueron confiscadas por el Gobierno y dieron lugar a sonados juicios reinvindicatorios.
Al crearse oficialmente el pueblo de Belgrano, por decreto del 6 de diciembre de 1855, se le incorporaron las tierras del fondo de La Calera, es decir la zona de la Chacarita de los Colegiales y el bañado en todo su frente, cuyos terrenos sin adjudicar, se destinaron para el asentamiento de personas de escasos recursos.
Entre 1855 y 1872 se entregaron unos 400 títulos de propiedad sobre los terrenos del Pueblo Bajo. Ello consta en el Libro de Actas de la Municipalidad de Belgrano. A título de ejemplo, baste citar la correspondiente a la sesión del 3 de junio de 1866, en la que se asentaron los nombres de algunos solicitantes y sus respectivas asignaciones. Tomados al azar figuran, con adjudicación gratuita, Francisco Romero, Estanislao Ochoa, Nicasio Panadero, Mauricio Leiva y otros; en tanto Bernardo Yanotegui hubo de abonar 500 pesos por los lotes 1 a 4 de los solares identificados con la letra c en el plano de mensura.
Hasta la sanción de la ley 1899 del 28 de septiembre de 1887, Belgrano no formó parte del ejido capitalino, aunque en realidad el traspaso efectivo de las tierras —que incluía también el partido de Flores— se hizo recién al año siguiente, por decreto del 9 de febrero de 1888.
Pese a integrarse al tejido urbano de Buenos Aires, Belgrano conservó por muchos lustros su apacible vida de pueblo alejado de los febriles acontecimientos de la gran ciudad; sólo en los agitados días del 80, había conocido las zozobras políticas cuando Carlos Tejedor se alzó contra el Gobierno Federal y Avellaneda instaló provisoriamente, en el entonces todavía pueblo bonaerense, los poderes nacionales.
Quizás por ello el barrio Alto de Belgrano no figure en demasiadas páginas de la literatura popular y ésta sólo aparezca con referencias a su zona del Bajo, donde la existencia de un hipódromo y la vecindad de los studs lo aproximó a los tiempos iniciales del tango.1
En la denominación catastral, el Bajo Belgrano era el cuartel 6º, una zona ducha en las arduas contiendas contra las crecientes de los arroyos y los embates del río, cuya desdibujada ribera convertía las tierras en permanentes lodazales. Esta fue, por muchos años, la causa principal de su estancado desarrollo. Recién, entrado el cuarto decenio del siglo XX comenzó a urbanizarse, en contraste con el otro Belgrano, el Alto, cuyo crecimiento apacible y aristocrático venía de la centuria anterior. Félix Lima escribe, con agudeza, que el Bajo Belgrano era una zona huérfana de los favores edilicios.
El Bajo, conservó sus características primitivas hasta 1935. Donde hoy está ubicado el Aeroparque Jorge Newbery, había una laguna con su fauna de patos, chajaes, gallaretas, garzas y nutrias. Ricardo Tarnassi un antiguo y calificado belgranense, narra en su libro Recordar es vivir, que “antaño el Bajo era un lugar sin poesía, con calles desoladas, sin árboles, sin quintas, sin flores”. Roberto Giusti completó esta pintura en una conferencia datada en 1936, bajo el título de Sinfonía de Buenos Aires, con motivo del Cuarto Centenario de la Fundación de la Ciudad. Dijo Giusti: “había una zona despoblada y salvaje, a cuya orilla los trenes pasaban veloces con prisa de dejarla tras de sí, sin violar su misterio. La cruzaban arroyos misteriosos como ella: el Medrano, el White, el Vega, el Maldonado, en cuyas márgenes pintorescas, el sauce, el espinillo, aún el ceibo, formaban una decoración agreste parecida a la del Delta. Lo mismo que en la playa dejaban su resaca las olas del río. En la espesura todavía encontraba refugio el vagabundo y escondite el criminal; mas también había llegado hasta allí el trabajo audaz e independiente: de trecho en trecho en el pajonal y la ciénaga, azotados en el invierno por el pampero y las sudestadas que los inundaban y en verano atormentados por el fétido relente y los mosquitos, se alzaban ranchos y enramadas donde vivían hombres y niños, hombres que pescaban y cazaban, niños que cortaban juncos, metidos hasta la cintura en el agua estancada… Al sur del que fue Hipódromo Nacional, mas allá de la calle Blandengues, el Bajo Belgrano todavía desciende hasta mezclarse y confundirse con el bosque. La casa obrera de cal y ladrillo, con su huertezuelo de cebollas y lechugas, desaparece de a poco ante la de madera y cinc sostenida sobre pilotes a prueba de inundación y a éstas le siguen las viviendas inseguras de tablas y latas y los ranchos de barros… Lo mismo que en la playa dejaban su resaca las olas del río, del otro lado también dejaban hasta ayer su sucia resaca las olas de la ciudad…” Esta zona se extendía catastralmente entre la actual calle La Pampa (antes Moreno), las vías del ferrocarril Mitre, la calle Blanco Encalada (antes San Martín, por donde corre entubado gran parte del arroyo Vega) y el Río de la Plata.
Un relato fiel sobre El arrabal o Pueblo Bajo, puede consultarse en la revista Caras y Caretas del 19 de febrero de 1910.
Los pobladores originarios, pescadores y jornaleros en su mayoría, sufrieron con el tiempo, el avance de otra población compuesta por refugiados de la autoridad y malvivientes y, en general, ocupantes clandestinos de tierras fiscales cuyas mujeres trabajaban en el Alto, en tareas de costura y lavado. Distinto era el perfil humano que mostraban los Bajos de la Boca, de Paseo Colón y de Recoleta, con sus cafés y sus tugurios poblados de marineros, lenguas extrañas, tabaco, alcohol, mujeres y rufianes. Y más distinto aún era el Bajo Montevideano cuyas crónicas escribió Ramón, “El Loro”, Collazo, testigo y protagonista de muchos de los acontecimientos que narra en un libro lleno de historias insólitas, y a veces tragicómicas, de esa porción de la calle Yerbal y sus alrededores.
Los primeros comercios y el ferrocarril
En 1874 se instaló el primer comercio en la zona del Bajo Belgrano. Fue un restaurante frente a la misma estación ferroviaria. Un diario lugareño, La Prensa de Belgrano en su edición N° 23 del 8 de marzo del citado año, lo proclamaba como “el más hermoso paseo que se puede desear; confort, buen gusto, elegancia, poesía, cocina francesa, salones particulares, jardines, servicio perfecto y precios módicos”.
Al año siguiente, el 11 de abril de 1875, el mismo diario publicaba un aviso ofreciendo en alquiler las instalaciones de un hotel: “Se alquila conocido y espacioso edificio en el bajo, frente a la estación del Ferro Carril del Norte conocido bajo el nombre de Hotel Salomón. Se alquilan todas sus dependencias ya sea para hotel o para cualquier otro establecimiento o casa particular…Tiene una quinta preciosa bien cultivada con una gran cantidad de toda clase de verdura, ricos árboles frutales y pozos con abundantísima agua…”.
La construcción del llamado Ferrocarril del Norte tuvo sus vicisitudes. La iniciativa fue de don Eduardo Augusto Hopkins quien, buscando promover el comercio y la industria de las poblaciones del norte de Buenos Aires, pidió la autorización del Gobierno para construir una línea férrea hasta San Fernando. La ley de concesión fue sancionada en junio de 1857, pero la construcción del ferrocarril quedó interrumpida a poco de iniciarse, por problemas económicos y por la destrucción de las primeras obras, a causa de una grave inundación. El Gobierno declaró caduco el permiso otorgado a los señores Hopkins y Ocampo y se lo concedió al señor José Rodney Crosby en representación de la “Buenos Aires and San Fernando Railway Company Limited”. El 19 de agosto de 1861, el diario El Nacional manifestaba su complacencia declarando que “al fin hay fundados motivos para aseverar que los trabajos de esta importante obra comenzarán nuevamente dentro de poco”.
No es del caso inventariar en esta nota los pormenores de la construcción ferroviaria ni de sus muchos tropiezos. Baste señalar que el 1° de diciembre 1862 se inauguró el primer tramo hasta la estación Alsina del Bajo Belgrano, cuyo servicio regular comenzó a correr a partir del día 7. El trazado de la vías costeaba el río y atravesaba los terrenos pantanosos de la zona. La nueva estación, en reemplazo de esta primera, cuyo estado resultaba precario, se construyó a partir de 1888 y se llamaría Belgrano C. El historiador Héctor Iñigo Carreras (El pueblo de Belgrano, Centro de Estudios Históricos del Pueblo de Belgrano) con acierto, llamó a esta estación ferroviaria, pórtico del bajo, porque era el límite de un claro contraste urbano. Hacia un lado, el elegante Club Belgrano y del otro, después de las vías, el mundo marginal con sus malvivientes y sus guapos, donde se hacía ostentación del culto al coraje.
Hasta ese límite llegaba el Tranwaicito de Belgrano cuyo recorrido comenzaba en las calles Lavalle (Juramento) y (Suipacha) Vidal. En 1930 don Manuel G. Conforti editó un entrañable librito titulado Belgrano anecdótico cuyo capítulo III (pág. 19 y ss.) dedicó a ese tranvía liliputiense, a su guarda Natalio y a su cochero Agustín.
¿Un granadero embustero?
En las vecindades del Bajo vivían dos antiguos militares retirados. Uno era el coronel Manuel Germán Céspedes que había servido a las órdenes de San Martín y de Alvear y junto a Lavalle actuó hasta el final de la campaña del Ejército Libertador. Fue uno de los fieles servidores que acompañó al general Pedernera en la travesía fúnebre hasta la Catedral de Potosí.
El otro era José de Obregoso cuya trayectoria militar fue muy discutida. Decía haber servido a nuestras armas desde 1812 como Granadero de San Martín y hasta 1861 al lado de Mitre en Pavón. Aseguraba haber cruzado los Andes con el Ejército Libertador y haber participado en todas las contiendas. En 1821 su nombre apareció en la batalla de Moquehuá y luego en los combates de Pichincha, Oruro, Zepita, Sica-Sica y Arequipa. En 1824 actuó en Junín donde fue herido por cubrir a Mariano Necochea; también figura en los partes de Ayacucho como trompa. Sin embargo su nombre no aparece entre los granaderos que regresaron a Buenos Aires en 1825.
Dijo también haber sido trompa de Lavalle en Ituzaingó pero en los partes figura José Palomino. También adujo haber actuado en Quebracho Herrado, en Famaillá, en Cepeda como ayudante y corneta de Mitre y finalmente en Pavón. Mencionaba, con orgullo, sus condecoraciones: nueve escudos, diez medallas y dos cordones.
No pocos de sus contemporáneos sostuvieron que fantaseaba, pero aún así el 18 de diciembre de 1868, el Gobierno le acordó el goce de los beneficios a los guerreros de la Independencia. Años después, el 17 de julio de 1874, la Contaduría del Ejército, frente a un reclamo de sueldos, dijo en su informe, que no tenía antecedente alguno de los servicios prestados por Obregoso en nuestras guerras: “No figura en las listas de reformados ni en las liquidaciones practicadas por la Comisión nombrada en 1826”, dice textualmente. Sin embargo en 1875, el General Juan Esteban Pedernera admitió haber conocido a Obregoso en 1822 cuando se fusionaron los regimientos de Caballería, Granaderos y Cazadores y que lo vio, por última vez, formando parte del ejército de Lavalle.
Este controvertido militar vivía con su mujer en una casa cercana a la estación ferroviaria de Belgrano C, construida en un terreno con salida a las calles Lavalle (Juramento) y Rivadavia (Echeverría). A su muerte, ocurrida el 24 de octubre de 1877, su viuda le escribió al presidente Nicolás Avellaneda: “En este momento me hallo en un miserable rancho, con el cadáver presente, sin recursos de ningún género y con una numerosa familia. No se a quien dirigirme y pongo esta acerba noticia en conocimiento de VE para que en estos momentos de dolor y llanto me ampare y ordene que se tributen al difunto los honores correspondientes a su grado”. Firmaba Francisca Fuentes de Obregoso.
La finca fue rematada por deudas al Banco Hipotecario en 1879 y recién el 28 de junio 1885, ante nuevas presentaciones de la viuda y de los hijos de Obregoso, el general Bartolomé Mitre produjo un dictamen que en lo esencial dice: “que son de notoriedad pública los servicios prestados por el finado coronel D. José Obregoso en las guerras de la Independencia y del Brasil, como en la Campaña Libertadora formando parte del Ejécito de los Andes… aunque se dispuso el archivo de las actuaciones por no haberse presentado ningún documento que justifique los (otros) servicios prestados que eran el motivo de los reclamos”.
Pese a todo, mientras Obregoso vivió, dice Enrique Mario Mayochi (Belgrano del pueblo al barrio. Cuadernos del Aguila n° 18 ) su figura, a la vez vigorosa y bonachona, estaba presente en todos los actos en que eran honrados los fastos de las lucha por la independencia americana. En el N° 140 de la revista Todo es Historia de enero de 1979, Héctor A. Viacava publicó un trabajo titulado: Obregoso un granadero mentiroso.
Memorias del paisano Vargas y otros pobladores pintorescos
Sin ningún entorchado, pero con un pasado real, vivía junto a la desembocadura del arroyo Vega, el paisano Luciano Vargas que había peleado en Caseros del lado de Rosas, aunque no recordaba de qué lado lo había hecho en Cepeda y en Pavón. Solía rememorar los combates de la guerra contra el Paraguay donde fue herido y recibió la baja. Félix Lima lo entrevistó a principios del siglo anterior, bajo unos sauces llorones. Vargas le confesó: “Nací allá por el año 33, si mal no recuerdo, en un rancho orillero… A los quince años empecé la fagina. Dentré de soldao en el batayón Guardia Argentina que mandaba el comandante Quevedo, un tigre que no conocía el javón. De muchacho nomás, cuando entraron los de Urquiza, juí con los míos a defender el juerte de la plaza Grande, ahora la llaman de Mayo… Me florié en Cepeda; en la de Pavón me balearon en la pierna izquierda. Salí de baja el año 58… por ahí… Llegó lo del Paraguay… hice lo que pude y en lo que duró la pelea mandé al hoyo a más de cien… En Buenos Aires me dieron la baja como extranjero ¿sabe? Para no servir por dies años… Soy porteño y tejedorista hasta el caracú… El 90 también me dieron ganas de pelear pero ya estaba viejo”. (Félix Lima – Con los nueve / Algunas crónicas policiales). En los dias del reportaje, Vargas llevaba 28 años viviendo junto al río, en un ranchito orillero.
El río era peligroso. Sus recurrentes crecidas arrasaban la precariedad del caserío y hacían del lugar una zona insalubre e intransitable. Por el declive natural del terreno llegaban con fuerza las torrentosas aguas de lluvia que iban incrementando su caudal desde la Chacarita de los Colegiales hasta el Bajo. En 1882 hubo un severo brote de fiebre tifoidea; entre 1884 y 1886, el cólera diezmó a esa población bajeña; en 1896 se declaró un brote de fiebre amarilla que contaminó 14 viviendas en 6 manzanas; de los 50 pobladores afectados, 16 murieron.
El Bajo Belgrano tuvo también sus pobladores pintorescos. Francisco Bilbao en su libro Buenos Aires desde su fundación hasta nuestros días, nombra entre ellos, a Juan Bolón antiguo pescador quien, los días de elecciones, iba a votar vestido con guardapolvo y galera; Rufina Sánchez y su compañero, ambos fieles devotos del vino, lo mismo que el jorobado Benedicto Torres o Rufino Pérez, cuya chifladura era correr sin parar, a toda velocidad, hasta caer extenuado. Entre otros recuerdos, Bilbao cita el de un barco encallado en lo que hoy es el cruce de Pampa y Av. del Libertador.
La llegada del progreso
Sobre una margen del arroyo Vega se había instalado la Compañía de Gas de Belgrano cuyo gasómetro estaba en el cruce de las calles Guanacache (hoy Franklin D. Roosevelt) y 11 de Septiembre. El origen de la misma fue una presentación hecha ante el Gobierno Municipal por el Dr. José Olguín, para proveer de gas al pueblo. El convenio, estableciendo las bases del proyecto, se firmó el 14 de julio de 1871 y fue aprobado por el Senado y la Cámara de Representantes de la provincia de Buenos Aires el 28 de octubre del mismo año. Tres años después, el 8 de marzo de 1874, se realizó la prueba de iluminación a gas, lo que convirtió a Belgrano en el primer poblado bonaerense en contar con ese adelanto. Se iluminaron las actuales calles 25 de Mayo (Cabildo), Rivadavia (Echeverría) y Lavalle (Juramento) con más de un centenar de faroles.
En la esquina de las actuales Blanco Encalada (ex San Martín) y Soldado de la Independencia (ex Blandengues), los señores Fussy, Brugnard y Vial levantaron, hacia 1887, la segunda fábrica de tejidos de paño del país (la primera funcionaba con el nombre de Fábrica Argentina de Paños desde 1872 y pertenecía a la Sociedad Industrial del Río de la Plata). En 1914 la fábrica ya era propiedad de Juan Campomar y Eduardo Soulas y era, sin ninguna duda, el establecimiento textil más importante de Sudamérica en su tipo. Funcionaba bajo el rubro Hilandería de Lanas Peinadas y Fábrica de Tejidos Campomar y Soulas S.A.; la fábrica —un edificio de cinco pisos de altura— ocupaba toda la manzana de Blanco Encalada, Blandengues, Montañeses y Monroe con escritorio y depósito general de mercadería en Alsina 930. Demás está señalar que la empresa Campomar fue uno de los pilares de nuestra industria textil, hoy desaparecida (la empresa y la industria). La fábrica cerró en 1968.
En torno de esta fábrica aparecieron diversas instalaciones del ramo: el lavadero del Pobre Diablo y las curtiembres de Delvecchio y la Excelsior. Muy cerca, en las actuales calles Artilleros y Olazábal, Miguel Gaddi, que llegara al país procedente de Italia en 1880, había instalado una pequeña curtiembre. La familia Gaddi vivía en la esquina de Blanco Encalada y Artilleros y allí nació en 1889 su hijo Miguel Luis quien nunca se alejaría del Bajo Belgrano donde murió en marzo de 1986 a la edad de 96 años. Con el paso del tiempo esta empresa familiar, ubicada en Blanco Encalada al 1200, entre Miñones y Artilleros, se convirtió en la Curtiembre América en sociedad con Juan L. Mainetti. En la manzana que forman hoy las calles Montañeses, Blanco Encalada y Soldado de la Independencia, se instaló en 1890 la Fábrica de Sombreros y Tejidos de Guillermo Francini y Cía., fundada por su padre, de nombre Carlos, en 1863. Esta fábrica se fusionó hacia 1900 con la de Cayetano Dellachá, trasladándose a Barracas al sur (Avellaneda).
La pasión burrera
Belgrano tiene larga tradición turfística. Hacia 1836, don Diego White, un escocés de destacada actuación en la vida belgranense, poseía —en tierras adquiridas a don Pedro Medrano en jurisdicción de los actuales barrios de Núñez, Saavedra y parte de la ciudad de Vicente López— una extensa chacra a la que llamó Rivadavia. El nombre era un homenaje a Bernardino Rivadavia, mentor de la ley de enfiteusis, con la que White se benefició cuando, en 1825, llegó al país como colono y se radicó en la localidad de Monte. Por la zona corría un arroyo llamado Cobos al que los pobladores terminaron denominando White y el que actualmente corre entubado por debajo de la calle Manuela Pedraza en Núñez. De la chacra sólo perdura el nombre en la estación ferroviaria del mismo nombre.
Por 1849, junto con otros residentes británicos de Buenos Aires, White organizó la primera institución hípica de nuestro país: la Foreign Amateur Racing Society y facilitó terrenos de su chacra —unas 16 cuadras—, para la construcción de una pista o cancha de carreras y una tribuna aledaña con capacidad para trescientas personas. La primera carrera de este Hipódromo White o Hipódromo de Saavedra como también se lo conoció, tuvo lugar el 8 de noviembre de 1849. Diez años después, una gran tormenta para los días de Santa Rosa, derribó la tribuna, arrasó la pista y mató a varios animales, salvándose por milagro los cracks de entonces, el Zaino Belgrano y el Pangaré del Salado. Señalan Jorge Newton y Lily Sosa de Newton (Historia del Jockey Club de Buenos Aires-Ediciones LN 1966) que “las carreras se realizaban dos veces por año: una en el otoño y otra en la primavera, pues en aquel solitario descampado, ni el invierno ni el verano resultaban adecuados para el espectáculo, dado lo extremas que solían ser las temperaturas”.
En 1856, en el extremo oeste del pueblo, en el predio que abarcan las actuales calles Crámer, Olazábal, La Pampa y Melián, se construyó el Circo de las Carreras, con pista de forma oval de unos 1500 metros de recorrido y una amplia tribuna para los concurrentes. La reunión se realizó el 22 de abril de 1857 con asistencia de Valentín Alsina, gobernador de la provincia y muchas otras personalidades de la época. Se disputaron cinco carreras de Gentlemen Riders, es decir, sin jinetes criollos. Este hipódromo era sitio de reunión de la sociedad belgranense que asistía, regularmente, los domingos, después del horario de misa. Se recuerda, como uno de los espectáculos más brillantes, la carrera por cien mil pesos, disputada entre un caballo inglés de White y uno criollo de Miguel Martínez de Hoz que resulta ganador de punta a punta (J.Newton-L. S. de Newton, op. cit.).
El Circo de las Carreras funcionó hasta 1876, fecha en que varios vecinos de Belgrano, entre ellos el presidente de la Municipalidad don Florencio Núñez, el general Francisco Bosch, don Alberto Arriola y don Guillermo White, decidieron habilitar un nuevo hipódromo en los terrenos de un matadero ubicado en un amplia faja de la actual Avda. del Libertador al río, (donde hoy se alza la iglesia de Santiago y las adyacencias de River Plate y el Tiro Federal) entre las calles San Lorenzo (Crámer) y la actual Congreso. La entrada del público era por la esquina de Blandengues y Congreso, mientras que los caballos accedían por Blandengues y Monroe. El codo final se hallaba muy cerca del actual estadio de River Plate. Era conocido como Hipódromo Nacional o Hipódromo de Belgrano y funcionó hasta 1911.
El Hipódromo Nacional fue escenario de uno de los acontecimientos que sacudió a la sociedad porteña de fines del siglo XIX. No fue una competencia de turf, sino un trágico duelo que protagonizaron el escritor e historiador Lucio Vicente López y el coronel Carlos Sarmiento. López, siendo interventor de la provincia de Buenos Aires, ordenó en 1893 una investigación sobre ventas indebidas de tierras en Chacabuco. Las actuaciones que realizó el entonces ministro de Obras Públicas, Dr. Navarro Viola, demostraron que el beneficiario de la venta había sido el coronel Carlos Sarmiento, secretario privado del ministro de Guerra Luis María Campos. López declaró nula la venta y promovió una acusación criminal. Sarmiento reaccionó mediante una carta publicada en La Prensa el 27 de diciembre de 1894, la que dio lugar al duelo que terminó con la muerte de Lucio Vicente López , el día 29, a los 46 años de edad.
A principios de la década de 1880 comenzaron a destacarse los primeros cuidadores en el Hipódromo Nacional. Sin duda el de mayor renombre fue el belgranense don Eliseo Esviza que ostentaba el récord de haber ganado 11 carreras sobre 13 disputadas en una reunión.
Con los años otros studs se instalaron en la zona. En Montañeses y Virrey del Pino estaba Los Ranqueles donde cuidaron Benito Dios, Pablo Emiliano Álvarez y José Casella Torterolo. En Virrey del Pino 1535 estaba el Stud Novela a cargo de Fidel Guerrero. En La Pampa 1250, el Stud El Bosque cuyo compositor, Pololo Irusta, solía encender sus cigarrillos con billetes de 100 pesos (los famosos canarios, por su color amarillo) para proclamar que era un hombre de gran fortuna.
La lista es muy extensa. En Sucre 1420 cuidaron Fausto Gómez (una de sus pensionistas fue la famosa yegua Mouchette), Fidel Guerrero y el abuelo de los Etchechury y frente a la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes —templo levantado en 1924 por iniciativa del padre Román Heitmann de la congregación de los Padres Agustinos Asuncionistas— estaba el stud de Luis Salvatti, padre de Alfonso Salvatti, famoso compositor de los años 50. En José Hernández 1459 se hallaba el stud donde cuidó Rufino Coll. En su frente todavía está una vieja tipa del primitivo arbolado de la calle. En la esquina de Pampa y Migueletes estuvo el stud de Angel Pena, padre de los cuidadores del mismo apellido, uno de los cuales se destacó exitosamente en Francia. Quedan en el recuerdo, entre muchos otros, los stud Ontario, San Martín, Abrojo, Calchi, Escocés, Belgrano, La Confianza y Las Rosas. En Miñones entre Juramento y Mendoza, Baltasar Roncales cuidaba al famoso caballo Orégano, ganador de muchos clásicos. Muchos de estos studs, cuando carecían de animales para entrenar, alquilaban los boxes para vivienda de gente sin techo.
Quizás la figura señera del turf del Bajo Belgrano, fue don Alejandro Orezolli cuidador de los caballos de don Benito Villanueva y uno sus importantes punteros políticos en el Bajo Belgrano. Jorge Larroca reproduce en su libro Entre cortes y apiladas (Ediciones Cruz del Sur 1981) sendas notas de Villanueva a Orezolli con instrucciones para los comicios de noviembre de 1906.
Orezolli, que en sus comienzos había sido carrero y carnicero, hizo una gran fortuna y entre sus inversiones, cabe mencionar la compra de la quinta que fuera del general Mansilla, extendida desde la desembocadura del arroyo Vega, en la hondonada del río donde había un amarradero conocido como Puerto Churrinche, hasta lo que hoy es el cruce de la Avenida Lugones y La Pampa.
Esa quinta, que Orezolli rebautizó Unión Nacional, tenía una centenaria plantación de ceibales desde Maciel (hoy Figueroa Alcorta) hasta Ramsay y fue sede de históricos asados políticos del Partido Conservador. Félix Lima, en uno de sus brillantes chispazos, la apodó desde las páginas de Crítica, Churrinche Farm.
Si bien fue ajena a las vinculaciones con el turf, no fue menos conocida la quinta de Marcos Sastre ubicada en San Martín y Primera, es decir en Blanco Encalada y Arribeños. Las crónicas de 1880 la describen como un pequeño paraíso: “…el terreno tenía unos setenta metros de frente. Árboles frutales, años eucaliptos, pinos plantados en hileras que formaban calle a uno y otro lado de la quinta y los sauces, los típicos sauces de nuestro Delta, bordeaban la acequia…” La hija mayor del autor del Temple Argentino,
Micaela Sastre evocó con dulce melancolía los recuerdos de esa quinta en un poema titulado Versos al hijo.
Era una quinta
Del bajo Belgrano
Los sauces llorones
Sombreaban el lago
En donde nadaban
Alegres los patos
Y se zambullían
Millares de sapos.
…………………………
Mundo inexplorado
Lleno de sorpresas
Donde yo mi hermano
Como Robinsones
Huraños y aislados
Felices crecimos
Y aún conservamos
De esos largos años
Dulzuras de choclo
Y olor de durazno
En otro poema titulado Hogar Paterno, Micaela Sastre evoca con dolor el pasado, su vida en aquella quinta, a la que llama el nido de mi infancia y un tiempo de ternuras que sólo es llanto de regocijo. Marcos Antonio Sastre había nacido en Montevideo el 2 de octubre de 1808; entre 1881 y 1883 ocupó la presidencia de la Comisión de la Biblioteca Popular de Belgrano. Murió el 15 de febrero de 1887 y fue enterrado en la bóveda de la familia Sagasta Isla en el Cementerio de Belgrano, que estaba donde hoy se encuentra la plaza Marcos Sastre, en las calles Monroe, Miller y Valdenegro del barrio de Villa Urquiza. La quinta fue loteada y en su predio se instalaron algunos studs.
Otro stud cuya omisión no cabe es el Don Santiago, ubicado frente al club de los secretos amores del autor de este trabajo, Excursionistas quien, cuando chico iba los sábados a ver jugar a los albiverdes de Belgrano en su cancha de Pampa y Miñones. Por entonces no existía el muro divisor sobre la calle Pampa; un simple alambrado separaba la bajita tribuna de la vereda vecina, de modo que era posible ver alternativamente el partido y el stud. (El autor confiesa que se entretenía más en mirar los caballos que el fútbol). El nombre de Don Santiago le fue puesto por su primitivo dueño don Santiago Garbarini y sus colores, chaquetilla azul con mangas rojas, cuello y gorra blancos, cruzaron victoriosos los discos de Palermo y San Isidro en memorables jornadas de turf.
Excursionistas fue fundado por 1910 en la esquina de Coronel Díaz y Soler por un grupo de jóvenes que organizaba excursiones al Delta del Paraná. La actividad se hizo tan popular que decidieron fundar un club —el Club Unión Excursionistas— cuya primera sede funcionó en Soler 3631. Entre los nombres fundadores figuran Santos Camean, José Zelada, Raúl Gantes, Luis Ghiano y Antonio Masciotra. En 1911 consiguieron un terreno en un descampado del Bajo Belgrano donde construyeron una cancha e intervinieron en los torneos de la Asociación Amateur de Football. La camiseta, verde y blanca, fue inspirada por la combinación del verde del pasto y el blanco de los manteles que se extendían para la comida en los picnics.
De boliches, fondas y cafés
El Bajo Belgrano fue también zona de conocidos cafés aunque ninguno igualó en fama a La Papa Grossa sito en la antigua Blandengues y Echeverría, desaparecido al prolongarse la avenida del Libertador. En la vereda de enfrente había instalado una de sus academias de tango, el famoso bailarín El Cachafaz, la cual fue clausurada a instancias del entrenador Vicente Fernández “Tapón”, porque los peones del stud ponían más empeño en los cortes y firuletes del “Cacha” que en la atención de las caballadas. Discípulo de esta academia fue Luis María Cantero, famoso vareador de aquellos tiempos, que dejó su ocupación en los studs y en las pistas para llegar a ser el mayor bailarín del Bajo Belgrano; fue conocido como el “negro Pavura”, y su nombre brilló entre los grandes del género.
La Papa Grossa era un curioso establecimiento, propiedad de la familia Ferretti, que reunía en un mismo y amplio local, el despacho de papas y carbón y un generoso espacio para jugar a los naipes, taquear al billar y tomar café. Con los años, le agregaron una glorieta bajo la cual, en las noches de verano, actuaban orquestas de tango y payadores. En La Papa Grossa cantaron Gabino Ezeiza, José Betinotti y Néstor Feria entre muchos otros famosos. Se dice que también Gardel cantó alguna noche, aunque de su presencia no hay testimonio cierto; se sabe sí, que entre las orquestas estuvo la de Pedro Maffia y entre los visitantes ilustres, la negra de ébano, Josefina Baker, cuando vino por primera vez al país. Eran habitúes de La Papa Grossa los jockeys Ireneo Leguisamo, Felicito Sola, Isabelino Díaz, los hermanos Torterollo, el cuidador Vicente Fernández, “Tapón”, que había conducido al legendario Old Man y demás nombres famosos del turf. Leguisamo, el látigo más ilustre del turf rioplatense fue cantado por Mario Jorge De Lellis:
Uno lo vio otra vez y lo vió otra
lo silbaban boletos no placé
lo festejaban gordos ganadores.
Se enamoró de él disco tras disco
agazapada gorra, método loco
de entrar con el pulmón a rienda suelta
físico fácil familiar
agallas, agachadas, agarrando
la vida codo a codo.
Por eso quiere a Leguisamo
muñeca, pelo en pecho, corazón
látigo, hamaca, vista, refusilo.
Otros cafés de renombre en el Bajo Belgrano fueron el de Testuri en Dragones y Echeverría; el de Sardetti en Húsares y Echeverría; el bar y fonda de Juan Blanco en La Pampa y Castañeda y el del vasco José Blanco, en una construcción de latón, en la esquina de Dragones y Blanco Encalada, parte del llamado palacio de cristal del que hablaremos en próximas líneas. En una de las esquinas de Blandengues y Echeverría estaba el boliche del Vasco Isidoro y en Blandengues y Blanco Encalada, a una cuadra del viejo Hipódromo Nacional, había uno de los típicos bebederos al pie del estaño donde “los sábados se arrinconaban las mesas y sillas… y meta baile hasta clarear” (Félix Lima, Paños argentinos).
En Echeverría y Miñones, estaba El Almacén del Burro Blanco, cuyo dueño, era un tal Campos a quien se lo conocía por “Campitos”. Era lugar de encuentro de payadores, jockeys, cuidadores y gente de los studs y no pocas veces menudeaban broncas y entreveros. Cerca de allí, en Blanco Encalada entre Miñones y Artilleros, junto al arroyo Vega, se alzaba la desvalida construcción del almacén y despacho de bebidas conocido como La Miseria.
Ricardo Tarnasi (op. cit.), menciona un almacén con rasgos de pulpería, con su mostrador de reja de palo, donde se reunían carreros que cargaban arena en el río, resaca o césped para los jardines del Alto: A la ciudad de Vigo. Estaba desde 1885, en Necochea y Cuarta (Olazábal y Migueletes).
Enrique Mario Mayochi en Los cafés de Belgrano (Buenos Aires, Los cafés, Sencilla historia, volumen 2) trae memorias de fines del siglo XIX: por 1895 en Blandengues 1511 de la antigua numeración, estaba el café de don Gerónimo Parodi y cerca de allí, en el 1801, poseía Juan Garbarino un negocio similar. En el 1790 existía un Café y Bar de Velazco y Bonaso, mientras que en la intersección de Blandengues y Sucre estaba, a principio del siglo XX, el Café de Flandes.
Resta aún, siguiendo a Mayochi, la cita de otros cafés como el de Don Pepe en Mendoza 1702, esquina Arribeños, que fuera demolido en 1977, el Café y Bar La Raza en Blandengues y Mendoza derribado por el ensanche para hacer lugar a la avenida del Libertador; el Sin Rival en la vereda impar de Echeverría y Cazadores (calle ahora inexistente), El Ombú que aún permanece en Arribeños y Mendoza, Las Flores en Echeverría y Montañeses, San Cayetano frente al anterior, La Perla al 2100 de Arribeños con servicio de fonda, el Parque Bar en Juramento al 1700 aún en pie y dos muy cercanos a la estación de Belgrano C, El Tala y el Llao-Llao que devino finalmente en una pizzería.
A pocos pasos del stud Las Damas de don Anacleto Galimberti —esto es en Echeverría y Sucre— había un salón de baile. Con un boleto de 20 centavos se adquiría el derecho a bailar una pieza: diez eran para el dueño del local y otros diez para la pareja. En ese salón se lucieron grandes bailarines como el Negro Panera que brillaría después en el Armenomville; allí se hizo famosa la morocha Laura, bailarina y madama de prosapia tanguera. Alvaro Melián Lafinur dejó a través de su pluma, la evocación de otra brillante bailarina del Bajo Belgrano, la ñata Florinda.
Otro de los sitios donde se oyeron los primitivos tangos, fue La Fazenda; allí tocaba un trío que integraban Eusebio Azpiazu (el cieguito) en guitarra, Ernesto Ponzio (El Pibe) en violín y Félix Riglos en flauta. Cabe una mención para La Cancha de Rosendo, de Rosendo Drago, ubicado en Blandengues y Mendoza, cita obligada de payadores donde supo también actuar el gordo Juan Carlos Bazán con su clarinete y La Pajarera, un lugar de menor prestigio y turbia concurrencia.
La confitería de la estación
Uno de los sitios más recordados por los tantos años de permanencia, fue la Confitería La Paz, ubicada en la esquina de la Estación Belgrano C del Ferrocarril Central, pegada a la misma barrera de la calle Juramento.
Por muchos años el andén y el pasaje adyacente fue una suerte de patio de la confitería donde incluso se habían instalado mesas. Por la noches el tango reinaba a pleno. Al principio hubo una orquesta de señoritas. Luego comenzaron a entreverarse distintos cantores. Allí debutó el cantor Jorge Vidal y, según le narró al autor de este trabajo, la noche de su debut, en años finales de la década de 1940, ocurrió el grave suceso que determinó el cierre de La Paz, una pelea a cuchillo en la que el dueño del establecimiento perdió la vida.
En El Heraldo, diario belgranense, apareció el 6 de septiembre de 1916 este singular poema titulado El tango de Armando Mosquera:
Dúctil, fácil cadenciosa
es la danza popular
con un alma candorosa
como el alma del lugar.
Por gente vulgar y ociosa
fue enhebrando su rimar
y hoy se exhibe presuntuosa
al calor de nuestro hogar.
Danza alegre, danza triste
que en París la seda viste
y las pieles del chedal
la que nació tan sencilla
mostrando la pantorrilla
por los pliegues de percal.
Una institución señera
El 23 de junio de 1872, en un terreno de 60.000 m2, enmarcado por las calles Echeverría, Blanco Encalada, Dragones y Ramsay, cerca del Río de la Plata, se fundó el Tiro Suizo, por iniciativa de los hermanos Antonio, Guillermo y Mauro Matti.
En realidad la institución nació bajo el nombre de Societé de Tir Suisse de Buenos Aires. El primer presidente de la institución, que pronto tuvo más de 2000 socios, fue don Guillermo Matti. Las instalaciones eran utilizadas también por los bomberos, la policía y el Primer Batallón del 12 de Infantería del Regimiento de Belgrano que solía hacer allí sus paradas militares. Fue una institución que contribuyó eficazmente en el adiestramiento de los ciudadanos para la defensa nacional.
En los terrenos del Tiro Suizo se realizaron las primeras reuniones campestres del recién nacido movimiento obrero argentino. Se escuchaban oradores de sólida cultura, como los obreros Francisco Cúneo y Segundo Iñigo Carrera y los más tarde destacados tribunos Juan B. Justo y Enrique del Valle Iberlucea. También el joven Alfredo Palacios concurría a esas fiestas donde no faltaba el aporte poético de Mario Bravo ni el verbo encendido de Enrique Dickman. Este es un capítulo de la historia política argentina no siempre citado en las obras especializadas.
Las calles del Bajo Belgrano, por entonces, no estaban empedradas. En la época de lluvias se convertían en infranqueables lodazales aún para los caballos que se encajaban hasta el encuentro. Las veredas eran altas, en algunos casos cubiertas con ladrillos rojos, en otras de tierra bordeadas por pastizales; el alumbrado era casi inexistente. Celedonio Flores, pintó ese ambiente en estas pocas líneas:
Por el bajo de Belgrano
no te pasees ufano
y decidor
entre el temor de la gente
que te creyó prepotente
y fajador.
Este mundo peculiar fue representado también por Carlos Mauricio Pacheco en su sainete Tangos, tungos y tongos, título que aunaba las rutinas del hampa con su desfile de fulleros, proxenetas, prostitutas, jockeys y cuidadores prestos a arreglar cualquier carrera. En ese ambiente turfístico y marginal transcurre la novela La pampa y su pasión de Manuel Gálvez.
El Bajo Belgrano aparece también en los recuerdos de Alberto M. Salas, cuando evoca su visita infantil al Stud Francia que alojaba al famoso caballo Filón. Carlos de la Púa le cantó a ese Bajo Belgrano:
Bajo Belgrano sos un monte crioyo
tayado entre las patas de los pingos
creyente y jugador, palmás el rojo,
rezando y taureando
en la misa burrera del domingo.
Biógrafos y alguna historia de película
Uno de los cines de la zona era el ABC, vecino a un pantano pestilente. Su edificio, de un indefinido estilo rococó, contrastaba con el paisaje de su entorno. Era propiedad de un francés, que vivía obsesionado por descubrir a los chicos que fumaban en la oscuridad de la sala, antes que por mejorar los equipos de proyección que, vuelta a vuelta, interrumpían las películas, provocando el consabido pataleo del público. Otro cine del Bajo fue El Pampa o El Pampita, sito en Pampa y Blandengues.
Cuenta Domingo Di Núbila en su imprescindible Historia del Cine Argentino, que el italiano Mario Gallo, uno de los pioneros de nuestro cine, filmó varias películas inspiradas en sucesos heroicos de nuestra historia, en terrenos del Bajo Belgrano. La concentración de gente, aparatos y sobre todo artistas vistiendo trajes de época, atrajo la atención policial que, en prevención de lo que pudiera suceder, se llevó a Gallo y compañía a la comisaría, que por entonces estaba en Cabildo 2243. Otro simpático accidente ocurrió durante la filmación de La batalla de Maipú, en los terrenos que hoy ocupa el estadio de River Plate.
El actor Eliseo Gutiérrez que personificaba a San Martín debía darse el histórico abrazo con Enrique de Rosas que encarnaba a O’Higgins. Pero como ninguno de los dos sabía montar, perdieron el equilibrio y terminaron en el piso. En este film, el gran Enrique Serrano interpretó al general Las Heras y encabezó la carga hacia la batalla que salió tan perfecta que devino en una confusa y feroz riña con un tendal de heridos.
El arroyo Vega, un habitante peligroso
Pero sin duda, en la actualidad, el personaje más famoso del Bajo Belgrano es el arroyo Vega. La tradición quiere que haya sido un antiguo poblador ribereño quien le legara su nombre. La revista Fray Mocho publicó en 1912 la fotografía de un centenario ombú sombreando el rancho del viejo Vega a las orillas del arisco arroyo, que también se llamó San Martín y Blanco Encalada antes de recibir su nombre actual.
El Vega ya aparece en el plano de Buenos Aires levantado por Sordeaux en 1850 con su extenso recorrido: nació como producto de desagües naturales en La Paternal; atraviesa las calles Chorroarín y Donato Álvarez hasta llegar a Holmberg donde tuerce hacia Juramento y sigue hasta Estomba. Allí zigzaguea hasta Mendoza y Superí donde retoma por Juramento hasta Conde. Luego en sesgo hasta Freire y Echeverría y por Zapiola regresa en dirección a Blanco Encalada. Desde aquí en línea recta sigue hasta Húsares y Monroe para desembocar al norte de la ciudad Universitaria.
A cauce abierto el Vega era un arroyo peligroso por los desbordes de sus crecientes que hacían del Bajo Belgrano una zona inhabitable. En 1910 una de esas crecidas dejó totalmente bajo el agua al Tiro Suizo, y toda la zona aledaña obligando a sus pobladores a transitar a caballo o en canoa. En 1914 se repitió el drama; el héroe de esos días fue el padre Román, recién asumido como párroco de la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes, que organizó el rescate de mucha gente en peligro dándole albergue y comida en el templo.
La primeras preocupaciones por las andanzas del arroyo Vega datan de 1869 cuando la Comisión Municipal de Belgrano mandó a construir una zanja que diera salida a las pestilentes aguas estancadas después de cada creciente. Nada parecía contener la furia del arroyo. El Intendente Municipal Francisco Bollini (1890/92) confesó en sus memorias que uno de los rotundos fracasos de su gestión fue no haber podido domarlo.
Su curso, sobre la zona del Bajo, estaba poblado por misérrimos caseríos. En Blanco Encalada entre Miñones y Artilleros estaba el almacén al que llamaban La Miseria, en obvia referencia a su imagen. Cerca de allí, en Artilleros y Monroe, sobre una de las márgenes del puente El Aburrido, se levantaba el Palacio de Cristal, sarcasmo con el que se conocía a un conglomerado de casuchas de latón de dos pisos, con una treintena de habitaciones ocupadas por un sinnúmero de familias rusas e italianas. Algunos investigadores sugieren que el nombre provenía del efecto del reverbero del sol sobre las chapas.
Félix Lima, lo describe con certero brochazo: “¿Qué me dice dése ‘chateau’ con más aujeros quél palomar de Caseros?… Ahí tiene el “Palacio de Cristal” un convento ruso-calabrés de a diez pesos por mes el bulín. Para verano es regularcito porque dentra el fresquete por la chapa de cinc como espumaderas, pero ahura…¡de bronconeumornia crepó un Moisé, anteayer, con gorro de piel de oso y todo!” (Pedirán / El bajo de Belgrano).
En 1912 comenzaron las obras de canalización del arroyo, las que se concluyeron recién en 1941. El proyecto original pretendía convertir a Blanco Encalada en una hermosa avenida arbolada que embelleciera la zona, pero los vecinos se opusieron pidiendo obras de desagüe y muros de contención. Se colocaron entonces, defensas en las esquinas, una suerte de pasamanos o barandas de las que queda como testimonio la ubicada en la vereda del museo Yrurtia en Blanco Encalada y O’Higgins.
Por debajo de la actual calle Miñones corría otro arroyo que fue cegado cuando se construyeron terraplenes para defensa de las crecidas. Era el arroyo De los Membrillos que se abría en dos brazos a la altura de la calle Ramsay para hundirse en un socavón rumbo al río.
Hoy, una parte del Bajo Belgrano —como ocurre con la calle 12 de Nueva York— se ha convertido en lo que la picaresca popular dio en llamar el barrio chino. En realidad son inmigrantes de Taiwán que en número de alrededor de 25.000 residen en Buenos Aires y sus alrededores. Hay comercios que ofrecen productos vinculados a los usos y costumbres orientales; en Montañeses al 2100 se ha levantado el Chun Kuan Tse (cuya traducción sería observar el camino del medio ) un monasterio budista a cargo del maestro Hong Ché.
Hacia 1950, en el predio que había ocupado el Tiro Suizo, se construyeron la Ciudad Infantil y la Ciudad Estudiantil. Esta última tenía 8 pabellones, dos piletas de natación, gimnasio y uno de sus pabellones era una réplica de la Casa de Gobierno en cuyo primer piso estaba el despacho presidencial, el Salón de Acuerdos, el Salón Blanco, etc. Actualmente en esos predios funciona el Instituto Nacional de Rehabilitación.
Memorias que guarda El Tango
El Bajo Belgrano no fue, por su fisonomía y por su historia, el albergue adecuado para la musas. Jorge Mario de Lellis que en su poema Amistad con Buenos Aires se tutea con casi todos los barrios, omite el Bajo y confiesa que en Belgrano anduvo respetuoso charlando con Marasso (Arturo).
De los lunfardistas, acaso el inefable Carlos de la Púa —ya citado en líneas precedentes— sea el único que le cantó poéticamente : “…Bajo Belgrano / patria del portón / sos un barrio querendón. / Y regalás a las pibas estuleras / que se pasan bordando en los mandiles / para el crac que después resulta un cuco / el ramito de flores oriyeras / que crecen la maceta de tus trucos”.
El Tango salvó este descuido e inmortalizó al Bajo Belgrano en la voz de Gardel. Fue compuesto en 1926, con letra del poeta, periodista y escritor Francisco García Jiménez y música de Pedro Maffia. Presentado al concurso organizado por la Casa Max Glucksmann de Mauricio Godard, obtuvo el tercer premio. La letra idealiza un retazo de la vida stulera, pintando al Bajo como una zona bucólica, con aire silvestre, algo alejada de la realidad:
“Bajo Belgrano como es de sana tu brisa pampa de juventud”.
Muchos otros tangos mencionan al Bajo, pero se refieren a la franja de Paseo Colón, de la Boca, del Retiro, es decir el bajo portuario con esa heterogénea mixtura de lenguas, razas y tipos humanos. Es el Bajo que cantó Enrique Cadícamo en sus poemas de Viento que lleva y trae con sus Cafés Cantantes, donde las camareras / atendían solícitas a los trasnochadores… Pero eso ya es materia para otro trabajo. yyy
Notas
1.- El barrio de Belgrano aparece en las obras de ficción siempre con un dejo de nostalgia. Eugenio Cambaceres en su obra En la sangre pinta las agobiantes tardes de estío cuando las familias buscaban refugio en los corredores de las espaciosas casas. Hugo Wast sitúa su novela Ciudad turbulenta, ciudad alegre en un Belgrano bucólico y somnoliento. El mismo paisaje evoca Manuel Mujica Láinez en Estampas de Buenos Aires. El Bajo, en cambio no aparece en la escena literaria, salvo en los brochazos costumbristas, como los que dejó Félix Lima en vívidas semblanzas de esa vasta zona, bajo cuyos puentes o bajo las casuarinas de la Avenida Vértiz (hoy Libertador) se refugiaba la gente de mal vivir o en la olvidada novela de Mario Bravo titulada Hipódromo, ambientada con expresiones de los malvivientes del Bajo de Belgrano.
Ricardo Ostuni
Periodista. Historiador especializado
en historia del tango.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año IV N° 18 – Diciembre de 2002
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Comercios, Arroyos, lagos y ríos, PERSONALIDADES, Vecinos y personajes, Vida cívica, Bares, Café, Cantinas y restoranes, Tango
Palabras claves: Hipodromo, pizzerias, ferrocarril,
Año de referencia del artículo: 1920
Historias de la Ciudad. Año 4 Nro18