Introducción
Indudablemente, la historia de los enterramientos en Buenos Aires tiene su origen en la fecha misma en que se asienta la población. Con la vida, llega la muerte, y si bien las primeras disposiciones para la inhumación de los cuerpos mantenían las tradiciones europeas, ofreciendo un lugar dentro de las iglesias, el incremento poblacional y los mayores conocimientos en materia de higiene mortuoria, fueron aportando nuevas visiones al problema, y por ende, otras soluciones.
Luego de la caída de Rosas, el crecimiento de la ciudad dio origen a necesidades prácticas cuya resolución inmediata, hacía a todos los órdenes del planeamiento urbano.
La especial situación que vivía el Estado de Buenos Aires, escindido de la Confederación Argentina, el desarrollo de los intercambios comerciales y la producción agropecuaria, además del afianzamiento del puerto como el principal el país, encuadran el inicio de la época en que ubicamos nuestra investigación, que finaliza con 1867, en una Argentina ya en el camino de su definitiva integración, inmersa todavía en la guerra del Paraguay y preparándose para una profunda transformación de su estructura económica.
En 1856, el aumento de los caudales migratorios europeos rebasó las posibilidades de alojamiento que podía ofrecer Buenos Aires, a pesar que el Estado rebelde no favoreció, oficialmente, la inmigración.1 Consecuentemente, tambien estaban limitadas las posibilidades de disponer de los cuerpos de quienes fallecían.
Si bien el ingreso de inmigrantes no es todavía muy elevado, es sin duda persistente. Desde 1860, (año en que Buenos Aires se vuelve a incorporar al resto de las provincias argentinas), hasta 1873, la inmigración, hasta entonces dificultada por las guerras civiles y el mantenimiento de estructuras económicas arcaicas, crece regularmente con el afianzamiento de la paz interna y la incipiente integración del país en la economía mundial. El número de inmigrantes, en grandes cifras, se eleva de 5.000 en 1860 a 48.000 en 1873.2
La ocupación de las zonas del éjido antes consideradas suburbanas y los nuevos criterios sanitarios, que aconsejan alejar los enterratorios de las áreas habitadas, plantean la necesidad de dar solución a un requerimiento, que ya había sido formulado años antes por Rosas, seguramente guiado por los problemas que causaban las limitaciones de espacio del Cementerio de la Recoleta.
Pasarían varios años hasta que el crecimiento poblacional de la ciudad y su consecuente nivel de mortandad, acrecentado por la epidemia de fiebre amarilla del año 1871, obligaran al Gobierno a construir un nuevo cementerio de amplia superficie, el de la Chacarita.
Antecedentes
El 1° de junio de 1832 Rosas ordenó la expropiación de los predios conocidos con el nombre de “La Convalescencia”. En el decreto se indica que, en la finca y terreno así denominado, se erigirá un camposanto con el nombre de Cementerio del Sud, con seis cuadras cuadradas de superficie.
¿Qué área de Buenos Aires llevaba la denominación de “La Convalescencia”? Podríamos limitarla entre las actuales calles Vieytes, Suárez, Perdriel y Av. Amancio Alcorta. En los años que estamos recordando, el aspecto original del lugar era el de una meseta de lados irregulares, cubierta de pastizales, borde suroeste de la ciudad, rodeada por una barranca con alturas que no sobrepasan los diez metros, cuyas características agrestes sobreviven en gran parte hasta la actualidad.
La calle Sola, actual Vieytes, comunicaba la meseta con el puente de Gálvez, permitiendo el paso de las carretas y tropas de hacienda que se dirigían a los saladeros del Riachuelo, mientras por el Camino al Paso de Burgos, actual Alcorta, ingresaban casi todas las tropas que se comercializaban en los Corrales del Sur, se extendía hacia el Suroeste, hasta alcanzar el mismo curso de agua.
Pero los años pasan y nada se concreta; causas más importantes van dejando en el olvido el proyecto. El crecimiento poblacional parece acelerarse en forma persistente. Si el censo de Rivadavia de 1822 da 55.416 habitantes, el estimado de Guillermo Rawson para el año 1852 lo eleva a 76.000. Estas cifras pueden ser objeto de razonables dudas, teniendo en cuenta los métodos estadísticos de esos tiempos, pero nos permiten una aproximación al tema. El gran salto se produce a partir de la consolidación de la unidad nacional, cuando el problema comienza a adquirir características de urgente: un cálculo anónimo de 1865 nos habla ya de 150.000 pobladores.3 Casi el 90% más de habitantes en solo trece años.
“La Municipalidad cree que el informe anual de 1859 podrá incluir esta obra como una adquisición ya hecha. Es de toda urgencia dotar a la ciudad de dicho Cementerio, por las dificultades que presenta uno solo para la conducción de los cadáveres de lejanas distancias y porque el aumento de la población lo reclama.”4
Nuestro cementerio aparece ubicado en los primeros proyectos en la Convalescencia, mientras algunos autores, y también alguna documentación, lo sitúan en los vecinos terrenos de los Corrales del Sud,5 siendo que finalmente, —luego de varias peripecias—, termina instalándose en forma definitiva en los terrenos de la actual Plaza Ameghino, frente a la Cárcel de Caseros.
El extracto del informe de 1859 del Ingeniero de la Corporación Municipal, Don José María Romero, dice que
“… demarcó en los terrenos de los corrales, la sección que debía quedar afecta a la Sociedad de Beneficencia, la que correspondía a la casa de Dementes que va a construirse, y la del Cementerio del Sur. En el plano respectivo ha sido consignada esa traza.”6
Un elemento que permite suponer como cierta, —por lo menos en algún momento de la historia—, esta ubicación, son los planos del proyecto de Prilidiano Pueyrredón, ya que por su forma podrían corresponder a este predio.
Por cierto, no hemos dado con “el plano respectivo”, a que hace referencia Romero y corresponde hacer notar que las denominaciones “terrenos de los Corrales”, y “la Convalescencia”, pueden llevar a confusión, ya que era bastante común en la época la poca precisión con que se trataba aquellas áreas de la ciudad todavía poco urbanizadas.
Aparece en el año 18587 el llamado a concurso para la construcción de un cementerio, aparentemente en los terrenos de los Corrales del Sur, como José Juan Maroni8 también lo supone.
La documentación que hemos consultado, no indica el sitio exacto. Sólo se hace referencia a “La Convalescencia”, que no eran los corrales sino la “meseta” al sur de los mismos, a que antes nos referimos, y separada de ellos por la actual avenida Amancio Alcorta.
Y a la Convalescencia se refiere sin duda la ley de la provincia de Buenos Aires, que el ministro de Gobierno enviara al vicepresidente de la municipalidad9 (“Lei=Casa de Dementes – Cementerio del Sur”) aunque tampoco indique en su texto el lugar exacto de su ubicación. Tampoco lo hace el pliego de condiciones de las obras, que solo habla de la nivelación del terreno.10 Transcribimos el breve texto de esa norma legal, sancionada el 14 de octubre de 1858:
“El Senado y la Cámara de Representantes del Estado de Buenos Aires reunidos en Asamblea Gral., han sancionado con valor y fuerza de ley lo siguiente:
Artículo 1° Autorízase a la Municipalidad de la Ciudad para emplear hasta la suma de dos millones de pesos, en la construcción de una casa de dementes y un Cementerio público al Sud de la Ciudad.
Artículo 2° La suma determinada en el artículo anterior, será cubierta con el producto de los terrenos vendidos y que se vendieran en conformidad a la ley de 6 de septiembre de 1856.
Artículo 3° En adición a la suma votada por el artículo 1° se autoriza a la Municipalidad para invertir en las mismas obras el producto de venta de sepulturas del mismo cementerio.
Artículo 4° Comuníquese al Poder Ejecutivo.- Dios guarde al Sor. Vicepresidente ms. años.”
El cementerio provisorio
Mucho más conocido resulta el “definitivo” Cementerio del Sud, ubicado en la actual Plaza Ameghino. Pero no existió sólo éste: hemos recopilado documentación sobre un desconocido cementerio provisional, —previo al de la calle Caseros—, habilitado al iniciarse la epidemia de cólera en el mes de abril de 1867, y teóricamente al menos, se tomaron medidas para dejarlo de utilizar dos meses después, en junio. Acotaremos, de paso, que el “de la fiebre amarilla” fue inaugurado recién a fines de ese mismo año.
En un plano del año 1867,11 encontramos una primera indicación concreta sobre su ubicación. Lo vemos en uno de los extremos de la Convalescencia, al pie de la barranca, la actual esquina Sudoeste de las calles Perdriel y Amancio Alcorta, limitado por la propiedad de los herederos de Marcos Videla hacia el Oeste y los corrales de cerdos de Seeber y Coronell hacia el Norte. Lo suponemos detrás del paredón que bordea el Hospital Neurosiquiátrico “Borda”, en el cruce antes nombrado de Perdriel y Amancio Alcorta. La falta de planos específicos nos impide determinar con mayor precisión, cual sería en la actualidad la superficie de terreno que ocupaba.
En la misma cartografía aparece precisado también, el que sería el definitivo “Cementerio del Sud”, en el cuadrángulo formado por la avenida Caseros y las calles Monasterio, Santa Cruz y Uspallata.
Según nos dice Héctor Recalde en un excelente trabajo sobre el cólera en la Argentina, la aparición de esta enfermedad fue notificada por la “Revista Médico Quirúrgica” el 8 de abril de 1867, produciéndose una reagravación de la epidemia hacia octubre, y atacando además otras regiones del país.
“Esta vez el cólera se caracterizó por su generalización y no hubo barrio de la ciudad que no tuviera que lamentar sus estragos. Hasta las clases más elevadas, en general menos afectadas por estas contingencias, sufrieron sus efectos; hay que agregar que, en esta oportunidad, el cólera se mostró especialmente maligno … No está demás consignar la inutilidad del nutrido arsenal terapéutico de la época, ante una enfermedad que entonces era de naturaleza desconocida.”12
Hemos ubicado un documento en el que ya los médicos de la Policía, Claudio Amoedo y Manuel Blancas, el 25 de febrero de 1867, informan al Jefe del cuerpo, Cayetano María Cazón, que “… se habla con fundamento que el Cólera Morbus se halla en la Capital del Imperio del Brasil …”, proponiendo una serie de medidas higiénicas y alimentarias tendientes a prevenir su llegada a Buenos Aires,13 a la vez que describen la deplorable situación higiénica en la ciudad.
“Hace mucho tiempo que notamos la falta de visitas domiciliarias y la falta de Policía en los Mercados, donde la fruta verde se expende a todo el que quiera comprarla, donde los huevos importados del extranjero, ya en estado de descomposición pasan a las Confiterías y a otros establecimientos en que se elaboran masas azucaradas. Hemos notado que las basuras son derramadas en centros de población y en lugares bajos, donde las aguas y el sol producen necesariamente fermentaciones pútridas de muy perniciosa influencia.”
“¿Cree Vs. que no vale la pena de llamar la atención de quien corresponda sobre los abusos y descuidos que hemos denunciado más arriba? Inhumano sería el no hacerlo, amagados como estamos por una enfermedad o una peste tan eminentemente destructora. A nuestro juicio, y sin alarmar la población se hace necesario el proceder … a las visitas domiciliarias. Hay trattorias o fondines italianos que no teniendo espacio para más habitantes que 10, hospedan … a 25 a 30, hay casas o corralones que son verdaderos cuarteles por el número crecido de individuos que alojan y allá, puede decirse que se derraman y estacionan todas las inmundicias, pues ninguno de esos habitantes se cree en el deber de verificar la limpieza que los otros no practican.”
“Hay por fin mil preceptos higiénicos que no se llenan en nuestro Buenos Aires … ¿el Riachuelo de Barracas estará destinado a ser siempre el receptáculo de todas las inmundicias de los saladeros y demás establecimientos circunvecinos (fábrica de estearina)? ¿los productos eterogéneos de la Usina del gas deberán siempre tener por lecho el Plata? ¿Las basuras de la población deben continuar siempre destinadas al terraplén de los pantanos o al nivelamiento de los huecos? Creemos que no deben existir consdieraciones de ningún género para personas ni casas, pues la primer consideración es la salud del Pueblo.”
“No se nos diga que los habitantes de ambas márgenes del Riachuelo están gordos y gozando de espléndida salud: los habitantes del Cabo Norte de Montevideo estaban en esas mismas condiciones en el año 1857; la fiebre amarilla desarrollada en aquel inmundo foco dio cuenta de todos ellos … Aprovechemos el ejemplo. En vista de lo expuesto, V.S. determinará. No es nuestro ánimo infundir un pánico aterrador … pero sí deseamos estar en las mejores condiciones por lo que pudiera suceder. Por otra parte, con esto no se haría otra cosa que poner en vigencia las reglas generales de la higiene a cuyo efecto hay dictadas muchas ordenanzas municipales que están hoy en desuso”.
El 7 de marzo, Cazón da traslado de la nota a la Municipalidad, suplicando “… la ponga en conocimiento de la Corporación … atendida la importancia del asunto. El infrascripto, con este motivo se permite tambien hacer presente que hace más de cuatro años que no se practican las visitas domiciliarias, operación muy importante a fin de estimular al vecindario a conservar en sus casas el mayor aseo …”, pero en pocos días más el cólera llegaba a Buenos Aires.
La actualidad que conservan estas descripciones en 1999 para amplias zonas de nuestra ciudad y su conurbano, nos muestran que si bien se avanzó en lo que hace a la lucha contra las enfermedades, poco fue el progreso en lo que hace a la desaparición de las antihigiénicas condiciones de vida de tantos de nuestros contemporáneos.
Agregemos a este cuadro tan “cotidiano” la despreocupación constante y persistente de muchos de los vecinos de la ciudad, de la que resulta ejemplo permanente el arrojar residuos en cualquier parte, y tantas otras faltas a la educación ciudadana para la convivencia, vigentes tanto en 1867, como hoy.
Una muestra de las condiciones higiénicas en que se incubaban las epidemias que sufría la ciudad, la encontramos en una nota que Francisco Wrigth,14 a cargo de la sección 2da. de la policÌa dirige el 3 de enero de 1867 al antes mencionado Cazón, en donde informa haber detectado que, en el depósito de la calle San Lorenzo N° 38, “Don Donato Carbone” había comprado al “Hospital Brasilero” setenta y cuatro colchones de lana, ciento sesenta almohadas de paja y lana, y “… como sesenta colchones de paja, existiendo alguna lana usada lo mismo que los colchones, desparramada por el suelo y sospechando fuera más el número que hubiese comprado, mandó averiguar … y resultó ciento cincuenta colchones de lana, ciento sesenta almohadas de lo mismo, ochenta y seis almohadas de paja y ochenta y seis colchones de lo mismo … en la cantidad de doscientos cincuenta pesos m/c.”
Continúa informando que estaba prohibida la compra de colchones usados, “… más, viniendo éstos de un Hospital donde ha habido tan distintas clases de enfermedades que podrían generalizarse con la venta de esa lana en otros colchones”. El mismo día 3 de enero se ordena el embargo de estos materiales.
En el informe que el presidente y el secretario del Consejo de Higiene Pública, doctores Luis Ma. Drago y Leopoldo Montes de Oca envian al Presidente de la Municipalidad de la Capital contestando una consulta del día 7 de abril de 1867, encontramos una referencia concreta a la necesidad que la ciudad contara con un cementerio en el sur. Contestando con extensión de detalles “… acerca de algunos puntos relativos a la epidemia reinante …”, dicen en el apartado referido a nuestro tema que “… deben establecerse dos cementerios provisorios, uno en la parte oeste y otro en la parte sud de la Ciudad.”
Siguen una serie de recomendaciones sanitarias, cuya sÌntesis transcribimos:
“Todos los cadáveres deberán ser enterrados bajo tierra a un metro por lo menos de profundidad. Los cadáveres de los invadidos (por la epidemia) serán enterrados seis horas despues de su fallecimiento, debiendo cubrirse con una capa de cal viva y colocarse en cajones herméticamente cerrados. Tanto en los cementerios como en cualquier otro establecimiento público que dé lugar a emanaciones miasmáticas deberán practicarse las fumigaciones nitrosas, por lo menos tres veces al día.”
Según el diario “El Pueblo” del 11 de abril de 1867, se pensó abrir el cementerio en la Convalescencia con ayuda de vecinos a partir del día 22, mientras que, por otra parte, el 28 la Municipalidad se dirige al Jefe de Policía, Cayetano María Cazón, para hacerle saber su determinación de que los cadáveres de pobres de Rivadavia al Sur fueran conducidos al nuevo cementerio provisorio.
Una nota del 23 de abril, dirigida al Presidente de la Municipalidad por la “comisión nombrada para arreglar el Cementerio provisional al Sud notifica que se ha “percatado de la suma necesidad” de tomar medidas que ordenen el tránsito de las haciendas por la zona.
No olvidemos que frente al cementerio, donde hoy se está la Plaza España, se encontraban los Corrales del Sud, en los que se comercializaba la hacienda en pie y se carneaba aquella destinada al consumo. La cantidad entregada a los saladeros generaba un movimiento muy intenso, comprobables en las estadísticas que los Jueces de los Corrales elevaban a la Municipalidad.
En 1866, por ejemplo, allá ingresaron 185.271 cabezas para abasto de la ciudad, 62.243 para invernada y nada menos que 348.919 fueron destinados para los saladeros, muchos de los cuales se encontraban sobre el Riachuelo, muy cerca del lugar que supuestamente poseía el inglés que cita Echeverría, que “… de vuelta de su saladero vadeaba este pantano a la sazón…”15
Recordemos que al Norte del Riachuelo se encontraban los saladeros de Cándido Pizarro, Simón Pereira, Patricio Brown , Guillermo Dowdall, Julio Pantono y Cia. y Guillermo Quirno, según Alfredo Montoya.16
Las tropas que diariamente pasan desde los Corrales de Abasto para esos saladeros, por la calle Sola17 “… donde se hallan los tres establecimientos, San Buenaventura, Convalescencia, Casa de Espósitos y una numerosa población que hay en esta calle, (provoca) una porción de desgracias y conflictos a los andantes y vecinos de aquella, terminado este escándalo en el puente de Barracas, donde continuamente se hacinan las tropas de carrretas que entran y las numerosas tropas de ganado que salen (provocando) las disparadas de hacienda por toda la población”.
Otras precisiones sobre el ámbito que rodeaba el enterratorio las hemos encontrado en la presentación efectuada por el Dr. Gregorio J. De la Peña al Superior Tribunal de Justicia en 1868, por poder de vecinos del Cementerio del Sud, (ubicación definitiva), en litigio con la Municipalidad, que extractamos “… Habiendo sobrevenido el cólera de Abril de 1867 sin que la Municipalidad se hubiera fijado en el nuevo terreno para cementerio del Sud, resolvió hacer las inhumaciones de coléricos de los hospitales, lazaretos y creo que otros, en el campo de “la convalescencia”, al borde del camino, calle por medio con los corrales (y este dato nos define la correcta ubicación del cementerio provisorio sobre la actual avenida Amancio Alcorta, por esa época “Camino al Paso de Burgos”) y bajo un simple cerco de alambre. Allá se enterraron de trescientos a quinientos cadáveres.”18
Manuel Gómez,19 que trabajaba en el hospicio vecino, ha sido encargado temporariamente del Cementerio. Con peculiar estilo y ortografía, eleva el 2 de mayo “doce planillas que presentan los individuos que han sido enterrados en dicho sementerio desde el día veinte de abril hasta la entrada de noche del día de ayer”, mientras que el 16 del mismo mes informa que “el día de ayer pasó como el anterior pues no ha habido defuncion ninguna en este Cementerio.”
Y el 29 de abril de ese mismo año informa al “Prezidente” de la Municipalidad que se han sepultado el día 28 “onze cadaveres de barias procedencias y cuatro individuos del Hospicio de San Buenaventura habiendo cido sepultados anteriormente todos los cadaveres de los Dementes que han fallecido en dicho Hospicio incluso el cadáver de un marinero remitido por el Comisario de la decima cuarta Seccion.”
La planilla del 17 de mayo nos cuenta de cuatro sepultados, dos niñas de color y otra blanca, provenientes de la casa de Expósitos; y un carnicero de 18 años, muerto por “accidente epiléptico” y proveniente del Hospital General de Hombres.
El comportamiento de Manuel Gómez durante la primera parte de la epidemia de 1867 le granjeó la buena voluntad de la “Comisión Especial del Cementerio del Sud”, que propone a la municipalidad se le otorgue la suma de dos mil pesos “como compensación a los servicios que ha prestado durante la epidemia del Cólera Morbus”, equiparándolo al administrador del Cementerio del Norte (hoy Recoleta) “por la contracción y asiduidad con que ha desempeñado sus deberes.” Son de imaginar las condiciones de trabajo y los peligros que entrañaría para el personal el contacto con epidemias como la de cólera y otras que se abatían sin remedios sobre la población indefensa.
El 4 de junio de 1867, la Comisión de Higiene, con las firmas de Luis María Drago y Leopoldo Montes de Oca, se dirige al ministro de Gobierno, Dr. Nicolás Avellaneda, solicitando la “suspensión del entierro de cadáveres en el llamado Cementerio Provisorio del Sud”.
Este pedido se justifica al haber desaparecido las exigencias de la “… mortífera epidemia del Cólera que llevaron a la Municipalidad a establecerlo en un local tan poco aparente para su objeto, en el que de ninguna manera están consultadas las leyes de la higiene pública.”
Continúan diciendo que “… ha llegado el momento … de remover esa causa de insalubridad lejos de los dos establecimientos sanitarios que quedan hoy colocados a muy poca distancia del Cementerio, los Hospicios de Enajenados. Y de cuidar de que el de mujeres, que ha sido afortunadamente respetado por el flagelo epidémico, y el de hombres que ha sido cruelmente visitado, vuelvan nuevamente a las buenas condiciones de salubridad de que antes gozaban … El Consejo considera innecesario insistir … de la urgencia … de la medida … y cuenta con que el Gobierno, que tan celoso se ha mostrado por el bien del pueblo durante la espantosa epidemia que ha diezmado a la parte desheredada de nuestra sociedad, prestará atención preferente a un asunto digno de ocuparla.”
El 5 de junio, Avellaneda, de puño y letra remite la actuación a la Municipalidad, para que tenga presente esta exposición, “al resolver definitivamente sobre la fundación del Cementerio al Sud.”
Y el 27 de junio Juan B. Peña, a cargo de este cuerpo, da el “adoptado” a la propuesta de los municipales Juan Lanús y Vicente Letamendi: “Causas bien conocidas obligaron a la Corporación a establecer el Cementerio provisorio del Sud. Desde que ellas han desaparecido felizmente la Sección de Higiene es de opinión que de acuerdo con lo solicitado por el Consejo de Higiene, debe suspenderse el entierro de cadáveres en el Cementerio del Sud, y así lo aconseja”
El cólera de 1867 “se propagó con rapidez y se cobró miles de muertos. Esa primera gran epidemia costó al país en poco tiempo más vidas que todas las bajas de su ejército en cinco años en la guerra del Paraguay.”20
Para conocer con exactitud la cantidad de muertes producidas por el cólera en el Buenos Aires de 1867, —si bien Recalde la estima en alrededor de tres mil—, debemos considerar las deficiencias en la confección de las estadísticas de esos tiempos, que podemos comprobar en las planillas cuyo ejemplo dimos antes, así como la posible inexactitud de muchos diagnósticos.
Una nota del Dr. José María de Uriarte, director del Hospicio, a la Municipalidad, fechada el 27 de abril de 1867, nos permite conocer la cantidad de muertos y atacados por el mal, que él registraba entre el 16 de ese mes y las 8.00 de la mañana del día en que escribe. Suman cuarenta y siete los fallecidos, nueve los atacados que considera salvados, y trece los que quedan en asistencia. Como curiosidad, anotemos que en la lista del día 25 figura muerto “Napoleón Bonaparte, francés”.
Acotemos que en abril de 1867 el total de inhumaciones, -sin discriminar los motivos de las muertes-, fue (según la información municipal) de 2450 en los tres cementerios existentes en ese momento, que, aparte del provisorio de que hablamos, eran el de la Recoleta, y el de los Disidentes (Protestantes).
La epidemia, que parecía superada durante el invierno, recrudeció luego, impidiendo el cierre del cementerio provisional.
Hemos encontrado una planilla de entierros, la N° 19, que corresponde a once individuos fallecidos de cólera morbus, sepultados el 16 de diciembre de 1867, firmada por el mismo Manuel Gómez, demostrativa, por cierto, del hecho que a pesar de la voluntad de las autoridades de la época, no pudo interrumpirse el uso de este enterratorio provisorio, en vista de la gravedad y persistencia de la epidemia.
Contiene datos de diez mujeres y un hombre, de las cuales seis tienen como “Patria” a Buenos Aires, una era francesa, una española, una “Montevideo”, una italiana y del hombre se carece de datos. Todos eran blancos, excepto una negra, una china (¿criolla?), y otra parda.
No se consigna profesión ni estado civil. Seis eran solteras, una viuda, dos casadas, y de los otros se desconoce. Todos murieron de “cólera morbus”, reiteración de la epidemia de marzo/abril, excepto el hombre, del que se ignora el motivo.
Los cuerpos habían sido enviados por el “Hospital de las Dementes”, salvo el hombre, que provenía de la 8va. Sección de Policía. Las edades, casi borroneadas por estar ubicadas en el pliegue del folio, indican una mayoría de menores de edad, seguramente hijas de las infelices internadas en el hospicio, en las condiciones que es posible imaginar.
Pero al cementerio provisorio le quedaba poco tiempo de uso. El nuevo “Cementerio del Sud” fue habilitado en diciembre de ese año.
En un trabajo de Jorge Alfonsín,21 encontramos una referencia a su inauguración “…la cólera de 1867 obligó a la apertura el 24 de diciembre de otros dos cementerios, el del Sud, Caseros y el del Oeste. El primero fue llenado completamente con la fiebre amarilla de 1871. (El segundo) a la apertura en 1867 con 5 H., apenas era algo mayor que el Cementerio del Sud”.
También Liliana Barela y Julio Villagrán Padilla citan como día de la inauguración el 24 de diciembre.22
A la luz de la documentación con que trabajamos, hemos considerado que esa fecha es errónea, ya que el 17 de diciembre de 1867, Carlos Munilla le escribe al presidente de la municipalidad para ofrecerse como “Administrador General” del nuevo cementerio, “… en virtud de tener las aptitudes necesarias para desempeñarlo, tomando en consideración los servicios gratuitos que prestó en la anterior epidemia y que soy padre de una numerosa familia”.
Como curioso modelo de prontitud burocrática, en la sesión de la corporación municipal de ese mismo 17 de diciembre el Sr. Letamendi planteó que “… estando ya habilitado el local del cementerio del sud, era necesario proceder al nombramiento de un administrador del mismo. Así se dispuso, asignándole un sueldo de 1.800 pesos mensuales. Procedióse en seguida a la elección de la persona que debía desempeñar esa plaza, resultando electo el Sr. Don Carlos D. Munilla.”23
Con esta favorable respuesta, queda Munilla a cargo del definitivo Cementerio del Sud hasta que, con el correr del tiempo y luego de la fiebre amarilla de 1871, el hombre, que ha pasado por desagradables desventuras, queda al descubierto en algunas “picardías” y es exonerado, escándalo por medio, a partir de julio de 1872.
Y así, con el inicio del entierro de cadáveres en el “nuevo Cementerio del Sur”, termina la corta vida del enterratorio provisorio. Como hemos visto, encontramos constancias que nos permitieron individualizar algunos de los que fueron sepultados en él, pero no sabemos qué se hizo de esos cadáveres al inaugurarse el cementerio definitivo de la calle Caseros.
¿Quedaron allá o fueron exhumados en alguna época posterior?
Detrás del lúgubre muro del actual Hospital Borda, en la esquina de Amancio Alcorta y Perdriel, está la respuesta.
NOTAS
1 SAENZ QUESADA, María, “El Estado rebelde — Buenos Aires entre 1850/1860”, Editorial de Belgrano, 1982.
2 BOURDE, Guy, “Buenos Aires: Urbanización e Inmigración”, Editorial Huemul, Colección Temas Básicos, Buenos Aires, 1977.
3 Anuario Estadístico de la Ciudad de Buenos Aires, 1997, Dirección General de Organización, Métodos y Estadística, Subsecretaría de Sistemas de Información, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
4 Memoria Municipal (MM) 1858.
5 Actual Plaza España, limitada por las avenidas Caseros, Amancio Alcorta y la calle Baigorri.
6 MM, 1859.
7. Archivo Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires (AIHCBA), Caja 1858.
8. MARONI, José Juan, “La Convalescencia: olvidado topónimo porteño”, Boletín del Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, N° 8, 1983.
9 AIHCBA, 1858.
10 AIHCBA, 1858.
11 “Plano Topográfico de la Ciudad de Buenos Aires y de todo su Municipio incluyendo parte de los Partidos de Belgrano, San José de Flores y Barracas al Sur”, del Departamento Topográfico de la Provincia de Buenos Aires, 1867.
12 RECALDE, Héctor, “El cólera en la Argentina”, Revista “Todo es Historia”, N° 286, Abril de 1991.
13 AIHCBA, 1867.
14 AIHCBA, 1867.
15 ECHEVERRIA, Esteban, “El Matadero”, CEAL, 1979.
16 MONTOYA, Alfredo, “Historia de los saladeros argentinos”, Editorial Raigal, Bs.Aires, 1956.
17 Actual calle Vieytes
18 AIHCBA, 4/4/1868.
19 AIHCBA, nota del 24 de julio de 1867, Gómez era a la vez el “Mayordomo del Hospicio de San Buena Ventura”.
20 RECALDE, op. citada.
21 ALFONSIN, Jorge, “El Cementerio viejo de Chacarita”, Junta de Estudios Históricos de Villa Ortúzar, Buenos Aires, 1994.
22 BARELA, Liliana y VILLAGRÁN PADILLA, Julio, “Notas sobre la epidemia de fiebre amarilla, Revista Histórica, Tomo III, Nro. 7, Julio-Diciembre de 1980, Buenos Aires.
23 Acta de la Corporación Municipal, 1867.
Información adicional
Categorías: Barracas
Palabras claves: Cementerio
Año de referencia del artículo: 2020
Historias de la Ciudad – Año 1 Nro 1 Agosto 2007