Buenos Aires, tal como afirmaba Cacho Castaña, está llena de duendes y fantasmas que pululan por los bares reclamando un tango más. La historia viene de los inicios del tango. Dicen que el primero que lo percibió fue Carlos Gardel por los bares del Abasto. Se le aparecían, entre sus seguidores, almas que vagaban por la ciudad y que habían sido habitués de cafetines de La Boca donde se juntaban a escuchar a Canaro, Arolas y Bardi. El dato, que circula en el ambiente tanguero, me lo confesó Osvaldo Peredo en una noche larga de Almagro, cuando era taita en el Boliche de Roberto. Y, posteriormente, confirmado por Cucuza Castiello durante una recalada en una esquina mistonga de Barracas luego de que explotara el lugar de espectros en un show organizado por Charly Lista, hoy ya duende.
La revelación dice más o menos así: que entre canción y canción, cuando la distancia entre el artista y su gente se estrecha a la intimidad, se oyen voces del público pidiendo tangos. Estos pedidos provienen de fantasmas. Sus gritos se confunden entre vítores, aplausos y brazos en alto. Los auténticos cantantes de boliches, esos que alcanzan una sensibilidad especial, lo perciben. Nuestro amado Zorzal lo dejó entrever en un tango “es un fantasma que crea mi ilusión”.
La Ciudad de hoy fue perdiendo boliches donde recalar con amigos en una noche de vinos y tangos. Uno de los más recomendables está, desde 1931, en una de esos cruces fronterizos de Buenos Aires que hacen vértice a cuatro barrios, en Av. De los Constituyentes (al 4099) y Pampa. Un templo de valor patrimonial incalculable (es Bar Notable de Buenos Aires) que sirve de referencia a náufragos y navegantes nocturnos: El Faro. Si nos ajustamos a la división política barrial esa esquina pertenece a Parque Chas, pero para todos los amantes de los bolichones, el tango y las trasnoches con amigos, el Faro es de Villa Urquiza. Así se hizo famoso, se lo conoce y lo sienten sus parroquianos. Y su Capitán emblema, no por nada, es Cucuza. (Es importante saber que Villa Urquiza también es famosa por dos grandes milongas que, por otra parte, tienen su estilo y códigos propios de danza: La Sunderland, Lugones 3161; y Sin rumbo, José Pascual Tamborini 6157).
El tango no es sólo la invención más genuina y genial de Buenos Aires. También lo es la eternidad espiritual de sus amantes seguidores que sostienen un vínculo que no se reduce a una efímera vida terrenal. Ese es nuestro mayor secreto. Que cada vez que suene un fuelle allí estaremos. Con cuerpo o alma. Como dijo Discépolo en Alma de Bandoneón “te llamaré al morir, te buscaré en mi adiós”.
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2020 /
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