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Ciudad de Buenos Aires

El Hospital de Niños “Dr. Ricardo Gutiérrez”

Stella Maris De Lellis

El Hospital Gutiérrez junto al muro., C. 1900.

Se encuentra en Palermo desde hace más de cien años y fue construido gracias al aporte de los vecinos de Buenos Aires. Lleva el nombre de nuestro primer médico especializado en niños quien, como escritor, encontró un escape para su alma a través de la fe y la poesía.

Colonos e Inmigrantes
En 1868 el representante del gobierno del Gral. Mitre en los Estados Unidos, Domingo F. Sarmiento, fue elegido Presidente de la República. Regresar descorazonaba a cualquiera, la ciudad ofrecía un aspecto mísero y más allá se extendía un inmenso territorio fértil despoblado; además, secuelas de conflictos y enfrentamientos era la subsistencia penosa de mujeres, huérfanos e inválidos.
La nación pronto daría a luz una generación brillante y, en las vastas tierras regadas por ríos de agua dulce y clima benigno –aseguraban los agentes en Europa– se establecían las primeras colonias agrícolas.
En 1871, Sarmiento preveía los problemas de la inmigración: “… no debemos ensancharla artificialmente, EE. UU. comprendió que la distribución en proporciones determinadas de la tierra era el único medio eficaz para atraer y fijar la población en condiciones de asegurar la prosperidad presente y futura del país…”1 En base a esa experiencia sabía también qué clase de inmigrantes se necesitaba: adultos aptos para el trabajo y por lo menos dos si eran familia, no se aceptaba a los menores de 13 años si no los acompañaban padres o tutores, ni mayores de 60; como tampoco personas con incapacidad física, problemas mentales o morales.
Al mismo tiempo que solicitaba al Poder Legislativo una ley referida a la venta y distribución de tierras, pedía recursos para crear escuelas en zonas del interior, especialmente en “las más apartadas y más pobres con población más ignorante” y, al abrir las sesiones de 1872, exigía: “…la represión del bandalaje que se ejerce en territorios desiertos, obstruyendo el comercio, destruyendo propiedades y vidas y engendrando, como una enfermedad de los espíritus, la desconfianza que paraliza todas las funciones sociales…”.
El problema llegó a la ciudad al preferir los inmigrantes quedarse en ésta. El reparto de culpas llegó hasta los consulados ya que muchos pensaron que resolverían lo que parecía no podían hacer las autoridades propias. Los incidentes fueron tan graves que hasta hubo un intento de incendio de la Casa Municipal, lo que motivó una airada carta del Presidente de la Legislatura a su par de la Suprema Corte, con fecha 3 de abril de 1876: “…del aumento de la criminalidad, consiguiente al crecimiento de una población que recibe todos los días centenares de hombres de todas partes del mundo, cuanto de la impunidad de los delitos (…) las consecuencias fatales de los procedimientos lentos, la indiferencia, precursora del olvido, sucede a la indignación del momento y los criminales cobran aliento y dan un paso más en su camino.”

Detrás de los números
La ciudad era un caos, el primer censo nacional de 1869 computó 177.787 habitantes en la ciudad de Buenos Aires, tiempo después se detallaba la cantidad de población nativa y extranjera agrupándola en conjuntos de menores de 5 años, de 5 a 15, de 15 a 50 y mayores de esa edad.
La tasa de mortalidad era similar entre los 5 y los 50 años, edades entre las cuales los habitantes eran considerados mano de obra posible o efectiva; los menores de esa edad nativos fallecían en una proporción de un 65 % contra el 5 % de los extranjeros, pero los índices de fallecimiento de éstos recaían en los censos de los países de origen.
Desde 1875 a 1906 hubo 694.856 nacimientos en la ciudad, sin contar los muertos al nacer, de los cuales 91.766 fallecieron en el primer año y 39.006 en el segundo. El 35,4 % fue por causas naturales y el 64,6 % por enfermedades tales como tétano, viruela, difteria, crup, tuberculosis, sífilis, sarampión, coqueluche, escarlatina, erisipela, disentería, fiebre tifoidea, infección purulenta, influenza, cólera nostras y gastrointestinales, consecuencia de la mala alimentación que no diferenciaba clases.
En los estratos más altos, entre las mujeres, las exigencias sociales y de la moda “…la inhiben de desabrocharse con la regularidad necesarias los prendidos de su ajustada bata, aparte de que el oficio de ama deforma las ebúrneas mamas, lo que la aparta del medio en que actúa; es preferible entregar al hijo a un ama mercenaria…”2. En los estratos más bajos estaban las madres obreras y las pobres, que frecuentaban lugares insalubres y estaban mal alimentadas, por lo que en general eran anémicas y, a veces, incapaces de superar el período de gestación y parto; Las que no podían amamantar recurrían a la leche de vaca con el agravante de los riesgos a causa de la tuberculosis. En el medio estaban las que se ofrecían como amas, provocando una situación por demás sórdida: los hijos propios cuidados por las vecinas y alimentados con fideos, sopas grasosas y papillas que no resistían el menor análisis, mientras la leche de su madre nutría niños ajenos.
En mayo de1875, el Poder Legislativo Municipal aprobó el “Reglamento entre sirvientes y patrones” que, en el capítulo referido a las Amas de Lactancia, contemplaba el despido en caso de maltrato patronal o a la criatura, robo, enfermedad, vicios, delitos varios, como así también el abandono que hacían de los niños bajo su cuidado “…estando probado hasta la evidencia, por la estadística, que su falta es la principal causa de la extraordinaria mortalidad de los niños”.
Pero también las epidemias hacían estragos: cólera, en 1867; fiebre amarilla, en 1871; pestes varias entre 1886-1887 y las estadísticas hasta 1906 computaron un promedio de 5000 muertos anuales entre nativos y extranjeros a causa de las treinta enfermedades infecciosas listadas.3
Como la salubridad marca el índice de progreso de un país, la alta incidencia de enfermedades curables, evitables y también las epidemias, producto de la falta de servicios de agua corriente, tuvieron que ser médicos los que sacudieron a muchos dormidos tras el decorado…

El doctor Rafael Herrera Vegas
Nació el 30 de octubre de 1834 en Caracas, Venezuela. Aunque fue a París para estudiar pintura terminó dedicándose a la medicina, se recibió en 1864 con su tesis “Estudio sobre los quistes de ovario y la ovariotomía” pero la mortalidad a causa de las infecciones provocaron la hostilidad de aquellos que creían imposible la práctica quirúrgica por lo que decidió retornar a su patria.
En 1870, a causa de una guerra civil que derrocó a su cuñado el Presidente de la República, José R. Monagas, atendió decenas de heridos en su casa. Al poco tiempo falleció su esposa a causa de una infección puerperal después de haber dado a luz a su segundo hijo.
En Brasil conoció al embajador argentino, Gral. Paunero, que lo contrató para prestar apoyo a la comisión que combatía la epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires. Al llegar no quiso lucrar con la miseria de un país en ruinas y rechazó la pensión vitalicia que le ofrecían para su familia en caso de que muriese. Revalidó su título con honores ante el Dr. Juan José Montes de Oca.
Profesional reconocido y maestro generoso, introdujo en el país el uso del termómetro y la práctica de la traqueotomía. Al no hacer diferencias de clase entre sus pacientes pudo percibir los problemas sanitarios y sociales que surgían, por eso propuso a la Sociedad de Beneficencia la conveniencia de que se destinará un lugar sólo para atención de niños.
Fue un hombre admirado y respetado por todo Buenos Aires por sus méritos profesionales y calidad como persona. Llegó a ser Académico de la Facultad de Ciencias Físicas y Naturales y el 3 de diciembre de 1876 de la Academia de Medicina, acto en el que disertó sobre “Mortalidad infantil en Buenos Aires. Importancia del estudio práctico de las enfermedades de los niños” referido a la ignorancia acerca de la alimentación de los niños en los primeros meses de vida.
Formó médicos profesores, dio comienzo a la práctica de la medicina preventiva y abogó para que se creara una cátedra de niños en la Facultad de Ciencias Médicas.
Falleció en Paraguay, el 26 de septiembre de 1910. En su memoria los hijos donaron a la ciudad la escuela primaria que lleva su nombre y el terreno lindero donde se construyó la sede de la Academia Nacional de Medicina, en la Av. Las Heras y Cnel. Díaz, institución donde ocupó el segundo sitial, en el que lo sucedió el Dr. Gregorio Aráoz Alfaro.

Los comienzos en Almagro
Bajo la presidencia de Dolores Lavalle de Lavalle, hija del general, la idea del doctor se concretó con el alquiler de una casa en la actual calle Hipólito Irigoyen, en el barrio de Almagro. Allí se dispuso de una sala para curaciones, otra para enfermos contagiosos y dos salones de madera para internación, siendo único médico el doctor Herrera Vegas. A pedido suyo fue contratado Ricardo Gutiérrez que estaba terminando sus estudios en Europa y movía voluntades con el lema: “Hay que salvar en la cuna el porvenir de la Patria que peligra”.
El 28 de abril de 1875 fue nombrado el primer practicante: José María Ramos Mejía y dos días después tuvo lugar la inauguración, que se pospuso a causa de un temporal que anegó la zona.
Asistieron el gobernador, Alvaro Barros; el ministro de gobierno, Aristóbulo del Valle; el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Aneiros que bendijo el lugar puesto bajo el patrocinio de San Luis Gonzaga; y los invitados de siempre: funcionarios y lo más selecto de la ciudad. Participaron en forma involuntaria cuarenta internados.
Para matizar el evento hubo música con las bandas de niños del Colegio de Huérfanos de la Merced, del Asilo, de la Sociedad de la Misericordia, de Bomberos y de la Policía.

El poeta médico
Hijo de José Gutierrez y de María Sáenz nació el 10 de noviembre de 1836 en la localidad bonaerense de Arrecifes. Impulsado por sus hermanos Carlos, Eduardo y José María, comenzó a escribir sus primeros versos, algunos bajo el seudónimo de Omar, los que fueron publicados en el periódico de la familia La Nación Argentina, La Tribuna y el Correo del Domingo.
En 1856 publicó El Hijo del Sol y, cuatro años después, su obra más conocida: La fibra salvaje con una carta-prefacio del Dr. Miguel Cané (padre) que termina siendo una profecía. Dice: “Usted ha recibido la Misión de iluminar, pero usted es hombre, y sólo a los astros del cielo les es dado prescindir de la crítica o de la alabanza de los mortales. Persevere usted, sufra y calle, porque esa es su misión…”.5 La devoción al padre continuó con el apoyo paternal al hijo.
Cursó tres años la carrera de leyes pero abandonó para seguir medicina, siendo estudiante escribió “En el hospital: Cómo comerá Mejía” una extensa composición humorística: “El señor Municipal/ doctor don Claudio Mejía / se levantó el otro día/ pensando en el hospital (…) Vámonos, doctor Larrosa/ (le dijo a su compañero);/ yo por mi mismo quiero/ esa comida espantosa (…) Y como en un rataplán, / todos con eco profundo/ clamamos a Dios y al mundo / de la sopa que nos dan (…) Y los patos muertos de asma, / tenían negro el pulmón (…) Pasas y queso ¡Por Dios! / vámonos, doctor Larrosa; / yo como el postre una cosa,/ y ellos se quejan por dos…”
Se alistó en el ejército actuando en las acciones de Cepeda y Pavón mientras saboreaba el reconocimiento popular por su siguiente obra Lázaro. Al volver reanudó su carrera y nuevamente prestó servicio como cirujano del ejército en la Guerra del Paraguay. Durante el conflicto escribió El poeta y el soldado, La Redención del Paraguay y La Victoria.
Por su valer y dedicación ejemplar le fueron otorgadas “todas las medallas y condecoraciones instituidas por los tres gobiernos aliados”. Al regreso fue becado por el gobierno para especializarse en Europa, y así fue que se estableció en la Rue Sorbonne nº 10 de la ciudad de París.
Casi todos los días, después de la recorrida por los hospitales, se reunía a almorzar con Ignacio Pirovano en un pequeño restaurante del Barrio Latino, frente al Odeón, allí ambos estudiantes intercambiaban impresiones, aclaraban dudas y, sobre todo, cimentaban una estrecha amistad que se desarrolló al amparo de la admiración recíproca.
Pero también en medio de apuntes, cartas para la familia y colaboraciones para los diarios de Buenos Aires buscó encarrilar al hijo de su venerado amigo Cané, el autor de “Juvenilia”, que abandonó la carrera de Derecho porque no eran de su agrado algunas materias: “…¡Oh, amigo! Pero el médico pasa por lo mismo. La farmacología y la materia médica simple no son más divertidas que las Partidas del Rey don Alfonso, que las Pandectas, ni que las leyes de Indias (…). Yo le meto a cualquiera un dedo en el culo para curarlo de una fístula o de una fisura del ano, de un cólico fecal o de una hemorroide interna…”.6
También alega a una posible réplica: “Ud. me dirá que hay muchos cretinos que gobiernan, legislan y figuran y algunos Cané que no han hecho nada de eso, pero yo le responderé en el acto que nada de esto priva ni ha privado jamás de que un cretino sea un cretino y un Cané sea un Cané…”.
Le recuerda sus pocos años de estudiante de Leyes bajo la influencia del Dr. Roque Pérez que lo enterraba en papeles y no le pagó nunca un peso, pero como de pecador también tiene mucho el devoto “… yo me hacía pagar por una muchacha que él mantenía.”
Ingresó en el hospital el 22 de abril de 1876 y en enero del año siguiente entregó a las señoras de la Sociedad de Beneficencia el Reglamento que había redactado para el hospital. “En obsequio de este trabajo he ocupado hoy mis horas de descanso, porque una de mis arraigadas preocupaciones es el mayor éxito de la noble idea que ha llevado a ustedes la fundación de este hospital.”

La casa es chica…
Muy pronto la cantidad de pacientes excedió la capacidad de la casa; así, el 27 de abril de 1876, las señoras Adela Blaye de Peña, Celina Bustamante de Beláustegui y Petrona Villegas de Cordero le compraron a don Rodolfo Bunge y otros la propiedad de la calle Arenales 394 entre Uruguay y Paraná; el escribano José Victoriano Cabral dejó testimonio en la escritura que las compradoras “… aun cuando esta compra la hacen a su nombre, no obstante los fondos invertidos no les pertenecen, pues son recolectados de la caridad pública, con el fin y objeto de hacer esta adquisición para establecer en dicha finca el Hospital de San Luis Gonzaga para niños de ambos sexos; de modo que tal fundo corresponde a esta misma institución a cuyo favor quedaron transferidos los títulos, sin que las declarantes ni sus herederos tengan parte, acción ni dominio alguno en ese bien raíz, desde el dinero invertido no es suyo, sino proveniente de donativos hechos por corazones filantrópicos y caritativos para el fin y objeto dicho, y solo han dado su nombre como componentes de la Comisión Directiva actual de ese Establecimiento.”7
La mudanza fue inmediata, según se desprende de una carta de Gutiérrez a Miguel Cané (h) con fecha 8 de mayo: “Por fin, después de mucho penar y de mucha constancia, tenemos hoy en Buenos Aires un Hospital de Niños que puede ser eficazmente útil al pueblo indigente, porque ese Hospital está situado en un paraje central y accesible (calle de Arenales Nº 394), se encuentra bien servido por asistencia médica, personal y farmacéutica, y puede ofrecer a silo a todo enfermo pobre desde el despecho hasta la edad de 12 años.
En la batalla de nuestra existencia social que apenas nos deja tiempo para un respiro entre combate y combate por las necesidades más preciosas del orden político, la instalación regular ya afianzada de este establecimiento es sin duda una victoria.
Si fuera preciso probárselo, le recordaría que en nuestra población indígena es mayor el número de defunciones que el de nacimientos, –según lo prueba la estadística con aterrante seriedad–, atribuyendo la causa de este desequilibrio a la inmensa mortalidad (podría decirse mortandad) de los niños en Buenos Aires.
La verdad es que, a no ser por el concurso de la inmigración, nuestra sociedad estaría destinada a desaparecer de la tierra, dados las presentes condiciones de nuestra existencia sola.
Creo así, mi amigo, que es un verdadero trabajo de patriotismo la vulgarización de nuestro Hospital, porque él, nutrido con la concurrencia a que aspira, ha de alterar sin duda la proporción estadística de las defunciones en la infancia del pueblo pobre. Bueno es que sepa entonces las ventajas con que la caridad les brinda…”
Le pide como favor la publicación de un aviso en El Nacional y “… algún articulejo tendiente a prestigiar el Hospital y, sobre todo, a divulgar su existencia…”.
Debido a la gran cantidad de consultas se resolvió comprar también las dos casas linderas, situadas en la calle Arenales números 390 y 392, adquisición que fue realizada con fecha 26 de abril de 1880 por las Carolina Lavalle de del Campo, Julia Nóbrega de Huergo y Artemia Albarracín a David Spinetto y fue legalizada por el escribano Eusebio E. Jiménez que labró el acta con la misma manifestación que la escritura anterior.

Un millón de enfermos…
Mientras tanto, al poeta que quería dejarse llevar por las musas no le satisfacía su propia obra: “Estoy convencido de que mis versos no son para recitarlos sino para ser leídos individualmente (…) no encuentro en ellos ninguno que me guste lo bastante como para creer que es lo mejor que he podido hacer…”. El médico no tenía respiro, en noviembre de 1877 le escribía a Cané (h) “Disculpe lo tardío de mi respuesta, en atención a un millón de enfermos que tengo entre manos…”.
Lo que no le impidió fundar, junto con su hermano José María, el poco menos que efímero diario El Pueblo, que le valió encabezar una rebelión a favor de la libertad de prensa, y donde se hiciera popular un verso suyo dedicado al 25 de mayo, refiriéndose a la baja estatura de Avellaneda, arma muy usada por sus enemigos: “…patria de San Martín y de Belgrano/ hundida bajo el taco de un pigmeo…!”
En la misma época en que la clase dirigente se autodefinía como destructora de la mentalidad colonial, liberal y progresista, él leía en el Club Católico La Patria Universal, La Oración, El fraile y El misionero, lo que provocó el alejamiento de su querido amigo Cané (h) que lo creía poco menos que ultramontano: “Después de Goyena, Gutiérrez… era demasiado”.
Gran éxito entre los devotos, motivo de burlas entre los escépticos, más fácil de soportar que la avaricia cuando se recolectaban fondos para un hospital, pero fue peor cuando más de uno se sintió aludido con el poema “La Propiedad”: “Esta es mi propiedad, dijo el magnate,/ y señaló un espacio de la tierra:/ la costa de la mar es costa mía,/ esa montaña es mi heredad paterna:/ Los pinos seculares de su falda,/ el salvaje torrente que los riega,/ todo es por siempre mío, todo es mío;/ soy tu Señor, aquí, Naturaleza… / Y el infinito tiempo de la vida/ continuó imperturbable su carrera;/ y el soberbio cadáver del magnate/ alimentó el gusano de la tierra…”.
El 1º de enero de 1879 los hermanos Gutiérrez fundaron La Patria Argentina, donde publicaron en forma de folletín un ensayo de novela breve Christian, que después fue editado en un folleto de 96 páginas.
Entretanto, el doctor seguía dando muestras de profesionalidad y calidez humana, le afectaban las carencias que vivía la niñez y varias veces “el médico bueno” rompió prescripciones severas con almendras y bollitos de Tarragona, que compartía también con los chicos de la calle que conocía en su diario andar.

La donación Rawson
El 12 de diciembre de 1888 el anciano médico higienista Dr. Guillermo Rawson hizo una donación a la Sociedad de Beneficencia para ser destinada a la creación de un pabellón para convalecientes en el nuevo Hospital de Niños: “… esos organismos debilitados por diversas enfermedades, cuando salen de las salas del hospital, vuelven a los hogares insalubres y pobrísimos, de sus familias, aglomerados en los pésimos conventillos sin buen aire, con alimentación escasa y mala, rodeados de emanaciones enfermizas y, al poco tiempo aquellos inocentes, con recaídas o peligrosas complicaciones, vuelven agravados a morir en el hospital (…) Yo soy pobre y viejo, pero puedo contribuir para tal objetivo con esta suma de 17.000 pesos nacionales disponibles, que pongo en sus manos bienhechoras, para que emprendan sin demora la protección de la convalecencia de tantos niños débiles que hoy mueren fatalmente.”
La donación se sumó al resto de los fondos obtenidos y, tiempo después, se aplicó al objeto expresamente indicado por el donante. En mayo de 1895 la Sra. Jacinta R. viuda de Rawson ofreció un retrato de su esposo para ser colocado en el pabellón que él había donado, la sala IX, que recibió el nombre del generoso médico.
El 18 de mayo de 1894, el Gral. Bartolomé Mitre entregó a la Sociedad de Beneficencia la suma de $ 1.000 m/n que recolectó la “Comisión de Homenaje al Dr. Guillermo Rawson” y que se destinó a la edificación del nuevo hospital.

El Corso de las Flores
Por iniciativa de Gutiérrez y con el apoyo de la Sra. Dolores Lavalle, la Sociedad de Beneficencia auspició y organizó la Fiesta de la Caridad a beneficio principalmente del Hospital de Niños. El evento que en forma anual se realizó durante tres noches en las avenidas del Parque 3 de Febrero pronto se convirtió sin distingo de clases en una obligación social de los porteños.
El 26 de septiembre de 1888 la Legislatura Municipal discutió sobre tablas contribuir con $ 5.000 m/n, siendo el más fervoroso defensor de la idea el Concejal Cadret, que propuso que la suma se diese en forma anual para este evento “…simpático al pueblo y conveniente al Municipio…”.
Simpatía que no sentía el concejal Bollini que votó en contra alegando que bastaba contribuir con el local y que el erario era para sufragar los gastos de los hospitales y entidades de caridad del Municipio; además “…a la fiesta concurriría en su mayor parte gente pudiente y los resultados que obtendrían serían mayores de los que se pensaban…”.
Aunque finalmente se aprobó el futuro Intendente terminó teniendo razón, el “corso” fue una de las fuentes de mayores ingresos para la Sociedad, asistían las más altas autoridades del gobierno, el cuerpo diplomático, funcionarios, familias de la alta sociedad y gente del pueblo, lo que se calculó en algún momento llegó a reunir a 9.000 personas y más de 950 carruajes por noche.

Sería una buena compra
El 1 de julio de 1889 la Presidenta de la Sociedad, Sra. Rosario F. de Bosch, solicitó al Ministro del Interior, D. Wenceslao Pacheco, una subvención especial de $ 200.000 m/n para adquirir el terreno ubicado en las calles Gallo, Mansilla, Soler y Charcas, con una superficie de 35.000 varas2 a un precio de $ 470.000 m/n. “La situación de este terreno por su altura y la distancia conveniente que lo separa del centro más poblado de la Capital no puede ser mejor. El poseer por otra parte la extensión suficiente para construir un edificio amplio y con todas las secciones necesarias.”
El adelanto ya se había entregado y había sido de $ 150.000 m/n, producto de donaciones y de la venta de un terreno que poseían en las calles Bustamante y Melo pero, como esperaban una ayuda del Congreso, había que apelar a argumentos convincentes: “…fundado hace 14 años con dineros del pueblo y con la cooperación científica de los Dres. Ricardo Gutiérrez y Rafael Heneras Vargas (sic) que le dedicaron gratuitamente sus valiosos servicios. Siendo su médico Director desde entonces. Su inauguración tuvo lugar en una casa alquilada en la calle de Liniers entre Victoria y Rivadavia y se ha sostenido con la subvención que le acordó el Superior Gobierno y algunas donaciones y limosnas (…) bastante adecuado no obstante el inconveniente de encontrarse cerca de un vaciadero de basura (…) en 1876 fue trasladado el local donde actualmente se halla.”
No pareciendo suficiente se apeló a lo más valioso que había en el hospital: “…el infatigable celo del ilustrado Director y un personal médico compuesto de notables facultativos y especialistas que desinteresadamente le prestan un valioso concurso (…) le dedican también una hora diaria para consultas externas y el resultado práctico del servicio que se le presta a la población puede apreciarse por las cifras que arroja la estadística…”.
En ese momento el equipo médico lo formaban, respetando los nombres de las especialidades tal como se las conocía, en medicina: los Dres. Ricardo Gutiérrez, José M. Jorge, Carlos Sundblad, Rivas y Miguez; en cirugía; los Dres. Ignacio Pirovano y Adalberto Ramaugé; en enfermedades de los ojos: Dr. Vicente López Cabanillas; en enfermedades de la garganta, nariz y oídos: Juan Pujol; en electro terapia: Dr. Antonio Arraga y Director del Gabinete Anatómico Patológico: Dr. Eduardo Holmberg.
Le habla acerca de los beneficiados: “… gran parte de los niños asistidos en este Hospital proceden de los inmigrantes que llegan extenuados después de una navegación penosa para ellos por las condiciones en que la hacen”, aunque también era un viaje largo y penoso llegar a la Capital desde los territorios, repite el mismo comentario del Concejal Cadret “… es uno de los establecimientos que más simpatía tiene el pueblo…” y concluye “dado la cantidad dinero que se recauda…”.
Pero no era el suficiente como para hacer la compra. El 20 de octubre de ese año, por Ley N° 2651 del Congreso Nacional, se le otorgó a la Sociedad la suma de $ 200.000 para ayudar a la adquisición del terreno, que fueron sumados a las donaciones y a la suscripción popular que impulsó el diario La Nación.
El 30 de enero de 1890 la Sociedad de Beneficencia compró la finca de la calle Gallo Nª 984 al 1016 por la suma de $ 470.000 m/n, se pagaron al contado $ 150.000 y el resto con pagarés con un interés del 7 %. El 6 de febrero tomaron posesión de la propiedad.

Un edificio acorde
Como siempre se copiaba a Europa, de dónde venían las novedades, las modas, el arte y los descubrimientos científicos, en una época en que no daban abasto los asilos y orfanatos la idea era que el nuevo hospital tuviera todos los adelantos y la elegancia edilicia que imperaba entonces.
Para estudiar detalles técnicos e higiénicos se formó una comisión presidida por Emilio Castro y conformado por los Dres. Árraga, Gutiérrez y Castro y los Ings. Aranda y Nyströmer. El proyecto le fue encomendado al Arq. Alejandro Christophersen quien, por sus planos, recibió la medalla de oro en la Exposición de Chicago de 1892.
La planta era enorme, teniendo en cuenta la poca cantidad de especializaciones médicas que había entonces: medicina general, cirugía y enfermedades contagiosas o infecciosas.
Nada quedó librado al azar, se tuvo en cuenta desde los consultorios hasta dos salas de operaciones, pasando por el laboratorio, la farmacia, habitaciones para los recién operados con una reserva de 27 camas para niñas y otras tantas para varones, dormitorios para practicantes, empleados y hermanas de la caridad; además de cocinas, despensas, comedores y un lugar para la capilla.
También se pensó en un pabellón destinado para baños, medicinales e higiénicos, separados de los servicios sanitarios que había en cada uno de los edificios.En forma separada y aislada, se reservaron cien camas para los enfermos de sarampión, escarlatina, difteria y viruela, que en un piso independiente, tendrían sus propias salas, aislamiento, consultorios especiales, baños, cocinas y comedores.
El pabellón para enfermos especiales –garganta, oídos y piel– con consultorios propios y salas de cirugía con un total de 48 camas, se reservó sobre la calle Gallo.
Todos los pabellones tendrían escaleras de mármol y, como detalle de avanzada, un ascensor “Otis”. La Morgue, depósito, sala para autopsias, caballerizas y cocheras estarían sobre la calle Mansilla. En medio de los pabellones, habría amplios jardines para que los pacientes pudieran respirar aire puro. Las instalaciones sanitarias, agua corriente y cloacas, correrían a cargo de Obras de Salubridad de la capital para conectarlas con las redes domiciliarias que se estaban construyendo.
También fue objeto de principal atención el pabellón de lavaderos y desinfección con sus secaderos a vapor y al aire libre, sus talleres de plancha y de composturas, además de un servicio de guardarropas numerados donde cada niño dejaba la ropa con la cual ingresaba al Hospital, y que se conservaba previa desinfección, hasta el día del alta.
La piedra fundamental

El día 22 de noviembre de 1893 tuvo lugar la colocación de la Piedra Fundamental, cortada por el marmolero Guillermo Bianchi un mes después de iniciadas las obras.
Contó nuevamente con la bendición del Arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Aneiros, siendo padrinos la presidenta de la Sociedad de Beneficencia, Estelvina Costa de Sala iniciadora de este proyecto y, en representación del Gobierno, el Dr. José Antonio Terry.
Después de que ambos pronunciaran sus discursos hicieron uso de la palabra con tono ampuloso, el Pbro. Celestino Pera, quien se refirió a la misión maternal de la mujer sobre la tierra haciendo votos para que Dios colmara de bendiciones a esta santa casa morada permanente del dolor, y el Defensor de Menores de la sección Sud, Sr. Martínez con frases acordes a las circunstancias.
Siguieron las felicitaciones y buenos augurios de los presentes: miembros del Congreso, médicos, abogados y familias de la alta sociedad: Cazón, Salas, Palacios, Campos, Lumb, Pellegrini, Aranda, Christhophersen, Tornquist, Castells, Pearson, Bustamante, Costa Zaldarriaga, Green, Figueroa, Jackson, Vilate, Lavalle, Huergo, Belaustegui, Somoza, Mendeville y otras tantas.
La banda del Colegio de Huérfanos ejecutó el Himno Nacional y acompañó con música la velada, mientras los invitados saboreaban un refresco, la revista La Ilustración Sudamericana entregaba a cada invitado como souvenir un grabado de la planta edilicia con las diferentes disposiciones.
Se labró en seguida un acta para constancia y recuerdo, pidiendo a Dios su protección para la casa y salud para los pobres niños que en ella se amparasen.

Malabares con el dinero
Mientras tanto, en 1893, en el hospital de la calle Arenales se habían internado 310 pacientes y se atendieron en forma gratuita 9.714 consultas clínicas, 2.949 por garganta, nariz y oídos, 2.030 por ojos, 1.556 por piel, además de realizarse 5.004 cirugías.
Al año siguiente los fondos sólo habían alcanzado para pagar los pabellones construidos; se pensó entonces continuar lo que quedaba pendiente como las galerías de comunicación y muro de circunvalación sin los cuales no podía ser librado a uso público, a medida que se consiguieran los recursos.
Por medio de un contrato con los empresarios Mas, Magnani & Cía y Teófilo Sibeleau éstos se obligaron a construir las obras faltantes aceptando el pago en un plazo de 8 meses desde su terminación y recepción, prorrogable por el mismo término con un interés del 8 % anual.
El problema era que, al mismo tiempo, había que sostener la Casa de Huérfanas, el Manicomio Nacional de Alienadas, el Hospital Rivadavia, el Asilo de Huérfanos, la Casa de Expósitos, el Consultorio Oftalmológico, el Hospital de Niños de la calle Arenales y el Asilo de Mar del Plata.

Queda sólo el médico
La vida marcada por la visión de enfermedad y muerte en los campos de batalla, pestes, asilos, hospitales y orfanatos la compensó con una cristiana esperanza más allá de tanto dolor.
No pudo evitar que alguna vez tuviera que perder ante lo irremediable: “El cadáver del hombre en el sudario/ Donde la eternidad de la vida pasa…”
La compasión, la generosidad, la entrega, la abnegación y el sacrificio fueron inspiración para sus más emotivos escritos: “Caín”, “El Talión”, “Cristo” y una de sus obras más conocidas “La Hermana de Caridad” inspirada en esos momentos en que ángeles sin nombre tienden una mano sin ser vistos ni escuchados, gestos que nunca serán conocidos: “¿Quién eres tú, celeste criatura,/ que descansas el vuelo/ sobre la cárcel del linaje humano/ para abrir una fuente de ternura/ y una puerta del cielo/ dónde se posa tu bendita mano?/ ¿Quién eres tú, que ora/ junto al desierto lecho del que expira?/ ¿Quién eres tú que lloras/ por la desgracia ajena?/ ¿Quién eres tú, que arrulla y que suspira/ al infeliz que arrastra su condena?”.
No menos emotivos son los versos, quizás recuerdos de su propia milicia, que le dedicó a García Velloso por hacerle conocer al soldado Octaviano Toledo “Pata Loca”, porque no podía quedarse quieto, al que se le había concedido tres veces el ascenso a Cabo y otras tantas se negó porque nunca quiso dejar de ser soldado raso. En ese rango fue “muerto por los indios” el 15 de marzo de 1892 según consta en el Libro de Bajas y sepultado con una tosca cruz en un cementerio del desierto que ya no existe, pasando así a la lista de mártires de la historia ignorados por la memoria colectiva: “Yo soy la abnegación desconocida / Y la pena ignorada;/ Soy la sangre vertida/ Con todo el sacrificio de la vida,/ Y sin otra ambición en mi carrera/ Que un girón de bandera/ Que sepulte mis miembros en la nada.” Publicó una compilación de sus poesías breves en El Libro de las Lágrimas y El Libro de los Cantos.
Por una idea del escritor chileno Alberto del Solar el 23 de julio de ese año se fundó un “Ateneo” literario y artístico en la casa de Rafael Obligado; allí se unieron dos o más generaciones que son orgullo del arte argentino: Ricardo Gutiérrez, Lucio V. Mansilla, Lucio V. López, Daniel García Mansilla, Martín Coronado, Ramón Cárcano, Miguel Cané (h), Joaquín V. González, Nicolás Matienzo, Ángel Estrada, Roberto J. Payró, Eduardo Sívori, Eduardo Schiaffino, Ángel Della Valle, Alberto Williams, Julián Aguirre… la lista sigue como si nadie hubiera quedado fuera.
Pero la total dedicación al hospital hizo que el doctor despidiera al poeta con aire melancólico; su última obra escrita en 1891 Meteoro fue publicada en 1894 en un almanaque editado por la Sociedad de Beneficencia: “Fue la celeste imagen de la dicha/ que rozó la existencia con sus alas,/ el corazón se resignó a perderla/ y levantó una cruz en su esperanza! / Fue como un astro/ que errante pasa:/ dejó un surco de luz en la memoria/ y se perdió en la noche desolada.”

Un viaje hacia la luz
El 23 de septiembre de 1896 Ricardo Gutiérrez falleció en la ciudad de Buenos Aires, víctima de una infección pulmonar, siendo todavía Director del Hospital de Niños ad honorem; estaba casado con Mercedes Árraga, hermana de su discípulo y luego Director del Hospital, Dr. Antonio Árraga.
Fue enterrado en uno de los nichos del Cementerio del Norte, las necrológicas lamentaron la muerte del médico sabio y sagaz, filántropo y poeta. Despidieron sus restos el presidente del Círculo Médico Argentino, Dr. Pedro J. Coronado y, en nombre del Hospital, los Dres. Domingo Demaría, Luis V. Varela, Eleodoro Damianovich y Juan Antonio Argerich que dijo sólo unas pocas palabras: “Pasó con su extraña silueta, sembrando consuelos y recogiendo bendiciones. Su dedicación a los niños enfermos lo apartó del arte, aunque no del todo, porque había en él un infinito fondo de ternura y de tristeza”. Participó también el Circulo de la Prensa del que era asociado.
Desde París, Miguel Cané (h) expresó su congoja: “Otro que se ha ido por el camino de la luz…” El 24 de octubre le escribió a su hijo: “En mi biblioteca o en el armario de libros, hay un pequeño cuaderno con la “Fibra Salvaje” de Ricardo Gutiérrez, manuscrita, de puño y letra. Tómala y llévasela al Dr. Juan A. Argerich, estudio Piedad 513, a quien ruego por carta directa, que la ofrezca en mi nombre al Ateneo, para que guarden ese recuerdo del poeta.”

Que nadie lo olvide
El lunes 5 de octubre le hicieron un funeral en la Iglesia Nuestra Señora de la Merced. Sus colegas del Hospital Antonio Árraga, José M. Jorge, Alejandro y Máximo Castro, M. Bengolea, F. Pérez, Eliseo Ortiz –también sería director– Francisco Barraza, J. Torrent, J. J. Díaz, A. Ramaugé y R. de Gainza dirigieron una nota a la Sociedad de Beneficencia para que el edificio a inaugurarse como nueva sede llevara el nombre del insigne médico y poeta.
También en el “Ateneo” de la calle Florida se realizó una reunión a la que fueron invitados no sólo colegas y amigos sino también público en general para organizar una serie de homenajes.
Entre las iniciativas se buscó promover por medio de una cuota fija entre los niños la creación de un monumento a su memoria en el hospital. Formaron la comisión los Dres. Herrera Vegas, Argerich, Barraza, Ortiz, Escalada, Caballero y Coronado; además de Rafael Obligado y Leonardo Pereyra.

De un novel a un maestro
Recién en 1901 apareció en un volumen titulado Poesías escogidas gran parte de su desparramada producción literaria. Pocas famas fueron menos discutidas que la suya, la juventud de su tiempo lo veía como un orientador hacia ideales nobles y de belleza.
Pero fue uno el que mejor pudo expresar la admiración hacia el médico poeta y la tristeza de su partida: “Las banderas a media asta por el poeta, primero, después los dobles fúnebres por el sabio, por el filántropo amigo de los niños enfermos; y también los tambores a la sordina echando el toque fúnebre por los laureles de guerra caídos sobre la tumba recién abierta. / No demos a la muerte de los poetas el tono negro. Nunca son tan blancos los relumbres boreales como el agonizar. Y las almas de los elegidos del Laurel y de la Lira al elevarse, al ascender, se cubren, como las nubes, de luminosas blancuras de nieve que han de convertirse en claros manantiales para las aves y las bocas que saben decir los versos. /… Ha habido muchas lágrimas, muchos recuerdos prometidos, muchas coronas, entre las cuales va perdida la afectuosa violeta de nuestra ofrenda. /…Que los femeninos labios de rosa que el poeta endulzó con la miel selecta de sus versos, imploren con una oración –muy blanca, muy tierna– la eterna paz del amado muerto.”
Apareció en la revista Buenos Aires el 27 e septiembre de 1896, como no llevaba firma la familia preguntó si era un anónimo: No, era de un poeta joven, desconocido, pero que parecía tener talento: Leopoldo Lugones.

La inauguración
El 26 de julio de 1896 finalizaron los arreglos celebrados con los señores Escalante, Proassi, Catalá, Pessano y Somaschini sobre expropiación de tierras para abrir las calles que rodean al hospital y el 29 de noviembre quedó inaugurado el nuevo Hospital de Niños “San Luis Gonzaga” que comprendía administración, consultorios externos, departamento de pensionistas y los pabellones de medicina y cirugía que recibieron los nombres de Ricardo Gutiérrez e Ignacio Pirovano, que había fallecido el año anterior.
Asistieron miembros del Congreso, autoridades nacionales y municipales, miembros de la prensa invitados especialmente y benefactores. Hablaron Quirno Costa, Indalencio Gómez y Carolina Lagos de Pellegrini, presidenta de la Sociedad de Beneficencia, que dijo algunas palabras sobre el esfuerzo que debió realizarse para poder construir el edificio, el agradecimiento al Sr. Christophersen, director de la obra y constructor de este hospital, destinado a dar amparo a tanta criatura desvalida. Finalmente las instalaciones fueron bendecidas por Mons. Castellanos.
La demanda desgraciadamente superó las expectativas: en el primer año se internaron 353 pacientes; por consultorios externos hubo 15.724 consultas clínicas, 6.556 cirugías, 2.296 por oftalmología, 5.415 por otorrinolaringología y 2.084 por piel.
De acuerdo con el balance del 31 de enero de 1897, el costo del terreno y el edificio ascendía hasta ese momento a $ 1.123.815,54 m/n.

“El Gutiérrez”
El 30 de diciembre de 1896 el Poder Legislativo Municipal concedió en forma gratuita y a perpetuidad en el Cementerio del Norte el triángulo sobrante N° 1 de la sección 14 para trasladar los restos del Dr. Ricardo Gutiérrez y para erigir un monumento a su memoria. En la sesión del 16 de septiembre de 1936, en el año del centenario de su nacimiento, el diputado nacional Juan Antonio Solari presentó un proyecto de ley para erigir un busto y dar el nombre del médico poeta al Hospital de Niños. Dijo entonces: “Llegará en buena hora este nuevo homenaje a su memoria, iniciado por quienes, como nosotros, podemos apreciar a la distancia de los años, sin pasiones mezquinas, su generosa y útil trayectoria por nuestra tierra, a la que honró con su ciencia y su inspiración de ser realmente fundido en un molde de excepción.”
La Sociedad de Beneficencia continuó en forma eficiente su obra, aunque ya no había tantos espíritus generosos como antaño lo que hacía imposible no depender de la ayuda del Estado, pero convertida en una entidad cerrada e infranqueable no admitieron a nadie en el sitio que les fuera dado por Rivadavia en 1823, lo que provocó no pocos roces hasta su intervención y la gestión mixta de sus Institutos en 1947, fecha en que el hospital pasó a depender de la Dirección Nacional de Asistencia Social de la Secretaria de Trabajo y Previsión.

Notas y Bibliografía
1.- Diario de sesiones de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación.
2.- Después de la 1° Guerra Mundial se aligeraron y democratizaron las vestimentas.
3.- PENNA, José y MADERO, Horacio, La Administración Sanitaria y Asistencia Pública de la ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires., Kraft, 1910.
4.- La casa fue ocupada tiempo después por la familia Lange y el mirador de la casa fue conocido popularmente por el apellido de sus nuevos propietarios, aunque tuvo distintos dueños el estado de abandono provocó que tuviera que ser demolida.
5.- SÁENZ HAYES, Ricardo, Miguel Cané y su tiempo (1851-1905), Buenos Aires, Kraft, 1955, p. 143.
6.- A.G.N. Fondo Miguel Cané.
7.- A.G.N. Fondo Sociedad de Beneficencia.
8.- Recién se aprueba por Ley 12.649 del 2 de octubre de 1940.
Memorias de la Sociedad de Beneficencia (Biblioteca del Congreso).
Sociedad de Beneficencia de la Capital (182 –1910).
Actas del Concejo Municipal de la Ciudad de Buenos Aires. Talleres Gráficos Optimus. 1873.
La Ilustración Sudamericana, Buenos Aires, Tomo I. Dic. 1892 a Dic. 1893.
MORALES, Ernesto, Antología Poética Argentina, Buenos Aires, Americana, 1943.
BERISSO, Luis, “Ricardo Gutiérrez”, en La Nación, 25 de septiembre de 1896.
REYNÉS, Leandro, “Ricardo Gutiérrez. El médico, el poeta, el hombre bueno”, en Caras y Caretas, 7 de noviembre de 1936.

Información adicional

HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año VIII – N° 45 – marzo de 2008
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991

Categorías: Edificios destacados, SALUD, Hospital, Personal de la salud, Inmigración
Palabras claves: Dr. Ricardo Gutiérrez, Rafael Herrera Vegas

Año de referencia del artículo: 1900

Historias de la Ciudad. Año 8 Nro45

El Pabellón Ricardo Gutiérrez.

Dr. Rafael Herrera Vegas.

Dr. Ricardo Gutiérrez.

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