La presencia de comerciantes y viajeros ingleses trajo como consecuencia un requerimiento de mejoras de los servicios de hotelería que ofrecía Buenos Aires. Y Faunch intentó responder con profesionalidad a estas necesidades.
Otoño de 1819. Buenos Aires vive convulsionada por los avatares políticos y desangrada por las guerras de la independencia y las luchas fraticidas. Se acaba de jurar una constitución centralista, resistida por la mayoría. Todavía gobierna Pueyrredón pero está cansado y falta poco para que estalle la anarquía.
Buenos Aires no tiene una entrada decente y si alguna vez tuvo un muelle de piedra, se lo han llevado las aguas y los vientos. Los pasajeros de los buques deben bajarse de sus barcos a siete millas de la costa, tomar un bote y luego entrar hasta el puerto en precario carretón armado sobre el grueso eje de un par de altas ruedas que sostienen una especie de plataforma compuesta de media docena de tablas separadas, dejando entrar el agua a cada oleada que pasa, más un tosco cuero estirado formando los costados. Lo tira un caballo semi ahogado y lo manejan carretilleros de torso desnudo, entre insultos y gritos.
En una de estas carretas vienen los ingleses James Faunch y Mary Morley, aferrados a los tirantes de cuero para no trastabillar, despeinados por el viento, los pies empapados, las ropas salpicadas de barro. Allá lejos se perfila el fuerte y la ciudad chata, sobre la barranca, matizada cada tanto por algunas torres: son las iglesias y el cabildo. A medida que se acercan los forasteros ven la extensa playa de toscas, poblada de gaviotas, pescadores, osamentas desperdigadas, aguateros, perros callejeros, lavanderas, marineros, todo revuelto y colorido. Entre la playa y la ciudad corre una escasa alameda con algunos bancos y pocos paseantes.
Es claro que la primera impresión de la ciudad desde la costa no es demasiado alentadora. ¿Dónde está la metropolis que describiera Alexander Gillespie? En un libro que traen de Londres, los Faunch han leído: “Ninguna ciudad del globo ofrece una importancia más envidiable que Buenos Aires en este momento. No solamente ha conquistado sus propios destinos, sino también las libertades de Chile, y está a punto de extender esas bendiciones al Perú… Ni Cartago ni Constantina, tan famosas en la historia antigua, ni Boston ni Filadelfia, esas cunas tan tempranas de la libertad norteamericana, pueden excederla en preeminencia. Ahora se ha abierto para ella un comercio floreciente con el universo; el hechizo de la superstición está quebrantado y las industrias se ven con satisfacción por todas sus llanuras…”.
Buenos Aires está lejos de ser floreciente, pero ya llegarán otras impresiones cuando atraviesen la ciudad y les llame la atención la regularidad de las calles, la grata apariencia de los edificios públicos e iglesias, el alegre aspecto de las blanqueadas casas y, sobre todo, ese pueblo amable, desenvuelto y sencillo donde brillan mujeres cuya belleza y simpatía sorprende a los extranjeros.
James y Mary pasarán su primera noche en la posada de Mrs. Taylor —una inglesa toscamente maternal que los criollos llaman Doña Clara—, calle del 25 de Mayo, a cuadra y media del Fuerte. Allí, a la luz de una vela, habrán aprendido todo lo que hay que saber de la ciudad. Allí, entre gesticulaciones y chanzas, Doña Clara les habrá presentado a los comerciantes ingleses que, desde la azotea de la posada, dirigen el tráfico marítimo del puerto de Buenos Aires. Alguno les habrá preguntado de dónde vienen: James, 30 años, nació en el pequeño pueblo de Penn, condado de Buckingham; Mary, algo menor, proviene de Suffolk; ambos se trasladaron a Londres de donde traen una vasta experiencia como taberneros. ¿Por qué venirse a Buenos Aires? Los viajeros dicen que aquí hay futuro… y en Inglaterra se vive entre disturbios laborales y revueltas populares.
Así, seguramente con un sabrosísimo steak and kidney pie servido a unos pocos en casa de Doña Clara, comenzó la fama de Mr. Faunch.
La posada de la calle del Plata
Probablemente haya instalado una primera fonda para probar suerte en los difíciles tiempos de la anarquía. Cuando, calmados los ánimos, se inició la etapa rivadaviana de progreso y euforia, instaló su posada, con patio, en la esquina de las hoy Rivadavia y 25 de Mayo. El Argos del 24 de abril de 1822, informó que 57 ingleses habían celebrado el cumpleaños de Jorge IV “en la fonda nueva de Mr. Faunch” con un banquete presidido por Thomas Fair donde se brindó por el Rey, por el gobernador de Buenos Aires y su ministro Rivadavia, por Bolívar, San Martín, por la marina y el ejército británicos, por el duque de Wellington y los héroes de Waterloo, por la prosperidad de las Provincias del Río de la Plata, Colombia, Chile y Perú –todo entreverado- y finalmente por “la Rosa, el Trebol y el Cardo”, símbolos de Inglaterra, Escocia e Irlanda. El 30 de noviembre del mismo año, día de San Andrés, los escoceses ofrecieron “un gran convite en la fonda de Faunch en que asistieron los tres señores secretarios de estado, y muchos ciudadanos e ingleses. La mesa de sesenta cubiertos fue espléndida y bien servida; y la sala adornada con banderas y cardos, antigua insignia de Escocia. En la cabecera del salón se veía detrás de los asientos del presidente y de los ministros la bandera principal, que tenía en campo azul la cruz de San Andrés (en forma de X) blanca, colocada entre las de Buenos Aires y de Inglaterra. Tanta armonía, buen orden y cordialidad reinaban en la mesa, que los señores secretarios no se retiraron hasta las 12 de la noche, y algunos de los directores de la función continuaron hasta las tres de la mañana. Estas reuniones son muy propias para destruir las preocupaciones, que no sólo existen entre naciones distintas, sino también frecuentemente entre las provincias de una misma. Pero aconsejaría amistosamente el Argos a los dignos y liberales hijos de Caledonia, que en los aniversarios venideros de su santo no llenen tanto, ni repitan con tanta rapidez, los bumpers; recordando, que el termómetro en Escocia y en Buenos Aires marca temperaturas muy diversas el día último de noviembre”.
La fonda-posada de los Faunch fue adquiriendo cada vez más prestigio por su cocina y la profesionalidad de sus dueños y pronto se convirtió en un verdadero hotel. Thomas George Love, en su libro “Cinco Años en Buenos Aires” nos cuenta en 1825: “Hay dos hoteles ingleses en Buenos Aires: el de Faunch y el de Keen. El primero es excelente; se sirven muy buenas cenas en nuestra fiestas patrias —San Jorge y San Andrés— además de numerosas comidas privadas a ingleses, norteamericanos, criollos etc. Está situado cerca del Fuerte. Faunch, el propietario, y su mujer, han tenido una vasta experiencia de su profesión en Londres; al punto de que no creo que se coma allí mucho mejor. El cumpleaños de Su Majestad Británica es celebrado con gran brillo: el local se adorna con banderas de diversas naciones y hay cantos y músicas. De setenta a ochenta personas participan en la fiesta; entre ellas se hallan siempre los ministros del país, especialmente invitados. Ese día el gobierno retribuye el cumplimiento haciendo izar la bandera inglesa en el Fuerte”.
Mr Faunch preparaba además la comida para las grandes fiestas que se servían en otros salones, como la que dieron los ingleses en ocasión de la victoria de Ayacucho, y que fue considerada como la fiesta más espléndida que hasta entonces se viera en Buenos Aires. Si bien el de Faunch no era el único hotel, era sí el mejor y por eso fue alojamiento obligado de todo personaje de importancia que llegara a Buenos Aires, además de los comerciantes o viajeros ingleses. Allí se alojó el venerable arzobispo romano Juan Muzi que pasó por la ciudad en enero de 1824 con gran séquito —incluyendo al joven canónigo Juan Mastai Ferretti, futuro Pío IX— y repartió rosarios y bendiciones al público desde el hotel del protestante. Y también el primer cónsul general británico, Woodbine Parish, a su llegada a Buenos Aires con toda su familia en marzo del mismo año. Fue en este hotel, el 30 de noviembre de 1824, donde Parish adelantó a los convidados de la fiesta de San Andrés que ya estaba en marcha el reconocimiento británico de la independencia argentina. El anuncio causó tal algarabía entre los criollos presentes que —según cuenta el mismo Parish— volaron por la ventana del hotel los vasos y las botellas que se vaciaban de un solo trago.
El hotel de la calle de la Catedral
En 1827 Faunch y su hotel decidieron trasladarse unas cuadras, a la hoy calle San Martín, frente a la Catedral. El periódico British Packet del 19 de mayo de ese año informaba: “La nueva fonda de Faunch, en la calle de la Catedral, fue abierta al público el 16 del corriente. Este espléndido edificio estuvo en arreglos más de doce meses. Aparte de otras comodidades, como departamentos para familias, tiene baños calientes y fríos, por primera vez en el país, un salón de reunión anexo y un mirador o lugar de observación, que domina una vista del río. Se encuentra cerca de la plaza, del teatro y de la orilla del río. Se pueden obtener viandas preparadas de acuerdo con los gustos particulares de cada nación, vinos, desde el humilde Oporto al Tokay imperial, y el verdadero “beef steak”, a cualquier hora. Deseamos que su animoso propietario tenga éxito y si por el momento no puede rivalizar con el Albión y el Clarendon de la metrópolis británica, este esfuerzo puede ganar el favor del público, y el resto se dará por añadidura”.
En el Censo de agosto de 1827 encontramos en la calle “de la Catedral” a “Mister Fonche” inglés, con 8 años de residencia, dueño de fonda, con siete mozos: dos escoceses, una inglesa, una norteamericana, un negro, un pardo y un cordobés. Lamentablemente James Faunch disfrutó poco de su nuevo hotel, porque murió el 15 de febrero de 1828, siendo enterrado el mismo día en el cementerio protestante, junto a la iglesia del Socorro. El British Packet del 23 de febrero informó que “un numeroso grupo de amigos del extinto acudió a dar el último adiós a quien en vida fue un hombre verdaderamente respetable y bueno. El hotel de la calle de la Catedral está ahora a cargo de su viuda”. Los restos del hotelero fueron trasladados al cementerio de Disidentes (actual Plaza 1° de Mayo) en 1884 y su lápida pasó luego al cementerio británico de Chacarita donde aún se puede ver.
Mary Morley siguió regenteando el hotel y a partir de 1829 le instaló iluminación. El British Packet del 29 de agosto de ese año cuenta que el hotel “ha sido espléndidamente iluminado con gas oil desde la noche del jueves pasado. El brillo y novedad de la escena han causado gran admiración. El costo del emprendimiento debe haber sido considerable” y destaca tanto el esfuerzo económico de Mrs. Faunch como los trabajos del superintendente de la obra, el ingeniero Matless Jackson. Desde entonces el hotel se iluminaba, tanto en el interior como en su exterior, todos los domingos a la noche.
Quizás a la luz de alguna de esas lámparas a gas oil, Mary, viuda de Faunch, se enamoró de su asistente Mr. Jackson. Se casaron el sábado 19 de junio de 1830. La recepción no fue esta vez en el hotel, sino en la elegante residencia del cónsul Woodbine Parish.
Con Matless Jackson, que era tan buen anfitrión como su antecesor, la vida del hotel siguió su curso: grandes “balls” públicos y privados, buenos conciertos como el de Amadeo Gras y Rosquellas en junio del 32, reuniones sociales y comerciales, asambleas de británicos para construir la iglesia de St. John´s, para abrir el cementerio protestante de la calle Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen), para fundar bibliotecas, escuelas o un dispensario médico, todo tenía lugar en la vieja “fonda de Faunch”.
A mediados de 1832 los Jackson decidieron cambiar de vida: vendieron el hotel al imprentero John Beech, remataron sus muebles, vajilla, adornos y demás enseres a través de Tomás Gowland y se tomaron un año de vacaciones en Gran Bretaña. Un año después, el 23 de agosto de 1833, cuando regresaban a Buenos Aires en el buque Brompt, proveniente de Liverpool, el barco naufragó y ambos murieron. El British Packet dio la noticia, diciendo que el buque se había perdido totalmente cerca de la entrada al Río de la Plata “en un lugar llamado Garzón, aproximadamente siete millas al sur del Cabo Santa María. Todos los que venían a bordo murieron salvo el capitán y un marinero. Entre los pasajeros que han fallecido estaban Mr. y Mrs. Jackson (ex propietarios del Hotel de Faunch en esta ciudad, que retornaban a Buenos Aires después de doce meses de ausencia)…”. A pesar de haberse mandado un salvamento de Montevideo, nada se pudo salvar.
El hotel del imprentero Beech
John Quenby Beech había nacido en Londres, allá por 1785. En octubre de 1824 fue contratado, por intermedio de la casa Hullet, como impresor y litógrafo del gobierno de Buenos Aires. Llegó en febrero del año siguiente con su esposa Mary Josephine Flinn y sus hijos Mary Josephine y William Quenby. En Buenos Aires nacería por lo menos un hijo más: Thomas Washington, en 1827. Traía además una máquina litográfica importada por Rivadavia que quedó abandonada en un cuarto de su casa. Al parecer no conocía el arte de la litografía por lo que ingresó como compositor en la Imprenta del Estado, siendo su administrador entre 1829 y 1830, y durante unos meses del año 1832. Fue en ese año que renunció a los tipos para dedicarse a la hotelería, en “lo de Faunch”, calle Catedral Nº 36. El edificio —cuya propietaria era una señora de Dorrego— era por aquel entonces de altos y bajos, bien construido, con un amplio patio central convertido en jardín, salones en la planta baja y habitaciones en el primer piso.
Pero Mr. Beech no tenía la profesionalidad ni urbanidad de Mr. Faunch, y su hotel pasó a ser uno más entre tantos. En 1841 se fundó allí el Club de Residentes Extranjeros, y Beech cedió a la institución la planta baja y parte de la alta, acordándose que él administraría la casa y el personal. Tampoco logró Beech ser un buen gerente y, despues de muchas quejas por su mal servicio, partió a Europa en 1843 cediéndole al Club la totalidad del edificio, además de todos los muebles e instalaciones.
Así murió la vieja “fonda de Faunch”. Sus salones, que en otro tiempo habían sido famosos por el movimiento, la buena música y el buen gusto, se volvieron severas salas de reunión donde, después de Caseros, se solía definir la economía porteña. Los reglamentos del Club prohibían la entrada de mujeres y estaban vedados los juegos de azar. Los señores de levita, galera y bastón sólo podrían distraerse jugando al billar o entretenerse con largas partidas de whist, boston, ecarté o bouillote.
Maxine Hanon
Abogada. Historiadora
Autora de “Buenos Aires desde las quintas
del Retiro a Recoleta 1580-1890”
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año III – N° 13 – Diciembre de 2001
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Comercios, Inmigración, San Nicolás, Montserrat
Palabras claves: Ingleses, hotel, Faunch, viajeros
Año de referencia del artículo: 1841
Historias de la Ciudad. Año 3 Nro13