¿Cuál era el motivo de que en la Argentina, el nombre de Kapurthala fuera sinónimo de riqueza, aludiendo a los gobernantes de este lejano y casi desconocido estado indio? La popularidad del maharajá no se explicaba en un país republicano como el nuestro y más aún que su fama, como signo de opulencia, haya trascendido hasta nuestros días. Su llegada a Buenos Aires en 1925 comenzó a develar el origen de este misterio.
Siempre hemos oído la frase “rico como el maharajá de Kapurthala”, imaginándonos dicho mítico señor como un opulento magnate oriental, rodeado de lujo y de bellas odaliscas.
Cual no sería mi sorpresa cuando, al llegar a la India en cumplimento de mi carrera diplomática, me enteré, no sin pesar, ya que siempre es doloroso comprobar la destrucción de mitos arraigados profundamente, que la familia de Kapurthala era una más, entre las casi seiscientas que con distintos títulos y grados de riqueza y poderío se repartieron, en tiempos ya idos, la amplia zona del subcontinente no sometida al gobierno británico directo. Estos estados, que variaban en su extensión, desde Hyderabad, de un área comparable a la de Francia, a algunos otros en Orissa y Gujarat con unas pocas decenas de kilómetros cuadrados, reconocían al soberano inglés como Emperador de la India, trono en el que habían sucedido los europeos invasores al originariamente también intruso Gran Mogol.
De entre esta miríada de pequeñas y grandes soberanías, la de Kapurthala resultaba relativamente pequeña comparada con las correspondientes al Nizam de Hyderabad (considerado en su época como el hombre más rico del mundo) y a los maharajás de Mysore, Travancore, Cachemira Gwalior, Baroda, Indore, Jaipur, Jodhpur y tantos otros.
Origen del estado de Kaputhala
Es interesante recapitular aquí la historia de este estado, cuya familia reinante remonta su origen a un tal Rana Kapur, miembro de la Casa Rajpur de Jaisalmer, ciudad ésta situada en el oeste de la India, en el desierto de Rajasthán. Según la tradición familiar, este antepasado fundó la ciudad de Kapurthala, en el actual Punjab, hace unos novecientos años. La dinastía proviene originariamente de una aldea llamada Ahlu, de la que tomaron sus integrantes el patronímico de Ahluwalia.
El estado de Kapurthala, como entidad política autónoma, fue a su vez fundado por Jassa Singh, bravo guerrero a quien se atribuye un importante papel en la creación del poder militar sikh en el Punjab y que fue contemporáneo de los invasores soberanos persas Nadir Shah y Ahmad Shah.
Al penetrar los británicos en la India, expandiendo lentamente pero sin pausa su original factoría de Calcula, los señores de Kapurthala, viendo de qué lado soplaba el viento, firmaron un Tratado de Protección con la Compañía de las Indias Orientales en 1809, apoyando a ésta última durante la Segunda Guerra Sikh. Debido a esta valiosa colaboración con el entonces creciente poder imperial en la zona, se le concedió al gobernante de Kapurthala, Nihal Singh, el título de rajá, es decir rey.
Años después, en ocasión de la comúnmente conocida como Rebelión de los Cipayos, en 1857, episodio que los modernos historiadores indios consideran como la Primera Guerra de Independencia, los Kapurthala apoyaron nuevamente a los británicos, logrando en compensación que la compañía les otorgara importantes extensiones de tierras (1813 kilómetros cuadrados, con una renta de 1.900.000 rupias anuales) como propiedad personal, en la zona de Oudh, en el actual estado de Uttar Pradesh, en el norte de la India.
En 1877 ascendió al “gadi” (trono) de Kaputhala, con el título de Raja-i-Rajgan, un menor de edad llamado Jagatjit Singh, quien con el tiempo se convertiría en el legendario y fabuloso maharajá de Kapurthala, de quien todos hemos oído hablar alguna vez. En 1890, Jagatjit Singh, al llegar a ser mayor de edad, asumió poderes absolutos, reinando sobre su estado de 1.688 kilómetros cuadrados y poblado por 268.000 habitantes por espacio de más de medio siglo, hasta la integración de los principados indios al advenir esta nación a la independencia en 1947.
Una incógnita resuelta
Pero entonces, cuál era el motivo de que en mi país se identificara a los monarcas de Kapurthala con la opulencia, ya que si bien sus ingresos anuales no eran desdeñables (unos 450.000 dólares en su estado, más 240.000 en las posesiones a título personal antes citadas), éstos resultaban bastante reducidos comparados con los de sus colegas de Hyderabad y otros principados antes mencionados. En un primer momento pensé que quizás el haber tenido Jagatjit Singh entre sus esposas a una dama española, ello había esparcido su legendaria fama de riqueza en América.
Pero he aquí que un día, hace ya unos cuántos años, revolviendo entre abundancia de polvo y polillas los olvidados volúmenes de una librería de viejo en Simla, antigua capital de verano de los virreyes británicos, encontré una edición del libro My tour in South, Central and North America, escrito por el mítico maharajá. Ello explicaba el porqué de su reputación.
La personalidad de este monarca resulta sumamente interesante ya que, atraído hasta la adoración por la cultura francesa, abandonó el tradicional turbante sikh, característico de su religión, vistiendo ropas occidentales, adoptando como lengua de la corte de Kapurthala el idioma de Voltaire y mandando a construir un palacio que es una réplica en menor escala de Versailles. Hoy, otros tiempos, funciona allí una Academia Militar.
Incansable trotamundos, visitó las regiones y países más distantes del globo, convirtiéndose en centro de atracción en los círculos mundanos del París de entreguerras. Allí conoció, entre otros argentinos, a don Marcelo T. de Alvear, quien lo entusiasmó con la idea de viajar a la lejana América del Sur. Ya conocía, de antes, gran parte del mundo. Así, Europa, los Estados Unidos, China, Japón, Java vieron llegar a este monarca de una tierra legendaria y fabulosa por su riqueza y exotismo. Y así fue que, también los porteños, lo vieron llegar en una fría mañana, el 18 de agosto de 1925, a bordo del vapor París, procedente de Montevideo. Demás está decir que su visita causó sensación en nuestra capital, originándose allí su fama entre nosotros.
El maharajá en Buenos Aires
Cuenta en su libro que arribó a Buenos Aires a las nueve de la mañana, tras pasar un frío terrible durante la noche que duró su viaje desde las costas uruguayas. Recibido por representantes del Gobierno, por el edecán del Presidente Alvear y por amigos y conocidos, se alojó durante su estadía en el Plaza Hotel.
La visita del soberano de Kapurthala coincidió con la del príncipe de Gales, quien habríase mostrado admirado y sorprendido por la popularidad de su súbdito indio. Este, a su vez, relata su deslumbramiento al encontrar en tierras tan alejadas de Europa una ciudad como Buenos Aires, de características tan modernas e igualando en lujo y avances a las principales urbes del viejo continente.
El ilustre soberano indio, durante los días que se prolongó su estadía en nuestra capital, cumplió un programa tan múltiple como extenso. Así, fue recibido en la Casa Rosada por su amigo el Presidente Alvear, a quien elogió por su capacidad como gobernante y como hombre de mundo. Destaca en sus memorias la sorpresa que causó a los porteños verlos a él y a su comitiva, durante el banquete ofrecido por el Ministro británico Sir Bielby Alston y su esposa en honor del Príncipe de Gales y del Presidente argentino, vestidos con sus trajes nacionales, es decir con turbante y faldón.
El Colegio Militar, el Teatro Cervantes, la Exposición Rural, el Congreso Nacional fueron visitados por Sir Jagatjit Singh. Respecto de este último, es interesante transcribir una observación suya, propia de alguien acostumbrado al rígido protocolo de la Corte de Kapurthala: “Me sorprendió sobremanera”, dice, “ver que los miembros permanecían sentados al dirigirse al Presidente (de la cámara) o a la Asamblea, y que algunos de ellos fumaban libremente. El orden y la disciplina parecían ser muy laxos, y varios miembros gritaban simultáneamente confundiendo las deliberaciones”.
También las damas porteñas llamaron la atención de este potentado oriental, especialmente en un baile ofrecido por don Eduardo Saguier y señora en honor del Príncipe de Gales. Señala así que en ninguna parte del mundo pueden encontrarse mujeres más refinadas y elegantemente vestidas que en Buenos Aires, luciendo las últimas creaciones de París.
Aprovechando su tiempo en las más diversas visitas, también conoció un frigorífico, siendo aquí distinta su reacción. Como es sabido, en la India la matanza de vacas se halla prohibida por razones religiosas y en aquel entonces, como él se ocupa de puntualizar, en el Estado de Kapurthala constituía un crimen penado por la ley no sólo la matanza de vacunos, sino aún la venta de su carne. El soberano jamás había tocado este tipo de alimentos en su vida, por lo que resulta explicable su desazón al ver las reses colgando y el proceso de preparación industrial de las mismas.
Lo que lo impresionó por su corrección y buena organización fue un desfile de las tropas en honor del Príncipe de Gales. Relata en su obra que, al arribar al lugar donde se efectuaría el evento, y también al partir, numerosos asistentes abordaron su automóvil gritando “Viva el Maharajá”. Muestra clara del interés con que se seguían los pasos de tan exótico visitante.
También el hipódromo de Palermo fue objeto del interés de Jagatjit Singh, mereciendo sus elogios a la par que lo caracterizaba como uno de los mejores del mundo. Es interesante aquí destacar que el gobernante de Kapurthala acompañó al Príncipe de Gales a la estancia de doña Concepción Unzué de Casares, expresando su admiración por lo que allí vio, permaneciendo durante dos días en Huetel.
Las residencias del Dr. Sánchez Elía, el Palacio de don Matías Errázuriz, la Embajada de Chile, entre otros edificios suscitaron sus elogios, lo mismo que el Teatro Colón, al que fue invitado al palco del intendente Noel.
Un aspecto que le interesó fue el referente a la inmigración, admirándose de la liberalidad de las leyes que regulaban la materia. En ese sentido señala en su obra que los indios que buscan trabajo en el extranjero deberían tomar muy en cuenta a nuestro país. Supongo que la pequeña y laboriosa comunidad punjabi que se radicó en los años treinta en la provincia de Jujuy ha de haberlo hecho siguiendo los consejos de este ilustrado príncipe indio.
No sólo Buenos Aires fue escenario de su paso por nuestro país, sino también La Plata, donde fue recibido y agasajado por el gobernador Cantilo.
Un punto interesante a destacar es el de su sorpresa y elogios por la calidad de la prensa argentina, a la que encontró sumamente avanzada y atenta a lo que ocurría en todas partes del mundo.
El fin de su viaje a la Argentina
El último día de su estadía en Buenos Aires, el Dr. Alvear y su esposa le ofrecieron un almuerzo, partiendo luego el señor de Kapurthala en tren rumbo a Chile. Dice que en cada estación en que el tren se detenía numerosas personas se reunían para aclamarlo.
En Mendoza lo recibió el gobernador, quien lo acompañó a visitar la ciudad, impresionándole la magnificencia del Cerro de la Gloria. De allí siguió viaje al país trasandino continuando luego a Perú, Panamá, Jamaica y Cuba, antes de llegar a los Estados Unidos.
En sus comentarios finales destaca que una de las características que más le llamaron la atención en toda América del Sur fue la hospitalidad de la población, considerando a esta muestra de amistad de tipo oriental. Es posible que sea ella herencia recibida de los árabes, a través de España.
Así terminó el primer viaje de un maharajá indio a nuestro país, el que lógicamente suscitó enorme interés y curiosidad en nuestro pueblo al recibir a un visitante de una nación tan lejana y envuelta en una aureola de misterio y exotismo. Ello generó la fama del Maharajá de Kapurthala en la Argentina, que aún continúa pese a los años transcurridos.
El Maharajá de Kapurthala, cuyos nombres y títulos completos eran los siguientes: Su Alteza, Farzand-i-Dilband, Rashikh-ul-Itikad, Daular-i-Inglishia, Raja-i-Rajgan Maharajá Sir Jagatjit Singh Bahadur, G.C.S.I., G.C.I.E., Maharajá de Kaputhala, gobernó su estado como soberano hasta la integración de los principados en la Unión India, al producirse la independencia de esta nación en 1947. Fue designado entonces como Upa-Rajpramukh del Estado de la Unión de Patiala y los Estados Orientales del Punjab, cargo ceremonial, sin poderes reales, equivalentes a vicegobernador.
El príncipe de Kapurthala fue un gobernante ilustrado y progresista, que propició la educación primaria en su estado, estableciendo un cuerpo legislativo (Asamblea del Pueblo) y luchando por el bienestar de sus súbditos. Pero con los nuevos vientos que soplaban en la India, la época de los maharajáes estaba terminada, y así se integraron a la nueva nación unida, desempeñando en ella diferentes cargos y contribuyendo a su consolidación y prosperidad. En 1971, durante el gobierno de la señora Indira Gandhi se abolieron los títulos de nobleza y los estipendios que la administración central pagaba a los antiguos soberanos. Con esta medida se terminó definitivamente, en forma legal, con el viejo orden en el subcontinente indio, convirtiéndose los príncipes en ciudadanos en igualdad de derechos y deberes con los restantes habitantes del país.
Información adicional
Año VII – N° 39 – diciembre de 2006
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
PERSONALIDADES, POLITICA, Políticos, legisladores, autoridades, Historia / Maharajá, la India, Visita, Viaje, Casa Rosada
1925 /
Historias de la Ciudad – Año VI Nro 39
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