El transeúnte que pase por la esquina que conforman las calles Fitz Roy y Loyola, en los límites del barrio de Chacarita con el de Villa Crespo, observará que en el lugar existe una escuela, la “ENET N° 34”. La manzana está limitada por las calles ya citadas y las de Aguirre y Bonpland. En la entrada, un ancho portón de hierro. En todo el entorno, verjas del mismo metal y más allá de un agreste jardín, algunos edificios modernos, propios de un establecimiento de educación secundaria.
Hasta aquí, nada sorprendente u original, pero si el paseante es algo curioso y procura acceder al camino que desde el portón lleva a la escuela, hallará una vetusta estructura, casi oculta por los árboles, entre los que se destacan altas palmeras centenarias.
En efecto, en el centro de esta manzana espera su fin un edificio que nada tiene que ver con los cubos de cemento que lo rodean y las casas de departamentos circundantes. Más allá del estado ruinoso en que se halla, tiene imponencia y emana serena belleza, además de un mudo mensaje de tiempos antiguos. Es el último “mirador” de nuestra ciudad y fue parte de la residencia de un italiano progresista, don Agustín Rafael Comastri, que mandara construir el edificio entre los años 1870 y 1875, como casco de sus extensas posesiones en esa región, y lugar de vivienda de su numerosa familia.
El pionero
Agustín Rafael Comastri nació en un pueblo de Toscana, llamado Antrácoli, no lejos de la ciudad de Lucca, en el año 1830. El joven formalizó en su pueblo el noviazgo con la vecina Clementina Cataldi y empujados por irregulares situaciones políticas del momento y apuros económicos, decidieron imitar a muchos compatriotas y procurar “hacer la América”, viajar en procura de paz y trabajo a una tierra lejana, pero que suponían promisoria. Así es que se embarcaron en el puerto de Génova, para arribar a nuestra ciudad en 1860 y contraer matrimonio en 1861, cuando Agustín tenía casi 30 años y Clementina poco más de 20. La ceremonia religiosa se cumplió en la iglesia de La Piedad.
Vivieron inicialmente en algún conventillo y luego, aconsejados por amigos del “paese”, decidieron buscar tierras en los lindes de la ciudad de Buenos Aires, allá por donde el arroyo Maldonado separaba esas tierras de los partidos vecinos de la provincia.
Pensamos que traían algún dinero y que también ahorraron durante tres o cuatro años y fue así como compraron un predio en el valle del citado arroyo, dentro de la ciudad, donde habitaron al principio en un sencillo rancho.
Fue duro el trabajo y a medida que llegaban los hijos —que llegarían a ser diez— y prosperaba la quinta inicial, Agustín fue comprando tierras convocando para trabajarlas a italianos de los que iban arribando contínuamente, siguiendo el camino de los pioneros.
Al cabo de diez años, el activo peninsular tenía más de cuarenta manzanas de fértil tierra que se extendían, aproximadamente, desde Corrientes a Córdoba y desde Serrano hasta Dorrego. Este camino de Dorrego fue trazado por 1827, cuando el ingeniero Felipe Senillosa delineara el pueblo de Chorroarín, que no llegaría a prosperar.
No muy lejos, hacia el oeste, negreaban los caserones —ya casi derruidos— de los sacerdotes jesuitas. Se trataba de la antigua “Chacarita de los Colegiales”, pequeña chacra o dehesa utilizada durante algún tiempo como lugar de descanso de los colegiales del Nacional, tema que recordara Miguel Cané en su novela “Juvenilia”.
El lugar
Podemos imaginar —consultando planos de la época y algunas referencias de viajeros— cómo era aquella región : tierras onduladas, de buen rendimiento para los cultivos y con escasos caminos de acceso. Por la actual avenida Juan B. Justo, serpenteaba el Maldonado, arroyo hacia cuyo cauce iban perdiendo altura los terrenos, a lo que colaboraron —años después— los fabricantes de ladrillos que parecían devorar las insinuadas lomadas. Hacia el este, se extendía la ciudad, de bajos edificios y por el naciente, apenas se elevaba algo el observador, se veía el horizonte marcado por el pardo Río de la Plata. En general, las tierras de Comastri eran muy propicias para la producción.
Como Agustín era industrioso, también fabricaba allí ladrillos, que se comercializaban en la ciudad, llevándolos en grandes chatas por el camino de Córdoba o el más alejado, de Santa Fe. Como ésa era ya una estanzuela en plena producción, el agua consumida era mucha y por eso se cavaron hondos pozos y se prepararon norias, inicialmente movidas por mulas.
Poseía ganados diversos, en especial para el consumo y Comastri dibujó la marca pertinente, que registró en la Municipalidad de Belgrano, de la que formaban parte sus tierras. El hierro para marcar ganado representaba sus iniciales entrelazadas.
El caso es que por 1870, ya instalados Comastri y su familia, en sus amplias y feraces tierras, tomó la decisión de levantar en el centro de sus posesiones —como un señor rico de la patria lejana— una residencia digna de su ya firme posición económica. Comenzó la construcción de su casa inspirándose en el estilo de las señoriales viviendas campestres llamadas “Villas”.
El Mirador
La residencia se construyó en el centro de la manzana. El edificio es de planta cuadrada y presenta en el frente una galería sostenida por columnas de hierro. Hay luego otros dos pisos de igual diseño, que van decreciendo en sus dimensiones, y en lo alto se destaca, airoso y elegante, el mirador que ha dado nombre a la casona. Ese recinto, muy pequeño, está ornamentado con cristales de colores y en lo alto se veía un pararrayos, que fue el primero en instalarse en la zona.
En el piso segundo, un gran reloj ofrecía la hora al escaso vecindario y una gran lámpara por las noches oficiaba de faro para viajeros
—que eran escasos en esos tiempos—. Se nos dice que Comastri hizo extender cañerías —creemos que desde el pueblo de Belgrano— para recibir gas, utilizado para lograr una iluminación eficiente.
Todo ello nos va pintando a un hombre digno de consideración y poseedor de espíritu de mejoramiento. Según un nieto del pionero, Arcadio Comastri, al que entrevistamos por 1970, su abuelo hizo construir “El Mirador” por un arquitecto coterráneo, Eugenio Biagini, quien siguió el estilo “Renacimiento Italiano”, tomando algunos detalles de una iglesia de Florencia (Catedral de Santa María de los Angeles).
En los bajos de la casona estaba la recepción, con una gran estufa de mármol castaño y a la derecha otro amplio recinto de techo con cuarterones policromados, que originariamente se veían en todas las habitaciones y que luego se cubrieron con yeso… .
En el comedor, una mesa para doce comensales y en un rincón, un piano “Playel”. Varias hijas de don Agustín tocaban en tal instrumento y se organizaban con frecuencia reuniones sociales muy animadas. No olvidemos que “El Mirador” era un punto de referencia, pleno de comodidades nada frecuentes en esa zona.
La escalera principal era de mármol y conducía a la segunda planta, donde estaban los dormitorios y los baños. Ese piso estaba rodeado por una galería con artística verja. Otra escalera de madera conducía a la tercera planta —algo menor— y una de las llamadas “de caracol”, de hierro, llevaba al mirador ya citado.
En la planta baja se abría la entrada a amplios sótanos, donde se guardaban las bordalesas con el vino que se fabricaba en el lugar y de donde partía un túnel (datos del nieto Arcadio) que en un principio llegaba hasta el arroyo Maldonado, que estaba a pocos centenares de varas de la residencia. Se nos dijo que cuando el arroyo tenía mucha agua, se podía navegar en un bote de remos hacia Palermo. El vecino y escritor Miguel Angel Giordano recordaba que en la calle Loyola, a metros de “El Mirador” y por 1940, existió la entrada a una larga excavación o túnel, que era recorrido por los muchachos del barrio, hasta algún punto en el que los desmoronamientos lo impedían.
Entorno y recuerdos
Imaginemos que corre 1885 y que estamos con don Agustín Comastri en lo alto del mirador, invitados a conocer el entorno del bello palacete. Ya sabemos que es la construcción más alta de la región, porque todavía no se había construido la iglesia de San Bernardo, en el actual barrio de Villa Crespo y mirando hacia el noreste, se podía vislumbrar el andamiaje preparado para levantar la iglesia de la Inmaculada Concepción (“La Redonda”), en el pueblo de Belgrano. Hacia el oeste, se veían los bosquecillos que casi ocultaban los viejos caserones de los jesuitas. Y don Agustín nos explicó brevemente el valor recordatorio de esas casas rodeadas por galerías, con una capilla al lado y su pequeño enterratorio.
Se edificaron por 1750 y allí descansaban los colegiales de sus fatigas y estudios. Los virreyes que llegaban a la ciudad, eran esperados en los caserones por el Virrey que concluía su mandato y en la ocasión se celebraban fastuosas fiestas. Por 1806, se reunieron los soldados dirigidos por Santiago de Liniers que, —junto con los lugareños de la Chacarita de los Colegiales—, irían a combatir en la ciudad, que había caído en poder de los invasores ingleses.
En tiempos de don Bernardino Rivadavia en esas tierras se instalaron inmigrantes alemanes, y por 1833, grupos de “canarios”, pero esas colonias no prosperaron por las guerras civiles. En esas construcciones, cuando gobernaba Rosas, vivieron indios prisioneros, tomados durante la “Campaña al Desierto”.
Se ensombrecían las palabras del activo italiano al rememorar los tristes tiempos de la fiebre amarilla, cuando por las cercanías pasaba diariamente una locomotora que sería histórica, “La Porteña”, llevando los cadáveres hasta un precario enterratorio, siguiendo la traza de la calle Corrientes. Pero también había simpáticas anécdotas, que el agricultor conocía, motivadas por la presencia de los estudiantes del Colegio Nacional.
En 1880, el lugar fue testigo de concentraciones de soldados, cuando luchó el gobernador provincial Carlos Tejedor con las tropas nacionales. Y no olvidaba don Agustín anotar —ahora con sonrisas— que hubo en “El Mirador” muchas reuniones sociales y que allí acudieron conspicuos personajes: Roca, Avellaneda, Pellegrini, altos oficiales militares y alguna vez Yrigoyen.
El establecimiento
Aquella era una próspera posesión donde todo se producía. El historiador Enrique Mario Mayochi nos hizo conocer una interesante nota que apareciera en el periódico “El Industrial” el 4 de mayo de 1883, titulada “Visita a Establecimientos Industriales del Señor Comastri – Partido de Belgrano – Chacarita”. Transcribimos algunos segmentos del ilustrativo comentario:
“El anterior domingo, la Comisión respectiva, invitada por el señor Comastri, se trasladó a su establecimiento, con el objeto de examinar sus viñedos y poder dar fe por ciencia propia, de que también en esta Provincia puede desarrollarse al infinito y en cualquier localidad ese gran venero de riqueza, entre las muchas que sólo esperan paz y brazos…”
Y luego proseguía: “La calidad de la tierra es diversa, pues su zona comprende desde la alta hasta la baja, con el límite del arroyo Maldonado. Cuarenta y ocho cuadras están sembradas de alfalfa y dominadas en su totalidad por el regadío artificial. El resto del terreno está ocupado por plantíos frutales y magníficos viñedos. En el centro del terreno se eleva la gran casa-habitación y las bodegas; a un costado, los talleres de herrería y carpintería; al otro, los establos y en el extremo S.O., lo más alto, el edificio de las norias a vapor, que obtienen más de 100.000 litros de agua por hora. Convergen de la casa cuatro caminos en forma de cruz, que suman otras tantas entradas y salidas para el servicio del establecimiento. Estos caminos están defendidos y sombreados por impenetrables cercos de cina-cina. Cada uno tiene su tranquera “de pescante”, uniendo así a la facilidad de cerrarlas, la seguridad más completa. La casa principal tiene en cuadro, defendidos sus patios por verjas de hierro con sus correspondientes portones. La instalación es completa y nada deja que desear. Comastri lo ha hecho todo con su inteligente trabajo personal, ayudado por siete de sus hijos argentinos, que ha hecho educar en su propia casa a su costa y a quienes ha enseñado la gran moral práctica del trabajo honorable y productivo.”
“Hay una novedosa noria automática. Mientras construía el edificio para instalarla, pedía a Inglaterra el motor y las calderas y cavó un pozo de 20 metros de profundidad y 4 metros de embocadura…”. “Hasta los campos sembrados en medio de canales, llegaba el agua. Entre los perales se plantó un viñedo de uva moscatel, de cepas bajas. Había plantas ya viejas y era sorprendente el tamaño y la calidad de las uvas que se obtenían. Los perales producían 2000 canastas de peras, que se vendían a un “patacón” cada una y la viña producía 350 bordalesas de vino de primer orden que se vendía a 1500 pesos cada una. La bodega tiene 1000 metros cuadrados de superficie, con dos sótanos adecuados, que tienen 100 metros cuadrados.”
Cómo concluyó todo aquello
A partir de 1888, comenzó a empeorar la situación económica de Comastri. Entre 1868 y 1871 había cedido tierras para la traza del “Tren de la Muerte” y la superficie para una parada en Dorrego y Corrientes. La línea del “Ferrocarril al Pacífico” dividió sus posesiones y con posterioridad se le expropiaron tierras para agrandar el Cementerio del Oeste. Convencido para invertir fuertes sumas en una compañía financiera que quebró, experimentó una gran pérdida. Todo esto se sumó para debilitar la salud de Comastri, quien falleció el 9 de marzo de 1891, a los 61 años de edad.
Otros tiempos de la histórica casona
Cuando el pionero falleció, las tierras pasaron a poder de la viuda y de sus diez hijos, que no continuaron con las actividades agrícolas del padre. Finalmente, de casi 60 cuadras de tierra, sólo quedó la manzana ya citada, con la centenaria casona “El Mirador” en su centro.
En 1921, los herederos arrendaron ese predio al Consejo Nacional de Educación y en el edificio central se instaló la “Escuela al Aire Libre” N° 4, con Jardín de Infantes, que funcionó hasta 1947. En 1949, el Ministerio de Educación clausuró ese establecimiento y organizó una “Residencia para Estudiantes Universitarios del Interior”, que cerró sus puertas en 1957. Ese año ocupó todo la “Escuela Industrial”, hoy Escuela Nacional de Educación Técnica (ENET) N° 34, “Ingeniero Enrique Martín Hermitte” con ingreso por Loyola 1500, orgullo de los barrios de Chacarita y Villa Crespo.
El presente
El viejo casco, rodeado por árboles y jardines, también está circundado por modernas construcciones propias de los requerimientos de la escuela.
Clausurado, en estado ruinoso y con serio riesgo de derrumbarse, las autoridades escolares han solicitado en forma permanente y por múltiples medios, que se restaure el “Ultimo Mirador porteño”, como lo definiera Ricardo M. Llanes, logrando recientemente que se preste atención al problema desde la Dirección de Estructura Escolar.
Realizado un relevamiento del edificio, se comenzará por consolidar la estructura, apuntalando los cimientos y el cielo raso así como el entrepiso. Esperamos que el “Mirador de Comastri” se salve de la destrucción total, preservándose de esta forma un aspecto de la vida finisecular de este barrio porteño. 2
Bibliografía
DEL PINO, Diego A., “La Chacarita de los Colegiales”, Cuadernos de Buenos Aires, M.C.B.A., 1971.
DEL PINO, Diego A., “Historia y leyenda del Arroyo Maldonado”, Cuadernos de Buenos Aires,
M.C.B.A., 1971.
DEL PINO, Diego A., “El barrio de Villa Crespo”, Cuadernos de Buenos Aires, M.C.B.A., 1974.
DEL PINO, Diego A., “El barrio de Villa Ortúzar”, Cuadernos de Buenos Aires, M.C.B.A., 1990.
DEL PINO, Diego A., “Sencilla Historia de Villa Crespo”, Editorial “Librerías Turísticas”, 1997.
DEL PINO, Diego A., “Chacarita y Colegiales, dos barrios porteños”, Cuadernos del Águila, Fundación Banco de Boston, 1994.
Se agradece a: Enrique Mario Mayochi, Raúl Comastri, Juan Carlos Zucotti-Comastri, Junta de Estudios Históricos de Chacarita y Colegiales, Autoridades y personal de la Escuela N° 34 (ENET), familia de Agustín Comastri, Revista “Aquende”, “Revista de Villa Crespo” (Pedro de Simone), Revista “La Chacrita de los Colegiales” (Jorge Rovner).
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año II – N° 6 – Octubre de 2000
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Comercios, PERFIL PERSONAS, Varón, Vecinos y personajes, Biografías
Palabras claves: Agustín Rafael Comastri, mirador
Año de referencia del artículo: 1910
Historias de la Ciudad. Año 2 Nro6