“…más viejo que la patria pero tan lozano como ella.” (Alfredo Palacios, 1939)
“Pacará secular, que nació en campo abierto, y ahora, sitiado por la ciudad,
en su pañuelito de tierra, condenan a muerte.”1
AL PACARÁ DE SEGUROLA
“Eres hermoso, árbol, en dos formas:
por ti una vez, la otra por tu nombre.”
Baldomero Fernández Moreno (1940)
“En el pasado porteño, tener una «quinta» involucraba acceder a los dos contenidos [de su acepción]: era una casa de recreo o de descanso en las «afueras» [del ejido urbano] y contaba con algunos alimentos propios del campo: verduras y hortalizas, frutas y aves domésticas.”2
Pocas quintas llegaron a formarse en los terrenos que hoy constituyen el barrio Parque Chacabuco. Las que caracterizaban a los tradicionales barrios de Flores y Caballito llegaban prácticamente hasta los límites actuales de confluencia entre estos tres barrios; a lo sumo, hasta la avenida Eva Perón.
Las casaquintas de veraneo que se erigían en la porción N.O. de este barrio —segregada del de Flores— se habían formado como consecuencia de la subdivisión de la chacra de los descendientes del coronel Pedro Naón. Parte de los terrenos donde se alza actualmente el barrio Simón Bolívar pertenecía a la quinta de los Morillo, limitada por Dávila, avenida Eva Perón, Curapaligüe y la proyección de Primera Junta. Frente a esta casaquinta, y encerrada entre avenida Eva Perón, Curapaligüe, Thorne y la proyección de Zuviría, se encontraba la de los Salas. Sobre Curapaligüe, entre Fernández Moreno y Gregorio de Laferrere, se alzaba la residencia de Dungey (o “del inglés”); y sobre la misma arteria, donde hace esquina con Francisco Bilbao, la de Perrupato.3
La quinta Segurola-Letamendi
La quinta más importante de estos lugares era la de la familia Letamendi. En 1887, sus cercos se extendían por avenida Eva Perón (ex del Trabajo, entonces Camino de Campana), Emilio Mitre (ex Polvorín), Gregorio de Laferrere (ex Lobos) —algunos autores la extienden hasta Directorio y la reducen hasta Puán— y Miró (Gregorio de Laferrere y Miró entonces inexistentes). En 1895, la quinta estaba a nombre de Gregoria Letamendi de Segurola, viuda de Romualdo José de Segurola y mostraba sobre avenida Eva Perón su portón principal y su pared de ladrillos desnudos. El edificio principal de la quinta, en estado ruinoso, se conservó hasta la década del 40 en manos de los herederos de la señorita Adelaida Letamendi, nieta de Romualdo. Pero ya a partir de 1920, los terrenos se habían ido fraccionando, permitiendo la apertura de Puán, Hortiguera y otras calles.4
A comienzos del siglo XIX, esta quinta pertenecía a Romualdo José Segurola, cabildante, prior del Consulado de Comercio, diputado a varias legislaturas y defensor de menores, entre otros cargos, casado con doña Romualda de Las Heras, hermana del ilustre general. La quinta fue embargada en 1839 y ocupada por las tropas de Rosas como consecuencia de la participación de su propietario en la Revolución del Sud.
El deán Saturnino Segurola
Era hermano de Romualdo el ilustre deán doctor Saturnino Segurola y Lezica, nacido y muerto en Buenos Aires (1776-1854). Inclinado a la carrera eclesiástica, estudió en el Real Colegio de San Carlos, ingresando posteriormente en el Seminario para recibir las órdenes menores en 1798. Continuó sus estudios superiores en Chile donde también siguió algunos cursos de medicina, adquiriendo conocimientos sobre la vacuna. De regreso de Chile, fue nombrado teniente cura de la Parroquia del Socorro de esta capital, cargo que detentó hasta 1810.
Entre 1817 y 1838 fue administrador de la Casa de Niños Expósitos. En 1821 fue designado director de la Biblioteca Pública creada por la Junta de 1810. Como entusiasta propulsor del sistema lancasteriano de enseñanza, recién introducido desde Inglaterra, consiguió que en pocos meses se formaran cien escuelas, a las que concurrían más de cinco mil niños. En 1828 fue designado Inspector General de Escuelas. Reunió, con perseverante afán, un abundante material con el que llegó a formar la más rica colección de manuscritos hasta entonces existente, poniéndola a disposición de los estudiosos y que reservó como herencia para su patria. En 1852, el doctor Vicente López, a cargo del gobierno provisional de la provincia de Buenos Aires, lo eligió para ocupar el deanato o primera dignidad de presbítero y presidente del Senado del Clero; posteriormente, el general Justo José de Urquiza lo jubiló con sueldo íntegro.
A su muerte —acaecida a los 78 años de edad— El Nacional, bajo la redacción del entonces coronel Bartolomé Mitre, destacó esta faceta de su personalidad: “En primer lugar tiene la gloria de haber sido el importador y el propagador infatigable de la vacuna entre nosotros, luchando por el espacio de 20 años contra la preocupación (sic) y la indolencia”. Y agrega más adelante la famosa frase: “En cualquier parte del mundo donde hubiera existido un hombre como el que acabamos de perder, el pueblo, agradecido a sus beneficios, le levantaría estatuas. Hombres de su temple no se encuentran entre nosotros”. Pero, como repetidamente se ha destacado y ocurre con tantos otros, Buenos Aires debe aún su estatua al ilustre deán.
¿Qué tiene que ver el barrio de Parque Chacabuco con toda esta historia? Refiriéndose a la quinta de Romualdo Segurola, dice Manuel Bilbao: “Fue aquí donde el canónigo Segurola, hermano del propietario, según la tradición, fue el primero que aplicó la vacuna contra la viruela, enfermedad que en su tiempo fue un azote y contra la cual, hasta ese descubrimiento, no se conocía remedio preventivo que la evitase. A la sombra de un hermoso pacará, árbol originario del Perú y único ejemplar existente en nuestra ciudad, el benemérito canónigo don Saturnino Segurola aplicaba la vacuna a los vecinos”.5
Detengámonos, entonces, en uno de los aspectos de la actuación del doctor Saturnino Segurola: el de ser el más grande propulsor de la vacuna antivariólica en Buenos Aires.
La 1830
La viruela negra, que en la historia fue más mortal que las catástrofes y las guerras, comenzó a ser combatida eficazmente en el mundo a partir del descubrimiento, hecho por el médico inglés Eduardo Jenner, en 1796.
Los estragos que hacía la viruela en el continente americano, sobre todo entre la población nativa y los esclavos negros, indujeron a las autoridades de la Metrópoli, hacia 1803, a divulgar por todos sus dominios americanos el método Jenner. Con ese fin, se crearon comisiones científicas que fueron presididas por el médico de cámara Francisco Javier de Balmis, las que debían recorrer los dominios de ultramar. Mas, por el itinerario que a éstas se fijó, Buenos Aires sería una de las últimas en recibir ese beneficio: recién en 1806.
Pero la vacuna antivariólica llegó antes al Río de la Plata. Antonio Machado de Carballo, de origen portugués, arribó a Montevideo el 5 de julio de 1805 con un cargamento de treinta y ocho esclavos negros, entre los cuales venía experimentando la vacuna. Luego de difundirla en aquel puerto, pasó a Buenos Aires. El 14 de agosto de ese año, el Protomedicato elevó al Virrey un informe en el que certificaba el éxito que se había alcanzado en los ensayos hechos en esta ciudad.
Días después, el Ayuntamiento recibió el compromiso del doctor Cosme Argerich de vacunar gratuitamente a los pobres, conservar la vacuna y remitirla a donde se lo solicitaran. Emulando la benéfica iniciativa del doctor Argerich, el joven sacerdote doctor Saturnino Segurola se constituyó desde entonces en el más activo propagador de la vacuna antivariólica, la que él personalmente administraba y administró por espacio de dieciséis años consecutivos.
Esta ardua labor la inició el canónigo Segurola en la casa parroquial de la Iglesia del Socorro y, cuando salía fuera del ejido de la antigua ciudad de Buenos Aires, lo hacía en la quinta de su hermano Romualdo.
Durante la ardua empresa que realizaba desinteresadamente, el presbítero Segurola tuvo que sufrir todos los embates de las pequeñas pasiones y de la ignorancia. ¿Quién podía convencer, entonces, que ese pequeño tajito en la piel salvaba de la muerte? Participó de la campaña contra la viruela entre 1805 y 1806. Como consecuencia de su actuación durante la epidemia de 1809, el virrey Cisneros lo honró con el título de Comisionado General de la Vacuna.
En 1813 se creó la Casa de la Vacuna, designándose al doctor Segurola director de la misma, función que ejerció hasta 1821 cuando, al oficializarse la vacuna, fue nombrado por Bernardino Rivadavia miembro de una comisión encargada de la conservación de la misma, junto a los doctores Cosme Argerich y Felipe Aranavi. En 1826, la Sociedad de Vacuna de Londres lo nombró “Vacunador Honorario del Instituto de Vacuna Real Jenneriano de Londres”.
Durante sus estadías en la quinta de su hermano Romualdo, al pie del pacará se sentaba —como leíamos en Bilbao— el canónigo Saturnino Segurola, a conversar con el dueño de casa. A dichas tertulias agregábase a veces el general Juan Gregorio de Las Heras, cuñado del propietario, en compañía de otras visitas ilustres.7 Estas tertulias tenían lugar después de haber aplicado el canónigo la vacuna a los vecinos de la zona, reacios al principio a la entonces extraña operación, hasta que, con la persuasión y el ejemplo, empezaron a creer en aquel heroico “remedio con lastimadura”.
Natalio J. Pisano, al hablar de la salud pública en Flores entre 1850 y 1890, aparentemente resta importancia a esta acción al afirmar que “la anécdota de Segurola y su humanitaria labor de vacunación junto al pacará histórico de la calle Puán, nos sirve para afirmar que en aquellos tiempos se tomaban precauciones apropiadas para evitar la propagación de una dolencia frecuentemente mortal, como era la viruela. La conclusión, empero, es inexacta”.
Y tras analizar documentación de la década de 1870, afirma: “Es evidente que la vacunación antivariólica era completamente insuficiente y no se había popularizado”.8
Hoy, a comienzos del siglo XXI, a la vista del rebrote periódico de numerosas enfermedades —pese a los avances científicos y a las políticas preventivas—, aquello no nos tiene por qué llamar la atención.
El pacará de Segurola
El histórico y bicentenario árbol, conocido como “Pacará de Segurola” —plantado a fines del siglo XVIII, pues cuando Segurola adquirió la propiedad en 1810 ya existía— se conservó vigoroso y lozano hasta hace unos tres lustros en la esquina noreste de las calles Baldomero Fernández Moreno (ex Monte) y Puán. En 1914, la Sociedad Forestal Argentina había hecho colocar en él una placa recordatoria con la inscripción: “Pacará histórico, a cuya sombra vacunaba a este vecindario el Deán Dr. Saturnino Segurola en los años 1810 y 1830”.
En 1932 fue colocada a sus pies otra placa —la última en desaparecer— que decía: “Partido Salud Pública / su fundador / Dr. Genaro Giacobini / deán doctor Saturnino Segurola / en homenaje a su obra humanitaria / en los años 1806 a 1830 / aplicando la vacuna antivariólica / en este vecindario a la sombra de / este pacará histórico / 16 de octubre de 1932”.
Fue declarado árbol histórico por decreto del Poder Ejecutivo Nacional Nº 2.232 del 4 de junio de 1946 y puesto bajo la tutela de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos. El 26 de abril de 1949, la Asociación de Fomento y Biblioteca Popular Chacabuco Oeste había hecho colocar también una placa recordatoria.
Este árbol de gran porte, de la familia de las mimosas, conocido entre nosotros como oreja de negro por el parecido en tamaño, color y forma que tiene su fruto a ese órgano de la gente de color, es llamado en las provincias timbó y por los botánicos Enterolobium timbouva (o Enterolobium contortisiliquuim – Well Morong). Su copa es aparasolada, tiene corteza grisácea, flores blanco verdosas y hojas caducas verde oscuro en su cara superior y verde grisáceo en el dorso.
En las últimas décadas, el tronco del ejemplar que nos ocupa tenía, a la altura del suelo, una circunferencia de 3,07 metros; a los tres metros de su base nacía una rama y, dos metros más arriba, otras dos, que se ramificaban en diferentes direcciones y alcanzaban una altura de diecisiete metros. Aunque el árbol nunca fue podado, muchos años atrás se le había cortado una gran rama que nacía a ochenta centímetros del suelo y que iba hasta la azotea de una casa vecina; asimismo, había sufrido sensibles destrozos durante algunas fuertes tormentas.9
En sus “Paseos evocativos por el viejo Buenos Aires”,10 Jaimes Respide —el cicerone, en su relato— nos narra que, en el otoño de 1935, llevó a sus amigos, los naturalistas Schmidt y Brown, a Parque Chacabuco “no para que conocieran ese rincón de Buenos Aires (¡con parques a un londinense y a un berlinés… tendría gracia!) sino para iniciar (…) nuestra visita a ciertos árboles históricos de esta ciudad en la que, por milagro de Dios, todavía se han salvado de la impetuosa y a veces inconsciente «piqueta demoledora de los empujes»…”. Y ahí, frente al pacará, ilustró a los visitantes sobre las circunstancias históricas de la quinta y del deán y las características botánicas de dicho árbol.
El autor no imaginaba que, pocos años más tarde, la “piqueta demoledora de los empujes” casi acaba con el mismo. Veamos la historia.
Una vez se salvó
Corría el año 1939. Juan Valentín Pezzali, dueño del terreno situado en la esquina de Monte —hoy Baldomero Fernández Moreno— y Puán, resto de lo que fuera la antigua quinta de los Letamendi —fraccionada allá por 1930 ó 1931—, en cuyos lindes se levantaba el histórico árbol, venía haciendo desde bastante tiempo atrás insistentes reclamos ante la Municipalidad para que se le autorizara a edificar en el mismo una casa de rentas. La autorización se demoraba en atención a las gestiones que se venían realizando para la conservación del árbol, ya que las raíces del mismo penetraban en los terrenos del señor Pezzali. Finalmente, en su sesión del 4 de julio de ese año, el Concejo Deliberante decidió, por Resolución 10.281, el retiro del añoso árbol que, en realidad, era de propiedad municipal ya que, al abrirse la calle Puán, había quedado sobre la línea de edificación, cubriendo su ramazón gran parte de la calzada. En los considerandos de la disposición, se alegaba que no existía ninguna partida en el presupuesto municipal con la que se pudiera adquirir en ese momento la propiedad o transplantar el árbol, operación ésta dificultada por la edad del ejemplar y su extraordinario volumen.
Esta decisión originó la reacción de la prensa y de diversas personalidades y entidades promoviendo un movimiento colectivo en favor de la conservación del histórico árbol. Los doctores Ricardo Levene y José Luis Busaniche —presidente y secretario, respectivamente, de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos—, realizaron numerosas gestiones para salvar el famoso pacará “…vinculado —dicen— a la tradición de varias generaciones por motivos bien conocidos y que, en rigor, hacen parte de nuestro acervo espiritual y de nuestra cultura social e histórica”. Por su parte, La Sociedad de Fomento Edilicio y Cultural Segurola solicitó autorización para realizar una colecta popular cuyo producto sería entregado a la Municipalidad para la compra del solar y el Partido Salud Pública, a través de su fundador y presidente, el doctor Genaro Giacobini, convocó para un acto público a realizarse el domingo 16 de julio, en Puán y Monte. También se movilizaron la Facultad de Agronomía y Veterinaria, la Sociedad Amigos del Árbol, la Comisión Pro Defensa de los Árboles Históricos y la Sociedad de Fomento Parque Chacabuco.
El martes 18 de julio, al mediodía, el Intendente Municipal, doctor Arturo Goyeneche, se trasladó hasta el lugar con el objeto de tomar una impresión sobre el terreno acerca de la mejor forma de resolver el conflicto. Lo acompañaban el senador Alfredo Palacios, los doctores Ricardo Levene y Genaro Giacobini, algunos herederos de la sucesión Letamendi, representantes de las distintas entidades preocupadas por el tema, diversas personalidades y vecinos.
Bajo el titular “¡Se salvó el Pacará!”, La Razón destacó la actitud del Jefe de la Comuna, quien afirmó allí que el árbol sería salvado, y del doctor Palacios, quien prometió presentar ese mismo día un proyecto de ley en la Cámara Alta solicitando la expropiación del terreno, el que sería entregado a la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos.11
En efecto, al día siguiente el Senado le daba media sanción a la ley que autorizaba al P.E. la compra del terreno de la calle Puán 794.
50 años después
Días antes del desenlace que acabamos de narrar, decía Mario B. de Quirós en El Mundo: “Una mañana de éstas lo encontrarán tendido en la calle, muerto. La noticia rodará lastimosa de puerta en puerta, llamando a los vecinos que irán a rodearlo como a un hombre bueno ultimado a traición, y dirán: ‘¡Pobre pacará, tanta historia que tenía!’. Después, a la hora de clase, algunos niños recogerán pedacitos de su ralo ropaje y se irán preguntándose por qué lo han matado, si su nombre está en los libros que cuentan hazañas”.12
Cincuenta años después se cumplía esta triste premonición.
En mayo de 1990, el bicentenario pacará fue retirado por personal municipal sin comentarios previos ni explicaciones posteriores. Al mismo tiempo, desaparecieron las placas de bronce que a su pie explicaban al viajero la razón del respeto que despertaba. Según declaraciones posteriores de las autoridades competentes en la materia y de algunos vecinos, el árbol ya estaba muy enfermo, tenía muchos agujeros, casi carecía de hojas y frecuentemente se desprendían de él grandes ramas, habiéndose constituido en un peligro para los transeúntes. Se intentó curarlo mediante tratamientos fitosanitarios —se dijo— pero finalmente tuvo que ser talado. Sin embargo, no todos se resignaban a vivir sin él, ya que se había constituido en “el amigo más viejo del barrio.13
El ejemplar que hoy se encuentra en la Plazoleta José Luis Romero —nominada así en junio de 1997, por Ordenanza 51.679— no es un retoño, como generalmente se afirma, de aquel histórico árbol, sino otro ejemplar obtenido de sus semillas y cultivado en los viveros del Parque Avellaneda. Existen varios del mismo origen en la ciudad de Buenos Aires; pero ya no quedan más semillas del verdadero Pacará de Segurola.
Así que el actual es el definitivo… f
Notas
1.- QUIRÓS, Mario B. de, “Nos salvó una vez y ahora lo matamos” en El Mundo, 9 de julio de 1939.
2.- REZZÓNICO, Carlos A., Antiguas quintas porteñas, prólogo del Prof. Diego A. del Pino, Interjuntas / Fundación Nuevas Perspectivas, Buenos Aires, 1996, pág. 7.
3.- LLANES, Ricardo M., El barrio de Flores (recuerdos), M.C.B.A., Cuadernos de Buenos Aires XXIV, Buenos Aires, 1964, págs. 88/89.
4.- CORRADI, Hugo, Guía antigua del Oeste porteño, M.C.B.A., Cuadernos de Buenos Aires, XXX, Buenos Aires, 1969, pág. 31. SIDOLI, Osvaldo Carlos, El barrio de la veleta, historia del Caballito, H. Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires, 1996, pág. 213.
5.- BILBAO, Manuel, Tradiciones y recuerdos de Buenos Aires, 2ª edición, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1981, pág. 341.
6.- GARCÍA DE LOYDI, Ludovico, “Canónigo Dr. Saturnino Segurola (1776-1854)”, en Revista de la Junta Eclesiástica Argentina, tomo XII, Buenos Aires, 1975.
7.- GONZÁLEZ, Arturo F., “El Deán Segurola, el sacerdote filántropo que introdujo la vacuna en el país”, en La Nación, 6 de julio de 1930.
8.- PISANO, Natalio J., “San José de Flores: Industrias. Salud Pública. El Primer Hospital (1850-1890)”, en Boletín del Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, Nº 10, Buenos Aires, 1987, págs. 38/9.
9.- LOVOTRICO, Ricardo, Aproximación a la historia de un barrio: Parque Chacabuco, Ediciones Dunken, Buenos Aires, 1997, pág. 20.
10.- JAIMES RESPIDE, Julio B., Paseos evocativos por el viejo Buenos Aires, Ed. Peuser, Buenos Aires, 1936, págs. 185 a 189.
11.- La Razón, 18 de julio de 1939.
12.- QUIRÓS, Mario B. de, op. cit.
13.- Clarín, 17 de junio de 1990.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año V – N° 27 – Agosto de 2004
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Plazas, Parques y espacios verdes, PERFIL PERSONAS, Varón, PERSONALIDADES, SALUD, Hospital, Personal de la salud, Hitos sociales
Palabras claves: Saturnino Segurola, Pacara, vacuna antivariólica, arbol
Año de referencia del artículo: 1830
Historias de la Ciudad. Año 5 Nro27