Hundido en el pasado de los deportes que podríamos vincular a los denominados cinéfilos, el tiro a la paloma, llegado a país hacia 1875, tuvo en el Buenos Aires finisecular del siglo XIX su etapa de apogeo, hasta desaparecer definitivamente en proximidades del Centenario .
La historia del Pigeon Club de Buenos Aires comienza en Mar del Plata, junto con este balneario que se impuso como el lugar de veraneo preferido por la élite porteña. Podríamos decir que fueron visionarios los que apostaron a Mar del Plata. No se intimidaron ante los cuatrocientos kilómetros de distancia; tenían la certeza de que en poco tiempo el gran balneario sería una realidad. Esto comenzó a concretarse con la llegada del ferrocarril en 1886 y a partir de esa fecha se inicia el tan esperado desarrollo.
Felipe Amadeo Lastra, en su libro Memorias del 900, relata de forma amena su llegada al balneario para la temporada de 1890-91: “No había otro medio de transporte que el tren que salía de Constitución… en aquel paraje no había más que dos hoteles, el Bristol y el Gran Hotel, los demás eran fondas como todas las de los pueblos de campo… casas particulares de familia que tuvieran sus residencias de verano eran contadas, no creemos que pasaran de una docena… el terreno frente al Gran Hotel, era un baldío que llegaba hasta el mar, cruzado por un atajo que conducía hasta la Rambla, a mitad de camino, se había instalado un tambo donde se despachaba leche recién ordeñada”.
Cuenta también que en un terreno cercano, se encontraba el corral con los caballos para andar.1
La vida era a la vez simple e intensa: paseos por la rambla, almuerzos al aire libre o en las estancias vecinas, carreras de bicicletas…
Entre los veraneantes había “…un grupo de jóvenes cuyo único deporte era el tiro a la paloma… eran ellos: Saturnino Unzué, Pedro O., Adolfo y Carlos Luro, Raúl Chevalier, Samuel Hale Pearson, Manuel Acevedo…”. El acontecimiento de la temporada era el Premio Internacional del Tiro a la Paloma.
Deporte de príncipes, el tiro a la paloma había nacido en Inglaterra en 1802 extendiéndose rápidamente al continente. En Francia comenzó a practicarse en 1865 —en los balnearios de Biarritz y Deauville—, y luego pasó a España.
Hacia 1875, con la aparición del Gun Club, comienza su práctica en nuestro país.2
Desde su nacimiento, esta actividad provocó el rechazo de las asociaciones protectoras de animales, el cual no se limitó a simples protestas, sino que desató una guerra abierta en la que se emplearon argumentos exagerados y vehementes. Este deporte fue calificado como un acto de incultura y salvajismo.
En Mar del Plata se inició, junto con la apertura oficial del balneario; “…y vemos a ese grupo refinado en su vestir y en su andar y en su charla espiritual… iba en misión destructora de las aves indefensas: son las concesiones de la civilización a la ingénita barbarie”.3
En 1888, apareció “…un invento moderno que salvará a los inofensivos pichones de ser víctimas en la diversión tan en moda hoy entre el mundo elegante. Se ha inventado el modo de sustituir las aves vivas por un pichón de porcelana que es lanzado al aire por medio de un aparato que permite imitar con gran exactitud el vuelo del pichón… El vuelo de esta clase de pichones artificiales puede ser regulado desde el más tranquilo hasta el vuelo rápido como la flecha de la perdiz. El pájaro artificial efectúa todos los movimientos característicos de un ave al abandonar su nido y elevarse para descender gradualmente y con una velocidad de cuarenta a ochenta metros en línea horizontal y bajo un ángulo y direcciones cualquiera. Los jueces del tiro no tienen ninguna dificultad en contar los blancos. En cuanto a los fragmentos no hay temor en que hieran a ningún de los circunstantes pues parten en la misma dirección del disparo”.4
Sin embargo el nuevo invento no tuvo éxito entre los amantes de este deporte, cuyo fin principal era abatir una presa viviente y no un robot. Un pichón de porcelana no podía compararse con el animal vivo, al que “se les cortaba las plumas de la cola para dotarlo no solo de mayor velocidad, sino también de un vuelo zigzagueante que hacía difícil acertar al pichón”.5
El palomar de la quinta que rodean las calles Roca, Rodríguez Peña, Lamadrid y Sarmiento fue el primer predio del Pigeon Club de Mar del Plata. En 1901 se trasladó a la manzana ubicada en la calle Almafuerte, entre Sarmiento y Alsina, en lo alto de lo que se llamó entonces “la loma del tiro a la paloma”.6
Hijo de Pedro Luro, el propulsor de Mar del Plata, Pedro Olegario Luro, (1869-1927) heredó de su padre el amor por nuestra tierra. Se lo define como una personalidad muy rica, de gran distinción, dotado de una gran simpatía y una alegría contagiosa.7
Soñador, de ilimitada fantasía, puso toda su energía para darle impulso a este deporte. Gracias a él, el primitivo tiro a la paloma se convirtió en el elegante Pigeon Club.
Cada año, al finalizar la temporada estival, la realización del “Premio Internacional del Tiro a la Paloma” constituía un acontecimiento al que acudían los mejores tiradores del país y del exterior. El entusiasmo de los tiradores y de sus admiradoras era tan grande, que en la playa o en la rambla no se hablaba de otra cosa que presagiar quién sería el ganador del concurso.
La revista Caras y Caretas comentaba los avatares de dicho premio:
“Este deporte mueve gran cantidad de dinero… como en todas partes llévanse a cabo remates lo mismo que en las carreras de caballos, cada tirador tiene un precio… en la actualidad este juego constituye una fuente de renta no despreciable para los municipios de Biarritz, Trouville y San Sebastián”.
En efecto, había todo un comercio alrededor de este entretenimiento, de la compra de las palomas, cartuchos, entradas, había que agregar las apuestas, que no eran despreciables.
Para tener una pauta del nivel económico que exige esta actividad, vemos que en el año 2003 el valor de una escopeta reglamentaria asciende a U$S 28.000.
“La nota con que terminó la última quincena de febrero, (de 1902) con perdón del señor Albarracín, es el tiro a la paloma”.8
Buenos Aires – 1901
El desafío del cronista de Caras y Caretas iba dirigido al Dr. Ignacio Albarracín, presidente de la Sociedad Protectora de Animales desde 1885.
Abogado de carácter tenaz y decidido, consideraba que la muerte violenta de las palomas y pichones con armas de fuego era algo cruel, bochornoso, ridículo y enervador de las fuerzas físicas y morales del hombre.9
Su actuación en el nivel nacional e internacional tuvo por resultado numerosas leyes y ordenanzas municipales. Promotor de campañas contra las corridas de toros y las riñas de gallos, encaró también una campaña contra el tiro a la paloma con importantes resultados.
Este deporte conoció un gran auge en la Capital Federal gracias a que en septiembre de 1900, la Municipalidad de Buenos Aires derogó una ordenanza que prohibía la matanza de animales. Los diferentes clubes que funcionaban en esta ciudad tuvieron entonces luz verde para desarrollar cómodamente su actividad.
Alarmado, Albarracín se puso en movimiento para evitar que este ejemplo se repitiera en el nivel nacional. Comenzó entonces una verdadera lucha cuerpo a cuerpo. La primera presentación la realizó el 3 de julio de 1901 ante el Ministerio del Interior, reclamando la represión del tiro a la paloma y solicitando que se prohibiera este deporte en el ámbito de la Capital. A pesar de esta denuncia, el año 1901 fue muy rico en acontecimientos.
El 12 de agosto, el Gun Club, que funcionaba en Barracas, se mudó a Palermo. Leemos en La Nación que este…” ha construido un bonito y cómodo stand en Palermo, en el extremo de la calle Canning. La nueva instalación hecha con mucho gusto… Es de madera, pero muy confortable, consta de dos pisos y amplias galerías y las habitaciones necesarias para todos los servicios”.10
El 18 del mismo mes, se realizó la inauguración oficial con la presencia del intendente municipal, Dr. Bullrich, el presidente del Gun Club don Adolfo Cabo “y un selecto grupo de familias”. “El bonito edificio se levanta a orillas del río al terminar la calle Canning” (hoy Jerónimo Salguero).
Por su parte, Pedro O. Luro, presidente del Pigeon Club, presentó en la Municipalidad de Buenos Aires los planos para abrir una nueva sede en la Capital. Samuel Hale Pearson ofreció la fracción que heredara de su abuelo, Samuel B. Hale.
Era el rincón ideal para desarrollar esta actividad, un gran descampado cercano al centro de la ciudad, al que se accedía por la Av. Alvear y Tagle. Así nació el “stand recoleta del Pigeon Club”.
La construcción era de madera, de una sola planta, adornada con una torre angosta, con un salón central flanqueado por las habitaciones donde funcionaban la secretaría, el guardarropas, el “toilette”, cocina y una confitería.
Fue gracias al empeño de Luro que el 10 de julio de 1901 se habilitó la sede, facilitando a los socios la posibilidad de practicar este entretenimiento durante la temporada de invierno.11
Es decir que, con diferencia de un mes y a pocas cuadras de distancia levantaron su nuevas sedes dos importantes instituciones, el Gun Club y el Pigeon Club, el primero en tierras de lo que fuera la quinta de don Vicente Costa, loteada en 1871, y el segundo en la llamada “fracción Hale”, predios ambos ubicados en lo que hoy es el elegante Barrio Parque Palermo Chico.
La presentación de Ignacio Albarracín ante el Ministerio del Interior no prosperó y el deporte siguió practicándose con toda intensidad, tanto en la capital federal como en el interior del país.
Domingo 8 de junio de 1904.
El martes próximo realizará este club en su stand de la Recoleta una interesante reunión cuyo programa ha sido formado con la base del clásico premio 9 de julio, que se tirará en handicap de 10 palomas más y 2 erradas. La entrada ha sido fijada en $ 25, consistiendo el primer premio en $ 800 y el segundo en $ 200. El concurso comenzará a la una de la tarde habiendo prometido asistir nuestros mejores tiradores.
Así, año tras año nos enteramos por los diarios de la intensa actividad del Pigeon Club de Buenos Aires, la que se desarrolló sin trabas hasta que, en 1907, Albarracín promovió una nueva campaña, esta vez ante la policía de la Capital Federal.
En el mes de mayo de ese año, “…se presentó el comisario señor R. Córdoba ante el Jefe de la policía Coronel Ramón L. Falcón, para interiorizarlo del incidente promovido por el señor Ignacio Albarracín, presidente de la Sociedad Protectora de Animales, en el stand Recoleta del Pigeon Club, sito en la calle Tagle y las vías del ferrocarril Central Argentino, al que se accede por la Av. Alvear y Tagle.
Albarracín manifiesta que encontró a una persona a la cual no conocía, tirando a la paloma en dicho local. Desde afuera le gritó que dejase de tirar, porque ese juego era contrario a la ley 2786, sobre protección a los animales y que dicha persona resultó ser el señor Emilio Dubois, …que no le hizo caso, se disponía a llamar a un agente de policía, cuando el señor Dubois le dijo que no se molestase pues espontáneamente lo acompañaría a la comisaría, lo que efectuó, a fin de evitar un incidente desagradable… e hizo constar que no era la primera vez que concurre a tirar a la paloma y que nunca fue molestado por persona ni autoridad alguna”.12
La comisaría no adoptó ningún procedimiento contra Dubois considerando improcedente la actitud de Albarracín.
Falcón estimó que, si la Asociación Sportiva del tiro a la paloma, denominada Pigeon Club, funcionaba autorizada por una ordenanza municipal, podía seguir desarrollando sus actividades normalmente. La policía no debía penalizar esta actividad.
A pesar de este dictamen contrario a su pedido, el presidente de la Sociedad Protectora de Animales no se amilanó y prosiguió su campaña, esta vez ante el Poder Judicial.
En septiembre de 1908, interpuso recurso extraordinario ante la Corte Suprema de Justicia, amparándose en la ley 2786 de 1891, que penaba el maltrato a los animales con multa o arresto.
El pleito fue largo. El procurador en su informe manifestó que el tiro al pichón practicado por el señor E. Dubois era contrario a la ley 2786 por lo que le correspondía ser multado, y la Corte consideró que “… este deporte no es útil ni para adiestrarse en la caza ni en el tiro. Lo primero porque puede ser reemplazado por medios artificiales que dan el mismo resultado, y lo segundo porque puede ejercitarse en los numerosos polígonos que funcionan en toda la república”.
A raíz de esta sentencia, la Municipalidad prohibió el tiro a la paloma en el ámbito capitalino. Los diferentes clubes que funcionaban en este distrito cambiaron las palomas por discos o globos de cristal, mientras otros trasladaron su sede social a la provincia de Buenos Aires. Todos siguieron luchando por una ley que les permitiera practicar este deporte bajo su forma original.
Adhiriendo a esta filosofía, en 1910, el senador por Catamarca Antonio del Pino presentó un proyecto de ley compuesto por solo tres artículos. En el primero se declaraba permitido el deporte del tiro a la paloma …que se practica al aire libre con armas de caza. Por el segundo, la Dirección General de Tiro y Gimnasia (creada en mayo de 1901) se haría cargo del control de los clubes, a fin de evitar apuestas o juegos de azar. Por el tercero se derogaban las disposiciones existentes que se opongan a esta ley.13
Los argumentos que fundamentaban el proyecto del Pino eran sumamente ocurrentes: “Si llegamos a aceptar este criterio de prohibición de tiro a la paloma, tendríamos que comenzar por prohibir también la caza de perdices, patos, becasinas y tantas otras especies de aves que abundan en nuestros campos, derogando las leyes y decretos que autorizan en la actualidad la caza con armas de fuego y permitiéndola solo por medio de redes, trampas u otros procedimientos que no permita jamás que se escape un animal herido… el tiro a la paloma no es subvencionado por el estado, ni este tiene que preocuparse de sus armas ni municiones, con él se mantienen en ejercicio muchísimos ciudadanos que podrán contribuir con su brazo a la defensa nacional, sin haberle ocasionado erogación alguna al tesoro público …es un medio para fomentar el tiro de guerra porque se hace ejercicio en el manejo del arma que reclama agilidad en el fuego rápido, análogo al que se practica en los blancos especiales del tiro de guerra”. Afortunadamente el proyecto de ley no prosperó.
A cien años de este litigio, la idea de impulsar el ser un buen tirador de armas de guerra nos asombra. Sin embargo, hay que tener presente que en ese momento el país se preparaba para una posible guerra con Chile, lo que hacía necesario que los ciudadanos conocieran el manejo de las armas. De ahí el fomento y creación de polígonos y clubes de tiro en todo el territorio.
Felizmente, está lejos de nuestra realidad el slogan con que Antonio del Pino encabezó el proyecto de ley: CADA CIUDADANO UN BUEN TIRADOR.
Ignacio Albarracín falleció en 1926 y su vida fue la historia de una verdadera y singular figura de apóstol. Por su parte, Pedro O. Luro muere en 1927. A él le debemos obras tales como el puerto de Mar del Plata, que son testimonio de su temple.
Del Pigeon Club de la calle Tagle sólo quedan alguna vieja postal y los planos rescatados del olvido por algún funcionario que conoció el valor del documento.
En 1922, los herederos de Samuel B. Hale vendieron el predio a la Compañía de Seguros La Mundial, propietaria de la fracción vecina.
En los planos catastrales firmados por el estudio de arquitectura Sánchez, Lagos y de la Torre, solo se ve el palomar porque la casa ha sido demolida para dar paso al nuevo Barrio Parque Palermo Chico. j
Notas
1.- AMADEO LASTRA, Felipe, Recuerdos del 900, Editorial Huemul, Bs.As., 1965.
2.- CUNIETTI FERRANDO, Arnaldo, “Entre palomas y escopetas: el tiro al pichón”, revista Historias de la Ciudad, año 1, n°5, 1998 pág. 30.
3.- FAGNIANI, Fernando, Mar del Plata, la ciudad más querida, Editorial Sudamericana, Bs.As., 2002.
4.- Diario La Prensa, sección Crónicas Generales, 3 de junio 1881.
5.- CUNIETTI FERRANDO, Arnaldo, op.cit. pág. 31.
6.- COVA, Roberto, El torreón del monje, Editorial Ariel Dada S.A., Mar del Plata, Argentina, 1984.
7.- CUTOLO, Vicente O., Nuevo Diccionario Biográfico Argentino, Editorial Helche, Bs.As., Tomo IV, pág. 305.
8.- Caras y Caretas, semanario festivo, literario, artístico y de actualidad, “Gran Premio Internacional del Tiro a la Paloma”, 22 de febrero de 1902.
9. Diario La Nación, Bs.As., 3 de julio de 1901, sección campo neutral, pág. 7.
10. Diario La Nación, Bs.As., 12 de agosto de 1901, sección deportes, pag. 5.
11. Diario La Nación, Bs.As., 19 de agosto de 1901, sección deportes, pag. 5.
12. Expediente municipal n° 18614/01-R03/01.
13. Fallos de la Suprema Corte de Justicia, año 1909, Tomo 110, pág. 11.
14. Revista Tiro Nacional Argentino, agosto 1910, año I, n° 2, pág. 53.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año V – N° 24 – Diciembre de 2003
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Inauguraciones, piedras fundamentales, ARQUITECTURA, Edificios destacados,
Palabras claves: Ignacio Albarracín,
Año de referencia del artículo: 1901
Historias de la Ciudad. Año 5 Nro24