Durante los meses de diciembre, enero y febrero se realizó con éxito en la Foto Galería del Teatro San Martín, la muestra El retrato fotográfico en el siglo XIX. Colección Cuarterolo. Esta es la sexta muestra de fotografía histórica que se lleva a cabo en la galería que dirige Juan Travnik. La exposición, al igual que las anteriores, se pudo realizar gracias al apoyo de los coleccionistas argentinos. En este caso las piezas pertenecen a la Colección Cuarterolo, que centra su interés en el siglo XIX y tiene a la fotografía argentina y latinoamericana del período 1840-1900 como su núcleo principal.
Esta colección nació hace más de veinte años como resultado de la fascinación de Miguel Angel Cuarterolo por la alquimia de las imágenes. Comenzó a coleccionar por necesidad, para poder investigar. Por entonces no había bibliografía ni colecciones públicas que sirvieran de guía y las fotos proporcionaban muchos datos útiles para su investigación, la que poco después culminaría con la edición de su primer libro: Imágenes del Río de la Plata. Con el tiempo el coleccionismo de antiguas imágenes se convirtió en una pasión que compartió con toda su familia y ahora son ellos quienes, a dos años de su fallecimiento, realizaron esta muestra en su homenaje.
La exposición centró su interés en el retrato, uno de los géneros más frecuentados desde los mismos comienzos de la fotografía por los profesionales de este nuevo medio. “Lejos de la instantaneidad de las imágenes actuales, los primeros retratos implicaban largos tiempos de exposición y esto significaba que eran ante todo posados. Existía, entonces, un esfuerzo porque ese instante capturado en el tiempo fuera representativo de un tiempo mayor, incluso de toda una vida”.1 Un recorrido por las imágenes de la muestra permitió apreciar estos conceptos, como también las expectativas que tenían modelos y fotógrafos ante el registro fotográfico. Estas eran muy diferentes a las actuales, a partir de que las cámaras de todo tipo en manos de aficionados crean un nuevo marco de referencia para retratar y retratarse.
Las fotografías se agruparon, en esta presentación, según su temática: retratos de damas y caballeros burgueses, familiares, infantiles, ocupacionales, y de difuntos. En ellas fue posible observar, no sólo la diversidad de estilos y calidades de los estudios fotográficos, sino también ciertos hábitos y costumbres sociales de la época.
Damas y caballeros burgueses
“ (…) El retrato fue el [género fotográfico] más rentable por su volumen y amplió notablemente la clientela de los estudios. El abaratamiento de los precios que se registró a partir de la década del ‘60 permitió una notable popularización de la costumbre de retratarse. Abandonado el daguerrotipo, la técnica del colodión como negativo de toma y el auge del formato carte de visite, de un tamaño aproximado a 6 x 9 cm y mucho más económico, se difundió rápidamente. Esto permitió que una ascendiente clase burguesa, compuesta por comerciantes, profesionales y, un poco más tarde, trabajadores especializados con cierta capacidad de ahorro, pudieran concretar la ambición de perpetuar su imagen en el tiempo, un verdadero signo de ascenso social. Las poses estáticas que se ven habitualmente en las imágenes de este período, son propias tanto de las limitaciones técnicas de la toma como de la solemnidad que acompañaba el acto de retratarse.”2
Los retratos infantiles
“La fotografía de niños fue una de las más importantes fuentes de ingreso para los retratistas y una tarea que también los enfrentaba a múltiples desafíos. Las largas exposiciones requerían que los niños permanecieran quietos durante varios segundos, aún en condiciones ideales de luz. Cuando estos eran muy pequeños, solía pedírsele a sus padres que los sostuvieran firmemente en su regazo para evitar movimientos que arruinaran la toma. Sin embargo, si eran lo suficientemente grandes como para posar solos, era indispensable la utilización del apoya cabezas, un dispositivo especial que servía para inmovilizar al pequeño y, en algunos casos, de cinturones para atarlos al respaldo de la silla.
En los primeros años de la fotografía, los niños eran retratados siguiendo las mismas pautas utilizadas para los adultos: en poses rígidas y excesivamente formales, vestidos con sus mejores ropas, e incluso con objetos simbólicos que daban cuenta de su status social. En definitiva se los representaba como versiones en miniatura de sus padres. Otra característica formal que da cuenta de esto, es el hecho de que rara vez el fotógrafo bajaba la cámara al nivel del niño, sino que se solía subirlo a algún tipo de mueble o plataforma para fotografiarlo a la misma altura que a un adulto. Hacia fines de siglo, una nueva percepción cultural de la niñez, celebrada como una etapa importante en la vida, impuso nuevas formas de retratar a los niños, enfatizando su individualidad. Cambia entonces el punto de cámara, aparecen las poses relajadas, los juguetes, los muebles en miniatura, los disfraces y la ropa de juego. En la década de 1870 surgen las primeras galerías especializadas en fotografía infantil. Christiano Junior abre su ‘Fotografía de la infancia’ en Artes 118 y unos años después, Luis Pozzi se establece con su estudio ‘El palacio de los niños’ en Esmeralda 158/60.”3
El retrato ocupacional
“Llamamos retrato ocupacional a aquel en el cual el sujeto aparece fotografiado con herramientas, instrumentos o uniformes que dan cuenta de su profesión. No había ninguna indicación en los avisos de los fotógrafos de la época que incitara a los potenciales clientes a concurrir a los estudios con este tipo de objetos, por lo que debe concluirse que la decisión de ser retratado de esta manera provenía de los propios sujetos y del orgullo que sentían de su trabajo.
[…] En algunos casos, el fotógrafo insertaba al sujeto en un medio acorde con su atuendo y utilizaba para ello fondos con imágenes alusivas o se trasladaba al medio natural del retratado para fotografiarlo en su lugar de trabajo. Sin embargo era más común que estas fotos se tomaran en estudio, en medio de finos muebles tapizados o telones con motivos arquitectónicos y esta mezcla generaba un poderoso efecto de extrañamiento.
Con el abaratamiento del retrato fotográfico, los sectores de la pequeña burguesía pudieron también acceder a la fotografía. Comenzó a aparecer entonces una más amplia variedad de profesiones.”4
El retrato post mortem
El retrato post mortem o retrato de difuntos fue una práctica común desde el nacimiento de la fotografía, a mediados del siglo XIX, hasta bien entrado nuestro siglo. La sociedad de la época no sentía rechazo por este tipo de imágenes, las incluía en sus álbumes de familia, les mandaba copias a parientes y amigos y las usaba en relicarios o prendedores. Los fotógrafos promocionaban los retratos de difuntos como una más de sus especialidades y ofrecían máquinas transportables para retratar enfermos y muertos en su propias casas.
Los índices de mortalidad en el siglo XIX eran sumamente elevados y estas fotografías constituían el único medio posible para conservar la imagen del ser querido, en una época en que no todo el mundo había tenido la oportunidad de retratarse antes del último viaje. Esto se verificaba especialmente en el caso de los niños o “angelitos”.
De acuerdo con el dogma católico, los niños bautizados mueren sin pecado mortal y por ello se van directamente al cielo para convertirse en ángeles, sin pasar por el purgatorio. El ritual funerario infantil tiene sus orígenes en el catolicismo español y es por ello que encontramos en la América hispana muchos de sus elementos, como por ejemplo vestir al niño de blanco (signo de pureza) o colocar una palma en su ataúd (denotando su virginidad). De acuerdo con la costumbre, el niño era llevado de casa en casa. Alojarlo era un privilegio porque su presencia bendecía el hogar y protegía a sus habitantes.
En este tipo de funerales, la fotografía mortuoria se integró al ritual como uno más de sus elementos. Luego la foto era colocada en un altar doméstico y se le hacían ofrendas. En estos países, la fotografía del angelito, además de ser un objeto mediador que servía a los padres para acercarse al cuerpo del hijo perdido, funcionaba también como un refuerzo del vínculo con Dios. Existían diversas formas de retratar al difunto: como si estuviera vivo, como si estuviera dormido y desde su condición de muerto, es decir sin tratar de ocultar o disimular que había fallecido. Frecuentemente las fotografías post mortem incluían la presencia de familiares, como forma de dotar al difunto de identidad. Por ejemplo, la edad del progenitor o hermano que acompañaba al “angelito” era el hito temporal que permitía ubicarlo en la historia familiar.5
Notas
1. Andrea Cuarterolo,
2. Juan Travnik (Extracto de uno de los textos que acompañó la muestra).
3. Andrea Cuarterolo (Extracto de uno de los textos que acompañó la muestra).
4. Andrea Cuarterolo (Extracto de uno de los textos que acompañó la muestra).
5. Andrea Cuarterolo (Extracto de uno de los textos que acompañó la muestra).
Información adicional
Año VI – N° 30 – marzo de 2005
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Fotógrafos, Arte, Historia
Palabras claves: Fotografía, Retrato, Sociedad, Costumbres
Año de referencia del artículo: 1870
Historias de la Ciudad – Año VI Nro 30