El 20 de agosto de 2018 se realizó en la Usina del Arte el cierre del Festival Mundial TANGO BA. En tal ocasión, el concierto que clausuró este importante evento cultural porteño estuvo a cargo de Susana Rinaldi y Osvaldo Piro. Un auditorio colmado los ovacionó en varias ocasiones, quedando así de manifiesto el cariño que el público les profesa a ambos.
La posibilidad de presenciar este y otros espectáculos desarrollados durante el festival motivaron el recuerdo de muchas anécdotas y situaciones cotidianas donde el tango tuvo (y aún tiene) una fuerte impronta.
Caballito, cuna de tangueros
Con Susana Rinaldi fuimos vecinos durante nuestra infancia y juventud en Caballito, pues ella vivió en dos lugares del barrio, el pasaje Ortega y la calle Colpayo y yo, durante muchísimos años, en San Eduardo 817 (hoy Aranguren).
A la Tana Rinaldi la vi por primera vez siendo un niño (y ella más niña aún) en un almacén ubicado en Neuquén casi esquina Rojas. Me asombraron su fresca hermosura y sus trenzas negras… sin saber entonces que esa bella imagen que nunca olvidé me acompañaría durante toda la vida.
Años después, ya siendo jóvenes, participábamos en los eventos culturales del club Condal, de la calle Martín de Gainza 875. Susana hacía fonomímica y yo actuación teatral, ambos bajo la dirección de Juancito Rambaldi. Los historiadores del barrio consideran que esas presentaciones en el Condal fueron los comienzos de su labor artística. Luego, con el paso de los años, sus estudios de música y canto en el Conservatorio Nacional Carlos López Buchardo, sus incursiones teatrales y especialmente sus méritos personales interpretativos la convirtieron en una de las estrellas más fulgurantes y famosas de la historia del tango.
Durante su juventud siguió siendo una mujer atractiva, de fuerte personalidad y férreas convicciones políticas y sociales. Los muchachos de la barra de Rojas y San Eduardo sentíamos por ella un gran respeto y admiración.
Desde sus comienzos como cantante profesional fui a verla en varios de sus espectáculos tangueros ya que no sólo soy un apasionado del tango, sino también de su manera de interpretarlo. Alguna vez incluso la esperé al finalizar su actuación para saludarla y felicitarla personalmente.
El sábado 14 de abril de 2018, durante una reunión celebrada en el bar notable El Viejo Buzón, fue homenajeada por distintas entidades barriales de Caballito. Tuve la suerte de asistir al ser invitado por los organizadores. El reencuentro nos dio mucha alegría.
Pocos meses después volvimos a vernos casualmente como espectadores de un hermoso espectáculo tanguero realizado en el teatro Margarita Xirgu de San Telmo. Allí nos convocó la obra El patio de la morocha, con música de Aníbal Troilo y textos de Cátulo Castillo, en una versión especialmente adaptada por Daniel Miglioranza para el Festival Mundial TANGO BA. Su saludo al verme, con un “¡Hola Caballito!”, hizo que me sintiera muy feliz.
No sé si obedece a la “casualidad” o a la “causalidad”, pero también estuve presente cuando le entregaron en el Café Tortoni la Orden del Buzón del Museo Manoblanca por su aporte a la cultura. Y ya en este nuevo milenio asistí al acto donde la Red de Cultura de Caballito la distinguió como “vecina ilustre del barrio”. Fue un 15 de febrero, día del aniversario de Caballito, en el Parque Rivadavia. Reconocimientos todos más que merecidos.
Otros vecinos de Caballito muy vinculados a la historia del tango porteño son Cacho D’Amelio, quien vivió en la calle Canalejas (hoy Felipe Vallese), frente al pasaje Bernal, y Fernando Morelli, apodado “el violinista de la calle San Eduardo”, pues vivía al 900 de esa arteria, hoy llamada Aranguren.
Oscar Donato D’Amelio, “Cacho”, fue profesor de tango en La Ideal. Allí daba clases sobre todo a turistas extranjeras y participó además en la película argentina El Café de los Maestros, con dirección de Gustavo Santaolalla, donde se lo puede ver bailando un tango con su elegancia habitual.
En cuanto a Fernando Morelli, tocó como solista titular en la Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto con distintos directores y también en las orquestas de Atilio Stamponi, Osvaldo Piro, Néstor Marconi, Osvaldo Requena, Julián Plaza y Leopoldo Federico. Estuvo varios años en la orquesta del Teatro de la Ópera de Roma, en el Colón y en la Camerata Bariloche, entre otras. Durante su permanencia en Italia actuó en la película Ludwig (sobre la vida de Luis II de Baviera, mecenas de Richard Wagner), bajo la dirección de Luchino Visconti.
Este reencuentro con Fernando Morelli, Cacho D’Amelio y Susana Rinaldi no solo despertó el recuerdo de aquellos lindos tiempos de nuestra infancia y juventud vividos en el barrio de Caballito, sino que también hizo que me sintiera inmensamente feliz, pues siempre tuve por ellos un gran afecto y admiración. Son esos regalos que a veces nos da la vida…
El tango, un hito siempre presente
Durante mi niñez transcurrida en la década de 1940, en el amplio patio de mi casa de San Eduardo 817, practicaban sus nuevos y elegantes pasos de tango El Mixto y La Calderón. Carmencita Calderón había sido pareja de baile del Cachafaz, uno de los más reconocidos bailarines de la historia del tango que, según varios historiadores, vivió en Caballito. Años más tarde, y siendo ya mayor de edad, la vida me dio la inmensa satisfacción de bailar con Carmencita Calderón en “El Abrojito”, un local de la calle Chile al 2300. Esa noche cantó allí el Chino Hidalgo.
Mis comienzos con el baile y abrazo del tango ocurrieron en unos carnavales del club Unión Marchigiana, ubicado en Nicasio Oroño 457 de Caballito. Tenía 15 años de edad, y continuaron las noches de los sábados hasta cumplidos los 30, cuando me casé y comencé a hacerlo esporádicamente, pues me dediqué a colaborar en el crecimiento y cuidado de mis tres hijos, el tesoro más grande e importante que me dio la vida, junto a mis padres. En ese tiempo me gustaba ir a escuchar tangos a Caño 14, en la calle Talcahuano al 900, lugar donde hicieron época el Polaco Goyeneche y Rubén Juárez. Algunas noches, Roberto Rufino se sentaba en el borde del escenario mientras cantaba para estar más cerca de sus seguidores.
Allá por los años 1949 y 1950 eran habituales las prácticas de nuevos pasos y figuras tangueras entre algunos integrantes de la barra de la esquina de Rojas y San Eduardo, los que luego disfrutábamos en las más famosas milongas de Buenos Aires.
En Caballito los bailes más concurridos eran los de los clubes Condal, Unión Marchigiana, Italiano, Premier, Oeste, Friulana, Ciclón, Sportivo Buenos Aires, Portugués, Caballito Juniors, Flor de Ceibo, Ferrocarril Oeste y, en ocasiones, en la Editorial Haynes o la Sociedad de Fomento General Alvear.
También existió un club más pequeño llamado Cometa, que estaba en Neuquén 751. Instalado en una casa de familia, constaba de una primera habitación donde se hallaba la secretaría, un segundo ambiente con un pequeño billar y algunas mesas y sillas donde se jugaba a las damas y al ajedrez y luego una amplia cocina donde se guardaba un enorme juego de Sapo que disfrutaban los más jóvenes. En el fondo de la casa había un escenario donde se ofrecían obras de teatro interpretadas por socios y vecinos, previas a las íntimas reuniones danzantes de tango y jazz. Solía lucirse en ellas un directivo del club de apellido Fernández (dueño de una carbonería por Rojas y Canalejas) bailando su tango preferido: Papas calientes.
A los amantes del tango también nos convocaban las milongas de otros barrios, como los clubes Atlanta, en Villa Crespo; Huracán, en Parque de los Patricios; San Lorenzo, en Boedo; Racing, en Villa del Parque; Comunicaciones, en Agronomía y Piccadilly, Sans Souci, Marabú, La Ideal, Mi Club y el Salón Augusteo (con la orquesta típica Polo) en el centro de la ciudad. En Flores se destacaban el Social Rivadavia y el Palacio Rivadavia. También Villa Malcom, en Córdoba al 5000, y los clubes Almagro y Villa Sahores eran otras milongas concurridas y de muy buenos bailarines.
Lo habitual era seguir a las orquestas preferidas, entre las cuales pueden mencionarse las de Osvaldo Pugliese, Aníbal Troilo, Carlos Di Sarli, Alfredo Gobbi, Miguel Caló, Osvaldo Fresedo, Osmar Maderna, Franchini-Pontier, Pepe Basso, D’Agostino con Angelito Vargas, Juan D’Arienzo y Ricardo Tanturi con la voz de Alberto Castillo (reemplazado luego por Enrique Campos).
Ocasiones especiales eran los Carnavales. En tales casos, la elección del lugar de concurrencia entre los integrantes de la barra era grupal, por votación a mano alzada: la Unión Marchigiana con grabaciones, Comunicaciones con Di Sarli, San Lorenzo con D’Arienzo, el clásico Ferrocarril Oeste, DAOM en el Bajo Flores o el lejano Sportivo Devoto. En una oportunidad el traslado hacia allí fue con un carruaje de tracción a sangre totalmente adornado con farolitos, serpentinas y guirnaldas.
También existían academias de baile pagas en la zona de Primera Junta. Una de ellas se llamaba Gaeta, donde se podía aprender a bailar tango con acompañamiento de mujeres. En un club llamado Venus, ya desaparecido y ubicado en Donato Álvarez sobre la vereda oeste, barrio de Flores, había práctica de tango entre hombres.
La mayoría de los bailes en los clubes eran familiares, a excepción del Sportivo Buenos Aires, donde acudían excelentes bailarines y mejores bailarinas. Ubicado en la Av. Gaona 1237 y 1249, cerquita del Cid Campeador, era la milonga más importante de Caballito y sin dudas una de las más famosas de la ciudad. A veces se bailaba con grabaciones y otras con orquestas, como la de Osvaldo Pugliese con sus cantantes Alberto Morán y Jorge Vidal. Si en otros clubes algunas madres acompañaban a sus hijas, en el Sportivo Buenos Aires las chicas iban solas o acompañadas por amigas y solamente salían a bailar con quienes lo hacían bien.
En aquellos tiempos de la barra de la esquina, carruajes, tranvías y del Glostora Tango Club y Los Pérez García en la radio por las noches, algunos milongueros barriales seguían a sus cantores preferidos: Francisco Fiorentino, o simplemente “Fiore”, Julio Martel, Alberto Marino, el “Tata” Floreal Ruiz, Alberto Morán, el “Polaco” Roberto Goyeneche, Raúl Berón, Roberto Rufino o Alberto Podestá. Y la verdad es que todos eran muy buenos. Ni que hablar de aquellos músicos: Pichuco Troilo, Leopoldo Federico o el Tano Ruggero con su melena al viento en el bandoneón, Di Sarli, Maderna o Salgán en el piano y Franchini, Agri o Alfredo Gobbi en el violín… y la lista sería interminable por cierto.
En las diversas épocas del tango se destacaron como bailarines El Cachafaz con Carmencita Calderón, Virulazo y Elvira, el Mixto y la Calderón, Juan Carlos Copes con María Nieves, Gloria y Eduardo… Años después asomaría pidiendo pista otro milonguero de ley: Miguel Ángel Zotto con Milena Plebs.
Otras figuras destacadas del tango que vivieron en Caballito fueron Agustín Magaldi, Hugo del Carril, Ignacio Corsini, Mercedes Simone, Sofía Bozán, Azucena Maizani, Roberto Chanel, Enrique de Rosas, Enrique Delfino, Francisco Lomuto, Osmar Maderna, Emilio Fresedo, Jorge Vidal, El Cachafaz, Abel Córdoba (a veces compañero de tablón en la cancha de Ferro), Jorge Sobral, Edgardo Donato, José María Contursi, Pepe De Toffoli, Rafael Nicolau y Horacio Deval. Algunos de ellos actuaron en la primera película sonora argentina del año 1933 llamada Tango, como Azucena Maizani, Edgardo Donato, Mercedes Simone y El Cachafaz.
Alguna vez escuché al maestro Osvaldo Pugliese comentar en un reportaje radial que el debut con su famosa orquesta típica ocurrió en el Club Italiano de Caballito, noche en la que estrenó exitosamente Tortazos, con la voz de Roberto Chanel.
Con el paso del tiempo, y para felicidad de la gente de Buenos Aires y Montevideo, el TANGO fue declarado por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Dejo para el final a los letristas, verdaderos poetas urbanos que embellecieron la música de Buenos Aires. Me refiero a Homero Manzi, José María Contursi, Homero Expósito, Discepolín, Enrique Cadícamo, Cátulo Castillo y tantos otros, con letras hermosas e inolvidables. Conocí personalmente a Homero Expósito, con quien compartí gratos momentos en un bar cercano a la esquina de Lavalle y Paraná.
¿Quién, en un regreso nocturno al cruzar las vías del ferrocarril, no observó “el farol balanceando en la barrera” y experimentó en su interior “el misterio de adiós que siembra el tren”, inmortalizados por Homero Manzi en una de sus letras?
Ángel “Kelly” Contela
Junta de Estudios Históricos del Caballito
Información adicional
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2020 /
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