La Nueva Revista de Buenos Aires, fue una publicación periódica que el Dr. Vicente Gil Quesada lanzó en abril de 1881, entre otros fines, para difundir el movimiento histórico americanista de ese momento. Contó, desde sus inicios, con brillantes colaboradores.
En el primer número aparece un estudio de Mitre sobre el drama Ollantay y una nota de Sarmiento titulada “Reminiscencias literarias”. Allí, con fecha 4 de agosto de 1882, la periodista norteamericana Lucy Dowling dio a conocer las impresiones recogidas en una velada del antiguo teatro Colón. Con el título de “Los porteños que fueron a una velada del Colón hace medio siglo”, el periodista Arturo Romay, publica en El Hogar del 15 de julio de 1939, la interesante nota que rescatamos para deleite de nuestros lectores.
Si el trigésimo aniversario de la apertura del actual Colón, cumplido en mayo último, ha debido provocar melancólicas memorias en los porteños que asistieron al acontecimiento, ¿qué no ocurrirá con aquellos que habiendo concurrido a la velada del Colón antiguo, que se comenta en esta nota, pueden hoy poner estas líneas bajo sus ojos?
¡1882! La imaginación da un salto, se planta en medio de la Gran Aldea de fines de siglo y evoca las grandes figuras argentinas que llenaban la época y cuyo prestigio llega hasta nosotros acrecentado: vejez sin fatiga de Sarmiento; gallarda madurez de Roca en su primera presidencia; plenitud del aticismo de Wilde; magnífica prolongación de Mitre. Época en que se escribía Juvenilia. Época de Miguel Cané, de Pellegrini, de Quirno, de Terry, de Benjamín Victorica y de Bernardo de Irigoyen…
No faltará alguna matrona o algún señor de cabellos blancos que sin forzar mucho la memoria sonría a los recuerdos y exclame: ¡Ah, qué tiempos aquellos! Uno que bien pudo ser espectador en esa velada de agosto de 1882, acaba de morir: don Norberto Piñero.
En el invierno de 1882 llegó a nuestras playas miss Lucy Dowling, una periodista que andaba corriendo mundo como corresponsal viajera de la North American Review, de Nueva York. Esta dama había conocido en París a don Vicente G. Quesada, codirector de la Nueva Revista de Buenos Aires y a pedido de éste prometió enviarle colaboraciones.
Pero las circunstancias quisieron que la primera colaboración de miss Dowling no fuera enviada desde Europa, de acuerdo a lo pactado, sino escrita en el mismísimo Buenos Aires, donde el azar la trajo el mencionado año.
Y es así como una velada de agosto en el antiguo teatro Colón —que estaba donde hoy se halla el Banco de la Nación Argentina, frente a la Plaza de Mayo—, le dio motivo para pergeñar sus primeras impresiones porteñas.
Lo que más choca a miss Dowling en nuestro antiguo teatro lírico es la falta de riqueza y de confort. La horrorizan los balaustres de pino pintados de blanco de los palcos y la pobreza de las decoraciones de la sala.
Yo me imagino —dice— que la actual sala del Teatro Colón es sólo el esqueleto de lo que deberá ser una vez que sea decorada como lo exige el destino para la cual fue construida, y la sociedad elegante y rica a la que está destinada. Paréceme bien comprobado —prosigue refiriéndose a la construcción— que se tuvieron presentes los planos de los mejores teatros líricos de Italia, como el de la Scala de Milán y el San Carlos de Nápoles. Lo digo en justísima vindicación del arquitecto que levantó los planos, los cuales, según la tradición, fueron despedazados por la comisión de profanos que eran accionistas o empresarios, para quienes lo bello era demasiado caro y buscaron en lo barato el medio de asegurar mayores utilidades.
Los palcos le causan a miss Dowling, también una impresión lamentable: —Están empapelados de color rojo, lo que hace más notable el contraste con las pequeñas puertas blancas de cada uno, y ambos colores producen un efecto abigarrado y chabacano. ¡Carencia absoluta de ornamentación artística! Más aún: sobre este fondo rojo se ven colgados los sombreros y gabanes de los caballeros, los abrigos y tapados de las señoras y esta confusión de objetos multicolores presenta el aspecto de una tienda de ropa usada, mientas brillan por la elegancia, el lujo y la belleza las señoras que ocupan los asientos. ¡Qué estupendo contraste!
En cambio, mis Dowling señala el buen gusto y el confort del Teatro de la Opera en la calle Corrientes. Y no paran ahí las lamentaciones de la periodista, que no comprende cómo el teatro carece de “marquesinas” sobre las puertas que dan a la calle, lo cual hace que cuando llueve el público se ponga a la miseria con el agua que cae del cielo y el fango de la acera. Tampoco las butacas de platea las encontró buenas:
—Son estrechas, feas, sucias. Las tertulias de balcón y las altas tienen los mismos defectos y, cosa singular, ¡nadie se queja!
Ocupándose de las porteñas que ha observado durante los largos intervalos —y aún durante el desarrollo del espectáculo, porque en aquellos tiempos no se apagaba la luz de la sala— Lucy Dowling tiene comentarios interesantes:
—Contemplo a las bellas como creaciones de Dios; como admiro también la estatuaria, creación del hombre, y me entusiasmo con ambas. Yo he visto pues, a las damas en el Colón como quien visita una galería de cuadros. Evidentemente, no todas podrían pretender perpetuarse como la que fue modelo para el magnífico mármol de Carrara de la Galería Borghese; porque ni todas tienen perfecciones esculturales ni culto por el realismo impúdico. Hay, empero, en este país, según mi criterio de mujer, donaire y gracias en las damas, como rasgo general y característico: la belleza es variada por la mezcla de todas las razas; las hay hermosas de ojos azules y morenas de ojos de fuego. Las he visto hermosísimas, muy graciosas, simpáticas, bonitas y vivaces, pero ¡ay!, he observado también que las matronas tienen predisposición enfermiza a la obesidad, tanto que ni el mismo Rubens, que amó con exceso la exuberancia en las formas, se hubiere atrevido a tomarlas como modelo para sus cuadros.
Después de la adiposidad de las matronas, Lucy Dowling se mete con los caballeros por un detalle que le desagrada en extremo: la falta de guantes.
—¿Por qué no llevan guantes muchos de los caballeros que se encuentran en este teatro? ¿Es economía o es moda? Mezquina sería la primera en caballeros habituados a la vida elegante, generosos y aún pródigos.
Esta omisión le arranca a la viajera un párrafo exaltado que empieza así: —Si los hombres superan el misterioso atractivo que ejerce en nosotras una mano encerrada en guantes limpios, bien cortados, que permiten suponer la blancura de la piel y la limpieza cuidadosa y exquisita de las uñas.
No sabemos qué influencia tuvieron estas manifestaciones de la romántica y temperamental miss Dowling sobre el comercio de guantes de la época. Después, deja en paz a los caballeros y vuelve a examinar a las señoras, tras su atrevido escarceo confidencial. En general, las mujeres son elegantes para la periodista norteamericana. Fija sus prismáticos en un palco donde se hallan tres damas y dice:
-La una vestía con exquisita elegancia de una parisiense. Importa poco el color del traje que llevaba ni el detalle de la “toilette”, pero tenía el “cachet” del buen gusto. Un cabello negro daba a su mirada penetrante una fascinación irresistible: aquellos ojos húmedos brillaban más que los dos brillantes de sus aros… Estrechos vínculos de familia debían unirla con la otra —me decía a mí misma— por la similitud en los rasgos fisonómicos. ¡Qué ojos negros! ¡Que mano tan pequeña! El color de la tez era esencialmente americano; no se la hubiere confundido con una belleza del norte de Europa.
Por fin, miss Dowling quiso conocer la región vedada al sexo feo, subir al cielo de las huríes y trepó las escaleras.
—¡Oh! —dice con acento admirativo— ¡qué multitud! Las había sentadas hasta en las mismas gradas, en bancos y sillas.
Era un mundo bullicioso y alegre, pero incompleto… en el que no había hombres. ¡Estaba en la cazuela!
Aquí finalizan sus impresiones sobre el antiguo Colón.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año V – N° 27 – Agosto de 2004
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Edificios destacados, Escritores y periodistas, Hechos, eventos, manifestaciones, PRENSA, Historia
Palabras claves: La Nueva Revista de Buenos Aires, teatro colon,
Año de referencia del artículo: 1882
Historias de la Ciudad. Año 5 Nro27