Reproducimos hoy una simpática semblanza del vendedor de pasteles, personaje popular en las primeras décadas de la Indenpendencia. Este relato, además de su valor anecdótico y testimonial, está enriquecido por la prosa galana y colorida de Daireaux, que brinda un plus de belleza al valor evocativo del texto.
Frisaba en los cien años; su tez africana había blanqueado bajo la influencia de los años. Nacido en la esclavitud, había conocido al último gobernador de Buenos Aires, a su primer virrey en 1776 y al primer presidente constitucional de la República, unida y pacificada, en 1862. Había tomado las armas por la independencia; tal vez entrado en Chacabuco y en Ituzaingó; la revolución le había dado libertad juntamente con todos los negros, sus hermanos de la costa de Africa, y desde entonces se había hecho mercader: vendía pasteles calientes y no había, en adelante, hecho oír otra cosa que estas palabras cabalísticas: ¡Son calientes! ¡Están tapados! ¡Son de hoy!
Y desde el primer día hasta el último, durante tres cuartos de siglo, rapazuelos y vagos le habían contestado, sin cansarse: ¡Mentira, son de ayer! El repetía siempre la misma letanía y ellos la misma respuesta, sin que ni uno ni otros se cansasen. Había conocido el tiempo en que Buenos Aires era aún un pueblo y en que sus calles no estaban empedradas; había asistido a todas las transformaciones, visto formarse la primera vereda, empedrar la primera calle, la calle Federación, hoy calle Rivadavia, había contemplado cómo las casas reemplazaban a los terrenos cultivados y cómo los ladrillos habían sucedido a las cercas de cactus y tunas, había oído silbar la primera locomotora atravesando los arrabales, en 1857 y visto partir el primer tranvía en 1870.
Todo había cambiado en torno suyo, todo, excepto él mismo, que había cruzado a través de las diferentes épocas y generaciones escuchando de ellas la misma invariable respuesta: ¡Mentira, son de ayer!
Esto se había convertido en una necesidad. A medida que iba teniendo más años, que apenas marcaban su huella en su frente secular de negro inmortal, los muchachos, que al principio del siglo habían contestado a su pregón con el burlón mentís, se habían hecho viejos adquiriendo con los años demasiada gravedad para dirigirle en voz alta la misma respuesta; pero, por costumbre o recuerdo de la infancia, no podían menos de hacerlo mentalmente y a media voz.
Recordamos que uno de los últimos presidentes de la República nos confesaba que no podía oír en la calle este grito extraño sin sentir la comezón de responder como lo hacía en tiempo de su infancia: “¡Mentira, son de ayer!”
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año II – N° 10 – Julio de 2001
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Vecinos y personajes, Cosas que ya no están, Costumbres, Popular
Palabras claves: anecdota, pasteleros
Año de referencia del artículo: 1890
Historias de la Ciudad. Año 2 Nro10