“La historia del Colegio Nacional de Buenos Aires, es la historia del país”, dice su actual Rector el doctor Horacio Sanguinetti, y ello es así porque siempre aparece una significativa presencia del Colegio adaptándose a las necesidades de cada momento.
Casi medio siglo había transcurrido desde el arribo de los españoles a América cuando es fundada la primera Universidad en tierras del Nuevo Mundo; ello sucedió en Santo Domingo en 1538. A ella le siguieron, en el mismo siglo XVI, las de México, Lima y Bogotá y la centuria siguiente vería nacer las de Córdoba, Charcas, San Carlos de Guatemala, Caracas, Santiago de Chile, La Habana y Quito. Promediaba el siglo XVIII y Buenos Aires seguía careciendo de universidad y solo algunos conventos dictaban cursos de filosofía y teología, a cargo de la Orden de los Jesuitas. En 1654, en un solar de la Plaza Mayor, esta orden levantará un convento y aulas, asumiendo en forma total el sistema educativo. Cuando los jesuitas crearon el suyo propio, lejos estaban de imaginar que, con esa acción, darían lugar, siglos más tarde, a lo que sería la base inicial del Colegio Nacional más acreditado de nuestro país, sitial en el que lo secundan el Colegio Nacional de Concepción del Uruguay y el Colegio Monserrat de Córdoba.
En mayo de 1661, los jesuitas se mudaron a un nuevo local, ubicado en el predio que ocupa actualmente el Colegio Nacional de Buenos Aires, en la manzana limitada por las actuales calles Bolívar, Moreno, Perú y Alsina, adjunto a la Iglesia de San Ignacio y en él levantarán, hacia 1767, un edificio destinado a instalar un convictorio, vale decir un internado. Pero el 2 de julio de ese mismo año, por disposición del rey, Carlos III, los jesuitas son expulsados, lo que lleva a crear, dos años después, la Junta de Temporalidades, que tendrá por misión administrar los cuantiosos bienes que los jesuitas dejan en estas tierras.
¿Por qué, nos preguntamos, se tardó tanto tiempo en crear la Junta de Temporalidades?
Nos cuenta el padre Guillermo Furlong, tras analizar la correspondencia intercambiada entre el padre Diego Iribarren y el hermano Margañón, residente en Buenos Aires el primero y en Montevideo el otro, que Iribarren ratifica, en una de sus cartas, la falta de noticias de España que le comenta en una anterior Margañón, diciendo“no se ha visto carta de nuestros Padres Procuradores hasta ahora”.
Lo que Iribarren ignora es que el gobernador Bucarelli retiene la correspondencia que llega desde Europa, por temor a que los jesuitas lleguen a saber lo que está determinado con relación a ellos. En otra carta, rescatada por el padre Furlong, remitida desde la estancia de Areco y fechada el 26 de junio de 1767, vale decir seis días antes de que se ejecute la orden de expulsión, el padre Prado le informa al rector del Colegio que “llevará cuatro o cinco chanchos y provisiones de aves para las fiestas de San Ignacio”, rematando la nota con un deseo: “Dios me permita llegar con bien y me guarde a mí”.
Sin embargo, a esa altura del calendario, la suerte de los jesuitas ya está echada; Bucarelli, desde el 7 de junio, tiene en su poder los pliegos con las órdenes de expulsarlos, disponiéndose a ejecutarlas el 21 de julio, pero la llegada a Montevideo de dos navíos cuyos tripulantes han sido testigos en España de la puesta en prisión de los jesuitas el 3 de abril de ese mismo año (1767), lo obliga a anticipar la ejecución de lo ordenado por Carlos III.
Por ello, en la lluviosa noche del 2 al 3 de julio, Bucarelli convoca a sus consejeros, a quienes impone de la medida a tomar. Aumenta la cantidad de tropas en las calles para cercar y aprisionar a los jesuitas del Colegio Grande y del Colegio de Belén los que, ajenos a estas circunstancias por esas horas se hallan entregados al descanso.
Esa misma noche, y pasadas las dos y media, treinta y ocho granaderos acompañados del secretario de Bucarelli, Juan de Berlanga, llegan al Colegio Grande y, llaman a su puerta, con la excusa de atender a un enfermo grave. Franqueado el acceso exigen la inmediata presencia del Rector, el padre Ignacio Perera.
Al llegar, Berlanga le impone del contenido del Decreto que exhibe y le exige la presencia de los jesuitas que se hallan en el Colegio, cuarenta y dos en total, a los que reúne en la sala del rectorado comunicándoles lo dispuesto por el Gobernador. Todos deciden acatar la orden y quedan retenidos en la sala por espacio de ocho horas, mientras el Rector pone en manos de Berlanga las llaves de las oficinas, talleres, despensas, etc. y entrega los libros contables.
En las primeras horas del día 3 de julio, la población toma conocimiento de la medida a través de un bando firmado por Bucarelli en el que comunica la real decisión, intimando, bajo pena de muerte, a la población para que no tome contacto con los jesuitas ni critique la medida adoptada, aclarando, por último, que aquellos que tengan deudas con los Padres deben declararlas dentro de los tres días. A las once de la mañana del día 3 de julio los jesuitas abandonan el Colegio.
Está claro por qué dilatan Bucarelli y sus subordinados la creación de la Junta de Temporalidades por más de dos años, espacio durante el cual manejan los cuantiosos bienes que han pertenecido a los Jesuitas sin ningún control.
La urgencia de que Buenos Aires cuente con una casa de estudios superiores hace que se piense en traer desde Córdoba la Universidad creada en 1614, pero ante la protesta de los cordobeses, el proyecto no se concreta.
Por entonces Vértiz es designado gobernador y, entre sus primeras medidas, se dedica a estructurar un establecimiento educativo, contando con los elementos confiscados a los jesuitas. Ello lo lleva a presentar un proyecto de creación de un convictorio y universidad, utilizando el inmueble que fuera del Colegio Grande. La Junta de Temporalidades aprueba la creación en base a sendos dictámenes emitidos por el Cabildo Secular y el Cabildo Eclesiástico. Nace así el Real Colegio de San Carlos, el que recibe este nombre en homenaje a Carlos III y que es inaugurado en febrero de 1772.
Vértiz es elevado al rango de Virrey y, en noviembre de 1783, sobre la base del Real Colegio de San Carlos, crea el Real Convictorio Carolino. Será rector de este último un ahijado de Vértiz, Luis José Chorroarín, egresado del Colegio. El Convictorio funciona hasta 1806, cuando sus aulas deben ser transformadas en cuartel ante la primera Invasión Inglesa.
El Convictorio funciona bajo estrictas normas impuestas por el mismo Virrey. Para ingresar el propio Vértiz debe dar la autorización, se debe saber leer y escribir, tener una edad mínima de diez años y “ser cristiano limpio de toda mácula y raza de moros y judíos”. Pero hay becas y éstas son para los hijos de pobres honrados y de militares. Se impone una posición preponderante de las prácticas religiosas dentro del plan de estudios –se debe asistir a misa antes de comenzar las clases, confesarse como mínimo una vez por mes y, los domingos, realizar ejercicios espirituales– y una rígida disciplina, en la que los castigos son muy severos, usándose el cepo, grillos y azotes. Por supuesto, dentro de este panorama, el estudio más importante es la teología. Es de hacer notar que en 1778 se permite al alumnado el uso de la biblioteca que había pertenecido a los jesuitas, pero ello es acompañado de un mayor rigor disciplinario.
Manuel Moreno, al realizar un análisis de la vida y obra de su hermano Mariano, comenta que “los alumnos llevaban una vida monástica, son educados para frailes y clérigos y no para ciudadanos”.
Y aun cuando el Colegio adolece de estos males propios de la época, en él se educa la generación de Mayo. Seis de los nueve integrantes de nuestro primer Gobierno patrio pasan por sus aulas: Saavedra, Moreno, Paso, Belgrano, Castelli y Alberti.
Hay muchos alumnos de aquella época que alcanzan destacada actuación; recordemos entre otros a Esteban de Luca, Juan Cruz Varela, Valentín Gómez, Domingo French, Feliciano Chiclana, Bernardo Monteagudo, Manuel Dorrego, Hipólito Vieytes, Tomás Guido, Nicolás Rodríguez Peña, Antonio Balcarce, Francisco Laprida, Juan M. de Pueyrredón, Vicente López y Planes, etc.
Aquellas disposiciones de Vértiz también contemplan unas vacaciones, por un período no mayor a dos meses, “en cuyo tiempo irán a la casa de campo del colegio”. Esta casa de campo es una chacrita que había sido propiedad de los jesuitas. Héctor Ottonello, que fuera rector del Colegio, realiza un detallado estudio de los títulos de esta propiedad, llegando a establecer que esta chacra llega hasta la actual población de Ciudadela, en el hoy municipio de Tres de Febrero; algunas de las travesuras de los colegiales en esos períodos son narradas por Miguel Cané en su libro Juvenilia. Finalmente, y como consecuencia de la epidemia de fiebre amarilla en 1871, la parte principal de la chacra se destina a cementerio municipal, ocupando la primitiva capilla el solar donde se hallaba la casa de campo. A su alrededor se van levantando algunos ranchos que originan los barrios de Chacarita y Colegiales.
En 1806 y 1807, se producen las Invasiones Inglesas durante las cuales muchos alumnos del Colegio toman las armas, lo que los lleva a continuar la carrera militar, abandonando los estudios; el mismo Colegio es cuartel del Regimiento de Patricios, que está al mando de un ex alumno: Cornelio Saavedra. Y también es escenario del Motín de las trenzas, el 7 de diciembre de 1810, cuando el comandante del cuerpo, Manuel Belgrano –otro ex alumno– obliga al corte de las trenzas usadas por los soldados.
La Asamblea del Año XIII ordena fusionar el Colegio con el Seminario Conciliar, pero el ensayo no da buen resultado, tanto es así que en 1817 el Director Supremo, Juan Martín de Pueyrredón decide organizar el Colegio de la Unión del Sud, que quedará habilitado un año más tarde. En él se enseñarán lenguas vivas (francés, italiano e inglés) y ciencias naturales, cuya enseñanza estará a cargo del sabio francés Aimé Bonpland.
Poco después, en 1821, se crea la Universidad de Buenos Aires, proyecto impulsado por los ministros Esteban de Luca y Bernardino Rivadavia y cuyo primer rector será Antonio Sáenz, todos ellos ex alumnos del San Carlos. Se la ubica en la misma manzana donde hoy se levanta el Colegio, en la que también se encuentran la Sala de Representantes, la escuela de dibujo, la Biblioteca pública, el Archivo General y el Tribunal de Cuentas. Ello lleva a El Argos a denominarla “Manzana de las luces”.
Dos años más tarde, en 1823, y por entonces bajo la protección de la flamante Universidad, se transforma en Colegio de Ciencias Morales. Bajo la influencia de Rivadavia, que pretende darle al nuevo Colegio un carácter nacional, se otorgan becas a hijos de “ciudadanos beneméritos” del interior.
Ello permite que se incorpore el tucumano Juan Bautista Alberdi y Sarmiento lamente en su Recuerdos de provincia que la suerte no lo favoreció.
Pero, dificultades económicas y el alejamiento de Rivadavia hacen que el gobernador Viamonte fusione el Colegio con el de Estudios Eclesiásticos. Sin embargo, este intento durará poco tiempo, ya que es disuelto en setiembre de 1830.
En esta etapa se forman en el Colegio varios de los inspiradores de la Constitución de 1853, recordemos entre ellos a Marco Avellaneda, Antonio Aberastain, Juan B. Alberdi, Esteban Echeverría, Miguel Cané (padre), José Mármol, Carlos Tejedor, Marcos Paz, etc.
Llegaría la época rosista, en que el Colegio es dirigido por jesuitas, los que poco más tarde son expulsados por razones políticas y, luego de Caseros, vuelve a ser cuartel.
También pasa por su rectoría el francés Alberto Larroque, quien posteriormente sería famoso rector del Colegio de Concepción del Uruguay.
Tras la caída de Rosas, en 1852, en varias provincias se realizan intentos para establecer un sistema educacional propio, siendo de destacar en este caso el Colegio San Miguel de Tucumán, que llega a ser regenteado por Amadeo Jacques. Por entonces –1854– el gobernador Pastor Obligado restablece el Colegio, ahora bajo la denominación de Colegio Eclesiástico, y lo pone bajo la dirección del canónigo Eusebio Agüero. Su personalidad es descrita por Cané y Tobal a través de sus obras, siendo ellos mismos, junto a Octavio Bunge, Dominguito, el hijo adoptivo de Sarmiento y el doctor Juan Argerich, alumnos de aquella época.
En 1862, asume la presidencia de la Nación Bartolomé Mitre y pone en práctica su proyecto de crear un plan pedagógico. Por entonces, sólo los Colegios Monserrat (de Córdoba) y el de Concepción del Uruguay dependen del poder central. Mitre dispone ordenar la educación con sentido nacional, para lo cual el 14 de marzo de 1863 dicta el Decreto Nº 5447, refrendado por el ministro Eduardo Costa, por el que, tomando como base el Colegio Seminario y de Ciencias Morales, se crea una casa de educación científica y preparatoria que se denomina “Colegio Nacional”.
En el mismo Decreto se establece que “el curso de enseñanza durará cinco años y sus títulos serán válidos en las Universidades del país a fin de ingresar a estudios mayores.”
El Colegio estará administrado por un Rector, un Director de estudios y cinco profesores que dictarán todas las cátedras.
Asimismo, se determina que por cuenta del Colegio podrán educarse hasta cuarenta niños pobres de todo el país, pero también se agrega que para ingresar deberá el alumno leer y escribir correctamente y conocer las cuatro operaciones fundamentales.
En mayo de 1863, al abrirse las sesiones del Congreso, Mitre hace la presentación oficial; un año más tarde Mitre crea los colegios nacionales de Catamarca, Tucumán, San Juan, Mendoza y Salta, iniciando una política que será proseguida por Sarmiento y Avellaneda.
En 1864, asume la dirección del Colegio Amadeo Jacques quien, en poco tiempo, impone un fuerte cambio. Nacido en 1813 en París, llega a Montevideo en 1852 y, ya en nuestro país, se dedica a estudios geográficos en el noroeste. Al llegar a Tucumán, donde contrae enlace, el gobernador Agustín de la Vega le ofrece la dirección del Colegio San Miguel, tarea que desarrolla a satisfacción entre 1858 y 1862, aun cuando debe hacerlo en medio de grandes dificultades.
Y fue Marcos Paz –amigo de Jacques y vicepresidente de la Nación– quien lo recomienda a Mitre. Desde la rectoría del Colegio Nacional pone en práctica un plan de estudios que hace que el bachillerato sea algo similar a un grado universitario inicial, a la vez que sugiere que este ciclo tenga mayor duración que los cinco años que se le asignó al comienzo.
Es por entonces cuando pasa por el Colegio Miguel Cané, quien plasma en las páginas de Juvenilia las travesuras del internado, la personalidad de profesores y compañeros, legándonos un vivo retrato del periodo 1863-1868.
La disciplina por entonces es dura. Persiste el uso del calabozo y los alumnos se fugan frecuentemente, estando encargado de la represión el vicerrector José Torres. Recordemos que el propio Cané cuenta su expulsión por organizar una conspiración contra éste. Jacques fallece en octubre de 1865, ocupando su lugar Alfred Cosson, quien dirige los destinos del Colegio hasta 1876, cuando se suprime el internado.
Siendo rector José Manuel Estrada, en 1877, en el célebre patio de arena que los alumnos utilizan para esparcimiento se realiza la primera Exposición Industrial de la República, inaugurada por el presidente Avellaneda y el gobernador de Buenos Aires, Carlos Casares, el 15 de enero de ese año.
En 1881, se nacionaliza la Universidad, quedando el Colegio a cargo de los estudios preparatorios; se sucede, por aquellos tiempos, una serie de actos de indisciplina, se politiza el accionar del alumnado y se llega, incluso, a constituir un comité dentro del Colegio que edita un periódico, cuya dirección comparten los futuros dirigentes radicales Mario Guido y José Tamborini.
En 1902, es rector Enrique de Vedia y bajo su rectorado empiezan a elaborarse los planes de reedificación del Colegio, ya que sus instalaciones comienzan a ser insuficientes para las necesidades en aumento de la enseñanza a comienzos del siglo XX.
Se le encargan los planos del nuevo Colegio al arquitecto francés Norbert Auguste Maillart, quien también realiza los correspondientes al edificio del Correo Central y de los Tribunales; el nuevo edificio es diseñado dentro de los lineamientos del neoclasicismo francés y se aprovecha que la tecnología del hierro se halla muy difundida, por lo cual se usa un sistema estructural mixto: carcasa de mampostería de ladrillo en el exterior y vigas y columnas en el centro.
Por aquellos tiempos va evolucionando la técnica del hormigón armado, que a la postre termina por reemplazar a las estructuras de acero; el Colegio Nacional continúa ampliando sus instalaciones y esta nueva tecnología, en la década del veinte, se usa para completar el edificio.
Cuando se realizan las excavaciones para el nuevo edificio se encuentra una gran cantidad de huesos humanos. Estas osamentas, que se deshacen al más ligero contacto, se encuentran de a veinte esqueletos por metro cuadrado, lo que hace presumir que son restos del cementerio que antaño existió adjunto al templo de San Ignacio.
Crecen por entonces las necesidades educativas de una ciudad en permanente desarrollo y el Colegio Nacional es el eje sobre el que se crean cuatro secciones: la Sud (nacimiento del Colegio Nacional B. Rivadavia), la Norte (que dará origen al Colegio Nacional Sarmiento), la Oeste (comienzo del Colegio Nacional Mariano Moreno) y la Noroeste (antecedente del Colegio Nacional N. Avellaneda). Ello genera que, por una razón geográfica y de orden jerárquico, sea llamado Colegio Nacional Central, aunque es de aclarar que esta denominación nunca existió oficialmente. Pese a ello, en 1905, y en ocasión de erigirse el monumento a Echeverría, se acuña una medalla conmemorativa con la leyenda Colegio Nacional Central de Buenos Aires – Rectorado Vedia.
A mediados de 1907 se incorporan por decreto a las Universidades de La Plata y Córdoba, los respectivos Colegios Nacionales. En Buenos Aires ocurre lo propio con el Colegio Nacional, al que se agrega el Instituto del Profesorado Secundario. Si bien en los dos primeros casos estas incorporaciones son aceptadas, el Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires solicita mayores atribuciones, tales como las de organizar y designar personal, modificar los planes de estudio agregando un sexto año, etc. Por todo ello en octubre de 1907 se suspende esta anexión.
El doctor Eufemio Uballes, rector de la Universidad, insiste en la incorporación del Colegio Nacional a la esfera universitaria, logrando con ello que un ex-alumno, el Dr. Roque Sáenz Peña, en noviembre de 1911, decrete la anexión con todo el personal, edificio, laboratorios, gabinetes y demás materiales de enseñanza. Esta incorporación se concreta el 1 de enero de 1912.
Pero la anexión no conforma a todos; el rector Enrique de Vedia, tras manifestar su oposición, renuncia, sucediéndolo Eduardo Otamendi, que era hasta entonces vicedirector. Al quedar libre el cargo que ocupara Otamendi, es designado un joven profesor de Ciencias Naturales, Juan Nielsen, que había sido alumno del Colegio.
Nielsen, nacido el 10 de marzo de 1880, fue un alumno ejemplar, se desempeña como celador y luego como ayudante de trabajos prácticos en el laboratorio de historia natural, a cuyo frente se halla Luis Agote. Obtiene seguidamente una serie de títulos, honores y funciones y será doctor honoris causa en 1924, designado por la Universidad de Buenos Aires. Pero antes, en 1909, sería profesor suplente del Colegio, en 1911 profesor titular y en 1912, vicedirector para, en 1924, ante la jubilación de Tomás Cullen, ser director. Cuenta por entonces con cuarenta y cuatro años y, tal como lo revela el homenaje que se le tributa, ya es el maestro, el sabio, el hombre ejemplar.
Toma la dirección del Colegio y le imprime aquel ambiente que quedará para siempre asociado a su recuerdo, lo que llevaría a que muchos lo llamaran el Colegio de Nielsen.
Mientras tanto continúan las obras del edificio, las que concluirán recién en mayo de 1938. Asisten a su inauguración el Presidente de la República Roberto Ortiz, el vicepresidente Ramón Castillo, el Ministro de Instrucción Pública Jorge Coll, el Rector de la Universidad Vicente C. Gallo y todos los decanos de las distintas facultades.
Nielsen continúa infatigable, dentro de ese espléndido escenario arquitectónico, con sus planes de mejoramiento. Obtiene que el profesor Nicolás A. Avellaneda, hijo de quien fuera Presidente de la Nación, done un órgano “como hay pocos en el país”, nos dice Marco Denevi en su biografía de Nielsen, el que se instala en el Salón de Actos Manuel Belgrano.
El Colegio se anexa a la Universidad por la Ley 10.654, según un proyecto que presentara el doctor Luis Agote, entonces diputado, en 1919.
Años más tarde, el Rector de la Universidad, Ricardo Rojas en un discurso que pronuncia en el Colegio el 12 de agosto de 1926, lo llama “el Colegio de la patria”. Y ello encierra una definición que creemos acertada, si vemos la alta proporción de hombres eminentes que pasaron por sus aulas: recordemos a los ex presidentes Carlos Pellegrini, Roque Sáenz Peña, Marcelo T. de Alvear, José Félix Uriburu y Agustín P. Justo, el presidente paraguayo Juan Bautista Egusquiza, los premios Nobel Bernardo Houssay y Carlos Saavedra Lamas, los científicos Luis Agote, Ángel Gallardo, Salvador Mazza e Ignacio Pirovano; literatos como Baldomero Fernández Moreno, Macedonio Fernández, Rafael Obligado, Ricardo Güiraldes, Enrique Larreta, Lucio V. López, Calixto Oyuela y personajes públicos como Aristóbulo del Valle, Pedro Goyena, José Ingenieros, Ernesto Quesada, Nicasio Oroño, Belisario Roldán, José León Suárez, Norberto Piñero, Juan B. Justo, Alfredo Palacios, Nicolás Repetto, Marco Denevi, etc.
El Colegio es visitado por distinguidos personajes del mundo; por su Salón de Actos pasan conferenciantes y concertistas, entre otros Albert Einstein, Ramón Ortega y Gasset, Getulio Vargas, y hasta el dúo Gardel-Razzano.
Con relación a la conferencia brindada por Einstein en 1925, se cuenta que mientras el descubridor de la teoría de la relatividad diserta, un profesor del Colegio, Julio Rey Pastor, lo interrumpe para rebatirle una fórmula. Einstein admite que se ha equivocado y le da la razón a Rey Pastor.
Nielsen fallece en 1941, viviendo hasta su deceso dedicado plenamente al Colegio.
Enumeremos algunos hitos importantes de entonces: en agosto de 1934, se funda la Asociación de Ex Alumnos y, durante el rectorado de Nielsen, se dejan en funcionamiento el gimnasio, el natatorio cubierto y el campo de deportes ubicado en Puerto Madero.
Tras la revolución del 6 de junio de 1944, el Colegio ve modificado su nombre una vez más: entonces pasa a llamarse Colegio Universitario de San Carlos. Este nombre dura poco, ya que la denominación original de Colegio Nacional de Buenos Aires es restituido en abril de 1945.
A partir de 1956 aparecen en el plantel de profesores las primeras mujeres y, tres años más tarde, se quiebra una tradición centenaria con el ingreso de alumnas, dejando de ser el viejo Colegio un exclusivo reducto masculino.
En la actualidad el Colegio cuenta con un microcine, una biblioteca y un observatorio astronómico; también se dictan en sus instalaciones cursos gratuitos de periodismo, escultura, astronomía, aikido, música, idiomas, video, fotografía, teatro y tango.
En nuestros días son 400 los profesores, mientras que en los tres turnos concurren unos 2500 alumnos, a los que se deben agregar otros 1500 que realizan el curso de ingreso.
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Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año VIII – N° 45 – marzo de 2008
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: ARQUITECTURA, Edificios destacados, Escuelas y colegios,
Palabras claves: Ignacio Perera, Jesuitas, expulsión, Manzana de las luces,
Año de referencia del artículo: 1900
Historias de la Ciudad. Año 8 Nro45