Durante más de noventa años dio su impronta a una zona de la ciudad que vino a tener todos los rasgos propios de un barrio.
El nacimiento de un barrio
A mediados del siglo XIX, la ciudad vieja avanzaba no mucho más allá de la plazuela del Once de Septiembre y a la vera del Ferrocarril del Oeste, llegaban las edificaciones hasta el pueblo de Flores. El Abasto era una zona de grandes quintas -resto de chacras coloniales o de la parcelación irregular del antiguo ejido- suburbio apenas poblado que se identificaba por los nombres de los primitivos ocupantes y propietarios, vacíos hoy de contenido histórico y afectivo. Allí transcurrieron las vidas ignoradas de muchos laboriosos chacareros que proveían de hortalizas, legumbres, leña y forrajes a la ciudad.
Entre todas las quintas que rodeaban al terreno destinado más tarde a Mercado, tal vez la más importante fuera la perteneciente al prestigioso cónsul de los Países Bajos don Juan Jorge Vermoellen, destacada por la gran cantidad de plantas y árboles exóticos, quien en plena época de Rosas se daba el lujo de contradecir los rojos oficiales del Restaurador, pintando de verde sus puertas, ventanas y bancos, lo que no impedía que Rosas y su hija Manuelita frecuentaran sus jardines.1
Por esa época, muchas quintas se vendían a precios irrisorios, por lo que la mayor renta y la venta más productiva la daban los fraccionamientos en lotes, previo trazado de calles que debían ser donadas a la Municipalidad. Los rematadores pregonaban que se trataba de “terrenos para pobres”, que se vendían “sin base y por lo que den”, con “escrituras gratis” y alguno que otro lote adjudicado por sorteo, luego de los consabidos asados, “allí donde está la banderita”. Este sistema era resistido por muchos viejos quinteros, que sospechaban que esos “caminos abiertos por todos lados” significaban el avance de extraños que invadían los sembrados, depredaban los árboles frutales y pronosticaban su desaparición a corto plazo.
Allá por 1875, los hermanos Devoto, inmigrantes genoveses que habían realizado con éxito en el país grandes emprendimientos comerciales, decidieron invertir en los alrededores de Buenos Aires, no muy cerca ni muy lejos del centro. Uno de los lugares elegidos, lo constituían dos fracciones de quinta que estaban en venta, la de las familias Nogueras y Aráuz, con frente al bulevar Corrientes y rodeadas de los terrenos de Huergo, Vidal, Cascallares y la florida quinta de Vermoelen.
La sociedad de los hermanos Devoto, con gran visión de futuro, adquirió parte de estos terrenos y en 1886 erigió allí las instalaciones de una cancha del “gioc da pallon”, juego de paleta preferido de los habitantes del norte de Italia, a cuya inauguración se dice que concurrieron el presidente Roca y su sucesor Miguel Juárez Celman.
Los Devoto especularon con la noticia de la demolición del antiguo Mercado Modelo para valorizar sus tierras, incursionando, entre otros emprendimientos en el siempre rentable rubro del Abasto. Perspicaces capitalistas no querían quedar fuera del negocio y anunciaron la instalación de su establecimiento en las inmediaciones.
Fue entonces cuando enormes cartelones callejeros y llamativos volantes difundieron la noticia de “sensacionales remates” en la zona donde se instalaría un gran mercado. En un principio, muchos inversores y habitantes del centro, recelaron. La experiencia en este tipo de subastas era bastante negativa. Muchos sabían que los rematadores mentían descaradamente con rebuscados argumentos: “Señores, quien no aproveche esta ocasión estupenda es porque ha perdido los sentidos o prefiere vivir esclavizado a las órdenes de iracundos caseros”, o cuando resaltaban que se trataba de un “lugar de gran porvenir”. Y los domingos bajo una amplia carpa coronada de innumerables banderitas rojas, centenares de obreros y empleados, seducidos por la inflamada verba de los subastadores, ofertaban por el lotecito que habría de independizarlos de toda expoliación. El sol contribuía junto con el verdor de los pastos para la puja. Pocas semanas después, las antiguas quintas eran invadidas por una entusiasta legión de improvisados albañiles que trabajando en domingos y otras fiestas, erigían sus casitas, sin un árbol que las amparase del castigo solar. Muy pronto cundía el desaliento, los terrenos apenas deslindados, sin cercos ni veredas, estaban aislados en la más horrible orfandad edilicia. Faltaba el alumbrado público y al llover, los terrenos y las calles de tierra apenas insinuadas, se tornaban un pegajoso e inaccesible fangal.
No obstante estas prevenciones y malas experiencias, en el Abasto hubo bastantes inversores, aunque muchos se abstuvieron de participar pues la ubicación no terminaba de convencer; la zona seguía siendo considerada marginal.
El gran argumento de venta era la instalación en el lugar del “Gran Mercado Devoto” o “Mercado El Proveedor” o el moderno “Mercado de Abasto Proveedor”, presentado en toda la publicidad como “el mejor de su género de Sudamérica”, que estaba construyéndose y que por esas cosas del destino -llámense negocios, inversiones, especulaciones o como sea- ya no pertenecía a los Devoto sino a una nueva sociedad anónima que les había comprado todos los derechos.
Esta transformación urbanística incluyó también la aparición de un nuevo medio de progreso: el tranvía a caballos, denominado vulgarmente “tramway”, que se instaló en 1887 por obra de don Federico Lacroze.
El tranvía significaba “vecinos nuevos” y conforme aumentaba la población de Buenos Aires, se duplicaba, triplicaba y quintuplicaba el avance de las construcciones. A principios del siglo XX, si bien se habían edificado allí las primeras casas de renta, no eran precisamente palacetes: el tipo de vivienda más difundido que proponía un estilo comunitario de vida para habitantes diversos fue el conventillo, donde convivían, con preponderancia itálica, las etnias más diversas: españoles, árabes, polacos, rusos y portugueses, entre otros inmigrantes del interior.
El establecimiento del nuevo Mercado de Abasto había cambiado todo ese reino de potreros, por un mundo bullicioso y desconocido, de tal modo que la avenida Corrientes comenzó a ser asiduamente transitada por aquellos que se llegaban hasta los terrenos de la antigua Chacarita.
Cuando se hizo oficialmente el anuncio de la inauguración del establecimiento, el valor de las propiedades subió. El mercado fue para el barrio del Abasto un polo de inversión incomparable; los lotes aumentaban de precio día a día. Se instalaban en la zona almacenes, fondines, cafés y el anhelo de duplicar o triplicar las inversiones se hizo realidad, por lo menos en el período 1886-1889.
Los antiguos pastizales, a los que acunaba el suave silbido del viento, se llenaron de ruidos, golpes, gritos, carros, coches y caballos que mantenían y alimentaban el creciente movimiento comercial. Las chatas de cuatro ruedas con un cadenero adelante transportaban cientos de bolsas; las jardineras, volantas y tílburis, llevaban al Abasto una población heterogénea que podía comprar a precios bajos, sin competencia, los artículos de primera necesidad y daban vida a los alrededores.
Y así surgió el “barrio del Abasto”, difundida denominación del habla cotidiana, que no aparece en ninguna nomenclatura oficial de barrios de Buenos Aires. Zona de contornos imprecisos, donde limitan los barrios de Balvanera y Almagro, con sus habitantes, tradiciones e historia, está vigente, sin embargo, en la memoria colectiva de los porteños.
El Abasto generó un microcosmos con una personalidad propia diferente de la de otros barrios de la ciudad. Un estilo de vida pintoresco, matizado por pequeños teatros, circos o garitos al margen de la ley, prostitución encubierta o pública, cafés, casas de comida, varietés de señoritas y comparsas carnavalescas, que recibió un notable impulso en 1928 al ser unido con el centro por una nueva línea de subterráneos a lo largo de la avenida Corrientes, con un desvío que llegaba hasta las instalaciones del mercado.
Este entorno tan particular fue motivado por la instalación de un mercado, cuya historia reseñaremos más abajo, sin dejar antes de señalar que en un radio de pocas cuadras, el Abasto ha concitado, históricamente, a personalidades y hechos de la cultura realmente notables.
En apretada síntesis nombraremos entre tantos y tantos que lo visitaron y transitaron o que escribieron sobre él, a Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Aníbal Troilo, Albert Einstein, el “Toro Salvaje de las Pampas”, Carlos Monzón, Aristóteles Onassis, el cine y el teatro nacionales, actores y actrices, autores y directores, los payadores, la bohemia intelectual, la literatura, las artes plásticas, el compadrito, el cómic, el tango y la figura mítica de Carlos Gardel.
Los hermanos Devoto y los orígenes del Mercado
La idea de concentrar en un mercado o edificio único toda la comercialización de frutas y verduras correspondió a los mencionados hermanos Devoto, –Antonio, Cayetano, Bartolomé y Tomás– que con largos años de trabajo en nuestro país, consiguieron reunir una cuantiosa fortuna, generando numerosos negocios en los ramos más diversos: importación y exportación de mercaderías, obras de salubridad, urbanización de tierras, agricultura, etcétera.
Propietarios de extensos terrenos en la parroquia de Balvanera, cuando tuvieron noticia del cierre del antiguo Mercado Modelo para destinar ese espacio a la ampliación de la Plaza Lorea, consideraron llegada la oportunidad de concretar su vieja idea de un lugar único para la comercialización de “todos los artículos de abasto que consume diariamente la población de esta capital”.
Así, en enero de 1889, el Consejo Deliberante concedió a la empresa Antonio Devoto y Cia, la autorización para construir en un terreno propio de 25.000 metros cuadrados, ubicado entre las calles Corrientes, Lavalle, Anchorena y Laprida, bajo la denominación de “Mercado Central de Abasto”, un edificio para la venta al por mayor y menor de todos los productos de abasto con exclusión de carnes y embutidos.
La empresa debía empezar la construcción del mercado a los tres meses de acordada la concesión y entregarlo al servicio público dentro de los 18 meses siguientes, bajo apercibimiento de una multa de $10.000 por el retardo. No se les garantizaba tampoco la exclusividad y la Municipalidad podía expropiarlo pagando su tasación y un veinte por ciento más de indemnización.
En estas circunstancias, los hermanos Devoto juzgaron conveniente para sus negocios colocar los terrenos en la perspectiva de su reventa, al tiempo que tomaron conocimiento de que, por su parte, un numeroso concurso de quinteros y productores estaba interesado en formar una sociedad similar, por lo que mantenían frecuentes reuniones sobre el particular.
En la fundación de esta nueva sociedad tuvo activa participación otro inmigrante genovés que merced a su dedicación y perseverancia, consiguió independizarse y formar una regular fortuna, ocupando un lugar destacado –como veremos– entre los miembros de la colectividad italiana.
Don Santiago Rolleri
El 18 de julio de 1850, en las postrimerías de la época de Rosas, llegaba a Buenos Aires un joven de veinte años, nacido en Chiavari en el seno de una humilde familia genovesa. Se llamaba Giacomo Rolleri y desde niño trabajó en el rudo y sacrificado cultivo de la tierra. Aquí se empleó durante dos años en una quinta y después se independizó alquilando por su cuenta una pequeña huerta en los suburbios. Durante el sitio de Lagos iba hasta San Fernando a vender sus productos.
Luego amplió su radio de acción cultivando una huerta más grande, mientras obtenía un puesto en el Mercado del Plata que atendió durante cuatro años. Abrió más tarde un negocio en Sarmiento y Carabelas, para establecerse tiempo después con una casa de importación. A pesar de la opinión contraria de la mayoría plantó vides en su quinta de Caballito, ubicada en José María Moreno y Rosario, logrando grandes progresos en el arte de la vitivinicultura en esta ciudad.
A principios de 1889 fue invitado a una reunión de productores a la que asistió sin conocer el motivo. Allí se enteró de que se trataba de constituir una sociedad anónima para la erección de un mercado de abasto proveedor. En principio se opuso a la idea y con franqueza expuso todas las dificultades del nuevo negocio, pero como la mayoría insistió, para no disgustar a sus amigos y complacer a sus hijos, entusiasmados con el proyecto, suscribió cierto número de obligaciones.
No obstante su oposición inicial, a la hora de votar, los miembros lo eligieron presidente de la flamante empresa. Así se fundó la denominada Sociedad Anónima Mercado de Abasto Proveedor con un capital inicial de un millón de pesos.
Habiendo cedido a la insistencia de los accionistas, Rolleri declaró que teniendo pleno conocimiento de las graves dificultades que debía vencer, si era el deseo de la mayoría se empeñaría en que el mercado se hiciera, cueste lo que costare.
Sin pérdida de tiempo puso manos a la obra y se conectó con los hermanos Devoto, quienes en diciembre de 1889 llegaron a un acuerdo para transferirles todos los derechos e incluso venderles los terrenos, cesión que fue aprobada por la Intendencia en los primeros días del año siguiente. Año crucial donde no tardarán en presentarse los obstáculos más imprevistos.
En efecto, la nueva sociedad anónima era una de las últimas creadas en aquel período de euforia que precedió a la crisis de 1890. Hubo entonces accionistas que habiendo suscripto diez mil pesos, no podían siquiera desembolsar quinientos. Todos, quien más quien menos, se encontraban en graves aprietos cuando se les reclamaba la cuota establecida en los estatutos.
El incansable presidente hubiera podido comprar todas las acciones a precios irrisorios, pero era un hombre de honor y cuando se las ofrecían, pagó siempre el valor desembolsado por los accionistas.
En esos críticos momentos se habló de suspender la obra e incluso de liquidar la sociedad, pero don Santiago se opuso categóricamente y siguió con mayor empeño los trabajos. La habilidad e inteligencia que puso en juego para hacer avanzar la obra fueron colosales, especialmente para allanar los graves obstáculos que iban surgiendo, demostrando poseer las dotes de un gran financista.
Por entonces, muchas sociedades se presentaban al gobierno pidiendo disminuir su capital. Rolleri, por el contrario, consiguió convencer a los socios de que convenía solicitar un aumento, por lo que el millón de pesos inicial fue elevado en medio millón más.
Así pudo habilitar en 1890, el mercado en galpones provisorios, mientras se iniciaban las obras de construcción del edificio definitivo.
Finalmente, el mercado fue terminado y con su funcionamiento se fueron extinguiendo las deudas; a principios de siglo los accionistas contaban ya con el doble del capital aportado.
Rolleri, alma mater de la sociedad, estaba secundado por el vicepresidente don Vicente Peluffo, otro inmigrante afortunado que con su hermano Angel había adquirido una estancia en Santa Fe. Don Vicente fue, con los años, consejero del Banco Municipal y fundador del Banco Popular Argentino.
Los otros integrantes del primer directorio no eran tampoco improvisados, algunos provenían del clausurado Mercado Modelo, con Emilio Devoto y Miguel Camuyrano como tesorero y secretario, respectivamente. Completaban la dirección Agustín Badaracco, Santiago Devicenzi, Fortunato Capurro, Diego Salvo, Félix Botto y Andrés Bignone.
Como vemos, el directorio original estaba integrado en su casi totalidad por personas de la colectividad italiana, con preponderancia de genoveses, lo que le otorgaba una especial cohesión y el mercado nació como una entidad exclusiva para el uso de agricultores y quinteros.
Cuando se inauguraron las obras del primer edificio, los accionistas rindieron un homenaje público de agradecimiento a Rolleri, por haber “levantado esta magna obra en época tan económicamente desastrosa como la presente”.
En los años siguientes, Santiago Rolleri, secundado por su hijo homónimo, tuvo activa participación en todas las iniciativas a favor de la inmigración itálica, colaborando económicamente en muchas obras de beneficencia. A fin de siglo, una publicación de la colectividad decía: “Es miembro del Consejo de Administración del Hospital Italiano y de la Casa de Repatriación y actualmente vicepresidente de la comisión edilicia del nuevo hospital. El gobierno de su patria lo condecoró con la cruz de Caballero de la Corona de Italia, distinción que con buen derecho ha venido a premiar a quien dedicó su vida entera al trabajo y a la beneficencia”.
El primer edificio
Al día siguiente de la apertura inicial, “La Prensa” expresaba: “Desde hoy queda librado al servicio público el gran Mercado de Abasto Proveedor, ubicado en una posición inmejorable, a sólo cuatro cuadras de la estación del Once de Setiembre, con el tramway rural que pasa por su frente y otros tramways en las calles laterales. Creemos excusado consignar que en la construcción toda de este gran mercado han sido aplicadas las más severas medidas de higiene. Existen en él todos los servicios indispensables: sótanos de gran capacidad para la conservación de las carnes y las legumbres; pisos impermeables, agua abundantísima que suministra un pozo semisurgente y una completa iluminación eléctrica”.
El monumental proyecto, fue construido en la manzana delimitada por las calles Corrientes, Lavalle, Laprida y Anchorena, bajo la dirección de dos ingenieros italianos, los hermanos Taglioni, utilizándose por vez primera grandes estructuras de hierro fabricadas por la firma Pedro Vasena, donde se fundieron las columnas, cañerías, vigas, etcétera. Con razón se pudo afirmar entonces que: “El mercado de Abasto es el máximo monumento de la industria argentina”, porque si bien existían otros edificios en los cuáles se había empleado el hierro, hasta ese momento, siempre había sido importado, pieza por pieza, de Inglaterra.
Un periódico italiano, al hacer un elogioso comentario del edificio se detiene especialmente en la cúpula octogonal, a la que califica como “di stile per cosí dire bramantesco”. Los arcos de hierro revestidos de vidrio “imitan aquellos de las logias o galerías del arquitecto de Urbino”. Su techo cónico culminaba en su centro con un faro octogonal.
La puerta principal de entrada sobre Corrientes estaba formada por dos pilastras sobre las cuales se apoyaba el triángulo del frontispicio. Un arco cerraba debajo las dos pilastras, y el espacio comprendido entre el techo y la luz del arco estaba cubierto por una vidriera compuesta de grandes cristales transparentes enmarcados en hierro.
Pasando la puerta, dos calles cruzándose en escuadra en el medio, bajo la cúpula, dividían el edificio en cuatro espacios cuadrados. Cada uno, a su vez, estaba compuesto por seis hileras de diez columnas que formaban cinco rectángulos con 240 columnas de hierro fundido. Dos calles eran exclusivas para el tránsito de los carros. En total eran 12 galerías de locales elevados sobre el pavimento con diez calles interiores cubiertas, más una que cortaba por la mitad el edificio. A su vez, cada galería estaba abierta por tres lados y emparedada detrás, mientras que cada calle cerrada al fondo por un portón cancel permitía salir a la vía pública.
En el momento de su habilitación, el 1° de abril de 1893, contaba con una superficie cubierta de 13.000 metros cuadrados que permitía recibir y almacenar hasta un millón de bolsas de verdura y legumbres. Se decía entonces que “200 carretas pueden descargar su mercancía simultáneamente”.
Años de expansión
Si con los años el entorno había cambiado, también dentro del mercado se hicieron necesarias diversas ampliaciones y reformas. En 1903 se había instalado un frigorífico que con los años sufrió diversas ampliaciones, una fábrica de hielo y más tarde un gran edificio destinado a depósitos, que agregó 3.500 metros cuadrados a la superficie original del mercado.
El incremento de las operaciones, había llevado a un aumento del capital. En 1908 era de 3,5 millones de pesos, lo que había motivado el año anterior, la creación de la sucursal Abasto del Banco de la Nación Argentina.
Cuando Rolleri cedió la presidencia a Vicente Peluffo en 1910, las ganancias superaban todas las expectativas de los accionistas.
En 1914, año del inicio de la Primera Guerra Mundial, se hace cargo de la presidencia don Miguel Camuyrano, ejerciéndola hasta su fallecimiento en 1940. Esta administración se caracterizó como la más progresista. No transcurrió un solo ejercicio sin que hubiera innovaciones o ampliaciones, como, por ejemplo, la compra de terrenos linderos instalando en ellos, entre otras novedades, un Anexo Minorista durante la crisis de 1929. Sin embargo, cada vez se hacía más necesario contar con un nuevo edificio más amplio, donde la sociedad pudiera realizar su labor con los mayores adelantos y espacios disponibles.
El directorio contrató sucesivamente los servicios de diferentes arquitectos cuyas propuestas no satisficieron. Más tarde llamó a un Concurso Público de proyectos que, incluso, llegó a entregar a los ganadores sus premios, pero ninguno fue concretado.
En 1926, los directivos del Mercado de Abasto tomaron contacto con un joven ingeniero de 29 años, José Luis Delpini, quien dos años después les sometió a consideración un nuevo y revolucionario proyecto de edificio. La propuesta era acorde con el gran cambio a nivel mundial de las concepciones arquitectónicas, apareciendo entre los nuevos materiales de construcción el cemento armado, que comenzaba a usarse con mayor frecuencia especialmente en edificios monumentales.
Al año siguiente los planos fueron presentados a la Municipalidad, y una vez aprobados se iniciaron los trabajos, que debían realizarse sin paralizar en ningún momento la actividad habitual del Mercado.
La piedra fundamental fue colocada el 10 de septiembre de 1931 y el 24 de mayo de 1934, se inauguró oficialmente la primera sección sobre la calle Corrientes.
La Memoria del Mercado de ese año señalaba que las nuevas obras “constituirán un modelo en materia de higiene, capacidad y conservación de mercaderías, al mismo tiempo que “un progreso edilicio digno de mención en nuestra ciudad y acorde con la categoría de primera fila en que puede colocarse nuestro mercado entre los establecimientos similares del mundo”.
El edificio del Mercado Viejo fue parcialmente demolido, pero del nuevo sólo se construyeron dos secciones del proyecto original, abarcando 12.000 metros cuadrados sobre Corrientes. Por lo tanto, coexistieron dos estilos diferentes en el mismo predio. Con sus cuatro plantas, cubrió una superficie total de 58.000 metros cuadrados, sobreviviendo sólo 9.,000 metros delas edificaciones antiguas.
El nuevo edificio mereció el Primer Premio Municipal de Fachadas en la Categoría A otorgado a los autores en 1937. La concepción del estudio de los ingenieros Delpini, Sulcic y Bes, contemplaba múltiples aspectos, especialmente los referidos a la higiene, eliminación de residuos, ventilación, circulación y accesos para el público. La complejidad del edificio supuso un notable desafío para los jóvenes profesionales, especialmente para el ingeniero Delpini, cuya obra culminaría en otros trabajos de envergadura, entre los que se destaca el estadio de Boca Juniors, contemporáneo del Mercado, en los que se utilizó también estructuras de hormigón armado.
La nobleza de los materiales empleados se puso a prueba en noviembre de 1952, cuando un voraz incendio iniciado en el segundo subsuelo se extendió durante tres días destruyendo parte del edificio y provocando la caída de mármoles y revestimientos.
Veintiséis dotaciones de bomberos combatieron el fuego, incentivado por la combustibilidad de los materiales allí almacenados y cuando fue sofocado, los sótanos quedaron inundados de agua hasta la altura de un metro.
El propio ingeniero Delpini se apersonó para dar instrucciones sobre la forma de combatir el fuego sin afectar las estructuras que resistieron esta dura prueba. Los daños fueron reparados y la obra volvió a lucir toda su belleza.
Cierre y transformación del Mercado
El 14 de octubre de 1984, el edificio del Mercado de Abasto fue desafectado de su actividad específica al crearse por ley un nuevo Mercado Central para Buenos Aires sobre la autopista Riccheri, en Tapiales. Cinco años más tarde, en 1989, se hubiera producido de hecho la caducidad de la concesión, que preveía una duración de cien años para la sociedad.
Sus instalaciones fueron clausuradas a partir del día siguiente, iniciándose desde de entonces una etapa negra en la historia del predio, signada por la quiebra de los sucesivos compradores. Para la realidad cotidiana del barrio, el edificio se convirtió en un monumento a la desidia y al abandono general. Inútil es decir cuánto se degradó el ambiente circundante y cuánto avanzó la paulatina desvalorización de los predios.
Faltaba la vida bulliciosa del mercado, ese movimiento que despertaba al barrio desde la madrugada. Algunos se alegraron prematuramente con su cierre, pensando en un transcurrir tranquilo y silencioso de los días. Pero el pesado manto de silencio que cubrió la zona no indicaba precisamente tranquilidad. El viejo Abasto y su área circundante no estaban solitarios, poblados por algunos recalcitrantes y memoriosos vecinos, se nutrieron de habitantes nuevos, marginales en su mayoría, que tomaron y ocuparon las casas linderas.
Numerosos proyectos y especulaciones se realizaron en torno a este tradicional edificio, desde convertirlo en un centro cultural o en sede del Archivo General de la Nación, hasta su adquisición por la empresas Interterra S.A. y El Hogar Obrero que en 1987 propusieron mantener sus estructuras originales y levantar allí un shopping center denominado “Centro Integral Cooperativo El Abasto”. La quiebra de aquella institución cooperativa echó por tierra todos estos proyectos y el lamentable abandono en que entró el predio, contagió su degradación al entorno.
En 1996 dos empresas IRSA de Argentina y Parque Arauco de Chile, unidas bajo el nombre de S.A.M.A.P. (Sociedad Anónima Mercado Abasto Proveedor) se asocian para un extraordinario proyecto de transformación, revalorizando el edificio con nuevos emprendimientos. Producto de ello fue el actual Shopping Abasto, que conservó la fachada y gran parte del edificio, declarado Monumento Histórico Nacional. Con ello se jerarquizó el barrio con un reciclaje total del mismo, que incluyó la construcción de cuatro impresionantes torres de viviendas linderas, un museo interactivo para niños, doce salas de cine y atractivos negocios. Y sobre todo, preservando lo esencial de un edificio que es una verdadera joya del diseño urbano, digno referente de un período irrepetible de la arquitectura argentina.
Notas
1 Sobre el particular, ver el excelente artículo de Carlos Rezzónico sobre “La quinta de Juan Jorge Vermoellen” en “Historias de la Ciudad”. N° 19.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año IV N° 21 – Junio de 2003
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Categorías: ARQUITECTURA, Mercados, Comercios, VIDA SOCIAL,
Palabras claves:
Año de referencia del artículo: 1908
Historias de la Ciudad. Año 4 Nro21