“También al pobre tiéndele tu mano para que tu bendición sea perfecta”. (Eclesiastes 7-32)
“Las sociedades que olvidan la suerte de sus padres están condenadas a ser siempre pobres. El medio de enriquecerse es cuidar a los pobres…” (José R. Hernández)
Transcurría enero de 1944. Más precisamente el día 5, víspera de la fiesta de Epifanía de los Reyes Magos. El año anterior había terminado mis estudios secundarios. A través de una gestión del colegio, hice todos los trámites necesarios para ingresar en el Banco Municipal de Préstamos. Con el entusiasmo propio de un joven de 17 años, me presenté en la institución. Fui destinado a la sucursal 7, en Corrientes y Jean Jaurés, un barrio bien porteño, el de Carlos Gardel y el mercado de Abasto; calles de tango y trabajo, susurros de noche y griteríos de madrugada y, en esa avenida, muchos bancos oficiaban como los del mercado aledaño, de puestos de dinero, con sus depósitos y sus créditos y, entre todos ellos, estaba el mío, el Municipal de Préstamos.
Creí que ingresaba a trabajar en un banco, de acuerdo con lo que yo había estudiado, para intervenir en operaciones financieras, cheques, cuentas corrientes, cajas de ahorros, títulos públicos, pagarés, descuentos de documentos… y, de repente, me encontré en la “pista”, atendiendo a gente encerrada en unas casillas de madera, que colocaban en un mostrador planchas eléctricas, pavas y cacerolas, radios y muñecas, floreros y juegos de platos y, al día siguiente, en otro sector, trajes de hombre, vestidos de mujer, tapados y sobretodos y, más adelante, recibía anillos y colgantes, cadenitas y pulseras de oro, plata con piedras preciosas y brillantes y diamantes. Había otros empleados que los valuaban con ojo clínico, yo que ofrecía lo que tasaban, un compañero que tipeaba un documento que llamaban póliza, un cajero que pagaba y yo, allí, sorprendido, asustado, entusiasmado, entristecido, confundido, respondiéndoles a los clientes. “¿Y nada más que esto me dan?”, “¿puedo empeñar esto?”, “¿puedo rescatarlo mañana?”, “¿no me lo rematarán?” Y todas estas palabras nuevas que repicaban en mis oídos: empeñar, rescatar, rematar, y esa gente, casi siempre humilde con sus ropas y sus implementos domésticos y los otros, de clase media, con sus alhajas y joyas, y esos depósitos, donde se guardaban perfectamente alineados los objetos más diferentes que podía imaginar y el interrogante que me acosaba permanentemente: “¿dónde entré a trabajar?”, “¿es esto un Banco?”, “¿verdaderamente es esto un Banco?”.
Con esta inquietud comencé a averiguar, a preguntar, a analizar y entonces conocí algo de la historia de mi lugar de trabajo, historia que seguí estudiando, examinando, viviendo durante todos los años de mi estadía en esa entidad, de la que llegué a ser Gerente General.
************
La historia del viejo Montepío se inició a principios del siglo XV, en Europa. En esa época, con la expansión del comercio, la apertura de nuevas rutas marítimas y el hallazgo de diferentes fuentes de riquezas, sumadas a la codicia y la ambición de navegantes bucaneros y mercaderes, comenzó a florecer una nueva manera de lucrar: la usura.
Shakespeare relató en su famosa obra El mercader de Venecia las diversas trampas, a veces crueles, que utilizaban los prestamistas para resguardar su dinero. Uno de ellos exige como garantía una libra de carne de su cliente, si el pago no se efectúa en la fecha convenida y éste se salva porque el convenio no estipulaba que debía derramarse sangre.
Los primeros montepíos o montes de piedad fueron establecidos en Italia por los padres franciscanos; fray Bernardino de Feltre y fray Angel de Chivasso, herederos de aquel Francisco de Asís, que siendo de clase pudiente se despojó de todos sus bienes y oropeles para servir a sus hermanos. San Francisco fue el precursor con su amor a sus semejantes, del viejo montepío. Entonces, ante esa situación, la Iglesia declara en el Concilio de Letrán
“de utilidad pública la existencia de los primeros establecimientos surgidos para combatir la usura”.1
Quienes necesitaban dinero, en vez de caer en las azarosas maniobras de los prestamistas, se limitaban a dejar en prenda objetos y elementos rescatables.
El Concilio de Trento también aprobó la implantación de estos establecimientos y, posteriormente, una bula papal, en el año 1551, ratificó esta actitud. El ejemplo cundió por toda Europa y pronto los montes de piedad existieron en Génova, Venecia, Nápoles, los puertos del sur de España, localidades de Francia y pueblos y villas de Alemania.
El hombre, el pobre, la dignidad humana
La historia, la existencia, la evolución y, en síntesis, la vida del viejo montepío en todo el mundo está enraizada y puesta al servicio del hombre y su dignidad, de ese hombre que, a través de los siglos, fue libre y esclavo, ilustrado e ignorante, santo y pecador, violento y pacifista, diligente y perezoso, creativo y abúlico, gigante y enano; ese hombre trabajador, intelectual, profesional, técnico, obrero, pastor, agricultor, campesino; ese hombre de la gran ciudad o de la villa escondida, ese hombre que labora en el gabinete biológico y en el socavón de una mina, que levanta un edificio y que extrae una red repleta de peces; ese hombre fuerte y frágil, soñador y realista, casado y soltero, con familia y solitario.
Y esa relación constante, permanente entre el montepío y el hombre, tiene desde su origen, un perfil esencial; el pobre, las clases más humildes, las más necesitadas, las más indefensas ante y en la sociedad.
El montepío porteño
En la Argentina fueron numerosos los establecimientos particulares que efectuaban operaciones pignoraticias. Sin embargo, la codicia de sus dueños colocaba las más de las veces verdaderos garfios en el patrimonio de los deudores, por lo cual se decidió crear un organismo oficial con el control del Estado para resolver esa situación.
Las leyes y los nombres
El 17 de octubre de 1877 fue promulgada la ley 1129 por el gobernador Carlos Casares, cuyo texto es el siguiente:
“Artículo 1.- Autorízase al Poder Ejecutivo para fundar en esta ciudad un establecimiento de préstamos sobre prendas, denominado “Monte de Piedad de la Provincia de Buenos Aires”.
Artículo 2.- El Banco de la Provincia abrirá un crédito en cuenta corriente a interés mutuo al establecimiento Monte de Piedad, hasta la suma de doscientos mil pesos fuertes o cinco millones de pesos m/c.
Artículo 3.- La Administración del Monte de Piedad hará uso de este crédito en las cantidades que crea necesarias para atender su marcha.
Artículo 4.- La Administración del Monte de Piedad, estará a cargo de un Gerente y un Consejo Consultorio, compuesto de cinco miembros nombrados por el Poder Ejecutivo con acuerdo del Senado.
Artículo 5.- El reglamento interno del Monte de Piedad, será preparado por el Consejo de Administración del mismo y aprobado por el Poder Ejecutivo.
Artículo 6.- Para reembolso de los préstamos de plazo vencidos, queda autorizado el Directorio del Monte de Piedad para ordenar la venta extrajudicial de las prendas, en remate público.
Artículo 7.- Desde la promulgación de esta ley deberán cerrarse todos los establecimientos de este género que no estén autorizados por las Municipalidades en la Provincia; y dentro de los doce meses siguientes quedarán cerrados todos los que tengan autorización en la capital.
Artículo 8.- Los contraventores a lo dispuesto en el artículo anterior, sufrirán una multa de mil pesos fuertes por la primera vez, y de dos mil por la reincidencia.
Artículo 9.- Si más adelante algunas ciudades de la Provincia exijieren un Monte de Piedad por medio de sus Municipalidades, el Poder Ejecutivo, previo los informes que estime conveniente, proveerá a su reglamentación.
Artículo 10.- Comuníquese, etc.” 2
Hacia fines de 1883 fue inaugurada la primera sucursal del Monte de Piedad en San Nicolás de los Arroyos. Durante los primeros meses de 1884 se instalaron otras dos dependencias más en Dolores y Mercedes. Pero estas sucursales no dieron el resultado esperado y el 9 de julio de 1884 el Poder Ejecutivo generó un decreto por el cual se dispuso la clausura de dichas filiales.
La estructura de la nueva organización sufrió las primeras dificultades financieras y la carencia de fondos hacía prácticamente imposible su subsistencia, incluso desde un punto de vista jurídico y político al mismo tiempo, el Monte de Piedad, como constaba en el libro de actas del directorio de esa época:
“se encontraba en una situación complicada e incómoda, pues siendo su origen, estructura y dependencia de índole provincial, estaba realizando sus operaciones en jurisdicción federal y que para realizarse cualquier modificación de distinto tipo (económica, operativa, organizativa) era necesario contar con la autorización del Gobierno Nacional, porque, si bien, en la ley-contrato del 21 de septiembre de 1880, que determinó la federalización de la ciudad de Buenos Aires, la Provincia se reservó la propiedad y la dirección del Monte de Piedad y que el mismo continuaría siendo regido por las leyes de la Provincia, el Banco Hipotecario, que se encontraba con idénticas características, había sido obligado a retirarse de la Capital.” 3
El 30 de septiembre de 1887, el Concejo Deliberante autorizó al intendente municipal a negociar con el gobierno de la provincia de Buenos Aires la compra del Monte de Piedad. La ordenanza respectiva decía:
“Artículo 1.- Autorízase al Departamento Ejecutivo a negociar con el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires la adquisición del Monte de Piedad establecido en esta Capital, bajo la base de que se transfiera a la Municipalidad una parte de la deuda que este establecimiento tiene con el Banco de la Provincia, y que represente el valor por el que se arregle dicha adquisición.
Artículo 2.- Cuando se haya verificado la compra, el Departamento Ejecutivo, propondrá la organización que deba darse a este establecimiento.
Artículo 3.- Comuníquese, etc.”4
El 1 de marzo de 1888, siendo intendente de la Capital Federal Antonio F. Crespo, se hizo entrega de la entidad y se la denominó a partir de entonces Monte de Piedad Municipal.
El 22 de diciembre de 1888 se aprobó una ordenanza que creó el Banco de Préstamos y Caja de Ahorros de la Capital.
Uno de los rasgos más prominentes de esta creación no fue el cambio de nombre, sino que permitió acrecentar su función social en dos aspectos: otorgar, además de los pignoraticios, préstamos de orientación comercial, como ser sobre sueldos, pensiones y jubilaciones, pagados por reparticiones nacionales o por la Municipalidad de la Capital, también sobre títulos de la deuda pública nacional, provincial o municipal, cédulas hipotecarias y acciones cotizables en la Bolsa de Comercio, lo mismo sobre mercaderías depositadas en las aduanas o depósitos fiscales mediante la utilización de documentos llamados warrrants y también descontar letras con dos firmas, cuyo monte no superase los $ 1000. El otro aspecto, que era el más significativo, fue el artículo 3° de la ordenanza, el cual le permitió recibir depósitos en caja de ahorros con el fin de facilitar la reunión de pequeños capitales a las personas laboriosas, estimulando las economías, empleando las sumas depositadas en la caja, en las operaciones del banco de préstamos.
Como curiosidades o datos novedosos, se destacaba lo señalado en los artículos 4° y 18°, de la ordenanza, a saber:
“Artículo 4°.- Los menores de edad de 12 años a lo menos y las mujeres casadas, podrán ser admitidas como imponentes y retirar por sí mismas las sumas impuestas, sin necesidad de la intervención de sus padres, tutores o maridos, salvo el caso de oposición expresa de éstos.
Artículo 18°.- La Policía de la Capital, comisionará a un empleado caracterizado para que constituyéndose en el establecimiento durante las horas de servicio, reciba las denuncias sobre robos o pérdidas de objetos, a fin de que evite el empeño de estas prendas si fuesen presentadas al Banco y dicte las medidas del caso. En las demás circunstancias en que su auxilio sea requerido, prestará preferente atención a los llamados del establecimiento.”5
Entre 1888 y 1891 el nuevo banco se desenvolvió entre la crisis económico-política que sufría el país que afectó su situación financiera. Ante las presiones políticas que trababan su desarrollo, anulando los diversos pedidos de incremento de capital de sus directivos, varios particulares quisieron comprar la entidad a lo cual su directorio se opuso terminantemente.
Ante la situación creada, el Concejo Deliberante, en sesión del 18 de diciembre de 1891, aprobó una ordenanza proyectada por su comisión de hacienda, por la que derogaba la que creaba el Banco de Préstamos y Caja de Ahorros, el cual debía continuar existiendo con el nombre de Oficina Municipal de Préstamos y Caja de Ahorros.
El 10 de diciembre de 1904, el Congreso Nacional sancionó el proyecto que le remitiera el Poder Ejecutivo con la firma del entonces presidente de la Nación, general Julio A. Roca, y su ministro del Interior, Dr. Joaquín V. González. Esta ley llevó el N° 4531 y fue a partir de su promulgación, la carta orgánica de la institución.
Bajo esta ley, la entidad cambió de nombre, por el de Banco Municipal de Préstamos, y continuó funcionando en la casa de la Virreyna Vieja hasta 1909.
La ley 4531 permitió la consolidación y el crecimiento del banco. Contando con el apoyo de la intendencia municipal, fue adquirido en 1905 un terreno ubicado en la esquina de Suipacha y Viamonte, para edificar allí la casa matriz; se abrieron otras sucursales y dependencias y fueron incrementadas sus actividades en lo prendario y en lo comercial, pero siempre teniendo en cuenta su rol fundacional, la ayuda a la persona humana, en toda su dimensión individual y comunitaria.
El 21 de diciembre de 1944, mediante el decreto 31101, fue modificada la denominación de la entidad, la que se llamó, a partir de esa fecha, Banco Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, colocándolo, asimismo, en el sistema general de la ley de Bancos y, a través de ella, encuadrándolo bajo la superintendencia del Banco Central de la República Argentina.
El 1° de abril de 1958 fue dictado el decreto-ley 4028, que modificó disposiciones de la carta orgánica del banco, adecuándola a las necesidades de la época y consolidando la estructura gerencial de la entidad, separándola de los avarares políticos. El gerente general era designado por el intendente municipal, a propuesta del directorio y de entre el personal del banco que tuviese una antigüedad mínima de diez años.
El 11 de octubre de 1963, por decreto-ley 9372, se efectuaron dos nuevas reformas en la carta orgánica que ampliaron algunas operativas a fin de proveerlo de más fuentes de recursos que facilitarían una mejor prestación de sus servicios asistenciales.
El 27 de octubre de 1964 quedó promulgada la ley N° 16490 por la cual los depósitos judiciales de la Justicia nacional de paz letrada se debían efectuar en el Banco Municipal de la Ciudad de Buenos Aires a partir de los tres meses de la promulgación de esa ley, y el 29 de diciembre de 1965 se promulgó la ley N° 16869 que dispuso que los depósitos judiciales de todos los tribunales nacionales con asiento en la Capital Federal se efectuaran en el Banco Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, con excepción de los depósitos del fuero civil.
El 16 de mayo de 1972, la ley N° 19642 volvió a modificar la carta orgánica y se modificó su nombre por el de Banco de la Ciudad de Buenos Aires.
La primera sede
El 23 de mayo de 1878 comenzó a funcionar el Monte de Piedad de la provincia de Buenos Aires. El edificio en que se instaló su sede en Perú 221, esquina Belgrano, fue conocido como la Casa de la Virreyna Vieja.
El primer propietario de ese solar fue Rodrigo Ortiz de Zárate, quien lo recibió por disposición del mismísimo adelantado Juan de Garay. La casa fue construida en 1782. Era una de las más destacadas del barrio residencial de la zona sur de la ciudad; fue propiedad de Pedro Medrano, quien era tesorero y secretario del virreinato, naciendo en ella dos ilustres varones, el Dr. Pedro Medrano, diputado por Buenos Aires al Congreso de Tucumán en 1816, y el Dr. Mariano Medrano, primer obispo argentino.
Más tarde la propiedad fue residencia de Joaquín del Pino y Rosas, octavo virrey del Río de la Plata de 1801 a 1804. Al morir este virrey, cuyo mandato fue muy pacífico, siguió habitándola su viuda, doña Rafaela de Vera y Mujica; de ahí la denominación de la casa.
Tiempo después, la casa también fue conocida como la de los “tres escudos” pues en su frente, en lo alto, sobre la gran puerta de algarrobo de cuatro hojas, se encontraba el escudo nobiliario de sus linajudos moradores: el del virrey, compuesto de tres pinos sobre gules; el de la familia de Escalada en el que figuraba un caballero ascendiendo una escalera a una torre de la cual, al tomar posesión, desalojaba a un moro diciendo “Escalada la torre”, valiéndole en recompensa que perpetuara su emblema de nobleza ese acto, debiendo entonces apellidarse Escalada. El tercer escudo correspondía a la familia de Medrano y en él sobresalían dos “pp” entrelazadas con una “m”.
Bernardino Rivadavia también residió en ella, pues se casó ocon Juana del Pino, hija del virrey. Con posterioridad a Rivadavia fue propietario de la casa Joaquín Almeida y, antes que la ocupase el Monte de Piedad, estuvo en ella la legación de Portugal.
Pero no solamente por las personalidades que en ella habitaron pasó a la historia la Casa de la Virreyna. Un conocido cuadro refleja el momento en que el edificio fue atacado, en 1807, por los defensores de la ciudad, para desalojar a las tropas británicas que la habían ocupado. En el hecho se derramó mucha sangre y la lucha se libró a punta de bayoneta. El jefe del Regimiento de Patricios, Cornelio Saavedra, logró rendir a los invasores a las órdenes del teniente coronel Enrique Cadogan. En la casa de la Virreyna hubo 14 muertos y 36 heridos ese 5 de julio de 1807.
Por fin en 1878, el apoderado, Alejo Nevares Tres Palacios, arrendó la propiedad en la cantidad de 1500 pesos moneda corriente al Monte de Piedad de la provincia de Buenos Aires. Su arquitectura no era ostentosa. Poseía una azotea bastante grande, rodeada por un murete de albañilería calada. Sus interiores contaban con ricos tapices, alfombras persas y muebles de ébano. Se hicieron importantes reformas para habilitarla como oficinas de atención al público: el patio sirvió como sala de remates y sus habitaciones con fuertes rejas forjadas, entre ellas la que sirvió de dormitorio al obispo Medrano, fueron depósitos de máquinas de coser, ropas, objetos varios y, además, desapareció el antiguo aljibe cuyo brocal de hierro era un lujo.
En 1910, el Montepío, ya convertido en banco, la desocupó, convirtiéndose en un vulgar conventillo. En la sala, donde la virreyna tenía alhajada su alcoba, se instaló un taller de planchado, y en los amplísimos patios donde el virrey, en las tardes calurosas, para amenizarlas, jugaba con las barajas y conversaba con sus amistades, empezaron a mostrarse unas cocinas improvisadas.
Los pioneros y los fundamentos
Hubo personajes que impulsaron al montepío, tales como Alejandro Baldez, senador de la provincia de Buenos Aires, autor del proyecto de creación del Montepío de la Provincia de Buenos Aires, o su colega el senador Manuel Guerrico, cuando expresó:
“a la verdad, señor Presidente, que este proyecto es oportuno, dada la situación que atraviesa la Provincia de Buenos Aires. Los efectos terribles que ha dejado la crisis hace que muchas familias se encuentren en la indigencia y que precisamente tengan que valerse de los establecimientos que ya existen, unos de acuerdo con la Municipalidad, clandestinos otros, pero donde generalmente los que acuden a ellos son explotados.”6
El autor del “Martín Fierro”, José Hernández, siendo diputado de la legislatura de la provincia de Buenos Aires, tuvo varias intervenciones que demostraban su sensibilidad y su interés por el Monte de Piedad, al cual luego serviría como director entre 1881 y 1884. En el debate del 11 de junio de 1880, el poeta anunció su voto en contra de la disminución del sueldo del auxiliar de la oficina de depósitos del Monte de Piedad, de 2000 a 1500 pesos, con lo cual ese empleado quedaba equiparado al auxiliar del tenedor de libros de la contaduría de la entidad. Fundamentó Hernández su posición en la importancia de las funciones desempeñadas por el empleado en cuestión. “Hay diferencias de responsabilidades y de funciones -expuso- con sus colegas de la tesorería y contaduría, como acaba de exponerlo el diputado Luis V. Varela. Pero hay más: la vida del establecimiento, su crédito en el exterior, los bienes que está llamado a ofrecer al público, están en la oficina de depósitos.” Le recordó a la cámara que, según la ley, si una alhaja era cambiada o vendida en remate por equivocación, debía ser pagada al precio de su tasación más un 25% en concepto de indemnización. Las funciones de ese auxiliar, insistió, eran muchísimo más delicadas que las del auxiliar de la tesorería. El diputado Zeballos le respondió que eran funciones mecánicas, de empaquetar y guardar y Hernández le contestó que no, que se trataba de tareas muy delicadas y laboriosas y que en ella estribaba la seguridad y el crédito del establecimiento.
No fue la única oportunidad en que el legislador-poeta tuvo que intervenir en cuestiones relacionadas con el Monte de Piedad. Sus palabras en la sesión del 26 de mayo de 1880 tradujeron el concepto en que tenía a esa institución. Sostuvo Hernández que aunque el Monte de Piedad no produjera, por su sola actividad, lo suficiente para costear sus gastos, aunque estos debieran ser financiados con las rentas de la provincia, ello no sería sino una medida de justicia. Advirtió, y no era la primera vez que lo hacía, que el mencionado establecimiento, tal como lo hicieron notar algunos escritores, estaba en las fronteras entre el crédito y la beneficencia. E insistió en que no sólo se costeaba con el producto de sus entradas, sino que si era necesario gravar las rentas de la provincia para pagar los gastos de ese establecimiento, la cámara debía votarlos sin dificultad alguna, pues era una institución que prestaba inmensos beneficios al público y que, por lo tanto, había que sostenerla a todo trance.
Uno de los hitos fundamentales en la existencia del banco se produjo, ya en nuestra época, con las sanciones de los proyectos del senador Santiago Fassi, las leyes 16950 y 16869, sobre la transferencia de los depósitos judiciales a la entidad, siendo sus fundamentos otro reconocimiento a la importancia de la institución.
En las letras de los tangos
Uno de los rasgos más característicos que tuvo el Banco Municipal de Préstamos fue la aceptación que tenía entre la gente del pueblo, la cual reconocía su ayuda rápida y concreta para solucionar una necesidad urgente, a veces cruda, a veces desesperante, e incluso, a veces, para apostar algunos pesos en Palermo y San Isidro…
Tanto es así, que entonces el tango, expresión cabal de Buenos Aires, no podía quedar ajeno al hecho solidario que representaba esa entidad, razón por la cual, los tangueros la mencionaron en conocidas obras de su autoría, de las que recordamos:
“Hoy ya pasaron los años
se me fue blanqueando el pelo
el rebenque de la vida
me ha golpeado sin cesar
y en el BANCO PRESTAMISTA
he llegado a formar fila
esperando que en la lista
me llamaran a cobrar.”
Antiguo reloj de cobre (1955), de E. Marvezzi
Anécdotas de alegría y tristeza
Las actividades del Monte de Piedad, primero, y del Banco Municipal de Préstamos, después, encierran un cúmulo enorme de hechos y anécdotas, tanto de corte humorístico cuanto de dramático.
* Condonaciones de empeños
En muchísimas oportunidades, sobre todo con motivo de las fiestas patrias, las autoridades del banco disponían el rescate gratuito de enseres y útiles de trabajo. El primero ocurrió en 1889, disponiéndose la liberación de máquinas de coser. Los fondos destinados a cubrir ese gasto fueron aportados mediante una colecta a la cual contribuyeron, entre otros, el presidente de la Nación, Dr. Miguel Juárez Celman; el intendente municipal, Dr. Francisco Seeber; el presidente del Concejo Deliberante, Guillermo Cranwell, y el presidente del Banco Municipal, Daniel Escalada. En otros años se siguió con esa costumbre. Así, en 1919, se hizo un rescate gratuito de ropas de abrigo mediante una colecta auspiciada por el diario La Nación, y en 1938 hubo un gran rescate de prendas, merced al aporte de la empresa Geniol.
* El empeño de un loro
Una dama de muy buena posición económica se presentó un día en una de las sucursales del banco y ofreció en la casilla de empeños un loro, mientras le decía al empleado: “Me han dicho que aquí me lo iban a cuidar. Yo me voy de vacaciones. Eso sí, todas las mañanas hay que darle lechuga fresca y migas de pan.”. “Señora -replicó el empleado- aquí no se empeñan loros ni ninguna clase de animales.” La señora, lamentándose, se fue repitiendo: “Me dijeron que en el Banco Municipal me lo iban a cuidar.”
* Las sábanas ensangrentadas
Ocurrió por 1950. No se sabía si el móvil del crimen fue pasional, una venganza o simplemente un robo; la cuestión era que el juez interviniente en el asesinato, cometido en la humilde pieza de la casa de inquilinato de un barrio porteño, dispuso como lo mandaba la ley que las sábanas ensangrentadas, la oxidada cama de hierro, la rústica mesita de luz y el ropero desvencijado que contenía dos arrugados trajes, fuesen guardados en el depósito judicial del Banco Municipal y los $ 20.000 hallados en uno de los bolsillos interiores de un traje, quedasen depositados en el tesoro del Banco de la Nación.
En la contaduría general del Banco Municipal varios empleados jóvenes que procedían de distintas sucursales, destinados allí para dinamizarla, comentaban cómo podía ser que “la porquería a nosotros y la guita al Nación”. Lo consultaron con los jefes y esa fue la pequeña semilla que permitió, quince años después, que los depósitos judiciales fueran transferidos al Banco Municipal.
* Las coronas de oro
La solidaridad del banco como institución se extiende en la actividad pignoraticia al personal que atiende esas particulares operaciones.
Cierta vez, en el sector de empeños de alhajas de la sucursal Once, una humilde anciana era interrogada por el empleado: “¿Qué va a empeñar abuela?”, a lo cual respondía la señora: “Lo único que tengo de valioso es esto.” Y se quitó dos coronas de oro de su boca. El agente, emocionado, le aclaró que eso no era empeñable, pero la buena señora insistió: “No tengo ni para comer.” Entonces, el empleado inició una colecta entre sus compañeros, para sacarla del apuro.
* ¡Gol argentino!
El banco remata todo tipo de bienes muebles e inmuebles, lo cual le ha valido subastar las cosas más insólitas: una laguna con totoras, toneladas de restos de cremaciones en las que pueden encontrarse vestigios de oro, plata y platino de anillos y dentaduras, bóvedas, buques accidentados, hermosas pinacotecas, etc., ante salas repletas de público que seguían con inusitado interés los remates.
En la tarde del miércoles 9 de mayo de 1951, durante el primer remate, la tranquilidad de la operativa se vio repentinamente cortada por un grito unánime: “¡Gol argentino!” Ese día jugaba en Inglaterra el seleccionado argentino contra los locales. Boyé había marcado un tanto, mientras el arquero Rugilo se consagraba como “el león de Wembley”.
El martillero golpeó repetidamente el martillo sobre su estrado y a los gritos advirtió a la sala que no iba a tolerar de ninguna manera que se interrumpiera la subasta nuevamente, salvo que los argentinos hicieran otro gol.
* El bebé malcriado
En el recinto de empeños de objetos varios atendía al público un empleado muy corto de vista, pero que poseía una gran velocidad para recoger las prendas que los clientes dejaban sobre los mostradores. Un día de intenso trabajo, el empleado recorría las casillas con un ritmo más que acelerado, recogiendo las prendas y anotando en los volantes para luego pasarles los objetos al tasador: “Una plancha -consignó-, un aparato fotográfico, seis tazas de porcelana, un muñeco malcriado.” Interrumpió su recorrida cuando la sorprendida prestataria le gritó: “¡Eh! ¿qué hace? ¡Devuélvame a mi bebé!”
Citas
1.- Index de Establecimientos Públicos de Crédito Pignoraticio, Madrid, Industrias Gráficas España, 1991.
2.- López Imizcoz, Daniel, El Banco Municipal de Préstamos, Buenos Aires, Talleres Gráficos Contreras, 1940, pp. 17-18.
3.- López Imizcoz, Daniel, op. cit., p. 25.
4.- López Imizcoz, Daniel, op. cit., p. 26.
5.- López Imizcoz, Daniel, op. cit., pp. 27-30.
6.- López Imizcoz, Daniel, op. cit., p. 7
Bibliografía
López Imizcoz, Daniel, El Banco Municipal de Préstamos, Buenos Aires, Talleres Gráficos Contreras, 1940.
Index de Establecimientos Públicos de Crédito Pignoraticio, Madrid, Industrias Gráficas España, 1991.
Biblia de Jerusalén, Bilbao, Editorial Española Desclée de Brouwer, 1975.
Mensajes Sociales, Buenos Aires, Ediciones Paulinas, 1991.
Pignus, Revista Internacional de Crédito Pignoraticio, Madrid, Jovigraf, 1992.
Revista Todo es Historia, N° 139, Buenos Aires, Todo es Historia S.R.L., 1978.
Bueno, Norma y Susco, Alberto, Historia del Banco de la Ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires, Gráfica San Lorenzo S. R.L., 1993.
Diario de Sesiones, Cámara de Senadores de la Nación, 1964.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año I – N° 5 – 2da. reimpr. – Mayo de 2009
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Comercios, POLITICA, Pobreza, Costumbres
Palabras claves: empeño, casa de empeño, prenda, Monte de Piedad, ley, Banco Municipal de Préstamos
Año de referencia del artículo: 1887
Historias de la Ciudad. Año 1 Nro5