Así como el movimiento cultural de nuestra ciudad alcanza en los sesenta una trascendencia que se mantiene vigente aún hoy, existieron espacios de recreación emblemáticos, cuyo recuerdo perdura a través del tiempo.
Corrían los primeros años de la década de 1950, cuando todavía existían en Buenos Aires lugares que hacían recordar a París, entre ellos, dos del tipo “Paris canaille”. Uno era el pasaje Seaver, donde era casi imposible entrar con el coche, cerca del sitio en que la avenida Nueve de Julio desemboca en la Del Libertador, con sus escaleras tipo Montmartre, su alumbrado característicamente parisino, con muy poca luz a la noche, con su empedrado de adoquines y con tres cabarets de los cuales uno, “Can-Can”, era un sitio concurrido por homosexuales.
El otro era la calle Tres Sargentos, también adoquinada, calle muerta y sin tránsito, a la sombra de “Harrod´s”, entre Reconquista y San Martín, también mal iluminada, con el almacén de Abel abierto casi toda la noche, dos cabarets de mala fama, el “Horizonte”, uno de los primeros “hoteles alojamiento”, el figón baratísimo de Guillermo con sus grasosos guisos de lentejas y porotos…
En la calle Tres Sargentos
En el Nº 369 de Tres Sargentos funcionaba un lugar auténticamente francés: “Chez Tatave”. Primer bar abierto de noche donde uno podía ir con la familia para disfrutar de una comida típica, como “la sopa de cebollas” o el “paté de la casa”, escuchando a su dueño, Tatave, tocar su piano y mejor aún, su acordeón. Vale la pena describir este lugar en el medio de esta calle bastante especial.
Ocupaba la planta baja y un sótano, sobre un terreno chico de unos ocho metros de ancho. Ni bien pasada la recepción, donde había un teléfono, se ingresaba al bar atravesando una puerta vaivén de dos hojas, tipo “saloon”. Allí se sentía uno como en una calle del viejo París. Esta ambientación fue pensada y realizada por el maestro Saulo Benavente, uno de los más grandes escenógrafos argentinos. A la izquierda encontrábamos una “Columna Meurice” con afiches de los principales espectáculos de París, cuyo interior funcionaba como guardarropa. En el centro, como en los viejos cafés de la “belle èpoque”, mesas de mármol con pies de hierro fundido. A la derecha se veía el bar, cuyo mostrador tenía forma de “S”, con una lámpara de gran pantalla en un extremo y la caja en el otro. Cubriendo todo, un toldo con franjas no muy anchas azules, blancas y rojas. Los taburetes altos que no siempre dejaban ver la inscripción “Chez Tatave” con altas letras en relieve con formas muy rebuscadas, en la base del mostrador. Bajo el grueso vidrio del mismo, muchas fotos de artistas conocidos, con dedicatorias.
Llamaba la atención la luz amarilla de casi todas las lámparas, que con algunas rojas y otras pocas blancas, creaban una atmósfera íntima, difusa, acogedora. También la decoración de los muros trasladaba inmediatamente al visitante a París, con detalles como canillas o imposiciones del Municipio, sin olvidar firmas y fechas de anteriores comensales y una inmensa cantidad de postales recibidas desde todo el mundo, que se colocaban donde hubiese un espacio libre. Entre otras muchas presencias francesas en la decoración, recordamos el busto de Marianne – representación de la República -, dos estatuas de granaderos, ceniceros de lugares famosos, afiches y, lógicamente, las típicas placas azules con borde blanco de calles y plazas de París. Siguiendo hacia el fondo y luego de subir tres escalones, dos glorietas se ubicaban a ambos lados, cada una con su puerta, mesas, sillas o taburetes, y contra las paredes bancos adosados con muchos almohadones. En la glorieta de la izquierda, un gran mapa de Francia, que era en realidad un mantón de seda realizado por una muy famosa casa de moda, pegado sobre un bastidor de madera e iluminado desde su interior.
Luego de bajar nuevamente tres escalones llegábamos a una sala más grande, con mesas y bancos. A la izquierda, un piano vertical, de color negro, sobre el cual siempre había flores de todo tipo. En la pared del fondo, tres puertas conducían a los baños, la cocina y el pequeño escritorio donde Tatave guardaba celosamente su acordeón.
Por este local desfiló lo más apreciado del mundo del espectáculo nacional e internacional. En esa etapa conocí el lugar como cliente; siempre éramos muchos los que volvíamos, ya que nos sentíamos como en nuestra propia casa. Nunca se sabía con quién nos encontraríamos, pero algo era seguro: ninguna noche era igual a otra.
¡Con qué alegría se cantaban viejas canciones típicas y otras de tono más bien subido, acompañados del piano o del acordeón en esas noches inolvidables!
Era habitual la celebración de las fechas patrias argentina y francesa. Se entonaban los respectivos himnos, y debemos reconocer que eran tantos los que querían participar para los 14 de julio, que había que reservar mesa con mucha antelación. Para la ocasión se preparaba un menú especial, se hacía una tómbola y se corría la hora de cierre, que habitualmente era a las cuatro de la madrugada, hasta que se retiraba el ultimo comensal.
El sótano, al que se llegaba por una escalera estrecha y muy abrupta, era visitado solamente por los amigos de Tatave. Allí, en los casilleros que tapizaban las paredes, se guardaban los vinos. Y en el centro se lucía una mesa para no más de diez comensales, alrededor de la cual un selecto grupo de amigos disfrutaba algún menú especial.
En Tres Sargentos funcionó desde 1956, cerrando en junio de 1968, cuando llegó el desalojo y debió dejarse este local.
Después de buscar durante mucho tiempo donde reinstalar “Chez Tatave”, una amable charla con los Euillades, dueños de “La Coupole” (Y también del Lavadero Franco-Argentino), permitió concretar la compra de la propiedad donde funcionaba esta boite, en los fondos de una galería de la avenida Córdoba 645.
Por casualidad, este lugar mantuvo su nombre y su orientación francesa por un nuevo periodo de casi 20 años. Allí trabajé como cajero “extra”, en los años 49/50, gracias a mi buena relación con Tatave.
La Coupole
“La Coupole” fue famoso por sus despedidas de solteras y es muy probable que algunas de las lectoras de esta revista lo recuerden. La construcción del edificio había finalizado en 1947, obra del arquitecto Paul D´Ans, quien proyectó un local en el fondo con un detalle entonces casi desconocido: la reproducción en tamaño más reducido del lujoso Pabellón Argentino que se armó para la Exposición Internacional de París realizada en 1937.
El lugar estaba destinado a recibir una impronta francesa. Y se abrió en ese mismo 1947 con el nombre de “La Coupole” en recuerdo del muy famoso establecimiento parisino, situado cerca del “Le Dome”, centro de la bohemia de los artistas de Montparnasse, que por los años 25/30 estaban enfrentados con los de Montmartre. Con sus dos pisos, planta baja a nivel de la calle y su decorativa baranda de hierro forjado que permitía ver lo que pasaba en el subsuelo, este local era ideal para funcionar como “boite”. Y así fue.
Fueron años de oro bajo la dirección artística del cantante melódico Jean Tavera y de Tatave, quienes actuaban solos o formando dúo.
Ello hasta los primeros años del 50, cuando Tatave decidió hacer una gira por América y Tavera volvió a su Córcega natal después de casarse con una rica heredera. El local, que de noche funcionaba como boite y de tarde como casa de té, fue muy frecuentado por la sociedad de entonces, que lo hizo famoso. Por las noches, con gorra y sobretodo rojo, un negro de casi dos metros de altura recibía ceremoniosamente a los clientes.
La decoración realizada por el famoso pintor Bouts era muy atractiva. Contra la pared del patio interno, a la altura del salón del primer subsuelo, se podía admirar la representación del fondo del mar, con piedras, plantas acuáticas, peces de variadas formas y colores, estrellas de mar, todo iluminado con luces verde azuladas. Los comensales tenían la impresión de estar en un acuario.
Un gran muro que abarcaba los dos pisos y estaba totalmente revestida por grandes espejos, ayudaba a dar la sensación de un espacio mucho más amplio de lo que realmente era. El piso del primer subsuelo contaba con una mullida alfombra que amortizaba los ruidos e inducía a hablar en voz baja. En ochava, al finalizar la escalera, un estrado iluminado con varios reflectores y equipado con un micrófono, servía de espacio donde actuaban los artistas. En la otra esquina se abrían dos puertas: una daba al salón, la otra a la cocina. Los salones contaban ya en esos años con aire acondicionado para comodidad de los clientes. En el segundo sótano se ubicaban los baños con duchas para el personal, el escritorio con su caja fuerte empotrada en la pared y la despensa colmada de gran cantidad de comestibles y una variada gama de bebidas importadas.
“La Coupole” fue durante mucho tiempo un lugar de lujo, rodeado por “Gong”, “Le Tucan” y “Ce soir”, este último luego transformado en “La Bola Loca”. Después del retiro de Tavera y Tatave, sin embargo, solamente se hacían despedidas y el negocio fue declinando, hasta su cierre en 1968.
Pasaría algún tiempo hasta que devino en “Chez Tatave en La Coupole”.
“Chez Tatave” en “La Coupole”
En el mes de marzo del año 1969 me transformé en socio de Tatave, luego de tanto tiempo como cliente. Durante unos seis meses estuvimos en obra, nuevamente bajo la dirección del maestro Saulo Benavente, quien transformó ese espacio en una placita de París, tan indeterminable como la Boca de Quinquela. La galería de entrada reprodujo la fachada del antiguo “Chez Tatave” de Tres Sargentos, con sus faroles de luz amarilla. Se accedía al local después de subir tres escalones. Impactaba ese toque parisino que con tanta dedicación y tesón supo reproducir Benavente. Logró crear una atmósfera tan informal que, de bar nocturno se transformo prácticamente en un club de habitués, la mayoría muy joven, que se complacían en rememorar alguna visita a La Ville Lumière o se preparaban para un viaje futuro.
A la derecha se encontraba el guardarropa, donde solía colaborar algún conocido con problemas monetarios momentáneos. Por encima, una ventana iluminada y al lado la escalera que conducía al salón del subsuelo, un rincón acogedor con una pequeña vitrina donde se publicitaban productos franceses. Cerraba este lugar una banderola con el nombre del local.
A la izquierda de la entrada, después de una pequeña mesa, el teléfono público y bajando dos escalones los baños (En el de damas había un magnifico espejo antiguo). Luego una banqueta, sobre la cual y bajo un falso techo aparecían ventanas iluminadas.
Contra la pared, cuadros y la reproducción de una típica placa azul “Rue des Jeuneurs” (¡Calle de los Ayunadores!), una canilla con la mención “Défense de prendre de l´eau” (¡Prohibido tomar agua!) y más allá la entrada al bar, que era el antiguo, remodelado.
El mostrador, a cuyo largo se ubicaban altos taburetes, tenía una vitrea que protegía una gran cantidad de fotos y souvenirs. Una plancha a carbón atada con una cadena, regalo de un amigo de la casa, se lucía en uno de los extremos del mostrador junto a un florero. Arriba, el toldo, y como fondo botellas y cuadros de artistas conocidos. Al costado del bar se disimulaba una heladera y una pileta. Luego estaban la caja y el reproductor de música con sus discos y casettes.
Por dos breves escaleras se llegaba al desnivel más alto del local. Allí, donde se veía un farol, estaba el lugar predilecto de los que querían fotografiarse para llevar un recuerdo de su visita. Contra la pared principal se había vuelto a montar el chal de seda iluminado con el mapa de Francia. A su izquierda aparecía una falsa escalera, que parecía conducir a una buhardilla, con un muñeco sentado mirando los comensales; a su derecha, la Colonne Meurice con afiches. Adosadas a las paredes, banquetas con almohadones y las mesas similares a las del viejo local.
Para la fiesta patria francesa, los 14 de julio, el local se decoraba con guirnaldas y globos tricolores reforzados con luces multicolores. Y lógicamente, el acordeón de Tatave para amenizar esas y todas las veladas que nos trasladaba a París gracias a esa atmósfera informal. Esos días reinaba la euforia, el disfrute, imposibles de olvidar para los que alguna vez estuvieron presentes.
Chez Tatave en La Coupole estuvo abierto todos los días, desde marzo de 1969. La clientela no podía equivocarse. Se veían desfilar solteros y parejas, jóvenes y matrimonios mayores. Siguió siendo el lugar de esparcimiento sano donde los habitués se conocían, donde venían a compartir un momento agradable, único en Buenos Aires, escuchando buena música. No faltaba quien acompañándose con la guitarra del boliche, o con Tatave y su acordeón, cantara alguna canción, tanto en francés como en castellano Y el público acompañaba sin privarse de degustar los mismos manjares que en la calle Tres Sargentos.
Las paredes del local estaban llenas de postales recibidas de amigos o simples visitantes que quisieron agradecer lo que habían vivido allí. El muro también guardaba un lugar para las firmas, nombres y fechas. Ello contribuía a conformar la ambientación informal que fue distintivo de este lugar durante mucho tiempo. La iluminación general era tenue, excepto cuando actuaba Tatave, al que enfocaban dos reflectores que se apagaban con los últimos aplausos.
Sus visitantes provenían de todas partes, tanto de Buenos Aires como del interior del país y del extranjero. Su éxito se debía también a la presencia de una juventud informal, con un toque intelectual, que frecuentaba el cercano “Instituto Di Tella”, en Florida al 900, el bar “Moderno”; “La Bola Loca” en Maipú al 800 y el “Barobar” de Reconquista al 800. Otros venían de “La Paz” de Corrientes y Montevideo, con parada en “La Giralda” de la avenida Corrientes.
La escalera que conducía al salón del primer sótano estaba tapizada en su lado derecho con espejos, que permitían a las damas verse y ser vistas por los comensales. En este salón se siguió con la tradición de las despedidas de solteras, muy famosas por las mesas bien decoradas y la música adecuada. Una de las ceremonias más emotivas era la entrega a la novia de un ramo de flores, mientras sonaba la marcha nupcial en el acordeón de Tatave. Con los brindis se ofrecía un muñeco, un libro de circunstancia (“Trucos caseros para el ama de casa”) y un pergamino que luego firmarían todos las invitadas. Los banquetes se organizaban de acuerdo a quien los encargaba y según sus motivaciones. Siempre había un fotógrafo de la casa para registrar estos acontecimientos. Otra de las atracciones fueron los espectáculos infantiles organizados bajo diversas circunstancias.
Por otra parte, se recuerdan las actuaciones improvisadas de cantantes de paso por Buenos Aires. A ello contribuía el piano colocado sobre una tarima, al final de la escalera, que acompañó simpáticas y espontáneas veladas con músicos y sus instrumentos. Cierta vez se recibió la visita de un coro ruso, que cantó canciones folklóricas de su país e hizo temblar las paredes del local. Estas improvisadas reuniones no duraban mucho tiempo, aunque algunas terminaron horas después del cierre del local.
Se puede afirmar que por su ambientación, su decoración, su público, su animación, su reducido pero especial menú, fue único en Buenos Aires. Pero su época de mayor esplendor comenzó a decaer en los años 80, cuando las sorpresivas visitas de la policía, a cualquier hora, se llevaban gente sin que nadie pudiera protestar. Estos hechos quedaban registrados en el Libro de inspecciones de la Municipalidad, lo que provocaba reprimendas y muchas citaciones a la comisaría. La presencia del ejército tampoco creaba el ambiente ideal para un lugar de esparcimiento. Y así, después de una larga etapa de oro, la situación económica incierta de país y algunos problemas de salud, Tatave y yo decidimos, en septiembre de 1988, terminar con nuestro trabajo y alquilar el lugar.
Podría hacer una larga lista de las personalidades visitantes, pero caería en omisiones lamentables. Sin embargo, quiero recordar especialmente a Mirtha Legrand, China Zorrilla, Bergara Leuman, Maurice Jouvet y Nelly Beltrán, a los franceses Marcel Marceau y los integrantes de la Comédie Française y de la compañía de Jean Louis Barrault y Madeleine Renaud, entre otros. También a los artistas del Circo de Moscú, las Bluebell Girls, las delegaciones del Mundial de Fútbol de 1978, muchos corresponsales acreditados, a personalidades de la cultura y la ciencia, como el doctor B.Pottier (Académico de Francia), el profesor H. Fournier, etc.
También nos visitaron los tripulantes del Calypso, con Jacques Cousteau a la cabeza, los sucesivos embajadores de Francia y miembros del cuerpo diplomático, muchos integrantes de la colonia francesa de Buenos Aires, los Pompons Rouges y sus oficiales de la Marina de Guerra francesa, las tripulaciones de Air France y barcos mercantes, sin olvidar a los amigos personales. Todos ellos honraron aquel lugar con sus simpáticas presencias.
¿Quién era “Tatave”?
Casi cincuenta años de amistad, de compinche de teatro y TV, de cliente de Tres Sargentos y de socio en La Coupole. Confidente en la vida, esos títulos me facilitan elaborar estos recuerdos de quien al final de la suya buscó refugio en mi casa.
Su verdadero nombre era Gustavo Luis Luciano Moulin. Tomó como nombre artístico “Tatave”, diminutivo del nombre “Gustavo” utilizado en el sur de Francia. Nació el 25 de abril de 1914 en la hermosa ciudad de Cannes, sobre la Costa Azul, donde se realiza desde hace muchos años el famoso Festival Cinematográfico y falleció en el Hospital Francés de Buenos Aires en 1996, a la edad de 82 años. Su padre, Francois, era profesor de música y propietario de una casa editorial de obras musicales. Su madre, Honorine Sobiesky, pertenecía a una muy reconocida familia polaca.
Tatave se había casado en París con la hija de un comisario de policía. De esta experiencia le tomó alergia al casamiento. Decía —cuando tenia 60 años— “que no se volvía a casar porque primero tenía que pasar el tiempo de su juventud”. Vivió su infancia en la parte baja del Suquet, concurrió a escuelas lugareñas y mantuvo siempre el acento tan particular de la gente del sur francés.
Tenía profesor de música en casa —su padre— y si bien tocaba muy bien el piano, le gustaba mucho el saxo. En 1955 visité a su padre en el pueblo de Les Arcs —donde residió hasta su muerte— y me comentó que Tatave tocaba diecisiete instrumentos diferentes. Hizo el servicio militar en la aviación como músico y luego tocó en varios locales de París formando parte de distintas orquestas, entre otras la de Charles Trenet, “Le Fou Chantant”, precursor y padre de la canción moderna de Francia.
En 1941, después de haber sido movilizado en Córcega al principio de la 2da. Guerra Mundial, fue convocado para integrar la orquesta de Ray Ventura, de gran fama en toda Europa, que partía hacia América del Sur escapando de la persecución contra los judíos. Cruzaron España y alcanzando Lisboa, abordaron el barco que trajo a la orquesta al Brasil y luego a la Argentina.
Habiéndole gustado Buenos Aires y su gente en grado sumo, Tatave decidió afincarse en la ciudad y se instaló en una pensión en la calle Corrientes. Empezó a trabajar en “La Coupole” y en otros locales haciendo dúo con la voz romántica de Jean Tavera. Luego se mudó a Libertad al 700 y después a Carlos Pellegrini al 1000. Con la apertura de la Nueve de Julio se mudó a un departamento con una gran terraza siempre llena de plantas y flores, en Julián Álvarez y Arenales.
Nuestra amistad se inició en 1949, cuando ambos actuábamos en el TUFA (Teatro Universitario Franco Argentino). El alma mater de esta agrupación era, y lo fue durante muchos años, Simone Garma, hoy día madame Weibel-Richard.
Había nacido para showman. Tocaba con maestría “su” acordeón, fue un excelente y divertido animador musical de sus “Chez Tatave”, así como de muchas fiestas, reuniones, conmemoraciones, tanto en la Embajada, como en los “Antiguos Combatientes”, el “Asilo de los Viejos Franceses”, la “Alliance Française” o sencillamente en casa de sus amigos. En el teatro Maipo presentó un unipersonal en el que fui su ayudante.
En los años 50 fue un pionero de la televisión argentina, cuando el canal 7 trasmitía desde los bajos del edificio Alas y desde el hotel Alvear, donde con Maurice Jouvet presentaron en dúo el programa “París, siempre Paris”. Participó, además, en otros programas televisivos. En Francia intervino en la película “Le Bal des Voleurs” y en la Argentina en varias más, como “El Comisario del Pueblo” y “La Cigarra no es un bicho”. Las películas de Olmedo y Porcel también lo contaron en sus elencos.
A los 63 años tuvo una hija, Nathalie, a quien se dedicó de lleno y le cambió la vida. La niña le hizo descubrir muchas cosas nuevas. Lamentablemente murió sin saber que iba a ser abuelo. Hoy descansa en el Pabellón de los Artistas en la Chacarita. Poco antes de morir había viajado a su ciudad natal, pero no se encontró a gusto y volvió. Su vida fue muy agitada y su profesión lo llevó a emprender giras por toda América Central y del Sur.
Tatave no era una persona fácil, como suele decirse, pero su fuerte personalidad le permitió sortear muchos contratiempos. Con sus reflexiones desconcertantes creaba muchas veces situaciones cargadas de electricidad. Como ocurre con tantas personas divertidas, sus ojos reflejaban una gran tristeza interior. Y como la mayor parte de los artistas, necesitaba su cuota diaria de aplausos.
El gobierno francés, a través de su embajada, le otorgó en 1980 la medalla a la “Orden del Mérito (“Ordre du Merite”)
Fue un personaje de Buenos Aires, multifacético, lleno de vida, siempre dispuesto, que dejó un recuerdo imborrable en los que lo conocimos. Para todos nosotros, Tatave será siempre Tatave.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año VI – N° 28 – Octubre de 2004
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Comercios, PERFIL PERSONAS, Músicos, compositores y cantantes, Cantinas y restoranes, Teatro,
Palabras claves: boliche, tatave, coupole, tres sargentos, performance,
Año de referencia del artículo: 2020
Historias de la Ciudad. Año 6 Nro28