Las palomas en la vida del hombre
Si en la antigua Roma ya se empleaban las palomas para mandar mensajes, durante las Cruzadas tanto árabes como europeos las utilizaron. Se dice que el sultán de El Cairo tuvo conocimiento del desembarco del ejército francés al mando de San Luis, por una paloma y la derrota de Napoleón en Waterloo, que hizo la fortuna de los banqueros Rothschild, fue conocida gracias a otra ave similar que, atravesando la niebla, comunicó la novedad antes que el inservible telégrafo. Durante esa época se menciona el caso de un jugador de lotería francés que se servía de estas aves para comunicar de París a Bruselas los números premiados en el mismo momento en que salían obteniendo así enormes ganancias.
Pero fue durante el sitio de París en 1870, cuando las palomas fueron utilizadas intensamente como portadoras de mensajes y durante la primera y segunda guerra mundiales, transportaron importantes microfilms. Las características de vuelo de las denominadas mensajeras, cuyo peso oscila para ejemplares normales en alrededor de los 400 gramos, fueron mejorando a través de sucesivas cruzas y si en 1860 una buena paloma recorría sólo 800 metros por minuto, en 1875 podía volar 1000 a 1200 y en la actualidad las entrenadas, alcanzan velocidades de más de 2000 metros por minuto.
La aparición de los Pidgeon Clubs
Paloma símbolo de la Paz: proliferación de asociaciones colombófilas dedicadas a la cría y organización de concursos. Finalmente la contracara: la aparición de los Pidgeon Clubs, dedicados a abatir a los pichones en vuelo como trofeos que generaban apuestas y grandes premios a los más hábiles tiradores.
Si bien desde antiguo arcos y flechas se utilizaban para cazar aves voladoras, la generalización de las armas de fuego dio mayor importancia a esta actividad hasta convertirla en deporte. La iniciativa surgió en inglaterra a principios del siglo XIX con la fundación en Ealing, un suburbio de Londres, del primer club de aficionados. Las palomas se colocaban en hoyos practicados en el suelo y luego se tapaban con viejos y largos sombreros que eran removidos a pedido de los tiradores para liberar los blancos vivientes. Por esta razón, la institución se denominó Old Hats Club.
Más tarde, los sombreros fueron reemplazados por jaulas que podían abrirse a distancia mediante el uso de una cuerda, sistema que se denominó mecánico, utilizado por primera vez en el Hornsea Wood House Club de Londres; de allí se difundió al London Gun Club y al Hurlingham de la misma ciudad.
Ante todo había que elegir terrenos amplios, que permitieran el tiro en todas direcciones a una distancia de 150 metros, que era a lo que podía llegar el plomo de los disparos, sin lo cual el “juego” ofrecía graves peligros. Las cajas de pichones se construían de chapa y estaban constituidas por un zócalo, sobre el cual se colocaba la jaula propiamente dicha, hecha de tabiques articulados con resortes, que se abrían a distancia por medio de cuerdas. Las palomas se depositaban con gran cuidado, a fin de no magullarlas y en las grandes tiradas se les cortaban las plumas de la cola para dotarlas no sólo de mayor velocidad, sino de un vuelo zizagueante que hacía más difícil acertar al pichón. Se colocaban generalmente cinco cajas espaciadas de tres a cinco metros. Para dar mayor atractivo al tiro, se solía también lanzar los pichones a mano por uno o varios hombres ocultos, en pozos lo bastante profundos para disimularlos y protegerlos; esta forma era la que más se asemejaba a la caza y era más difícil acertar al pichón que saliendo de la caja.
Difusión y protestas en Europa
Desde Inglaterra, el denominado deporte del tiro al pichón se extendió rápidamente por toda Europa. En Francia se introdujo en 1860, siendo el más famoso el que funcionaba en el Bois de Boulogne, fundado en 1866, cuya presidencia ejercía el príncipe Joaquín Murat. En España, a fines del siglo XIX era una de las aficiones favoritas de la aristocracia. La Sociedad del Tiro de Palomas de Madrid se fundó en febrero de 1876, disputándose torneos que llevaban los nombres del rey y de la reina y era considerada la más importante entre sus similares del mundo entero. Uno de los más entusiastas propulsores era el rey Alfonso XIII. Pero fue en Montecarlo donde, además de su célebre casino, los aficionados se congregaban en gran número llegando de diversos lugares para competir con fuertes apuestas en el tiro al pichón.
Sin embargo, la costumbre de sacrificar palomas no pasó inadvertida para las personas sensibles. Desde sus inicios, las sociedades protectoras de animales protestaron enérgicamente, solicitando no sólo su abolición sino también sanciones a los infractores. Consiguieron hacia 1870 que se usara en Inglaterra como alternativa de tiro, balones de vidrio lanzados al aire con catapultas y más tarde con un sistema de resortes. Esta nueva práctica permitió organizar anualmente las denominadas “maratones victorianas” donde cada tirador disparaba casi ininterrumpidamente balones, llegándose a utilizar entre 3000 y 9000 diarios.
El primero en suprimir el tiro a las palomas en Gran Bretaña fue el denominado Botley Club de Hampshire en 1884, coincidiendo con la difusión de una nueva modalidad de tiro, los “clay pidgeons” o “clay targets”, que eran blancos de arcilla muy utilizados por las escuelas de tiro entre 1880 y 1900. Los ingleses consiguieron que se aboliera el tiro a la paloma en la década de 1920; los italianos a su vez, lo reemplazaron con el “tiro al segno”, mientras Mónaco continuó con esta práctica hasta 1970, en que se suprimió por iniciativa de la princesa Grace.
El Tiro al Pichón en Belgrano y Palermo
El 8 de octubre de 1875, un grupo de residentes británicos fundaron el Buenos Aires Gun Club con 17 asociados, de los cuales 16 eran ingleses. Su primer stand de tiro al vuelo se estableció en Belgrano y más tarde pasó al Parque Tres de Febrero, en una superficie de tres hectáreas, cuyos fondos daban al arroyo Maldonado. Posteriormente se mudó dentro del mismo parque ampliando sus instalaciones en un terreno arrendado a la Municipalidad por seis años con opción a seis más.
El Gun Club, del que se conservan medallas y fichas, anunciaba sus torneos en los diarios. En 1878 señalaba que tenía listas para ese fin de semana 300 palomas. Era un club cerrado cuyo acceso y prácticas estaban reservados únicamente a los socios.
Existen crónicas muy elocuentes de la forma en que se practicaba el tiro al pichón en Buenos Aires en el siglo pasado. Hemos seleccionado dos, una del aristocrático Buenos Aires Gun Club y otra del más modesto Club Argentino de Tiro de Palomas de Flores.
Una crónica, publicada por A. Galarce en su “Bosquejo de Buenos Aires” dice así: “Desde su fundación, la Comisión ha tenido que alterar cuatro veces el radio del tiro, hasta que en la última se le ha dado una circunferencia de doscientos cincuenta metros aproximadamente. En el centro se colocan cinco casillas paralelas y distantes cinco metros una de la otra, alojando un número igual de palomas para cada tiro. El tirador tiene que avanzar en línea recta al centro de las casillas hasta una distancia mínima de 20 yardas para descargar su escopeta, o 32 yardas como máxima, dentro de cuyos límites se ejercita el aficionado; la distancia es variable: aumenta o disminuye según el mayor o menor número de palomas víctimas de su serenidad y pulso, en el día.
Un contratista provee de palomas al establecimiento, cuyo número no baja de 7 a 8.000 por año, cobrando 50 centavos por par y con el derecho de apropiarse de las difuntas, que pone en su mano un empleado cuadrúpedo (un perro) que recibe 3 pesos por día de tiro como jornal (su dueño); una persona extraña a la Sociedad se encarga de la limpieza de las escopetas, cobrando 0,50 cada una; un escribiente, un encargado del manubrio y un peón son empleados de ella; cuatro muchachos alojan las palomas y arman las trampas, recibiendo un peso por día como remuneración. ¡Curioso dato: el can gana más que los empleados! Su trabajo es superior.
El local en que se colocan el Juez de semana, tiradores, escribiente anotador de losa tiros y el encargado del manubrio que pone en movimiento a los hilos conductores que abren la válvula de escape para la paloma, es todo de madera, con ocho frentes y una superficie de 40 metros.
Los días de fiesta pueden tirar todos aquellos socios que se hayan inscripto para tal objeto con antelación a la hora oficial en que debe tener lugar el acto público: el orden en que deben hacerse los tiros es señalado por el empleado que lleva el libro en que constan los nombres de los tiradores, número de tiros, etc., expresándose si mató o no a la paloma; los que más se hayan distinguido en las cinco vueltas de orden, son los que entran de nuevo a disputarse el triunfo de su admirable destreza y acierto, pero esta vez no es ya a matar una paloma simplemente sino dos que salen a un mismo tiempo, en cuyo caso se denomina doblete dicha circunstancia especial.”
Grandes apuestas en el Gun Club de Palermo
“En cada aniversario de la fundación de este establecimiento —señala Galarce—, se organiza una gran partida que obliga a concurrir a todos los socios que más se hayan distinguido durante el año que termina, discerniéndoles premios la Sociedad, algunos de valor; no sólo concurren 200 ó 300 personas, sino que allí corren los dollars, como palabras en boca de orador locuaz y testarudo.
La sucesión de los tiradores, o sea la aparición y desaparición de los protagonistas en el escenario, es tan rápida y veloz que sólo tiene tiempo para apostar y cobrar una vez: sin embargo, tal es la animación y el deseo de hacer más victorioso al actor, que apuestas de 500 y 1000 pesos son las voces dominantes de aquel inquieto torneo. En estas fiestas, 500.000 pesos circulan, con sus sonrisas y sus decepciones, de un bolsillo a otro, impresionando vivamente a sus perseguidores”.
En 1886, la institución contaba con 130 socios exclusivos y acababa de ensanchar su local para ofrecer mayores comodidades a los aficionados. Pero en 1889 fue conminado a entregar el predio. El intendente Seeber informaba ese año que había iniciado las construcciones del nuevo Jardín Zoológico “después de conseguir suprimir el cruel Tiro de Palomas, que servía para grandes apuestas”.
El tiro al pichón en San José de Flores
El primer club integrado por argentinos con entrada gratuita para el público, se fundó en el entonces pueblo de San José de Flores, el 28 de julio de 1877. Se trataba del “Club Argentino de Tiro de Palomas”. Un diario, al comentar estos inicios señalaba que la nueva diversión del tiro al pichón va generalizándose entre nosotros “pues la Sociedad de Flores ha sido creada y es dirigida por jóvenes argentinos, bien que muchos caballeros ingleses han ingresado a ella también”. Los propulsores fueron Federico Terrero, Vicente Casares, Roberto Hoevel, Vicente Silveyra y los señores Bridget, Davos, Nouguier, Canale y otros.
Estaba ubicado en los fondos de la quinta de Terrero, cuya entrada se encontraba en Rivadavia y Boyacá y los avisos en los torneos se publicaban en los diarios: “El que habrá mañana en Flores, decía uno de ellos, dará cuatro premios a los mejores tiradores en una polla general. Estos premios consisten en medallas.”
En comparación con el Gun Club, el Tiro de Palomas de Flores era mucho más modesto; sus apuestas movían capitales pequeños y era una institución abierta. El público jugaba libremente apostando “a la paloma o a la escopeta”, siendo la entrada gratis para los espectadores, mientras los socios debían abonar las palomas y se llevaban premios en efectivo, monedas y medallas de oro y plata.
Reglas del juego en Flores
“En el local del tiro —señalaba El Nacional— situado a los fondos de la quinta de Terrero, todo el mundo tiene acceso. El tiro se hace dentro de un radio circular trazado por banderolas punzóes. En el centro se colocan cinco trampas formando semicírculo y en cada una de ellas una paloma encerrada que reposa sobre un elástico comprimido. El cazador viene a quedar con una trampa a su frente y dos a cada uno de sus costados. Las trampas se manejan por medio de cuerdas desde atrás del cazador. Se tira a la suerte qué trampa se ha de desarmar. El cazador no lo sabe. Colocado en su puesto y preparada el arma, las cinco cuerdas comienzan a agitarse. Esta es la situación interesante. El cazador observa con tamaño ojo el movimiento de las cuerdas como queriendo descubrir por dónde va a volar la paloma. Los jugadores a voz en grito proponen sus apuestas. ¡Dos patacones a la escopeta! ¡Voy tanto a la paloma! La apuesta a la escopeta es a que la paloma cae y la apuesta a la paloma es que se salva. Por fin se abre la trampa; el elástico comprimido reacciona y le da ímpetu a la paloma que toma su vuelo veloz y el tiro suena.
Aquí viene corriente otro episodio. La paloma si no ha volado ilesa no cae siempre muerta. Cae ligeramente herida y empieza a correr y a querer volar; si se sale del radio, el tiro no es válido. El cazador entonces se lanza a correrla y va a tomarla y se le escapa; quiere pisarla y no puede; se deja caer sobre ella y la paloma huye, le tira con el sombrero y nada tampoco, hasta que por fin la coge o la paloma sale de la línea. Si la paloma se va, el cazador ha perdido su tiro y tal vez la polla, que consiste en matar tantas palomas en un número de tiros, ganando el primero que las mata el fondo que hacen los tiradores de la polla, que es convencional, pero que no puede exceder de cincuenta pesos por persona”.
Apuestas y grandes premios
Para participar en el juego era necesario abonar las palomas a los proveedores, que las criaban especialmente para ser carne de escopeta. Como constancia del pago y para ser entregadas en el momento de iniciar el torneo, el participante recibía fichas que podían ser de bronce o cobre y más raramente de aluminio. Generalmente llevaban en el campo una paloma en vuelo, aclarando algunas que se trata del “Vale por una paloma”. Las había también equivalente a 2, 5, 10 y 25 palomas. Como las mismas fichas se utilizaban durante años, era costumbre que no llevaran fecha.
Los concursantes recibían premios según el número de palomas que abatieran que, además del dinero que aportaban los tiradores como fondo del pozo, consistía en monedas y medallas de oro y plata. Así, el 31 de diciembre de 1893, una medalla recuerda el Gran Handicap de Jorge Atucha, quien ese día abatió 12 palomas en 12 tiros, o sea, como consigna la medalla: 12/12.
La ley protectora de los animales
Demás está decir, que el tiro a la paloma o al pichón, no fue exclusivo de nuestra ciudad; era muy popular en Vicente López en la estación Rivadavia, donde un denominado “Tiro a la Paloma de Buenos Aires” ocupaba la antigua quinta de Llavallol, como anexo deportivo del Eden Club. Otra entidad era el Club San Huberto, de Valentín Alsina, fundado en 1924, que en 1937 inauguró su nuevo stand de tiro en terrenos de Campomar. EL club aún existe pero ha eliminado esta cruel práctica.
Tal vez el más publicitado haya sido el Pidgeon Club de Mar del Plata, que estrenó su stand de tiro al pichón en el estratégico Torreón, el domingo 27 de enero de 1929 con un gran concurso en el que intervinieron tiradores brasileños, italianos y argentinos. Muchas palomas abatidas caían al mar y las que se recogían en tierra eran donadas al Asilo Unzué.
Curiosamente, las palomas que lograban sobrevivir volvían a sus palomares y eran vueltas a lanzar al domingo siguiente. Las chances para estas inofensivas avecillas en su juego de vida o muerte no existían.
En contra de estas bárbaras prácticas, la Ley 14.346 de protección a los animales, pena severamente estas transgresiones. No obstante, el tiro al pichón, según noticias, sigue practicándose todavía hoy en el Tiro Federal de Lomas de Zamora y sobre el tema, recordamos que en 1986, un particular inició una causa penal contra los organizadores de un torneo internacional en el Pidgeon Club de Ingeniero Maschwitz, donde se pensaban “consumir” 30.000 palomas. Existieron algunos proyectos de ley para prohibir esta práctica en todo el territorio nacional. El tiempo y el poco interés de los legisladores por tratar un tema que consideran banal, parece estar de parte de aquellos que consideran que las palomas “son parte irremplazable en el espectáculo de un torneo de tiro, no siendo lo mismo tirar a algo mecánico”.
Parten del concepto que las palomas constituyen una plaga y con ello justifican la crueldad como “deporte” abriendo camino a la extinción de otras especies animales y convirtiendo poco a poco a la tierra en un planeta sin vida cada vez más contaminado. ¿Qué puede interesar entonces el destino de las palomas, si en el centro del Primer Mundo, en la ex Yugoeslavia hasta hace poco morían a diario niños, mujeres y ancianos indefensos, asesinados impunemente en una guerra absurda, frente a la indiferencia general de sus hermanos de Europa?
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año I – N° 5 – 2da. reimpr. – Mayo de 2009
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Eventos deportivos y sociales, Hechos, eventos, manifestaciones, Asociaciones y agrupaciones barriales, Cosas que ya no están, Costumbres
Palabras claves: sociedad protectora de animales, Gun Club de Palermo, concurso
Año de referencia del artículo: 1890
Historias de la Ciudad. Año 1 Nro5