En el espacio que hoy ocupa el parque Chacabuco se levantaba, desde fines del siglo XVIII, un depósito de pólvora que, según una arraigada tradición, fue destruido en la explosión que conmovió a la ciudad el miércoles 26 de enero de 1898. Esta es la versión de la mayoría de los autores y publicaciones oficiales y la que, modernamente, circula por Internet. Con documentación de primera mano, se intenta demostrar la inexactitud de este mito tan extendido e insistentemente citado.
El parque Chacabuco, origen y centro del barrio homónimo, fue erigido en una zona que, hasta su incorporación al municipio porteño en 1887, pertenecía al partido de San José de Flores. Éste estaba constituido por antiguas suertes1 cuyos orígenes se remontaban a las mercedes otorgadas por los primeros gobernadores hacia fines del siglo XVI y principios del XVII.
A partir del fin de ejido2 –aproximadamente avenida La Plata–, hacia el pueblo de San José de Flores, la superficie de los predios iba en aumento. Con el tiempo, se fue tornando antieconómica la explotación de las grandes chacras por parte de un solo dueño, por lo que comenzaron a ser arrendadas en fracciones más pequeñas y luego vendidas a sus ocupantes. Se formaron así quintas que, durante la segunda mitad del siglo XIX, fueron a su vez loteadas, trazándose calles y comenzando la urbanización.
De las chacras que integraron el partido de San José de Flores, surgidas del parcelamiento de la antigua heredad del capitán altoperuano Mateo Leal Ayala –de casi 1.800 hectáreas, que por el siglo XVII llegaba hasta la actual calle Hortiguera–, nos vamos a detener en la que llegaría a conocerse como de Pesoa, por encontrarse en parte de ella lo que hoy es el Parque Chacabuco.
Tierras originadas en las mercedes de Hernandarias de 1609 pasaron a distintos dueños hasta que quedaron abandonadas. Cuando los jesuitas se afincaron, hacia 1740, en la zona vecina, conocida como la Chacarita de Belén, ocuparon de hecho las tierras de Pesoa anexándolas a las suyas. Los religiosos las poblaron con negros y las dedicaron parte a la siembra de cereales y parte a la fabricación de ladrillos y tejas.
El 1º de diciembre de 1784, el entonces virrey Juan José Vértiz y Salcedo designó a Francisco Belbezet comandante del polvorín, el que se hizo cargo inmediatamente del mismo recibiendo la pólvora enviada desde los depósitos de Cueli y La Residencia.
Pero ésta, pese a ser la correcta, no es la versión más conocida ni generalizada sobre el final del polvorín. Hay una tradición, en la que se basan numerosos autores, que da por destruido el mismo en la explosión que conmovió a toda la ciudad el miércoles 26 de enero de 1898. Entre otros, incurren en el error de la explosión –localizándola en el Polvorín de Flores– Ricardo Llanes, Hugo Corradi, Vicente Cutolo, Germinal Nogués, todas las publicaciones de la Municipalidad y del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y las diversas páginas web que se refieren al parque. Son pocos los que, como Cunietti Ferrando u Osvaldo Sidoli, dan la versión exacta de los hechos.
Pero los diarios de entonces dan cuenta de lo realmente ocurrido y de la exacta ubicación de la zona afectada. Y también de la confusión inicial, origen tal vez del error mencionado. La noticia mereció en todas las publicaciones un espacio poco usual en esa época. Y algunos incluyen ilustraciones. La misma tarde del 26 de enero, El Tiempo daba cuenta del hecho agregando información en las sucesivas tiradas. La primera información decía: “Al momento de cerrar esta edición nos llega la noticia de que ha ocurrido una terrible explosión por el norte de Flores, a la altura de Villa Catalinas. Se ha producido un gran pánico en el vecindario de aquella parroquia. Por teléfono nos comunican que hay varios muertos y heridos. El cuerpo de bomberos y algunos destacamentos militares se dirigen al sitio de la catástrofe”. En la cuarta edición encontramos una explicación de la confusión inicial: “La explosión en la Fábrica Nacional de Pólvora.- A las tres y media de la tarde circuló en la ciudad la noticia de haberse producido la explosión de un polvorín en Flores. (…) Los informes que nos llegan de Martínez, Tigre, Flores, Villa Catalina, San Martín, nos dicen que en todos esos puntos se ha sentido la detonación bastante fuerte como para suponer que la explosión ha sido enorme. (…) Se dice que hay doce muertos y muchos heridos. (…) Como en los primeros momentos se creyera que era en el polvorín de Flores, concurrieron á ese punto algunos destacamentos de línea, el coronel Richieri, varios oficiales, etc. El vecindario de esa parroquia se alarmó, pues la explosión produjo un temblor de tierra algo intenso. Estuvimos en el polvorín a las 4.10 p.m. El centinela nos dijo: «Aquí no ocurre novedad». Hace la guardia un destacamento del 2 de artillería”. En la quinta edición precisaba más la información: “Un cuadro espantoso presenta el sitio de la explosión, calle Libertad, esquina Churruarín (sic), a 6 ó 7 cuadras de Villa Crespo. Aquello es un montón de ruinas, salpicado de sangre en muchas partes. (…) El polvorín quedó completamente destruido. (…) Tanto el cuerpo de bomberos como la Asistencia Pública tuvieron que dirigirse á pie y á caballo hasta el sitio donde se levantaba el edificio de la fábrica, debido a los grandes bañados que existen por ahí”.
A su vez, La Nación informaba a la mañana siguiente: “Terrible explosión.- Fue exactamente las 2,20 p.m. cuando el destacamento de bomberos de La Boca, al mando del capitán Alurralde, se sintió conmovido por una detonación que indicaba una catástrofe, tal era su violencia. El telégrafo y el teléfono, desde Flores, funcionaban pidiendo datos.(…) ¿Era el arsenal de guerra que había volado? ¿Era la pólvora de Flores, la de Maldonado? Ningún dato por el primer momento. (…) La confusión de datos era increíble, el médico de los bomberos había partido al polvorín de Flores; allí fueron también reporteros: no pasaba nada, pues encontraron la guardia como siempre. Se había sentido, sí, la explosión, pero se ignoraba el sitio y la causa. (…) El desastre se produjo en la fábrica nacional de pólvora, situada en el camino de Campana, inmediato a Villa Devoto, cerca de la vía del ferrocarril.en la calle Libertad y Churruarín (sic)”. Luego precisa: “Aunque se dice «Fábrica Nacional», nada tiene que hacer el gobierno con esto: es un título como cualquier otro, que sus dueños Sres. Minelli y Fontana le han puesto”. El uso del adjetivo «nacional» en actividades privadas era frecuente hasta que legalmente se lo limitó al ámbito oficial.
Por su parte, el diario La Prensa informaba sobre el hecho, ese mismo día 27, en estos términos: “La gran catástrofe en Flores – Explosión de una fábrica de pólvora.- A las 2 y 30 de la tarde de ayer una gran conmoción precedida de un estampido bastante prolongado puso en angustiosa alarma al vecindario de Flores. (…) Desde el primer instante se supuso que habría volado el Polvorín de Flores, propiedad del Estado, cuyas condiciones de seguridad dejan mucho que desear. (…) El comisario Otamendi [de la sección 25ª] divisó desde su observatorio en dirección al Noroeste (…) una densa humareda. Recordó al punto que en esa dirección existía una gran fábrica de pólvora, y haciendo volver grupa a sus subordinados, que ya habían tomado el camino que conduce al Polvorín de Flores, con la rapidez del caso se trasladó al punto donde creía que había ocurrido la catástrofe. (…) La «Fábrica Nacional de Pólvora» de los señores Juan Minelli y Luis Fontana, establecida a veinticinco cuadras de la Chacarita, en una extensión de terreno de 72.000 metros cuadrados, comenzó a instalarse en 1893 pero no funcionó hasta 1894. Por el Norte se encuentra un callejón sin nombre, por el Sur la calle Chavarría, por el Este la avenida Libertad, o sea el camino a San Martín y por el Oeste las vías del ferrocarril al Pacífico y del tranway rural. (…)”.
A partir de la lectura de estas notas periodísticas, y pese a ciertas imprecisiones, queda claro que la explosión del 26 de enero de 1898 ocurrió en la llamada Fábrica Nacional de Pólvora, ubicada entre las calles Libertad –hoy Avenida De los Constituyentes– y Avenida Chorroarín, en el ángulo este del predio que ocupa actualmente la Facultad de Agronomía y Veterinaria. Queda claro también que en el mismo momento de ocurrido el hecho se origina ya la confusión, respecto a su epicentro, con el Polvorín de Flores, actual parque Chacabuco. La duda quedó inmediatamente despejada; pero esta confusión inicial y la percepción que los vecinos tuvieron de la explosión y del temblor de tierra que ella provocó, justifican que en el imaginario popular haya persistido esta idea. ¿En qué fuente se documentó el primer autor que dejó por escrito en un libro esta versión? ¿En su propia vivencia del caso? ¿En la historia oral recogida? Ésta luego se copió y se multiplicó en progresión geométrica hasta el presente. La falsedad de la información es mayor cuando se mezcla el verdadero nombre del sitio siniestrado –Fábrica Nacional de Pólvora– con la ubicación del polvorín de Flores. Sencillo hubiera sido para el autor primigenio, como para cualquiera de los que le siguieron, recoger la verdadera versión en las fuentes que aquí hemos reproducido.
Formación del parque
En realidad, el final del Polvorín de Flores fue mucho más tranquilo y burocrático de lo que afirma la versión popular. La resolución del 11 de diciembre de 1899, dispuso que el Departamento Ejecutivo de la Comuna procediera “a gestionar ante el Exmo. Gobierno Nacional, la sesión gratuita de los terrenos conocidos por el Polvorín de Flores para la formación de un paseo público”.
A su vez, la resolución del 30 de julio de 1902,9 en relación con la gestión municipal para que se trasladase ese polvorín “a otro paraje que ofrezca menos peligros”, dice en sus considerandos que el Gobierno Nacional accedía a tal pedido; pero exigía “la compra de los terrenos ocupados hoy por el polvorín para sufragar con esa suma los gastos que ha de originar la traslación proyectada.” Y continúa diciendo: “La Comisión de Hacienda, ante el grave peligro que entraña para la ciudad la permanencia del Polvorín en el sitio en que está actualmente ubicado, no había vacilado en aconsejar se procediera en la forma convenida con el Sr. Ministro de Guerra, buscando de esta manera evitar desgracias que en cualquier caso serían de consecuencias gravísimas para la población”. Como vemos, nuestros representantes locales no compartían el criterio de seguridad. Finalmente, en su artículo 3º, la resolución disponía: “Autorízase al señor Intendente para comprar por la suma de doscientos mil pesos m/n el terreno del Polvorín de San José de Flores, cuya superficie es de doscientos cuatro mil ochocientos setenta metros y veinte decímetros cuadrados”.
Diez meses después, la ordenanza municipal del 15 de mayo de 1903 estableció el trazado y nomenclatura del parque, bautizándolo con el nombre de “Chacabuco”. El mismo recuerda la victoria del General San Martín sobre los realistas, en el ramal de los Andes chilenos llamado Chacabuco, acaecida el 12 de febrero de 1817. En mayo de 1908 se proyectó erigir en el parque un monumento en conmemoración a la batalla de Chacabuco “en el que figurarán todos los que tuvieron notable figuración en esa acción”10. A principios de 1957, un proyecto de la Junta Vecinal Parque Chacabuco preveía la construcción de un monumento a la “Batalla de Chacabuco y su Héroe”. De hecho, estos proyectos nunca se ejecutaron, y la única mención concreta que hace referencia al nombre de este paseo lo encontramos en una placa, junto al busto del General San Martín. Curiosamente, este busto recién fue erigido sesenta y cinco años después de bautizado el parque.
Desde un comienzo, la denominación de “Chacabuco” se hizo extensiva popularmente a la zona que circunda al parque. Recién en 1968, la ordenanza 23.698 –revisada y ordenada por la 26.607, de 1972– creó el barrio homónimo.
Originalmente, y durante varias décadas, el parque Chacabuco fue destinado principalmente al desarrollo de ejercicios físicos. Así lo muestra ya el primer plano, de fecha 1º de octubre de 1906, confeccionado por el paisajista francés Carlos Thays (1849-1934), Director de Paseos entre 1891 y 1913.
De hecho, la transformación del polvorín en paseo público fue lenta y paulatina. Resulta interesante seguir los pasos de dicha evolución a través de las referencias que aparecen en distintas Memorias del cuerpo municipal:
En el sitio donde se afirma que se hallaban las instalaciones del viejo polvorín aparece proyectado, en el plano de Carlos Thays de 1906, un lago. De lo que sí hay claros recuerdos en la memoria de los vecinos y visitantes de la zona es del aspecto que la misma presentaba hasta finales de la década del treinta, antes de la construcción del natatorio. “De este parque de ayer -nos dice, por ejemplo, Osvaldo Luis de Tejería-, también conservamos en nuestro recuerdo, memoria (…) de las lomas, elevaciones pequeñas que semejaban montañas y circundaban un terreno destinado por el uso a la práctica del fútbol y el ciclismo. «Escalar las montañas» constituía las delicias de los muchachos que pasaban largas horas subiendo y bajando, una y mil veces, a la carrera, caminando y aún rodando”11. Y lo corroboran los vecinos: “Hasta mediados del 30, más allá del único eucalipto existente, había una elevaciones conocidas como «Las montañas». Formaban un círculo muy grande y habían sido parte del principal horno de ladrillos que había en el barrio. Un día aparecieron cercadas por unas tablas y se comenzó a trabajar en ellas durante muchos años, transformándose en el Natatorio Municipal…”12.
Por decreto del 23 de marzo de 1937, se autorizó al Ente Autónomo de Industria Municipal13 la construcción de dos piletas de natación: una en el Parque Chacabuco y otra en el De los Patricios. Las obras, concluidas a fines de 1939, fueron simultáneamente inauguradas el 2 de febrero del año siguiente; el acto del Parque Chacabuco fue presidido por el subdirector de Educación Física, Gastón G. Manigot.
Notas
1.- Suerte: parcela de tierra en las afueras de la ciudad destinada a la explotación agrícola para provisión de la misma. Según el historiador Julio A. Luqui Lagleyze, suerte es el nombre visigodo dado por Garay a dichas parcelas, pero que aquí recibió la denominación de chacara (voz quechua que significa finca rural) que luego se deformó en chacra.
2.- Ejido: espacio alrededor de la primitiva ciudad, destinado al pastoreo común de los animales de sus habitantes.
3.- CUNIETTI FERRANDO, Arnaldo J., San José de Flores: el pueblo y el partido (1580-1880), Junta de Estudios Históricos de San José de Flores, Buenos Aires, 1977.
4.- SIDOLI, Osvaldo Carlos, El barrio de la veleta, historia del Caballito, H. Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1996.
5.- BERUTI, Juan Manuel, “Memorias curiosas…”, en Biblioteca de Mayo, Senado de la Nación, Tomo IV, Buenos Aires, 1960, pág. 3678.
6.- A.G.N., Sala X, 13-2-6.
7.- CUNIETTI FERRANDO, Arnaldo J., op. cit. pág. 144.
8.- CUNIETTI FERRANDO, Arnaldo J., op. cit. pág. 145.
9.- “Actas de la Comisión Municipal de la Ciudad de Buenos Aires”, 1902, pág. 415.
10.- “Actas del Honorable Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires”, 1908, sesión del 26/5/08, pág. 188.
11.- TEJERÍA, Osvaldo Luis de, “Pintura del Parque Chacabuco”, en Revista Continente (Mensuario de Arte, Letras, Ciencias, Humor, Curiosidades e Interés General) Nº 82, Editorial Los Dos, Buenos Aires, enero de 1954.
12.- “El Parque Chacabuco y sus «casitas baratas»”, en “Historias de Buenos Aires” año 1, Nº 2, Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, Secretaría de Cultura, Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires, mayo de 1987.
13.- El Ente Autónomo de Industria Municipal era una repartición descentralizada creada en 1935, dentro de un plan de la Municipalidad de profunda reorganización en su administración, durante la intendencia del Dr. Mariano de Vedia y Mitre.
Información adicional
Año VI – N° 30 – marzo de 2005
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Plazas, Parques y espacios verdes, Hechos, eventos, manifestaciones, Historia
Palabras claves: Explosión, Polvorín, Flores, Parque Chacabuco, Emilio Mitre
Año de referencia del artículo: 1898
Historias de la Ciudad – Año VI Nro 30