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Recoleta

Facundo Quiroga en la Recoleta

Roberto L. Elissalde

Retrato de Quiroga, c. 1830.

El 16 de febrero de 1835 los hermanos Reynafé terminaban con la vida de Quiroga y su comitiva en Barranca Yaco. Su primera biografía apareció en 1845 en Santiago de Chile de la pluma de Domingo Faustino Sarmiento. Le sucederían las de David Peña y Ramón J. Cárcano, y en breve la de Miguel Ángel De Marco, editada por Planeta, cuyo adelanto se dio a conocer en la revista Histopía.

No es el motivo de este trabajo mencionar la causa a los hermanos Reynafé, muy documentada en La Gaceta Mercantil, sino los homenajes que decretara el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, en su honor. En primer lugar, el 28 de agosto de 1835 dispuso que la actual avenida Rivadavia llevara el nombre de Juan Facundo Quiroga, encargándose de las obras del empedrado el ingeniero Carlos H. Pellegrini.

La mujer de Quiroga, instalada en Buenos Aires, no sólo insistía en que el crimen no quedara impune sino que pedía que trasladaran el cuerpo desde Córdoba.

El 6 de febrero de 1836 llegaron los restos de Facundo a San José de Flores con todos los honores a cargo del coronel Rodríguez, designado para custodiarlos con un reducido grupo de hombres. Al día siguiente siguió la solemnidad con la entrega de la urna a Rosas. La Gaceta abunda en detalles sobre el riguroso ceremonial. Los restos fueron llevados a la iglesia de San Francisco, donde el obispo Medrano, asistido por numeroso clero, celebró un funeral luego del cual los concurrentes pasaron a la casa de la viuda para una visita de pésame.

Con guardia de honor, cañonazos y escoltas los restos llegaron después de recorrer la ciudad al cementerio de la Recoleta. Mientras tanto, los hermanos Reynafé escuchaban los estampidos y homenajes desde la cárcel. A la entrada de la Recoleta fueron depositados en la sepultura, años más tarde, una estatua de la Dolorosa, del afamado escultor Antonio Tantardini, simbolizando quizás a la viuda.

El 9 de diciembre de 2005 casualmente pasé por la Recoleta y me llamó la atención la prohibición de llegar hasta la tumba con esas comunes cintas que lo impedían. Me acerqué y el arquitecto Daniel Schávelzon y Jorge Alfonsín, ambos amigos, como miembro de la Junta de Estudios Históricos de la Recoleta, me invitaron a bajar a la bóveda. Allí una pared hueca con un agujero recién realizado guardaba un féretro de metal que estaba de pie. ¿Era el de Facundo? La tradición decía que estaba enterrado de pie y el féretro, por disposición familiar, no se abrió.

Sí recuerdo una vieja cruz de hierro, como esas que se ven en los antiguos cementerios de campo, con un corazón que debió ser de ella, a la que dos pacientes miembros del equipo intentaban sacar el óxido en la administración. Poco más, entiendo, pudo hacer el magnifico equipo de Schávelzon, pero un detallado libro titulado “Las muertes de Facundo Quiroga”, que se encuentra gratuitamente en internet, puede ilustrar acabadamente a los interesados.

En un nuevo aniversario de su fallecimiento vayan estos comentarios para recordarlo y hacemos nuestras las palabras de De Marco en el epílogo de su libro, que pronto estará en las librerías: “Más allá de los excesos que cometió y que, insistimos, también ejecutaron con igual saña sus adversarios, le corresponde a Quiroga el mérito de haber bregado sin pausa por la organización de la República, junto con otros con los que en vida mantuvo diferencia o cruzó sus armas. Y así debe ser recordado…”.

* Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación

 

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Categorías: Políticos, legisladores, autoridades, Historia
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Año de referencia del artículo: 2020
16/02/2020

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