“Lo lleva el presentimiento…”, dice la letra que canta bajo la ducha. Es una línea del tango “El ciruja” que se va entre los dientes del personaje en forma de silbido y rebota en las paredes de la habitación 704 del hotel Castelar en Av. de Mayo 1152. Precisamente, se trata de un personaje llevado por el presentimiento, porque es un poeta y un grande: Federico García Lorca. Desde el baño, a medio enjabonar, tararea canciones o responde preguntas de los periodistas, habla de su vida cotidiana o reflexiona sobre el arte. Dice que es alegre porque duerme mucho, que es mejor soñar que vivir, que no le gusta publicar, que el teatro es cosa de poetas.
Su fama viene apuntalada por su poesía, el “Romancero gitano”, editado en Buenos Aires por la revista “Sur”, que impacta en el ambiente literario de América latina y desata una legión de imitadores. Ya mucho antes, revistas vanguardistas venían difundiendo sus creaciones. En el número de la revista “Martín Fierro” de mayo de 1927, Guillermo de Torre señala: “la consolidación de un gran poeta con personalidad varia pero inconfundible: Federico García Lorca… llamado a realizar una obra larga, original y valiosa”.
El poeta granadino llega al puerto de Buenos Aires a bordo del trasatlántico “Conte Grande” el 13 de octubre de 1933, contratado por el empresario Juan Reforzo (esposo de la actriz Lola Membrives) e invitado por la Sociedad Amigos del Arte. Se comenta su miedo a volar. Prefiere los barcos, si son grandes mejor; tiempo atrás había viajado en el “Olympic”, gemelo del “Titanic”.
Acompañado por sus compatriotas, el escenógrafo Manuel Fontanals y Pablo Suero, periodista de Noticias Gráficas que subió al barco en la breve escala de Montevideo, el poeta, acodado en una barandilla, atisba las luces del puerto y suelta un: “¡Que grande es esto!” Apenas baja la planchada, una nube de gente lo aplaude y lo festeja: “¡Es de mi pueblo! ¡…de la Fuente!”, y el poeta se pierde en un enjambre de brazos de amigos y conocidos. Cuando sale del torbellino, se apura a escribirle a sus padres: “Estoy abrumado por la cantidad de agasajos y atenciones que estoy recibiendo. Estoy un poco deslumbrado de tanto jaleo y tanta popularidad. Aquí, en esta ciudad, tengo la fama de un torero”.
De pronto una mujer le pone frente al rostro una foto, es él mismo cuando tenía un año. La mujer, una antigua nodriza de la casa, lo interroga: “¿Lo conoces, Federico?”. Y el poeta, asombrado, vuelve a entrar a la caja de música de su infancia, donde la guitarra alterna con relatos y canciones de cuna a cargo de estas nanas a las que considera como su primera gran influencia.
Su llegada se da en el marco de la “dictablanda” del presidente Agustín P. Justo, la política entreguista hacia Inglaterra y la depresión social, esta angustia existencial que algunos escritores (Scalabrini Ortiz con “El hombre que está solo y espera”, y Ezequiel Martínez Estrada con “Radiografía de la Pampa”) traducen en ideas.
Lorca tiene 35 años; había nacido el 5 de junio de 1898 en Fuentevaqueros, Granada, hijo de campesinos con cierta fortuna (Federico García Rodríguez y Vicenta Lorca Romero), y está en la plenitud de su trabajo creador, su curiosidad, su inventiva. Apenas llegado se multiplica en el teatro, “Bodas de sangre” (el 25 de octubre en el teatro Avenida, con Lola Membrives), “La zapatera prodigiosa” (el 1° de diciembre en el teatro Avenida, también con Lola Membrives, con decorados y vestuario de Manuel Fontanals) y “Mariana Pineda” (el 12 de enero, con Lola Membrives)), dirige a Eva Franco en “La dama boba” (el 4 de marzo de 1934 en el teatro Comedia). Ofrece una función de títeres y dicta cuatro conferencias, entre ellas “Teoría y juego del duende” el 20 de octubre en Amigos del Arte y “Canto primitivo andaluz”. Acaba de llegar y esa misma noche va al teatro Smart (actual Blanca Podestá) a ver “El mal de la juventud”, de Ferdinand Bruckner, en versión española y dirección de Pablo Suero. A partir de allí, la bohemia será una calle larga colmada de voces amigas.
Entrevistas a Lorca y sus poemas llenan las páginas de los diarios. Su sonrisa aparece entre publicidad de cigarrilos “Nacionales”, noticias sobre Hitler, anuncios de películas de Cary Grant (Casino del mar), tiras cómicas del Ratón Mickey y avisos de Flit.
El éxito de “Bodas de sangre”, con la Membrives, obliga a la obra a mudarse del Maipo al Avenida. Asombrado, el autor exclama: “No creí que en Buenos Aires tuviera un eco más intenso que en Madrid”. Aclamado por el público, sabe agradecer: “Considero como fuerte espaldarazo esta ayuda atenta de Buenos Aires, que correspondo buscando el perfil más agudo entre sus barcos, sus bandoneones, sus finos caballos tendidos al viento”.
Edmundo Guibourg critica la obra y Lorca quiere conocerlo personalmente; la amistad es inmediata. “Pucho” Guibourg le presenta a Raúl González Tuñón, José González Carbalho y Pablo Rojas Paz. En casa de este último, y de su esposa Sara Tornú, en Charcas al 900, se conoce con Pablo Neruda (cónsul de Chile en la Argentina), con Jorge Larco, pintor, y autor de los decorados de “Bodas de sangre”, con los poetas Oliverio Girondo, Norah Lange, y Conrado Nalé Roxlo.
Sentado al piano, hace retratos musicales. Todos festejan escuchando el retrato del chileno en una melodía que sugiere la atmósfera de algunos poemas de “Residencia en la tierra”. Luego Lorca, al bosquejar un retrato de González Tuñón, combina un ritmo adecuado a sus fantasías con pasajes de La Internacional.
El poeta es un torbellino. En la estela que dejan sus palabras empujadas por unas manos que se mueven como aspas, se imprimen por un instante las imágenes de obras que corrige una y otra vez: “Poeta en Nueva York”, “El público”, “Así que pasen cinco años”. Y si hay un Lorca público, festejado en su Romancero y pisando fuerte en la dramaturgia, también hay un Lorca que no se ve, el que tiene los bolsillos llenos de papelitos con jeroglíficos, con versos que corrige una y otra vez. Es el poeta que confiesa estar enamorado de aquello que todavía no escribió. Es autor, además, de una radionovela conjuntamente con Eichelbaum y Guibourg para “Radio Stentor”, que más tarde se convertiría en Splendid.
Una noche, el 20 de diciembre de 1933, Lorca y Neruda llegan al Plaza Hotel, donde sus amigos escritores del PEN Club les ofrecen un banquete. Cualquier excusa es buena para la poesía y el divertimento. De pronto, sorprenden a todos con un discurso “al limón”, es decir a dos voces, se alternan en la palabra y la concurrencia balancea la cabeza como si observara un partido de ping-pong: “Señoras”, dice uno, “Señores”, dice el otro, “¿Donde está el manzano y las manzanas de Rubén Darío?” (Neruda), “¿Donde está la mano cortada de Rubén Darío?” (Lorca). Y ambos deciden celebrar la obra del nicaragüense con un remate a coro: “Por cuyo homenaje y gloria levantamos nuestro vaso”.
La amistad es en su vida una constante. El escritor César Tiempo habla de su cordialidad, utiliza para definirlo el término “filadelfia (de filos: amigo, y adelfos: hermano)”, y agrega: “A la media hora de conocernos sabíamos tanto de nuestras respectivas existencias, el de la mía y yo de la suya, como si nos hubiéramos tratado toda la vida”. Y la bohemia en torno a Lorca (con Norah Lange, Victoria Ocampo, Oliverio Girondo, Rega Molina, Samuel Eichelbaum, entre otros) es humor, pero también intercambio de experiencias de aquellos que bucean por caminos de riesgo. Así, un registro de sus amigos en América Latina revelaría un mismo impulso, que reúne al ademán experimental y la conciencia crítica sobre la época. Y están sus amigas: María Rosa Oliver (“La rubia”), Sara Tornú (mujer de Rojas Paz), y también Alfonsina Storni, a quien escuchó cantar “Yira Yira” en la peña literaria El Signo.
Vehemente conversador, el poeta da vueltas en su cuarto de hotel enfundado en un pijama a rayas, los ojos bien abiertos para leerle a sus amigos pasajes de la nueva obra, “Yerma”, que estrenaría Margarita Xirgu en Madrid en enero de 1935, o para relatar la sensación que le produce estar con los zapatos puestos en la cama: “Como si ya estuviese muerto”.
Lorca se despide varias veces de Buenos Aires, pero va dilatando la partida. Su plan original era permanecer quince días, y se queda casi seis meses. Está atrapado por una ciudad que no deja de recorrer: el café Tortoni, Palermo, la Boca, la avenida de Mayo… Por la mañana está remando en el Tigre, a la tarde busca una camisa azul por las tiendas de la calle Esmeralda, y a la noche cae preso. Ocurre en plenas elecciones: junto a Suero y Guibourg pasan por alto la prohibición de frecuentar lugares públicos y son detenidos cerca de la plaza del Congreso. Cuando los policías, que los interrogan sobre sus profesiones, escuchan la palabra “poeta”, piensan que les están tomando el pelo, peor si la supuesta burla viene de un extranjero. La tensión afloja cuando llega el subcomisario y los libera.
Cierto día el poeta mexicano Salvador Novo llega a visitarlo en su hotel, cenan en la Costanera, y Lorca lo sorprende cantando el corrido “Adelita”. Luego, hundiendo la mirada en el río, el español le confiesa su proyecto de viajar a México para dar una conferencia sobre Quevedo. Pero el deseo quedará en eso, aunque la obra del poeta viajará por tierra azteca, tanto, que “Bodas de sangre” será representada en la selva de Oxolotlán, Tabasco, por un grupo de teatro indígena.
Por esos días Lorca hace la portada de un cuaderno de poesía de Novo, “Seamen Rhymes”, y entre numerosos dibujos que obsequia aquí y allá, ilustra “El tabernáculo”, de Ricardo Molinari.
Para el Lorca músico, admirador de Schuman y Mendelsohnn, conocedor a fondo del folclore andaluz, el jazz y la música afroantillana, el tango no pasó inadvertido. Uno de sus temas preferidos, “El ciruja”, de Alfredo Marino, pieza clave del lunfardo, lo lleva a encontrarse con Carlos de la Púa, el “Malevo Muñoz”, autor de “La crencha engrasada” y guionista de una película que llena los cines, “Tango”, con Mercedes Simone y Tita Merello. Conoce también a Enrique Santos Discépolo (que en ese 1933 escribe “Tres esperanzas” y destaca como actor) y ambos poetas hablan de tango y de un autor que los entusiasma por igual, Luigi Pirandello. Volverán a encontrarse en 1935 en España. Recorre el café Mundial, la confitería Real, frecuentada por Julio de Caro, Cadícamo y Firpo, y el Germinal de la Corrientes angosta, donde toca Elvino Vardaro, en cuya formación orquestal está Troilo.
El plato fuerte llega una noche, cuando Lorca sale del teatro Smart de ver un ensayo general de “El teatro soy yo”, de César Tiempo, y en Corrientes y Libertad aterriza la sonrisa de Carlos Gardel. Tiempo los presenta y luego del abrazo, el cantor los invita a su departamento, donde interpreta para el visitante los temas “Caminito”, “Mis flores negras” y “Claveles mendocinos”. Son las últimas canciones que Gardel canta en la Argentina, porque al otro día hace su testamento y aborda el “Conte Biancamano” (Lorca viajará en ese mismo barco cuatro meses después) para no regresar nunca más.
Algunos encuentros son desencuentros. Por ejemplo el que tuvo con Jorge Luis Borges, quien luego remitió toda la pasión y la imaginación de Lorca a una especie de sobreactuación y lo definió con desdén: “Me pareció un hombre que estaba actuando, ¿no? Representando un papel. Me refiero a que era un andaluz profesional”. Durante esa reunión fugaz, Lorca le comentó que había una personalidad muy conocida que, aseguraba, expresaba toda la tragedia de los Estados Unidos. El escritor argentino, intrigado, quiso saber a quien se refería. “Mickey Mouse”, le respondió Lorca. Borges se retiró ofendido.
Estando en Buenos Aires, el poeta viaja dos semanas a Uruguay (del 20 de enero al 16 de febrero de 1934), acompañando el éxito de “Bodas de Sangre”. Allí ofrece tres conferencias en el teatro 18 de Julio, y visita la tumba de su gran amigo el pintor Rafael Barradas, uno de los protagonistas de la vanguardia de los años 20 en España. Ese destacado artista había impulsado las exposiciones de Lorca pintor, y preparado la escenografía de su primera obra, “El maleficio de la mariposa”. La actividad, como siempre, es intensa: el escritor Enrique Amorín lo filma, el poeta Fernando Pereda lo desafía a un contrapunto lírico; también conoce a Juana de Ibarbourou.
La imaginación del poeta lo abarca todo y el Lorca titiritero quiere agasajar a los amigos; la función se realiza la madrugada del 26 de marzo de 1934 para un grupo de amigos, en el teatro Avenida, conjuntamente con Fontanals, dedicada a los cronistas de teatro y a los escritores de la ciudad. La obra, basada en un entremés de Cervantes “El retablillo de Don Cristóbal”, fue reescrita por Lorca, rápidamente y de memoria, mejorando la primera versión. El manuscrito, que ahora está en Fuentevaqueros, fue hallado bastante más tarde con una perla: un porteñísimo “macanudo” decorando, inesperado, el guión. Su presencia fue decisiva para los titiriteros de Buenos Aires, ya que a su llegada no era usual el títere de guante, predominando la marioneta. Pero a partir de Lorca se genera todo un movimiento con Jorge Larco y Ernesto Arancibia, quienes, además, le construyen los muñecos, porque él había traído sólo un Cristóbal, el personaje típico español.
Y por fin, un día, el 27 de marzo de 1934, Lorca se marcha. Le quedaban dos años de vida. Iba con la fiesta y la tragedia sobre su espalda. Uno de sus temas fue el sacrificio, que es a un tiempo soledad, sangre, sexualidad, fecundidad y muerte. Lo despidieron todos sus amigos. El poeta acodado en la barandilla silbaba un tango.
El 26 de marzo de 1934, por los micrófonos de “Radio Stentor”, cuyo estudio estaba ubicado en el subsuelo del Hotel Castelar, Federico García Lorca se despedía de Buenos Aires de esta manera: “Cuando llegué a Buenos Aires, me pidieron que saludara al público desde el balcón invisible de la radio, y rehusé porque, dentro de mi carácter sencillo, encontré desorbitada la proposición. Tengo miedo siempre de ser molesto y me da rubor la popularidad adquirida siempre a costa del paisaje tranquilo de nuestra vida íntima”.
“Hoy yo mismo acudo a despedirme de vosotros, porque ya entre los que me escuchan hay muchos cientos de amigos míos. Yo vengo solamente a dar gracias por el interés y la cordialidad con que me habéis tratado en estos seis meses. Me voy con gran tristeza, tanta, que ya tengo ganas de volver. Ahora pienso en los días de nostalgia que voy a pasar en Madrid recordando el ahora barro fresco, olor a búcaro andaluz, que tienen las orillas del río, y el deslumbramiento de la tremenda llanura donde se anega la ciudad, en una melancólica música de hierbas y balidos. Yo sé que existe una nostalgia de la Argentina, de la cual no me veré libre y de la cual no quiero librarme porque será buena y fecunda para mi espíritu”.
“Adiós a todos y salud. Dios quiera que nos volvamos a ver y desde luego yo, siempre que escriba mis nuevas obras de teatro, pensaré siempre en este país que tanto aliento me ha dado como escritor. Hasta la vuelta.”
En mayo de 1935 Federico García Lorca, desde Madrid y a través de la emisora Radio Prieto, le dedicó tres conferencias a los porteños. En un reportaje, a través de la misma emisora, le preguntaron ¿Está en sus cálculos una nueva visita a Buenos Aires?. “Ojalá
—respondió él—. Pero no quiero ir para estrenar ni para dar conferencias. Me gustaría ir para estar con mis amigos, para remar en el Tigre, para oír el magnífico alarido de los partidos de fútbol, para escuchar los tristes bandoneones de notas verdes y acongojadas, para beber el vodka ruso en las tabernillas de la calle 25 de Mayo con el grupo de poetas más sensible y más simpático que he encontrado en mi vida.”
Pero Federico no podría volver. El 19 de agosto de 1936, es fusilado por las milicias falangistas en el barranco de Viznar, a diez kilómetros de Granada, junto a un maestro y dos banderilleros: él, que soñaba con toreros y que había sido de algún modo docente, cuando recorría los pueblos de España con su teatro La Barraca apenas poco antes, en el fulgor de la República. Como un presagio de su trágico destino precipitado por la ferocidad con que miles de españoles se arrojaron unos contra otros, en una lucha fratricida que sería el prólogo de la más pavorosamente irracional de las guerras mundiales, en 1935 escribió una elegía por la muerte del torero Ignacio Sánchez Mejía (Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejía), uno de cuyos poemas dice:
“La sangre derramada”
¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre,
de Ignacio sobre la arena.
¡Que no quiero verla!
La luna de par en par,
caballo de nubes quietas
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras
¡Que no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema.
Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña.
¡Que no quiero verla!
La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
No.¡No quiero verla!
Buenos Aires tampoco lo olvidó, y cuando en España sus trabajos estaban prohibidos por el gobierno de Franco, en 1938 se publicaron en Buenos Aires sus obras completas, y en 1945 se realizó el estreno de su última obra de teatro “La casa de Bernarda Alba”, interpretada por Lola Membrives.
Su lirismo, su sensibilidad y un talento poco frecuente a la hora de aunar palabras bellas, lo convirtieron en uno de los símbolos de la “visión poética de la vida”.
Federico García Lorca nos legó seis magníficos poemas gallegos, editados en 1935, poco antes de su muerte, y a propuesta del profesor Xesús Alonso Montero, de la Universidad de Santiago de Compostela, el autor Luis Alposta los tradujo al lunfardo, en 1998, y así, de:
“Bos Aires ten unha gaita
sobro do Río da Prata
que toca o vento do norde
coa súa gris boca mollada”.
[el poema se transformó en:]
“Buenos Aires y una gaita
junto al Río de la Plata
que llora gaitas ausencias
por su boquilla mojada”.
Y así Lorca quedó en el aire porteño, cuando estos versos se transformaron en milongas y tangos con la música de Marcelo Saraceni.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año II – N° 7 – Diciembre de 2000
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: CULTURA Y EDUCACION, PERFIL PERSONAS, PERSONALIDADES, Escritores y periodistas, Arte, Teatro,
Palabras claves: Lorca, poeta
Año de referencia del artículo: 1930
Historias de la Ciudad. Año 2 Nro7