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Ciudad de Buenos Aires

Historias de las tierras de Belgrano I: Sobre dos suertes de Garay se trazó la cuadrícula de Belgrano

Carlos Fresco

Óleo de Prilidiano Pueyrredón. Lavanderas en el Bajo Belgrano, en Luis María Campos entre Sucre y La Pampa., 1866.

Fueron las de Bernal y del Corro. Compras, ventas, herencias, canjes por unas esclavas negras y ocupación por los franciscanos son
algunos de los antecedentes de estas tierras que, en gran parte, quedaron en poder de dos familias por más de 300 años y en una de cuyas fracciones se asentó en 1855 el Pueblo de Belgrano.

El 24 de octubre de 1580, Francisco Bernal1 y Miguel del Corro2 recibieron las suertes números 22 y 23, respectivamente, dadas en merced por el fundador de la ciudad de la Trinidad y Puerto de Santa María de Buenos Aires. Cada una de estas suertes medía 350 varas3 de frente por 6.000 varas (una legua) de fondo,4 que corrían de nordeste a sudoeste. La longitud de la suerte se medía a partir de lo más alto de la barranca que daba al Río de la Plata.
En 1612, treinta y dos años después de haberlas recibido, el alférez Miguel del Corro vendió su suerte a su vecino Francisco Bernal, por lo que éste pasó a tener una fracción de 700 varas5 de frente por una legua de fondo.
Los límites actuales serían La Pampa, una línea paralela a La Pampa a unos 20 m al sudeste de la calle Olazábal, la calle General José Gervasio de Artigas por el fondo6 y, por el frente, la parte más alta de las Barrancas de Belgrano, que probablemente en aquella época avanzara unos metros más hacia el río. Sobre parte de estas dos suertes se fundó en 1855 el pueblo de Belgrano.
El heredero de estas tierras fue el alférez Pedro Romero7, bisnieto de Francisco Bernal, que estaba casado con María de Abila Villabisencio. El 7 de diciembre de 1705 las permutó con el capitán Juan de Espinosa y su esposa Ana María Segura “por una negra casta de Angola llamada Bonifacia”.
Poco más de veinte años transcurrieron sin que cambiaran de mano, hasta que el 30 de julio de 1726 tuvieron, en parte, nuevos ocupantes. Ante el escribano Joseph de Esquibel, comparecieron el matrimonio Espinosa, su hijo mayor el alférez Pedro de Espinosa, el menor, de catorce años Joseph Xavier, y el síndico del convento de San Francisco, capitán Thomas de Arroyo.
Allí, manifestaron que “en dichas tierras que son de las suertes principales se ha reconocido haber piedra de cal y arena que sirve en edificios. Y hallarse actualmente para principiarse la iglesia del Señor San Francisco de esta ciudad…” por lo que autorizaban a la congregación a extraer toda la cal y arena “que hubiere y se descubriere para dicha fábrica en piedra o de otra manera”. Además, se permitía a los franciscanos que tuvieran allí “ranchos, corral, bueyes, cabalgaduras y las vacas necesarias para la manutención de la gente que trabajase y andubiese con las carretas que se ocupasen en este ejercicio”.
A cambio de esto, los franciscanos entregaron al capitán Juan de Espinosa y su esposa Ana María de Segura “doscientos pesos en plata acuñada moneda columnaria de a ocho reales”,8 les ofrecieron darles entierro en la iglesia del mencionado convento y “pagar los derechos parroquiales de la cruz de la Santa Iglesia Catedral y hacerles novenario de misas cantadas poniendo la cera y todo lo demás necesario para semejantes ministerios. Y mortaja”.
La explotación y uso de las tierras se le concedió al convento por “todo el tiempo que fuere su voluntad quedándose los otorgantes con el dominio de las dichas tierras de manera que ahora ni en ningún tiempo sus hijos y herederos con ningún pretexto les han de poder impedir el uso de dicha piedra de cal y arena…”.
Los franciscanos también podían usar “de los montes que hubiere en el bañado perteneciente a dichas tierras”, o sea la extensión que se encuentra desde la barranca hasta el río. Este es uno de los casos de apropiación de los bañados sin título de propiedad. Se ocupaban, por considerarlos una simple continuación hacia el río de las tierras que se habían concedido a partir de la barranca hacia adentro.

Siempre en familia
A la firma de este documento, el matrimonio Espinosa tenía además de Pedro y Xavier, otros seis hijos menores de edad. Entre ellos estaba Antonio.9
A la muerte del capitán heredó las setecientas varas de frente por una legua de fondo en el Pago del Monte Grande, su primogénito, Pedro de Espinosa. Su madre se las había cedido con el beneplácito de los demás hijos y, a cambio, Pedro le dio una negra y doscientos pesos; fue la segunda negra que se canjeó por esas tierras. El 10 de noviembre de 1751, ante el escribano José Ferrera Feo, el nuevo propietario donó las dos suertes a su hermano menor Antonio de Espinosa.
En esa escritura se hace mención que “por vía de préstamo está poblada la Calera que en dicho pago están trabajando los religiosos de nuestro padre San Francisco”. Antonio, por su parte, se obligó a recaudar los arrendamientos de esas tierras y dárselos a su hermano Pedro hasta su muerte, ya que este último, de edad avanzada, no tenía descendientes ni herederos forzosos.
Ocho años más tarde, en 1759 la hija de Antonio,10 Juana María de Espinosa, se casó con Vicente Sebastiani y, en 1772, su padre “le dio en dote –aparte de una suma de dinero– setecientas varas de frente, y una legua de fondo lindando por la parte de abajo11 con tierras pertenecientes hoy a su Majestad y fueron de los regulares expulsos, y por la de arriba con tierras de don Simón Hornos”.
En la escritura de dote, que tiene fecha del 23 de octubre de 1772, no se menciona la Calera de los Franciscanos ni se hace salvedad alguna de estar ocupada por los religiosos.

La expulsión de los franciscanos
En julio de 1774, Antonio Espinosa denunció ante el Provisor y Gobernador del Obispado, Juan Baltasar Maziel, que un religioso lego se había opuesto a que su yerno Vicente Sebastiani labrara una porción de las tierras; por lo que solicitó que los franciscanos dejaran libre la fracción que ocupaban con su horno de cal.
Vicente de Azcuénaga, síndico del convento, alegó que el religioso impidió a Sebastiani que hiciera zanjas en parte de las tierras de los bañados, las que cortaban el camino real,12 privando “de los pastos, entradas y salidas francas de los ganados que sirven en la Calera…”.
Al intimar el desalojo, Espinosa argumentó que en cuarenta y siete años no se les había reclamado a los franciscanos estas tierras, respetando el instrumento legal que firmaron sus padres aunque la fábrica de la iglesia se había concluido hacía más de veinte años.13 Además, dejó asentado que la donación de sus progenitores comprendía “la mayor parte o casi todo de los bienes de mis padres, respecto a que siendo los principales aquellos terrenos, se desprendieron de lo que en ellos era útil, reservándose un dominio desnudo que nada podría producirles”.
Por otra parte, denunciaba tener documentación donde probaba que los padres habían extraído cal para vendérsela a las monjas capuchinas. Así fue como el Provisor declaró que dicha Calera le pertenecía a Antonio Espinosa y “que en su virtud podría usar libremente de ella como más le conviniese”. Con este aval, Espinosa intimó a los franciscanos para que “dentro de tres días desocupen el terreno retirando, o sacando los trastes, que allí tengan para que sin impedimento alguno pueda disfrutar lo que legítimamente es mío” y así lo aprobó Juan Baltasar Maciel.14
A pesar de ello, los franciscanos no acataron esta orden y continuaron explotando la Calera. Espinosa reaccionó indignado pidiendo al Provisor “mandar a un ministro de satisfacción quien vaya a dicha Calera y la haga desalojar, y sacar de trastos por justicia vista del desobedecimiento en que han incurrido”.
El 26 de octubre de 1774, Maciel solicitó “el auxilio correspondiente al Teniente de Rey de esta Plaza, para evitar cualquier ultraje del Tribunal, pasando en persona, y tomando en razón de lo que allí se hallase, lo sacará fuera. Y pondrá, en posesión de dicha Calera y todo su terreno adyacente a Dn. Vicente Sebastiani, como marido de doña Juana María Espinosa”.
El 12 de noviembre de 1774, un notario mayor, acompañado por un cabo de escuadra y dos soldados de caballería concurrieron a la Calera. Allí sólo encontraron a seis esclavos que dijeron ser de San Francisco, pero no había ningún religioso. Uno de los esclavos, un mulato de nombre Andrés, dijo que estaba al cuidado de dicha chacra. Estos criados fueron enviados al convento, salvo Andrés que se quedó cuidando una majada de ovejas y demás animales. “Y di posesión de la chacra y de todo su terreno al expresado Dn. Vicente Sebastiani”, anotó el notario en el acta que labró. La chacra estaba a cargo de fray Domingo Jáuregui. Más tarde se hizo presente un religioso, Bernardo Rocha, que era asistente en la Calera.
Tres días más tarde, por la mañana, el mulato Andrés llevó a la ciudad dos carretas con utensilios de la Calera y, a su regreso, a las dos de la tarde, trajo las llaves de la capilla y de todos los cuartos, por lo que pudieron abrirse en su presencia y en la del notario Antonio de Herrera, levantándose un inventario de los bienes existentes. Documento por demás interesante, ya que por medio de él se pudo saber la cantidad de habitaciones que había allí y qué imagen se veneraba, por lo menos hasta 1774 en la capilla de la Calera: la de Nuestra Señora de la Concepción.15
El 19 de noviembre de 1774, el R. P. Domingo Jáuregui recibió de manos de Vicente Sebastiani los “trastes y utensilios que estaban mandados entregar”. Pero el 13 de mayo de 1775, Vicente de Azcuénaga, como síndico del Convento de San Francisco, por providencia al Superior Gobierno y comisión de la Real Audiencia, logró nuevamente la posesión del uso de la Calera. Los franciscanos volvieron a ocuparla.
Antonio de Espinosa reaccionó interponiendo una apelación y acusando al convento de haber vendido una considerable cantidad de fanegas de cal16 “y tan cuantiosa, que acaso ellas solas habrían sido suficientes a verificar el fin piadoso, para que mis padres se la donaron” por lo que pidió se suspendiera la posesión y especialmente, trabajar la veta de cal por parte del convento.
Espinosa formalizó la denuncia por la que demostraba que los franciscanos vendieron 300 fanegas de cal17 a las madres capuchinas. Manuel Alfonso Sanguinez, síndico en ese entonces del convento de San Francisco, lo confirmó el 28 de mayo de 1775, pero adujo que esa venta se hizo porque en ese tiempo las hermanas capuchinas estaban fabricando el claustro interior de sus celdas y la madre abadesa le pidió que le facilitase algunas fanegas de cal. Señaló que con el importe de esa venta se compraron ladrillos, tejas y cañas tacuaras, entre otras cosas, para la continuación de la obra del convento de San Francisco. También denunció Espinosa que le vendieron cal a Juan de Lezica para la obra de la Catedral.
A fines de noviembre de 1776, a pesar de haberse fallado en el juicio a favor de los propietarios de las tierras, se continuaba litigando, por lo que Vicente Sebastiani, cansado de tanto pleitear decidió tomar el toro por las astas: se dirigió a la Calera, comenzó a cavar e inició la construcción de un rancho. Su deseo era formar una chacra y utilizar la cal y la arena existentes en ese lugar para levantar los edificios.
Esta actitud fue aprovechada en su contra en el juicio por el síndico Vicente de Azcuénaga, quien denunció que Sebastiani quería cercar el frente de la Calera en el bajo, impidiendo de esa forma el uso del “camino real que siempre ha existido sin memoria en contrario”.18
La providencia que se había dictado y que apelaba Azcuénaga daba derecho a Sebastiani para usar la cal, la arena y las tierras que ocupaban los franciscanos.
El 7 de enero de 1777, a dos años y medio de haber comenzado el juicio, Juan Manuel de Labardén, asesor del gobernador, indicó que “no debe excluirse a dicho Espinosa de la propiedad, posesión, uso y usufructo de las tierras de que se trata: porque estas no están enteramente donadas a dicho convento, sino en el usufructo de aquella parte, que le sea necesaria para tomar la cal y arena para la fábrica de su iglesia y convento: así consta de la escritura y así se halla juzgado y sentenciado y consentida la sentencia por parte del convento”.
Pero no se le reconoce como propietario de la Calera, la casa, Capilla y horno de quemar cal edificados en su terreno, los que quedaron en poder del convento hasta 1825, cuando los venden a José Julián Arriola, tenencia que duró aproximadamente un siglo.

Aparece un salvador
El 22 de noviembre de 1774, pocos días después de hacerse los inventarios de las pertenencias de los franciscanos, comparecieron Simón de Hornos, su mujer Bárbara Melo y el síndico del convento de San Francisco, Vicente de Azcuénaga, ante el escribano José García Echaburu. Allí firmaron una escritura por la que el matrimonio Hornos donaba a de Azcuénaga un terreno de la chacra que tenían lindera a la Calera. La fracción medía “350 varas al este que es sobre la barranca grande del Río Paraná y 600 de fondo al oeste y linda por el este como dicho es su frente al Río Paraná, por el norte con tierras de don Sebastián Castilla, por el sur con las de don Antonio Espinosa, y por el oeste con las demás tierras que les queda a los donantes…”.
En la escritura se aclaró que la donación la hacían si en las mencionadas tierras se encontraba “piedra para hacer cal, que tienen entendido haberla en él”, y “esta ha de ser para la conclusión de la fábrica de la iglesia y convento de la observancia de nuestro seráfico padre San Francisco de esta ciudad y demás oficinas que necesitare dicho convento hasta su perfecta conclusión, y en todo tiempo, que la necesitan…”.
Esta escritura estaba redactada de forma tal que los franciscanos no podían ser desalojados con los argumentos que por ese entonces Antonio Espinosa esgrimió para que abandonen sus tierras.
Siete años más tarde, el matrimonio Hornos decidió hacer una nueva declaración ante el mismo escribano. Allí anotaron, entre otras cosas “que habiendo llegado a su noticia el año pasado de 1773 que se pretendía despojar a los religiosos de la observancia de nuestro padre San Francisco de esta ciudad de una porción de tierras de que habían usado por algunos años, para el efecto de mantener en ellos algunos animales necesarios para el recojo de sus limosnas y de donde a poca costa sacaban la cal necesaria para la fábrica de su convento” decidían donar una porción de tierras “directamente a la silla apostólica, como señora que es, con pleno y absoluto dominio de cuanto usan los religiosos observantes de nuestro padre San Francisco, y sólo como a su administrador y ecónomo la hacen a su síndico don Vicente Azcuénaga […]”.
En 1793, casi veinte años después de la donación, Simón de Hornos hizo testamento y en la cláusula novena declaró “que de unos terrenos que poseo hice donación al convento de San Francisco, de cuatro cuadras de frente y cuatro de fondo, en donde tienen obraje de calera, y como al presente se le han mandado asignar a Sebastián Castillo (el apellido es Castilla, con quien había mantenido un juicio) cien varas, que por litigio son suyas, deben entenderse estas varas de menos y quedar la cesión, o donación firme y subsistente en la parte de mis terrenos solamente la que revalido por esta cláusula… y por lo propio en la dicha donación de doscientas cincuenta varas de frente con las cuatro dichas de fondo, así lo declaro para que conste”.
Así, la fracción que recibieron los franciscanos constaba, en realidad, de 250 varas de frente y cuatro cuadras de fondo; cada cuadra medía 150 varas. Ocuparon las tierras, hoy limitadas por una línea paralela a La Pampa, 20 m al sudeste de Olazábal hasta una línea media entre Blanco Encalada y Monroe, y desde Avenida del Libertador hasta Tres de Febrero, aproximadamente. De allí también sacaron la piedra de cal para finalizar las obras de la iglesia y convento de San Francisco.
Por estos documentos se puede saber que sólo a partir de 1774 los franciscanos contaron con la autorización para poder extraer piedra de cal en las proximidades del arroyo Vega, que corría muy próximo a Blanco Encalada. Anteriormente a esa fecha lo habían hecho en las barrancas desde Olazábal hasta La Pampa.

Los hornos de cal
Por lo que se ha podido encontrar hasta ahora en la documentación correspondiente a la Calera, puede afirmarse que lo que se elaboraba en los hornos de los franciscanos era piedra de cal, pero también empleaban conchilla extraída en el bajo de la barranca, la que produce una cal más pura. Pero este yacimiento no debió ser muy rico, ya que en todos los documentos sólo se menciona la piedra de cal.
Hoy, apenas excavando un poco en la barranca del club Belgrano y en la que cae a La Pampa se hallan trozos de piedra de cal, que muchas veces afloran después de una fuerte lluvia. Como leña para quemar en el horno, los franciscanos utilizaron cardo. El capellán fray Pedro de Cueli de Escobar, el 23 de mayo de 1806, lo deja ver claramente en una nota dirigida al virrey y capitán general marqués de Sobremonte. Allí dice: “Allándome encargado de la administración del obraje de cal que tiene este convento de nuestro padre San Francisco para la construcción que sigue de su fábrica, y próximo a quemar una hornada hice hablar a Da. Josefa Troncoso que estaba recogiendo leña cardo para si quería encargarse de acopiar y ponerme en este obraje cien pesos…”.
Así comenzó un juicio con la Troncoso ya que, según el fraile Cueli, no había cumplido con lo pactado y la carga era menor de lo estipulado. Además, en esta nota dejó constancia de que “Dn. Cornelio Saavedra aunque reside en el pueblo tiene aquí su obraje y Dn. Pedro Sebastiani, Dn. Pedro Moreno, Dn. Miguel Masiel son los sujetos que más inmediatos a la casa de esta señora y este obraje, y que conozco a unos y otros, he oído decir que tienen inteligencia, los apunto por si vuesa excelencia gusta echar mano de alguno para que a la mayor brevedad haga esta operación…”.
A los pocos días, la ciudad cayó en manos del general Guillermo Carr Beresford, quien estuvo a cargo de la Primera Invasión Inglesa.
Cueli, en su propuesta al virrey, deja ver que Cornelio Saavedra, en 1806, explotaba los hornos de la Calera. Las tierras las había heredado en 1798 de su prima hermana y mujer, casada con él en segundas nupcias, Francisca de Cabrera y Saavedra viuda de Mateo Ramón de Álzaga. Éste las había comprado a Antonio de Espinosa; mientras, los franciscanos explotaban las tierras aledañas que en 1774, les había cedido el matrimonio Hornos, como veremos en la próxima nota.

Notas
1.- Primer poblador de Buenos Aires, encomendero, regidor y alférez real de Buenos Aires. Nació en Asunción en 1558, murió antes de 1613. Actuó como medidor y amojonador juramentado en la primera mensura que se conoce del ejido de Buenos Aires en 1608, ordenada por el gobernador Hernando Arias de Saavedra.
2.- Primer poblador de Buenos Aires. Era procurador general. Había nacido en 1555 en Asunción.
3.- 303 m.
4.- 5.196 m.
5.- 606,20 m.
6.- La calle José Gervasio de Artigas como límite del fondo de las suertes resulta de medir 5.196 m desde la barranca. Este límite no coincide con el que se da frecuentemente, que es la avenida Constituyentes.
7.- Moneda de plata acuñada en América con un sello en que están esculpidas dos columnas y el mote Plus Ultra.
8.- Juan de Espinosa y su mujer Ana María Segura tuvieron ocho hijos: Pedro, Javier, Antonio, Juan (clérigo presbítero), María, Anastacia, Inés y Catalina.
9.- Antonio de Espinosa se casó con María Magdalena Cordoves y tuvieron 10 hijos: Antonio, Juan, Andrés, Francisco Bruno, Francisco Javier (sacerdote), María Leonarda, Juana María, Jacinta, Juana María y Ana. Antonio de Espinosa murió el 12 de marzo de 1784.
10.- Por la parte de abajo, se debe entender en este caso como sinónimo de sudeste; allí limitaban con las tierras que habían sido de los jesuitas y que comprendían la Chacarita de los Colegiales, por ese entonces en poder de las Temporalidades. Por la de arriba, debe interpretarse hacia el noroeste.
11.- Probablemente el camino real a que hace referencia Azcuénaga sea la derivación que existía del camino, por donde hoy corren las vías del ferrocarril, a la altura de Mendoza, que comunicaba con la avenida Cabildo; esa derivación nacía en el bañado. Esta conjetura nace al leer detenidamente la mensura que hizo Juan Saubidet el 29 de diciembre de 1830. Seguramente que Sebastiani cortó el camino, en el bañado, que ascendía por sus tierras hasta la hoy avenida Cabildo y que bordeaba la calera propiamente dicha, pero no interrumpió el paso del camino que se denominaba real que corría debajo de la barranca, por donde están tendidas las vías del ferrocarril.
12.- El padre fray Juan N. Alegre dice: “que la fábrica del actual convento e iglesia se inició en 1730 por el reverendo obispo doctor don fray Juan de Arregui, franciscano. La dedicación se celebró el 25 de marzo de 1754 con asistencia del Cabildo, corporaciones religiosas, y un inmenso gentío. Era guardián del convento fray Bernardo de Medina”. En 1770, el gobernador, Juan José de Vértiz, mandó cerrar la iglesia. Fue un año de angustias para los frailes. Varios maestros y un arquitecto habían hecho por mandato de la autoridad un prolijo reconocimiento de la construcción y dictaminaron “que amenazaba ruina, que la bóveda se hundía”. El guardián fray Juan Antonio López rebatió la opinión de los arquitectos y revisiones posteriores llevaron a las autoridades a permitir la reapertura del templo. En 1783, estaba concluida la iglesia, a excepción de las torres, que después se desplomaron en 1807. (La Revista de Buenos Aires, año II, N° 13, mayo 1864).
13.- “Examinador de Cánones, y leyes de la Real Universidad de San Felipe del Reyno de Chile, Abogado de su Real Audiencia y de la de las Charcas, Comisario de el Santo Oficio de la Inmaculada Concepción, Canónigo Magistral de la Santa Iglesia Católica, Provisor, Vicario, y Gobernador General de este Obispado de el Río de la Plata, en Buenos Ayres, a trece de octubre de mil setecientos setenta y quatro”.
14.- Este es el nombre con el cual se reconoce a la actual iglesia de Belgrano, por estar consagrada a la Inmaculada Concepción.
15.- Fanega: medida de granos, legumbres, etcétera que se compone de 12 celemines y equivale a 55 litros y 501 mililitros. Porción que cabe en esa medida. Celemina: equivale a 4.625 mililitros. En la República Argentina se usaba una fanega que se dividía en 4 cuartillos y era equivalente a 184 litros.
16.- Equivalente a un volumen de 55.200 litros, o lo que entraba en un hipotético recipiente de 55,2 m de largo por 1 m de ancho y otro tanto de alto.
17.- Se refería, aquí, a la actual porción de tierra por donde corren las vías del ex Ferrocarril General Bartolomé Mitre, a partir de La Pampa, que fue el antiguo camino.

Información adicional

HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año VIII – N° 44 – diciembre de 2007
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991

Categorías: Oficios, Cosas que ya no están
Palabras claves: franciscanos, Pueblo de Belgrano, piedra cal, bajo Belgrano, lavanderas

Año de referencia del artículo: 1866

Historias de la Ciudad. Año 8 Nro44

Piedra de cal que aflora en el talud que da a La Pampa. Esta piedra era la que usaban los frasciscanos, la cocían en hornos que tenían en las Barrancas de Belgrano (Foto del autor).

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