La mensura que acerca Máximo Terrero, la única existente de la Calera. La venta del Bañado. El hospital de la Calera. Las tierras del Club Belgrano, mal llamadas de Corvalán. El Oeste de Belgrano en 1850.
Los terrenos de la Calera
Volvamos otra vez a las tierras de José Julián Arriola para señalar que ellas suscitaron “varias cuestiones sobre parte de la área que originariamente tenían las chacras cuando vinieron a su poder, por don Juan Carabajal, y el cura de la parroquia de Jesús Amoroso”.
El 29 de diciembre de 1830, cinco años después de las últimas compras de Arriola, el agrimensor y juez don Juan Saubidet1 procedió a mensurar el terreno que fue de Gregorio Perdriel, el de Cornelio Saavedra, conocido por la Calera de los Franciscanos y el que había donado Simón de Hornos al convento de San Francisco. Saubidet encabezó la mensura diciendo: “En el partido de Jesús Amoroso…”.
El área medida que correspondía a Arriola era de noventa cuadras más seiscientos setenta y nueve milésimos de otra (la cuadra medía 150 varas de lado). Lindaba por el noreste con terreno de la morena libre Rosa Benavídez, por el noroeste con Micaela Banegas y Alberto Gómez, por el sudoeste con Pedro Sebastiani (aquí ya aparecen los herederos de Vicente) y por el sudeste con parte de la Chacarita de los Colegiales en la que se hallan Manuel de la Sota, Valerio Gonzalez, Rafael Viñas y Martínez.
En el plano se aprecia la existencia de la capilla en las inmediaciones de lo que hoy es La Pampa y Arribeños, sobre la barranca de Belgrano; y una construcción en forma de L en la esquina norte de Tres de Febrero y Juramento. En 1883, el plano estaba con los títulos originales de propiedad depositado en Londres. Máximo Terrero, esposo de Manuelita Rosas, los hizo llegar al gobernador de la provincia de Buenos Aires, doctor Dardo Rocha, acompañados de la siguiente carta:
S.E. Señor de toda mi estimación
Acompaño los papeles: mensura, plano, y escritura de la propiedad que don Juan Manuel de Rozas compró a los señores síndicos del concurso de don José Julián Arriola en 1842, localidad en que se ha edificado la presente ciudad de Belgrano. Todo es auténtico y nada deja en duda la validez de nuestros títulos con respecto a toda pretensión por reclamos que se pretendan sostener. La sentencia de la Suprema Corte de primero de octubre de 1878 es terminante. Tomo 8º acuerdos y sentencias. Si V. E. tiene interés en conservar copia de estos documentos puede ordenar tomen antes devolvérmelos.
Va así mismo una nota sobre el terreno comprado por el mismo Sr. Rozas, al coronel Cáceres en 1842, casi creo que ese pedazo de tierra anda traspapelado.
¿Cuándo será posible de acordarme una entrevista , señor, en hora y día que sea comodo a V.E.? Muy de veras se lo agradecerá saberlo a su spre. sserv.
Máximo Terrero
En ese plano, además, se puede ver la traza primitiva del camino que iba al pie de la barranca. Era el camino del bajo y sobre él se tendieron las vías del ferrocarril.
Comparando ese plano con el levantado por Domingo Amézola, se aprecia cómo la avenida Vértiz se interna en aquella barranca dibujada, por lo que deducimos que ésta debió ser desmontada alterando su configuración. También se debe haber transformado notablemente al extraerse de allí tierra, la piedra de cal y la conchilla, a lo largo de 100 años, para hacer ladrillos. Este plano es el documento más antiguo que se ha encontrado hasta ahora, que permite saber con exactitud la ubicación de los terrenos denominados de la Calera, y lo que es más importante aún, los límites noroeste y sudeste de las dos suertes sumadas: la de Miguel del Corro y la de Francisco Bernal. El límite sudeste es la calle La Pampa, como allí se puede apreciar.
Rosas en poder de la Calera
El 14 de diciembre de 1842, Juan Manuel de Rosas compró la fracción de tierra número 28 (en total adquirió 36), “sita sobre la costa del camino de San Isidro”.
Los terrenos se encontraban en el extremo noroeste de la gran extensión que fue formando a partir del 12 de enero de 1838 en el “bañado de Palermo”; además eran los que más se internaban hacia el sudoeste. Esta fracción comprendía: “la conocida con el nombre de la Calera; la casa, Capilla, y el horno de quemar cal y de ladrillos edificados en terrenos de la misma chacra, y demás que allí se conocía por de la posesión de los Padres de San Francisco; la chacra lindera conocida por la de Perdriel”.
La venta, por 40.000 pesos moneda corriente, la hicieron Juan Nonell y Juan Bautista Peña, síndicos del concurso de los bienes de José Julián Arriola, con la especial autorización que les había otorgado 15 días antes el tribunal de comercio.
Cuando Rosas no era aún propietario de la Calera y estaba en tratativas para la compra ya procuraba conseguir personal idóneo para hacerla producir apenas fuera suya. Para ello le escribió a su capataz Dionicio Schoö que estaba en la estancia San Martín,2 donde tenía un horno de ladrillos a cargo del maestro Santiago Dias.
Un día después de haberse firmado la escritura, el 15 de diciembre de 1842, Schoö le comunicó a Rosas: “Con respecto al maestro del horno le hice las propuestas y le hice ver los trabajos para los que lo necesitará usted, y dice que hasta fines del mes de abril no podrá ir a trabajar donde usted le propone porque está en compromiso para una cantidad de material…”.
Cinco meses más tarde, en otra misiva, Schoö le comunica que: “El conductor de esta es el maestro del horno quien quemó el adobe último que existía en este establecimiento que justamente es el maestro mejor de todos los que ha habido trabajando en horno de esta casa en otro tiempo, se llama Santiago Dias, quien lo conoce mucho es don Pedro Calderón. Según me ordenó usted le proponga de su parte para que fuese a tratar con usted, ahora va para en caso convengan dar principios a acopiar tierras para el verano”.
Pedro Calderón, a quien da como referencia Schoö para el maestro del horno, fue quizás el capataz de mayor confianza que tuvo Rosas. Por ese entonces estaba a cargo del matadero y saladero que se encontraba sobre el arroyo Maldonado, a metros de la casona en Palermo de San Benito.
Por lo visto, la oferta que hizo Rosas a Dias no debió ser para desaprovecharla, y a menos de un mes de aquella carta, el 6 de junio de 1843, el maestro del horno se hizo cargo de la Calera. Completaban la lista de personal un maestro albañil, quien al mes siguiente fue reemplazado por otro llamado Wenceslao Navarro; un cortador de adobes; un peón juntador de leña que también quitaba la maleza de la quinta que había allí y diez peones españoles.
Wenceslao Navarro era esposo de Josefa Rosaura Calderón, una de las hijas de Pedro Nolasco Calderón. En 1853 arrendó el terreno de la sucesión de su suegro, que estaba sobre el arroyo Maldonado y también fue albacea de dicha sucesión.
Para la primavera de 1843, la dotación había aumentado en tres cortadores de adobe, un peón bollero y una cocinera. Salvo el capataz, Santiago Dias, los peones españoles y la cocinera, tenían asignado un sueldo, el resto cobraba por día trabajado. El sueldo de Dias era de 300 pesos, los peones españoles ganaban 100 pesos por mes y la cocinera 80. Estos valores eran los mismos para idénticas tareas en toda el área de la quinta de Palermo.
Los cortadores de adobe, además, cobraban un tanto por cada corte que era de 12 pesos por millar y 5 pesos por millar de adobe desbarbado. El capataz también cortaba y desbarbaba, además de atender el horno. Un buen cortador hacía 1.200 adobes por día y desbarbaba otro tanto.
La primera hornada de ladrillos que se quemó en la Calera, cuando ésta estuvo en poder de Rosas, fue en octubre de 1843 y dio 31.000 ladrillos. En plena temporada de producción se hacían por mes 33.100 cortes de adobes y 21.000 desbarbadas.
Ya en febrero de 1845 apareció firmando las planillas mensuales de la dotación y sueldos de la Calera el maestro Miguel Cabrera, quien fue el constructor de la casona de Bolívar y Moreno, de la quinta de Palermo y de todas las obras que se hicieron en el lugar hasta el derrocamiento del Restaurador de las Leyes.
Por aquel entonces, 1845, ya no se encontraba Santiago Dias al frente del obraje, había sido reemplazado por Laureano Santos, cortador de adobes cuando Dias era capataz. Santos, como Días, pasó a tener el sueldo de 300 pesos. En aquel tiempo parece que no se conocía la inflación, pero sí las jerarquías: el maestro Cabrera ganaba 3.000 pesos mensuales. Una segunda lista encabezada por el maestro Luis Acuña comprendía a los peones jornalizados, inmediatamente se unificaron ambas listas y quedó éste como responsable.
El hospital de la Calera
Rosas instaló hospitales en Palermo, en Santos Lugares y en la Calera. En 1843 éste último estaba a cargo de un ex bethlemita. En las planillas mensuales se encuentran las listas del personal y el sueldo que percibían:
Lista del hospital de la Calera de los Betlemitas
Lista del padre del hospital y los sirvientes
Sr. José María de Rosario… 120
Domingo Rodríguez…………. 100
Diego López…………………… 100
José Canbón…………………… 60
———-
380
En una carta de Rosas a su primo Tomás Anchorena, fechada en Palermo de San Benito el 13 de abril de 1843 le cuenta: “Aquí felizmente voy yo arreglando mi Hospital de Caridad, en mi lugar puesto al cargo de dos Padres Belermitas buenos, y que han venido buscando mi amparo, después de haber vendido sus importantes servicios en el Ejército durante sus marchas en las provincias del Interior”.3
Las planillas las confeccionaba Pedro Nolasco Calderón y eran enviadas al capitán Pedro Regalado. En agosto de 1844 aparece encabezando la lista un padre betlemita más: Casimiro de las Animas, ganando 150 pesos, 30 más que José María del Rosario; pero al mes siguiente desaparece del listado Casimiro y figura Mariano de Belen, ganando igual que del Rosario, 120 pesos. Y en ese entonces, se incorporó una cocinera, doña Josefa Torres, cobrando 80 pesos.
El Oeste de Belgrano en 1850
El 16 septiembre de 1831 murió Pedro Sebastiani, hijo de Vicente y de Juana María Espinosa. Había heredado el resto que quedaba de las dos suertes que sus padres no habían llegado a enajenar: una fracción de 700 varas de frente por 3.000 de fondo, exactamente la mitad de lo que Francisco Bernal había llegado a tener a poco de fundarse Buenos Aires.
Pedro Sebastiani se había casado con María del Rosario de Texo con la que tuvo siete hijos y el matrimonio vivía en la calle del Parque (Lavalle) 74, entre 25 de Mayo y Reconquista4. Casi 21 años después de su muerte, en 1851, se hizo la tasación de sus bienes y por ello sabemos que la chacra, de 700 varas de frente por 3.000 de fondo, estaba dividida en tres fracciones “con calle pública por medio”.
La primera de ellas desde Melián hasta Álvarez Thomas, y desde La Pampa hasta una línea paralela a La Pampa unos 20 m al sudeste de Olazábal. Allí había una casa, y a ambos lados del camino central de los montes de acceso a ella, 140 cepas retoñadas de higuera plantadas.
La construcción constaba de cuatro piezas de material con techo azotea y los pisos de ladrillos; unidas entre sí por un corredor, también con azotea y piso de ladrillo. Anexadas había una cocina y un cuarto con techo de teja; con fogón, chimenea y horno; y un granero. También tenía un palomar. Para ubicarla tomaban como referencia, que estaba “a las inmediaciones de las esquinas que le dicen las Blanqueadas” (Avenida Cabildo y La Pampa). En esa primera fracción había plantadas 74.000 cepas de duraznos destinados solamente para leña, los más antiguos no llegaban a dos años.
La segunda fracción separada de la primera por la calle pública (hoy Álvarez Thomas) era un potrero destinado para pastoreo de ganado que llegaba hasta Bucarelli, aproximadamente, con el mismo ancho que la anterior.
La tercera fracción, denominada quinta chica, estaba separada de la anterior solo por un cerco de pita. Llegaba hasta avenida de los Constituyentes (continuación del Fondo de la Legua), que era el camino que pasaba por el fondo de las suertes que tenían frente al Río de la Plata. Allí también había 8.325 durazneros destinados para leña. Esta propiedad estuvo embargada en la época de Rosas porque Pedro Sebastiani era unitario.5
La venta del bañado
En 1803 Pedro Sebastiani había vendido a Manuel Antonio de Oya Benavides “un pedazo de terreno en el Bañado, frente a la chacra del finado Terrero por cuarenta pesos. Con la advertencia de que el explicado terreno es salitral en su mayor porción y de que si en algún tiempo resultase ser realengos los tales, no tenga derecho alguno a reclamar el saneamiento de esta venta…”.
La escritura se labró 19 años después, el 16 de abril de 1822. Manuel Antonio de Oya Benavides pudo entonces escriturar, porque Sebastiani estaba temeroso de morir; así lo manifestó pocos días después cuando hizo testamento. Este terreno de 250 varas (unos 209 m) de frente al sudoeste y dos cuadras de fondo (300 varas, unos 250 m, la cuadra se consideraba de 150 varas).
Lindaba por el frente con Julián Arriola que ya había comprado en 1819, las tierras que fueron de Terrero y luego de Perdriel. Lo separaban de Arriola las actuales vías del ex Ferrocarril General Bartolomé Mitre.
Por el costado del noroeste lindaba con Diego Saavedra (hijo de Cornelio); con Manuel de Luzuriaga, por el nordeste o fondo, calle en medio (que sería el otro camino del bajo, más cercano al río, allí, entonces, aparecía cortando en diagonal las actuales manzanas del trazado del bajo de Belgrano, pasando por la intersección de La Pampa con Migueletes).
También calle La Pampa de por medio, con Leandro Muñoz a quien posteriormente de Oya Benavides le compró la fracción para ensanchar su quinta.
Ese terreno hoy estaría delimitado por La Pampa, las vías del ferrocarril, una línea paralela a Echeverría unos 30 m al sudeste y una línea sesgada que pasa por la esquina de La Pampa y Migueletes y corta Echeverría entre Migueletes y avenida del Libertador.
Como se dijo, al poco tiempo de comprarlo, Antonio de Moya y Benavides, que era natural de la Villa de Bayona, Feligresía de Santa Baya de las Donas, Reino de Galicia, testó el 17 de mayo de ese año 1822. Declaró, entre otros bienes, que era propietario de “una chacra situada en los terrenos del Colegio al otro lado del arroyo de Maldonado y paraje llamado la Calera poblada de monte de durazno y alfalfares cercada de zanja y tierra, y en ella una casa de teja, galpón, corral, carretas, bueyes, y todos los demás utensilios correspondientes y necesarios para su elaboración y comercio”.
Esta era la quinta que había sido de Leandro Muñoz, que más arriba se lo daba como lindero con la aclaración de que iba a ser propiedad de Moya y Benavides. La declaración de bienes seguía así: “más una quinta en el Bajo del Río arrimada a la citada chacra con una casita de ladrillo, y techo de paja”, propiedad que le había comprado a Pedro Sebastiani.
Manuel Antonio de Moya y Benavides era hijo legítimo de don Luis Antonio de Hoya y Benavides y de doña Catalina Guiraldes de Castro; se había casado con María de la Cruz Irresabal, hija de Bernarda Ocampos; no tuvieron descendencia. En su testamento dejó expresa constancia de que “estando en pie, sana salud, y mi entero juicio, temeroso de la infalible muerte a toda criatura e incertidumbre de su hora, para que esta no me asalte sin tener arregladas las cosas concernientes al descargo de mi conciencia y bien de mi alma” dejaba a su esclava negra Rosa “una quinta del Bajo (eran las dos quintas juntas especificadas más arriba) y casa […] y lo que mi albacea juzgue le puedan hacer falta con todo lo demás que ella diga ser suyo, y que antes de ahora se lo tenga yo dado mirándola en caridad por los buenos servicios que me tiene hechos, y hallarse cargada de ocho hijos; previniendo que en ninguno de estos bienes tendría la agraciada más derecho que el usufructo, pues no ha de poder vender, donar, ni enajenar ninguna parte de ellos, por ser el fin con que hago esta donación graciosa el que sus hijos algún día tengan un principio para buscar la vida, y sólo habrá de considerarse una fiel depositaria, y encargo a mis albaceas estén muy a la mira de su conducta en esta parte y a la educación que dé a sus hijos que, en caso de no ser la correspondiente o que no tenga buena administración, se apoderarán de todo lo donado y más bien parado, sin hacerle cargo del mal tratamiento que por el uso hayan recibido algunos de los muebles, los que conservarán poniendo en administración y reparo hasta tanto que los hijos de aquella nombrados Alejo, Gregoria, Gertrudis, Fructuoso, Carmelita, María, Manuela y Rudecinda, que son los únicos que tendrán derecho a la presente gracia y donación hayan tomado estado, o que, por su edad y juicio, sean capaces de manejar dichos bienes”.
Diecisiete años más tarde, el 27 de mayo de 1839, Juan Manuel Beruti, tutor y curador de los menores, vendió el mencionado terreno a Juana Ferreyra, esposa de Benjamín Carman, ciudadano de los Estados Unidos de Norte América.
La quinta de Corvalán y el Club Belgrano
Con la compra que hizo al curador de los hijos de la morena libre Rosa Benavides, doña Juana Ferreyra prolongó su quinta hacia el bañado.
Tres meses antes, el 12 de febrero de 1839, había adquirido a Ramón Villanueva un establecimiento de chacra de 26 cuadras cuadradas más 49 centésimos de otra. En ese tiempo lindaba por su frente al Este con Juan Manuel de Rosas, por el oeste con Valerio Sánchez y con quinta de la testamentaria de Viñas, por el costado del norte con el antedicho señor Gobernador, y por el del sur con quintas de José Boschez. En parte de esta fracción de tierra se encuentra hoy el Club Belgrano.
El 29 de noviembre de 1843, Juana Ferreyra vendió esta chacra y los dos terrenos del bañado a Candelaria del Cerro, casada con Rafael Corvalán, hijo del edecán de Rosas, Manuel Corvalán, y de su primera esposa, Benita Merlo y Basavilbaso.
Doña Candelaria pagó por todas las tierras 80.000 pesos de moneda corriente. Y en la escritura se anotó: “Y presente a este acto el señor Don Rafael Corvalán a quien doy fe conozco, e impuesto y cerciorado de esta escritura de venta en favor de la señora su esposa dijo: que la aceptaba y acepto en todas sus partes a nombre de aquella mediante a estar conforme con su relato; declarando como declara, que los ochenta mil pesos moneda corriente que ha dado y pagado la dicha su consorte por la chacra que ha comprado, son de la particular y exclusiva pertenencia de ella”.
Años más tarde, a la muerte de Candelaria, el marido inició una serie de tramitaciones judiciales negando que el dinero fuera de ella y sosteniendo que él se lo había dado para la compra de las tierras.
Un terreno no inventariado
El 6 de diciembre de 1855 fue aprobado el nuevo trazado del pueblo de Belgrano. Su superficie estaba delimitada por las actuales calles Monroe, Crámer, La Pampa y 11 de Septiembre. Es decir comprendía también parte de las tierras que fueron de Simón de Ornos (ver capítulo “Un salvador”).
El 11 de junio de 1804, Marcos de Ornos, hijo de Simón, vendió a Martín de Odría y Molina 250 varas de frente al norte y tres y media cuadras, poco más o menos, de fondo al sur.
En ese entonces esa fracción lindaba: por el frente con tierras de la Calera de San Francisco, por el oeste con Juan Andrés Banegas, por el este “con tierras que tengo vendidas a Pedro Sebastián” y por su fondo con tierras del finado Manuel Millán. Si bien aquí aparecen en forma un tanto arbitraria los puntos cardinales, se ve claramente que esta fracción está incluida en los límites designados para el pueblo de Belgrano y otra cosa importante: aparece por primera vez el indicio de que Pedro Sebastiani hubiera comprado al heredero de Ornos tierras aledañas a las suyas y que hasta el momento no aparecen confirmadas en otros documentos.
Marcos de Ornos declaró en la escritura que extendió a Martín de Odría y Molina que dicha fracción la había heredado de su padre; “y como albacea y en atención a que eran muy pocos los bienes que éste dejó, procedí a hacer extrajudicialmente las reparticiones”. Aquí se refiere al fraccionamiento que hizo de la suerte principal número 24 que su padre había comprado, pero ese fraccionamiento no incluía la tierra correspondiente a la donación paterna al convento de San Francisco como ya se explicó en el capítulo “Un salvador”.
Por ese entonces se decía que Martín de Odría y Molina era vecino de la costa de San Isidro, y el 6 de junio de 1809 vendió a Alonso Fernández, de ese mismo vecindario, la fracción que le había comprado al hijo de Ornos. En la escritura se anotó que el frente lindaba con las tierras de Juan Andrés Banegas y el fondo con las de Cornelio Saavedra; por el este con Pedro Sebastiani y por el oeste con tierras del convento de San Francisco.
El 9 de febrero de 1825, Teresa Génova, viuda de Fernández, tutora y curadora de sus cinco hijos menores: Mauricio, Juana, Ciriaco, Francisco y Fortunata Fernández; vendió a Jorge Marín la “quinta con su rancho, pozo de valde, arboleda…”.
Aquí, según la escritura, ya habían cambiado en parte los vecinos: “limita por el frente con terrenos de Diego Saavedra, por su fondo con quinta de Juan Domingo Banegas, por el oeste con la de Alberto Gómez y por el este con los terrenos de la Calera de San Francisco”. Si bien aquí los puntos cardinales se detallaron con un poco más de criterio no se cuidó la exacta orientación que tenían los linderos. Esta fracción tendría hoy, aproximadamente, los siguientes límites: 3 de Febrero, Olazábal, Vuelta de Obligado y Monroe.
En el plano de las tierras de Belgrano levantado por el ingeniero Nicolás Descalzi en 1855, esta fracción estaría incluida en parte en la limitada por las tierras que figuran allí con el nombre de Rosas al suroeste, la zanja de Oliver al noroeste y un arroyo que aparece dibujado al sureste; el límite norte no está definido. Como propietario de la tierra lo da a Rosas.
En la mensura que practicó Juan Saubidet el 29 de diciembre de 1830, cuyos originales Rosas llevó a Londres, está incluida esta fracción dentro de lo “conocido bajo el nombre de chacra y Calera de los Padres Franciscanos”.
En la mensura de Saubidet se ve que el límite suroeste era “una calle que divide los terrenos que se miden, de los de Don Alberto Gómez”. Pero, como se dijo, esta fracción integraba en esta mensura la Calera de los Padres Franciscanos.
¿Cómo pasó a formar parte de la Calera de los Franciscanos, cómo pasó a formar parte del pueblo de Belgrano? Otro tanto sucede con la fracción que se ve en el plano de Descalzi. Esa franja que aparece comprendida entre la zanja de Oliver, el arroyito y los terrenos de Santillán y que lleva el nombre de Rosas, hoy estaría comprendida por las calles Olazábal, Monroe, Vuelta de Obligado y avenida del Tejar.
Hasta ahora es una incógnita cómo pasó a integrar la traza del pueblo de Belgrano. Quizás podríamos decir, como Máximo Terrero le escribiera a Dardo Rocha respecto a un terreno que era de Rosas y la gobernación no lo había registrado: casi creo que un pedazo de tierra anda “traspapelado”.
Conclusiones
Más allá de hilvanar la historia de las tierras sobre las que se formó el pueblo de Belgrano, esta investigación ha permitido confirmar ciertos hechos, desterrar ciertas tradiciones y probar:
En primer lugar se demuestra por lo expuesto claramente en los documentos que los franciscanos sacaron piedra de cal de las barrancas de Belgrano y no solamente restos de lamelibranquios (conchilla).
La división entre las suertes de José de Salas y Francisco Bernal (las suertes 21 y 22 del repartimiento de Juan de Garay) dada por la calle La Pampa, un hito perfectamente definido por la mensura practicada en 1830 por el agrimensor y juez Juan Saubidet, que contradice lo expuesto por distintos autores.
La forma que tienen las actuales barrancas de Belgrano en nada coinciden con las que otrora ostentaban; poco a poco fueron comidas por la mano del hombre para sacar la piedra de cal, la arena y el material necesario para los ladrillos, primero para la iglesia y el convento de San Francisco, luego para el convento de las Capuchinas, la Catedral y para los negocios de Juan Manuel de Rosas. Así tomaron esa forma de bajada.
Muy bien se nota, comparando los actuales planos de la ciudad con el levantado por Juan Saubidet de la mensura de la Calera, cómo la actual avenida Virrey Vértiz ocupa parte de lo que era el dibujo de la barranca.
Otro dato interesante que se desprende de los documentos hallados es sobre la historia de la capilla de la Calera. Por una parte se puede saber que ya en 1774 existía, que estaba destinada al culto de la virgen de la Concepción; y que hasta el momento no se encontró documentación que contradiga que se hallaba en la barranca, a la altura de La Pampa y Arribeños, como la dibujaron en sus planos Saubidet en 1830 y Carlos Enrique Pellegrini en 1862, y que nunca fue consagrada al culto de San Benito de Palermo.u
Notas
1.- Sala VII-Documentos de Dardo Rocha- Legajo 2972. AGN.
2.- La estancia San Martín, también conocida como estancia Del Pino, está situada en el partido de La Matanza; se encuentra a la altura del km 40 de la ruta nacional número 3. Es monumento histórico nacional desde el 21 de mayo de 1942. Fue adquirida por la sociedad Rosas, Terrero y Dorrego. Al disolverse esta firma en 1830, Rosas la reservó para sí.
3.- Documentación suministrada por el profesor Enrique Mario Mayochi.
4.- Era propietario, además, de un lote en la esquina de Córdoba y Perú (Florida) de 37 varas (32 m, aproximadamente) de frente al norte (sobre avenida Córdoba) y 68,25 varas (59,10 m) de frente al oeste (sobre Florida). Hoy, esta fracción es la esquina que mira al norte y al oeste de las Galerías Pacífico.
5.- Se han encontrado los recibos correspondientes a los años 1840, 41 y 42 fechados en San Isidro, por el pago a capataces y peones que cuidaban la chacra del “salvage Pedro Sebastiani”.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año VIII – N° 44 – diciembre de 2007
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Iglesias y afines, PERSONALIDADES, Vecinos y personajes, Políticos, legisladores, autoridades, Cosas que ya no están, Mapa/Plano
Palabras claves: la Calera, Rosas, Terrateniente
Año de referencia del artículo: 1900
Historias de la Ciudad. Año 8 Nro44