Un desconocido teniente de la Marina Real inglesa escribió un diario que, por una verdadera casualidad no fue destruido al demolerse unos antiguos edificios en Nueva Orleáns. Publicado hace más de medio siglo ha sido poco difundido entre nosotros, tal vez porque el original es amplio y abarca muchos episodios de la vida marinera del autor, mientras las invasiones al Río de la Plata son sólo un capítulo del mismo. Sin embargo, no deja de ser una fuente importante para esclarecer diversos acontecimientos, desde la mirada de un simple protagonista sin poder de decisión.
He leído con profundo y explicable interés las memorias de Samuel Walters que, escritas en la primera mitad del siglo pasado, como de inmediato veremos, recién fueron editadas en Liverpool en 1949 por C. Northcote Parkinson.1 Si bien existen en Buenos Aires varios ejemplares de esa obra, no es, sin embargo, conocida como se debe y no he encontrado en los trabajos históricos sobre las invasiones inglesas referencias a ella, lo que me ha inducido a comentar o transcribir aquellas partes del libro que tratan de tan importante episodio de la vida de nuestro país, reproduciendo, al mismo tiempo, algunos de los dibujos originales de Walters que ella contiene.
Apartándonos de las causas mediatas que provocaron la invasión a Buenos Aires en 1806, tales como el primitivo proyecto de apoyo a Miranda, tan caro a las imaginación de los comerciantes ingleses —como dice el famoso autor de “wayliley”,2— y que, por otra parte sirvió de base a Popham para dar visos de legalidad a la acción emprendida contra la capital del Virreynato, estas memorias y las acotaciones editoriales refuerzan la idea de que aquella se concretó, en esa oportunidad, por su propia decisión, la cual lo movió a realizar la presión que ejerció ante el Gobernador del Cabo.
Por lo menos no hay dudas de que nuestro Comodoro, no muy querido por sus pares, quedó como “chivo emisario” del “pecadillo” de gula en que se encontró mezclada la poderosa Soberana de los Mares.
Aparición del manuscrito
Corrían los años en que el incendio de la primera conflagración mundial consumía nuestro pobre universo. En ese período, la romántica Nueva Orleans, la del French Carré y de los labrados balcones hispánicos, “home” del Mardi Gras, puente entre el valle del Mississippi y el mundo, tenía un gran problema que inquietaba a sus autoridades comunales: las ratas, tan proclives a instalarse en los viejos edificios de madera que abundaban en ciertas zonas de la ciudad y, como no contaran con un mágico flautista que, como en Hamelin, las ahuyentara, decidieron actuar por otros enérgicos medios. Y así fue como dictaron reglamentaciones que pusieron a muchos propietarios en la alternativa de dejar sus propiedades libres totalmente de ratas o demolerlas. Ante tal dilema, algunos de los dueños de un conjunto de edificios de madera, originalmente ocupados por mercaderes de esclavos, no hesitaron y decidieron la demolición. En medio de tales trabajos, entraba al puerto de Nueva Orleans el Napierian, de la Leyland Line de Liverpool. El destino va juntando los hechos que permitirán salvar un precioso manuscrito del olvido.
La demolición fue tan rápida y total, que se efectuó sin preocuparse del contenido de algunos depósitos de viejos libros y papeles. Uno de los obreros ocupados en la tarea, más observador que sus compañeros, notó que cierto volumen contenía dibujos de navíos. Pensando —con razón— que podría ser de interés para algún marino, lo salvó y se lo llevó a su casa, como hiciera la princesa bíblica con Moisés. Su hijo era mayordomo de un tal señor Tipping, quien mantenía relaciones amistosas con el señor Neligan, primer oficial del Napierian, lo que era por supuesto de conocimiento de su mayordomo. Todo esto hace que en obsequioso tren el libro pasase del padre al hijo, del mayordomo al patrón y de éste al señor Neligan quien, luego del cansancio de los mares, convertido en capitán, lo llevara consigo a su retiro en Prescot, cerca de Liverpool. El libro había resultado, como se había previsto, de interés para un marino.
Su examen hizo conocer que era el trabajo personal, incluidas las ilustraciones, del teniente Samuel Walters (Royal Navy), oficial a bordo del H.M.S. Raisonable en 1805. Mostrado a varios amigos por su poseedor y luego de largas encuestas inquiriendo sobre los antecedentes y parentescos del autor, el capitán Neligan se puso finalmente en contacto, con posterioridad a una reunión en la “Liverpool Nautical Research Society”, en 1947, con el que resultaría editor de las memorias quien, ganado su interés por ellas, se hizo cargo del manuscrito con vistas a su publicación.
El examen y transcripción del contenido de sus hojas, de unos 32 por 20 cms, fueron bastante lentos y difíciles. Las primeras 35 páginas se hallaban cubiertas por una débil, pero legible escritura a mano, pequeña y que se hace más apretada a medida que se avanza en el relato; mientras algunas de las primeras páginas contienen no más de 38 líneas, muchas de las últimas llegan hasta 65, diferencia que, sin duda, se debe al uso creciente, por parte del autor, de sus anteojos. El papel es bueno, con marca de agua de 1808. En el texto se incluyen cinco cartas náuticas y vistas, parte de las cuales se reproducen en este trabajo. Los dibujos de buques, siete en total, comienzan con uno de la Raisonable, en la primera página, reproducido también en este trabajo, estando los demás al final del texto. La última ilustración de este grupo es una vista de Río de Janeiro. El resto del manuscrito contiene recortes de diarios y anotaciones que no poseen interés para la historia de nuestro país.
La parte impresa del contenido del volumen encontrado es sólo la manuscrita, aunque en un orden que difiere del original, adoptándose uno más cronológico, omitiendo ciertos ítems por tediosos o relegando otros a un apéndice. Aparte de este reacondicionamiento, la publicación reproduce el manuscrito rescatado del polvo de la mentada demolición y regalado al capitán Neligan.
Luego del prefacio, la publicación encierra una introducción que incursiona entre los probables ascendientes familiares de Walters y nos suministra las primeras noticias sobre la vida de Samuel. Su primer viaje lo hizo como Carpenter’s Mate en los albores del año 1796, a bordo del Ocean, de la Compañía de las Indias. De este viaje regresó amarinerado y con algunos estudios de navegación; su comandante, sin duda, lo recomendó a un pariente suyo, capitán del Argo, quien lo tomó a sus órdenes con la promesa de un posible rango de guardia-marina, cuando la vacante se presentara. Embarcado como able-seaman (marinero de primera) podía aspirar a tal promoción. En cierta manera la Marina Real, en aquellas épocas, era menos exclusiva que la Compañía de las Indias. Se vivían tiempos de guerra y, expandiéndose aquella, necesitaba más oficiales cada día. Cualquier cosa era posible con habilidad y suerte.
¿Qué clase de hombre fue Samuel Walters? Como se dice en la introducción de sus memorias, ello puede deducirse de lo que realizó, por lo que escribió y en lo que su retrato (que se reproduce) puede hacer pensar. Sus escritos no expresan la vívida expectación de la juventud sino, más bien, el desengaño de la edad madura. Esto crea una falsa atmósfera a sus hechos juveniles y muestra, en algunos casos, cómo hubiera querido realmente ser en sus años mozos. Todo ello, sin embargo, no tiene mayor influencia en los hechos descriptos en sus memorias que nos interesan directamente y a los cuales nos referiremos de inmediato.
Actuación en el Río de la Plata
Luego de un prefacio del propio Samuel Walters, entramos en una síntesis en la que se encuentran los principales sucesos, comenzando el 9 de marzo de 1805, y terminando el 31 de agosto de 1810, ocurridos en el navío Raisonable, construido en Chatham en 1768 y desguazado en Sheerness en 1814.
En ese buque, el entonces teniente Samuel Walters, fue comisionado con fecha 9 de marzo de 1805. Saltando las fechas hasta la parte correspondiente a abril de 1806, leemos, colocados ya en materia de nuestro interés, lo siguiente:
“Fue sugerido por Sir Home Popham y el general que, nosotros, con una pequeña fuerza, podíamos tener éxito realizando un desembarco en el Río de la Plata. Esto fue pronto decidido y los buques indicados en el margen3 formaron la Escuadra. El Regimiento 71°, una compañía de Artillería y un escuadrón de Dragones formaron nuestra fuerza militar. El Leda enviado en reconocimiento, perdió contacto y no se nos incorporó hasta que el objetivo perseguido no fue obtenido. El comando de esta pequeña expedición fue dado al general Beresford. Estando todo listo abandonamos la Bahía de la Mesa (Table Bay) el 14 a la mañana con una buena brisa del SE. Pocos días después, habiéndose separado el Ocean, variamos nuestro rumbo hacia Santa Elena, donde llegamos el 29. Juzgando que el Ocean no nos alcanzaría a tiempo, el General y el Comodoro solicitaron del Gobernador permitiera que algunas de sus tropas se nos incorporaran, a lo que accedió, enviando unos doscientos hombres, algunos de los cuales eran artilleros.”
Viene después un párrafo que es de especial interés y que demostraría que la partida del Ocean fue, en realidad, un pretexto: en efecto, agrega:
“Esto fue un gran esfuerzo y yo pienso que era cosa planeada que el Ocean se separaría de la flota para ser empleado como argumento”.
Suspendemos el diario para llevar nuestra lectura a la nota que, en la edición de Parkinson merecen estos párrafos de Walters, y que consideramos de interés intercalar, pues dan una acabada impresión sobre Popham y su influencia en los sucesos del Río de la Plata.
Comienza, refiriéndose a James, quien en el Vol. IV, pág. 189 de la edición de 1859 de su obra Naval History, consigna que Sir Home Popham fue informado por el capitán de un buque mercante norteamericano (el Rolla) que los habitantes de Monte Video y Buenos Aires eran “tan oprimidos por su gobierno” que no ofrecerían resistencia al Ejército Británico. James infiere de ello, un tanto ingenuamente, diríamos nosotros, que esa fue la principal razón para planear la expedición. Coincidimos con el acotador en que los motivos fueron mucho más complejos. Para alcanzarlos —dice éste— deben considerarse tres grupos separados de circunstancias que es necesario tener presentes en la mente. Ellos son:
“(a) Popham era anatema para todos los oficiales navales ortodoxos y especialmente para los más antiguos que él. Todo en él era irregular. Había nacido en Tetuán y había recibido parte de su educación en Cambridge. Comandó un buque de la East India Company, pero no al servicio de la Honorable Compañía, sino en uno que, navegando desde Ostende con bandera del Emperador, se había convertido en presa de una fragata británica. Luego, en la Marina, fue promovido para los servicios en tierra, por recomendación del Duque de York. Había sido armado caballero pero por el Zar de Rusia y como Caballero de Malta. Conocía un cierto número de idiomas y fue miembro de la Royal Society. Íntimo de los políticos, era detestado en el Almiraltazgo.4
“(b) Popham, Baird y Beresford no se encontraron por primera vez en 1806. Con Auchmuty fueron los héroes de la Expedición al Mar Rojo de 1801, el acariciado proyecto de Henry Dundas, el cual, sin alcanzar un resultado decisivo, atrajo una gran cantidad de aplauso público. Estaban listos como “team”, a repetir sus éxitos previos o a mejorarlos.
Aparte de esto, sin embargo, la expedición al Mar Rojo, a las órdenes de Popham, había disgustado particularmente a St. Vincent y sus amigos que consideraban esto un robo a los derechos del Almirante Blankett, el hombre que ya actuaba allí. Luego de haber servido como Teniente de Keppel, Blankett había llegado alto en su estimación. Jeremy Bentham, por contraste, pensaba de él como uno de los más errados cabezas duras que había encontrado. La opinión de St. Vincent acerca de Blankett (y de Popham) tenía en aquella época, sin embargo, mayor peso.
“(c) Cape Towm fue ocupada el 12 de enero de 1806 y Popham con Beresford zarparon de la Bahía de la Mesa para el Río de la Plata el 14 de abril. Durante los meses transcurridos, el 10 de febrero, un cambio de Ministerio había traído un nuevo Consejo de Almirantazgo: Charles Grey, Contra-almirante Narkham, Sir Charles Pole y Mr. Benjamin Tucker como Segundo Secretario. Era casi retornar al Consejo de St. Vincent de 1801-1804. Para el nuevo ministerio reemplazar a Baird y a Popham era mera rutina, en el caso que dichos Comandantes no hubieran cumplido al pie de la letra sus órdenes.
“Popham y Baird eran, por supuesto, inocentes de adherencia servil a las órdenes escritas. Ninguno, sin embargo, sucumbió a la influencia de un Capitán Mercante Americano. Popham había discutido el proyecto Río de la Plata con los ministros ya en 1803, cuando estaba en estrecho contacto con Miranda. Había sometido el plan de Miranda a Pitt en octubre de 1804 y creído entonces que una expedición a Sud América, bajo sus órdenes, se había decidido en consecuencia. La acción en tales lineamientos fue entonces pospuesta y fue Popham mismo (bajo su propia cuenta) quien sugirió la expedición al Cabo. Reclamó, sin embargo, más tarde, en su defensa, que el otro Plan se hallaba en discusión cuando él dejó Inglaterra.”
Transcribe luego el acotador tales expresiones, que dicen:
“El 29 de julio de 1805, me despedí de Mr. Pitt luego de tener una larga conversación con él sobre el proyecto original de Expedición a Sud América, en el curso de la cual Pitt me informó, que considerando la posición de Europa y de la Confederación en parte tomada o tomándose, contra Francia, existía la necesidad de actuar por medio de negociaciones amigables para separar a España de sus conexiones con aquella potencia; y que hasta que no se conociese el resultado de tal intento era deseable suspender toda operación hostil en Sud América; pero en el caso de fallar en el intento, era su intención volver nuevamente al proyecto original…
La muerte me priva de los medios de probar los detalles ocurridos en esta última entrevista con tan ilustre y siempre lamentado estadista (P. R. O. Ad 1/5378. Report on Court Martial).”
Es evidente que, para que la defensa de Popham tuviera valor, había que demostrar que el objetivo de la formación de una Confederación europea contra Francia no era ya factible y a ello se refiere en su defensa, en los siguientes términos:
“Conociendo como me lo dijo personalmente, el por qué la expedición había sido pospuesta, no tenía dificultad en ver que las razones para tal posposición habían desaparecido. Después de Ulm y Austerlitz, no era posible la Confederación Europea…
“…Yo bien sabía que este era el objetivo favorito de Mr. Pitt. Conocía las causas que lo habían suspendido y el hecho de no haber recibido instrucciones en ese sentido nacía de que no existía la más remota idea de que esas causas iban a ser repentinamente removidas y que un cambio total ocurriría en la situación de Europa, a consecuencia de los éxitos de Bonaparte”.
El comentarista agrega:
“No puede existir la menor duda de que las noticias sobre la escapada de Popham en Sud América, habrían sido recibidas, en realidad, por Pitt, si hubiese vivido para recibirlas, sin la sensación en que cayeron los amigos de St. Vincent. Pero aún Pitt y Dundas habrían lamentado que el intento se hubiera hecho con tan pequeña fuerza y con tropas cuya remoción había debilitado, quizás peligrosamente, las guarniciones del Cabo y Santa Elena. Sólo un éxito espectacular podría haberlo justificado”.
Volviendo luego de este interesante comentario, a las memorias de Walters, éstas nos hablan de que, una vez completada el agua, la escuadra zarpó en la tarde del 2 de mayo. El éxito parecía descontarse y ya se pensaba en el comercio a realizar, por lo menos así lo indica la incorporación a la fuerza, del Justicia, un mercante cargado con géneros para especular en el Río de la Plata.
El tiempo era bueno. Es evidente que Popham, que siempre pensó que en alguna oportunidad accionaría contra el Río de la Plata, confiaba en la capacidad de sus tropas de marina y así había dispuesto el entrenamiento especial de su gente desde tiempo anterior a las operaciones del Cabo de Buena Esperanza. Conociendo el valor del efecto psicológico que en el campo de batalla produce el aspecto marcial, las uniformó adecuadamente, ya que las tropas de marineros no se prestaban a producir tal impresión, evitando, además, que estas tuvieran un aspecto demasiado “piratero”. De esto nos informan las memorias cuando dicen:
“El Comodoro Popham publicó una orden similar a la que dio cuando nos dirigíamos al Cabo, siendo nuestra fuerza más bien pequeña. Plumas y géneros fueron comprados en Santa Helena con el propósito de vestir a los marineros entrenados en las armas con el propósito de cooperación con el Ejército, debiendo vestir chaqueta azul con vivos y bocamangas rojas, pantalones y polainas blancas y cubrecabezas negro con plumas.5
El entrenamiento de las tropas de marineros se basó en adecuarlas al uso correcto de las armas de fuego portátiles y de las picas y, en cuanto a su organización, cada buque de línea debía completar dos compañías de 50 hombres cada una, a las órdenes de un Teniente con dos guardiamarinas o “mates”,6 dos contramaestres y un “mate” condestable. Las fragatas estaban obligadas a integrar, a su vez, una compañía. Para la operación en el Río de la Plata se designó como Comandante de toda la Brigada de Marina —a ser desembarcada bajo el Comando del General Beresford—, al Capitán King del HMS Diadem. En adición a estos marineros entrenados para cooperar con el Ejército, la Infantería de Marina fue remontada, en los buques de línea, a una fuerza de cien hombres. El 20 llegó la Escuadra a la Isla de Trinidad y el 28 el Comodoro izó su insignia en el Narcissus, viniendo el Gral. Beresford a bordo de este buque. Sir Home Popham se adelantó con su buque a hacer observaciones, dejando el Comando de la Escuadra al Capitán Rowley. El 8 de junio, arribaron a la Isla de Palmer, cerca de Cabo Santa María.
Desde ese punto una espesa niebla cerró la visibilidad, aclarando sólo a intervalos. Alrededor del 10 entró al Río de la Plata, pero a causa de la bruma no vieron al Narcissus hasta el 13. El 15 aclaró. El día 16, las tropas embarcadas en los buques de guerra fueron transbordadas a los transportes de menor calado. El General y su Estado Mayor pasaron al buque insignia del Comodoro, el Narcissus. La infantería de marina y los marineros armados también se embarcaron en él, dirigiéndose a Buenos Aires. Los navíos Raisonable y Diomede, se separaron de la Escuadra para tomar estación frente a Montevideo y Maldonado con el objeto de cortar las comunicaciones entre estas playas y Buenos Aires. En el primero de ellos va nuestro joven Walters. Experimentan algunas fuertes tormentas, principalmente del NE. Detienen algunos buques portugueses y el 7 de julio sufren un violento temporal del NE, que salta al SW, sobreviniendo un pampero (Pampyra, como lo llama nuestro cronista en su español mal aprendido) que rompe el mejor de sus cables, que se pierde en su casi totalidad.
El 9 reciben información por medio del Wellington, transporte que les provee de agua, vegetales, etc. y que viene de Buenos Aires, de los progresos realizados por “los amigos”. El desembarco no pudo efectuarse hasta el 26 de julio —acota— debido a la continua niebla y fuertes lluvias, así como por el hecho de que el Narcissus tocara en la parte de más arriba, del Oyster Bank (Banco Ortiz —ver carta náutica del propio Samuel Walters, reproducida en este trabajo), lo que retardó grandemente su avance. Con respecto al desembarco y acción ulterior, sólo dice lo siguiente:
“El 29 tuvieron una acción con los españoles quienes a pesar de ser cuatro veces el número de los nuestros, pronto se dispersaron en todas direcciones y los ingleses avanzaron hacia la Ciudad de Buenos Aires. Cuando el General Beresford llegó frente a la Ciudad con su pequeña fuerza se envió una bandera de parlamento a la Ciudadela, conminándola a rendirse a discreción. Cuando las tropas españolas la desalojaron las inglesas la ocuparon tomando posesión de la Ciudad, Ciudadela, fuertes, etc., encontrándose una gran parte del Tesoro.”
El General, que como Popham había puesto sus vistas en el Tesoso, el mismo día que desembarcó en Barcagan (como lo llama nuestro cronista, quien también, en una nota marginal le denomina a nuestra Ensenada de Barragán, Ensenada De Carrigan) se informó que “el Virrey había huído con un inmenso causal cargado en 10 ó 12 carretas”. Capturado el Tesoro, en la forma conocida, se ordenó embarcarlo a bordo del HMS Narcissus que debía partir con él a Inglaterra. En cuanto al Raisonable, luego de verse obligado a hacerse a la mar por fuertes tormentas que le rompieron sus calabrotes, impidiéndole ocupar su antiguo fondeadero frente a Montevideo, se incorporó nuevamente a la Escuadra, en la rada de Buenos Aires.
Teniendo ya el Narcissus el tesoro acomodado en sus bodegas —convertido en un creso flotante— Popham trasladó su insignia al Diadem y el Narcissus zarpó para Inglaterra. Sir Home trasladó posteriormente su insignia al Leda, que se incorporó a la Escuadra. Nuestro relator parte, a esa altura de los acontecimientos, para Río de Janeiro, a donde no lo seguiremos, dejando constancia de que recibieron allí toda clase de aprovisionamientos y que, en el viaje de vuelta, fue tocado el Raisonable por un rayo, lo que mueve al autor a dar curso a sentimientos poéticos que comentaremos luego, arribando de regreso al Río de la Plata el 16 de septiembre y anclando a la puesta del sol entre Maldonado e Isla Flores, en 9 brazas de agua.
Los versos de nuestro cronista no tienen, sin duda, altura poética como para elevarlos al Parnaso, pero son ingenuos y sólo reflejan la impresión emocional que los hechos le producen, ya sea que provengan de la naturaleza, que por lo visto no se mostró pródiga para con los invasores, ya de las acciones de armas, felices o desgraciadas. Estos versos, como muchos que pueblan las historias y refraneros marineros, nos traen a la memoria la frase del Almirante Thevernard, escrita hacia el año VII de la República Francesa: “Quelques-unes des traditions, vulgaires, les expressions triviales, des proverbes mal rimes, prouvent l’ancienneté des peuples grossiers, alor dont elles proviennent et la plupart d’entre elles seraint rebutantes si les véntés qu’elles présentent ne les rendaient pas respectables”.7
De la poesía escrita a bordo del Raisonable, cuando fue tocado por un rato en su travesía de Río de Janeiro al Río de la Plata en la noche del 12 de septiembre y que incluye en una carta a sus padres, sólo tomaremos, como muestra, las dos estrofas finales que tratan de la derrota sufrida por sus compatriotas en Buenos Aires y el abortado ataque a Montevideo; dicen así:
“But on arrivae at Fleets’ anchorage, there
A very sad story we next did hear
That Buenos Ayres had been retaken,
And our little army very much shaken.
But a small re-enforcement from the Cape
Induced the Commodore to try a feat
To reduce Monte Video ‘twas his intent
But which proved abortive in the event”.
“Al llegar al fondeadero de la Flota
Llegó a nosotros una muy triste nota
Buenos Aires había sido retomada
Y nuestro pequeño Ejército abrumado”.
Pero un magro refuerzo desde el Cabo
Indujo al Comodoro a un hecho bravo
Reducir Montevideo fue su intento
Mas resultó abortado el tal evento”.
La noticia que da en sus memorias sobre la reconquista es, diríamos, periodística, por su sinteticidad, dejando constancia del valor demostrado por sus compatriotas. Más interés tiene, en cambio, la acotación que lleva al respecto la edición de 1949, que nos permitiremos traducir in extenso; dice así:
“El éxito de la expedición al Río de la Plata se basaba en la actitud de los colonos sud americanos. Se los creía descontentos con el Gobierno Español y a punto de rebelarse activamente. Esto era perfectamente cierto. Ellos lo hicieron más tarde en 1809. Pero la influencia actuante fue la de la Revolución Francesa, combinada con el ejemplo de los Estados Unidos y los colonos no estaban dispuestos a cambiar el Gobierno de España por el igualmente remoto (y mucho más extraño) de Inglaterra. Los intereses ingleses, a los cuales Pitt en su mayoría representó, se interesaban más bien, en el intercambio comercial, que en la conquista. Conservaban el deseo isabelino de proveer a las colonias españolas con productos que España nunca podría proveer. Pero a ello se unía el hambre por mercados que reemplazaran a los perdidos en la Europa ocupada. Detrás de Popham, mantenido con dificultad, se encerraba un torrente de textiles y quincallería sin vender. Ni aún cuando el dique reventó, estaban los sud americanos remisos a comprar. Lo que los resentía era la interferencia extranjera en una querella de familia española, acoplada a la probabilidad de una anexión por Inglaterra. Sorprendidos —como deben haberlo estado— por el arribo de tropas británicas, entregaron Buenos Aires, sin mayor oposición. El Virrey huyó y Beresford envió a su patria 1.086.208 dólares, principalmente en especies. Trató, al mismo tiempo, de ganarse a los habitantes, liberando sus embarques y publicando una proclama en la cual prometía proteger su religión y darles comercio libre y todas las ventajas del intercambio con Gran Bretaña, donde no existía opresión. Tomó cerca de un mes a los colonos el darse cuenta de que las fuerzas de Beresford llegaban a menos de 1.500 hombres en total, consistentes principalmente en su propio regimiento (el 88 o Canaught Rangers) y el 74° (sic). Una vez que se dieron cuenta de la situación, estallaron en rebelión bajo las órdenes de un oficial francés emigrado, el Caballero de Liniers. Beresford no era un genio, como lo demostró después en su generalato en Albuera, y fue superado fuertemente. En tales circunstancias, actuó bien para obtener tan favorables términos para su rendición. Popham no podía hacer ahora más que esperar los refuerzos que sabía estaban en camino. Que haya sido reforzado en tales circunstancias resulta sorprendente. Pero, su primer despacho del 6 de julio, enviado desde el Narcissus y acompañado de más de un millón de dólares, fue un anuncio de victoria. Había ocupado la capital de “una de las más ricas y extensas provincias de Sud América”, agregando: ‘Para el comercio de Gran Bretaña esto tiene ventajas peculiares, tanto como para la industria de sus ciudades manufactureras”. Todo lo que queda por hacer es asegurar y defender la nueva posesión. Característicamente, además, Sir Home Popham había escrito al Intendente y Corporación de Birmingham por el mismo buque, para informar que ‘la conquista de esta plaza abre un extenso canal para la manufactura de Gran Bretaña”. Hasta ahora, puntualiza: “el comercio de este país ha estado constreñido más allá de todo lo imaginable… pero desde este momento su comercio será ampliamente abierto”. Como escribió en líneas similares a las autoridades locales de otras ciudades manufactureras (donde su popularidad era en ese entonces indiscutida), comenzó una carrera por los nuevos mercados, carrera en la cual uno de los parientes de Popham iba a la cabeza. Para proteger sólo el comercio sería necesario enviar fuerzas adicionales. Si Popham permanecería al comando de ellas era, naturalmente, otro problema.
Francisco Miranda, el informante de Popham en los asuntos americanos, había encabezado simultáneamente una expedición privada a Venezuela. Falló también, por falta de soporte local, pero no sin causar gran sensación a través de Sud América. Los sucesos de 1806-7 prueban ser un importante paso en el proceso por el cual las Provincias de Sud América se liberaron de España”.
Después de la rendición de Beresford llegó del Cabo el H.M.S. Medusa trayendo la noticia de que, de allí, se enviaban como refuerzos, el Lancaster, el Howe, el Protector y el Rolla, con 4 transportes, llevando a su bordo el 47° y el 38° Regimientos de Infantería y el 20° de Caballería. Se distribuyeron los elementos traídos por el Raisonable y el 29 llegó el 21° de Caballería a bordo del Howe y se lo trasbordó a otros buques. Posteriormente, el 3 de octubre, se recibieron prisioneros ingleses conducidos por un buque español de acuerdo con los términos de la capitulación.
Comienzan entonces los preparativos para la acción que se prepara contra Montevideo. Los refuerzos van llegando; y se resuelve armar a cuatro de los transportes mayores con artillería de 18 libras sacadas de los buques de línea, así como preparar un quinto transporte para bombardeo (Bom-vessell). Se mantenía el reconocimiento de Montevideo con las embarcaciones más pequeñas, ocultando al mismo tiempo los movimientos de la flota inglesa.
El plan de ataque, de acuerdo con nuestro memorialista, era el siguiente:
“Los dos buques de línea debían tomar estación cerca de la puerta Norte, silenciar las baterías al pasarlas en sucesión. La escuadra destinada a batir las baterías debía quedar lista el 28. Durante su preparación los españoles levantaron un gran campamento hacia el este de la fortaleza y las tiendas crecían día a día. La península en la cual está construida la ciudad, desde la ciudadela, está bien fortificada así, como las baterías flanqueadoras de las entradas Norte y Sud y los muros excepcionalmente altos y fuertes, con un foso en su derredor, no permitían otro método para batirla que un sitio regular por tierra, para lo cual fue juzgada inadecuada nuestra fuerza militar. El Comodoro y los Capitanes, como los Coroneles Backhouse (más antiguo) y Vassal con los principales oficiales del Estado Mayor y otros oficiales determinaron que, de ser posible, debían silenciarse las baterías con los buques preparados al efecto y así podría desembarcar el Ejército bajo cubierta de sus cañones. Se consideró que otro transporte era necesario y se preparó uno, de inmediato, como buque de bombardeo, lo que constituyó la fuerza como se indica en el margen”.8
El Diadem iba comandado por el Capitán Edmonds, siendo reemplazado primeramente en el comando del Diomede por su antiguo Capitán y quien, muy caballerescamente, se ofreció voluntariamente para conducir la línea, lo que fue aceptado por el Comodoro; éste a su vez tomó el comando del Tritón. Todos los transportes quedaron a cargo de los respectivos tenientes, enviándose a cada uno, una división de marineros para manejo de la artillería, con guardiamarinas y “mates” del Raisonable y del Diadem. Se enviaron cien hombres con un teniente para reforzar al Lancaster y otros tanto al Diomede para el probable caso que recibieran averías durante el bombardeo, teniendo en cuenta lo alterosos que se presentarían, luego de haber sido alijados.
Transcribimos a nuestro cronista en la acción:
“En la mañana del 28 de octubre, toda la flota levó y se dirigió frente a la ciudad; las tropas a bordo del Diadem y del Raisonable. El tiempo era bueno y agradable. El viento aproximadamente del E.S.E. A las 10, estando bien adentro se hizo la señal a los navíos que iban a batir y a los otros buques de atacar la puerta Norte. El Capitán Edmonds, del Tritón al llegar a las tres brazas hizo la señal. Los cañones solo llegaban justo a la costa, pero como navegaba a su largo hacia el oeste, incomodó mucho a las baterías. Los cañoneros españoles mantuvieron un vivo fuego, cuando los buques armados alcanzaron la entrada del puerto. A las 10,40 un violento fuego se mantenía por todos lados, pero se encontró poco después, que por la poca agua les era imposible a los buques grandes acercarse lo suficiente para obtener el objetivo buscado”.
En vista de lo ocurrido con los buques grandes, se consideró la operación impracticable en la forma planeada, ya que el Leda aún tocando, no alcanzaba a la costa sino con su batería alta, por lo cual se suspendió el ataque, fondeando la Escuadra frente a Montevideo por la tarde. Se complicaba el problema con la llegada de buques de América y Europa, que eran detenidos, no permitiéndoseles su ingreso a los puertos del Río de la Plata, con las consecuentes implicaciones.
A la medianoche se recibió una orden del Comodoro (cuya mente —como se ve— no descansaba y no cejaba en la aventura) reorganizando las fuerzas para un ataque a Maldonado, hacia donde partió con las fragatas en las que embarcó las tropas. Al día siguiente el Raisonable, el Lancaster y el Diomede, con los buques armados, levaron y cargaron velas en demanda de la Isla de Flores. A medio día fondearon recibiendo el Raisonable a los hombres prestados al Lancaster y buques armados. En la noche del 30 levaron anclas, acompañados por el Howe, dirigiéndose a Maldonado, en cuya Bahía dieron fondo a las 8, encontrando la ciudad en posesión del Brigadier Backhouse, Coronel en Jefe del Ejército. A la noche de ese día, la Isla Gorriti (Gorrita como le llama pintorescamente el cronista), fue conminada a entregarse al Comodoro y su Escuadra, tomándose luego posesión de ella y embarcando algunos prisioneros a bordo.
A continuación damos la narración de la captura de Maldonado, hecha por el cronista:
“El Ejército inglés fue desembarcado al S.E. de la ciudad, dirigiéndose de inmediato hacia ella. El Coronel Backhouse había recibido buena información en el sentido de que la mayor parte de las tropas que estaban en la ciudad habían evacuado con la mayoría de los habitantes hacia la campaña. Se envió de inmediato un parlamentario para pedir su rendición a las tropas británicas y no recibiéndose respuestas, las tropas, marcharon hacia la ciudad.
El informe recibido por el oficial en Comando, probó ser falso, porque los únicos que habían evacuado eran los habitantes y las tropas (que ciertamente en su mayor parte eran populacho) se habían instalado en las azoteas, donde permanecieron echadas hasta que nuestros muchachos se encontraran justamente debajo de ellas, en su marcha por las calles. A la entrada de la ciudad había un bosque de tunas, de hojas tan largas y entremezcladas que era imposible descubrir si del otro lado había algún hombre o no. Sin embargo, ello probó que las tropas, que según lo informado habían abandonado la ciudad, estaban emboscadas, ocultas por los tunales y, al aproximarse los ingleses, los españoles abrieron fuego desde allí. Nuestros bravos muchachos, exasperados por este mal proceder, avanzaron desalojándolos a punta de bayoneta. Un cierto número de los nuestros fue muerto y otros heridos, pero cuando nuestros muchachos pasaron esta espesura y cargaron sobre ellos, muchos de ellos habían huído y estaban ya a un cuarto de milla de la ciudad. Aquellos que huyeron de esta escaramuza se retiraron a San Carlos, una pequeña ciudad distante seis o siete millas de la ciudad. Como hemos observado anteriormente, las azoteas estaban cubiertas de hombres armados e inmediatamente que nuestros camaradas entraron en la ciudad, comenzaron a disparar sobre éstos por lo cual un gran número de los nuestros cayó.
Se dieron órdenes para dispersarse y penetrar en cada casa. Así un gran número de defensores fue muerto aunque tratando de llegar a las azoteas (por ser éstas chatas con una abertura para penetrar en ellas desde el interior), un gran número de nuestros camaradas también cayó. A la hora, esta terrible escena de sangre comenzó a apaciguarse; el silencio sucedió al tremendo ruido de la mosquetería y sólo se oían los quejidos de los moribundos y los lamentos de los sobrevivientes por la pérdida de sus queridos y cercanos deudos, para los cuales la vida había sido tan amarga”.
Luego de la toma, ante la fatiga de la tropa, se establecieron guardias y el resto fue autorizado a descansar. La razón de la operación Maldonado fue que la fuerza disponible era demasiado débil para atacar Montevideo. Dado que se esperaban refuerzos en poco tiempo más, convenía esperar utilizando mientras tanto Maldonado, como base para aprovisionarse de alimentos frescos que tanto necesitaban. Para ello el país se prestaba a las mil maravillas, con sus campos cercanos plenos de ganado al alcance de los mosquetes, más fácil de emplear por los eventuales conquistadores que el lazo (“lacy” como le llama nuestro cronista) y cuyo uso “por el fuerte y laborioso pueblo” del lugar lo llenaba de admiración por la precisión y destreza desplegadas. El lugar empleado para la caza, quedó bajo la protección de los cañones del Raisonable que fondeó a un cable de la costa. Era, además, como dice Walters, un lugar seguro para el caso en que el Ejército hubiera de retirarse.
Para los marinos fue una temporada de agradable descanso. Según nuestro informante, “la pesca, la caza, el tiro y la equitación estaban a la orden del día”, junto con las visitas a los camaradas del Ejército en Maldonado. Montevideo permanecía mientras tanto bloqueado y las fragatas cumplieron con la tarea de observar, junto con los buques pequeños, los movimientos de la plaza. Tres barcos mercantes americanos fueron detenidos y dos de ellos remitidos al Cabo, sirviendo el tercero de transporte a Sir Popham para la vuelta a Inglaterra, ya que no se puso a su disposición ningún buque de guerra al ser relevado del mando.
Sobre el particular acota el editor:
“Sólo un éxito completo podría haber justificado la acción de Sir Home Popham de proceder contra el Río de la Plata abandonando su estación en el Cabo. El éxito inicial se tornó en derrota el 12 de agosto y rápidamente se decidió relevarlo al llegar las noticias de Inglaterra. La forma como procedió —ya sea con o sin instrucciones o quizás de acuerdo con una invitación verbal— parece haber prejuzgado el veredicto de la Corte Marcial. Su viaje de vuelta en el desarmado Rolla no era digno ni seguro, y es difícil resistir a la conclusión de que fue perseguido más por su política que por su derrota. La Corte Marcial decidió el 11 de marzo de 1807 que su proceder en el Río de la Plata fue altamente censurable pero “en consideración a las circunstancias” se le infligió sólo una severa reprimenda. Menos de un mes después un nuevo cambio en la Administración trajo un nuevo Consejo del Almirantazgo con el Almirante Gambier como miembro naval decano. Sir Home Popham fue empleado de inmediato en posiciones de responsabilidad y vivió para izar su insignia de Comandante en Jefe en la Estación de Jamaica en 1817-20”.
El reemplazo de referencia se produjo al anclar el 3 de diciembre el Sampson con el Contraalmirante Stirling que arribó con dos buques de la Compañía de Indias y algunos con provisiones y que se hizo cargo del Comando de la escuadra en el Río de la Plata. El comodoro arrió su insignia y resignó la jefatura. El Almirante, efectivamente no le concedió ni un transporte para su vuelta, por lo que Sir Home, el Capitán King, el 1° Teniente y Secretario, así como algún otro personal que incluía algunos guardiamarinas, sirvientes y la dotación de su propia lancha, fueron obligados a tomar pasaje en el bergantín argentino Rolla. Popham, que fue prontamente compensado por sus penurias, luego de su eventual alejamiento del servicio, vivió lo bastante como para ver a Stirling sometido a Corte Marcial por prácticas corruptas y puesto a media paga en 1814.
En el interín habrán ocurrido algunas escaramuzas entre españoles e ingleses y éstos habrían construido en tierra una batería de dos piezas en posición conveniente para actuar contra posibles eventos, destruyendo al mismo tiempo las españolas que podían flanquear los buques.
El día 11 se registra la llegada del H. M. S. Sloop Pheasant, conduciendo al Mayor Dean con noticias de refuerzos a las órdenes de Whitelocke, y parten algunos buques de retorno para el Cabo. El 26, ancha el H. M. S. Daphne con dos transportes con tropas y esa noche zarpa el Rolla con el Comodoro Popham y sus acompañantes. El Almirante Stirling iza su insignia en el Diadem. Se baja así el telón de la aventura del Río de la Plata para el Comodoro. Pronto, sin embargo, se lo verá actuar en el norte de Europa.
En enero de 1807, comienzan a sumarse refuerzos de toda naturaleza, y varios buques mercantes ingleses, ricamente cargados, esperan que el puerto de Montevideo se abra al tráfico. El 5 llegan a la zona el navío Adent, la fragata Unicorn y el sloop Cherwell con los Regimientos 40° y 87° de Infantería, el 95° de Rifles, el 17° de Dragones y 2 compañías de la Real Artillería a las órdenes de Sir Samuel Auchmuty. La flota, bajo las órdenes del Almirante Stirling, contaba ahora con los siguientes navíos de línea: Diadem, Raisonable, Lancaster y Medusa de 64 cañones y el Diomede de 50; las fragatas Unicorn, Leda y Medusa de 32 y la Daphne junto con los otros sloops Pheasent, S. S. Howe y Cherwell y los bergantines cañoneros Encounter, Protector, Staunch y Rolla.
“Todos los días —dice nuestro cronista— llegaban nuevos buques mercantes ingleses. El General y el Almirante se encontraban sumamente ocupados en los arreglos para el ataque a Montevideo. El 13 todo estuvo listo, las tropas evacuaron Maldonado, o sea los Regimientos 38° y 47° de Infantería y los 20° y 21° de Dragones. Se embarcaron 130 caballos para la Artillería.
A las nueve todos los buques de guerra, con excepción del Lancaster y el Diomede, que quedaron con los buques neutrales detenidos en la Bahía de Maldonado, los transportes y todos los buques mercantes ingleses se dirigieron hacia el lugar designado para el desembarco del Ejército, fondeándose a la puesta del Sol cerca de Isla de Flores”.
Al amanecer del día siguiente la flota leva para dirigirse río arriba, con viento suave, y luego de algunos inconvenientes en la travesía, los buques fondean (ver croquis), enviándose a la noche todos los botes a los barcos pequeños, preparándose a desembarcar. Al mismo tiempo el Raisonable convocaba a los buques mercantes que, en número de 30 y 40 velas, fueron a anclar al oeste de Montevideo, como movimiento de diversión hacia la puerta sud, tratando de distraer la atención de los defensores sobre el verdadero sitio de desembarco. A la mañana, los cañoneros y sloops tomaron sus respectivas posiciones cerca de tierra con el objeto de proteger con sus fuegos el desembarco, con la línea de buques de batalla, cubriendo las lanchas que se mantenían cerca de ellos.
A medio día, aproximadamente, la 1° División comenzó su desembarco, a cargo del Capitán Hardyman, y a la puesta del sol, todos los soldados en condiciones de llevar armas se hallaban en tierra, donde se encontraron con la oposición de los defensores que fueron, sin embargo, obligados a retirarse precipitadamente, en gran confusión, por el efecto de los fuegos de las lanchas, cañoneros y sloops. El lugar de desembarco era una buena bahía arenosa de 10 millas al oeste de la ciudad de Montevideo. Los buques de línea, aprovechando la oscuridad de la noche, desembarcaron en tren de batir, anclando fuera del puerto, y las fragatas, sloops y cañoneros recorrían la costa socorriendo al Ejército en los puntos donde era necesario, facilitando, así, el progreso de su marcha y recibiendo los heridos y enfermos. Las fragatas fondearon, luego, al oeste del puerto para prevenir el escape de los cañoneros españoles que intentaban cruzar el río.
El día 21 el ejército español, numeroso y en su mayor parte de caballería, ofreció alguna resistencia, pero fue forzado a retirarse en desorden y sólo una tercera parte —según nuestro cronista— entró en la ciudad, habiendo tenido gran número de muertos y heridos. El ejército inglés permaneció cerca de ésta, produciéndose un cañoneo parcial entre ambas partes.
En la tarde del 25, las fragatas, sloops y demás buques se mantuvieron lo más cerca posible de tierra y efectuaron un violento fuego sin producir daños visibles, pero lo que en realidad se perseguía, era distraer la atención, permitiendo así levantar una batería de seis piezas de 24 libras a unas doscientas yardas de la ciudadela. El fuego se mantuvo hasta el 2 de febrero en forma casi constante, tanto desde la ciudad sitiada como desde las tres baterías emplazadas por los britámicos, haciéndolo estos últimos en forma tan devastadora que la parte este de la ciudad, incluso la iglesia, quedaron en las más deplorables condiciones.
Cada tiro arrancaba pedazos de muralla y el uso de granadas impedía casi el servicio de las piezas españolas. En alguna oportunidad la brecha parecía ya lista, pero los defensores la reparaban en la noche en forma temporaria, lo que impedía iniciar el asalto. Pero el 2 de febrero, aquella fue considerada accesible para las tropas y una compañía del Regimiento 54°, dirigida por el teniente Everard —por estar enfermo su Capitán—, encabezó el avance y, heroicamente, penetró por ella el 3 de junio seguido por el Coronel Vassal, con una parte principal del Regimiento 38°.
Los botes de la Escuadra, a las órdenes del Capitán Hardyman, del Unicorn, se encontraban cerca de la Puerta Norte —donde se había perforado la brecha—, desde algo antes de las 2 a.m., y estaban preparados para dar asistencia y transportar a los heridos. El fuego de artillería era vivo entre ambos bandos y la primera alarma de la aproximación de las tropas de asalto —a imitación de los gansos del Capitolio—, la dieron los 200 ó 300 perros que se encontraban cerca de la ciudad, y que se vieron perturbados en sus merodeos. Pasadas las 2, la mayoría de las tropas estaban en camino y al ser descubiertas por los españoles, recibieron un fuego destructor de las baterías flanqueadoras. A pesar de ello, antes de salir el sol, la ciudadela y los fuertes ya estaban en posesión de los británicos esperándose —dice nuestro narrador— que un gran número haya perdido su vida en esta gran empresa.
Tuvimos, añade, cerca de doscientos muertos y alrededor de trescientos heridos. Los oficiales muertos fueron los Capitames Mason y Brownson y el Teniente Frazier del Regimiento 38° y heridos el Teniente Coronel Vassal (que falleció poco después), dos Capitanes, tres Tenientes y dos Cirujanos del mismo Regimiento, así como el Teniente Coronel Brownrigg del Estado Mayor, que falleció posteriormente.
A las 3 y media del día 3, el fuego había cesado, izándose la Union Jack en la Iglesia del Centro de la ciudad. Las pocas naves de guerra españolas en el puerto fueron capturadas o destruídas. Un buque de 21 cañones, incendiado por los españoles, voló al acercarse los botes de la Escuadra. Las tripulaciones habían huído, junto con parte de las tropas de las baterías del oeste y habitantes de la zona, embarcándose en las cañoneras y cruzando la bahía, hacia la parte oeste de la Isla de Ratas, tratando de alcanzar Colonia. Más de 50 buques mercantes se encontraban en el puerto y se tomaron los siguientes buques de guerra: Paula, Puerta, Hero, Dolores, Paz, el corsario francés Rayna Louisa, además de 10 cañoneras con un cañón de 24 libras en cada una y dos embarcaciones incendiadas que fueron recuperadas antes de destruirse.
La operación había sido, sin duda, bien sangrienta, siendo la mayoría de los heridos de bayoneta. La brecha en su parte exterior —expresa Walters— estaba cubierta de muertos y heridos del Ejército Inglés y en la parte interior se encontraron capas sobre capas de muertos españoles, la mayoría de los cuales lo fueron en las primeras horas de la noche del 2, mientras trataban de impedir la entrada de las tropas inglesas transportando cueros y llenando con ellos la brecha, pero que facilitaron con posterioridad, paradógicamente, el descenso de los asaltantes que se abrieron camino hacia la ciudad, después de haber atravesado San Felipe, en la parte noroeste de la península, llevándose todas las baterías por delante. Mientras el 38° completaba el avance, el 95° ocupó la iglesia que, teniendo su torre dominando a la ciudadela, permitió abrir un destructivo fuego sobre ésta, logrando así prontamente silenciarla y tomarla. Rinde luego Walters tributo al enemigo cuando dice:
“Esta fortaleza fue bien defendida por el enemigo pero en particular por un bravo francés, Mourdall (nuestro conocido Mordeille), quien comandaba al corsario Rayna Louisa. Su coraje, juicio, celo y actividad en la defensa de la ciudad contra los ingleses, fue tal, que el Virrey lo hizo coronel y le dio el mando de uno de sus mejores regimientos. Este pobre hombre fue muerto de un bayonetazo en la Ciudadela”.
Hace Walters, posteriormente, el elogio de la conducta de Auchmuty, como administrador de la plaza tomada, el resultado de la cual —dice— hizo desaparecer la melancólica apariencia de la ciudad, que dos días después de capturada reabría sus comercios, demostrando los españoles alguna inclinación hacia los ingleses que ¡ay! —agrega— no perduró. Se comenzaron los preparativos para la acción contra Buenos Aires, recibiéndose noticias sobre refuerzos provenientes de Inglaterra. Nuestro conocido Teniente Coronel Pack, que había escapado a bordo de la Cherwell y a quien nuestro cronista llama Park, fue designado Comandante de la Brigada Ligera en la Colonia, donde este capacitado oficial pudo desplegar los talentos militares que lo distinguieron, al actuar contra los enemigos que en diversas oportunidades, trataron de cortar los aprovisionamientos a Montevideo desde ese lugar, derrotándolos y tomándoles gran cantidad de artillería y provisiones.
El 10 de mayo arribó el H. M. S. Thisbe con Whitelock, designado Comandante en Jefe de todas las fuerzas de su Majestad empleadas y a emplear en Sud América. Desembarcó en Montevideo al día siguiente y recibió el Comando. El General Auchmuty tomó, a su vez, la conducción de su brigada y el nuevo Comandante en Jefe le dedicó, en adelante muy poca atención.
El 14 de junio arribó un gran convoy de buques de guerra transportes y las tropas esperadas durante tanto tiempo. Los buques de guerra eran el Polyphemus (Contra-Almirante Murray), el Africa, las fragatas Nereide, Sarracen Fly, el buque depósito Camel, el Flying Fish y el cañonero Haughty. Los buques más pequeños, por su calado, estaban en condiciones de llevar río arriba las tropas. El Almirante ofreció al General la tercera parte de los marinos de la escuadra para cooperar en el desembarco con el Ejército, lo que sólo fue aceptado en parte. (Recordemos lo dicho con referencia a Popham, en el desembarco en Buenos Aires).
En el lugar ya se encontraban a las órdenes del Contraalmirante Stirling, dos navíos de 64 cañones, Diadem y Raisonable, las fragatas Unicorn, Medusa, Daphne y Thisbe, los sloops Pheasant y Cherwell y los cañoneros Protector, Encounter, Staunch, Rolla y los ex-españoles Paz y Dolores.
El 21, luego del traslado de las tropas a los transportes más pequeños y de la insignia de Murray desde el Polyphemus a la Nereide, el conjunto se dirigió al lugar designado para el desembarco. La Infantería de Marina de la Escuadra fue enviada a tierra a guarnecer Montevideo a las órdenes del Coronel Dean del 38°. Todas las fragatas, sloops y buques pequeños remontaron el río. No supimos nada de su acción —dice el cronista— hasta el 2 de julio, cuando algunos de los transportes regresaron con los botes prestados por la Escuadra y nos dieron el relato de los hechos. Dice Walters:
“Habían efectuado su desembarco cerca de la Ensenada de Baragon (sic) el 28 de junio sin signos de oposición. El 10 de julio el bergantín Rolla llegó con despachos del Almirante Murray (contra-almirante) para el Contra-almirante Stirling. Ellos contenían lo que es bien conocido, la derrota del General Whitelock para su eterna desgracia, con tan magnífico ejército, a pesar de que el General Sir Samuel Auchmuty con su brigada atacó y llegó a tomar posesión de una batería de doce cañones, cuya situación dominaba al Gran Arsenal y una gran parte de la ciudad, pero por la mala disposición en que las tropas fueron divididas, una parte de las cuales estaba en la Reducción, lugar situado sólo a poco camino del lugar de desembarco, la segunda penetrando en las calles de Buenos Aires y la tercera que permanecía en la batería para apoyar a las que marchaban. Esto ocasionó la derrota”.
Walters hace una acotación comparativa de las tropas que actuaron en la segunda invasión con las que necesitó Beresford el año anterior y exclama: ¡Vergüenza, vergüenza, vergüenza!
Inmediatamente de producida la capitulación, el Contralmirante Stirling recibió orden de seguir para el Cabo de Buena Esperanza, con su Escuadra y varios transportes con dos regimientos a su bordo y luego de una borrascosa travesía de más de tres semanas, arribó a Simon’s Bay. Estando en el Cabo, llegó en el Leopard, junto con el Vice-almirante Berrie —designado Comandante de la Escuadra del Cabo—, copia de la orden emitida por Su Alteza Real, el Comandante en Jefe del Ejército Británico, emitida a raíz de los sucesos de Buenos Aires. Stirling asumió el comando de la estación del Cabo, que era el destino que se le había dado al salir de Inglaterra, pero al encontrar en su ruta, como hemos visto, a Sir Home Popham en el Río de la Plata, y a Montevideo en vista de ser atacada por las tropas inglesas, asumió de inmediato el Comando de la fuerza naval y obligó a Popham a regresar en el bergantín americano detenido y, al llegar a Inglaterra, fue sometido a proceso, cuyo resultado es bien conocido.
El resto de las memorias de Walters, que hemos venido comentando, tratan de su actuación en otros teatros de guerra, de manera que pondremos aquí punto final. Sólo nos resta recordar, lo oculto que nos son “los caminos del Señor”, por cuanto todos estos sucesos fueron granos de arena llevados por el curso de la historia para contribuir a la decisión inmortal que hoy nos enorgullece. Mirémoslos pues con la benevolencia que nos pueden dar tan trascendentales efectos indirectos y bajo el prisma de la gran amistad demostrada en el curso de los tiempos por el gran país de la democracia. yyy
Notas
1.- WALTERS, Samuel, Lieutenant R. N., His Memories, Edited with Introduction and Notes by C. Northcote Parkinson, Liverpool, University Prent, 1949.
2.- Ver en el Boletín del Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades N° 5, “Dos versiones inglesas de las invasiones 1806/7”, página 69.
3.- Cantidad de cañones por buque: Diadem-64; Raisonable-64; Diomede-50; Leda-38; Narcissus-32; Encounter(bergantín-cañonero); Transportes: Walker, Wellington, Melantha, Tritón y Ocean.
4.- Ver la lapidaria opinión de Sir John Fortesene en el Boletín del Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades, n° 6, “Aventurándose en Sud América”, pág. 71 (volante rectificativo en Boletín ci. n° 7, pág. 182).
5.- Gillespie dice que a los marineros se los proveyó de chaquetillas rojas, pero esto fue a aquellos destinados a remontar el Batallón de Infantería de Marina que usaba ese color. Los marineros desembarcados formaban otro cuerpo y lo hicieron con chaquetillas azules, como dice Walters, y respondiendo además al nombre que se les daba de Royal Blues. Las tropas de Infantería de Marina vestían siguiendo los lineamientos del Ejército en ese sentido. En una lámina de un reglamento de uniformes algo posterior, se ve en un primer plano a dos oficiales de ese cuerpo vistiendo la casaca roja de los oficiales de Infantería, bocamangas negras, cuellos y charreteras doradas, morrión alto con pompón de plumas blancas, pantalón blanco y botas negras con espuelas.
6.- Se llama “mate” a un oficial de graduación más o menos similar a la de subteniente, pero procedente de las filas del personal subalterno.
7.- Ver Armand Hayet, Capitaine an long cours, “Dictonset et tirades des anciens de la voile”, Denöel et Steele, 1934.
8.- Buques y navíos que forman la línea de ataque: Tritón, Hero y Royal Charlotte (Además de estar cada uno armado con 10-12 carronadas —cañones cortos de calibre grueso— llevaban 4 cañones largos de 18 libras del Diadem); Columine, Fanny (bombarderos); Encounter, Protector (transportes); Leda, Medusa, Diomede y Lancaster (Estos buques fueron alijados a 16,5 pies).
9.- Recordamos aquí un pasaje de una conferencia del Dr. Armando Braun Menéndez en la Asociación Argentina de Cultura Inglesa, acerca de los navegantes ingleses que dice: “Todos los puertos de recalada conocen este curioso espectáculo: los marineros disputándose las cabalgaduras cuyo lomo comparten a veces hasta de a tres”.
10.- El editor acota: “John Whitelock (1757-1833) se había conectado bien por su matrimonio y su reputación se basaba principalmente en la captura del fuerte en el muelle de St. Nicholas en 1793 y en la conducción del ataque a Port-au-Prince en 1794. Sus servicios subsiguientes fueron como Teniente-Gobernador de Porsmouth e Inspector General de Reclutamiento. Llegó como Comandante en Jefe a Montevideo el 10 de mayo de 1807 y decidió a causa de la estación no esperar el arribo ulterior de tropas que habrían elevado su número a 11.000. Dejando 1.350 hombres en Montevideo, atacó Buenos Aires con 7.822 hombres y 16 cañones. La guarnición era de 6.000 hombres y la población de 70.000 y la ciudad estaba sin fortificar, salvo por las barricadas en los extremos de las calles. Ansioso de no provocar la reacción de los colonos o dañar la ciudad, Whitelock envió sus columnas al ataque con las armas descargadas. Sus órdenes, que Walters transcribe (y que son conocidas) no son un modelo de lucidez y perdió el control de la batalla, a poco de comenzada. Luego que la columna de Crawford fue aislada, se vio obligado a rendirse. Liniers ofreció términos que Whitelock aceptó bien contento. El juicio de la Corte Marcial, al regresar a Inglaterra duró siete semanas. El arguyó que había sido inclinado a suponer a los habitantes cordialmente dispuestos a experimentar la diferencia entre el opresivo dominio de España y la benigna protección del gobierno de Su Majestad. Se mostró, sin embargo, que fue deficiente en celo, juicio y acción personal y fue sentenciado. La falla de las operaciones en el Río de la Plata resultó finalmente ayudando a los exportadores ingleses en cuyo beneficio se había planeado el golpe. Los colonos fueron animados por su victoria sobre Inglaterra al riesgo de rebelarse contra España y su aislamiento económico terminó, en realidad, durante el breve período de ocupación inglesa. Luego de la experiencia del comercio libre, nunca descansaron hasta recobrar esa libertad de comercio. España perdió el control de la Argentina en 1810 y nunca, de hecho, lo recuperó.
Bernardo N. Rodríguez
Investigador de Historia Naval.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año IV N° 18 – Diciembre de 2002
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Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: PERFIL PERSONAS, Escritores y periodistas, Historia, Mapa/Plano, Política
Palabras claves: Samuel Walters, Memorias, diario, marino, invasiones, Rio de la Plata
Año de referencia del artículo: 1949
Historias de la ciudad. Año 4 Nro 18